Muchas mujeres en España se sentirían identificadas con la violencia que sufren las afganas", dice Pilar Gimeno en un austero despacho de la sede del Fondo de Naciones Unidas para la Mujer (Unifem) en Kabul. A sus 30 años, esta joven madrileña lleva más de un año en Afganistán porque, asegura, quería comprobar con sus propios ojos cómo estaban las cosas en el terreno. "Mi trabajo en temas de guerra contra el terror hizo que me interesara por esta región", añade.
Pilar no es la única española residente en este castigado país de Asia Central. Una decena más -el número fluctúa a lo largo del año- completa el grupo de civiles residentes en el país. Entre ellos, la más veterana, sin duda, es la historiadora Ana Rodríguez. Natural de Écija, esta sevillana llegó a Afganistán en 2001, "por amor", y en él ha dado a luz a sus tres hijas. "Mi vida está aquí. No echo de menos vivir en España", señala con un hilo de voz esta mujer tímida y de sonrisa afable, mientras recorremos las joyas rescatadas de la época talibán del Museo de Kabul.
En este centro a las afueras de la ciudad, Ana es responsable de gestionar la formación de la plantilla y de coordinar la organización de exposiciones. La última y más ambiciosa reúne esculturas de la cultura nuristaní, una de las más importantes hasta la islamización del país en el siglo XIX. "Muchas piezas llegaron hechas añicos, destruidas a hachazo limpio", explica la historiadora delante de un imponente guerrero a caballo procedente del valle de Nuristán, una zona inaccesible y montañosa de Afganistán.
Además de sus labores museísticas, Ana Rodríguez simultanea este trabajo con las clases de español que imparte en la Universidad de Kabul. "Allí es donde más me relaciono con españoles, ya sean voluntarios de la embajada o profesores", afirma. Instantes después se cruza con un colega del museo e intercambia unas palabras en perfecto dari, la segunda lengua oficial del país junto al pashto. Una habilidad poco cultivada entre nuestros nacionales. De hecho, Ana es la única de todos los entrevistados por Público que ha aprendido este idioma de origen persa. Cerca de 5.000 expatriados
En un país con más de 30 millones de habitantes, unos 5.000 extranjeros civiles han establecido allí su residencia, trabajando tanto en organizaciones internacionales como en ONG. "Esto es un constante ir y venir de gente", dice Mónica Bernabé, cooperante y periodista freelance, quien hace siete años decidió dejarlo todo en su Barcelona natal y viajar a Afganistán. ¿Qué ha cambiado en todo este tiempo? "En Kabul, por ejemplo, ves muchas chicas a cara descubierta, yendo a la escuela. Eso con los talibanes era imposible", responde. "Entonces había muchísima represión y controles militares casi en cada esquina", añade.
Cambios a favor de los derechos de las mujeres que, sin embargo, resultan invisibles en ámbitos tan básicos como la sanidad. "Es bestial la falta de higiene en los hospitales públicos. Siguen muy sucios a pesar de los seis años de presencia internacional", denuncia Bernabé.
La catalana se muestra crítica con la comunidad de extranjeros. "Creo que la mayor parte de la gente está aquí por dinero y no porque le interese realmente el país", explica en referencia a los supersueldos percibidos por muchos de los empleados de organizaciones internacionales como Naciones Unidas. La media salarial no baja de los 6.000 euros. "Los occidentales vivimos en una burbuja que nada tiene que ver con la realidad diaria de la población afgana", concluye la cooperante. "Sí hay mucha gente que viene aquí para engrosar su cuenta de ahorro, pero los sueldos se justifican por la libertad tan restringida que tenemos", puntualiza Pilar Gimeno, en las oficinas de Unifem, tras impartir un seminario a mujeres afganas sobre violencia de género.
