ANTE LA CONVOCATORIA DE HUELGA GENERAL DEL 29 DE MARZO



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A regañadientes los sindicatos mayoritarios han utilizado su gran baza en la contienda de clases para convocar una Huelga General el 29 de marzo. Son varios los elementos que distancian a esta convocatoria de la realizada en 2010 por los actores de la concertación social, aunque en términos generales el motor de esta jornada de movilización es el mismo, la lucha de la aristocracia obrera en el seno de la clase dominante. El proletariado vendrá a jugar un papel similar, el de ser utilizado como arma arrojadiza para la defensa de intereses que de uno u otro modo le mantendrán encadenado a la organización capitalista de la producción y al juego político marcado por las reglas del mundo burgués. Ello muy a pesar de los voceros del oportunismo que ven en esta nueva coreografía sindical el fundamento necesario para reactivar la lucha de clases revolucionaria entre proletariado y burguesía, repitiendo cómicamente los sainetes oportunistas que encorsetaron al proletariado en el callejón sin salida del espontaneísmo a lo largo del Ciclo de Octubre.

    1. Del 29-S al 29-M; La aristocracia obrera y su desplazamiento en la lucha de clases

A estas alturas debería estar bastante claro el papel que ocupa la aristocracia obrera en el imperialismo. Esta fracción social no es, como ocurriera en la fase del capitalismo concurrencial, una escueta composición económico-política de elementos sobornados o comprados por la clase burguesa con el fin de romper el ascenso del movimiento obrero y la maduración de éste como movimiento de la clase para sí. Definir a la aristocracia obrera pasa por analizar y comprender el papel que juega ésta en las sociedades imperialistas a través de sus órganos de representación, fundamentalmente el sindicato, y en todas sus vertientes político-parlamentarias, que van desde el comunismo revisionista, sin presencia institucional, y que involucra hasta al principal partido de la izquierda constitucional, el PSOE, que es a su vez el mayor garante de la actual correlación de fuerzas entre las fracciones de la clase dominante en el Estado español (por eso su hundimiento electoral es una señal inequívoca de la aguda crisis política por que atraviesa el Estado).

La aristocracia obrera concretada en el sindicato juega un papel fundamental en la sociedad imperialista, pues es su comunidad de intereses con la burguesía monopolista la que garantiza la explotación del proletariado y el expolio de los países oprimidos, conjugación económica que a su vez retroalimenta ese pacto político que desde finales del siglo XIX ha sido la base del ciclo vital de las metrópolis imperialistas y que, con el advenimiento de la I Guerra Mundial, la bancarrota de la socialdemocracia internacional y la consecución de la Gran Revolución Socialista de Octubre, tomó carta de naturaleza en la fase superior del capitalismo1.

Los sindicatos realizan el papel de capitalista colectivo como cogestor de la dictadura del capital a través de la legislación laboral, resuelta democráticamente entre éstos y la patronal mediante el convenio colectivo, cuyas tablas de subida o bajada retributiva están ligadas a los flujos de la economía capitalista de tal modo que sindicatos, patronos y gobiernos se corresponsabilizan en la planificación económica del Estado monopolista y en el nivel de explotación al que se va a someter al proletariado en cada momento, percibiendo por ello la aristocracia obrera su pertinente cuota salarial, por encima del valor medio de la fuerza de trabajo, incluido aquí el salario diferido que recibe, y a través de las subvenciones de su aparato burocrático sindical y partidario. Los sindicatos realizan además el papel de capitalista particular. Son dueños de numerosas fundaciones y empresas de formación cuyo funcionamiento está dispuesto para el beneficio económico, siendo también los sindicatos parte del accionariado de multitud de monopolios2. Es decir que al carácter parasitario que tiene esta clase por su convergencia política con el capital monopolista se une su parasitismo como propietaria directa de una parte del capital financiero y rentista.

