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ISSN 1886-2799

No todo lo que reluce
está bañado en oro


* * *

Los pobres son subversivos,
y encima,
muchos.


* * *

Las puertas de las cárceles
dan a ambos lados


* * *

Los niños aprenden frente al televisor
a ser buenos
televidentes


* * *

¿Qué nos aterra más?
¿Estar solos en el universo,
o estar solos en casa después de apagar el televisor?


* * *

Conozco "revolucionarios" que, cuando regresan a
sus casas después de largas noches de discusiones
de café, se marean en el autobús por el olor de las 
axilas sudorosas de los obreros que van hacia las
fábricas.


* * *

Todos morimos: ricos y pobres,
pero los pobres ensayamos más.


* * *

¡Por fin sé qué es la libertad...
pero no me dejan!

Eduardo Mazo, Autorizado a vivir.

 

 

Cuando Franco necesitaba escuchar berridos
convocaba a la gente en la Plaza de Oriente
y salía a un balcón.

Al día siguiente la prensa lo llamaba
"movilización espontánea del pueblo".

Veinticinco años de paz después,
las consignas, los titulares y hasta los gobiernos
continúan en lo mismo

y a la infantilización política de la sociedad
y a la conducta teledirigida del personal

la prensa lo llama
"madurez política de la población
y movilización espontánea del pueblo"

ahora, en defensa
de una extraña idea de libertad que
una vez más,
tan sólo al poder le sienta como a un guante

y en cuyo nombre
tres trabajadores son sacrificados todos los días
diez mil al año se convierten en minusválidos
y tres millones asumen su destino de excluidos
mientras se manifiestan cívicamente
en pro de las libertades
que siguen construyendo
nuestra pacífica convivencia.

Antonio Orihuela, en La última canana de Pancho Villa.

 

 

Enseñanza.

La enseñanza oficial
más adelante pude darme cuenta de ello
se reducía a aprender
una breve serie de ideas importantes
que a aquella edad a ninguno nos importaban
y una eterna serie de ideas estúpidas
que como loros patanes asimilábamos espasmódicamente

Todo esto por propia iniciativa -no oficial-
lo aprendí en los años posteriores
al igual que tantas otras cosas absurdas e inútiles que
tampoco
me sirvieron
jamás
para nada

Sergi Puertas
v4vendetta@geocities.com

 

 

En el parque.

Estoy sentado en este parque y es otoño y las hojas caen y los niños corren a mi alrededor.

Estaba leyendo algo sobre los años setenta y el Movement y los Black Panther en un viejo libro que me dejaron y que no soy capaz de terminar. Absorto de todo, perdido de mí mismo. Uno de esos días mágicos en lo que sin saber porqué te olvidas de sufrir y te entregas incondicionalmente al presente, como si la sinrazón y el tiempo hubiesen dejado súbitamente de existir.

Es otoño y me he puesto a escribir en este parque este poema sin preocuparme de otra cosa, dándome un respiro y justificando de algún modo el hecho asombroso de estar vivo.

Mientras caen las hojas de los árboles y el paisaje fluye de mis ojos como de un extraño sueño.

Vicente Muñoz.

 

 

La batalla.

Siempre antes de la batalla nos vendan los ojos con
banderas blancas. 

Francis Vaz, Memoras de un torturador.



Sin remedio.

si nos cortan las patas / ya ves /
andaremos sin patas / qué remedio /
que nos cortan las alas / no podremos volar /
construiremos barriletes / qué remedio /
si nos cortan las manos / ofú /
con los dientes escribiremos / qué remedio /
que nos cortan las orejas / sin sonidos /
el olfato desarrollaremos / qué remedio /
que nos tapan la boca / mala cosa /
del aire comeremos / qué remedio /
del aire moriremos / alondras de los rastrojos /
si nos asfaltan los campos / sin remedio /
(los ojos para qué los queremos a estas alturas) /

Eladio Orta, Traductor del médium.

 

de verdad que os interesan
mis etiquetas publicitarias
os interesan de verdad
o aparco el poema
en doble fila
para que se lo lleve la grúa

cierro la cremallera o disparo
la magnum 44 de juguete
que me regalo mi tío gumersindo
en las fiestas de las angustias del 68

pues yo pertenezco
a una generación jodida
soy mediojipi reciclado
en poeta malo
por recomendaciones terapéuticas
mediopolitiquillo alternativo
marcado por el lugar de nacimiento

soy un mentecato medio pureta mediocalca
y aunque la mayoría os riáis
por lo mal que me lo monto
publicitariamente conmigomismo
los postperdedores ya éramos idiotas
antes de verter la leche en tinta
en servilletas de papel

en fin
soy medioculpable
de la mierda podrida
que huelva escribe en el aire

Eladio Orta, Berenjenas pa los pavos.

