Por Andrés Montero Gómez y Juanjo Sánchez
El terrorismo suicida que sacude periódicamente Irak es algo totalmente insensato desde cualquier punto de vista político o militar. ¿Volar en pedazos un mercado de animales domésticos, atiborrado de gente! Que los terroristas suicidas fueran mujeres no es novedad. Sin embargo, llama la atención que fueran retrasadas mentales, víctimas del síndrome de Down. Una noticia tan infame despertó en mí un cierto escepticismo, pero los terroristas no la han desmentido. Ahora hacen propaganda para que las familias envíen a sus hijos pequeños a sus campos de entrenamiento. Lo cierto es que una organización que sufre un 100% de bajas en cada operación no podrá seguir actuando durante mucho tiempo. De forma inexorable la cantera de suicidas se agotará pronto y los líderes tendrán que rascar el fondo del barril para poder seguir cometiendo atentados.
El Islam es misógino y poco favorable a los derechos de las mujeres, como todas las grandes religiones monoteístas, incluido el cristianismo católico. Los integristas han exacerbado hasta el absurdo esta tendencia misógina, como reacción defensiva frente a la inexorable evolución social que lleva a la mujer musulmana a conquistar cada vez más derechos efectivos. Por eso puede parecer extraño que los integristas recluten mujeres para sus atentados. Esta incongruencia aparente se explica por dos factores.
El primer factor es la tradición histórica árabe de mujeres guerreras. Desde los tiempos pre-islámicos, los hombres de las tribus beduinas se ausentaban de los campamentos durante largos periodos para guerrear, comerciar, cazar o pastorear el ganado. Por lo tanto, las mujeres se veían obligadas a ser bastante autónomas, incluso para autodefensa contra agresores que atacaban de forma oportunista cuando las mujeres estaban solas. El Islam surgió cuando esta sociedad nómada estaba en proceso de urbanización y sedentarización, lo que provocó un fuerte incremento de las desigualdades sociales. Las mujeres perdieron estatus con estos cambios, de manera que muchas de ellas abrazaron con entusiasmo el Islam. Algunas incluso lucharon en las primeras batallas de la nueva religión, junto al mismo profeta, que las cubrió de alabanzas.
El segundo factor es el cinismo puro y duro en el reclutamiento de carne de cañón, que luego será sacrificada sin miramientos. Como dijo Brigitte Friang, combatiente francesa de la Segunda Guerra Mundial: «Cuando los hombres necesitan a las mujeres, se olvidan de que son mujeres».
Queda por aclarar que haya mujeres dispuestas a colaborar con una ideología que anuncia abiertamente su intención de someterlas a una servidumbre abyecta. ¿Lavado de cerebro o cínico designio de ocupar un alto cargo en la nueva Sección Femenina? No es novedad que el terrorismo utilice a mujeres en atentados suicidas. El kurdo PKK, perseguido en Turquía como organización terrorista, escenificó entre 1995 y1999 catorce atentados suicidas, once de los cuales tenían a mujeres como asesinas. Y el PKK no actúa, precisamente, por motivaciones islamistas, sino etnonacionalistas. Igualmente ajenas al yihadismo eran las primeras palestinas suicidas de los noventa, entrenadas en las milicias Tanzim, ligadas al partido Fatah de Arafat, nada islamista y muy nacionalista en su microvisión de la realidad. Ahora han sido mujeres yihadistas en Irak.
Tanto el fanatismo etnonacionalista kurdo como el palestino o el yihadismo fundamentalista de Al-Qaida tienen algo en común respecto de las mujeres: en todos los entornos culturales de socialización de estos fanatismos las mujeres no existen por sí mismas, son instrumentos al servicio del hombre.
La presencia de mujeres entre el terrorismo suicida no responde a problemas de reclutamiento ajenos de momento a los grupos yihadistas, sino a planteamientos de mera eficiencia táctica. Es mucho más sencillo hacer que una mujer, un niño, un anciano o un deficiente mental atraviesen un control o eludan la vigilancia en un espacio público. Al Ejército israelí le ocurrió al principio en la Palestina ocupada, aunque ya ha optado por escrutar a todo ser dotado de capacidad de movimiento y dirección, porque eso es lo que utilizará el terrorismo a la menor ocasión. Que las dos últimas suicidas en Irak sean deficientes mentales, por muy trágico que aparezca a nuestros ojos proteccionistas, no deja de ser un detalle anecdótico en las tácticas de ventaja propias de la operativa terrorista.
Es revelador de cierta mirada patriarcal que nos sorprenda encontrar a mujeres entre el espectro del terrorismo suicida. En el mismo plano patriarcal están las causas que a ellas las llevan a suicidarse. La cultura rural, de socialización cerrada y aislacionista del Kurdistán considera a la mujer un instrumento doméstico. Cuando allí comenzaron a suicidarse lo hacían acompañadas en el trayecto previo por un hombre. En Palestina, mujeres viudas de esposo o hermano eran adscritas al martirio por parientes masculinos que querían cobrar las ayudas externas, entonces iraquíes o saudíes, ahora iraníes o sirias, a las familias del suicida. La yihad ahora ha detonado a distancia a dos retrasadas mentales. Unas son chantajeadas para honrar a la familia, otras desahuciadas por haberse quedado sin hombre, otras engañadas con la emancipación del más allá. Todas anuladas bajo la decisión de un hombre.
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