08 Mar '07 -Perejilaida (y 5)

En tal día como hoy, señalado en todas las agendas de la FNAC, quizá se debiera a las compañeras todas otro contenido (y no nos extraña casi nada que el machismo imperante entre artistas, intelectuales y poetas soslaye también hoy, como siempre, este tema). Sin embargo, tras largo tiempo en que no se daba continuación a la Perejilaida, mandan amigos y compañeros que sigamos la historia de tan Hínclito Poema Hispánico y Hépico, en vísperas de que las sus mesnadas aznarianas, cargadas de consignas de las FAES, las AVT y otras raras siglas, vayan a campar por sus respetos por la Villa y Corte. Y esta vicesatrapía, disciplinada, obedece.

Vayan, pues, las siguientes tiradas, no sin notificar en lo que sigue dónde se pueden encontrar las primeras entregas, así como subrayar que no se da por perdida la esperanza de que los poetas ensimismados, como la ideología dominante les ordena y manda, dejen de ensimismarse y se entreguen, por fin, algún tipo de proyecto organizativo y colectivo.

Primera entrega.
Segunda entrega.
Tercera entrega.
Cuarta entrega.

Subida sobre una peña hirsuta, roída y gris
que domina entera la isla del Perejil,
una cabra vieja y sabia miraba sin rebullir
cómo izaban seis turbantes el pendón del magrebí.
Lo miraba bien de frente, lo miraba de perfil,
lo miraba como mira el aldeano un cidi,
se rascaba con un cuerno, mesaba su barba gris,
y rumiando por lo bajo un palo de regaliz
cada vez más cabreada mascullaba para sí:
"¡Qué siempre en etos guateques con petardo y banderín,
sean rojos o amarillos, blanco, verdes o de añil,
al final de plato fuerte me toque servir a mí!
¿Por qué si su tierra dicen y su mar guardar así,
quien paga el pato es la pata, los principios, el delfín,
y al final de plato fuerte me toca servir a mí?
Si tienen hambre de gloria, ¿por qué no se van allí?,
harta estoy de tanta burla, de tanto malandrín,
y de meriendas de negros, que militar o civil,
al final de plato fuerte me toca servir a mí".
Y mira a los que allí estaban y a los que están por venir,
y abre el hocico y bala, y el balido dice así,
traducido al castellano de la lengua cabritil:
"¡Ved, ved, ved, mis cabritillos lo que hoy pasa en Perejil,
que si hoy pasa más lejos, mañana os pasará ahí,
escuchad de mis hocicos lo que os tengo que decir,
que el balido que hoy os balo no es balido baladí!
Si fieros como cabrones os queréis batir por mí,
mis favores no con balas, con baladas decidid,
pero no, porque ya os veo que en mataros insistís,
o estáis locos o estáis muertos, no sabéis qué es vivir.
Ya no es cabe en la cabeza imaginar qué es morir,
que ni es el paraíso, ni leche, mieles ni hurís,
ni es como un parpadeo y una raya en la tiví,
que allí no hay nadie si entra, ni se sale con un clic,
que es faltar aire en el aire, no haber nadie ni latir,
no haber latir ni nadie que sienta que no hay sentir.
No haber aroma que pueda partirse en rosa y nariz,
ni son que en oído y hoja juegue a se repartir,
no haber límite en el viento que piel pueda sentir,
no haber carne, ni haber dónde, ni haber qué quiera salir,
no estar dónde ni ser cuándo, no haber estar ni existir,
ni de palabra siquiera, qué ni quién, ni no ni sí.
¿Y todo por un harapo rojo o gualda o carmesí?
¡Dejad mi isla al momento si no venís a vivir
mis espumas, mis abrojos, mi sed y mi Perejil,
que a vosotros es nada y lo es todo para mí!"
Así balaba la cabra subida a un peñasco gris,
la gaviota se espantaba, se sumergía el delfín,
al estruendo de las botas y los hierros y el fusil,
al estruendo de las proas que se veían venir,
en la arena de su isla ninguno la llega a oír.
Las gambas entre las cañas se empezaban a servir
muertas en blancas bandejas en los bares de Madrid,
entre gol y chuntachuntas ninguno la llega a oír,
a la cabra de la roca, la roca del Perejil.


