Editorial:

Viejos cantos de sirena bordeando el abismo de una nueva guerra


Descargas
rtf
pdf



Tres ejes para explicar la nueva contradicción imperante a nivel global

            Nadie se sorprendería si le dijésemos que los acontecimientos acaecidos en las fechas más recientes a nivel internacional engloban varios de los movimientos más importantes de los últimos años, pero desde el Movimiento Anti-Imperialista (MAI) creemos que esa frase se queda corta, que se debe ir un paso más allá, intentando desentrañar el espíritu de la época en que vivimos. Como bien dijera Mao, en cada cosa grande hay múltiples contradicciones, y una es la que adopta el papel de dominante. En el sistema capitalista del mundo de hoy, el del imperialismo y la revolución, existen tres contradicciones generales que hacen que la oxidada rueda de la acumulación prosiga su pesado andar: la contradicción capital-trabajo, la relativa al conflicto inter-imperialista y la que engloba a los países imperialistas y países oprimidos. Como bien sabemos, esta última había ocupado el lugar dominante durante las últimas décadas, con el hegemón estadounidense haciendo y deshaciendo a su gusto y sin ningún rival que pudiese hacerle frente de manera clara. Sin embargo, durante los últimos tiempos parece que dicho estado general está viéndose modificado, y asistimos por tanto a un desplazamiento en la bóveda de contradicciones del imperialismo. Así pues, la idea principal que merece ser destacada, más allá de hechos puntuales, es la de que la contradicción principal que actúa como motor del sistema capitalista está pasando a ser la relativa al conflicto inter-imperialista. Es decir, que las tensiones subyacentes y siempre existentes entre las grandes potencias, tanto regionales como globales, comienzan a hacerse cada vez más visibles, con una posible formación de un bloque imperialista alternativo.

En términos generales, y en aras de conseguir una comprensión cabal de los conflictos definitorios del mundo actual, podemos resumir diciendo que se vislumbran tres escenarios, ampliamente inter-conectados entre sí, y que muestran cómo ese precario equilibrio que había imperado durante las últimas décadas, basado en la explotación y subordinación de los países oprimidos, está poco a poco despedazándose. El primero de ellos, en cuanto a la cercanía respecto a las tierras en las que nos hallamos, es el de Ucrania. En él, el imperialismo USA-UE intenta acorralar a su homónimo ruso, quien se encuentra a la defensiva e intentando no perder su ascendencia europea en el tablero internacional. El segundo escenario nos lleva al este, a Oriente Medio, donde el bloque Israel-Arabia Saudí-USA está ganando la partida al grupo de la región en el que se encuentra inserto Irán, balcanizando grandes extensiones que otrora parecían tener seguro un lugar bajo el sol. Y por último, pero no menos importante, tenemos el teatro del Pacífico, donde, a pesar de que las aguas están algo más tranquilas últimamente (únicamente por lo convulso de los otros dos frentes inter-imperialistas), parece claro que es donde el imperialismo estadounidense procurará desestabilizar al dragón chino, hegemón en ciernes.

Una vez establecidas las pautas generales, los elementos definitorios del momento actual a nivel geopolítico, pasemos a desgranar uno por uno los principales escenarios, en busca de una comprensión cabal de los mismos.

El conflicto que más parece estar recrudeciéndose en los últimos tiempos, y a través del cual podemos observar de manera más abierta y sin tapujos los diferentes intereses imperialistas, enfrentados en dura pugna, es sin duda alguna Ucrania. En estas tierras eslavas, que hasta hace poco representaban la zona de influencia del imperialismo ruso, se está llevando a cabo el enésimo intento por parte de las potencias de la OTAN de aislar y arrinconar al oso moscovita. Sin embargo, dicho oso ya no es la criatura herida que aceptó a regañadientes la pérdida de gran parte de los Estados colchón de los que disfrutaba la social-imperialista Unión Soviética. El Estado ruso ha logrado recomponerse tras la hecatombe que supuso la disolución de las estructuras erigidas durante el Ciclo de Octubre, y su burguesía, disponiendo aún de esferas de influencia y potencial armamentístico heredado de la anterior etapa histórica, es hoy capaz de plantar cara como potencia establecida a los intentos externos por reducir su margen de actuación y su lugar en el mundo. Algo de esto ya se vio en la Guerra de Osetia del Sur en 2008, cuando se puso a prueba la capacidad de reacción rusa tras iniciar las maniobras para incorporar a Georgia a la OTAN, y ya se pudo comprobar que el oso estaba despertando de su letargo. Ucrania, por tanto, supone una vuelta de tuerca más en esa estrategia de hostigamiento contra el imperialismo ruso, aunque a un nivel cualitativamente superior: por una parte, el interés geoestratégico de Ucrania es mucho mayor que el de las reducidas regiones de Osetia del Sur y Abjasia, por lo que Rusia no solo se juega su prestigio internacional o simplemente mostrar que tiene pulso militar, como siete años atrás: está en juego su ascendencia europea, al mismo tiempo que una región crucial por el paso de oleoductos y gasoductos (las “arterias” de la burguesía rusa), además de extensas relaciones comerciales ajenas al oro negro. Por otra parte, la entidad del contendiente al que la burguesía rusa se enfrenta es, obviamente, mucho mayor, al igual que el peligro que acecha. Para contextualizar mínimamente y realizar una comparativa que ilustre las diferencias entre uno y otro conflicto, es necesario apuntar que el área en el que tuvieron lugar acciones armadas en 2008 fue de alrededor de 15.000 kilómetros cuadrados, y el número de tropas implicadas fue de cerca de 50.000 durante 10 escasos días, en contraste con los más de 50.000 kilómetros cuadrados de los oblasts de Lugansk y Dónetsk, los más de 100.000 combatientes de ambos bandos y la prolongada duración del conflicto, de alrededor de un año en estos momentos.

Ucrania, cuya naturaleza siempre ha sido ambivalente en relación a su hermano mayor, se puede dividir, en primera instancia, en dos secciones más o menos similares en tamaño, cada una de ellas mirando hacia el lado opuesto. Mientras que la región más occidental, de habla mayoritariamente ucraniana, ha tendido hacia el oeste (no en vano formó parte del Imperio Austrohúngaro), el sector oriental, cuya lengua más extendida es el ruso, siempre ha privilegiado el establecimiento de nexos con Moscú (no en vano, no olvidemos que las propias regiones constituyentes de la zona denominada Donbas incluyen también parte del territorio ruso). Precisamente por esta ambivalencia en cuanto a intereses, y al contrario de lo que comúnmente se suele pensar, Ucrania, tras la caída de la Unión Soviética, no ha jugado el papel de simple comparsa de Moscú, algo que sí podría decirse de Bielorrusia: la burguesía ucraniana, siempre atravesada por la contradicción que encuentra en sus tierras, y su cierta bicefalia política, ha procurado desempeñar un papel en el que la neutralidad fuese su cariz más representativo.

