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ISSN 1886-2799

Revista  MLRS
nº 18

(octubre de 2008)

 

>>>>>>>>> poemas

de la guerra de españa

 

 

[Selección para el MLRS a cargo de César de Vicente Hernando]

 

 

NOTA INTRODUCTORIA

 

La Guerra Civil Española constituyó, entre otras muchas cosas, el único momento en la historia de España en el que existió una suspensión efectiva del poder y del dominio de clase, y por tanto, también de la imposición cultural de la burguesía y de la pequeña burguesía sobre el proletariado. Esto significa que se hacía posible la construcción de una sociedad radicalmente distinta. En los más de dos años que duró la contienda existió, también en la literatura, una lucha por el control del poder en los Aparatos de Estado (Ministerios, Revistas, Instituciones educativas, etc.) y un intento de hegemonización de los procesos sociales que se estaban dando. La razón, desde el punto de vista de la literatura y más concretamente en el ámbito de la poesía, fue la eclosión de una poesía popular-tradicional (el romancero fue, con mucho, la forma más difundida) que se convirtió en la forma de expresión del proletariado agrícola e industrial, de los miembros del ejército republicano y de las milicias, y sirvió como narración de hechos, proclama, reflexión y combate. Si lo cotidiano (la lucha en el frente, el miedo, las bajas, el frío, la arenga, los enemigos, los héroes, etc.) limitó en parte las posibilidades de la literatura, por contra lo cotidiano en los poemas se convirtió en historia. Por ello, nunca en la historia de España hubo un diálogo tan estrecho y, también, tan contradictorio entre poesía culta y poesía popular (si se quieren estos términos) como en este tiempo en donde la solidaridad internacional, la lucha por la tierra, el lamento y el trabajo en la retaguardia compusieron algunos de los versos más significativos de lo que fue el largo siglo XX.

 

César de Vicente Hernando

 

 

 

Si queréis ampliar la lectura:

César de Vicente Hernando (ed.):

Poesía de la guerra civil española 1936-1939;

ediciones Akal, Madrid, 1994;

435 págs.

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Primero de Mayo

 

 

I

 

No hay descanso ni paz en esta tierra,

en esta amarga calle señalada,

en estos corazones.

A vosotros, canteros y pastores,

obreros de París, de Londres y del mundo:

¡No hay descanso ni paz en esta tierra!

 

II

 

Hombres, trabajadores lo mismo que vosotros,

con yuntas de bueyes iguales que los vuestros.

Con tomos parecidos

o con rebaños llenos también de polvo y de romero,

por el mismo cielo común y parecidas fábricas,

caminan y trabajan infatigablemente.

 

III

 

Hombres, trabajadores lo mismo que vosotros,

con hijos tan hermosos

y sábanas tan pobres en lechos parecidos,

y tierno pan, tan oloroso como el vuestro,

pelean y triunfan al pie de los olivos,

en los trigales rubios,

sobre la nieve vieja que duerme entre los pinos.

Bajo un cielo varón, hombres varones,

fuertes y alegres como lo sois vosotros,

dejan en el olvido

el incendio de sus dormitorios y abuelos mutilados.

¡No hay descanso ni paz en esta tierra

que para siempre ha de llamarse España!

Porque somos, hemos de ser, los únicos propietarios del día,

dueños de las ciudades y verdaderos amos de los campos.

 

IV

 

Los hombres de las minas.

Los que trabajan en ganados y montes.

Los que hacen el pan y los que lo cultivan.

Los poetas, herreros, leñadores,

el nombre guardan, y la sangre del pueblo

en la quemada tierra de las avanzadillas,

en los talleres.

 

V

 

¡No hay descanso en esta tierra!

Sólo hay flores que viven en tinajas quemadas.

Cartas que terminó la Artillería.

Hombres que no descansan,

despiertos siempre, como están los castaños

hasta que la victoria da los frutos.

 

 

Lorenzo Varela,

Madrid, 1 de mayo de 1937

 

 

 

 

 

 

 

Sabed que hay más

 

 

No es la muerte ni el viento desgarrado,

ni es la vertida sangre lo que clama;

candente pecho en lenguas desangrado

en ascua herido se deshace en llama.

