ENCUESTA

 
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Crisis.

¿Creéis que la llamada “crisis” está siendo bien enfocada por los distintos destacamentos comunistas del Estado español?

Evidentemente, no.

En primer lugar, está aún pendiente en nuestro movimiento una reflexión seria y madura sobre la capacidad del sistema para neutralizar los efectos de las crisis a través de la acción del Estado, capacidad notoria que ha quedado patente en el último periodo, y sobre las consecuencias que este fenómeno –nada nuevo, por otra parte, y que ha suscitado polémicas entre los marxistas desde hace ya varias décadas– acarrea para los comunistas desde el punto de vista de la estrategia y la táctica revolucionarias.

Igualmente, el propio desarrollo del capitalismo como Capitalismo Monopolista de Estado ha terminado de desmentir, ya de forma irrefutable, la fábula del Estado como aparato neutral por encima de las clases. El apoyo incondicional que han prestado todos los Estados a sus respectivas grandes corporaciones y su implicación para cargar sobre las espaldas de los trabajadores los costes de la crisis, al mismo tiempo que tratan de evitar la conflictividad social –sobre todo, con la connivencia de los sindicatos –, así lo ratifican. Sin embargo, los comunistas todavía siguen apelando al Estado capitalista, proponiendo nacionalizaciones, disposiciones fiscales y sociales y demás medidas reformistas, con la ingenua esperanza de que algún tipo de gobierno legalmente establecido (“republicano”, “obrero”…) pueda utilizar el aparato estatal para llevarlas a cabo; sin embargo, los comunistas todavía siguen alimentando la esperanza de “conquistar los sindicatos” amarillos mayoritarios con el fin de incentivar y dar contenido “de clase” a la lucha de los trabajadores, como si aún se tratase de instrumentos de la clase proletaria, su “forma natural” de organización (vieja tesis de la Internacional Comunista totalmente trasnochada), y no de instancias del aparato del Estado burgués diseñadas para el encuadramiento de la clase obrera en función de los intereses de la producción y reproducción del sistema capitalista.
Cada vez es más evidente que en el capitalismo los ámbitos económico y político están entrelazados de manera creciente, y que el problema de la crisis es un problema de naturaleza política, no económica. Sin embargo, los destacamentos comunistas hablan de “salir de la crisis”, de que la crisis “la paguen ellos”, refiriéndose a los capitalistas, diseñando con tal fin estrategias resistencialistas de acción dirigidas casi exclusivamente al terreno económico, principalmente hacia la esfera del trabajo y de la relación del obrero con el empleo.

El desenfoque del problema es, por tanto, absoluto, no sólo porque este tipo de discursos otorga cobertura a líneas políticas de corte sindicalista y reformista que se olvidan de los acuciantes problemas de la revolución, sino sobre todo por la ideología que subyace en ellos. Domina una intención oportunista, la idea de que la posibilidad de la experiencia de la lucha de clases para las masas se remite a episodios puntuales del ciclo económico capitalista. Por eso, se habla de organizar la resistencia y de “aprovechar la oportunidad” que presenta la crisis para construir movimiento obrero consciente. La ideología de la resistencia frente a los ataques del capital no comprende la lucha de clases como sustrato básico de la sociedad, sino como conflicto coyuntural e intermitente, y la actividad de la vanguardia no como iniciativa consciente y sistemática del sujeto revolucionario, sino como espera pasiva sometida a las episódicas oscilaciones objetivas de la economía capitalista. En términos filosóficos, domina la idea de que, en las contradicciones de clase, la unidad es lo principal y la lucha secundaria (tendencia a la conciliación). La resistencia puntuada o intermitente es, por tanto, el caldo de cultivo idóneo para construir tanto el movimiento de vanguardia como el movimiento de masas. Pero, en esta estrategia, el capital impone su ley, decide el momento, el lugar y el modo del enfrentamiento; la vanguardia sólo puede ofrecer soluciones de expectativa (de retaguardia), y el movimiento sólo puede construirse como de resistencia, nunca como movimiento revolucionario.

Esta ideología exagera el valor de la lucha económica como base de la conciencia y como forma primordial de toda otra forma de lucha de clases. El aspecto teórico pasa a segundo plano en la construcción de la conciencia y toda planificación política se somete a esa estrecha y directa vinculación entre lucha económica de las masas y acción política de la vanguardia, sin siquiera plantearse la dificultad de cómo dar continuidad a un movimiento fundado en el conflicto social episódico provocado por la coyuntura del ciclo capitalista, cuando las reivindicaciones que promueve están destinadas a extinguirse precisamente con la superación de la fase de crisis económica.