Supersueldos o no, Intermon Oxfam denuncia en un informe reciente que una gran parte de la ayuda total destinada a Afganistán, más de 15.000 dólares en el último sexenio, es absorbida por los beneficios que reciben empresas y subcontratas extranjeras. Desde su puesto de trabajo en el Museo de Kabul, Ana Rodríguez corrobora esta realidad. "Realmente se ha destinado muy poco a la construcción de un Estado sostenible, para mí la mayor prioridad", advierte la sevillana. "La población afgana está decepcionada", concluye.
Las más de 200 víctimas por ataques de la insurgencia talibán desde comienzos de año demuestran lo que es vox pópuli en Afganistán. "La situación va a peor", lamenta Bernabé.
Restricción de movimientos
En una Administración escandalosamente corrupta, con antiguos señores de la guerra ocupando puestos en el Gobierno y el Parlamento, los talibanes parecen estar ganando fuerza, pese a los esfuerzos de los máximos responsables de la OTAN por negarlo. Durante su reciente visita a Afganistán, el jefe militar de la Alianza Atlántica, John Craddock, intentó acallar ante la prensa las críticas recibidas por la descoordinación de la fuerza internacional presente en el país.
Consecuencia directa de los atentados es un endurecimiento de las medidas de seguridad para los occidentales y una mayor restricción de movimientos. "Difícilmente ves a extranjeros caminando por la calle dado el alto riesgo de secuestros y atentados", señala la periodista catalana vestida de riguroso negro. "Vestida así paso totalmente desapercibida y nadie sabe que soy extranjera", explica.
Después de cinco años en Afganistán, Ana Rodríguez sigue vistiendo como cualquier española en invierno. Abrigo largo, pantalones y jersey de cuello vuelto. "A veces me enrabieto y no me cubro, es que también te cansas de llevar siempre el velo", dice. Sus hijas, aún pequeñas, no tienen que verse en esa tesitura. "Lo llevamos muy bien, con las debidas precauciones en temas de seguridad, pero como en cualquier otro lugar del mundo".
Cada día, Ana recoge a sus hijas a la salida del colegio internacional en el que estudian. Una vez en su casa -"con un jardín que no tendría ni en Sevilla"-, comparte estudio y juegos con sus hijas. "Tenemos muchos amigos y solemos ir de casa en casa organizando actividades para los niños", cuenta la historiadora y resume: "Soy una privilegiada por tener un círculo de gente tan magnífico, leal al país y que no está aquí por los sueldos". Microcosmos internacional
Sin embargo, la realidad es que los extranjeros apenas pueden acudir a cinco o seis bares o restaurantes donde incluso está prohibida la entrada a los afganos. "Es cierto que existe un microcosmos de internacionales que acaban viviendo aquí como si estuvieran en sus países de origen", asegura Pilar Gimeno. Según la investigadora es difícil interactuar con colegas afganos después de la jornada laboral. "Puedes intimar, pero hasta cierto punto. La cultura es muy distinta", aclara la madrileña. Comparte área de trabajo con otros españoles como Javier León-Díaz, asesor de derechos humanos de la Misión de Asistencia a Afganistán de las Naciones Unidas. También madrileño, Javier lleva más de dos años en Kabul tras haber vivido siete en Kosovo.
Donde sí suelen reunirse tanto españoles como occidentales de otras nacionalidades es en el Atmosphére, el Gandamak o La Cantina, tres de los lugares de ocio de Kabul más frecuentados por los expatriados. "A veces nos cruzamos allí y siempre es agradable charlar un rato", dice Pilar. "Españoles somos pocos y cada uno hace un poco su vida", admite Mónica Bernabé. "Yo me relaciono más con latinoamericanos. Los miércoles nos reunimos para bailar salsa", añade.
Lo cierto es que cada vez es más fácil encontrar a españoles trabajando más allá de los Urales. Pilar, Ana y Mónica son tres buenos ejemplos. Mujeres comprometidas y cautivadas por la magia de esta tierra inhóspita flanqueada en sus tres cuartas partes por imponentes cordilleras. "Es un país alucinante -concluye la joven investigadora de Unifem- un enclave cultural olvidado por el tiempo".
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