24 May '07 -«El temor de los colonizadores», prosa poética (Arturo Borra)

 

Errar por los pasillos de las ciudades seniles que celebran y enfurecen, como quien está afuera, si es que hay afuera, ahora que está todo dentro, si es que alguna vez dejé de estar alimentando las tumbas y montando las pajareras que me confinan. Si me erigí, animal bípedo, fue para escapar, correr en la estepa, buscar abrigo en alguna parte.

Errar dentro entonces, en la vera de afuera, aunque quiera entrar, y deba todos los saldos y sólo pueda asomarme por el ventiluz para espiar mesas satisfechas. Seguiré el deber metropolitano que me entrampa con su metro, trazando una cuadrícula en la que no figuro; así se tacha también y ya verán cuán bárbaros pueden ser cuando les incrusten un metal en la boca.

Es que quiero gozar de los que gozan sin reticencias, acechar a mis ejecutores; quiero esta vez reventarles la sonrisa, abrirles el estómago prominente, sacarle los fajos que acumularon en los archipiélagos a los que no podré ir más que para servirles. Arrancaré sus entrañas y su dulce pastar.

Puede que entonces haya otro testimonio, del otro lado.

¿Por qué siempre somos los testimoniantes, por qué los otros siempre intérpretes? ¿Por qué seremos eternos diseccionados en el museo de la Historia?

Quizás ya no podrá haber festejos entre muros. Seremos los invasores esta vez que colonizan su patria excelsa; les diré que la lección es que no hay ninguna, que antaño también hubo pregones educativos esgrimiendo palos para estos animalitos de todos los hemisferios; escuchen cómo cimbran las varas, cómo ladran las hembras, cómo aprenden a callar de una vez, al final; miren que también puedo construir una casa onerosa con cerámica mudéjar, miren los ventanales, qué amplitud de vista, las puertas, qué cerrojos; miren las habitaciones, qué cópula, qué mujeres tan modélicas, esculpidas con sus tetas de plástico y su colágeno de labios que sonríen a los marranos forrados de oro, miren damas y caballeros este espectáculo circense, este festival zoológico; miren cómo la cocina entibia manjares mediterráneos, cómo el crudo se hace en la salina; miren y no dejen de mirar estos hombres inalámbricos, los autos que los manejan, las terrazas hipotecadas que dan al mar -otro mar que nos lleva en una patera a los confines de los que proviene su holgura, esa que alimenta la caldera de lo fungible, y sepan que nuestra pócima no será un elixir pero tendrá algo de alquimia para esta tierra seca; miren monos, miren leones, miren vacas, miren machos cabríos cómo el palo educa, cómo la dentellada civiliza.

Todos podemos civilizar matando. Arrancaré los adornos de los brazos, el cuello de diamante, los dedos contabilizando su derroche; miren que aquí también se incendia la sangre, que en cualquier parte duele el dolor, que aquí también se puede colonizar a martillazos y puede haber frío y fuego que pernocta en una biblioteca que nadie lee.

Pero no se asusten, ya sé que es una broma pesada, un mal chiste que previenen llamando a papá para que barra el trabajo sucio debajo de la alfombra y esconda a la rumana en el cuarto de planchado; ya sé que no es para tanto, que alcanza con alambrar y no es que dude de este orden tan prolijo, faltaría más, si agradezco que no me devuelvan al desierto. Es sólo un mal sueño, una pesadilla de lo que quisiera pero no puedo.

Un mal sueño, eso es todo.

De Anotaciones en el margen

 
 
 

Editado por arturo, el día 24 Mayo '07 - 17:16, en Poemas.

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