 

Ni la Tierra gloriosa por el Hombre,

cruzada en surco ardiente a golpe duro,

donde cuerpos ya fríos y sin nombre

son claras primaveras sin futuro.

 

Ni los que ascienden con el trigo, lentos.

Ni los que marchan bajo tierra, fríos.

Los que no en luz, sí en mego, violentos

en la guerra se parten como ríos.

 

Ni las ciudades rotas y latentes,

sólo por llanto y soledad cruzadas,

donde la muerte clava helados dientes,

candente plomo en lenguas maniatadas.

 

Ni los que igual que mechas van erguidos

con un temblor de corazón que late

y allanando praderas de gemidos,

pólvora ardiendo saltan al combate.

 

Ni el agua verde y el caballo oscuro.

Ni el viento que golpea la cintura.

Ni el hombre que se parte contra un muro

se hace polvo y sangre en tierra dura.

 

Ni esos cuerpos de tierras y raíces,

que puebla un verde mar de venas rotas

y hundidos en el barro son felices

clavados e indomables en sus botas.

 

Ni los jóvenes rudos, altos, fuertes,

sombras que a la victoria van unidas:

aún golpean la muerte con sus muertos

y hay clamores de pólvora en sus vidas.

 

Hay más. Hay más que las raíces y el espanto.

Más hondo que la sangre y que la sombra.

Más hondo que la Muerte, el agua, el llanto.

¡Sabed que hay más que lo que se oye y nombra!

 

Sabed, oíd, sabed que en pura llama

se cruza un pueblo erguido a golpe duro:

¡la voz de España humedecida clama

y en fuego y sangre se abre hacia el futuro!

 

 

Pascual Pla y Beltrán,

abril de 1938

 

 

 

 

 

 

 

Cercada soledad

 

 

I

 

Tuya sola es la voz nadie más ahora

que una niebla de muertos se extiende por la tierra

y los astros señalan bajo un terrible cielo

nuestro humano destino de infeliz existencia.

 

Volverán vanamente las primaveras límpidas

proclamando en la tierra su perfumado oficio

nuevamente el estío madurara sus oros

acunando un calor hasta otoño abundoso.

 

Con pie nevado invierno pisara los sembrados.

Desdeñoso es el paso de su alternado curso

ante el dolor humano que tiembla en desamparo.

Solitario está el hombre como un planeta inmóvil.

 

Inútil es el tiempo para tejer olvidos

—otoño amarillento que sus ramas desnuda—

si rinde el corazón sus juveniles sueños

la tierra en cambio abonan desengaños lentísimos.

 

Diferente es la voz que conmueve a los hombres

ni la palabra logra expresar nuestro anhelo.

No cabe compartir este recuerdo oscuro

que la sangre estremece o los ojos invade.

 

No les salva a los hombres ni en su inmediato sino

ese dolor común que organiza a las gentes

hacia una estrella izada por numerosos brazos

o una felicidad que no distingue labios,

 

Lamentable es el hombre sometido a destierro

si no es igual la rosa que ven distintos ojos

ni la voz se entrecorta ante entrañables nombres

Únicas son lágrimas que anegan sus pupilas.

 

Solitario conduce el pastor sus rebaños

y las puertas se cierran a las nocturnas sombras.

Así pasea el hombre su soledad terrestre

conduciendo sus penas por los llanos del pecho.

 

Palmas cual tierra muestra ojos como lagunas

señales son purísimas de su común estirpe

No niega sus raíces ni el aire compartido

que como espacio ramas posible su voz hace.

 

II

 

Mas escuchad su duelo.

De recuerdos ternísimos

o indecibles vergüenzas la misteriosa niebla

de su alma se ha formado como un rubor que tiembla

por pronunciar el nombre de la flor que lo tiñe.

 

Si los ríos se buscan para sumar sus cauces

agrándanse las nubes hasta negar sus bordes

y los campos prescinden de sus antiguas lindes

imposible es que el hombre su soledad comparta.

 

Pasará solitario por los duros oficios

ciudades como fábricas y puertos cual barandas

por donde asoma el pecho emigrante del hombre

hacia un país que espera su muerte o su fatiga.