Ese relato que presenta a Ucrania como mera prisionera o marioneta en manos de Putin es, por tanto, falto de todo rigor, pese a lo cual no se ha dejado de explotar en los medios de comunicación occidentales con cada vez menos disimulo. Pero hay otros relatos que, pese a ser minoritarios, no están exentos de crítica. En las filas revisionistas, siempre atentas a cuál puede ser el próximo clavo ardiendo al que aferrarse, se ha extendido una maniquea visión del conflicto ucraniano, según la cual no hay más imperialismo que el de la OTAN. Dicha visión presenta, en muchas ocasiones, a la Rusia de Putin como heredera de la Unión Soviética (lo que dice mucho tanto de lo representado como de aquel que vive a través de vacuas ensoñaciones al respecto), amparándose, cómo no, en la utilización de cierta simbología de tiempos pretéritos por parte de los rebeldes prorrusos1. Esta caracterización simplista, falta de toda profundidad, es síntoma de un déficit a la hora de comprender el imperialismo a nivel teórico. Mientras nuestros revisionistas se apresuran a calificar únicamente como imperialista al hegemón planetario, USA, realizando una equiparación pueril entre política internacional agresiva e imperialismo2, el marxismo nos muestra que, en la división internacional del trabajo, las potencias imperialistas son aquellas que subyugan a las naciones oprimidas, ejerciendo una sobre-explotación sobre ellas, independientemente de que se utilicen medios militares para ellos o no. De hecho, y precisamente porque nos movemos ya desde hace más de un siglo en la época imperialista, la cual se caracteriza, entre otras cosas, por una gigantesca extensión del sector financiero, en ocasiones sucede que la sobre-explotación no se realiza manu militari, sino a través de toda una pléyade de instrumentos internacionales de disciplinamiento económico, como el pago de deudas, la limitación de déficits a nivel estatal o el cercenamiento de mercado, tanto interior como exterior, para las burguesías nacionales3. Partiendo de estas coordenadas teóricas, mucho más acordes con el estado realmente efectivo del capital en la arena internacional, es evidente que Rusia constituye, a día de hoy, una potencia imperialista con todas las de la ley, y por tanto, esa defensa a ultranza del oso ruso que practican nuestros ya conocidos revisionistas supone su posicionamiento a favor de uno de los dos bloques imperialistas en liza (por ese motivo, coadyuva en la perpetuación del estado actual de las cosas y niega de facto la posibilidad de una salida revolucionaria para las masas ucranianas, única solución posible para su penosa existencia actual, y que no las concibe como carne de cañón en un conflicto inter-imperialista).

Pero mientras nuestros revisionistas, tanto allende como aquende de nuestras fronteras, siguen obnubilados por sus imaginarias revoluciones y resistencias populares, los misiles imperialistas siguen regando con sangre y fuego tierras situadas al este del Estado ucraniano, y no parece que de aquí a poco vaya a cambiar semejante escenario: la última tregua, denominada Minsk 2.0, ha mostrado que quien ha sabido nadar mejor durante las últimas jornadas en las contradicciones existentes en el campo adversario ha sido el Estado ruso. El bloque UE-USA, que rompió el tradicional statu quo neutral de Ucrania a través de un acuerdo de asociación excluyente, observa cómo el oso ruso, en una gran aplicación de guerra híbrida, está ganando la partida a nivel militar, y se debate en estos momentos entre apoyar de manera abierta a su valido (USA, Polonia, UK, Estados bálticos) o limitar lo máximo posible unos daños probablemente ya irreparables (Francia y Alemania, principalmente). En caso de que se imponga la primera opción, posibilidad cada vez más cierta, dados los últimos sucesos4, estaríamos ante un escenario de consecuencias realmente imprevisibles, pues se abriría la veda para una deflagración mucho menos velada. Ni qué decir tiene que esto es lo último que desean las burguesías francesa y alemana, dadas las profundas interrelaciones económicas que existen con el gigante ruso en un contexto muy próximo a la recesión.

Es evidente, por tanto, que casi todas las opciones están sobre la mesa, al igual que sucede en tierras más orientales. En el extremo oriental del Mediterráneo, al igual que en la tierra de la confluencia del Tigris y el Éufrates, las aguas manan cada vez más enrojecidas por la sangre de las masas, ofrendadas sobre el altar del enésimo conflicto inter-imperialista del capitalismo tardío. Tres son los ejes que explican los últimos acontecimientos en Oriente próximo: por un lado, la terrible repartición del mundo post-colonial, donde principalmente Inglaterra y Francia se dedicaron a desmembrar pueblos enteros, con el objetivo de gobernar la sobre-explotación de las masas africanas y asiáticas de manera acorde a sus intereses. Esto provocó, entre otras cosas, que pueblos como el kurdo se vieran diseminados a lo largo y ancho de varias fronteras estatales. Por otra parte, una de las consecuencias del Ciclo de Octubre fue la expansión, por gran parte de la zona denominada Oriente Medio, de numerosos partidos de corte panarabista, laicos y con una pretendida ideología “socialista”, lo cual supuso un freno a las visiones más religiosas en la zona. Sin embargo, elementos como la propia corrupción de los promotores del “socialismo árabe” (que nunca se autodenominó marxista), la llegada de los ayatolás a Irán o la derrota soviética en Afganistán, fueron abonando el terreno para que resurgiesen los programas islamistas en numerosos países de la zona con el objetivo de hegemonizar su particular cosmovisión reaccionaria. El último eje que explica y determina las actuales dinámicas es, como no podía ser de otro modo, la propia competencia entre las distintas potencias de la zona, generalmente divididas entre chiitas y sunitas5. Esta competencia inter-imperialista en la región ha vuelto a adoptar ropajes religiosos medievales, raídos pero con una atractiva pátina moderna (véase, por ejemplo, la elaborada propaganda por parte del Estado Islámico).

Estos rasgos nos dibujan una región con movimientos nacionales ascendentes como el kurdo, una competencia entre las dos respectivas puntas de lanza de los bloques chiita y sunita, Irán y Arabia Saudí, y un ascenso del fundamentalismo religioso. Todo esto, claro está, añadido al propio juego de los actores globales, USA (a través de sus aliados tradicionales, Israel o Arabia Saudí), o Rusia y China (a través de Irán o Siria).

Sin duda, el actor que más está dando que hablar en los últimos tiempos en esta región es el Estado Islámico. Esta organización yihadista de corte wahabí, financiada por petro-dólares y auspiciada por diversas agencias de inteligencia (saudíes, israelíes y estadounidenses, principalmente), supone la enésima prueba de cómo las propias dinámicas imperialistas crean las más de las veces monstruos que escapan del control de las potencias. Hay que decir que tanto Al Qaeda como el Estado Islámico suponen la continuación del imperialismo, en un ciclo de acción-reacción que conduce a la barbarización de los pueblos de la zona; sin embargo, aunque la primera ha centrado su actuar principalmente en propinar golpes externos en las propias metrópolis occidentales, el segundo ha ido creando sus propias estructuras estatales en la región, creciendo en los intersticios y vacíos de poder que las potencias imperialistas han dejado en Libia, Siria e Irak. Está por ver cómo evolucionan los acontecimientos en los tres países, pero parece obvio que la desestabilización prevalente en la zona beneficia al bloque estadounidense-israelí, pues las actuales circunstancias ponen coto a la influencia iraní en Irak y debilitan a Al-Assad en Siria. De esta manera, el bloque chiita, comandado por Irán (y con cierta ayuda por parte rusa), se encuentra en condiciones cada vez más precarias en la región, por lo que no sería de extrañar que en las negociaciones que aún se llevan a cabo sobre el programa nuclear iraní la potencia persa tuviese que dar varios pasos hacia atrás y aceptar por tanto un papel menos prominente en la región.