Los sindicatos en cuanto a proyección de la dictadura burguesa sobre la clase proletaria tienen, por un lado, el papel ideológico de someter a las masas al bombardeo de las teorías estatalistas que encumbran al Estado a órgano conciliador entre los diversos intereses de clase que existen en la sociedad y, por otro, la labor política de encuadrar las luchas espontáneas, de corporativizar toda protesta y movimiento social. Trabajos en los que el sindicato es refrendado (aunque sea críticamente) entre las masas proletarias por el revisionismo como apoyo radical de los intereses de la aristocracia obrera.

Con todo esto podemos asumir, para escándalo del oportunista tipo, que la aristocracia obrera actúa como clase burguesa, se organiza junto a la clase burguesa y tiene los mismos intereses que la clase burguesa. Así que blanco y en botella: la aristocracia obrera es una fracción de la clase burguesa, escindida de las masas proletarias oprimidas y de las condiciones sociales, económicas y políticas que ésta sufre como clase subordinada al yugo capitalista. Por tanto toda movilización que esta fracción del bloque burgués dominante emprenda responde, no a los intereses del proletariado, sino a sus particulares intereses como clase acomodada bajo el sol del imperialismo que, en esta ocasión, ve gravemente afrentada su posición por la contrarreforma implementada tras el 20-N. De ahí su consigna “Quieren acabar con todo”.

Aquí es donde entran en escena los elementos que diferencian la Huelga General del 29-M con respecto a la del 29-S.

En 2010 el PSOE estaba en el gobierno, intentando conciliar las políticas de reestructuración económica del Estado con la correlación de fuerzas de clase que cristalizan en el mismo. En otras palabras, el ejecutivo socialista, a la vez que orientaba la política de Estado hacia el fortalecimiento de la burguesía financiera, recortando para ello partidas sociales clave en el equilibrio con la aristocracia obrera, intentaba mantener la paz social con los sindicatos, base indispensable de esa fracción obrera y socialista de la burguesía española. Los intentos del talantoso Rodríguez Zapatero no impidieron que ese sector finalmente se movilizase y convocase la Huelga General del 29 de Septiembre, en la cual los tiempos estuvieron completamente marcados por CC.OO. y UGT como bloque hegemónico del movimiento, a pesar del descrédito granjeado entre sus bases durante la última década y en especial desde 2008.

El panorama social de 2012 es distinto. En primer lugar el cambio de gobierno ha provocado que no sea el partido que unifica los intereses del monopolismo y la aristocracia obrera el que legisla y ejecuta. El monopolismo en el Estado español, a través de sus dos grandes muletas (PP y PSOE), se apoya y tiene múltiples vinculaciones con los estratos sociales inferiores. Si, como hemos visto, el PSOE garantiza el lazo del capital financiero con la aristocracia obrera, el PP está fuertemente comprometido con los intereses de la pequeña y mediana burguesía (con las pymes por bandera), clase que se perfila como la principal competidora en lo económico y lo político con la aristocracia obrera. Así es como engloba, estructura y concierta el todopoderoso tigre de papel financiero la sempiterna contradicción capitalista entre obreros y patronos. Precisamente es el bloque representado por el PP el que, ante la reestructuración económica y política del imperialismo español, mira menos los intereses de Estado y más sus intereses inmediatos. Es el sector burgués con menos recursos políticos y sociales para desviar al pacto con los sindicatos y dispuesto al desplazamiento por decreto de los mismos, como implican las grandes señas de la reforma laboral de Rajoy, que fortalece a las pymes al obsequiarles con la casi plena disposición sobre los ERE´s, así como con los convenios de empresa en detrimento de los sectoriales, provocando la disgregación de la fuerza negociadora de los sindicatos. Pues hay que resaltar que aunque no es incorrecto señalar que la reforma laboral de 2012 es un ataque contra el conjunto de la clase asalariada (no tanto en el sentido de que degrada más las condiciones de las masas hondas y profundas, sino más bien en que para estos sectores cierra las expectativas de promoción a través de la jerarquía del trabajo), es precisamente a la aristocracia obrera a quien más afecta pues va a destruir su actual posición mediadora en el antagonismo capital-trabajo, acelerando el proceso de proletarización de grandes sectores hasta hoy acomodados y que están siendo duramente atacados y desplazados de las relaciones democráticas en el arco parlamentarizado de las relaciones burguesas.

