04 Oct '07 -Los años prematuros- Arturo Borra

Me crecieron los años/ su maleza
repetida hasta el cansancio/
el hastío que golpea con una pregunta
esta tierra hundida de silencio.

Me crecieron las desganas todos
los años. Lo mismo da si así lo quise/
si somos albañiles de Dios/ si
con nuestras manos que se arrugan
alza destinos para tanta carencia. No sé cómo pasaron/ tan prematuros/
aunque lleve huellas en cada región
de los años que pasan
desapercibidos/ sin darse cuenta/
sin llegar nunca a tiempo/
sólo este tránsito
sin relieve/
la barba estirada al piso
sin dueño/
sólo la lluvia
que ahora punza el cuerpo repetido que soy/
gastado de funcionar/ de ser una pieza rota
y apoyar mis manos que tapan la inutilidad
que me expulsa todos los días de lo Mismo.
Reclamo repetirme otra vez/
aturdirme con el silbato que ya no me llama/
repetirme en la tala que llega/
son los años que crecen y me inutilizan
sin garantía ni resguardo:
sólo este depósito de dolor/
el candado que me cierra el cuerpo/
este cúmulo de años/ este trapo usado/
un pañuelo que una tijera corta
como la barba que me enreda
al suelo de los años prematuros.


No sé qué hicieron ni qué hice para jubilarme
en este dolor demasiado precoz para crecer/
tan agudo que hace doler los tímpanos del tiempo.
Quizás por eso tropiezo o me derribo con los años/
todos blancos/ todos dolidos/
este maldito segundo repetido en su péndulo/
esta condena a la repetición del maldito segundo
que me roba lo que quizás no quise
y saquea el último estertor remunerado/
el contratiempo de estar vivo.

Editado por arturo, el día 04 Octubre '07 - 17:43, en Poemas.

Han dicho algo al respecto:

Comentario de conejillo de Indias () - 05 Octubre '07 - 09:12



Como análisis es pesimista.
Desde el punto de vista de un conejillo de Indias nos planteamos la posibilidad de psicoanalizar la Constitución española.



Comentario de Constitución española - 05 Octubre '07 - 14:57



Nosotra misma, la Constitución española, consideramos imposible la intención de psicoanalizar a las entidades legales, ya sean Decretos Leyes, Resoluciones judiciales en firme o Marcos Juridicos-Administrativos, como Nos misma.

Pedimos, sin ninguna veladura, que el conejillo de Indias y el mismo Sr. Borra dejen de ocultarse tras metáforas. Si lo desean pueden empezar a plantearse, más bien, que relaciones existen entre el hecho de que tengan que vender su fuerza de trabajo, en lugar de construirse parapetos discursivos, ya sean pesimistas o de papel de celofán. Consideramos que se darán cuenta de que nuestro articulado nada tiene que ver con todo eso.



Comentario de arturo - 05 Octubre '07 - 16:50



Bueno, siempre hay hay quienes se arrogan ser la Constitución misma, algo que me recuerda a aquellos que no admiten pluralidad interpretativa alguna y recaen en el autoritarismo que en otras regiones condenan.
¿Quiénes piden prescindir de las metáforas? ¿Quiénes piensan que las metáforas son meros subterfugios? ¿Y de qué articulado hablamos? No por cierto del que circula en este sitio, en el que por fortuna no hay exigencias de normalización poética ni imperativos de obediencia debida a algún dogmatismo de turno.

En cuanto al pesimismo, en fin, me dispara un comentario de otra índole: es un sentimiento que está absolutamente instalado en aquellos que no gozan no sólo del Estado de derecho sino que además, viven inmersos en la explotación que aquí intento poner de manifiesto.