Se trata, en definitiva, de una ideología de la evolución social (no de la revolución), que entiende el desarrollo de los procesos sociales y políticos como cambio gradual: el ascenso de las formas de lucha desde la resistencia espontánea se correspondería con el ascenso de las formas de conciencia, desde el sindicalismo al comunismo. La conciencia en sí se transformará en conciencia para sí de la clase obrera. En resumen, estamos ante un plan espontaneísta de construcción política basado en la táctica-proceso, en el principio de que el movimiento es lo principal y el objetivo secundario. Todo programa de Reconstitución del Partido Comunista fundado en este plan daría como resultado un partido obrero liberal, un partido para la reforma y el parlamentarismo, no un partido revolucionario.

Esta forma de pensamiento no está a la altura de las exigencias teóricas que impone el capitalismo moderno, en plena fase imperialista de su desarrollo, en plena fase de crisis general como modo de producción. Y es que se trata de esto, precisamente, de que el capitalismo se halla en crisis permanente, por lo que la dialéctica coyuntura favorable-coyuntura desfavorable característica de los ciclos económicos ha quedado relegada, ya no juega el papel determinante de la época del capitalismo concurrencial; ahora constituye sólo un síntoma más que se inscribe dentro del marco general de ocaso del capitalismo. Cuando el imperialismo ha extendido el dominio de las relaciones sociales capitalistas a todos los confines, cuando el capitalismo se ha convertido en el modo de producción efectivamente dominante en todo el planeta, la crisis cíclica ya no es el referente principal. La crisis del sistema ya no se manifiesta como ruptura del ciclo económico, sino como permanente y constante depósito de estratos de explotación, opresión, miseria, marginación… Las contradicciones y los antagonismos del sistema están en su máximo apogeo, el ciclo se rompe continuamente, aquí y allá, en un país o en toda una región del globo, en una rama de la producción o en otra, con el pertinente efecto dominó que facilita el alto grado de socialización del trabajo propiciado por el capitalismo monopolista; la cadena imperialista se rompe o amenaza con romperse sucesivamente por uno o varios de sus eslabones; la acción de la vanguardia y del Partido no necesita esperar su oportunidad, porque las posibilidades son constantes.

Por todas estas razones, la crisis actual no debe provocarnos ansiedad política, mal del que adolecen la mayoría de los comunistas, que se guían todavía por un paradigma de tipo decimonónico. La crisis no debe desviarnos del plan correcto de Reconstitución del Partido Comunista, que es la primera y principal tarea de los comunistas. No existe otra actividad revolucionaria aparte de este plan. Sólo con Partido Comunista reconstituido se podrán utilizar en el futuro las crisis para la revolución. Las únicas condiciones consisten en que se debe actuar siempre en el plano de la política como lo principal, subordinándose el aspecto reivindicativo e inmediato de las luchas parciales, desde la forma superior de conciencia de la clase (para sí), y a partir de un movimiento político independiente, tanto de la burguesía como de las formas inferiores de conciencia de la clase (en sí), con el fin de incorporar y elevar a estas últimas.

 

Unidad Comunista.

La Revolución Proletaria pasa por la unidad de todos los marxistas-leninistas del Estado español. ¿Cómo debe realizarse esta unidad, mediante la unidad en torno a unos cuantos puntos o mediante la lucha de dos líneas para deslindar con el revisionismo?

En sentido estricto, el primer enunciado no está formulado correctamente, porque se sitúa dentro de los parámetros estratégicos de la unidad comunista como método de Reconstitución.

El problema no consiste en demostrar quién es “marxista-leninista” antes de la existencia del Partido Comunista; éste sería un problema espurio, o, si se quiere, es un problema planteado en el plano individual u organizacional, niveles que no se corresponden con la perspectiva correcta que exige adoptar este asunto del partido proletario de nuevo tipo. Quién es comunista antes de la existencia del Partido no merece la pena ser discutido. En lo individual y en lo organizativo, “ser comunista” sólo puede significar voluntad de serlo: algo tan subjetivo que no supera el aspecto coloquial del término, aspecto completamente secundario en este punto. En definitiva, no hay “comunistas” cuando no existe un programa ni una línea comunistas que puedan ser aplicados por los militantes y por los grupos autodenominados “marxistas-leninistas”, cuando no existe todavía el Partido.