El MLRS se quiere solidarizar con este poeta de Isla Canela (Ayamonte, Huelva) en su incansable y desigual lucha contra la maquinaria inmobiliaria que se empeña en acabar con todo reducto territorial no productivo (especulativo) de la región, enemigo infinitamente poderoso al que ahora se une rendida (vendida) la clase política provincial intentando acallar a uno de sus mejores poetas mediante su exclusión del circuito cultural público. Ver sección cartas.

 

 

La lógica de la intransigencia o el origen de las responsabilidades.

El pobre no tiene la culpa de ser pobre
el rico sí.
Gloria Fuertes.

Muy a pesar de la libertad que nos da lo último en telecomunicaciones, las cuatro ruedas de un todo terreno o lucir una u otra compresa, cualquiera (todos, lo escondamos o no), puede intuir la mentira que encierra este mundo de la felicidad de la tarjeta de crédito y la democracia en internet. Irrumpe otra vida (prefabricada) dentro de la nuestra, que la suplanta a golpe de kilovatio, teletienda, kilobyte, tanto por ciento; en una vorágine de la que no podemos escapar para reflexionar. El mensaje ideológico es claro y unívoco: la Nueva Era es el eslabón final del curso de la historia, la evolución natural de la humanidad y el grado más perfecto de sociedad. La ideología de hoy (como sabemos la "era del fin de las ideologías" es la era de la supremacía despótica de una sobre las demás) cumple su doble función impositiva: imposición de normas de vida e imposición del olvido de esa imposición.

Pero la Nueva Era es ya muy vieja y carece, cada vez de manera más brutal, de todo aquello de lo que, de manera cada vez más cínica, presume y es hora, si realmente buscamos algún progreso, de abandonar los manifiestos apocalíptico-delatores y de empezar a buscar las razones de nuestra impotencia para encontrar la forma de participar en ese progreso. Tenemos urgencia de actuar, entrar en acción para vencer la inercia. Nos hemos acostumbrado a esconder nuestros miedos, nuestra pereza, nuestra sumisión bajo la sempiterna impotencia. Pero esta impotencia es fruto del estrangulamiento que sufrimos atrapados en una tupida red de delicados hilos (por tanto susceptibles de ser cortados-mordidos-transformados) que en su conjunto componen la extensa red en la que todos estamos inmovilizados (con el matiz de que unos pueden moverse como marionetas mientras otros apenas tienen margen para morir). Permitirnos creer que esa red es infinita e inabarcable, así como ajena a cualquier comprensión sobre su naturaleza, es lo mismo que aceptar la derrota; permitir que el análisis que efectuemos se diluya en complicados conceptos sociales abstractos, tan propios de esta Nueva Era como paralizadores de nuestra capacidad de lucha, es otra forma de derrota aún más dramática. Por tanto buscar la lógica de la intransigencia no debería ser sociología enrevesada y panfletaria sino búsqueda personal y colectiva de las intui(instruc)ciones básicas para la fabricación de un cóctel molotov creador que echarse a las manos y que sirva de tijera para, aún hilo a hilo (la única forma), acabar con la red que nos atenaza.

El ejercicio de la intransigencia es un paso posible de una serie que tiene que surgir del diálogo entre nosotros (un nosotros heterogéneo, discordante, intuitivo, con multitud de voluntades y sueños), un diálogo que debe a su vez aportar nuevas vías que nos sugieran nuevos pasos en ese proceso de pequeños avances -única forma de afrontar un objetivo que se empecina en aparecer como inabarcable. Es una búsqueda de responsabilidades ("culpabilidades" al modo sugerido en la cita, con visión sencilla y directa de una mujer que supo ser sencilla y directa), que tan cuidadosamente nos han enseñado a no encontrar para no combatir. La mejor forma de naturalizar algo y hacerlo paradójicamente inmutable es, como ya se dijo hace más de un siglo, considerarlo como "nacido de leyes naturales eternas y asentado sobre los dictados de la razón". Eliminando de raíz toda responsabilidad eliminamos de la misma forma cualquier objetivo al que dirigir nuestra lucha y lo que es aún más terrible, eliminamos cualquier problema concreto al que dirigir tal lucha, haciéndola por tanto absurda.