Comentario de jorge - 05 Octubre '07 - 22:36



De acuerdo con arturo y con “Constitución española” a partes iguales. De acuerdo que el centro de la cuestión, de cualquier cuestión, es la explotación, la expropiación de nuestras vidas a través de la expropiación de los medios de producción, las relaciones de poder capitalista que están en todos los aspectos de nuestras vidas. Si lo que quería decir “Constitución española” es que las metáforas deberían servir para indagar en cómo funciona la explotación (y en cómo podríamos hacer para eliminarla) en lugar de servir sólo para describirla, como si la explotación fuera una cosa conclusa, cerrada, terminada y de alguna manera inabordable, no puedo estar más de acuerdo. Por decirlo de algún modo, estoy a favor de la metáfora que indaga. La que sólo retrata me parece inútil, y sospecho que además resta energía. Y estoy en contra del esencialismo vanguardista de “la metáfora libre” que, por la propia fuerza de su asombro, abre supuestas vías nuevas. Me suena a magia, a religión, a creer que la sóla fuerza del espíritu va a generar un nuevo mundo. Sólo hay una vía: acabar con la explotación, y eso no se consigue, jamás, con fórmulas mágicas. Tal vez el “conejillo de indias” al hablar de pesimismo se refería a que el simple retrato de la explotación no sirve, a que, en el fondo, ese retrato nos sume en cierta desesperación que nos sustrae fuerza, capacidad de organización, capacidad de comprensión y que no aporta ni un ápice de conocimiento y de verdad. Si “Constitución española” abogaba por eliminar la metáfora, no sólo se equivoca, sino que además pide un imposible. Si arturo la defiende a toda costa, como si fuera una esencia que hay que salvaguardar y no un útil que hay que pulir y aprender a usar del mejor modo, hablaba con cierta irreflexión. En cualquier caso, compañero arturo, su poema me parece un buen intento válido, una forma válida (pero, creo, no del todo exitosa por lo excesivo de “retrato” que tiene) de reflexión sobre la explotación. Desearía que siga por esa vía, que es la que a todos nos vale (espero que en ese “a todos” se siente Vd. mismo incluido). Pero, arturo, no me parece útil que acuse a los demás de dogmatismo o autoritarismo sin atender las razones o los argumentos que puedan aportar. Imagino que que “Constitución española” se haya querido llamar así forma parte de un juego, y, aunque los juegos también son una cosa seria, no creo que convenga poner el grito en el cielo y acusar a nadie de autoritarismo o dogmatismo por tan poca cosa. Nos viene bien a todos serenarnos, entrar en los matices y volver a aprender a andar juntos. En ese proceso está una parte de nuestra fuerza, creo. Un saludo.



Comentario de arturo - 06 Octubre '07 - 18:21



Estimado Jorge, agradezco tu intervención antes que nada. Parte de otro registro, que toma distancia de las impugnaciones fáciles y se detiene para argumentar. Hasta donde yo sé, si este espacio es interesante lo es por su capacidad para producir debates, y no para lanzar una serie de acusaciones mutuas. Comprenderás que ante el reproche de “ocultarme en las metáforas” o construir “parapetos discursivos pesimistas o de celofán”, no puedo menos que responder, no tanto desde el enojo como desde la firmeza. Me cansa bastante que personas que ni siquiera conocen mínimamente lo que uno hace nos prejuzguen en nuestras intenciones o en lo que producimos en términos poéticos. Eso no es actuar con respeto, aunque se apele al humor. Distinto es que alguien lea aquí pesimismo. Efectivamente, una de las consecuencias más devastadoras de la explotación es crear un sentimiento de desánimo permanente, el convencimiento de que todo será peor. De las actuales condiciones de explotación hay mucho para decir; no creo que nos excedamos en su retrato, quizás porque nunca terminemos de conocer completamente sus efectos psíquicos y sociales e incluso la percepción de la temporalidad que instaura. Intenté precisamente indagar en algunos efectos subjetivas de esta práctica absolutamente extendida (y que padezco cada día).
Por lo demás, la distinción entre metáfora que indaga y metáfora libre no la comparto y no por sostener una postura esencialista. Considero que sólo las metáforas libres pueden indagar; las demás, son las que se anquilosan por el uso; las que se convierten en tópicos utilizados para construir malas complicidades. Sí coincido con vos en que no se trata de hacer una apología de la metáfora a secas; la tomo como un recurso que ayuda a explorar en lo no sabido: en la medida en que ilumina y permite establecer vínculos semánticos inéditos, me parece relevante. Las demás, las que se usan como ornamento textual, más bien resultan prescindibles.
Desde luego, no son las poéticas las que acabarán con la explotación o en general, un sistema de vida radicalmente injusto, pero pueden contribuir a combatirlo a través de su cuestionamiento radical. Y quizás el desánimo que este poema intenta mostrar sea la condición de partida: sin considerar esa desesperación (que puede inmovilizar, es cierto), no podemos siquiera abrirnos a la experiencia de la esperanza. Difícilmente podemos producir esa esperanza si no conocemos el sufrimiento que subyace.
De ahí que no acuerde con las razones que aducís sobre lo “excesivo del retrato”, porque el poema busca comunicar esa desesperación vital común a millones de seres humanos. Aún así, considero que tenés todo el derecho de juzgar el poema como te parezca más apropiado y agradezco de corazón tu sinceridad.
Para terminar, compañero, no suelo usar epítetos para personas que desconozco, pero cuando alguien impugna un poema por el mero hecho de no compartir su forma estructurante, me parece que se está confundiendo, y sobre todo, que corre el riesgo de recaer en una forma de autoritarismo. No es preciso poner el grito en el cielo para señalar ese riesgo. Me quedo con tu frase final: “volver a aprender a andar juntos”. Para eso, hasta donde yo sé, también es preciso retomar una voluntad de diálogo capaz de reconocer al otro como interlocutor válido.
Gracias otra vez y un saludo fraterno,
Arturo