La razón es que la cuestión de la Reconstitución del Partido Comunista es un problema de naturaleza objetiva, que responde a necesidades y requisitos independientes de nuestra voluntad, de nuestras necesidades e incluso de nuestras expectativas personales. Es por esto que quienes presentan al Partido Comunista como fruto de la unidad entre los comunistas, no sólo incurren en una redundante tautología (la “unidad” dice que la suma de comunistas da comunismo, pero este resultado ya estaba incluido en la premisa de que se parte. No se trata, pues, de una cuestión de calidad, sino de cantidad, lo cual no tiene relevancia desde el punto de vista ideológico y político; sólo la tiene en lo organizativo), sino, sobre todo, incurren en un error de principio, al pretender que el Partido Comunista puede ser producto de un acuerdo intersubjetivo, de un pacto entre partes, pacto que, por otro lado, únicamente puede fundarse sobre mínimos.

En esto consiste, precisamente, el segundo gran error de los partidarios de la unidad comunista: que no comprenden que el Partido Comunista sólo puede ser posible sobre máximos, es decir, sólo puede reconstituirse a partir del máximo desarrollo alcanzado por la lucha de clases proletaria, por la teoría y la práctica revolucionarias del proletariado. Y aquí entra a jugar su papel el primer elemento objetivo sobe el que es preciso trabajar: el Balance de la experiencia histórica de construcción del socialismo. El comunismo hoy está en crisis porque esta experiencia, como primer gran ciclo histórico de la Revolución Proletaria Mundial, ha concluido en derrota; lo cual implica, a su vez, que todas las corrientes comunistas que nacieron y se desarrollaron dentro de ese ciclo y a partir de sus premisas materiales deben ser sometidas a la crítica y autocrítica de ese Balance histórico, porque ninguna expresa, ni abarca, ni alcanza a explicar todos los resultados políticos e ideológicos de esa experiencia. Por consiguiente, no hay comunismo hoy sin Balance histórico del Ciclo de Octubre.

En cuanto al método, naturalmente, somos partidarios de la lucha de dos líneas, y en primer lugar de la lucha de dos líneas en torno al Balance. Después, o simultáneamente, las necesidades del movimiento de Reconstitución exigirán que la lucha de dos líneas alcance las cuestiones de línea política, de línea organizativa, etc. No habrá Partido Comunista sin ideología refundida, sin línea política o aparte de un movimiento organizado a la manera revolucionaria profundamente enraizado entre el proletariado.

Pero, para esto, la lucha de dos líneas no es suficiente. Aunque ésta constituye el aspecto principal, también se precisa una línea de masas. El objetivo principal de la lucha de dos líneas es el deslinde ideológico y político con el revisionismo y el oportunismo; pero también es preciso definir la base social sobre la que hay que actuar en cada momento para cumplir con las tareas de cada fase del proceso de Reconstitución. Y aquí es preciso insistir, en relación con lo señalado al principio de este punto, en que el terreno práctico sobre el que debe apoyarse el proceso excluye, ya de por sí, que su resultado esté preestablecido, es decir, que al final del proceso nos encontremos “unidos” quienes en un primer momento ya nos definíamos como “comunistas” o como “marxistas-leninistas”. Muchos de los futuros comunistas, miembros efectivos del verdadero Partido Comunista, hoy no lo son, no se consideran o no creen serlo. Y a la inversa: muchos “marxistas-leninistas” de hoy, mañana estarán en el campo enemigo. Esto es así necesariamente por la naturaleza del proceso mismo, por el deslinde ideológico-político y también porque la aplicación de línea de masas requerirá la incursión de la vanguardia en ámbitos o sectores sociales que hoy están alejados de nuestro movimiento. La lucha por la hegemonía ideológica en toda la sociedad (no sólo en el movimiento obrero) frente a la concepción del mundo burguesa así lo exigirá. Qué masas necesitamos en cada etapa del proceso y cuál será el plan para abordarlas: definir la línea de masas será crucial para la Reconstitución del Partido Comunista. Éste es el segundo gran problema objetivo al que se enfrenta la vanguardia actualmente.

Todos los imponderables de orden objetivo a que nos podamos referir se resumen o sintetizan, o, si se quiere, encuentran su causa última, en una circunstancia excepcional de largo alcance que determina y modifica comparativamente hablando todos los aspectos de la actividad de la vanguardia, a saber, el hecho inusitado y absolutamente original de que nos encontramos en una época histórica de transición entre dos ciclos revolucionarios. Jamás el movimiento revolucionario debió enfrentarse a una circunstancia de esta índole. Es la primera vez que nos encontramos ante situación tan inaudita, que plantea problemas y condiciones nuevas ante las que no disponemos de experiencia previa. La vanguardia debe saber encarar, con inteligencia y creatividad, las tareas que impone este escenario novedoso para alcanzar los mismos fines revolucionarios.

