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            La dimensión humana de Gustavo Valcárcel 

            

  Herencia imborrable. Gustavo nos deja un ejemplo de honestidad y consecuencia a prueba de balas.

Juan Cristóbal / Revista Mariátegui
 23/05/07

La concepción que involucra el significado de la palabra artista, escritor o poeta, tiene una
arriesgada visión unilateral, una concepción-isla, si se entiende al escritor al margen del ciudadano que es, dentro de una específica y determinada realidad. Concepción que permite muchas veces trampas y mentiras tanto al escritor como al ciudadano, cuando ambos son, aunque muchas veces de manera contradictoria, caras de una misma moneda.

Es desde esta posición que afirmamos: dicha polaridad, escritor-ciudadano, permite aceptar y admitir, por ejemplo, que Borges es un gran escritor, aunque al almorzar con Pinochet o entrevistarse con Videla, como ciudadano, haya admitido que estaba bien matar a los opositores porque eran "comunistas". O en el plano nacional, venerar literariamente a Vargas Llosa, olvidando que encubrió el crímen de los ocho periodistas y su guía en las alturas andinas de Uchuraccay. Sin olvidar que en esa Comisión participaron personajes como Mario Castro Arenas, en ese momento Presidente del Colegio de Periodistas del Perú, el antropólogo Luis Millones y el sicoanalista Max Hernández.

Entendiendo que el ser humano como ciudadano engloba al escritor, es que trataré de rescatar, en estos breves minutos, la dimensión humana, de Gustavo Valcárcel, para quien la vida no fue un canto de sirenas, sino al decir de sus palabras, "un poema sin fin".

Gustavo Valcárcel en el mundo
La integridad humana y nuestro propio destino, como seres humanos y colectividad, están en juego, tanto por lo que hemos visto y padecido durante el gobierno corrupto y criminal de la década pasada, donde tantos intelectuales y políticos, especialmente los que venían de las canteras del socialismo, se alinearon sin ningún pudor con el gobierno fujimontesinista, cuanto por lo que significa la presencia de los talisbanes de la globalización, en países como los nuestros, especialmente en el área cultural, dejada inmisericordemente en el olvido (y no sólo por ellos), ya que conspiran abiertamente en la realidad para destruir las manifestaciones de ese territorio único y sagrado del hombre llamado sensibilidad.

Es en estas circunstancias, al pie de un siglo que comienza, y que muchos consideran agonizante, incluso el actual humanismo tiene su mirada fija en el museo del olvido, que no puedo dejar de traer a la memoria, a Gustavo Valcárcel, que nos dio ejemplo permanente de vida y militancia, de escritura y sacrificio, de optimismo y valentía.

Hombre dedicado con pasión y disciplina al camino árido y poco comprendido de las letras (no sólo fue poeta, incursionó además en la novela, en el ensayo, en la historia, en el periodismo, en el teatro), fue también, cómo no recordarlo, un permanente defensor de los derechos del hombre sobre la tierra, un luchador indoblegable por el socialismo, en momentos en que dicha defensa tenía que hacerse, y aun tiene que hacerse, desde la frustración, la exasperación y la desesperanza, es decir, desde la encrucijada peligrosa de la utopía. Este luchador, este poeta, fue para mí un paradigma de honestidad, un ejemplo de transparencia y entrega cotidiana para los demás, casi siempre a costa de lo propio. Por ello, a veces, ingenuamente me preguntaba, de dónde tanta fuerza, tanta generosidad para la comprensión del ser humano, para recorrer y apostar, tercamente, una y otra vez, por la solución de su futuro. La respuesta me la dio el propio Gustavo, una noche en que se desatábamos mensajes a la luna: "No olvides, fui amigo de Pablo Neruda y del comandante Ernesto Che Guevara". Símbolos vivientes, como él, como Juan Pablo Chang, como Luis de la Puente Uceda, del mensaje matinal de nuestro destino.

Gustavo Valcárcel en sus estancias
Quisiera destacar a Gustavo en tres instancias, estelares para mí, de su existencia. En su militancia con el Apra. En su militancia en el PCP. Y en su amor por Violeta, el amor imperecedero de su vida, su río inacabable, como lo dijera en ese inolvidable poema "Carta a Violeta", cuando se le despeñaba la sangre en el exilio mexicano.

