¿Qué decían los acuerdos de Rambouillet?
Francisco Fernández Buey

Contestar a esa pregunta es un dato básico para juzgar con ecuanimidad sobre el origen de esta guerra. Es importante saber qué decían realmente los acuerdos de Rambouillet, porque la negativa del Gobierno de Belgrado a firmarlos se está aduciendo constantemente como el motivo inmediato, e inevitable, de la intervención de la OTAN en la República de Yugoslavia.

Se ha dicho que los gobernantes serbios se negaron a firmar porque la propuesta de Rambouillet contemplaba la presencia de las fuerzas de la OTAN en Kosovo. Pero eso es inexacto: la propuesta exigía la presencia militar de la OTAN en todo el territorio yugoslavo.

El capítulo VII de los acuerdos, en el que se habla del "cuerpo militar de paz en Kosovo", tiene un apéndice B, cuyo artículo 8 reza así: "El personal de la OTAN, con sus vehículos, navíos, aviones y equipamiento, deberá poder desplazarse, libremente y sin condiciones, por todo el territorio de la Federación de Repúblicas Yugoslavas, lo que incluye el acceso a su espacio aéreo y a sus aguas territoriales. Se incluye también el derecho de dichas fuerzas a acampar, maniobrar y utilizar cualquier área o servicio necesario para el mantenimiento, adiestramiento y puesta en marcha de las operaciones de la OTAN".

El artículo 7 del mismo apéndice dice: "El personal de la OTAN no podrá ser arrestado, interrogado o detenido por las autoridades de la República Federal de Yugoslavia. Si alguna de las personas que forman parte de la OTAN fuera arrestada o detenida por error deberá ser entregada inmediatamente a las autoridades de la Alianza".

Los artículos 9 y 10 precisan que, durante su presencia en territorio yugoslavo, la OTAN no estará obligada a pagar tasas ni impuesto alguno, ni podrá ser sometida a ningún control aduanero.

El artículo 15 aclara que, cuando se habla de servicios utilizables por las fuerzas de la OTAN, se entiende el pleno y libre uso de las redes de comunicación, lo que incluye la televisión y el derecho a utilizar el campo electromagnético en su conjunto.

El artículo 20 dice que el personal local eventualmente empleado por la OTAN "estará sujeto, única y exclusivamente, a las condiciones y términos establecidos por la propia OTAN".

El artículo 21 afirma que la "OTAN quedará autorizada a detener a personas y a entregarlas lo más rápidamente posible a las autoridades competentes".

La información que aquí se aporta procede de la europarlamentaria italiana Luciana Castellina y se puede leer en su totalidad en Il Manifesto del 18 de abril. Castellina llama la atención sobre el hecho de que estos artículos de los acuerdos no hayan sido dados a conocer por los medios de comunicación italianos. Por lo que yo sé, tampoco por los españoles. La propia Castellina compara la situación a la que se pretendía reducir a la RFY con "un Estado colonial del siglo XIX". Y, finalmente, comenta:

"Lo estipulado en Rambouillet significaba la completa ocupación militar de Serbia y Montenegro. Y no por unas cuantas semanas, sino por tiempo indeterminado, puesto que en el acuerdo se dice que tres años después de su firma se hará una conferencia internacional para estudiar un mecanismo orientado a definir el status de Kosovo en base a la voluntad de su pueblo".

Es imprescindible que la opinión pública de los países que forman parte de la OTAN conozca estos datos de la misma manera que conoce ya las barbaridades cometidas por las autoridades de la RFY contra una parte de la población de Kosovo. Creo que el conocimiento de estos datos (¿censurados?, ¿oportunamente ignorados?) refuerza la argumentación de juristas y filósofos que, como Luigi Ferrajoli, Rubio Llorente e Ignacio Sotelo, han llamado la atención acerca de la ilegalidad, desde el punto de vista del derecho internacional, de la intervención armada de la OTAN en un país europeo soberano. Con puntos de vista diferentes y con diferentes acentos, coinciden en esto, desde EE UU de Norteamérica, Noam Chomsky, Edward Said, Giovanni Arrighi e Immanuel Wallerstein, entre otros.

El conocimiento detallado de lo que se quería imponer en Rambouillet hace aún más razonable el grito de alarma de las personas que en estas últimas semanas vienen diciendo en EL PAÍS que las barbaridades cometidas ayer por unos no se solventarán bombardeando objetivos civiles, que provocan más muertes, más sufrimientos, más éxodo y más odios. Hay que parar esta guerra. Y como siempre en el siglo XX, esta guerra sólo se parará mediante una combinación de iniciativas político-diplomáticas y presión de las poblaciones que la sufren. Dentro y fuera de Yugoslavia. En los Balcanes y en Europa. Es una irresponsabilidad en estos tiempos volver a resucitar el espectro de Hitler. Hitler murió hace mucho tiempo. También en el corazón de la gran mayoría de los europeos. No hay que engañar a la gente con eso. Y menos sugerir a los jóvenes que dejen de ser pacifistas con ese espantajo. La verdad es que el poder militar lo tienen ahora, mayormente, quienes dicen ser "los nuestros".

¿Hay alguien ahí que todavía se atreva a enarbolar la gran mayúscula de la Moral en nombre de la OTAN? ¿Hay alguien que no sepa ya que "guerras justas" han sido en la historia sólo aquellas que declaraban (o hacían sin declararlas) "los nuestros"? ¿No estábamos ya de acuerdo, con independencia de credos e ideologías, en que los crímenes de Hitler no justificaban los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki?

Lo que hace falta en este caso, como en tantos otros, son mediadores. Los hay en Serbia. Llegan cartas de allí todos los días en ese sentido. Los hay en Kosovo: Rugova está diciendo cosas razonables. Se ofrecen en Rusia. ¿No amábamos todos tanto a Gorbachov, el hacedor del final de la guerra fría? ¿Vamos a preferir el discurso de Blair sobre la lucha final contra el demonio? ¿No habíamos quedado en que ésta del fin de siglo era una Europa laica?

Francisco Fernández Buey es catedrático de Filosofía de la Universidad Pompeu Fabra.