17 May '06 -"Los altares vacíos" y "Los hijos de la isla de Wight" (dos poemas de Verónica Pedemonte)
Verónica Pedemonte, de nacionalidad española, nació en Montevideo en 1963 y llegó a España con nueve años. Estudió Filología y Psicología en Sevilla. Escritora y poeta, ha sido reportera del Suplemento Cultural del "Diario de Cádiz", y cronista de los periódicos "Extremadura" y "El Puerto Información". Actualmente es columnista del "Diario de Cádiz" en El Puerto de Santa María, donde reside en la actualidad.
Su primer libro, "LENGUAS DE FUEGO", se publicó en 1995. En 1999 obtuvo el Premio Nacional de Poesía "Joaquín Benito de Lucas" con su libro "DIARIO DE UN REBELDE" (ed. Melibea). En 2000 obtuvo el Premio Internacional de Poesía "Gerardo Diego" por su libro "ESCLAVOS Y LIBERTOS" (ed. Cervantina). En 2002 obtuvo el Premio de Poesía "Kutxa Ciudad de Irún" por su libro "DULCINEA EN MANHATTAN" (ed. Kutxa).
Su obra poética está recogida, entre otras, en las antologías "Ellas son la tierra" (Diputación Provincial de Cádiz, 2000), "Mujeres de carne y verso" (ed. La Esfera, 2002), "Poesía femenina española" IV tomo (ed. Torremozas) y "Voces del Extremo" (Fundación Juan Ramón Jiménez).
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LOS ALTARES VACÍOS
Estábamos en el tercer milenio,
me pareció obscena toda esa gente ahí
contemplando a Cristo en una cruz
después de la lanzada de Longinos.
Después de Herodes, de Pilatos,
esas mujeres en el suelo plañideras
tantos siglos, me pareció una burla.
Yo sólo tenía un corazón de siete años
apenas con uso de razón y sin conocimiento
de los usos sociales. ¡Blasfemia!, gritaron,
cuando avancé entre la turba
dispuesta a arrancarlo de la cruz.
Creí que era un grito de alabanza
y contenta le arranqué el primer clavo.
La sangre que manaba de sus pies
la recogía con mi pelo. ¡Blasfemia!,
gritaron nuevamente, y más contenta
aún, seguí secando su sangre con mi pelo.
Pero su sangre manaba a borbotones
y en un piélago inmenso
se llevó a los judíos a la diáspora.
No puedes seguir ahí, le dije,
y arrastré su cruz por Palestina.
Y todo era un Mar Rojo abierto en dos
por el caduceo de la vertical,
mientras yo trepaba por su cuerpo
hasta alcanzar su dolor doble .
Mi pelo ya era rojo y nadie me veía
y rojo era mi traje también y mis piernas
pequeñas, mi vestido, mis pies.
Yo soy tu horizontal, le dije,
mientras recorríamos Europa
bajo las bombas feroces y las cruces
enemigas gamadas sobre un rojo perfecto.
Las cruces robadas a los Vedas
por alguna valquiria amiga de Sigfrido.
Y lo seguí arrastrando perseverantemente
entre los genocidios. Los dos éramos
pura hemoglobina que danzaba, giraba.
Me gritaron en varios idiomas
palabras que no entendía
pero supuse de ánimo,
la Humanidad es tan dulce...
Así que continué con Cristo a cuestas
hasta el Mar del Plata.
Pero nadie me vió. Yo era una niña roja
pegada a una cruz de sangre sobre el mundo.
Y allí, pacientemente, comencé a arrancarle
los clavos de las manos, de las manos en un estadio.
Mientras Cristo cantaba en todos los idiomas,
yo me quedé dormida. Dicen que no hay altares
y que las aves del paraíso recorren las estrellas.
Las plañideras muertas, el Gólgota vacío.
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LOS HIJOS DE LA ISLA DE WIGHT
Los hijos de los hijos
de la isla de Wight
tuvieron hijos.
Y por más hijos que tuvieron
los hijos de Darwin,
los hijos de Malthuse
los hijos de MacCarthy,
los hijos de ...
. meretriz
(sea santa su madre
por los servicios al Estado,
y el cuerpo en usufructo),
los hijos, y las hijas de los hijos,
de la isla de Wight
tuvieron hijos.
(VERÓNICA PEDEMONTE)
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