Por último, en cuanto a los grandes escenarios que delineábamos al comienzo de esta sección, nos encontramos con el situado en el Pacífico, donde los diferentes actores llevan ya tiempo organizando sus fichas (no hay que olvidar que Asia es el continente donde más ha aumentado el gasto militar durante los últimos 25 años). Pese a que este sea el escenario que parece menos inflamado en estos momentos (debido en parte la senda que están tomando los situados en tierras ucranianas o árabes), USA y su estrategia denominada Pivot to Asia dejan a las claras cuál será el rival más importante de cara a la lucha por la hegemonía mundial: China6. El dragón asiático es desde hace tiempo una potencia global, y es evidente que la conflagración, sea de naturaleza directa o indirecta, tendrá lugar tarde o temprano. Los conflictos latentes en los innumerables atolones e islas diseminados en los mares adyacentes a la China continental (con Taiwán, Japón, Filipinas, etc.) auguran un futuro explosivo, y el campo está lo suficientemente maduro para que una chispa incendie la pradera. Los distintos países ubicados en el sudeste pacífico ya han ido posicionándose frente a su vecino chino (a través de distintas organizaciones regionales, como la ASEAN), por lo que este se encuentra de alguna manera cercado en el Pacífico. De ahí que, por ejemplo, haya ido reforzando su particular esfera de influencia en Asia central, a través de la Organización de Cooperación de Shangai-Tratado de Shanghái. El dragón asiático, además, se ha encontrado con un aliado potencial con el que hasta hace poco no contaba: Rusia. Las maniobras del bloque imperialista occidental están empujando a Moscú, que siempre se ha mostrado más dispuesta a explorar su vertiente europea, a coludir con Pekín, aunque siempre con las consabidas reticencias de quien se sabe segundón en una posible unión. En este marco de conjunción de elementos, la cooperación en todos los ámbitos entre Rusia y China se ha venido incrementando durante los últimos tiempos, a través, por ejemplo, de la construcción de gasoductos o maniobras militares conjuntas.

Así pues, parece que podríamos estar introduciéndonos en un escenario caracterizado por la configuración de dos grandes bloques imperialistas con distintos focos de conflictos, donde el Pacífico tiene el potencial de convertirse en la región clave en el medio-largo plazo y donde un conflicto bélico a escala global vuelve a otearse en el horizonte. Respecto a esa posibilidad, vale la pena detenerse un instante en la idea bastante extendida de que las enormes interrelaciones económicas existentes entre las distintas potencias hacen del todo imposible una deflagración de dimensiones pavorosas, y compararla con el similar espíritu que anidaba en las conciencias de la época en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Por aquellos tiempos, el libro “La gran ilusión”, publicado en 1910 por Norman Angell (por cierto, miembro del partido laborista inglés) enarbolaba con ímpetu su optimismo respecto a las relaciones inter-imperialistas, y el vizconde Esher, tras leer dicha obra, llegó a razonar frente a la alta comandancia británica que “los crecientes nexos económicos hacen la guerra más difícil e improbable cada día que pasa”. Por todos es sabido cuáles fueron los acontecimientos que tuvieron lugar tan sólo cuatro años después, echando por tierra esa gran ilusión, por lo que seguir razonando la imposibilidad de una guerra de grandes proporciones en base a la creciente inter-dependencia económica mundial no puede suponer más que un brindis al sol: una barata conclusión construida sobre deseos, y no sobre hechos. No olvidemos que la historia ya nos ha dado suficientes pruebas acerca de cómo opera el imperialismo, etapa decadente del sistema capitalista: la misma división del trabajo internacional propicia el surgimiento de nuevas potencias, siempre prestas a provocar el descalabro de las anteriores, por lo que el reparto del mundo se encuentra en disputa permanente.

Así pues, certificando ese cambio de coordenadas con el que abríamos el apartado de geopolítica internacional, esa implementación de las contradicciones inter-imperialistas como la clave de bóveda que rige el sistema actual, parece evidente que nos encaminamos hacia tiempos oscuros, donde el proletariado tendrá que entregar su cuota correspondiente de carne de cañón a la enésima carnicería imperialista. En ella, las masas verán ante sus ojos desplegarse un pavoroso estruendo destructor, pero al mismo tiempo se podrá dar la posibilidad de que puedan contemplar otro horizonte, otro mundo: el de la emancipación humana sin cortapisa alguna. No podemos más que recalcar que, en ese sentido, avanzar en la reconstitución del Partido Comunista es la única manera de que ese horizonte comience a abrirse paso por las amplias alamedas del devenir del hombre.

Syriza: los atajos y sus frustraciones

Sin embargo, antes de que eso suceda, nos tememos que tendremos que seguir observando cómo muchos prefieren transitar por estrechos caminos que parecen prometer atajos y júbilos, pero donde tras sus amarillas baldosas no hay más que desesperanza y frustraciones. Tras unas primeras jornadas en las que el triunfo de los primos griegos de Podemos creó en muchos la ilusión de que, efectivamente, esta vez la mera toma del Estado, entendido este como maquinaria burocrático-militar, auguraba un precioso porvenir, hoy resulta evidente que la social-democracia rediviva en tierras helenas está cediendo terreno a marchas forzadas, aceptando casi todos los chantajes y presiones a los que se está viendo sometida tras acceder a la sala de máquinas del aparato estatal. Para desgracia de muchos, el contenido del acuerdo al que se ha llegado no deja ningún lugar a dudas, pues supone el reconocimiento de facto de todas las deudas y su necesidad ineludible de pago, así como la “necesaria” injerencia extranjera a la hora de implementar la política económica interna7.

Iremos viendo durante las próximas semanas y meses cuál es la forma que toma la continuación de la imposición financiera al Estado griego (la mayoría de las cuestiones se han aplazado hasta el momento en que expire esta nueva prórroga de la ayuda financiera, en junio), pero a nivel político se ha vuelto a demostrar aquella máxima que ya hemos esbozado en ocasiones anteriores: la reforma viene propiciada, históricamente, por la amenaza de revolución, y en ausencia de ésta, aquélla se desfonda y no tiene recorrido. Si durante el Ciclo de Octubre la burguesía se avino a realizar cesiones en ciertos aspectos en su régimen de dominación, lo hizo evidentemente no por querer aumentar el bienestar de los explotados, sino por temor a verse sobrepasada por los acontecimientos. Es decir: reformas desde arriba, antes que revolución desde abajo. Así es como debemos observar, por ejemplo, el llamado “Estado de bienestar” europeo durante gran parte del siglo XX que hoy la clase dominante se afana en destruir metódicamente, pues este no suponía más que keynesianismo puro y duro presentado en un envoltorio lo suficientemente apetitoso para unas masas en un estado de efervescencia mucho mayor que el actual. Hoy en día, ya con la idea de revolución totalmente defenestrada en las adocenadas mentes de las masas, el proyecto reformista solo puede mostrarse completamente incapaz y falto de fuerzas para imponer sus medidas paliativas. De ahí que, del mismo modo que Iglesias y cía. han ido rebajando su discurso en tierras patrias, adecentándolo para incluir bajo su égida a sectores sociales cada vez más identificados con la pequeña y la mediana burguesía, Syriza ha ido retrocediendo una y otra vez en su proceso de adecentamiento frente al gran capital europeo.

