No hay nada más reconfortante que la sonrisa de un niño. En esa expresión de esperanza y ternura conjuramos nuestros miedos adultos. Las imágenes de los niños y niñas de África que, a pesar de la pobreza, sonríen con sus preciosos ojos brillantes de sensibilidad y esperanza, nos llaman poderosamente la atención y, en muchos casos, tranquilizan nuestra mala conciencia. Pero hay una infancia que no sonríe, porque la sonrisa es imposible cuando la vida te hace tanto daño.
En nombre de la tradición, la religión o incluso la ley, las niñas africanas sufren una violencia generalizada. La Conferencia Internacional sobre los Niños en África, celebrada el pasado mayo en Addis Abeba (Etiopía), analizó la raíz de esa violencia. En este foro, que contaba con el patrocinio de la Unión Africana, Unicef, el Fondo para la Población de Naciones Unidas y la organización Save the Children, se dieron datos de los estudios de campo realizados en la mayor parte de los países africanos.
Nueve de cada diez niñas de África del Este han sufrido los abusos de adultos "de su confianza". Las cifras han sido extraídas del estudio Nacimientos de alto riesgo: La violencia contra las muchachas de África, realizado por el Foro Africano de la Política del Niño. El mismo trabajo revela que el 99% de las niñas entrevistadas en Kenia y el 94,2% de Uganda habían sido víctimas de malos tratos; en Etiopía se registró el mayor número de actos violentos contra niñas menores de cinco años, y en Nigeria, el 8% de las niñas trabajadoras domésticas han sido forzadas sexualmente por sus empleadores.
Las jóvenes africanas viven en sociedades muy patriarcales y sus cuerpos pertenecen a los varones. Ésa es la razón principal por la que los índices de contagio de sida, en África, son cinco veces más altos entre las adolescentes que entre los chicos.
Diariamente, 6.000 niñas sufren la mutilación -total o parcial- de sus órganos genitales (90% de las mujeres en países como Egipto, Somalia, Guinea Conakry y Djibouti). En Sudán, entre el 10% y el 30% de las jóvenes fallece a causa de las infecciones asociadas a la práctica cuyas secuelas sufrirán toda la vida aquellas que se libran de la muerte. En Malí, a pesar de la puesta en marcha, por parte del Gobierno, de programas contra la mutilación genital femenina, la incidencia es del 97%. A día de hoy, 16 países han ratificado el Protocolo de Maputo, un instrumento legal regional que, desde noviembre de 2005, pretende combatir los distintos tipos de mutilación genital que, desde tiempos ancestrales, es impuesta a las niñas en aras de su pureza; anulando en ellas, para siempre, la más mínima posibilidad de placer sexual.
Las niñas africanas son frecuentemente reclutadas como esclavas sexuales durante los conflictos armados. La asociación británica Save the Children ha denunciado, también, en su informe Del campo a la comunidad, que el 50% de las menores liberianas de entre 8 y 18 años son explotadas sexualmente en los campos de refugiados por los propios cascos azules y por personal humanitario encargado de su protección. Muchas de ellas acceden a mantener relaciones a cambio de algo de dinero o de comida. El cuerpo de las mujeres se convierte, así, en moneda de cambio en las situaciones límite.
En Sudán, las mujeres refugiadas en los campos de Darfur se arriesgan a ser violadas cuando salen a recoger leña para su familia; en Angola, durante el enfrentamiento civil, las fuerzas armadas secuestraron a 30.000 niñas para ser "usadas" por los combatientes.
Frente al uso creciente de la violación como arma de guerra, la esclavitud sexual y los embarazos no deseados derivados de todo ello, la comunidad internacional, los gobiernos locales y las fuerzas de pacificación mantienen una pasividad escandalosa. Ni los miles de jóvenes agredidas diariamente, ni los hijos nacidos tras los terribles abusos, parecen merecer nuestra atención.
El 64,5% de las niñas en Malí, el 76% en Níger y alrededor del 50% en Etiopía y Camerún son forzadas a casarse antes de cumplir los 18 años. En algunos lugares de Nigeria, los padres casan a sus hijas al cumplir los 11 años. El matrimonio forzado, generalmente con hombres mucho mayores que ellas, condena a las niñas a maternidades sucesivas con alto riesgo de mortalidad, tanto para ellas como para sus hijos.
Millones de niñas africanas no irán nunca a la escuela. Al privarlas del acceso a la educación no sólo se está cercenando su futuro, sino que se limitan las posibilidades de desarrollo de toda la comunidad. Sabemos que la formación de las mujeres constituye la estrategia más efectiva para romper el ciclo de la pobreza, la dependencia y la enfermedad. Cuando las niñas han recibido, siquiera, educación primaria tienen familias menos numerosas y más sanas y contribuyen a mejorar notablemente las condiciones de vida y de desarrollo de sus sociedades.
"No hay mejor estrategia de desarrollo que la que asocia a las mujeres como actores principales. Produce beneficios inmediatos en la nutrición, la salud, el ahorro y la inversión a nivel familiar, de la comunidad y, en última instancia, del país. En otras palabras, educar a las niñas es una política de desarrollo social que funciona". (Kofi Annan).
Situemos a las niñas en el centro de nuestra preocupación y en el corazón de los proyectos
Las autoridades europeas, y algunos Gobiernos de los países miembros, singularmente Suecia y España, han reconocido la importancia de abordar muchos de los problemas que asolan a la población africana desde un enfoque de género como la herramienta más eficaz para el avance del continente.
Las organizaciones no gubernamentales africanas están lanzando un mensaje que debemos recoger: es urgente dedicar recursos específicos dirigidos a las niñas en los programas de infancia. Es necesario, sobre todo, abordar el problema de la violencia contra las mujeres desde las edades más tempranas.
Situemos a las niñas en el centro de nuestra preocupación y en el corazón de los proyectos. En los planes de desarrollo que elaboran los distintos países, las niñas deben aparecer como grupo de atención fundamental y prioritario. La violencia generalizada contra las niñas africanas es el exponente más brutal de la discriminación de que son objeto. El futuro del continente depende, en gran medida, de la liberación de sus mujeres. Sin ese horizonte, la sonrisa de las niñas de África seguirá siendo imposible.
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