Gustavo ingresó al Apra en 1938 ganado por la práctica antidictatorial y su prédica antimperialista. Llegó a ser secretario privado de Haya de la Torre, (incluso en algunas conspiraciones) durante tres años, de 1945 a 1948. Y llegó a trabajar hasta después del fracasado golpe de Ancón, insurrección que no llegó a realizarse. Producto de esa militancia, no sólo padeció varias carcelerías (la primera en 1940, a los 18 años), sino fue acusado, en 1950, de querer quemar el Jurado Nacional de Elecciones, por lo que tuvo que irse del país, llamado, como dijo, "por la dignidad personal", ya que Esparza Zañartu, el Montesinos de entonces, amigo de su padre político, quería que no sólo delatara la actividad de su militancia, sino también renunciara públicamente al Partido. Entonces enrumbó, como decía Jorge Teillier, a propósito de su padre, igualmente comunista, "a comerse el pan amargo del exilio". En México, hacia 1954, conoce a Siqueiros y a Diego Rivera, los grandes muralistas. En 1953 renuncia al APRA, como parte de la desilusión de sus grandes esperanzas. Hay que recordar que en 1947 había ganado el primer premio en los Juegos Florales de San Marcos con "Extensión y Deleite de Tortura", con el seudónimo significativo de Lucifer, con un conjunto de doce sonetos, de fina expresión y agradable musicalidad, como dijera el Acta del Jurado, entre los que se encontraban Manuel Beltroy, Augusto Tamayo Vargas, Estuardo Nuñez, Rodolfo Ledgard y Alcides Spelucín, autor de un poemario lamentablemente olvidado, "El libro de la nave dorada". Y en 1948 editaba su primer libro "Confín del tiempo y de la rosa", con prólogo de otro poeta olvidado, Xavier Abril, del que Alberto Escobar escribiera, son los versos más fluidos de la literatura peruana. Ganaría en ese año el Premio Nacional de Poesía. Con la edición de este libro, Gustavo echa por tierra la creencia que sólo se preocupaba por la poesía social, entendida como panfletaria, y no de los sentimientos profundos del hombre. En el partido de Haya forma, junto a Ricardo Tello, Guillermo Carnero Hocke, Luis Carnero Checa, Mario Florián, Eduardo Jibaja, Carlos Manrique y otros, el importante grupo literario "Los Poetas del Pueblo", que representaban una de las vertientes en que se hallaba escindida la joven promoción de escritores de esos años.

Deslumbrado por las lecturas de Marx y Engels, por la humildad de Jacobo Hurwitz, un comunista, a quien conoció en la cárcel, y que era, según Gustavo, "un hombre que vivía pensando permanentemente en el porvenir", es que, años más tarde se adhiere al PCP, al que le entregaría toda su vida. Fue director del semanario Frente, que pertenecía al Frente de Liberación Nacional, que luchaba, entre otras cosas, por el petróleo y demás riquezas naturales. Director del periódico de la agencia soviética Novosti y del semanario Unidad, que sí pertenecía al partido, del cual Gustavo orgullosamente diría: "Mi esposa y mis hijos le debemos los mejores momentos de la vida.

Lamentablemente no tengo diez vidas para darle, sólo una". Desde esa trinchera, junto con Violeta, se enfrentaron a la policía, pidieron tierra para los campesinos, libros para los estudiantes, trabajo para los obreros, derechos humanos para la gente humilde y menesterosa y para los presos políticos de la época.

Cuando falleció Gustavo, un 3 de mayo de 1992, abrumado como Pablo Neruda y antes como Vallejo por el dolor del mundo, estaba en pleno proceso el derrumbe del campo socialista, el cual aceleraría el final del poeta, a pesar de lo cual y con la valentía de siempre moriría con su corazón poblado de flores y comunismo, como escribiera en su testamento el 29 de marzo de 1989. Y días antes, cuando un periodista le preguntara si tenía temor a la muerte, con ese humor tan arequipeño que manejaba contestó: "No me preocupa ni un minuto la muerte, porque soy ateo, lo que me preocupa es el insomnio, ese sí me atormenta".