Los orígenes de esta social-democracia rediviva y su hegemonía en parte de las masas en la actualidad tienen, evidentemente, su propia explicación histórico-política. Tal y como hemos mencionado en algún escrito anterior, el Ciclo de Octubre, ya finiquitado, bebía parcialmente de la concepción burguesa de la revolución, como no podía ser de otra manera; ese multifacético combustible de la revolución burguesa, que prescribía la revolución como acontecimiento (insurrección) y no proceso, y que la observaba como algo cuya llegada se daba por hecha (fatalismo histórico) por mor del desarrollo de las fuerzas productivas, determinó la visión general de la revolución durante todo el Ciclo de Octubre. Y es cierto que durante la existencia de este se pudieron salvar los muebles en los distintos Partidos Comunistas: el ejemplo heroico de Octubre, entre otros elementos, sostenía a aquellas formaciones instituidas en base a las 21 condiciones de la Komintern. Sin embargo, acabado dicho Ciclo, y por tanto sin el referente social de la revolución entre las masas, comenzaron a advertirse de manera incontestable las insuficiencias de los denominados Partidos Comunistas, uniones inter-subjetivas de comunistas a la Komintern. Pese a que es cierto que dichas organizaciones se alimentaron de y nutrieron al movimiento revolucionario al mismo tiempo, la ola revolucionaria, tras replegarse por sus propias contradicciones internas, dejó a la luz del día las vergüenzas inherentes de dichas organizaciones, ya incapaces por completo de ocultar sus límites intrínsecos. Semejante unión inter-subjetiva, voluntarista, se había mostrado, la mayor parte de las veces, incapaz de elevar a las masas para integrarlas en un todo orgánico con objetivos plenamente revolucionarios, en esa relación social que realmente supone un Partido Comunista. Así, con Octubre ya apagado y parte de sus restos languideciendo como tristes formaciones parlamentarias a la espera de un acontecimiento externo (un nuevo episodio de agresión imperialista, algún desmán más grande de lo habitual de los representantes políticos de la burguesía, una crisis económica...) que propiciase que las masas se volviesen hacia ellos en busca de respuestas nunca proporcionadas, el fascismo y la social-democracia han acabado erigiéndose como referentes políticos de una gran parte de la denominada clase media. Esta es la razón por la que la social-democracia vuelve a presentarse como impoluta frente a las imposiciones del mercado y ha acabado llevándose el gato al agua en el mercadeo electoral heleno.

Sin embargo, tal y como decíamos antes, la social-democracia y el revisionismo no dejan de ser dos caras de la misma moneda reformista, pese a que estos últimos engalanen su objetivo último con soterrados llamamientos a una insurrección que no llegará Deus ex Machina, pero que tampoco saben ni pueden organizar por sí mismos. Ambas corrientes, en esencia, siguen el mismo planteamiento respecto a cómo transformar la sociedad, independientemente del calado de las transformaciones que cada uno pretende implementar: supeditarlo todo a una ingenua y paternalista toma de la maquinaria estatal como punto de partida inevitable de sus políticas. Evidentemente, esto es coherente en sí mismo. Pero antes de observar la lógica que subyace a estas dinámicas, en contraposición a la acción del proletariado revolucionario, es de obligado cumplimiento que nos refiramos al fenómeno que de manera central, aunque no exclusiva, viene marcando la agenda política en el Estado español, y que es parte esencial de este rejuvenecer del movimiento de defensa de la aristocracia obrera.


Podemos, o la inesperada virtud de la apatía

Entre los efectos de la ofensiva intramuros del capital financiero, en el Estado español hemos visto como ha surgido y medrado Podemos, la formación encabezada por Pablo Iglesias y que pretende, como Syriza, el reordenamiento del Estado sobre un nuevo bloque histórico en que la aristocracia obrera tenga un papel de primer orden. No es extraño que los resultados de la crisis económica, que aquí se aúnan a una profunda crisis del régimen, sean paralelos en Grecia y España, pues ambos países comparten elementos nodales en su conformación como modernos Estados de bienestar: economías endebles cuyo crecimiento vino ligado durante las vacas gordas a sectores como el inmobiliario, a la vez que se iba desamortizando el tejido industrial; y rescates comandados por la Wehrmacht financiera cuando los dispositivos de alerta de la economía global saltaron por los aires. Parlamentarización desde arriba durante los años 70, tras regímenes de corte fascista derivados de uno u otro modo de la agudización de la lucha de clases tornada décadas antes en guerra civil; y profunda crisis de las instituciones sobre las que se montó a nivel local el proyecto imperialista europeo y que se adivina sólo con ver el agotamiento de los partidos turnistas en ambas democracias (ND-PASOK, PP-PSOE). En definitiva, países de la periferia de Bruselas en donde la crisis económica y social está teniendo un efecto devastador entre las masas y que ha generado el resurgimiento de la vieja socialdemocracia aunque sobre un contexto diferente. Sin embargo, y aunque compartan matriz histórica concreta, Podemos es un caso con caracteres propios, los de la crisis política española, y así hemos de comprenderlo.

De forma preliminar cabe identificar a Podemos como la lenta respuesta a la pregunta que se hace a sí misma la aristocracia obrera sobre cómo acomodarse en el bloque de dominación. Y es que a pesar de su meteórico ascenso electoral, los elementos que han confluido en este ungüento se habían presentado en sociedad en mayo de 2011.

El primero de aquellos sería precisamente la crisis de representatividad del régimen y la subsecuente necesidad por parte de las bases sociológicas que lo han sostenido de encontrar un nuevo espacio de representación que pugne por sus intereses de clase. Como ya hemos referido en otras ocasiones, PSOE y PP son las dos estructuras partidarias que representan el enraizamiento del capital financiero con el suelo social del régimen imperialista español desde la reforma del régimen fascista: con la aristocracia obrera los primeros (a lo que se añadiría su negociado preferencial con las burguesías periféricas), y con pequeña y media burguesía los segundos. Las dos formaciones dinásticas atraviesan una importante crisis, en tanto han sido las encargadas de llevar a término esa reestructuración de la dominación capitalista que ha trastocado el statu quo vigente desde los setenta, siendo la base social de los social-liberales (precisamente los que conectaban con la aristocracia obrera e indirectamente con las burguesías nacionales periféricas) el que se ha desquebrajado, en detrimento de Podemos. La “pasokización”, siguiendo la estela de lo que ha ocurrido en Grecia con el contenedor turnista de las expectativas progresistas de las clases medias, es la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de un PSOE a la deriva. Mientras, los conservadores achican aguas por la derecha invocando al espíritu de Aznar, si bien su mayor peligro procede del extremo centro. Ante este panorama, la Gran Coalición toma forma, a pesar incluso de los peligros que representa para la continuidad como tal de uno de los cónyuges, y se evidencia con el reflote del “pacto anti-terrorista” firmado en febrero en Moncloa por Rajoy y Sánchez, evocando los buenos tiempos en que el simple cerrojo bipartito valía para todo. Una estrategia, la de los pactos de Estado entre PP-PSOE, que no puede más que reforzar a los actores ajenos a las viejas alianzas de gobernabilidad, empezando por el partido de Pablo Iglesias y cía., pues ya no se adecuan a los intereses globales de las clases reaccionarias en el Estado español: si el “anti-terrorismo” hasta hace poco fijaba una posición determinada sobre el derecho a la autodeterminación del pueblo vasco, en donde coincidían todos los hacedores del pacto constitucional, ahora se establece sobre el abstracto peligro del yihadismo internacional.