 

No pueden las banderas sustituir la luz

las estrellas no logran mirar como unos ojos

ni el grito de las gentes valer por ese nombre

que los seres pronuncian en medio del delirio.

 

Hay manos sepultadas cual raíces de cuerpos

pupilas en lo oscuro llorando inmensamente

tempranísimos lutos por el odio ordenados

que vence una bandera que despliega la sangre.

 

Decisiva es la lucha que exige nuestro esfuerzo

y golpea nuestras sienes con sombríos mandatos.

Enclavado está en ella nuestro gran desamparo

turbando hasta la sangre de su soledad clara.

 

Mas volverá la voz a la canción tranquila

y el humano concurso a estimular los campos

de nuevo las guirnaldas colgarán viejos troncos

y trabará el amor sus disputas más tiernas.

 

¿Pero está entre nosotros su misterioso nombre?

vivimos en ausencia sin rozar nuestros cuerpos

perdidos entre gentes que viven su destino

Así pasea el hombre su soledad terrestre.

 

No comprende la vida esta pena inmutable.

ni ese lento sollozo que a los hombres aisla

Tal pasan sus estruendos al borde de sus ojos

dejando una amargura indecible y tristísima.

 

 

—Bernardo Clariana,

mayo de 1938

 

 

 

 

 

 

 

Cascos

 

 

Cascos,

piedras de la roca erguida de la raza;

mientras hieran las luces de poniente, eternos

estos cascos de hierro,

arderán las hogueras de la Patria.

 

Piedras fundidas

al corazón que late sin remedio,

abierto en las trincheras,

al campo libre, al cielo libre,

al espacio que marcan las manos redentoras,

 

Mientras vibren los pechos;

mientras surjan las horas sin negruras ni espacios,

los campos luminosos, los valles de esmeralda,

los ríos que se rompen, heridos por espumas,

las ramas retorcidas de arbustos centenarios

dormirán en la paz de soles calcinados,

dormirán en la paz.

 

Correrán por los cauces

de los mundos sin grava

los torrentes de sangre, los torrentes que brotan de los pechos heroicos,

pero fuertes, mientras vivan sin tacha

estos cascos heroicos,

tan duros como rocas clavadas en la cumbre,

arderán las hogueras de la Patria.

 

 

—Roger de Flor,

mayo de 1937

 

 

 

 

 

 

 

Tierra

 

 

De la misma trinchera en que estoy,

yo he cogido un puñado de tierra.

La creía fría,

y en verdad que quema.

Tiene vida la arena, y la arcilla

de la tierra ésta;

tiene vida, porque tiene sangre,

que los hombres con sangre la riegan;

apretarla he querido con mis manos,

mas ella se niega.

 

Ni aun tirarla he podido,

que me pesa en el alma esta tierra.

En su polvo empapóse la vida

de aquellos que un día su vida ofrecieron

por llevarle ¡vida!

a la misma tierra,

que con sed se bebiera su sangre

como savia nueva.

¡Yo quisiera tirarla, tirarla!

¡Cómo pesa en mis manos la tierra!

 

En mis ojos la sombra del llanto,

mis labios hundidos en ella;

sabe a sangre la tierra en mi boca,

que besó la tierra.

 

 

—Práxedes,

octubre de 1937

 

 

 

 

 

 

 

Asturias

 

 

Asturias, si yo pudiera

si yo supiera cantarte...

Asturias verde de montes

y negra de minerales.

Yo soy un hombre del Sur;

polvo, sol, fatiga y hambre,

hambre de pan y horizontes...

¡Hambre!

Bajo la piel resecada

ríos sólidos la sangre

y el corazón asfixiado

sin venas para aliviarle.

Los ojos ciegos, los ojos

ciegos de tanto mirarte

sin verte, Asturias lejana,

hija de mi misma madre.

 

Dos veces, dos, has tenido

ocasión para jugarte

la vida en una partida,

y la dos te la jugaste.

¿Quién derribará este árbol

de Asturias, ya sin ramaje,

desnudo, seco, clavado

con su raíz entrañable

que corre por toda España

crispándonos de coraje?

 

Mirad, obreros del mundo

su silueta recortarse

contra ese cielo impasible

vertical, inquebrantable,

firme sobre roca firme,

herida viva su carne.