Comentario de jorge - 07 Octubre '07 - 18:14



Compañero arturo, no sabe hasta qué punto suscribo, con alegría y alivio sus palabras. Déjeme decirle de dónde derivan esa alegría y alivio. Desleídas en sus palabras, encuentro la figura de quién es Vd. (vosea, luego es uruguayo o argentino; afirma que padece la explotación, luego se presenta Vd. como un “no libre”). Hay un engaño, creo, en estos debates por internet, y también en los presenciales. No suelo intervenir en ellos (soy de los que permanecen callados en las asambleas), pero asisto a ellos con cierta frecuencia. Ese engaño es que no sabemos con quién estámos hablando, cuál es su cuerpo cierto, que no es otro que su cuerpo social. Se debate sobre, digamos, ideas, sin saber cómo están constituidos los cuerpos que sustentan las palabras. (A veces también asisto a algún recital poético, en ocasiones de gentes de izquierdas. Al finalizar, en el turno de preguntas, frente a las mayoritarias dedicadas a saber la técnica con que se fragua la obra, a mí me gustaría preguntar otras cosas. Por ejemplo: querido poeta, ¿lava Vd. su propia taza del water o paga a alguien para que lo haga por Vd., ya sea su pareja o una mujer asalariada? ¿Se arrollida y elimina con sus manos el cerco seco de orina y mierda? ¿Ocupa una parte de su tiempo en estas y otras labores: hacer la colada, tender la ropa, hacer la compra? Querido poeta, ¿en qué trabaja Vd.? ¿Cuál es su sueldo? ¿Cobra primas de productividad compitiendo con sus compañeros? ¿Le roba tiempo al trabajo para escribir estos poemas? ¿Tiene asistenta? ¿Le lavan la ropa o le llevan la compra a casa? Todas estas preguntas serían, bien lo sé, enojosas y no me atrevo a hacerlas. Sé que muchos pensarían que ando a la busca de viejos dogmas con que sustentar adscripciones de clase, culpabilidades y, por tanto, dejar de escuchar. Pero no. En absoluto. A mí me parece que no podría haber otro punto posible desde dónde poder empezar a hablar de verad. ¿Cómo vamos a hablar si no sabemos con quién estamos hablando? ¿El que escucha no tiene derecho de saber quién le está hablando? ¿Cómo vamos a hablar si seguimos sustentando esa división que dice que lo que ocurre en las habitaciones privadas permanece al margen de los espacios públicos? Y aún más, siento la sospecha, precisamente con la poesía, de que se sigue considerando que incluso aquella que habla de la “res pública”, aquella que trata de introducir la política, vale decir la vida, en el discurso, se sigue fraguando en ese falso amparo, en ese falso espacio privado cerrado del que no se puede hablar). Por ejemplo, sé de cierto que, a veces, quién me habla es un liberado sindical. Imagino un sueldo desahogado, incluso con un fuerte poder adquisitivo. Imagino una jornada laboral corta. Sé que a ese alguien le pagan, precisamente, por pensar y escribir y que, por tanto, su miedo es a decir determinadas inconveniencias contra la mano que lo paga (no es una acusación, sólo trato de entender). Sé que eso explica mucho de lo que dice y, más importante, de lo que calla. Por eso, déjeme que le cuente, decía, quién soy. Soy varón, tengo 41 años. Soy funcionario público. Mi sueldo es de 1723€ mensuales, con dos pagas extras (junio y diciembre) que llega a los 3000€. Vivo en un país donde funciona la sanidad y la educación universal