El término intransigencia está lastrado en esta democracia escenográfica del pensamiento único con fuertes connotaciones negativas que nos hacen renegar de ella para poder superar el test COSMOPOLITAN de 'campeones' de la libertad y del respeto. Una revisión de su significado auténtico (Diccionario RAE) nos revela que intransigencia no es otra cosa que negarse a consentir en parte aquello que no se considera justo, razonable o verdadero. Efectivamente, este mundo que vivimos ha nacido de la transigencia, que a cada paso ha robado una parte mayor de justicia, verdad y razón a nuestra sociedad hasta reducirlas a una bochornosa caricatura de sí mismas. Es por tanto la intransigencia la que nos debe relanzar a luchar por unos valores que, escarmentados, no volveremos a considerar objeto de intercambio mercantil por beneficios parciales en comunidades restringidas. 

Esta cara transgresora, positiva y vitalista de la intransigencia deberá estar siempre basada en el pausado ejercicio de revisión de lo cotidiano para encontrar aquello para lo que es necesaria y urgente. Anestesiados de rutina y de naturalización, tendremos que ver nuestra vida por un instante como algo escindido y por lo tanto observable con la mayor carga posible de objetividad. Aplicaremos el efecto de extrañamiento que en teatro buscaba Brecht y que nos permite "reconocer el objeto (aquí nuestra vida), pero que lo muestra al mismo tiempo ajeno y distante": extraño. Podremos de esta forma desvelar la vileza (vilezas) que ocultas tras esa macabra e inconsciente rutina (insertos en el mundo publicitario prefabricado) nos arrebatan la vida y alimentan el status quo que pretendemos desmontar y sustituir. Nos obligaremos a una segunda mirada a nuestro entorno, a lo que en él ocurre y a nuestras reacciones para no volver a dejar a su suerte a aquello que es justo, razonable o verdadero.

En un entorno global dentro del seno de la comunidad humana, observamos que desprovistos de la fuerza que nos daría una comunidad humana armónica y auténticamente solidaria (atenazada y sustituida por fondos monetarios, bancos internacionales y redes telemercantiles) queda anulada nuestra capacidad de actuación (como individuos humanos) frente a la inmensidad del ámbito mundial. Es por tanto absurda la intransigencia enfocada a los problemas globales pues acaba siempre transformada en perpetua y paralizante derrota. Me pueden comer las entrañas la muerte instalada como abaratamiento de costes en la producción de la tecnología occidental, la esclavitud descarada de la carne y de las vidas, la continua expoliación de los recursos naturales para el incremento de ganancias de las grandes corporaciones, la irracionalidad asesina de la patente médica que para multiplicar por miles los beneficios impide la salvación de millones... pero no puedo, como individuo apabullado hacer nada pese a empeñarme en declarar mi absoluta oposición. No es viable por todo ello la aplicación de la intransigencia ante los acontecimientos globales. Sin embargo, esta limitación (que debemos considerar temporal) no ha de significar resignación, sino todo lo contrario: deberemos mantener activa nuestra conciencia crítica con esa mirada extrañada y analítica aún estando coartada nuestra posibilidad de interacción, lo que evitará un acomodamiento o naturalización de la injusticia, situación buscada insistentemente por el poder a través de los medios y apoyada con el sucedáneo de la gala televisiva o de la ONG con logotipo registrado y mercadotecnia.

La intransigencia aplicada a nuestro entorno inmediato es la que exigirá posiblemente un mayor esfuerzo, sacrificio y atención, pues fácilmente es arrastrada por el rencor, la frustración, el acto reflejo y la convención degenerando en intransigencia equivocada que solo produce odio e ira en objetivos débiles e indefensos: desde los niveles más brutales y obvios en su error como la xenofobia o la persecución del indigente, hasta otros de naturaleza más compleja y aspecto más inocuo pero igualmente partícipes del error como en aquellos en los que, para el personal ensalzamiento moral, simplemente se busca humillar al pequeño mezquino siempre que sea de forma fácil, efectista y sin riesgos. Frente a estas actitudes tremendamente dañinas para los seres implicados, está el ejercicio de la intransigencia sosegada, fría y analítica que procura medir al detalle sus fuerzas, sus objetivos y, por encima de todo, la calidad humana que puede aportar la opción tomada. Este último y más importante objetivo, que busca el crecimiento como ser humano, será el filtro final, aplicado a todo análisis y decisión, que impedirá que nos veamos reducidos a miseria humana en nuestro camino por combatirla. Debemos pues acometer la revisión de nuestro ser social para analizar la naturaleza de las relaciones que buscamos, creamos o conservamos y plantarnos ante la putrefacta permisividad complaciente de la que en múltiples situaciones se hace gala para la conservación de una miserable posición social (en todos los niveles) o por el mantenimiento de una tranquilidad cómplice y asentada en la falsedad. Permisividad hacia la malicia, la estulticia encubridora, la vagancia mental, la capacidad para la naturalización de la injusticia, la indiferencia perversa, la imparcialidad parcial, el conservadurismo mísero... de todas aquellas personas que entran en ese ámbito de relaciones personales. Dejaremos de lado esa permisividad sin abandonar nunca nuestra dignidad como seres humanos que impedirá nuestra degradación como tales por el uso de los mismos mecanismos que utilizan aquellos a los que combatimos: la violencia, la crueldad, el triunfo humillador, la saña, la autoridad arbitraria, la superioridad interesada, cobarde y unidireccional...; o mediante el uso de los mecanismos tabulados que se nos ofrecen: la comprensión inocente y rendida, la rabia ulcerosa interior, la indignación incontrolada, la venganza, la inocuidad católica... mecanismos ambos que al tiempo que nos degradan nos dejan indefensos al haber entrado en su juego siendo ellos los que hacen y controlan las normas. Nuestros mecanismos han de ser nuevos y cargados de la humanidad que buscamos: la implacable sinceridad, la sinergia tribal, la defensa agresiva pero inteligente, la indiferencia obligada, el esfuerzo transformador, el amor sensible pero insobornable. Esta intransigencia necesaria y urgente desemboca en resultados, en principio, desagradables e incómodos pero debe conducir lenta e incorruptible a la necesaria comunión con un entorno humano inmediato donde poder crecer como tales, haciendo nuestra esa forma de amor que intentaba definir Saint-Exupéry y que no consiste en mirarse el uno en los ojos del otro sino mirar juntos en la misma dirección.

