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de la guerra de españa
[Selección para el MLRS a cargo de César de Vicente Hernando]
NOTA
INTRODUCTORIA La Guerra Civil Española constituyó, entre otras muchas cosas, el único momento en la historia de España en el que existió una suspensión efectiva del poder y del dominio de clase, y por tanto, también de la imposición cultural de la burguesía y de la pequeña burguesía sobre el proletariado. Esto significa que se hacía posible la construcción de una sociedad radicalmente distinta. En los más de dos años que duró la contienda existió, también en la literatura, una lucha por el control del poder en los Aparatos de Estado (Ministerios, Revistas, Instituciones educativas, etc.) y un intento de hegemonización de los procesos sociales que se estaban dando. La razón, desde el punto de vista de la literatura y más concretamente en el ámbito de la poesía, fue la eclosión de una poesía popular-tradicional (el romancero fue, con mucho, la forma más difundida) que se convirtió en la forma de expresión del proletariado agrícola e industrial, de los miembros del ejército republicano y de las milicias, y sirvió como narración de hechos, proclama, reflexión y combate. Si lo cotidiano (la lucha en el frente, el miedo, las bajas, el frío, la arenga, los enemigos, los héroes, etc.) limitó en parte las posibilidades de la literatura, por contra lo cotidiano en los poemas se convirtió en historia. Por ello, nunca en la historia de España hubo un diálogo tan estrecho y, también, tan contradictorio entre poesía culta y poesía popular (si se quieren estos términos) como en este tiempo en donde la solidaridad internacional, la lucha por la tierra, el lamento y el trabajo en la retaguardia compusieron algunos de los versos más significativos de lo que fue el largo siglo XX.
César de Vicente Hernando
Si
queréis ampliar la lectura: César
de Vicente Hernando (ed.): Poesía
de la guerra civil española 1936-1939; ediciones
Akal, Madrid, 1994; 435
págs. <<<<<<<<
Primero
de Mayo I No
hay descanso ni paz en esta tierra, en
esta amarga calle señalada, en
estos corazones. A
vosotros, canteros y pastores, obreros
de París, de Londres y del mundo: ¡No hay descanso ni paz en esta tierra! II Hombres,
trabajadores lo mismo que vosotros, con
yuntas de bueyes iguales que los vuestros. Con tomos parecidos o con rebaños llenos también de polvo
y de romero, por el mismo cielo común y parecidas fábricas, caminan y trabajan infatigablemente. III Hombres, trabajadores lo mismo que
vosotros, con hijos tan hermosos y sábanas tan pobres en lechos
parecidos, y tierno pan, tan oloroso como el
vuestro, pelean y triunfan al pie de los olivos, en los trigales rubios, sobre la nieve vieja que duerme entre
los pinos. Bajo un cielo varón, hombres varones, fuertes y alegres como lo sois vosotros, dejan en el olvido el incendio de sus dormitorios y abuelos
mutilados. ¡No hay descanso ni paz en esta tierra que para siempre ha de llamarse España! Porque somos, hemos de ser, los únicos
propietarios del día, dueños de las ciudades y verdaderos
amos de los campos. IV Los hombres de las minas. Los que trabajan en ganados y montes. Los que hacen el pan y los que lo
cultivan. Los poetas, herreros, leñadores, el nombre guardan, y la sangre del
pueblo en la quemada tierra de las
avanzadillas, en los talleres. V ¡No hay descanso en esta tierra! Sólo hay flores que viven en tinajas
quemadas. Cartas que terminó la Artillería. Hombres que no descansan, despiertos siempre, como están los
castaños hasta que la victoria da los frutos. —Lorenzo Varela, Madrid, 1 de mayo de 1937 Sabed
que hay más No