Podemos debe también comprenderse dentro de la miríada de organizaciones y estamentos que han venido representando a las distintas fracciones de la aristocracia obrera desde la Transición y que, a priori, podrían haber sido el receptáculo natural del descontento social. Sobre las centrales sindicales mayoritarias poco puede decirse. Puntales del sistema al gozar de la patente de corso para el tráfico de esclavos asalariados, en los últimos tiempos las huelgas generales que han convocado, más que contra gobiernos o patronal, tenían por objeto ahogar la reavivación del movimiento asociativo no integrado en el Estado. E incluso ya de rodillas, dócilmente se han prestado a rubricar un pacto de “urgencia social” con el gobierno de Rajoy, como ofrenda a esa previsible Grosse Koalition ibérica que levanta la lívido en los cuarteles del capital financiero europeo. Por su parte, IU-PCE, el eterno actor secundario en el circo de la democracia, ha validado su composición a base de burócratas autosatisfechos, ineptos hasta para desarrollar una política oportunista si esta pone en peligro sus ya establecidas redes clientelares, que las tiene y muchas, entretejidas desde esa posición subsidiaria para con el PSOE y el nacionalismo periférico. Respecto a las tradicionales fuerzas alternativas, aisladas en el superpoblado islote del “anti-capitalismo”, su concurrir es una versión reducida de todos los anteriores. Porque sindicatos pequeño-burgueses y partidos obreros, atados a una u otra corriente histórico-política, han seguido una línea resistencialista que a las primeras de cambio ha mostrado su putrefacción: mientras una importante parte de las masas ha transitado del estallido político contra las instituciones existentes (mayo de 2011) a su lento encauzamiento político-institucional (mayo de 2014), el muy variopinto sindicalismo de clase y combativo (entre cuyos imperecederos precursores están nuestros revisionistas) no ha pasado del reclamo por una huelga general, convocada por los usufructuarios de las tarjetas opacas, que es sobre los que ha recaído la “iniciativa” política en lo que la defensa de los intereses inmediatos de las clases subalternas se refiere durante las últimas décadas, con el consentimiento crítico y vigilante del tan fantasioso como fanático movimiento revisionista.

El partido de los Iglesias y Monedero encuentra sus bases ideológico-políticas entre los rescoldos de toda esta amalgama que se etiqueta corrientemente como izquierda (las cunas de sus fundadores han sido organizaciones plenamente integradas en el régimen, IU-PCE, o muy perezosamente desprendidas del mismo, Izquierda Anticapitalista). Sin embargo, Podemos ha aparecido en la medida que ha logrado presentarse como fuerza outsider no sólo respecto de las dinámicas que ahogan a los principales gestores del régimen, sino también, y en un nivel primario, respecto de ciertas pre-configuraciones del reformismo parlamentario y extraparlamentario, lo que se significa en la traslación del conflicto “derecha-izquierda” al no menos ocioso “casta-ciudadanía” o “élites-pueblo”. El descaro oportunista de Podemos no reside en los ejes de su programa de acción, que son compartidos por todo el arco del reformismo con independencia de la radicalidad de su tono (incluidos los revisionistas, representantes radicales de la aristocracia obrera); sino en que han comprendido que entre la reforma ataviada con los ropajes de la revolución y la reforma misma, las grandes masas adocenadamente educadas en el respeto a la legalidad y ungidas en la mediocridad y la apatía que irradian las metrópolis imperialistas en tiempos de paz social (en lo que sin duda ha colaborado el revisionismo que vio en el resabiado ciudadano republicano y el viejo sindicalista de cuello duro a sus prohombres del futuro) se desembarazan de lo que consideran evocaciones innecesarias para proteger sus “derechos” y eligen la tranquilidad y el sosiego de la reforma en su desvergonzada desnudez.

Precisamente es la hegemonía social existente la que ha de tenerse en cuenta para comprender otra de esas particularidades transversales, y fundamentales, en la construcción de Podemos. Nos encontramos en un contexto en que son los distintos movimientos e ideologías que se sostienen sobre las contradicciones interburguesas los únicos con capacidad real para incidir en la sociedad, estando la vanguardia comunista desarmada y desprovista de las mediaciones ideológicas, políticas y militares para incidir revolucionariamente entre las grandes masas de la clase obrera. Como ya hemos comentado en el anterior epígrafe, esto se debe a la derrota política, cultural e ideológica del comunismo, que nosotros caracterizamos como cierre de un período histórico concreto de la Revolución Proletaria Mundial (el Ciclo de Octubre), en que el comunismo ha quedado desterrado como horizonte que ilumine las expectativas de la clase proletaria, y que incluso entre los reductos de la vanguardia de la clase obrera que aún lo sostienen como bandera, excluyendo al ala revolucionaria del movimiento, se ha visto reducido de cosmovisión proletaria a una especie de recetario alegórico para las luchas inmediatas de los oprimidos. Quizás la muestra más evidente del descalabro, que aunque sea de carácter temporal comprende elementos de una profundidad trascendental, sea ver a autodenominados “marxista-leninistas” enfundarse en banderas soviéticas para defender como propios los Estados de bienestar surgidos contra la revolución el pasado siglo. Sin duda la mejor muestra práctica de la inutilidad que reviste el querer usar los viejos resortes para articular de forma inmediata al comunismo como movimiento político de masas, pues precisamente hoy tal plan sólo trae consigo la liquidación del comunismo (en programas de “mínimos”, mediante la postración ante el movimiento económico-político de la clase, etc.), por más que la pauperización de las capas proletarias se agudice ante la ofensiva del gran capital. De hecho, toda esta situación nos ha de poner en guardia, pues si hay algo que se mantiene a la orden del día es el plan de reconstitución del comunismo sobre el desarrollo del Balance del Ciclo de Octubre.

Volviendo sobre los dominios de nuestra época, estos se encuentran regentados por la cosmovisión de los derechos del burgués imperialista que encumbra a las sedes bursátiles y las instituciones parlamentarias como modelo universal, y eleva a Occidente como guardián espiritual y gendarme de la humanidad. Bajo la égida de esta ideología dominante (por cierto, que el único “anticapitalismo” de masas que asoma con fuerza en Europa es el de corte romántico, desde el nacionalismo fascista al islamismo político), ninguna clase en movimiento cuestiona las relaciones entre opresores y oprimidos, a lo sumo, se replantea la relación entre sí de los distintos escalafones en los que se escinden jerárquicamente los opresores: la burguesía monopolista y la aristocracia obrera a nivel estatal, el capital financiero alemán y el del sur de Europa a nivel internacional. Sobre estas dos patas, que se solapan entre sí, se han constituido esencialmente los movimientos de resistencia en el Estado español durante los últimos años (no a los recortes, no a la Troika, etc.). Y Podemos es, en este sentido, una secreción de su tiempo: las instituciones democrático-burguesas de tipo nacional son su dogma de fe, que pretende purificar en su lucha contra las trampas que se hace así misma la burguesía patria; y la alianza europea, con el intocable Banco Central a la cabeza, es su comunidad de destino, previa auditoria de las deudas de juego.

