En vista de la situación por la que atraviesa la “reordenación” política, social y económica mundial vinculada a los acontecimientos del 11 de septiembre del 2001, resulta hoy particularmente importante reflexionar sobre la tradición “contestataria” de la resistencia como práctica artística, ya que dicho activismo parece estar ahora extendiéndose con especial rapidez. Por ello creo conveniente advertir que si bien su proliferación puede ser positiva, ya que puede ayudar a combatir tanto los efectos negativos de la globalización como los preocupantes recortes de derechos y libertades del ciudadano/a, justificados para salvaguardarnos de los posibles atentados terroristas; también es importante advertir que la proliferación de la practica artística activista puede acabar siendo víctima precisamente de aquello a lo que critica y, por tanto, en vez de generar resistencia puede acabar erigiéndose como otro de los muchos modelos artísticos succionado por la Historia del Arte institucionalizada.
Una reflexión sobre la pertinencia de la resistencia en la práctica artística actual plantea de manera inmediata dos aspectos por los que me gustaría comenzar. El primero vendría a precisar a qué se resiste la práctica artística. El segundo indagaría sobre cómo se resiste, es decir, cuales son las estrategias que la practica artística desarrolla para hacer posible esta resistencia.