gratuitas. Vivo de alquiler (673€ mensuales). No tengo coche, pero sí un teléfono móvil (celular, creo que lo llamaría Vd.) de contrato cuya factura mensual ronda los 50€. Tengo un ordenador portatil (desde donde le escribo) y una línea ADSL. No tengo coche y tardo unos cuarenta y cinco minutos por trayecto, entre mi trabajo y mi casa. Mi jornada laboral es de 25h semanales, aunque me llevo trabajo y preocupaciones a casa. Trato de contener mis impulsos consumistas: compro, más o menos, una o dos prendas de ropa cada trimestre, en ocasiones de marcas de gama media (digamos: Alfonso Domínguez). También compro algunos libros, muy seleccionados. A veces hago la compra por internet y un trabajador asalariado (mayoritariamente varónes, sudamericanos y de tez más oscura que la mía y la de mis vecinos) me trae la compra a casa (vivo en un cuarto sin ascensor y las compras son voluminosas: me siento culpable y dejo propina). Mi trabajo no es sencillo, pero como soy funcionario público y no tengo ambiciones, puedo evitar competir con los compañeros. Puedo ejercer ciertas dosis de creatividad en él y, a veces siento que trabajo desde mi puesto laboral en acabar con el capitalismo (me vigilo, no me termino de creer esto último, me parece que puedo estar cayendo en una forma de autoengaño peligrosa). Jamás le he echado la zancadilla a nadie. No milito en ninguna organización política (entiéndame, política de veras) y, aunque participo de algunos proyectos anticapitalistas y de vez en cuando salgo a la calle a manifestaciones minoritarias, me siento mal por lo poco que hago. He conocido tiempos muchos peores: en mi primera juventud, entre los 23 y los 30, tuve muchos trabajos eventuales y estuve dos años realizando un trabajo repetitivo y embrutecedor para una gran compañía transnacional. Reconozco, aunque tal vez la esté olvidando y no quiero que se me olvide, esa desesperación radical, ese agotamiento total, del que habla Vd. y su poema. Ahora la desesperación y el agotamiento es tal vez menor, casi seguro de otro tipo. No pertenezco ya (y podríamos añadir: ni todavía, pero puede que sí en el futuro) a la clase de personas cuya proletarización es más dolorosa, pero nadie me ha ganado para el cinismo ni la fantasía de la clase media. Sigo necesitando que se acabe la explotación y la injusticia. Esto último no es para mí una cuestión de voluntarismo social ni de romanticismo utópico. En mis palabras, por decirlo de alguna manera, no hay un ápice de romanticismo progre, aunque me vigilo constantemente por si lo que digo o hago cayera en esa tentanción, en la que creo que habitan muchos otros cuerpos. Y, aunque creo que el dato no es significativo, no me llamo realmente Jorge. Quizá ahora sepa de dónde derivan mi alegría y mi alivio. Derivan de lo que comparto con Vd.: la radical conciencia de que la necesidad central es acabar con la explotación, de la certeza de que no serán las poéticas las que acaben con ella, pero que sin embargo, también las poéticas son un campo de batalla. Me alivia esa coincidencia, porque creo que desde ella se puede empezar a hablar. Y le acompaña a Vd. la razón cuando dice que se defiendía legítimamente al apartar de un manotazo los prejuicios de “Constitución española”, aunque hayan sido expresados con humor. Como ve, me ha convencido.