Ordenadas programáticamente por Podemos, estas problemáticas toman forma a través de la directiva promocionada por el ex fiscal Villarejo o el New Deal para la gente de Navarro, ex asesor económico de Zapatero. Expresadas por el televisivo Pablo Iglesias, se traducen en arengas a la masa ciudadana para redimir a la España mancillada por los “mercados apátridas que le roban su soberanía” y por la “indecencia de una casta que le ha robado la dignidad”. Los jefes de Podemos juegan a corriente del mundo existente. Han salido a la palestra desde las mismas entrañas de la clase dominante (de la Universidad, del Banco de España, de los Tribunales…), como organizadores de reserva de la burguesía, cuando las estructuras que eran funcionales a los intereses de la aristocracia obrera se desmoronan. Aunque su aparición desplace a las viejas formas (a IU-PCE o al PSOE, e incluso a los sindicatos de Toxo y cía.), su motivación es la de reavivar su contenido de clase, reconduciendo hacia las instituciones a esas masas proletarizadas que habían sido echadas a perder por los viejos representantes (pues el efecto Podemos se hace notar electoralmente como freno a la abstención y repunte de la participación entre las masas populares). Podemos no pone en cuestión el entramado social que sostiene a la burguesía monopolista en España y en Europa. Ni siquiera en un aspecto formal, ya que cohibidos por la estadística o dominados por su pasión de Estado, pretenden hacer a las masas tragar con todas las ruedas de molino que el “sentido común” dominante impone, desde el anticomunismo más mezquino y falaz (ya saben que para los cívicos gerentes de Podemos la lideresa Esperanza Aguirre es una bolchevique, Wall Street el Soviet Supremo de las finanzas y Antonio Gramsci una víctima del estalinismo); a la fe ciega en las fuerzas de seguridad, la incorruptible e intocable columna vertebral de la democracia burguesa. Como estos mismos trasnochados demócratas dicen, Podemos es una respuesta a la ruptura del pacto constitucional por arriba. Y es que aunque en términos electorales Podemos logró conquistar la iniciativa, en términos estructurales es el capitalismo financiero el que se encuentra a la ofensiva, pues derribado temporalmente el auténtico dique real a la barbarie del imperialismo, la revolución proletaria, es éste el que marca el compás para que sus clases subalternas, con sus nuevos hombres a la cabeza, bailen a su son. Lo único que queda por saber es hasta dónde está dispuesto a ceder el capital financiero, en tanto debe procurarse cierta estabilidad en la retaguardia para continuar con garantías el establecimiento de la pax romana entre los “incivilizados” pueblos del mundo. Lo que sí sabemos por el momento es que los últimos fantoches que la política nacional ha levantado, y que dicen ser lo más nuevo que ha parido la ciencia política, se han visto obligados a desempolvar los viejos y grisáceos recetarios de la reforma y la regeneración para hacer del sistema imperialista mundial el nuevo paraíso en la tierra.


Socialdemocracia ayer y hoy

De entre esos polvos levantados por lo que representan Podemos o Syriza, ha resurgido el espectro de la vieja socialdemocracia. Y como sucede con la historia cuando esta se repite, si antaño aconteció una auténtica tragedia, hoy sufrimos una aburrida y soporífera farsa, que en el Estado español vuelve a tener por protagonista a un Pablo Iglesias. Pero eso resulta ahora secundario. Hace ahora un siglo, lo que se dilucidaba en el movimiento obrero tenía que ver con la encrucijada histórica frente a la que se hallaba, ante la maduración del proletariado como clase revolucionaria.

La política de Unión Sagrada, explicitada por los socialdemócratas en su apoyo indiscriminado a la carnicería imperialista del 14 (exceptuando al ala revolucionaria que reconstituiría el movimiento proletario internacional fundando la Komintern: bolcheviques, espartaquistas…), evidenció la imposibilidad, en términos históricos, de utilizar revolucionariamente los mecanismos generados para la reforma social. En las décadas anteriores a su bancarrota, que coincide con su máximo apogeo, la II Internacional albergó en su seno importantes debates que señalan ese desgaste general de los viejos métodos en el movimiento obrero. Eduard Bernstein reconoció la tesis del derrumbe capitalista como una ensoñación del decimonónico e inexperto movimiento proletario. Se remitió taimadamente a Engels para sustanciar sus planteamientos contra la insurrección, que identificaba como blanquismo pero que potenciaba como único instrumento posible con que el proletariado podría organizar su violencia revolucionaria. Sin embargo, en vez de replantear la lucha de clases desde los avances de la experiencia política del proletariado (Comuna de París...), la reordenó en términos burgueses, haciendo de las reformas el leitmotiv de la lucha proletaria, significándose contra la violencia revolucionaria, eludiendo el carácter de clase del Estado y patrocinando la disolución del partido obrero, en tanto las reformas no necesitan de organizaciones específicamente proletarias para su gesta. Karl Kautsky se opuso al desafío bernsteiniano, que socavaba aspectos principales del marxismo, como la necesidad de la organización del proletariado, el carácter de clase del Estado, la revolución como proceso violento para destruir el Estado burgués… En definitiva: la necesidad objetiva de la revolución socialista. Sin embargo, reveló que su advenimiento sería progresivo y a causa de la comunión entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la conquista del Estado por parte de la clase obrera organizada como partido de reformas. El proyecto de Bernstein negaba la revolución como necesidad para el socialismo; Kautsky la defendía, pero en última instancia, planteaba los mismos mecanismos de acción que su adversario, por lo que también acababa abjurando de la revolución (explicitando su apostasía primero en el apoyo a los créditos de guerra y luego en el ataque a la dictadura del proletariado). La vieja socialdemocracia se encontraba encerrada en una disyuntiva falsa y sólo su ala izquierda vislumbraba lo errático de la misma. Rosa Luxemburg o Karl Liebknecht en el SPD se verían forzados una y otra vez a levantar la bandera de la revolución y de los communards, mas fueron los bolcheviques los que replantearon el problema de la organización proletaria y la conquista del poder en una escala superior: con la tesis leninista del partido obrero de nuevo tipo y con la reavivación de la original posición marxista respecto del Estado, restituida por Lenin, y consolidada por la experiencia de los soviets en las revoluciones rusas, para escapar del laberinto socialdemócrata. Los bolcheviques inauguraron el Primer Ciclo de la RPM al dotar de forma y contenido al marxismo, tras realizar un balance sobre la experiencia revolucionaria hasta el momento, en las condiciones de la Rusia zarista y del joven pero curtido movimiento obrero ruso, lo que les permitió fusionar socialismo y movimiento obrero. Constituido entonces el comunismo en praxis revolucionaria, los pormenores teóricos y políticos de la pequeña burguesía y la aristocracia obrera se tornaron en antiguallas, aun permaneciendo de distinto modo, y de hecho se reprodujeron con cada vez más crudeza, a lo largo del Ciclo revolucionario.

En la actualidad, de nuevo la vanguardia dominante está atrapada en unos parámetros que no responden a las necesidades de la revolución socialista. Si el revisionismo, hegemónico en lo que al “comunismo” existente se refiere, apenas cubre la concreción de su línea política y objetivos con abstractas referencias a la revolución, los dignatarios de Podemos (en tanto fieles representantes de esa izquierda pequeño burguesa que tontea con el “socialismo”) descifran sus propósitos como una conquista del poder mediante la guerra de posiciones (Errejón dixit, parafraseando a los traductores de Gramsci) dentro del aparato del Estado capitalista, plebiscitada por los movimientos populares a modo de “contra-poder”.