 

Millones de puños gritan

su cólera por los aires,

millones de corazones

golpean contra sus cárceles.

 

Prepara tu salto último

lívida muerte cobarde

prepara su último salto

que Asturias está aguardándote

sola, en mitad de la Tierra,

hija de mi misma madre.

 

 

—Pedro Garfias,

poema publicado en México, 1941

 

 

 

 

 

 

 

Nubes de hierro te aplasten

 

 

Quién llora en Madrid. Quién llora.

Nadie, nadie, nadie, nadie.

Los niños lloran, los niños

que van buscando a la madre.

—La mañana mancha el oro

con el polvo de las calles

que sale de casas rotas,

quebradas como cristales—.

Los niños lloran, los niños.

Maldiciones de sangre

resuenan por las esquinas:

«Aviador que mataste

dentro de la noche negra,

nubes de hierro te aplasten

y cuando quieras salir

se inflame de fuego el aire,

los niños son inocentes

no son culpables las madres

pero tú los asesinas

como si fueran culpables,

cuánto odio contra tus alas

rezuma por todas partes».

Quién llora en Madrid. Quién llora.

Nadie, nadie, nadie, nadie.

Los niños lloran, los niños

que van buscando a la madre

tendida entre los escombros.

 

Aire, aire, aire, aire,

si te pudiera cortar

para que no entrase nadie.

 

 

—E. Ortega Arredondo,

publicado en el Romancero General de la Guerra de España, Valencia, 1937

 

 

 

 

 

 

 

A punta de aguja

 

 

A punta de aguja

se ganan batallas.

No bastan fusiles,

ni bastan las balas,

ni basta el coraje,

ni la ciencia basta,

que otros enemigos

tomaron las armas.

Aire de la Sierra,

más que aire, navaja

que afiló la nieve

de las cumbres altas,

¡ay, cómo perdiste

toda tu eficacia!

¿Dónde está el empuje

de que blasonabas?

¿En qué se quedaron

tantas amenazas?

Manos de mujer

frenaron tu marcha,

mellaron tu filo,

fallaron tus ansias.

Anda, ve y golpea

puertas y ventanas;

muge de coraje,

galopa de rabia,

y vuelve de nuevo,

si es que no te basta,

toro de los fríos,

que en la retaguardia,

manos femeninas

y llenas de gracia,

han de hacerte un quiebro

que burle tus mañas.

Ya puedes volverte;

aquí no haces nada,

porque las mujeres,

que apenas descansan,

trabajando todas

te esperan en guardia.

Y no con banderas

en seda bordadas

con hilos de oro

ni hebras de plata;

nuestras compañeras

usan prieta lana

y tejen con ella

victoria sin tasa.

Que a punta de aguja

se ganan batallas.

 

 

—Felipe Ruanova,

octubre de 1936

 

 

 

 

 

 

 

Pájaros negros

 

 

Noche de pena en la noche

elocuente de silencio;

noche de pena vestida

con pena de manto negro.

La ciudad toda tapada

con las sombras del recelo

es una sombra de sombras

acechando en el acecho;

entre tanto aquella madre

abrazada a su pequeño,

lo mece en la dulce cuna

de sus dos brazos morenos.

Y el niño... ¿Qué sueña el niño

envuelto en calor de pecho,

mecido por dulces brazos,

besado por labios buenos?

¡Qué tranquilo que está el niño,

duerme que duerme durmiendo!

¿Y qué ha pasado en la noche

que se han roto los silencios?

¡Cuidado, madre, cuidado,

que graznan pájaros negros

llevando latir de muerte

en el corazón de hierro!

¡Ten cuidado, madrecita,

y abraza fuerte al pequeño,

que se ha rasgado la noche

con llamaradas de incendio

y una lluvia de explosiones

asesina los silencios!

Pero la madre callada

sólo tiene un pensamiento:

que el niño no despierte,

que no se asuste el pequeño,

que siga tranquilo el niño

duerme que duerme durmiendo.

Preciosa carga que lleva

entre sus brazos morenos

la madre que silenciosa

cruza la calle corriendo.