es la muerte ni el viento desgarrado, ni
es la vertida sangre lo que clama; candente
pecho en lenguas desangrado en
ascua herido se deshace en llama. Ni
la Tierra gloriosa por el Hombre, cruzada
en surco ardiente a golpe duro, donde
cuerpos ya fríos y sin nombre son
claras primaveras sin futuro. Ni
los que ascienden con el trigo, lentos. Ni
los que marchan bajo tierra, fríos. Los
que no en luz, sí en mego, violentos en
la guerra se parten como ríos. Ni
las ciudades rotas y latentes, sólo
por llanto y soledad cruzadas, donde
la muerte clava helados dientes, candente
plomo en lenguas maniatadas. Ni
los que igual que mechas van erguidos con
un temblor de corazón que late y
allanando praderas de gemidos, pólvora
ardiendo saltan al combate. Ni
el agua verde y el caballo oscuro. Ni
el viento que golpea la cintura. Ni
el hombre que se parte contra un muro se
hace polvo y sangre en tierra dura. Ni
esos cuerpos de tierras y raíces, que
puebla un verde mar de venas rotas y
hundidos en el barro son felices clavados
e indomables en sus botas. Ni los jóvenes rudos, altos, fuertes, sombras que a la victoria van unidas: aún golpean la muerte con sus muertos y hay clamores de pólvora en sus vidas. Hay más. Hay más que las raíces y el
espanto. Más hondo que la sangre y que la
sombra. Más hondo que la Muerte, el agua, el
llanto. ¡Sabed que hay más que lo que se oye y
nombra! Sabed, oíd, sabed que en pura llama se cruza un pueblo erguido a golpe duro: ¡la voz de España humedecida clama y en fuego y sangre se abre hacia el
futuro! —Pascual Pla y Beltrán, abril de 1938 Cercada
soledad I Tuya sola es la voz nadie más ahora que una niebla de muertos se extiende
por la tierra y los astros señalan bajo un terrible
cielo nuestro humano destino de infeliz
existencia. Volverán vanamente las primaveras límpidas proclamando en la tierra su perfumado
oficio nuevamente el estío madurara sus oros acunando un calor hasta otoño abundoso. Con pie nevado invierno pisara los
sembrados. Desdeñoso es el paso de su alternado
curso ante el dolor humano que tiembla en
desamparo. Solitario está el hombre como un
planeta inmóvil. Inútil
es el tiempo para tejer olvidos —otoño
amarillento que sus ramas desnuda— si
rinde el corazón sus juveniles sueños la
tierra en cambio abonan desengaños lentísimos. Diferente
es la voz que conmueve a los hombres ni
la palabra logra expresar nuestro anhelo. No
cabe compartir este recuerdo oscuro que
la sangre estremece o los ojos invade. No
les salva a los hombres ni en su inmediato sino ese
dolor común que organiza a las gentes hacia
una estrella izada por numerosos brazos o
una felicidad que no distingue labios, Lamentable
es el hombre sometido a destierro si
no es igual la rosa que ven distintos ojos ni
la voz se entrecorta ante entrañables nombres Únicas
son lágrimas que anegan sus pupilas. Solitario
conduce el pastor sus rebaños y
las puertas se cierran a las nocturnas sombras. Así
pasea el hombre su soledad terrestre conduciendo
sus penas por los llanos del pecho. Palmas
cual tierra muestra ojos como lagunas señales
son purísimas de su común estirpe No
niega sus raíces ni el aire compartido que
como espacio ramas posible su voz hace. II Mas
escuchad su duelo. De
recuerdos ternísimos o
indecibles vergüenzas la misteriosa niebla de
su alma se ha formado como un rubor que tiembla por
pronunciar el nombre de la flor que lo tiñe. Si
los ríos se buscan para sumar sus cauces agrándanse
las nubes hasta negar sus bordes y
los campos prescinden de sus antiguas lindes imposible
es que el hombre su soledad comparta. Pasará
solitario por los duros oficios ciudades
como fábricas y puertos cual barandas por