No sé si hablamos de lo mismo cuando mencionamos los dos el término “metáfora libre”. ¿Me seguirá Vd. en mi intento de ser más preciso? Espero que sí. Empiezo por un margen del asunto. Soy un ateo de libertad. Yo sé que no soy libre, que nadie lo es, aunque la explotación actúe de maneras distintas en las distintas posiciones que cada cual ocupa. Sé que tengo que vender mi fuerza de trabajo cada día porque no soy dueño de ningún medio de producción. Sé también, que tal y como están las cosas, si fuera dueño de un medio de producción (del que sea), sería a costa de explotar a otros, y que por tanto sería amo, pero que tampoco sería libre. Por eso, tampoco creo que existan las “metáforas libres”, esto es, un discurso que no esté anclado en algún punto de la explotación. Leo poesía y leo poesía “de izquierdas” (de la que ahora llaman en España “poesía de la conciencia”). Y en ocasiones me encuentro con poesías que tratan de abrir campos de libertad porque, simplemente, tratan de romper el lenguaje. Yo no me explico qué quieren decir con eso de “romper el lenguaje” ni cómo desde esas supuestas rupturas se puede colaborar a acabar con la explotación, que tiene que ver con ese cuerpo social que, en mi caso, he tratado de visibilizar en este mensaje. ¿Construyendo versos con “imágenes sorprendentes” se introduce la sorpresa, lo abierto y libre en el mundo, cuando esa falta de libertad deriva de la explotación, de la propiedad privada de los medios de producción? Me parece que no, y también me parecen evidentes los riesgos de ese discurso “libertario”. Digamos, que con “metáfora libre” me refería a eso. Creo, sin embargo, que es necesario que volvamos a aprender a ver lo más evidente, lo existente, lo que nos es dado. Aprender a ver qué significa “tener un sueldo”, “conducir un coche” o “ducharse todos los días”. Creo que Vds., los poetas (digamos: los que han decidido pacientemente dedicar parte de sus vidas a ese lento discurrir de palabras), pueden aportar mucho en esa dirección. Porque es necesario un enorme esfuerzo de imaginación para aprender a volver a ver lo visible, la explotación constantemente visible, pero que no se mira. Un esfuerzo mucho mayor, me parece, que para imaginar lo que no está, lo que no existe. Imaginar lo que no está me parece una forma de caer en la creencia de que, a pesar de la explotación, somos libres. Y como le dije, yo soy un ateo de la libertad y me parece un camino erróneo, lleno de peligros. Por supuesto, el lengua de la dominación crea imágenes (vale decir también metáforas) falsas sobre lo que existe (el poder económico, sustentado en la explotación, genera sus poderosas metáforas sobre qué significa “tener un sueldo”, “conducir un coche” o “ducharse todos los días”; poderosas no por verdaderas, sino por están sustentadas en la falsedad e injusticias dominantes, en la propiedad privada de los medios de producción de, entre todo lo demás, los propios discursos públicos). Y por supuesto hay que luchar contra esas metáforas. Pero eso no hace a nuestras metáforas libres, simplemente hace que nuestras metáforas tomen partido, se ensucien, se comprometan (ya sé lo en desuso que está el sustantivo “compromiso” dentro de la izquierda, y créame que no se me alcanza entender por qué). Por eso, no puedo coincidir (y perdóneme la petulancia, pero de verdad dudo que incluso Vd. crea realmente eso) cuando dice Vd.: “tomo la metáfora como un recurso que ayuda a explorar en lo no sabido: en la medida en que ilumina y permite establecer vínculos semánticos inéditos”. No sé que quiere decir con “vínculos semánticos inéditos”. Si se refiere Vd. a desvelar lo existente, la explotación, a formularla con la exactitud necesaria para obrar en ella y hacerla desaparecer, no podemos estar más de acuerdo. Si se refiere a algo parecido a crear algo de la nada, como nos dicen que creó Dios el mundo o como un prestidigitador saca un conejo de la chistera, con la esperanza de fundar en ese gesto el ser libre, o de estar principiando la libertad, creo que se equivoca Vd. Perdóneme de nuevo, pero si de eso último se trata, creo que su propio poema desmiente ese postulado, pues su poema no habla de lo no-sabido, sino de aquello que sabemos y experimentamos a diario, pero de lo que todavía no podemos hablar con exactitud, de aquello cuyos perfiles el poder capitalista todavía consigue hacer desaparecer en una neblina. Coincidirá conmigo en que la gran metáfora sería “la explotación” y que seguimos a vueltas de crear una imagen válida que nos permita comprender qué significa para poder acabar con ella. Y la explotación no es lo no-sabido, sino lo padecido, lo sabido, en cada gesto, en cada caricia que nos roban, en cada partícula de lo que somos. Sí coincido con Vd. en que retratar la desesperación de forma unívoca tal vez no nos sirva para nada, excepto para aumentar la desesperación, esa sensación de que no hay salida. Cuando hablaba yo de “exceso de retrato” tal vez quería decir “exceso de univocidad” o incluso “déficit de indagación”. No lo sé yo mismo, la verdad, pero tal vez tenga que ver algo con la estrategia necesaria para que una indagación lo sea de verdad, y por tanto nos resulte útil. En fin, mis neuronas se cansan, y sin duda, he abusado de su tiempo y paciencia.