 

Parlamentarismo.

Vuestra organización pidió la abstención en las últimas elecciones europeas, ¿por qué? ¿Cuál ha de ser la importancia del parlamentarismo para el Partido Proletario Leninista de nuevo tipo?

En las pasadas elecciones europeas el MAI pidió el boicot, algo parecido a la “abstención activa” que propusieron otras organizaciones. Sin embargo, elegimos esta consigna porque se corresponde mejor con la tradición del movimiento comunista internacional, en particular, con la tradición del bolchevismo. Además, presupone o lleva implícito ya el espíritu “activo” que otros reclaman cuando adjetivan su llamamiento al abstencionismo electoral, y, sobre todo –y esto es lo fundamental–, presupone, igualmente, la existencia de un plan político verdaderamente alternativo, ajeno y diferente de la línea proelectoralista y filoparlamentaria de la mayoría de los abstencionistas de hoy, quienes, en realidad, no se presentan ni piden el voto porque todavía no tienen preparada su propia plataforma electoral; pero, cuando la tengan, solicitarán con vehemencia el sufragio activo de las masas. Los partidarios de la conjunción republicano-comunista que hoy cultivan la “abstención activa”, mañana cultivarán el cretinismo parlamentario.

Por otro lado, boicoteamos las elecciones porque, en la actualidad, la lucha en este campo no es útil para la revolución. Hoy, para la vanguardia, el centro de la lucha de clases está situado en la lucha ideológica, en la lucha de dos líneas por la Reconstitución del Partido Comunista. Esta lucha implica a un sector de la clase lo suficientemente avanzado en lo teórico como para que pueda decirse que, para él, el parlamento no sólo está superado históricamente, sino también políticamente. El debate y la lucha por la Reconstitución del Partido no incluyen, pues, el parlamentarismo.

Por lo que se refiere al parlamentarismo en relación con la línea general de la revolución proletaria, ¿es o será útil el parlamento para el proletariado revolucionario en algún momento? O, dicho en términos leninianos, ¿necesitan las masas atravesar un periodo de actividad parlamentaria de la vanguardia para adquirir conciencia de la caducidad de las instituciones políticas burguesas? En general, no se puede responder negativamente a esta pregunta. Sin embargo, en nuestra opinión, la vanguardia debería también reflexionar sobre otro elemento relativamente novedoso, a saber, la creciente tendencia a la abstención electoral en las denominadas “democracias maduras”, y, en lugar de simplificar el análisis del fenómeno achacándolo al apoliticismo, como hacen algunos para justificar su legalismo y su reformismo impenitentes, preguntarse si esa desilusión de las masas respecto del parlamentarismo y de la política burguesa no es trabajo adelantado en la labor comunista de combatir las ilusiones parlamentarias y, por consiguiente, si no es mejor diseñar políticas de clase independientes y articular instrumentos de participación que puedan devolver a esas masas su interés por la política, en lugar de ofrecerles recauchutados programas políticos pequeño burgueses.

En cualquier caso, desde nuestro punto de vista, la actividad parlamentaria de la vanguardia siempre será secundaria y estará sometida al plan general de actividad revolucionaria. Y esto –al menos, teóricamente– sólo durante un periodo muy concreto de la fase de Reconstitución del Partido Comunista (es decir, sólo en un momento de la fase prepartido). En la construcción revolucionaria hay dos grandes fases: la Reconstitución del Partido Comunista y la lucha del Partido Comunista por conquistar todo el poder desde la Guerra Popular. Para esta segunda, no vale el parlamento, sino únicamente la lucha armada de las masas construyendo nuevo poder. Así lo han demostrado las últimas experiencias históricas de la revolución proletaria, principalmente, la del Partido Comunista del Perú (entre 1980 y 1992) y la del Partido Comunista de Nepal (maoísta) (entre 1996 y 2006). En cuanto a la primera fase, quizá, y sólo quizá, se deba recurrir a la propaganda desde el parlamento burgués para conquistar a un sector de avanzada de la clase, implicado en la dirección de las luchas inmediatas de las masas, más renuente a desembarazarse de las ilusiones reformistas, que necesita experimentar directamente y en carne propia el tránsito desde sus expectativas políticas legalistas hacia las posiciones políticas revolucionarias.

 

Internacional.

A nivel mundial nos encontramos en un momento de repliegue revolucionario como jamás había conocido el proletariado. En vuestra opinión, ¿dónde se encuentra actualmente la vanguardia de la Revolución Proletaria Mundial?