donde asoma el pecho emigrante del hombre hacia
un país que espera su muerte o su fatiga. No
pueden las banderas sustituir la luz las
estrellas no logran mirar como unos ojos ni
el grito de las gentes valer por ese nombre que
los seres pronuncian en medio del delirio. Hay
manos sepultadas cual raíces de cuerpos pupilas
en lo oscuro llorando inmensamente tempranísimos
lutos por el odio ordenados que
vence una bandera que despliega la sangre. Decisiva
es la lucha que exige nuestro esfuerzo y
golpea nuestras sienes con sombríos mandatos. Enclavado
está en ella nuestro gran desamparo turbando
hasta la sangre de su soledad clara. Mas
volverá la voz a la canción tranquila y
el humano concurso a estimular los campos de
nuevo las guirnaldas colgarán viejos troncos y
trabará el amor sus disputas más tiernas. ¿Pero
está entre nosotros su misterioso nombre? vivimos
en ausencia sin rozar nuestros cuerpos perdidos
entre gentes que viven su destino Así
pasea el hombre su soledad terrestre. No
comprende la vida esta pena inmutable. ni
ese lento sollozo que a los hombres aisla Tal
pasan sus estruendos al borde de sus ojos dejando
una amargura indecible y tristísima. —Bernardo Clariana, mayo de 1938 Cascos Cascos, piedras
de la roca erguida de la raza; mientras
hieran las luces de poniente, eternos estos
cascos de hierro, arderán
las hogueras de la Patria. Piedras
fundidas al
corazón que late sin remedio, abierto
en las trincheras, al
campo libre, al cielo libre, al
espacio que marcan las manos redentoras, Mientras
vibren los pechos; mientras
surjan las horas sin negruras ni espacios, los
campos luminosos, los valles de esmeralda, los
ríos que se rompen, heridos por espumas, las
ramas retorcidas de arbustos centenarios dormirán
en la paz de soles calcinados, dormirán
en la paz. Correrán
por los cauces de
los mundos sin grava los
torrentes de sangre, los torrentes que brotan de los pechos heroicos, pero
fuertes, mientras vivan sin tacha estos
cascos heroicos, tan
duros como rocas clavadas en la cumbre, arderán
las hogueras de la Patria. —Roger de Flor, mayo de 1937 Tierra De
la misma trinchera en que estoy, yo
he cogido un puñado de tierra. La
creía fría, y
en verdad que quema. Tiene
vida la arena, y la arcilla de
la tierra ésta; tiene
vida, porque tiene sangre, que
los hombres con sangre la riegan; apretarla
he querido con mis manos, mas
ella se niega. Ni
aun tirarla he podido, que
me pesa en el alma esta tierra. En
su polvo empapóse la vida de
aquellos que un día su vida ofrecieron por
llevarle ¡vida! a
la misma tierra, que
con sed se bebiera su sangre como
savia nueva. ¡Yo
quisiera tirarla, tirarla! ¡Cómo
pesa en mis manos la tierra! En
mis ojos la sombra del llanto, mis
labios hundidos en ella; sabe
a sangre la tierra en mi boca, que
besó la tierra. —Práxedes, octubre
de 1937 Asturias Asturias,
si yo pudiera si
yo supiera cantarte... Asturias
verde de montes y
negra de minerales. Yo
soy un hombre del Sur; polvo,
sol, fatiga y hambre, hambre
de pan y horizontes... ¡Hambre! Bajo
la piel resecada ríos
sólidos la sangre y
el corazón asfixiado sin
venas para aliviarle. Los
ojos ciegos, los ojos ciegos
de tanto mirarte sin
verte, Asturias lejana, hija
de mi misma madre. Dos
veces, dos, has tenido ocasión
para jugarte la
vida en una partida, y
la dos te la jugaste. ¿Quién
derribará este árbol de
Asturias, ya sin ramaje, desnudo,
seco, clavado con
su raíz entrañable que
corre por toda España crispándonos
de coraje? Mirad,
obreros del mundo su
silueta recortarse contra
ese cielo impasible vertical,
inquebrantable, firme
sobre roca firme, herida
viva su carne. Millones
de puños gritan su