También siento alegría porque en su mensaje, precisamente, siento que hay energía para ese “empezar a caminar juntos”. Me han interesado muchos sus argumentos y reflexiones. Muchísimo. Espero haber estado a la altura (quiero decir: espero haber sido respuestuoso y haber caminado a la para un trecho con Vd.) y que podamos seguir conversando. Reciba un saludo.



Comentario de conejillo de Indias () - 09 Octubre '07 - 16:13



Para Arturo:

En cuanto al pesimismo quería decir que eso es lo que has plasmado, no trataba de descalificarte. Me planteo si es posible hacer un análisis de una situación como la que expones y dejar un camino abierto a la esperanza.

Para Constitución española:

Si no se quiere analizar el cliente siempre tiene la razón. Antes se llamaban pacientes ,pero, como en todo, ha cambiado el organigrama. Si algún psicolingüista quiere intervenir…

Para Jorge:

Se ha quitado usted hasta los zapatos . No hay lugar para el cinismo.

Gracias.



Comentario de arturo - 11 Octubre '07 - 10:46



Estimado Jorge (o como te llames): tu mensaje me ha conmovido por su honestidad intelectual y su distanciamiento de imposturas habituales. Celebro ese punto de partida y para seguir con este diálogo, permitime hacer algunas aclaraciones. El poema aquí publicado no es autobiográfico (ni tampoco creo que el valor biográfico haga mejor, por sí, un poema), aunque se apoya en una experiencia que también padezco. (Paradójicamente, este texto surgió en Valencia, lugar donde resido aunque sea, tal como captás, argentino). En cualquier caso, el poema apunta a recuperar una vivencia en común. Eso no significa, sin embargo, que no encontremos resquicios: también hay una práctica de libertad de los explotados. Las experiencias de resistencia, de lucha, subversión y reinvención de lo cotidiano lo atestiguan. El grado de libertad, en una sociedad clasista, está asociada al poder de clase, pero a pesar de las condiciones de existencia actuales, subsiste en diferentes grados y no deberíamos olvidarlo si queremos radicalizarla.
Hay mucho engaño por aquí, quizás porque falta el cuerpo, o quizás porque el sujeto es ese extraño ser capaz de posicionarse en diferentes campos de diferentes maneras, no sólo según sus previsiones estratégicas sino incluso según sus deseos inconscientes. De ahí que un mismo individuo pueda ser a veces el “más radical” en un campo y en otro el “más normal” (y no comparto nada el culto a la normalidad que hoy se predica).
Hacés una serie de preguntas que refieren a lo biográfico; son preguntas que nos hacemos varios, sobre todo, porque percibimos incoherencias vitales en personas que se proclaman de izquierdas. (Esas contradicciones humanas duelen, pero ponen de manifiesto un deseo de cambio más valioso que la brutal coherencia de los dominadores). En un plano vital, a casi todas las preguntas te las puedo contestar afirmativamente, a excepción de la pregunta acerca de si compito por primas, si tengo asistenta o si me lavan la ropa. Ninguna me enoja ni me escandaliza en absoluto. Por esa vía, abriríamos un debate ético, y puede que sea relevante hacerlo en un foro como éste. Participaría en él, y hasta podría salir “bien parado”, pero confieso que eso no me consuela para nada. Por un lado, porque no dejo de ver mis privilegios, a pesar de mi posición laboral subalterna; y en segundo lugar, porque aunque éticamente tenga una relativa coherencia –no más de la que permite tratar de subsistir en estas condiciones-, no me olvido que muchos otros ni siquiera podrán acceder a lo mínimo indispensable. Eso nos lleva a la lucha política (donde casi nunca hacemos todo lo que podríamos y deberíamos hacer). Pero mientras el cambio social radical aparezca como una veleidad minoritaria, tendremos miseria y dolor extendidos y eso es lo decisivo (no mi tranquilidad o buena conciencia). No somos menos privilegiados por denunciar los privilegios; lo que define nuestra identidad es una práctica específica, y si esto es así, las declaraciones de intenciones no ayudan demasiado. Dicho ésto, cada uno es responsable de sus contradicciones éticas y políticas. Los poetas o quienes sean no escapan a eso. En