En segundo lugar tenemos que los compases de la movilización ya no están al completo marcados por las centrales sindicales mayoritarias. En 2011 la aparición del movimiento de los indignados desvió a sectores que representan parte de las bases sociales objetivas del sindicato hacia modelos distintos de organización. A ello se unen las contradicciones nacionales en el Estado, que hacen que haya sectores de la aristocracia obrera estructurados en torno a sindicatos nacionales que aprovechan la crisis de las organizaciones de ámbito estatal, demasiado apegadas al gobierno que inició el ataque “anti-social”.

Estos dos fenómenos unidos a que los sindicatos ya no tienen en el gobierno a un PSOE dispuesto a contemporizar, han obligado a UGT y CC.OO. a tapar sus vergüenzas plagiando la fecha de las huelgas convocadas mucho antes en Galiza y Hegoalde por las centrales gallegas y vascas respectivamente, intentando también reconducir movilizaciones como las estudiantiles, más cercanas al modelo asambleario que al de las mayorías sindicales, o como por ejemplo las luchas contra los desahucios y otras tantas en las que desde la primavera pasada los sindicatos ni están ni se les espera.

Ataque a la línea de flotación de la aristocracia obrera desde un gobierno que responde en gran parte a los intereses de la burguesía media y pérdida de la hegemonía prácticamente total de que hicieron gala los sindicatos mayoritarios en las luchas espontáneas de las masas durante décadas. Estos son los dos ingredientes que particularizan esta convocatoria frente a la anterior. Y que además ponen en entredicho a uno de los elementos sociales que garantiza la estabilidad social y que evidencia la crisis del pacto fundamental en los estados imperialistas: el pacto histórico entre burguesía monopolista y aristocracia obrera, premisa política sin la cual no puede entenderse la historia del imperialismo europeo.

No dar tregua al enemigo de clase: La política comunista frente a la aristocracia obrera

La cascada de comunicados y llamamientos a la clase obrera derivados de la convocatoria de CC.OO. y UGT no suponen ninguna novedad en las tesis del sindicalismo comunista. Muy al contrario, punto por punto van encontrándose con el viejo esquema socialdemócrata de la lucha de clases en donde el papel fundamental en la revolución reside en el movimiento espontáneo de las masas y en donde el elemento consciente queda relegado a ser el principal director de dicho movimiento, aunque en la práctica la dirección comunista tampoco está ni se le espera. Esta visión, infinitamente perjudicial para la revolución, sustituye la problemática del movimiento revolucionario del proletariado, que es fundamentalmente de construcción desde la consciencia por parte de la vanguardia (si no, este concepto no tiene sentido ni semántica ni políticamente), no de dirección del movimiento espontáneo dado.

El revisionismo en su conjunto activa su propaganda cerrando filas ante la crisis de la aristocracia obrera, situando como eje vertebrador de las luchas la unidad, llegando a aseverar que el 29M se sustenta sobre “un grado de unidad sindical jamás visto en el Estado español”. Para no sonrojar más de la cuenta a los relatores de leyendas sindicales dejaremos de lado la rica historia del movimiento obrero español y las huelgas insurreccionales y unitarias protagonizadas, estas sí, por la clase obrera, tales como la de 1917. Sólo decir que ver “unidad sindical” en la coincidencia de fechas (más bien, en que los vendeobreros de CC.OO. y UGT hayan tenido que solapar su huelga a la de los sindicatos abertzales y la CIG), o que tras la llamada de Toxo y Méndez aparezcan en tropel los seguidistas de turno, desde anarcosindicalistas hasta intersindicalistas varios; es hacer uso del se non è vero, è ben trovato, “que no es verdad pero está bien pensado”. Porque siendo mentira lo que dicen, tanto por la cantidad (unidad) como por la calidad (de la clase obrera, pues se refiere fundamentalmente a sus menguantes estratos elevados) convocada, para los oportunistas ensambla a la perfección el discurso de la supuesta unidad sindical con el de la unidad comunista.