cólera por los aires, millones
de corazones golpean
contra sus cárceles. Prepara
tu salto último lívida
muerte cobarde prepara
su último salto que
Asturias está aguardándote sola,
en mitad de la Tierra, hija
de mi misma madre. —Pedro Garfias, poema publicado en México, 1941 Nubes
de hierro te aplasten Quién
llora en Madrid. Quién llora. Nadie,
nadie, nadie, nadie. Los
niños lloran, los niños que
van buscando a la madre. —La
mañana mancha el oro con
el polvo de las calles que
sale de casas rotas, quebradas
como cristales—. Los
niños lloran, los niños. Maldiciones
de sangre resuenan
por las esquinas: «Aviador
que mataste dentro
de la noche negra, nubes
de hierro te aplasten y
cuando quieras salir se
inflame de fuego el aire, los
niños son inocentes no
son culpables las madres pero
tú los asesinas como
si fueran culpables, cuánto
odio contra tus alas rezuma
por todas partes». Quién
llora en Madrid. Quién llora. Nadie,
nadie, nadie, nadie. Los
niños lloran, los niños que
van buscando a la madre tendida
entre los escombros. Aire, aire, aire, aire, si
te pudiera cortar para
que no entrase nadie. —E. Ortega Arredondo, publicado en el Romancero General de la Guerra de España, Valencia, 1937 A
punta de aguja A punta de aguja se ganan batallas. No bastan fusiles, ni bastan las balas, ni
basta el coraje, ni
la ciencia basta, que
otros enemigos tomaron
las armas. Aire
de la Sierra, más
que aire, navaja que
afiló la nieve de
las cumbres altas, ¡ay,
cómo perdiste toda
tu eficacia! ¿Dónde
está el empuje de
que blasonabas? ¿En
qué se quedaron tantas
amenazas? Manos
de mujer frenaron
tu marcha, mellaron
tu filo, fallaron
tus ansias. Anda,
ve y golpea puertas
y ventanas; muge
de coraje, galopa
de rabia, y
vuelve de nuevo, si
es que no te basta, toro
de los fríos, que
en la retaguardia, manos
femeninas y
llenas de gracia, han
de hacerte un quiebro que
burle tus mañas. Ya
puedes volverte; aquí
no haces nada, porque
las mujeres, que
apenas descansan, trabajando
todas te
esperan en guardia. Y
no con banderas en
seda bordadas con
hilos de oro ni
hebras de plata; nuestras
compañeras usan
prieta lana y tejen con ella victoria sin tasa. Que a punta de aguja se ganan batallas. —Felipe Ruanova, octubre de 1936 Pájaros
negros Noche
de pena en la noche elocuente
de silencio; noche
de pena vestida con
pena de manto negro. La
ciudad toda tapada con
las sombras del recelo es
una sombra de sombras acechando
en el acecho; entre
tanto aquella madre abrazada
a su pequeño, lo
mece en la dulce cuna de
sus dos brazos morenos. Y
el niño... ¿Qué sueña el niño envuelto
en calor de pecho, mecido
por dulces brazos, besado
por labios buenos? ¡Qué
tranquilo que está el niño, duerme
que duerme durmiendo! ¿Y
qué ha pasado en la noche que
se han roto los silencios? ¡Cuidado,
madre, cuidado, que
graznan pájaros negros llevando
latir de muerte en
el corazón de hierro! ¡Ten
cuidado, madrecita, y
abraza fuerte al pequeño, que
se ha rasgado la noche con
llamaradas de incendio y
una lluvia de explosiones asesina
los silencios! Pero
la madre callada sólo
tiene un pensamiento: que
el niño no despierte, que
no se asuste el pequeño, que
siga tranquilo el niño duerme
que duerme durmiendo. Preciosa
carga que lleva entre
sus brazos morenos la
madre que silenciosa cruza
la calle corriendo. Y
desde el refugio oye como
los pájaros negros rugen
rabia de metralla sobre
la ciudad en sueño; la
ciudad llena de niños, de
mujeres y de viejos: la
Guerra, según la entienden los
asesinos del pueblo; los
que se dijeron hijos de
España, pero mintieron, que
nadie clava a una madre los
puñales traicioneros. Tú
bien sabes, madrecita, abrazada
a tu pequeño, quienes