términos más amplios, sin embargo, también es cierto que nuestra específica posición de clase no nos prohíbe cuestionar un orden social concreto (aunque podría volver como un boomerang). No hay que ser un sujeto oprimido para cuestionar la opresión. Al menos en mi caso, la coherencia poética que busco no está sólo relacionada a la coherencia práctica, sino también a una sensibilidad capaz de identificarse con el Otro (en sus múltiples formas), incluso con su sufrimiento. No tengo que ser inmigrante para identificarme con su realidad o participar en una guerra para adentrarme en su horror; tampoco tengo que ser obrero para saber lo que sufre o mujer para saber lo que padece en una sociedad patriarcal, y así podría seguir con los ejemplos. En todo caso, he escrito poemas sobre esas cuestiones y pretenden encarnar humanamente un cierto tipo de compromiso. Siempre habrá una distancia efectiva entre este enunciar y el padecer real, pero no por eso deja de ser válido intentarlo.
Advierto por otra parte un riesgo invertido, que es caer en la idea de que el proletariado tiene alguna prerrogativa histórica por sobre las otras clases, o algún tipo de superioridad moral que los convertiría en únicos portadores del discurso auténtico. Desde hace años, para mí uno de los problemas políticos radicales del socialismo es el siguiente: ¿qué se hace cuándo el “esclavo” no quiere romper el lazo desigual con el amo, sino solamente alternar los términos o incluso permanecer como esclavo a cambio de la supervivencia? En un plano más concreto: no me hace mejor ganar la mitad de lo que ganás vos como funcionario, ni me da más derecho a nada, si detrás persistiera el mismo deseo de salvación individualista. ¿Qué hay riesgos de autocensura en quien gana bien? Desde ya, pero no más de aquel que tiene pánico de que lo despidan, aunque gane 600€. Todos nos manejamos entre el decir y la omisión. Más aún, ¿quién podría sostener una radical sinceridad sin entrar en abierto conflicto con casi todos los demás?
Comparto algunas de tus sospechas, y habría mucho para hablar, incluso lo de “educación universal gratuita”. Podría hablar de mis horas de trabajo irregular(que duplican las tuyas) y de tantas otras cuestiones, pero ya me extendí demasiado. Sí decirte algo sobre la desesperación radical. Cuando uno la mira, no termina de saber cuán hondo puede calar. Combatirla no es un asunto romántico, sino vital. Acuerdo así con tus reflexiones sobre la necesidad de transformación sistémica. Desde ya, no es un solo decir, aunque en la poesía, decir es hacer: ahí uno intenta batallar con palabras, sacudir los párpados, interrumpir este largo letargo del que nadie escapa, ni mucho menos aquellos que se sueñan despiertos, depositarios de una verdad última que sólo cabría propagar. Sí, humildemente, cuestionar a los que se posicionan como propietarios (de la Verdad, del Mercado, la Razón, y demás), y no desde un postmodernismo insípido, sino desde la conciencia de nuestros límites y contradicciones, pero también desde nuestras apuestas y convicciones en la justicia e igualdad humanas. De la libertad también hay mucho para decir, y no podría despacharme en unas líneas. Creo que a pesar de todo sí tenemos cierta libertad, no como algo dado, sino como una conquista. La autonomía individual y colectiva es precisamente un objetivo que se alcanza a través de una práctica emancipatoria y nunca de una vez por todas. Estoy de acuerdo que casi siempre nos engañamos, pero algún lugar tiene el “sujeto” cuando decide. Me parece que hacer una lectura superestructural de la cultura (y por extensión de sus productos metafóricos) es simplificar la cuestión, a pesar de la cara metáfora marxiana, porque también en el campo cultural se producen brechas: cierta producción cultural –sobre todo, de carácter no-masivo- produce materiales que resisten en cierta medida los intentos de asimilación y esa resistencia alude a una relativa libertad: la que permite establecer conexiones desconocidas entre términos supuestamente conocidos. Aquí llego al punto de la “metáfora libre”: no me refiero a su no anclaje al tejido social (toda metáfora lo tiene siempre, quizás), sino a la posibilidad de encontrar posibilidades inéditas en el lenguaje. Castoriadis decía que la lengua es como una prostituta universal que cuando se usa de forma inhabitual conserva una virginidad intacta; la invención, en ese sentido, puede crear sentidos relativamente desconocidos, a pesar de las metáforas gastadas, al uso, que nos marcan (fijate si no la metáfora más muerta de todas: el Mercado…).