***


Por esa terrible estepa Castellana hacia adelante,
sobre el árido granito que va sembrando el alcalde,
entre volvos y sudor y hierros Rodrigo parte.
Recoge en el adosado las cuatro cosas que caben,
los cuadernos del colegio entre lágrimas los abre,
coge sólo los de lengua, allí deja los de arte,
las demás cosas que había las alquila o las reparte.
Despide luego a Jimena sin que el llanto se le salte,
Jimena la menudita, la de nombre tan notable,
exótico y sugerente que le buscara su padre,
la asistenta ecuatoriana que a buscar cobijo parte
en Cerdeña o en París, con San Pedro o con quien pague.
Rodrigo mira la casa por última vez y sale,
no sin antes comprobar que lleva todas las llaves.
La puerta cierra y no mira atrás por no acobardarse,
los enanos del jardín sí que miran a otra parte,
conteniéndose en los labios tapados algo innombrable.
La moto arranca y arranca la farola el derrapaje
que allí la solía atar cada noche con un cable,
y el dolor de la partida no le deja concentrarse.
Al pasar por Ciempozuelos sudoroso le da alcance
sobre su cuatro por cuatro el bueno de Álvaro Apáñez,
con dieciséis del despacho que siguen siendo leales.
Su secretario le abraza, a don Rodrigo le sale
temblando por las pestañas un decreto de arbitraje.
Ya atraviesan por la Mancha, ya a los molinos combanten,
que son estos tiempos tiempos de confusión, ya se sabe,
y en verdad no son molinos, que ya lo dijo Cervantes,
esas cosas que dan vueltas, sino aparantos gigantes
que descargan lejos rayos que allí producen con aire.
Ya se huele el mar salado, ya cruzan agua adelante
por el estrecho embarcados en un pontón vacilante.
Bajel de lata que llaman por su hechura Rocinante,
en todo el mar conocido por detrás y por delante,
no corta el mar, lo trocea, como si fuera trinchante,
entre uno y otro patín. La luna en el mar se parte
de brisa entre sus dos quillas, allí el sur, allí levante,
¿dónde coño está Melilla?, y con tan buen gobernante
pronto llega a Estambul. Los turcos con gran donaire
les reciben, les escuchan, visto el caso, cuanto antes
en cuatro contenedores les despachan para Tánger;
las fazañas que allí fazen se cuentan en otra parte.
Pelean y ocupan plazas reservadas en los bares,
les echan de dos castillos muchachitos musulmanes
que tomaron por la fuerza y no quisieron pagarles,
beben té y comen cuscús cuando cuentan con contante,
al raso duermen desnudos, consumen hierba si hay hambre,
les multan y la confiscan, traman vengazas y planes,
hasta que al fin les encuentra por Rabat, solos y errantes,
el secretario del rey y les conoce al instante. Le relatan sus desdichas y le presentan en el trance
en que se encuentran metidos sin saber el desenlace,
que no hallaban en sus libros un romance semejante.
Les conforta el secretario, que fue mejor estudiante,
y una audiencia les consigue donde el rey pueda escucharles,
entretanto les mantiene en su casa a pan y carne,
les enseña castellano media hora por las tardes
y romances sefardíes los sábados sin cobrarles,
y les explica y pone ejercicios, pero en balde.
El tiempo pasa volando como en sueños, ya se sabe,
y como suele ocurrir en los cuentos musulmanes,
con que el día en que las puertas de palacio se les abren
es el mismo en que salían por Madrid, pero más tarde,
y cuando el rey bien armado con un bigote notable
les advierte que la cosa en Perejil está que arde,
en las calles de Madrid aun esperan que Aznar hable.
Oído el caso propone la reina con voz muy suave
como guardia forestal a Rodrigo contratarle,
y a los doce que le quedan si quieren acompañarle.
Que en su moto se recorra la isla de parte a parte
y de sus largos periplos en prosa o verso dé parte,
si hay fuego o si hay polución, si ve un cíclope gigante,
o si encuentra alguna entrada a los infiernos, que pase.
Que con todo podrá hacer una epopeya elegante
que por título simpar Perejilaida se llame,
donde orgullo y necedad de los hombres se retrate,
ya que Gil en castellano es arquetipo de orate,
y per un sufijo que indica que de remate.
Que con eso matará dos pájaros en un mesmo combate,
mientras metáfora sea, no sangriento disparate,
pues por la fuerza tendrá cuando lo escuche el Aznárez
en política y en métrica con galardón que aprobarle,
por ocupar Perejil y hacerlo en romance,
que en cuanto al rey Muhammad y a Marruecos, por su parte,
le da ella su palabra que lograra conformarles
con que la isla sea parque de las cabras y de nadie,
sin bandera mas con meros, sin país pero habitable.
Que por sola condición para arreglo tan amable
ella pone que Rodrigo, por satélite o por cable,
le localice al barbero de Aznar y a Rabat lo mande;
y al secretario leal que del plan ha sido padre
que le dejen husmear en los archivos de balde,
ya que en España, total, ya no le importan a nadie.
Conforme el rey y conforme Rodrigo, que allí se abracen
la reina manda gentil, los dos gentiles lo hacen,
y que antes de partir, a todos les mida el sastre,
que a ellos les quiere hacer chalecos de camuflaje,
a la moda de Madrid, blindados pero elegantes,
que ni cabra ni delfín ni los pájaros se espanten,
y a Muhammad otra quibla, y no discutas, ya vale,
que la que llevas está para darla a un mendicante,
por que no me espante yo al llevarte a un restaurante.
Cuando salen de palacio el alba está ya que arde,
la cabra en el Perejil duerme a ratos, vela en parte,
en los bares de Madrid esperan que Aznarez hable.




(Y restan aún tres tiradas).

Editado por ctp, el día 08 Marzo '07 - 19:28, en todo es de todos CTP.

Ha dicho algo al respecto:

Comentario de andree - 18 Febrero '08 - 16:16



De lo bueno, lo mejor. ¿Y el resto del Poema Hépico?



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