amamos a España y cómo
la defendemos, ¡ay,
mujer, con toda el alma! ¡ay,
mujer, con todo el cuerpo! Lo
mismo que tú, lo sabe tu
valiente compañero que
allá en un frente lejano virilmente
pone el pecho con
muralla invencible ante
los traidores esos que,
al grito de «¡Arriba España!» a
España la están hundiendo. Tú
bien sabes, madrecita, y
sabe tu compañero que
luchamos por tu hijo, por
el mío, porque ellos, los
niños de nuestra España, los
niños del mundo entero, tengan
un bello futuro, vivan
en un mundo nuevo y
sabiendo que nosotros supimos
luchar por ellos, ¡ay,
mujer, con toda el alma! ¡ay,
mujer, con todo el cuerpo! Por
eso tú, madrecita, que
sabes que venceremos, sin
miedo a nada ni a nadie abraza
fuerte al pequeño, mécelo
en la dulce cuna de
tus dos brazos morenos... —Anónimo, marzo de 1938 (NOTA de CdeVH: Con el nombre
de «pájaros negros» eran conocidos los aviones de la Legión Cóndor
alemana que estaban integrados en las fuerzas aéreas nacionalistas. La extensión
a todos los aparatos fascistas está marcada por los sistemáticos bombardeos
que éstos realizaron contra ciudades, pueblos y población civil). Colonia
de la muerte Cuando
los muertos pueblan campos de gloria y plomo y
la muerte domina como en una coloma meses
de sacrificio, cuerpos despedazados esperanzas
que viven sobre la misma muerte, una
voz, un sonido de
millares de pechos en manos de la tierra de
mujeres sin nadie, de huérfanos, de lutos, se levanta cruzando como un cuchillo el viento: ¿Podrá
morir España? Nunca
hasta este momento supo el mar los latidos que
restan a la sangre cuando pierde su cauce, nunca
se amontonaron sobre tan poco espacio un
día y otro día, una
noche, otra noche desesperada y seca. Yo
estoy poniendo el pie sobre los ataúdes cuya
cifra se alarga sin límites en lo oscuro, el
pie sobre almacenes de llantos y naufragios que
suben desde el fondo del mar hasta la boca. Después
de largos meses que el escombro registra, de
extensos calendarios convertidos en polvo, de
sedientas praderas cruzadas a galope por
tantas juventudes con
los huesos dispuestos al mayor sacrificio, un
mundo de traidores, de cobardes lejanos, de
cómplices que el crimen tiene por servidores, un
mundo de naciones que cuentan su dinero, esperan
un silencio que indique su victoria. A
veces las ventanas por el viento empujadas arrojan
a los ojos el oscuro horizonte que
cerca a nuestras manos de trabajo y de lucha. Batallones
de muerte, de invasión y exterminio avanzan
hacia el centro del corazón de España. ¡No
puede ser, no pueden, no podrán conquistamos! antes
de vemos todos en un corral de esclavos donde
la muerte sea una ilusión perdida, llegaremos
cantando la libertad sin nombre a
un valle de ceniza donde se hunden los siglos. Ahora,
después de año de tumbas rebosantes, nuevamente
las voces, como rayos de punta, vuelven
por los caminos del grito y de la ira: ¿Podrá
morir España? La
muerte está labrando cerca de nuestras casas pero
la vida sigue tan
llena de esperanzas como una primavera. Mirando
hacia lo lejos se ve una España libre, una
España de sol, de olivos y alegría. Antes
han de quedar mudas nuestras gargantas, fijas
en lo infinito; huecas,
deshabitadas nuestras venas, perdidos
nuestros huesos para siempre en las rocas, antes
de que las manos de tantos invasores cumplan su ministerio de exterminio y conquista. —Antonio Aparicio, noviembre de 1937 Tren
nocturno ¡Oh
tren nocturno! ¡Oh
pasa airado
llamear de acetileno! ¡Oh
tente sobre
la cuesta, caracol de humo! No
me arranques de ver a los olivos. Sí,
vamos detenidos, sí,
no hay labios de
mujer que
sonriendo duerma. ¡Sólo
rostros feroces! ¡Sólo
luna, amarilla, de horror, resplandeciendo! ¡Ventanas,