Por supuesto hay crítica por parte de los revisionistas para los convocantes, pero sólo para sus cabezas visibles o para aquellos que se han burocratizado. No cabe en las mentes pensantes del revisionismo exponer a la aristocracia obrera como una fracción de la clase dominante, con una amplia base de masas, y todo ese conjunto de relaciones en las que se imbrican los sindicatos se meten bajo la alfombra de la consigna unitaria y la perorata de la traición, que sirve para explicar el revisionismo soviético, el silencio de las armas en Euskal Herria y hasta el ingreso de Fidalgo en UPyD, porque para los oportunistas de toda laya siempre vale más una frase enérgicamente demagógica que un sincero análisis de clase.

El relato oportunista sobre la huelga se concreta del siguiente modo: la clase dominante (la oligarquía y el gobierno) ataca a la “clase obrera”, por lo que ésta debe unirse junto a los sindicatos para adquirir experiencia en la lucha económica, a través de la cual se irán acumulando fuerzas para la revolución que permitirán a la clase romper con el sindicalismo institucional, algo “impropio” del sindicato obrero según los oportunistas, y construir un verdadero sindicalismo de clase. De este modo la labor de los comunistas en el 29-M pasa por acudir a las masas para luchar por el reagrupamiento sindical y político para enfrentar al capital.

En el mejor de los casos esto nos devuelve a los combates entre el bolchevismo y el economicismo. Al período en donde se dilucidaba si el eje central de la Revolución Proletaria debía ser la actividad de vanguardia que garantizara la independencia del proletariado o las luchas espontáneas de las masas, situándose toda la ortodoxia revisionista comunista actual junto al dogmatismo de la II Internacional. El ejercicio de transustanciación al que evoca el oportunismo, separando el sindicalismo existente del “sindicalismo verdadero”, lleva al destierro de la dialéctica por cuanto observa en CC.OO. y UGT, no al modelo más elevado al que ha llegado el sindicalismo mediante su desarrollo histórico (instalando a un sector de la clase obrera en sí en el entramado del aparato estatal burgués), sino a los enajenadores de un supuesto sindicalismo puro en el cual encontraremos la esencia revolucionaria de la clase obrera, redentora de todos los vicios de los burócratas encandilados por la patronal (la apuesta por los CUO desarrollada por el PCPE significa a fin de cuentas que los comunistas lleven la batuta en la unificación de los sectores más “potables” del sindicalismo; significa la búsqueda, orientada por el revisionismo, de una salida a la crisis organizativa y política de la aristocracia obrera, basada en unos cánones que no superan el paradigma del viejo Ciclo revolucionario). Presentando nuevamente a las luchas espontáneas como precursoras de los mecanismos de lo consciente, axioma socialdemócrata (cuya asimilación dogmática y empirista por parte de los comunistas ha producido un inmenso daño a la causa de la Revolución) periclitado en la era de la Revolución Proletaria, tanto por la estructuración de las sociedades capitalistas (el elemento espontáneo tiende a ser corporativizado constantemente, integrándose de una manera u otra en el entramado del Estado burgués), como por las revoluciones proletarias triunfantes (el sujeto consciente construye y desarrolla él mismo los organismos de la Revolución)

Todo esto nos mueve indefectiblemente a señalar la importancia que atesora el Balance del Ciclo de Octubre en el proceso de reconstitución del comunismo, ya que las bases contra las que se reveló el bolchevismo (espontaneísmo y economicismo) se reprodujeron necesariamente durante el Ciclo en el seno de un MCI aún inmaduro por neonato, siendo ello lo que, a la larga, truncó el primer gran intento histórico de implantación del Comunismo, y no la mala práctica del ser humano, como coinciden en sermonear, desde toda la reacción imperialista hasta la más puritana ortodoxia sindicalista.