Y desde el refugio oye

como los pájaros negros

rugen rabia de metralla

sobre la ciudad en sueño;

la ciudad llena de niños,

de mujeres y de viejos:

la Guerra, según la entienden

los asesinos del pueblo;

los que se dijeron hijos

de España, pero mintieron,

que nadie clava a una madre

los puñales traicioneros.

Tú bien sabes, madrecita,

abrazada a tu pequeño,

quienes amamos a España

y cómo la defendemos,

¡ay, mujer, con toda el alma!

¡ay, mujer, con todo el cuerpo!

Lo mismo que tú, lo sabe

tu valiente compañero

que allá en un frente lejano

virilmente pone el pecho

con muralla invencible

ante los traidores esos

que, al grito de «¡Arriba España!»

a España la están hundiendo.

Tú bien sabes, madrecita,

y sabe tu compañero

que luchamos por tu hijo,

por el mío, porque ellos,

los niños de nuestra España,

los niños del mundo entero,

tengan un bello futuro,

vivan en un mundo nuevo

y sabiendo que nosotros

supimos luchar por ellos,

¡ay, mujer, con toda el alma!

¡ay, mujer, con todo el cuerpo!

Por eso tú, madrecita,

que sabes que venceremos,

sin miedo a nada ni a nadie

abraza fuerte al pequeño,

mécelo en la dulce cuna

de tus dos brazos morenos...

 

 

—Anónimo,

marzo de 1938

(NOTA de CdeVH: Con el nombre de «pájaros negros» eran conocidos los aviones de la Legión Cóndor alemana que estaban integrados en las fuerzas aéreas nacionalistas. La extensión a todos los aparatos fascistas está marcada por los sistemáticos bombardeos que éstos realizaron contra ciudades, pueblos y población civil).

 

 

 

 

 

 

 

Colonia de la muerte

 

 

Cuando los muertos pueblan campos de gloria y plomo

y la muerte domina como en una coloma

meses de sacrificio, cuerpos despedazados

esperanzas que viven sobre la misma muerte,

una voz, un sonido

de millares de pechos en manos de la tierra

de mujeres sin nadie, de huérfanos, de lutos,

se levanta cruzando como un cuchillo el viento:

 

¿Podrá morir España?

 

Nunca hasta este momento supo el mar los latidos

que restan a la sangre cuando pierde su cauce,

nunca se amontonaron sobre tan poco espacio

un día y otro día,

una noche, otra noche desesperada y seca.

 

Yo estoy poniendo el pie sobre los ataúdes

cuya cifra se alarga sin límites en lo oscuro,

el pie sobre almacenes de llantos y naufragios

que suben desde el fondo del mar hasta la boca.

 

Después de largos meses que el escombro registra,

de extensos calendarios convertidos en polvo,

de sedientas praderas cruzadas a galope

por tantas juventudes

con los huesos dispuestos al mayor sacrificio,

un mundo de traidores, de cobardes lejanos,

de cómplices que el crimen tiene por servidores,

un mundo de naciones que cuentan su dinero,

esperan un silencio que indique su victoria.

 

A veces las ventanas por el viento empujadas

arrojan a los ojos el oscuro horizonte

que cerca a nuestras manos de trabajo y de lucha.

Batallones de muerte, de invasión y exterminio

avanzan hacia el centro del corazón de España.

 

¡No puede ser, no pueden, no podrán conquistamos!

antes de vemos todos en un corral de esclavos

donde la muerte sea una ilusión perdida,

llegaremos cantando la libertad sin nombre

a un valle de ceniza donde se hunden los siglos.

 

Ahora, después de año de tumbas rebosantes,

nuevamente las voces, como rayos de punta,

vuelven por los caminos del grito y de la ira:

 

¿Podrá morir España?

 

La muerte está labrando cerca de nuestras casas

pero la vida sigue

tan llena de esperanzas como una primavera.

Mirando hacia lo lejos se ve una España libre,

una España de sol, de olivos y alegría.

 

Antes han de quedar mudas nuestras gargantas,

fijas en lo infinito;

huecas, deshabitadas nuestras venas,

perdidos nuestros huesos para siempre en las rocas,

antes de que las manos de tantos invasores

cumplan su ministerio de exterminio y conquista.