vidas mías: sólo
negras! ¡Guardia
civil, de noche, enmudeciendo! —José Herrera Petere, 1938 Campos Con
el oro sereno de la tarde se
han hecho los gañanes una hamaca: arriba
está el dosel celeste y puro y
abajo están las parvas. La
hora tiene brillo de inefable congoja y
eleva a las nubes sus brazos la montaña. Ya
el campo que regara el
sudor, el
campo que derrama viñedos,
praderíos, verdes
olivares, hasta
el filo sin luz de la montaña es
del que triste le clavó la reja en
las tristes entrañas. Labriego
de esta tierra, la
tierra es tuya, huyeron
esas torvas alimañas que
vistieron tu cuerpo de pobreza y
nada hicieron por vestir tu alma. Labriego, campesino, esclavo
del trabajo, la
Tierra es tuya. —Roger de Flor, septiembre de 1936 ¿Por
qué lloras, campesino? Allá
en la huerta de un pueblo que
casi olvidó la patria llora
triste un campesino mientras
con sus muías labra. —¿Por
qué lloras, campesino? ¿Tu
vida es tan desdichada que,
a la par que siembras trigo, fruto
recoges de lágrimas? ¿No
va en pan la recompensa de
este esfuerzo en que te afanas? Al
tributo de tu esfuerzo, ¿no
le compensa mañana el
fruto de tus sudores? ¿Por
qué lloras?, ¿por qué callas? —Ay,
qué poco me doliera y
mi llanto se apagara si
la justicia que invocas la
trajeran tus palabras; si
ese fruto, que es tan mío, y
ese pan, que es de mi casa, otro
que es dueño de mí después
no me lo robara... ¡Que
no son mías mis manos..., ni
siquiera es mía mi alma, pues
siendo siempre tan libre, siempre se halla esclavizada...! ¡Que
soy todo de esta tierra, que
da mucho y no da nada, pues
el fruto de mi esfuerzo es
cosecha reservada que
aumenta los beneficios de
quien lo es todo y no es nada; del
que compró mis sudores con
un «puñao» de migajas, que
«pa» alimentar mis hijos ni
siquiera se me alcanza; de
ese que está en todas partes dispuesto
a comprar las almas de
los que venden su esfuerzo por
necesidad bien clara. No
me doliera la suerte si,
aun siendo tan desdichada, el
fruto de mi trabajo otras
manos encontrara; los
que, dejándome pobre, mi
libertad pregonaran. Que
no es mi llanto de pena, sino
de rabiosa rabia, al
ver, yo que soy libre, mi
libertad empeñada. —Campesino,
¿por qué lloras? —vuelvo
a decirte—. ¿No callas? Lágrimas
de desconsuelo nunca
sirven para nada. El
que es esclavo, si llora, tendrá
su alma esclavizada, que
es el pecho de los grandes grande
en dureza malvada, y
para ablandar el hierro poca
mella hacen las lágrimas. Es
mejor, para ser hombres, contemplar
nuestras desgracias, unirlas
a las ajenas y
luchar por liberarlas; formar
con los corazones oprimidos
la muralla a
luchar por nuestra causa; la
causa de los humildes que
jamás tuvieron nada, la
causa de esa justicia que
miras atropellada. Lucha,
pues, y no lamentes lo
que remedio no alcanza si
no es forjando la unión que
nos lleve a esa alianza con
que rompen los esclavos yugos
que les amordazan. ................................................ Mira
ya en el horizonte la
nueva aurora de plata; escucha
su horrible estruendo, el
silbar de la metralla; mira
el resplandor rojizo de
terribles llamaradas. ¿No
ves cómo se destruyen en
el compás de la danza los
que comen tu pan, los
que te llamaban paria? Míralos;
con sus grandezas, el
fuego los resquebraja, la
metralla los sepulta entre
escombros de sus casas. Y
¿ves más allá, entre luces que
luz da a las llamaradas, un
río rojo?, ¡muy rojo! Es
de sangre proletaria... Fíjate
bien y verás con
letras de oro grabada la
palabra LIBERTAD por
la que tanto llorabas. —Anónimo, diciembre de 1937 Que
sueñe con estrellas y se llame Tractor ¡Escucha campesino! Cuando tu mujer tenga un hijo, no