Lo que los unos callan por vergüenza o simple parquedad mental y los otros exhiben espectacularmente por la suntuosidad y pedanterías propias del academicismo es, alejándose del ruido, lo mismo, pues exteriorizan idénticos intereses de clase. Cuando los revisionistas se presentan con sus programas de mínimos para el “socialismo” o saludan dictámenes judiciales como conquistas del “poder popular”, además de hacer el ridículo, ponen de largo la tesis kautskiana de la Ermattungstrategie (estrategia del desgaste) que tiene tan esperanzados a los oportunistas de Podemos y que siempre combatió, primero a nivel ideológico y luego con las armas, Rosa Luxemburg. Tal tesis, en consonancia con la visión que Kautsky tenía del socialismo, propone el encastillamiento en el Estado burgués para debilitar desde éste a la casta o a la oligarquía, según si hablan Iglesias y Errejón o si lo hace algún revisionista. Sin embargo, al igual que sucedía con Bernstein y Kautsky, las diferencias acaban siendo de matiz: el Pablo Iglesias del siglo XXI renuncia a la organización política en términos de clase y reniega sin tapujos de la revolución, mientas que los revisionistas defienden la organización de resistencia de la clase obrera y la revolución, pero ven la segunda como el resultado de la acumulación progresiva de fuerzas en base a la primera. Iglesias y su séquito, alumnos prácticos de lo que hoy es una parte de la academia burguesa, se jactan con soberbia de tratar a Marx como a un perro muerto. Los fanáticos revisionistas, teoricistas de una práctica caduca, lo intentan levantar, mas su “marxismo” heredado tiene la fuerza de un ídolo de barro.

Ahondando un poco más en esta problemática, se podría decir que existe en el crucial asunto del poder cierta pulsión, cierto fetichismo por el acto por parte tanto de la social-democracia como del revisionismo. Al fin y al cabo, ambos movimientos comparten una sola visión en cuanto a los medios a utilizar para llevar a cabo sus propósitos: se trata de asaltar (unos a través de las elecciones; los otros, insurrección mediante, según sus postulados teóricos) una estructura creada por y para la burguesía, en la ingenua creencia de que la forma (dominación de la burguesía en las estructuras estatales) se puede separar mecánicamente de su fondo (el Estado en su conjunto y las relaciones que protege y ampara). Sin embargo, una comprensión holística de ambos aspectos ya nos revela que forma y fondo están indisolublemente unidos. Es decir: el Estado no supone una institución que ha sido pervertida, algo que para los social-demócratas y revisionistas debe ser rescatado de las garras de los oligarcas: muy al contrario, el Estado supone la solidificación del modo de actuar burgués, de su ideología y su marco de actuación. Aunque en última instancia, es cierto, el Estado supone y encuentra su sostén en cuerpos de hombres armados, en demasiadas ocasiones se ha hecho pasar esa afirmación como una explicación cabal del Estado, cuando no pasa de ser una simplificación de un problema mucho más complejo. Las propias instituciones estatales reproducen las relaciones sociales de producción capitalistas, al tiempo que suponen su sostén; solo así se pueden entender de manera cabal los distintos estamentos estatales. El propio partido bolchevique acabó cayendo en la misma perniciosa dualización entre forma y fondo, haciendo uso tanto de instancias políticas propias del régimen anterior como de los propios cuerpos de hombres armados zaristas. Ni qué decir tiene, obviamente, que dicha visión del Estado como ente abstracto y situado simplemente por encima de la sociedad, y por lo tanto susceptible de ver variado su rumbo definitorio únicamente modificando la clase que se encuentre al timón, forma parte del paradigma del Ciclo de Octubre8.

Un criterio respecto del Estado que cierra el círculo de la comprensión burguesa-sindicalista de la realidad, que convierte en solidarios a reformadores y revisionistas, pues conciben el Estado existente como el molde para cumplir sus objetivos históricos y al movimiento espontáneo tal y como se presenta como el cincel para darle forma. Pero estas proposiciones no hacen sino alejar aún más a estos elementos de la causa por la liberación de la humanidad, unificándolos con la barbarie capitalista.


Breves apuntes sobre la defensiva estratégica: creando lo grande a través de lo pequeño


En contraposición a esta visión estática que hemos delineado, no fluida respecto al tempo y la manera en la que podemos tratar la problemática del poder y la revolución, la estrategia del proletariado revolucionario, alejada de dichas ilusiones en cuanto a la caracterización del Estado y la postergación de la transformación social hasta el completo engullimiento de sus estructuras, no podría presentar mayores diferencias. La primera de ellas consiste en ir abriendo paso a nuevas relaciones sociales nada más comenzar la primera fase de la etapa militar de la revolución. Una vez reconstituido el Partido Comunista9, momento en el que la política comienza a desplegarse principalmente en su aspecto militar a través de la Guerra Popular, se da comienzo a la etapa denominada defensiva estratégica. En muchas ocasiones se ha hablado de las implicaciones de índole militar a la hora de tratar esta primera etapa, pero encierra mucho más de lo que a priori pudiera parecer. Dado que la revolución es aquí proceso, y no acto, la creación del Nuevo Poder no se posterga al momento de triunfo total, sino que se va desplegando según el Partido Comunista va creando zonas liberadas. En ellas, el Partido no solo conquista su hegemonía política, sino que va creando espacios en los que se va desplegando la naciente dictadura del proletariado. Dicha dictadura no supone únicamente que el proletariado comience a organizarse como clase dominante, sino que presenta consideraciones de toda índole social, cultural y económica que, por sí mismas, pueden hacer avanzar a la revolución (en parte, no lo olvidemos, por su propio componente cognitivo, de descubrimiento de las leyes que rigen la sociedad a través de su transformación); por tanto, podemos decir que esa incipiente dictadura de la clase explotada supone la apertura del campo de lo posible, donde las propias masas comienzan a tomar las riendas de su propia existencia. Esa toma de riendas constituye la transformación de sus relaciones cotidianas, implementando transformaciones efectivas en su propio universo. En ese sentido, estamos hablando aquí, no ya de una pretendida “conquista” del poder, sino de su propia creación en contraposición al ya existente, al burgués. Esa conquista de una maquinaria estatal previa le valió a la burguesía en su momento para afianzar y desarrollar las relaciones de explotación que esta avala, pero la propia naturaleza de la empresa revolucionaria del proletariado, cuyo objetivo final es la emancipación de la humanidad al completo, hace del todo imposible que esta se pueda realizar a través de esa toma, esa conquista, ese simple relevo de mando en una sala de máquinas creada para facilitar y reproducir la explotación de trabajo ajeno en todos sus aspectos.

Evidentemente, la creación de espacios liberados donde desarrollar el Nuevo Poder, aunque sea de manera temporal10, supone al mismo tiempo la socavación del poder y la maquinaria estatal de la burguesía, su propia destrucción, que no se comenzará a advertir hasta que se transite por los senderos del equilibrio y la ofensiva estratégicos, pero basten estas breves pinceladas como muestra de las similares actitudes de la social-democracia y el revisionismo; ambos se muestran fetichistas del acto impotente, saltadores de fe respecto a la neutralidad del Estado en sus aspectos más profundos, en contraposición a la política revolucionaria del proletariado, artífice del proceso de transformación de la sociedad. Bajo estas coordenadas, nadie puede sentirse defraudado11 respecto a lo que ocurre y ocurrirá en Grecia bajo la tutela social-demócrata o, evidentemente, lo que podamos experimentar en el Estado español: al fin y al cabo, de te fabula narratur.

Actualmente fuerzas ajenas a la revolución hegemonizan los movimientos que se proclaman defensores del proletariado. Y como antaño, la vanguardia revolucionaria tiene la obligación de combatirlas demostrando que las contradicciones, explícitas o amagadas, entre el oportunismo de la social-democracia rediviva y el revisionismo moderno, social-demócrata por su contenido, son baladíes. Pues todo lo que no vaya en la dirección del camino de la reconstitución del comunismo no pasará de ser lo que hoy ya advertimos de manera cada vez más clara: simples cantos de sirena. Estos pueden mostrarse sencillos y bucólicos, vacíos de complicaciones profundas a la vez que repletos de candorosos deseos, pero la historia ya nos ha legado una poderosa lección al respecto: los caminos al infierno están empedrados de buenas intenciones. De hecho, si algo nos enseña la historia de la vieja social-democracia, es que los estrategas del desgaste de la oligarquía están más cercanos a los Freikorps y el fascismo que al proletariado. Por el momento los criminales pueden dormir tranquilos, pues los social-demócratas y acólitos de hoy, como los de ayer, si despiden un aroma, es el de los asesinos de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht.