Para el revisionismo el Partido Comunista se reduce a ser el sector más elevado en las luchas espontáneas de las masas. Hasta cuando se reconoce la no existencia del Partido se pretende adelantar sus tareas y se suplanta la labor de reconstitución ideológica y política por el practicismo estrecho en torno a las demandas parciales de la sociedad (de este modo la tarea de reconstitución del Partido Comunista queda vaciada de contenido, limitándose a ser un agregado cuantitativo que se suma a una organización que, en el fondo, cualitativamente, ya se considera el Partido y pretende actuar como tal). Se prevé que los comunistas pueden acumular fuerzas para la revolución azuzando las luchas espontáneas de la clase, convirtiéndose en los directores políticos de las mismas (políticos no por la introducción de la conciencia revolucionaria frente al espontaneismo, sino porque las “guían” al marco de “la política” existente, esto es, parlamentaria), e incluso se llega a la desfachatez de plantear que estas luchas económicas coadyuvan a forjar al Partido de la revolución y a la vanguardia ideológica.

Aquí las premisas de partida están radicalmente enfrentadas. Se abre una brecha insalvable entre comunismo y revisionismo como concepciones de la lucha de clases. El revisionismo entiende el conjunto de luchas económicas como el frente en donde se une la vanguardia comunista para forjar el Partido y en donde éste comulga con las masas en el camino de la Revolución. Este viejo esquema interioriza la lucha espontánea como fundamento en la constitución del proletariado como clase revolucionaria, esto es, como Partido, y como clase dominante, como Estado de Dictadura del Proletariado (aunque, dicho sea paso, los revisionistas renieguen de esta formulación).

Pero el comunismo se va constituyendo desde el elemento consciente, de forma independiente a las luchas espontáneas de la clase, algo que no implica, como caricaturizan los enemigos del comunismo revolucionario, que los proletarios comunistas estén alejados de las masas ni de la calle. Las tareas políticas del comunismo estriban hoy en la reconstitución ideológica como lucha de clases entre la visión proletaria de la sociedad, anclada en el análisis de clase mediante el materialismo dialéctico e histórico, frente a las teorías burguesas y reaccionarias, y su manifestación en el seno de la vanguardia, como el economicismo y el anarcosindicalismo. Cuando esto esté resuelto y la vanguardia teórica se disponga a conquistar a la vanguardia práctica de la clase, como sector de masas más cercano a las problemáticas de la Revolución y como eslabón necesario para constituir el Partido Comunista, ésta irá extendiendo sus vínculos, de todo tipo y de distinto grado, mediante su línea política revolucionaria. Este momento no significará tampoco que la vanguardia deba diluirse en las luchas espontáneas de la clase, sino que deberá atraer a esas masas (los elementos prácticos más avanzados en este caso) hacia la construcción de un movimiento político revolucionario que irá tomando una fisionomía cada vez más compleja. Este movimiento político tendrá como labor, no dirigir las luchas espontáneas, sino dotar a la clase de ese movimiento consciente e independiente con respecto a lo espontáneo, que garantice la conciencia revolucionaria y la puesta en marcha del programa revolucionario a través del Nuevo Poder, que no surgirá de la conciencia económica y las luchas espontáneas, sino que será mediante la vanguardia proletaria tejiendo su unidad con las masas, como avanzada de la Guerra Popular, la que permita con su actividad el surgimiento del mismo.

Entonces con un movimiento político revolucionario, con la vanguardia revolucionaria conectada con la clase, con sus luchas y con sus intereses más inmediatos, entonces sí, el proletariado podrá activar los mecanismos de las luchas económicas de un modo revolucionario desarrollando la lucha económica clandestina, los piquetes y la huelga de masas armadas como elementos en la forja de la conciencia revolucionaria del proletariado, porque la clase organizada en Partido y dispuesta al enfrentamiento de clase contra clase y dictadura contra dictadura podrá elevar, en el sentido de dar una salida coherente hacia la emancipación, las luchas parciales de la clase obrera.