En cuanto a Violeta. Fue la "geografía amorosa" del escritor, la mujer militante que siempre estuvo a su lado, en la poesía y en el sacrificio cotidiano. Cómo no recordar esos memorables versos tan tiernos como valientes: "Sobre la almohada, a mi lado / tibio yace tu último sueño/ahora en cambio la ciudad acoge / tu vehemencia de ola, tu vigilia de amor / recorriendo el pan nuestro / que hoy te lo debemos todos". De perfil bajo, Violeta jamás quiso asomarse a los balcones públicos del día, aunque bien se lo merecía por todas las hogueras y ternuras que desató. Para conocer a esta mujer de temple indoblegable nos remitimos a lo que cierta vez nos dijo, estando un tanto delicada, con esa voz que nos llegó desde los más profundos y tercos manantiales de su espíritu: "A las enfermedades no hay que darles tregua, hay que enfrentarlas como a los tiranos, de frente". Y eso fue lo que hicieron, con Gustavo, toda su vida: enfrentar a la vida de frente. Por ello, siempre la estaremos mirando y recordando con una flor en la mano, para que su voz y mirada sigan floreciendo en todos los relojes del alba. 

Gustavo en el combate literario
Qué no debería decir de la obra poética de Gustavo. Muchos lo han expresado con mejores palabras que aquí puedo articular. Sin embargo, desearía rescatar, en el marco de su titánica labor literaria, del asombro de su vida que daba vida para vivir, el calor de su hogar tanto en Los Tacones, en Lince, como en la Urbanización Pando, lugares maravillosos de encuentros poéticos, de cálidos aprendizajes, de brindis gloriosos. Casas cargadas de recuerdos solidarios donde, lamentablemente, por esos azares incomprensibles, siempre estaba allí, agazapada, la zarpa del desalojo. Y no sólo ella, también, en 1982, la burla por parte del INC, cuando era director Abril de Vivero, (el mismo que despojara de su puesto a Juan Gonzalo Rose), a propósito de la edición de un libro que jamás llegó a publicarse, y que llevara a Gustavo decir, cuando la Corte Suprema sentenciara como indemnización menos de cien dólares, en carta dirigida a los compañeros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, cuando los donó para tan digna causa latinoamericana: "Yo les rogaría, compañeros, romper el silencio de no querer editar mi poesía revolucionaria en el Perú, de tal suerte ojalá les sea posible adquirir con tan poco dinero una enorme granada que ilumine vuestro cielo salvador, salvador nuestro, de igual modo" . Y cómo olvidar el vandalismo de la censura, cuando le quisieron incinerar, por orden del Ministro de Gobierno de entonces, en 1964, los tres mil ejemplares de la "Historia de la URSS" que le enviara un amigo republicano español. A pesar de estas infamias y otras estatales, el corazón del poeta vibraba con estudiantes y obreros, con intelectuales y campesinos, con diversos artistas y hombres simples de la calle. Por eso, con la mayor de las autoridades pudo exclamar, adarga en ristre: "Yo no creo en el arte por el arte, en el arte fuera de la realidad. Yo me afirmo en el socialismo. Creo en los poetas y artistas que luchan y escriben con la esperanza y la felicidad entre los labios. Es que a un hombre comunista el capitalismo no le va a abrir las puertas para que diga lo que piensa, al contrario, tiene que olvidarlo". A pesar de estas palabras, Gustavo nunca fue sectario en el arte, reconocía otras vertientes existenciales. Y eso fue lo que me dijo en una entrevista, cuando en 1980, a propósito de la publicación, en la revista Harawi, del generoso Paco Carrillo, de su poemario "Reflejos bajo el agua del sol pálido que alumbra", versos diferentes en la temática de Gustavo, de un profundo y patético desgarramiento, ya que es un canto a la muerte, se reafirmaba exclamando: "En la vida de un hombre se conjugan muchos otros factores que no necesariamente tienen que ser ideológicos, y a pesar que uno puede cantar a la angustia, a la frustración, a la destrucción personal, yo me reafirmo en el socialismo y no en el suicidio, que es la derrota por anticipado".

Vemos así como, también en la poesía, con toda la ética colgando de su frente y viviendo cada segundo su vida responsable de poeta, porque al final de cuentas esto es lo esencial y no tanto escribir libros de poesía, nos deja una herencia imborrable: la de la honestidad y la consecuencia a prueba de balas. Y lo sentimos y oímos, hoy más que nunca, desde la infinitud de las estrellas, de esas raíces milenarias de la tierra que él abrió en silencio, mirando, con ojos de ver, los mensajes eternos del mañana.

                                                            Mariátegui. La revista de las ideas.