 

 

—Antonio Aparicio,

noviembre de 1937

 

 

 

 

 

 

 

Tren nocturno

 

 

¡Oh tren nocturno!

¡Oh pasa

airado llamear de acetileno!

¡Oh tente

sobre la cuesta, caracol de humo!

No me arranques de ver a los olivos.

Sí, vamos detenidos,

sí, no hay labios

de mujer

que sonriendo duerma.

¡Sólo rostros feroces!

¡Sólo luna, amarilla, de horror,

resplandeciendo!

¡Ventanas, vidas mías:

sólo negras!

¡Guardia civil, de noche,

enmudeciendo!

 

 

—José Herrera Petere,

1938

 

 

 

 

 

 

 

Campos

 

 

Con el oro sereno de la tarde

se han hecho los gañanes una hamaca:

arriba está el dosel celeste y puro

y abajo están las parvas.

 

La hora tiene brillo de inefable congoja

y eleva a las nubes sus brazos la montaña.

 

Ya el campo que regara

el sudor,

el campo que derrama

viñedos, praderíos,

verdes olivares,

hasta el filo sin luz de la montaña

es del que triste le clavó la reja

en las tristes entrañas.

 

Labriego de esta tierra,

la tierra es tuya,

huyeron esas torvas alimañas

que vistieron tu cuerpo de pobreza

y nada hicieron por vestir tu alma.

 

Labriego,

campesino,

esclavo del trabajo,

la Tierra es tuya.

 

 

—Roger de Flor,

septiembre de 1936

 

 

 

 

 

 

 

¿Por qué lloras, campesino?

 

 

Allá en la huerta de un pueblo

que casi olvidó la patria

llora triste un campesino

mientras con sus muías labra.

—¿Por qué lloras, campesino?

¿Tu vida es tan desdichada

que, a la par que siembras trigo,

fruto recoges de lágrimas?

¿No va en pan la recompensa

de este esfuerzo en que te afanas?

Al tributo de tu esfuerzo,

¿no le compensa mañana

el fruto de tus sudores?

¿Por qué lloras?, ¿por qué callas?

 

—Ay, qué poco me doliera

y mi llanto se apagara

si la justicia que invocas

la trajeran tus palabras;

si ese fruto, que es tan mío,

y ese pan, que es de mi casa,

otro que es dueño de mí

después no me lo robara...

¡Que no son mías mis manos...,

ni siquiera es mía mi alma,

pues siendo siempre tan libre,

siempre se halla esclavizada...!

¡Que soy todo de esta tierra,

que da mucho y no da nada,

pues el fruto de mi esfuerzo

es cosecha reservada

que aumenta los beneficios

de quien lo es todo y no es nada;

del que compró mis sudores

con un «puñao» de migajas,

que «pa» alimentar mis hijos

ni siquiera se me alcanza;

de ese que está en todas partes

dispuesto a comprar las almas

de los que venden su esfuerzo

por necesidad bien clara.

No me doliera la suerte

si, aun siendo tan desdichada,

el fruto de mi trabajo

otras manos encontrara;

los que, dejándome pobre,

mi libertad pregonaran.

Que no es mi llanto de pena,

sino de rabiosa rabia,

al ver, yo que soy libre,

mi libertad empeñada.

 

—Campesino, ¿por qué lloras?

—vuelvo a decirte—. ¿No callas?

Lágrimas de desconsuelo

nunca sirven para nada.

El que es esclavo, si llora,

tendrá su alma esclavizada,

que es el pecho de los grandes

grande en dureza malvada,

y para ablandar el hierro

poca mella hacen las lágrimas.

Es mejor, para ser hombres,

contemplar nuestras desgracias,

unirlas a las ajenas

y luchar por liberarlas;

formar con los corazones

oprimidos la muralla

a luchar por nuestra causa;

la causa de los humildes

que jamás tuvieron nada,

la causa de esa justicia

que miras atropellada.

Lucha, pues, y no lamentes

lo que remedio no alcanza

si no es forjando la unión

que nos lleve a esa alianza

con que rompen los esclavos

yugos que les amordazan.

 

................................................

 

Mira ya en el horizonte

la nueva aurora de plata;

escucha su horrible estruendo,

el silbar de la metralla;

mira el resplandor rojizo

de terribles llamaradas.