Esto que hoy no se puede realizar, debe ser el modo en que los comunistas observemos las luchas inmediatas de las masas, en donde sólo podremos incidir como comunistas revolucionarios, en vez de como muletillas del sindicalismo y la aristocracia obrera, avanzando en la reconstitución del comunismo tanto para ser vanguardia teórica como para poder constituir partido de nuevo tipo y Nuevo Poder.

En este sentido y ante la convocatoria del 29 de Marzo, la tarea de los comunistas está en la agitación política y en la propaganda comunista por la reconstitución. Lejos de desmovilizar a la clase llamando a no secundar la huelga (pues aunque la convocatoria se hace bajo la batuta de la aristocracia obrera, obviamente el proletariado no tiene nada que ganar con la nueva reforma laboral) o dando un apoyo crítico a los sindicatos vendeobreros, los comunistas tenemos que desarrollar una labor de denuncia del sindicalismo como línea política de la aristocracia obrera, que expresa unos intereses de clase ajenos al proletariado por cuanto se hayan anidados sobre las relaciones económicas imperialistas.

Ante la crisis de la aristocracia obrera (y junto a ella, la crisis del llamado Estado del bienestar) que subyace en esta convocatoria, desgastada por la crisis del imperialismo, los comunistas no tenemos que movilizarnos para apuntalar un modelo político que no es el de la Revolución Socialista, tenemos que desenmascarar al revisionismo y al oportunismo así como a su viejo modelo revolucionario socialdemócrata, agudizando en la medida de nuestras posibilidades la crisis del enemigo de clase, que es sin duda el principal escollo al que se enfrenta hoy el proletariado revolucionario en la forja de sus órganos de combate y sobre el que se sostienen las infectas teorías anti-marxistas que plagan al movimiento comunista y le impiden sacudirse de los viejos modelos políticos y organizativos que le impone la sociedad burguesa en toda su amplitud.

La Huelga General no es un paso fundamental hacia la acumulación de fuerzas para la revolución como pregona el oportunismo y, dadas las actuales correlaciones de fuerza, tampoco es una herramienta mediante la cual el movimiento de resistencia de las masas pueda frenar la embestida de la clase dominante (claras son las experiencias de Grecia y el Estado francés donde movimientos sindicales con mayor base social han convocado numerosas huelgas y no han conseguido detener la degradación de las condiciones de vida de la población). Realidad que da al traste con el manido mientras tanto en el que históricamente se ha escudado el oportunismo para desatender las tareas políticas de la Revolución. En cambio, la Huelga General sí es una fecha ante la cual la vanguardia comunista tiene que movilizarse para luchar contra el oportunismo y dejar sentado ante los elementos más conscientes que sólo a través de la reconstitución comunista las luchas contra el capital tendrán un futuro alejado de los engranajes del imperialismo y que coloquen a las masas en la senda de la Dictadura del Proletariado y del Comunismo.



Movimiento Anti-Imperalista
Marzo de 2012


Notas

1 Si ya antes de la IGM la socialdemocracia internacional, salvo el bolchevismo, mostró que su línea política basada en el espontaneísmo y el reformismo la encaminaba inequívocamente hacia su integración en el bloque dominante de los Estados imperialistas, tras la Gran Guerra y la Revolución de Octubre no se encuentra un solo ejemplo en que en la reestructuración de las dictaduras de la burguesía (salvo en los regímenes fascistas) no participase de manera fundamental la aristocracia obrera representada en los partidos obreros revisionistas: La República de Weimar con el SPD, la II República Española con el PSOE… y tras la II GM, con el inicio de la larga crisis del Movimiento Comunista Internacional (MCI) y la disolución de la Internacional Comunista (IC) como correlato de su VII Congreso, están los gobiernos de coalición nacional en Italia o Francia donde participaron las antiguas secciones de la IC, ya enfrascadas en el breve recorrido que va del frentepopulismo al eurocomunismo.

2 CC.OO. Y UGT, por ejemplo, manejan millones de títulos en acciones en el BBVA, Seguros Atlantis, fondos privados de pensiones, etc.