EL PERMANENTE FUNERAL DE LA CAPITAL DE AFGANISTÁN
GERVASIO SANCHEZ- El País
28/10/97
Quienes tiran de los hilos
que mueven las marionetas afganas conocen, extraordinariamente bien este
mundo montañoso re-pleto de hombres fascinados por la intriga permanente,
el dinero fácil y los códigos de honor. El sábado
se cumplió el primer aniversario de la toma de Kabul por los taliban,
pero en la destrozada capital afgana no hubo celebraciones visibles
Quizá por tratarse
de la última gran batalla de la guerra fría, la resistencia
afgana, formada por innumerables grupos
fundamentalistas,
fue premiada con miles de millones de dólares y armas
de gran calibre tras la invasión soviética de 1979.
Estados Unidos y el
frente antisoviético, formado fundamentalmente por Pakistán
y Arabia Saudí hizo un esfuerzo sobrehumano para convertir a
tribus dispersas en la más potente guerrilla del mundo.Tras la retirada
rusa en febrero de 1989, los llamados freedom fighters demostraron
que tenían dé luchadores por la libertad poco más
que el nombre. Al menos sus principales comandantes,, más
preocupados por dirimir diferencias personales que por formar un gobierno
de salvación nacional que permitiera el tránsito hacia
formas de hacer política que no coincidiera con el totalitarismo
y la permanente violación de los derechos humanos.
Los combatientes olvidaron
retirar de las trincheras miles de minas antipersonas, convertidas hoy
en un regalo de muerte para todo aquel que se atreve a regresar a su casa
derruida o busca entre los escombros algo que vender que le permita llevarse
un pedazo de paz na la boca. Sólo en el hospital Kartese recibieron
el año pasado a 550heridos graves por minas.
En lo que va de 1997, casi
400 personas han pasado por sus quirófanos, víctimas de ese
artefacto inhumano.
Con la ocupación
de Kabul por los talibán, el último grupo fundamentalista
que se ha apuntado a este permanente funeral, las armas han callado en
la capital y en los alrededores. El frente se ha estirado varias decenas
de kilometros hacia el Norte.
Los taliban intentan presentarse
ante la sociedad afgana y ante el mundo como unos religiosos honestos que
quieren acabar con la prepotencia y la atomización de los grupos
armados. Se sienten una especie de peace fihters, luchadores por la paz,
que utilizan las armas sólo cuando no queda otro remedio. Pero sólo
con padrinos importantes pueden crecer tan rápido.
Mientras los diferentes
grupos antisoviéticos desgastaban su dinero, sus armas y su prestigio
en una lucha a muerte con alianzas que cambiaban de un día para
otro, un mulá ciego llamado Mohamed Omar, antiguo jefe guerrillero,
herido en la lucha contra los soviéticos, organizaba en la ciudad
paquistaní de Quetta, con la ayuda económica de los servicios
secretos de Islamabad, una estrategia religoso-militar que ha fructificado
en unos pocos años.
Pakistán inauguraba
una nueva época coincidiendo con la salida del último soldado
ruso. Benazir Butto ganaba las elecciones tras la muerte en circunstancias
sospechosas del general y dictador Mohamed Zia Ul Haq. Hasta entonces habían
apoyado a Gulbuddin Hekmatyar, que se benefició prioritariamente
de la ayuda occidental hasta 1991.
Hekmatyar fue, hasta la
entrada de los taliban en Kabul el primer ministro del anterior gobierno.
Los taliban han combatido a muerte a su grupo armado y se han beneficiado
del tradicional transfuguismo de los afganos. Unidades enteras de
Hekmatyar fueron compradas por los taliban.
Pero todo esto también
se hizo con el consentimiento de Estados Unidos y Arabia Saudí tal
como ha explicado Oliver Roy, el más acreditado especialista de
la guerra afgana, contrariados por el apoyo de Hekmatyar a Irak durante
la guerra del Golfo y a los atentados contra intereses norteamericanos
en diferentes países. Arabia Saudí también intenta
buscar “nuevos aliados después de la defección de los Hermanos
Musulmanes, del FIS argelino y de Hamas palestino durante la guerra del
golfo. Todos estos movimientos estaban financiados por la monarquía
wahabita.
Antes de la ocupación
de Kabul por los taliban, oficiales norteamericanos, hombres de negocios
de la petrolera estadounidense Unocal y la compañía saudí
Delta Oil Company ya que querían acelerar un acercamiento entre
el Gobierno de Kabul y Pakistán con la presentación de un
proyecto que permitiría llevar gas e incluso petróleo desde
Asia Central hasta Pakistán.