Yo no concibo romper con el lenguaje a secas; en todo caso, se trata de romper ciertas formas inerciales y estereotipadas de lenguaje con otros lenguajes en tanto soportes constitutivos del pensar. Tampoco me preocupan demasiado las “imágenes sorprendentes”. Casi siempre ocultan falta de originalidad… si es que existe algo así. Comprendo a qué te referís, a pesar de algunas diferencias conceptuales. Pero vos mismo lo decís: “aprender a volver a ver lo visible, la explotación constantemente visible, pero que no se mira”. Ahí está el poder de cierta metaforización: producir una reinterpretación para arrojar luz sobre lo que no se mira (lo que se desconoce), para mirarlo de otra manera. No me preocupa cómo llamo a ese tipo de metáforas; las encuentro cuando me sumerjo en la escritura y trato de distinguirlas de aquellas otras que ya vienen dadas. A pesar de todo, creo que no habría metáfora sin cierta libertad, y no es casual que los totalitarismos persigan todo lo que se parezca a ficción. Es su “poder disolvente”, el poder de mostrar que el sentido de lo real, a pesar de todo, puede desplazarse, des-literalizarse… (prometo si hiciera falta desarrollar todo ésto…). Si querés llamar a esas metáforas “comprometidas” no pondría objeción. Pero sí diría lo siguiente: establecer vínculos semánticos inéditos significa poder resignificar la explotación para comprenderla mejor y eso se hace cuando ponemos en relación términos no asociados (pienso por ejemplo la relación entre explotación y tiempo, no muy explorada en un presente que enfatiza la relación explotación-dinero, a pesar de Marx y Lafargue). No sé cuánto lo he logrado pero mi poema sí que intenta ahondar en esa dimensión no-sabida: no el tema de la explotación (algo que incluso amenaza convertirse en una “obviedad” que no se interroga sino que se presupone), sino los efectos que produce sobre la subjetividad. Para mí la “explotación” no es ninguna metáfora, pero habilita a construir relaciones al menos poco exploradas que nos ayuden a saber algo más (y no es lo mismo «saber» que «padecer»).
Para terminar, me siento confuso por tu afirmación de que leíste aquí “exceso de univocidad” o incluso “déficit de indagación”, sobre todo, por el reproche vertido por Constitución. Lamento si así fuera, pero ya vendrán otros decires que –espero- resulten mejores.
Mientras, agradezco tu paso por aquí otra vez y sobre todo, haber caminado juntos por un trecho.
Te mando un abrazo,
Arturo



Comentario de arturo - 15 Octubre '07 - 14:53



Conejillo de Indias: así interpreté tu mensaje; y no como una descalificación. De ahí que te dijera que tu comentario me despertaba una respuesta de otra índole. Aunque es paradójico, creo que el único camino para que la esperanza pueda sugir sin un componente ilusorio, es pasar por la vía del conocimiento de lo presente. Y nuestro presente es esta desesperación, este pesimismo encarnado en millones que, de ser la última palabra, no haría más que in-movilizar.
Pero no soy yo quien decide si es la última palabra o no: es un asunto de experiencia histórica. Los análisis del presente no son alentadores, pero la historia humana es imprevisible… También habría que señalar que si el pesimismo está ligado a la convicción de que nuestro mundo actual no es razonable ni justo y que no hay nada que esté señalando que cambiará desde adentro, diría que efectivamente soy pesimista. Pero eso no excluye la esperanza: a pesar de las expectativas negativas, nada me impide intentar construir, junto a otros, aquello que no tenemos.
Ese “pesimismo esperanzado”, a pesar de todo, parece ser imprescindible para ejercer una práctica política que no por radical menos lúcida.
Saludos,
Arturo



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