¿No ves cómo se destruyen

en el compás de la danza

los que comen tu pan,

los que te llamaban paria?

Míralos; con sus grandezas,

el fuego los resquebraja,

la metralla los sepulta

entre escombros de sus casas.

Y ¿ves más allá, entre luces

que luz da a las llamaradas,

un río rojo?, ¡muy rojo!

Es de sangre proletaria...

Fíjate bien y verás

con letras de oro grabada

la palabra LIBERTAD

por la que tanto llorabas.

 

 

—Anónimo,

diciembre de 1937

 

 

 

 

 

 

 

Que sueñe con estrellas y se llame Tractor

 

 

¡Escucha campesino!

Cuando tu mujer tenga un hijo, no vaciles: llámale Tractor.

Nuestro siglo comenzará cuando miles de ellos violen sus tierras.

Y una estrella muy grande florezca en las espigas.

Por el punto de mira de tus armas mecánicas se está asomando ahora.

Abrázala muy fuerte.

No vaciles.

Cuando tu mujer haya parido al hijo, llámale Tractor.

El hambre de tierra te partió los pulmones.

De noche, sueñas con el fruto nacido en el «koljós».

Y buscas el futuro luchando en la trinchera.

Y sueñas.

Y gritas.

Y protestas.

Y escribes en tus cartas: LA TIERRA AL CAMPESINO.

 

¡Escucha, campesino!

Al hijo que ha nacido entre gritos de espoletas.

Que ha marchado sobre un burro, cogiéndose a dos tetas.

Al hijo amamantado por los agrios calostros del éxodo, llámale Tractor.

Y no te engañes.

Mira allá.

Una estrella.

Cógela.

¿Vacilas?

Ponte en pie.

Y mira.

¿La ves?

Entonces extiende tus brazos sarmentosos bordados por los nervios.

No vaciles, hermano, camarada...

Venciendo el doblaje de tu espalda, cógela, poniéndote de pie.

 

¿Para qué sirve el arado romano?

¿Para labrar?

Que le pregunten a los médicos rurales.

Y miren en el registro de los cementerios pueblerinos.

¡Para enfermar!

Arados romanos, no.

Como el fascismo conducen a la tisis.

¡Tractores!

Tu hijo, el hijo de octubre y de julio se llamará Tractor.

Lo quieres tú.

Y la madre que quiere tener los pechos y el cerebro llenos.

 

Y yo.

El hijo de ¡OCTUBRE! se llamará...

Tractor.

 

¡Arriba, campesino!

Sin gesto de cansancio que estorban en la marcha.

Una tierra maldita nos parió.

Dominémosla.

Firmes.

Serenos.

Osados.

Inquebrantables.

Unidad en nuestros brazos, pensamientos y sueños.

¡Unidad!

Campesinos y obreros, hoy soldados,

Que la consigna cobre acentos en gritos y disparos.

Que nadie la traicione sin castigo inmediato.

Así el niño campesino, algún día, nuestro día, se llamará ¡TRACTOR!

 

 

—Luzbel,

julio de 1938

 

 

 

 

 

 

 

Indignación

 

 

El ritmo teutónico está en marcha.

Un, dos...

Un, dos...

La «pequeña guerra mundial» amenaza al Mundo.

Y hay «fox».

Y canódromos.

Y rubias-platino que cobran por la dormida quinientas pesetas.

«Ni ha res.»

Poesía alcohólica y germana.

«Oro del Rhin.»

¿Y Ginebra?

Whisky.

«Baviera» y «Automátic».

¡Oh, la maravillosa vida de la retaguardia!

En las Ramblas, hay mapas.

Y curiosos.

¿Recordáis Abisinia?

Entonces comenzábamos a aprender geografía política.

Y economía.

Etiopía.

¡Petróleo!

España.

¡Hierro y pirita!

China.

¡Algodón!

El león rampante se hundió con la cruz.

Y una roja bandera se despliega ante el Mundo.

En los ojos oblicuos de los chinos hay terror.

Sus trenzas son pancartas desplegadas al viento.

Y sus mujeres conocen el silbido de las espoletas hitlerianas y niponas.