vaciles: llámale Tractor. Nuestro siglo comenzará cuando miles de
ellos violen sus tierras. Y una estrella muy grande florezca en
las espigas. Por el punto de mira de tus armas mecánicas
se está asomando ahora. Abrázala muy fuerte. No vaciles. Cuando tu mujer haya parido al hijo, llámale
Tractor. El hambre de tierra te partió los
pulmones. De noche, sueñas con el fruto nacido en
el «koljós». Y buscas el futuro luchando en la
trinchera. Y sueñas. Y gritas. Y protestas. Y escribes en tus cartas: LA TIERRA AL
CAMPESINO. ¡Escucha, campesino! Al hijo que ha nacido entre gritos de
espoletas. Que ha marchado sobre un burro, cogiéndose
a dos tetas. Al hijo amamantado por los agrios
calostros del éxodo, llámale Tractor. Y no te engañes. Mira allá. Una estrella. Cógela. ¿Vacilas? Ponte en pie. Y mira. ¿La ves? Entonces extiende tus brazos sarmentosos
bordados por los nervios. No vaciles, hermano, camarada... Venciendo el doblaje de tu espalda, cógela,
poniéndote de pie. ¿Para qué sirve el arado romano? ¿Para labrar? Que
le pregunten a los médicos rurales. Y
miren en el registro de los cementerios pueblerinos. ¡Para
enfermar! Arados
romanos, no. Como
el fascismo conducen a la tisis. ¡Tractores! Tu
hijo, el hijo de octubre y de julio se llamará Tractor. Lo
quieres tú. Y
la madre que quiere tener los pechos y el cerebro llenos. Y
yo. El
hijo de ¡OCTUBRE! se llamará... Tractor. ¡Arriba,
campesino! Sin
gesto de cansancio que estorban en la marcha. Una
tierra maldita nos parió. Dominémosla. Firmes. Serenos. Osados. Inquebrantables. Unidad
en nuestros brazos, pensamientos y sueños. ¡Unidad! Campesinos
y obreros, hoy soldados, Que
la consigna cobre acentos en gritos y disparos. Que
nadie la traicione sin castigo inmediato. Así
el niño campesino, algún día, nuestro día, se llamará ¡TRACTOR! —Luzbel, julio de 1938 Indignación El
ritmo teutónico está en marcha. Un,
dos... Un,
dos... La
«pequeña guerra mundial» amenaza al Mundo. Y
hay «fox». Y
canódromos. Y
rubias-platino que cobran por la dormida quinientas pesetas. «Ni
ha res.» Poesía
alcohólica y germana. «Oro
del Rhin.» ¿Y Ginebra? Whisky. «Baviera»
y «Automátic». ¡Oh,
la maravillosa vida de la retaguardia! En
las Ramblas, hay mapas. Y
curiosos. ¿Recordáis
Abisinia? Entonces
comenzábamos a aprender geografía política. Y
economía. Etiopía. ¡Petróleo! España. ¡Hierro
y pirita! China. ¡Algodón! El
león rampante se hundió con la cruz. Y
una roja bandera se despliega ante el Mundo. En
los ojos oblicuos de los chinos hay terror. Sus
trenzas son pancartas desplegadas al viento. Y
sus mujeres conocen el silbido de las espoletas hitlerianas y niponas. Y
el picor demoníaco de los gases mostaza. ¿Y
aquella canción de los chinos dedicada a la España roja? jShanghay! Qué
evocación tan formidable. ¡Shanghay
y Madrid! Dos
nombres. Una
idea. ¿Qué
saben de esto los señoritos chulos que danzan en «Oriente»? ¿Y
esos que contemplan las carreras de galgos? Son
la escoria de la España feudal que aún supervive. Hay
que eliminarlos. Esto
no es una guerra patriotera. Es
la guerra de clases. ¿Verdad,
combatientes? Camaradas
que ponéis al sol los muñones de vuestros brazos y piernas mutiladas. Vosotros,
los que físicamente estáis ciegos de heridas de metralla. Madres
sin pechos. Unios
a nosotros en esta indignación. Así
terminaremos con la poesía alcohólica del «Oro del Rhin». Y
construiremos nuestro Mundo. Sin
canódromos ni rubias-platino de quinientas pesetas
la dormida. Libertarios. Cristo
irá a un sanatorio de alienados. Y
los iconos quemados. ¡De
cara a la Vida! Alzad
vuestros muñones y ¡en marcha! Hasta
el final. —Iconoclasta, noviembre de 1937 (NOTAS AL POEMA, de CdeVH: v.