Nuestra intransigencia activa ha de volverse también ineludiblemente hacia uno mismo. Desvelar nuestra propia miseria y enfrentarla es la más difícil tarea (inmersos en sucesivos grados de naturalización de la injusticia que hemos), pero es al mismo tiempo la que supone el plante más agresivo a la vileza que combatimos. También tiene el riesgo de la solución sumisa, estéril, masoquista y ante todo errónea en forma de predicadores del desierto, apocalípticos costaleros, quijotes desproporcionados, desdichados penitentes y, en general, en forma de hordas de sufridores amargados. Soluciones que sólo son ejercicios miopes y fracasados que convierten en ridícula la opción de vida, pero comprensibles ante la dificultad de aplicar una mirada distante cuando el objeto del estudio es el propio sujeto. Eso sólo debe ser razón para extremar el cuidado en el manejo de las herramientas y no para paralizar el proceso. Las conocidas sustituciones del ser por el tener (somos en cuanto poseemos bienes o al menos los consumimos), del actor-espectador por el espectador a secas (que solo observa lo que hacen con su vida) nos han afectado a todos adormilándonos y será difícil, en este estado, extirpar todas y cada una de las inmundicias que arrastramos. Sin embargo, en la intransigencia con uno mismo cada pequeño avance, cada pequeña victoria (en la que soltamos parte del lastre de las inmundicias) anima en el camino de la destrucción de nuestra complicidad en la perpetuación del atenazador sistema. Suele ser esa serie de pequeñas victorias la base de otras mayores y la plataforma que nos lanza a la aventura de los demás. Revisión de uno mismo y absoluta intransigencia con: las necesidades inducidas (la seguridad hipotecaria, la belleza de clínica barragán, la tele-comunicación compulsiva, el adosado devorador de dignidades, el prestigio absurdo y hortera), los hábitos ajenos y enajenantes (el bodrio del cine ideologizante, la hipercompra concentradora de riqueza, la inversión en la bolsa de la especulación), los beneficios supuestos (la interactividad manipuladora, la paz culpable, la estabilidad sangrante, la democracia hipócrita, la comodidad para viajar-consumir, divertirse-consumir, aprender-consumir), la culpabilidad sorda (por los desastres en directo, por el hambre que salpica en la comida familiar, por el sufrimiento del artículo a todo color), la vida en conserva preparada para su consumo y la muerte en alcanfor. Liberarnos de estos lastres que nos impiden descubrir el camino a la felicidad (una felicidad nuestra, nacida de nuestra vida y no de la vida en la que nos quieren embutir) y liberarnos a su vez de la culpabilidad inducida (pese a su insistencia no somos responsables de el horror que arrojan los informativos desde el otro lado del planeta) es nuestra mejor contribución a la amordazada causa panhumana y a nuestro crecimiento como seres humanos. 

Quizá llegue el día en que la intransigencia sea simplemente una palabra que quede como recuerdo de un esfuerzo que fue necesario y doloroso para los que, según Brecht, preparando el camino de la amabilidad no pudimos ser amables; quizá sea la única forma de que ninguna generación más tenga que pedir, por su rudeza, ser recordada con indulgencia por aquellas que vivan los tiempos en los que el hombre sea amigo del hombre.

Álvaro Moreno Marquina