¡Libre cultivo de la hoja de coca! ¡Libertad para los presos políticos! 

      
                La Conciencia de Clase y el Odio del Converso

                    

        Escape al fin de la historia. Favre; empresario y asesor de Alan García. Una diario denunció que una propiedad suya, fue un centro de tortura durante la guerra contrasubversiva. (Foto: Andina)

Favre y un síndrome conocido

Dante Castro / Mariátegui
 10/09/07

Hubo un instante en la historia de esta humanidad en que ser de izquierda era tan inevitable como las enfermedades eruptivas de nuestra primera infancia. Era tan obvio como auto-reconocerse ser racional o decir que la naturaleza nos puso el corazón en el lado zurdo de nuestra anatomía. El pueblo tenía razones irrefutables para partidarizarse, sindicalizarse, organizarse y sobre todo, combatir. La vocación de poder de este pueblo combatiente, se reflejó en otras clases sociales. Todo un contingente de pitucos se hicieron de izquierda, fundaron partidos, se desmembraron, se subdividieron y microfragmentaron en base a polémicas exquisitas acerca de qué hacer con el futuro del mundo. 

Pero en este viraje contranatura, en este parricidio sociológico, había algo más que la teoría materialista del reflejo. El instinto de clase avisaba al pituco, desde algún rescoldo de su masa encefálica, que los suyos iban a perder definitivamente el poder. Este llamado de alerta proveniente desde el lóbulo parietal inferior izquierdo, inconscientemente los haría defender su rol de conductores de la historia. Si no puedes con tu enemigo, únete a él. No había mejor método que hacerse miembros de la "clase política" de la izquierda, cuando no del estrato "pensante", o denominarse "intelectuales orgánicos" del (en ese entonces) próximo e inminente desenlace.

Si va a haber un desmadre, me hago dirigente. Total, los dirigentes de muchos países socialistas la pasaban mejor que el pueblo llano. Además, llegados al poder, eran puestos vitalicios y al que cuestionase a la casta dirigencial, se le acusaba de agente del imperialismo. Hasta aquí hemos descrito el mecanismo inconsciente de perpetuación en el poder de estos arielistas ultra post modernos, mecanismo que actuaba en la pituquería "progresista" con precisión de relojería suiza. 

Otros mejor intencionados se metían a este negocio con fines de inocularle racionalidad a un enfrentamiento de clases que se veía venir con características de proceso sangriento. Entonces, pensaban cumplir un rol similar al de Tarzán con los pobres negros africanos.

El supuesto rayo exterminador de las izquierdas los agarró desprevenidos. Cae Europa del Este, el mundo se vuelve unipolar, el neoliberalismo se apodera de pantallas y mentes. Su primera reacción inconsciente (y en muchos casos: consciente) no se hizo esperar. De pronto el lóbulo parietal superior derecho les revelaba que el marxismo era dogmático, que el mundo debía seguir la lógica del mercado, que en los países socialistas no habían libertades, etc. Había que decirles: ¿Tan rápido cambias, Venancio? Los pitucos volvían al redil donde nacieron; unos más rápido, otros más lentamente. Si es con una ONG bajo la manga o puesto de parlamentario, mucho mejor.

Pero hubo quienes hicieron ese tránsito de retorno, mucho antes. Estos sujetos militaron en partidos que predicaban la lucha armada, y que siempre postergaban por motivos muy lógicos. Cuando llegó la hora de los mameyes, esos grupos se dividieron entre quienes asumían llevar a la praxis lo que siempre predicaron y quienes no estaban dispuestos a inmolarse. Así podemos explicar el cambio sorpresivo de Eduardo Figari Gold, por ejemplo, cuando una parte de VR-PC liderada por Julio César Mezich decide incorporarse a la lucha armada. Figari se quedó con los que apostaban por el camino electoral, pero muy pronto desapareció totalmente del escenario de izquierdas. Se volvió un hombre próspero y consecuente con sus intereses de clase.

Julio César Mezich y los hermanos Wensjoe demuestran que la excepción confirma la regla. Traicionaron radicalmente los intereses de su clase de origen al extremo de no dejar puentes para el retorno. Como Hernán Cortés en México, quemaron sus naves para garantizar que no había camino de regreso.

Los que retornaron al chiquero de lujo, odiaron profundamente a quienes no lo hicieron. Repudiaron (y repudian hasta hoy) a quienes se quedaron en la izquierda para reconstruirla después de las catástrofes que conocemos. El odio visceral del converso los hace más radicales que los derechistas clásicos. La simple existencia de camaradas consecuentes que no claudicaron ni claudican, es el peor dedo acusador que los señala incluso en sus pesadillas y delirios.

El síndrome que hoy he bautizado como el odio del converso, ha hecho que personajes conocidos de la izquierda universitaria de los 70 terminen de asesores en los aparatos contrasubversivos, directivos del Ministerio del Interior o miembros del Servicio de Inteligencia. Otros que padecen del mismo mal, siempre están dispuestos a identificar a sus antiguos compañeros a la hora en que éstos aparecen a pedir trabajo o simplemente presentan su curriculum con la esperanza de sobrevivir honestamente. 

Lo que nunca imaginaron estos hijos de puta es que el péndulo de la historia iba a virar nuevamente hacia la izquierda, que la muerte de las ideologías y el fin de la historia no eran más que pamplinas, que el neoliberalismo nos conduciría al estrepitoso fracaso socioeconómico que vemos a nivel mundial. Y no hay mayor placer que decirles en la calle, cuando tratan de evitar nuestro saludo o cambian de vereda: "Oye cabrón... La lucha continúa..."

 

 

                                                            Mariátegui. La revista de las ideas.