Explicación de voto
ANTONIO GARCIA SANTESMASES (líder de la corriente del PSOE Izquierda Socialista).
(El Mundo 10 de mayo de 1999)

EL DEBATE INTELECTUAL. Antonio García Santesmases, líder de Izquierda Socialista, se alínea con aquellos que están de acuerdo con que hay que detener a Milosevic, pero no aprueban los ataques de la OTAN porque no han sido legitimados por el            Consejo de Seguridad de la ONU. Por eso, rompió la disciplina de voto y se abstuvo cuando los diputados españoles tuvieron que pronunciarse sobre nuestra participación en el conflicto.

El escritor francés Yves Laplace asegura que la fortaleza de los albano-kosovares deportados provoca que intentemos hacer por ellos todo lo que esté en nuestras manos. Anthony Lewis culpa de la actual situación en Kosovo a los líderes políticos
que, desde hace muchos años, permiten a Milosevic cometer atrocidades
sin  que éste se sienta amenazado. No obstante, el analista del «New
York Times» cree que ahora hay motivos para la esperanza.

Se ha insistido mucho durante los últimos días en el papel del Parlamento español ante el conflicto bélico en los Balcanes. Se han planteado debates acerca de la necesidad de buscar mecanismos legales que permitan un control más efectivo del Ejecutivo; se ha percibido la necesidad de un cambio del reglamento del Congreso que permita que el Gobierno no abuse del formato de comparecencia para evitar las réplicas de la
oposición; se ha planteado incluso la conveniencia de volver a realizar un referéndum sobre la OTAN para solicitar la opinión del  pueblo español ante los cambios acaecidos en esta organización.

Todos estos debates son importantes, pero me ha
sorprendido que no se analicen con mayor atención otras carencias de
nuestro sistema parlamentario, a la hora de tener que pronunciarse ante la crisis que estamos viviendo en la antigua Yugoslavia. Muchos españoles desconocen la diferencia
cualitativa entre el modo de funcionamiento del Parlamento español y de otros parlamentos como el británico.

Las diferencias no se producen únicamente por la vía de
acceso al Congreso de los Diputados; en un caso, mediante un sistema
electoral mayoritario por distrito y, en otro, mediante una
democracia de partidos, donde prima la lista cerrada. La diferencia
más importante viene si analizamos lo que ocurre dentro
del hemiciclo. El poder de las direcciones de los partidos es
muy grande en este sistema electoral, pero a ello debemos
añadir el monopolio de la voz por los portavoces parlamentarios en
el reglamento actual del Congreso de los Diputados.

Se da por supuesto que, en todo momento, coinciden las opiniones de los diputados con la opinión que expresa su portavoz a la hora del debate. En otros parlamentos, el diputado es dueño de su voz. En el nuestro, sólo puede expresar su opinión si en ese momento ejerce como portavoz de su grupo. Este  mecanismo, en situaciones normales, empobrece la vida  parlamentaria. En situaciones como las que hemos vivido,
lo que ocurre es mucho más grave.

El parlamentario que disienta de las posiciones mayoritarias de su grupo sólo puede expresar su disenso públicamente rompiendo la disciplina de voto. La ruptura de esa disciplina no implica que pueda solicitar la palabra para exponer públicamente su
posición.
 
El voto queda ahí y las razones de su discrepancia no son conocidas por el resto de la Cámara. ¿Será que se ha despistado,  o alguien que quiere llamar la atención, o estamos ante el caso de un disidente incorregible?

Debo decir que he seguido con enorme interés y atención todos los debates que ha habido sobre el conflicto en los Balcanes y que pocas veces he sentido más acuciantemente la necesidad de poder expresar públicamente una postura. Lo he hecho internamente en el seno de mi grupo parlamentario y ante
algunos medios de comunicación, pero ante el conjunto de la Cámara sólo
lo he podido hacer absteniéndome en una votación, el pasado 20 de abril, que es el único día que se ha votado formalmente acerca de la participación española en este conflicto bélico. Me abstuve  porque no coincidía con la posición del PP, del PSOE, de
CiU, del PNV y de Coalición Canaria en este tema y porque tenía un
enfoque del mismo que tampoco era coincidente con algunos puntos de la moción de Izquierda Unida. Mi posición ante este  asunto está atravesada por el mismo desgarramiento que viven muchas personas.

Por un lado, hemos observado la limpieza étnica en la antigua
Yugoslavia y hemos considerado que había que actuar, que
no cabía la indiferencia ni la pasividad ni recurrir a un
concepto de soberanía que permita que se violen los derechos humanos,
se reprima a las minorías y se masacre a aquellos que no
coinciden con el modelo que uno defiende. Todos los que claman
contra el genocidio y abominan a Milosevic cuentan con mi apoyo. La pregunta no es, para mí, si Milosevic merece ser combatido, sino la de preguntarnos cómo, cuándo, por quién y con qué consecuencias.