Movimiento Anti-Imperialista

Abril de 2015

Notas

1 Rebeldes, por cierto, que han estado gratamente acompañados por parte de lo más granado del revisionismo del Estado español: ciertos individuos han llegado a desplazarse para combatir contra el Estado ucraniano, en lo que denominan una “lucha por la justicia social”. Esto ya de por sí bastaría como sustento de una crítica cabal, pues no dejan de posicionarse del lado de uno de los dos imperialismos en pugna. Pero es que el asunto es incluso peor de lo que parecía en un primer momento: estos luchadores en pos de “justicia social”, estos adalides de la “lucha anti-imperialista”, han reconocido que los apoyos que recibieron los prorrusos fueron “La mitad comunistas y la otra mitad nazis”. ¡Véase a qué lleva su endiosadísima práctica! ¡Véase en qué consiste ese “antifascismo activo” que tantos y tantas pregonan, mientras muestran su henchido pecho, orgullosos y orgullosas de ser un “ejemplo para las masas”! Sería para reír, si no fuese verdaderamente para llorar. Esto no obsta, evidentemente, para que denunciemos, como hemos hecho siempre, las tropelías que cada día comete el Estado español, quien habla de que se ha “atentado contra intereses españoles” y acusa a quienes fueron a tierras eslavas de “participación en delitos de asesinato y tenencia de armas y explosivos”… ¡en un conflicto bélico internacional!

2 Particularmente patético es el intento de argumentación teórica que ha realizado el conocido como "Camarada Arenas", en un texto en el que se llega hasta el absurdo de proclamar acerca de Putin lo siguiente: "Un nacionalista cuyo origen es la clase obrera, que, según la misma prensa burguesa “tiene el corazón dividido entre la Rusia imperial y la extinta URSS”; que metió en la cárcel a los oligarcas mafiosos, próceres del capitalismo salvaje de los primeros años, tras hundirse la URSS; que llamaba “traidores” a quienes desertaron en la época soviética; que puso fin a la miseria generalizada en que estaba sumido el país cuando alcanzó la presidencia a primeros del año 2000; que en 2005 declaró ante el Parlamento ruso que la desaparición de la Unión Soviética fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”… En fin, no parece que este nacionalista pueda estar muy sujeto a los intereses oligárquicos ni pueda tener muy arraigadas las ideas y los sentimientos burgueses.”

3Una oligarquía financiera que tiende una espesa red de relaciones de dependencia sobre todas las instituciones económicas y políticas de la sociedad burguesa contemporánea sin excepción: he aquí la manifestación de más relieve del monopolio.” V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, pág. 159. Ediciones en lenguas extranjeras, Pekín, 1975.

4 La pérdida de Debaltsevo para el Estado ucraniano supone, evidentemente, un duro golpe; no solo por lo su condición estratégica, pues dicha localidad constituye un nexo ferroviario entre Donetsk y Lugansk de primera categoría, sino por la pérdida de hombres (se habla de varios miles) y el lógico desmoronamiento a nivel moral de las tropas. Por otra parte, y dada la dureza de los últimos combates, se antoja bastante posible un cese de las actividades militares hasta una eventual campaña de primavera, donde cada bando procurará rearmarse. Después, es de esperar que los prorrusos concentren sus ataques sobre Mariupol, localidad también estratégica.

5 Utilizamos estas categorías analíticas en ausencia del necesario análisis de clase profundo que se ha de realizar sobre las sociedades integrantes de este escenario geopolítico.

6 Aquí no podemos dejar de consignar que, dentro de esta estrategia de viraje hacia el Pacífico, EE. UU. está procurando dejar ciertos cabos amarrados, o por lo menos no tan sueltos como hasta ahora, para obrar con mayor libertad en el próximo escenario conflictivo. Es en ese contexto en el que podemos observar ese deshielo que ha dado comienzo en relación a uno de los restos procedentes del Ciclo de Octubre que permanecen aún vivos, ese auténtico vestigio revisionista llamado Cuba. En ese mismo contexto podemos hacer mención, por qué no, a los últimos movimientos que están llevando a cabo numerosas potencias de la OTAN en cuanto al reconocimiento de un posible Estado palestino. Esto no quiere decir que no existan tendencias contradictorias en el seno de cada uno de los actores respecto a la conveniencia de semejantes movimientos, pero hoy por hoy es evidente cuál es la tendencia imperante.

7 Valgan como ejemplos fidedignos de hasta qué punto Syriza ha dejado de lado su programa electoral el aplazamiento sine die del aumento del salario mínimo o del programa anti-desahucios. Respecto a este último, la social-democracia griega afirma que se aplaza para evitar un “efecto adverso en el balance de los bancos [¡sic!]”. Semejantes pasos atrás, eso sí, no se realizan al amparo de la odiada Troika, sino que ahora se emplea el precioso eufemismo de las instituciones. Las masas griegas respiran aliviadas, ¡qué duda cabe!, ahora que no se verán obligadas a pronunciar el nombre del moderno Jehová

8 Aunque es necesario reseñar aquí que el propio Marx, tras la experiencia de la Comuna de París, ya hizo ver la necesidad de no conformarse con tomar esa maquinaria estatal, sino que el objetivo era destruirla (ese sempiterno “zerbrechen” que siempre se menta).

9 Evidentemente, nada más lejos de nuestra intención que situar murallas chinas entre la reconstitución del PC y el comienzo de la Guerra Popular. Tal y como mostrábamos en El Debate Cautivo, “el paso a la ofensiva política de la vanguardia se plasma como paso a la defensiva militar de las masas. La disposición política de ofensiva estratégica de la vanguardia se traduce en disposición militar de defensiva estratégica de las masas. En esto consiste el planteamiento científico de la dialéctica entre política y guerra en la lucha de clases del proletariado. Aquí se sitúa el nudo gordiano de la estrategia revolucionaria del proletariado para la conquista del poder, la clave que da continuidad, unidad y coherencia al plan de la revolución proletaria.”

10 Este pequeño matiz de temporalidad que introducimos aquí es importante: una zona, una barriada, etc., puede estar liberada de manera intermitente, cual espectro revolucionario que va y viene dependiendo de cómo el enemigo actúe (la iniciativa durante la defensiva estratégica pertenecerá la mayor parte de las veces a la burguesía, evidentemente), y ello bastaría para ir implementando medidas y transformando la realidad efectiva de las masas bajo la dirección del Partido Comunista.

11 No podemos dejar de realizar una breve reseña a una de las cuestiones que más parece haber defraudado a gran parte de los social-demócratas y revisionistas de distinto pelaje: la ausencia de mujeres en el gabinete de ministros de Syriza. Para todos estos señores, tan “respetuosos” con la condición de la mujer, tan prestos a situarse contra el patriarcado en todas sus formas, ¡el que haya más mujeres al frente del capital es un síntoma de progreso! ¡Ese es su feminismo: el que pretende que haya una parte alícuota de explotadoras respecto a los varones! ¿Y luego quieren de veras que los tomemos en serio?