1: Teutones: antiguo pueblo germánico. v.
5: Fox: reducción del término fox-trot. Baile y música de baile
muy popular en América durante la primera década del siglo xx y que más tarde
se extendió a toda Europa propagada por los soldados
estadounidenses. Es, desde luego, uno de los signos que
caracterizaron la década de los veinte así como las
«rubias-platino» del verso 7 que invadieron las pantallas
de cine. v.
10: La escritura de Iconoclasta constituye uno de los pocos
ejemplos de ruptura discursiva con la poética burguesa.
Estamos ante una poesía vanguardista que integra
dialécticamente distintas imágenes, objetos, «textos»,...
pertenecientes a diferentes planos de sentido lo que produce una representación
compleja de la realidad. Es imposible por este motivo la explicación de
palabras aisladamente. «Oro del Rhin» remite tanto a la mitología germánica
de los Nibelungos como a la actitud de las clases dominantes en las «retaguardias» de las guerras en un período de decadencia moral
—«poesía alcohólica»— e imperialista «poesía germana» simbolizada en
la época de Richard Wagner Al anillo de los
Nibelungos. La misma situación de degradación social
vive España según este autor (verso 37) dominada
por una clase entregada a su satisfacción personal. v. 17: Abisinia: se refiere a la campaña imperialista
iniciada por Mussolini en esa parte de África
durante el octubre de 1935. Los siguientes versos descubren las razones económicas
que existen en las relaciones políticas entre los países o en las
intervenciones militares. v.
26: El fin de la civilización occidental y del imperialismo inicia una nueva época
simbolizada por la bandera roja. Las revoluciones comunistas, a parte de
la triunfante en Rusia en 1917, se
originaron en distintos lugares del mundo: desde Asia (en Yenan, Mao-Tse-Tung
estableció una República comunista) hasta Europa
central. En numerosas rebeliones anticolonialistas las ideas de liberación se
fundieron con las del nuevo sistema. v.
30: Desde 1897 los alemanes primero y los japoneses después invadieron militarmente zonas del territorio chino. Ciudades como Chantung fueron bombardeadas por las tropas de
ambos países. v.
31: «Gas mostaza»: tipo de gas utilizado por el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial como arma de combate. v.
33: Chiang Kai-chek, jefe del Kuomitang (Partido Nacional Popular fundado en
1911 por Sun Yat-sen) y sucesor del intelectual y presidente de
la República China entró en Sanghai para
acabar con el movimiento comunista más organizado y numeroso del país. Las revueltas y enfrentamientos sociales en la China del siglo xx no le eran lejanos a un lector español que
disponía desde 1929 de la traducción de la novela
de André Mairaux Los conquistadores, Madrid, Ediciones Oriente. v. 38: «Oriente»: cabaret madrileño.)
------------------------------------------------------------------------------------- MANUAL
DE LECTURAS RÁPIDAS (Prácticas comunistas y libertarias de la poesía y la literatura)
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