Estas interrogantes son las que han sido contestadas de modo muy insatisfactorio por la OTAN. ¿Se debe utilizar el principio de injerencia por asuntos humanitarios sin contar con el aval de Naciones Unidas? Me parece un camino extraordinariamente
peligroso. Si uno lo recorre, permite que una superpotencia campe por sus respetos sin ningún control. Algunos contestan a esta objeción que no se podía consultar a Naciones Unidas porque era conocido el veto ruso. La respuesta me parece todavía más
peligrosa, porque eso significa deslegitimar el único mecanismo que queda para salvaguardar el Derecho internacional y humillar irresponsablemente a Rusia fomentando en su seno las tendencias más nacionalistas. El artículo de Gorbachov
publicado en este diario me confirmó que eran realidad mis peores augurios.

A todos los que suscribimos este argumento contrario a una intervención sin el aval de Naciones Unidas se nos contesta que algo hay que hacer, que cuando la política no puede continuar hay que recurrir a la fuerza. Estoy convencido de que, sea
cual sea el resultado de esta operación, la OTAN dirá que el uso de la
fuerza ha sido imprescindible para alcanzar el objetivo.

El problema es que el objetivo de la operación ha sido muy confuso y ha ido cambiando por momentos. En un instante,se trataba de acabar con Milosevic, llegar hasta Belgrado y conducirlo ante un tribunal internacional. Antiguos
pacifistas eran los más entusiastas en la defensa de la necesidad de
acabar con el genocida. El problema es que todos los expertos
militares coincidían en que la operación iba a provocar el
apiñamiento de los serbios y el recrudecimiento de las tendencias
nacionalistas.
 
¿Cómo llegar hasta Belgrado sin una operación terrestre?
¿Cómo articular una invasión terrestre sin poner sobre el terreno tropas occidentales?

Los entusiasmos de los primeros momentos fueron cambiando y se pasó a hablar de la necesidad de impedir la limpieza étnica y preservar un Kosovo multiétnico. Todos estábamos de acuerdo con este objetivo, pero de nuevo las interrogantes se
acumulaban.

Los bombardeos habían incrementado la violencia desatada de las fuerzas serbias, que se cebaban en los kosovares provocando las deportaciones, las violaciones y las muertes que todos hemos visto sobrecogidos ante el televisor. El uso de la fuerza
había desatado todavía más la violencia.

¿No había previsto la OTAN una reacción tan desproporcionada de Milosevic? Esa imprevisión ha sido mortal para muchas personas. Ante una chapuza de estas características, yo (al igual que muchos electores del Partido Socialista, que habían dado su voto para que los representara en la Cámara) me planteaba la
interrogante decisiva: ¿cómo avalar con mi voto una estrategia  bélica que, aun admitiendo la mejor de las intenciones, tiene unas consecuencias tan nefastas?

Votar a favor de la estrategia de la OTAN era apoyar un
belicismo incontrolado que se salta el derecho internacional y que
puede incrementar los peores males de los nacionalismos
excluyentes en intolerantes, sean de la Gran Serbia, de la Gran Albania,
o de la católica Croacia. ¿Alguien ha pensado que armar a un
ejército independentista en Kosovo puede incrementar los peligros
del nacionalismo islámico en el centro de Europa?

El abstencionista sabe que no puede dar su aval a una superpotencia sin control, pero que tampoco puede imaginar ni  por asomo que Milosevic sea de izquierdas. Milosevic es un genocida, pero la discrepancia está en el remedio para combatir el mal. Dar un cheque en blanco es aceptar que el fin justifica los medios y que el nuevo gendarme universal vela por nuestra seguridad y defiende nuestros valores sin que a nosotros
nos quepa sino callar y asumir la cuota-parte de responsabilidad que nos corresponda en un orden internacional diseñado fuera de Europa y, a mi juicio, contra el proyecto que debería cimentar una Europa progresista y de izquierdas.

Aquel 20 de abril, fuimos tres los parlamentarios socialistas los que decidimos que ante una situación excepcional, como es una guerra, la disciplina de voto no puede imperar sobre la conciencia de cada diputado.

Mi alegría posterior ha venido por conocer las sabias palabras de Lafontaine el pasado 1 de mayo. Mi sorpresa, por no observar en  los distintos partidos democristianos del Parlamento español (PP, PNV, Unión Democrática) el menor atisbo de discrepancia en
sus filas. ¿No conocen ninguno de sus miembros la posición del Vaticano ante este conflicto?

En un Parlamento auténticamente democrático no habría habido únicamente tres parlamentarios rompiendo la disciplina de voto. Habría habido muchos más en los distintos grupos. Algo falla en nuestro Parlamento cuando, hasta con una guerra, los
grupos parlamentarios son tan disciplinados y las voces están tan monopolizadas, cuando hasta para explicar el sentido de un voto hay que recurrir al Parlamento del papel porque no cabe la explicación en el Congreso de los Diputados.