Y el picor demoníaco de los gases mostaza.

¿Y aquella canción de los chinos dedicada a la España roja?

jShanghay!

Qué evocación tan formidable.

¡Shanghay y Madrid!

Dos nombres.

Una idea.

¿Qué saben de esto los señoritos chulos que danzan en «Oriente»?

¿Y esos que contemplan las carreras de galgos?

Son la escoria de la España feudal que aún supervive.

Hay que eliminarlos.

Esto no es una guerra patriotera.

Es la guerra de clases.

¿Verdad, combatientes?

Camaradas que ponéis al sol los muñones de vuestros brazos y piernas mutiladas.

Vosotros, los que físicamente estáis ciegos de heridas de metralla.

Madres sin pechos.

Unios a nosotros en esta indignación.

Así terminaremos con la poesía alcohólica del «Oro del Rhin».

Y construiremos nuestro Mundo.

Sin canódromos ni rubias-platino de quinientas

pesetas la dormida.

Libertarios.

Cristo irá a un sanatorio de alienados.

Y los iconos quemados.

¡De cara a la Vida!

Alzad vuestros muñones y ¡en marcha!

Hasta el final.

 

 

—Iconoclasta,

noviembre de 1937

(NOTAS AL POEMA, de CdeVH:

v. 1: Teutones: antiguo pueblo germánico.

v. 5: Fox: reducción del término fox-trot. Baile y música de baile muy popular en América durante la primera década del siglo xx y que más tarde se extendió a toda Europa propagada por los soldados estadounidenses. Es, desde luego, uno de los signos que caracterizaron la década de los veinte así como las «rubias-platino» del verso 7 que invadieron las pantallas de cine.

v. 10: La escritura de Iconoclasta constituye uno de los pocos ejemplos de ruptura discursiva con la poética burguesa. Estamos ante una poesía vanguardista que integra dialécticamente distintas imágenes, objetos, «textos»,... pertenecientes a diferentes planos de sentido lo que produce una representación compleja de la realidad. Es imposible por este motivo la explicación de palabras aisladamente. «Oro del Rhin» remite tanto a la mitología germánica de los Nibelungos como a la actitud de las clases dominantes en las «retaguardias» de las guerras en un período de decadencia moral —«poesía alcohólica»— e imperialista «poesía germana» simbolizada en la época de Richard Wagner Al anillo de los Nibelungos. La misma situación de degradación social vive España según este autor (verso 37) dominada por una clase entregada a su satisfacción personal.

v. 17: Abisinia: se refiere a la campaña imperialista iniciada por Mussolini en esa parte de África durante el octubre de 1935. Los siguientes versos descubren las razones económicas que existen en las relaciones políticas entre los países o en las intervenciones militares.

v. 26: El fin de la civilización occidental y del imperialismo inicia una nueva época simbolizada por la bandera roja. Las revoluciones comunistas, a parte de la  triunfante en Rusia en 1917, se originaron en distintos lugares del mundo: desde Asia (en Yenan, Mao-Tse-Tung estableció una República comunista) hasta Europa central. En numerosas rebeliones anticolonialistas las ideas de liberación se fundieron con las del nuevo sistema.

v. 30: Desde 1897 los alemanes primero y los japoneses después invadieron militarmente zonas del territorio chino. Ciudades como Chantung fueron bombardeadas por las tropas de ambos países.

v. 31: «Gas mostaza»: tipo de gas utilizado por el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial como arma de combate.

v. 33: Chiang Kai-chek, jefe del Kuomitang (Partido Nacional Popular fundado en 1911 por Sun Yat-sen) y sucesor del intelectual y presidente de la República China entró en Sanghai para acabar con el movimiento comunista más organizado y numeroso del país. Las revueltas y enfrentamientos sociales en la China del siglo xx no le eran lejanos a un lector español que disponía desde 1929 de la traducción de la novela de André Mairaux Los conquistadores, Madrid, Ediciones Oriente.

v. 38: «Oriente»: cabaret madrileño.)

 

 

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MANUAL  DE LECTURAS RÁPIDAS
PARA LA SUPERVIVENCIA

(Prácticas comunistas y libertarias

de la poesía y la literatura)

www.nodo50.org/mlrs

 

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