Pero entonces el Gobierno
de Kabul apenas controlaba la capital y otras cuatro provincias norteñas.
Los taliban, en cambio, han conseguido en un tiempo récord ocupar
la mayor parte de Afganistán y además son, a pesar de todo
su discurso fundamentalista, prooccidentales.
Algunas de las decisiones
contradictorias tomadas en los últimos meses obligan a pensar en
una división entre duros y moderados entre los taliban. La pérdida
de Mazar el Charif al querer imponer de un plumazo la sharia ha debido
provocar un serio debate en el interior de la shura o Consejo Supremo,
órgano de Gobierno de facto en este singular movimiento. Los taliban,
tras la posterior derrota, han perdido su aureola de invencibles.
Obligar a los hombres a
dejarse crecer la barba, imponer condiciones de vida a las muertes que
insultan los principios elementales de la dignidad humana, cerrar las tiendas
fotográficas y rellenar los marcos de las fotografías con
plegarias coránicas son decisiones muy cómodas cuando no
existe voluntad de enfrentamiento entre la población.
Pero gobernar un país
es algo más serio. Los taliban carecen de cuadros técnicos
qu4e les permitan organizar la economía. Sin ayuda extranjera es
difícil que puedan sacar a Afganistán del pozo en el que
está metido.
EEUU REPITE ESTRATEGIA
"EE UU reemprende en Afganistán
la fórmula utilizada por la compañía, Aramco en la
Arabia Saudí de los años treinta: fundantalismo islámico,
tribus y pe-tróleo. No falta más que una testa coronada.
Ése es el análisis del especialista en el avispero afgano
Oliver Rey.
Curiosamente los responsa-bles
de haber convertido Kabul en un valle de lágrimas y en una colección
de ruinas modernas son hoy aliados coyunturales contra los taliban. Pero
están tan debilitados que sólo un milagro o erro-res muy
serios de los nuevos due-ños de Afganistán les permitirían
recuperar el terreno perdido.
De todos los principales
comandantes que formaron la alianza antisoviética en la década
de los ochenta y que posteriormente dirimieron sus diferencias a cañonazos,
ya sólo queda el comandante Ahmas Chah Massud, ex ministro d defensa
y verdadero hombre fuerte dl anterior gobierno y hoy obligado a refugiarse
en su inexpugnable valle del Panjshir, a 120 kilómetros al noroeste
de Kabul.
El gran triunfo de los taliban
es haber unificado un país que estaba tan fragmentado que impedía
cualquier acuerdo pacífico, aunque se han beneficiado de la tradición
afgana de los últimos años de huir y no presentar batalla,
como si los milicianos sólo fueran útiles para bombardear
a la población civil.
El escenario no ha cambiado
en los últimos meses tras la derrota y exilio del general uzbeko
Rashid Dostum, que controlaba va-rias provincias norteñas y que
hasta mediados de este año era parte imprescindible en unas futuras
negociaciones de paz gracias a un ejercito fiel de miles de mercenarios.
AJUSTE DE CUENTAS
Los taliban aprovecharon
el ajuste de cuentas entre Dostum y su mano derecha, el general Ab-del
Malik, para aliarse con este último y llegar hasta Mazar el Charif,
la gran ciudad norteña. Al intentar imponer su radicalis-mo islámico
comenzó la rebelión de la población acostumbrada a
una vida más liberal. Malik rompió el pacto y obligó
a los taliban a retroceder a suposiciones militares anteriores con múltiples
bajas prisioneros.
Durante años Dostum,
Massud, Gulbudin Hekmatyar y Abdul Karim Jaliti se presentaron respectivamente
como los representantes legítimos de grupos tribales como los uzbekos,
los tayikos, los pastunes y los hazaras shiíes, cuando en realidad
solo estaban interesados en mantener su poder. Hoy son meras piezas en
fuga, eso sí, con las alforjas repletas de dólares.
Los taliban han conseguido
restablecer el orden y la seguridad en la mayor parte del país,
han desarmado a las milicias tribales y han borrado a la mayor parte
de sus enemigos. Controlan 23 de las 30 provincias afganas y enfrente sólo
tienen al mítico Massud, al general uzbeko Malik y los hazaras que
viven en la meseta central, una minoría shií apoyada por
Irán.
Pero quizá el enemigo
esté en casa. ¿Qué ocurrirá cuando llegue el
momento de deajrese de monsergas y ser más pragmáticos