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De la mani a la obra.
Jose María Parreño.
Como resultado, o como impulso fundamental a lo largo del
siglo, la obra de arte ha jugado al ratón y al gato con las instituciones
artísticas. Después de cada juicio que sentenciaba: "esto no es
arte", las instancias correspondientes inciaban una profusa actividad para
acabar introduciendo esto -lo que fuera- en el campo de lo artístico. A estas
alturas, sin embargo, a los aduaneros de este reducto les han robado los
sellos, las cercas están derruidas y nadie sabe decir, a ciencia cierta, dónde
empieza y dónde acaba el territorio de lo artístico. Es más, a unos no les
parece ya satisfactoria su mera existencia, como si de una reserva de flora y
fauna protegidas se tratase, porque piensan que la vida entera está bajo el
signo de lo exccepcional y lo sagrado. Otros, por el contrario, afirman que todo
lo que valía la pena conservarse lleva años hecho añicos o embalsamado, y que
estamos rodeados de impostores. Aún hay terceros: los que creen que la obra de
arte sigue teniendo sentido como algo cierto, determinado, practicable, cuya ejecución
resulta de los ejercicios de la imaginación en el gimnasio de la cultura.
Lo único seguro de todo esto es la creciente fuerza y monumentalización de las
instituciones artísticas, y la progresiva evanescencia e inestabilidad de las
obras de arte. En 1969 Rober Barry llevó a cabo lo que denominaba "Pieza
Telepática", que comentaba así en el catálogo: "Durante la
exposición intentaré comunicar telepáticamente una obra de arte, cuya
naturaleza es una serie de pensamientos que no pueden aplicarse a lenguaje ni a
imágenes". Los museos son cada vez más importantes como contenedores y,
paralelamente, las áreas de investigación punta se desarrollan en la nada o en
la calle: desde el arte en la red al arte de acción. Los dos fenómenos caminan
de la mano desde hace décadas. Y la situación es incongruente hasta el punto
de que toda una corriente artística se ha decidido a reflexionar sobre ella. En el
juego del ratón y el gato arriba mencionado, ciertas obras han elegido la
estrategia que podríamos llamar de "la carta robada": desaparecer
extremando su visibilidad. Así Mierle Laderman Ukeles promueve lo que ella
denomina "Arte del Mantenimiento". En "Cleaning the mummy
case", por ejemplo, declara obra de arte la vitrina de un museo de
antropología, lo que obliga a trastocar el reparto convencional de tareas, pues
la pieza deja de estar al cuidado del equipo de limpieza para estarlo al de los
conservadores. No sabría si interpretar esta obra de arte como una burla, o
como una seria ironía acerca del relativismo de todo juicio sobre lo
artístico. Lo que me importa señalar es la dirección hacia la que señala: a
otra parte. La vida está en otra parte, decía Rimbaud, y otro tanto podríamos
decir hoy nosotros del arte. Definitivamente lejos incluso de Barry o de Ukeles.
Y la razón es que ellos ya son engranajes en la lógica económica del arte como
medio de vida, y para ellos sus negaciones han sido convertidas en afirmaciones.
La industria que transforma unas en otras la constituyen ciertos críticos,
ciertas revistas, ciertas selecciones. Exagerando, diríamos que la obra pierde
integridad artística en la medida en que gana aceptación. Exagerando un poco
más podríamos decir con Preiswert Arbeitskolleguen (Sociedad de Trabajo No
Alienado): uno sabe que está haciendo arte porque le busca la policía. Y esto
por una razón: porque creo que la esencia del arte está del lado de la vida,
del lado del juego, del lado de lo que sólo tiene valor -y un valor
incalculable- para uno mismo. Del lado que estoy seguro, en todo caso, no
está, es del de las inauguraciones, las subastas, las diez páginas de
exégesis de la obra que nos deja fríos. El arte que me interesa transforma al
artista, y luego lo hará con el espectador. En ese sentido, hacer hincapié en
la obra de arte como objeto material y terminado es como empeñarse en exponer
el buril en vez de la escultura. Todo esto lo resume muy bien Max Jacob en la
primera frase de su libro Consejos a un joven poeta: "Yo abriría
una escuela de vida interior, y escribiría en la puerta: Escuela de arte".
La maniobra artística, con todo lo que tiene de imprevisible y secreta, se
encontraría a mi juicio en una situación mucho mejor para desarrollar sus
propósitos si sólo se llamase "maniobra". En términos generales
creo que una de las estrategias del arte del futuro habrá de ser referirse a
sus creaciones sólo como "obras". Términos como "arte" o
"artístico" son, en definitiva, marcas, y su función es la de
situarse ventajosamente en un mercado repleto de objetos de consumo. Sólo
despojando a la obra de arte de su aura de prestigio social, sólo agujereando
su receptáculo para el capital volverá a ser lo que es en esencia. Al fin y al
cabo, un cuadro no debería poder comprarse, sino merecerse.
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