El “repliegue revolucionario” o “repliegue general” es uno de los síntomas que indican que nos hallamos inmersos en un periodo de transición histórica entre dos ciclos revolucionarios. Para el MAI, forma parte de la vanguardia internacional todo aquél que ha tomado conciencia de esto y de sus consecuencias y adopta una posición política revolucionaria coherente con ello. Pero es preciso entender la idea de “repliegue” en términos diferentes a como la mayoría de los destacamentos comunistas la interpretan.

En la historia de nuestro movimiento ha habido muchos momentos de repliegue tras derrotas dolorosas. Sin embargo, las fuerzas que iniciaban la recuperación eran, en lo fundamental, las mismas que habían sufrido esas derrotas: un proletariado en ascenso político y organizativo, que crecía en número acompañando a un capitalismo en plena expansión, y que incorporaba las lecciones de su experiencia sin solución de continuidad. A la derrota de la Comuna de París le siguió el triunfo del marxismo en casi toda Europa; a la derrota de la socialdemocracia alemana, arruinada por el socialchovinismo, le siguió el triunfo de la revolución bolchevique, y a la derrota de la revolución en la URSS a manos del revisionismo moderno, continuó la revolución cultural en China. Cada paso dado por la Revolución Proletaria Mundial se apoyaba sobre el sólido escalón elevado que prestaba la experiencia anterior: la revolución cultural fue posible gracias a la instauración y consolidación de la Dictadura del Proletariado, logro del proletariado soviético; esta conquista fue posible por la incorporación del marxismo al movimiento obrero, logro del proletariado alemán, y el triunfo del marxismo entre las masas fue facilitado por la experiencia práctico-revolucionaria del proletariado parisino.

Pero nada de esto tenemos ahora, ni los logros del proceso ni el mecanismo del proceso. Toda ha cambiado para la revolución. El encadenamiento progresivo de acontecimientos revolucionarios de calidad cada vez más elevada ha sido cancelado, y todo el basamento material y cultural que ese desenvolvimiento y profundización históricos de la revolución proletaria fue construyendo ha sido liquidado. Hoy, la posición política del proletariado ha dejado de ser referente principal en las luchas de clases y condicionante de la posición adoptada por las demás clases; hoy, ni siquiera tiene el proletariado una posición de clase independiente. La obra de construcción revolucionaria debe ser comenzada desde el principio, sin ningún soporte material dejado por otros sobre el que auparnos y sin otro apoyo espiritual que el legado de la experiencia histórica de nuestra clase. Esto es lo que caracteriza la época que vivimos como periodo de transición y éste es el sentido que nosotros damos a ese término.

De este modo, el punto de partida no puede ser otro que la construcción de toda esa experiencia como discurso ideológico que sirva de punto de partida y de inspiración del plan político que permita acercarnos al próximo ciclo revolucionario. En relación con el pensamiento proletario del primer ciclo, en sus distintas variantes y matices, se trata de una reconstitución o, si se quiere, de una refundición de la ideología proletaria. Sin embargo, aún antes de la culminación de esta obra de reconstitución ideológica y lejos de toda pretensión liberal o ecléctica, pueden extraerse ya de aquella experiencia elementos válidos de la línea política general proletaria con el fin de comenzar a ensamblar el armazón político sobre el que los comunistas pueden iniciar la definición y aplicación de su Plan de Reconstitución.

En este sentido, podemos decir que, a nuestro entender, el segundo criterio válido para designar a la vanguardia actual consiste en señalar a aquellos destacamentos que han comprendido, al menos, que los dos ejes fundamentales sobre los que puede y debe construirse la política proletaria son la Reconstitución de partidos comunistas y la Guerra Popular como instrumentos estratégicos imprescindibles de la revolución proletaria. En este terreno, podemos hablar de destacamentos de vanguardia internacional cuando nos referimos a partidos que están aplicando sobre la práctica esa línea general, como, por ejemplo, los naxalitas indios, la fracción proseguir del Partido Comunista del Perú, la fracción de maoístas nepalíes que combaten al prachandismo, así como todos los comunistas que han tomado conciencia de la importancia de combatir esta nueva versión del revisionismo… Sin dejar de insistir en que todavía ninguno de estos destacamentos maoístas cumple con el primer criterio de definición de la vanguardia internacional que hemos expuesto.

En cualquier caso, para el MAI, en las labores para la Reconstitución de la Internacional Comunista que deben encomendarse los destacamentos comunistas de vanguardia, deben incluirse, como punto de partida, ambos criterios: Balance y Línea General correcta.

 

La Charla-debate.

Actos como el que ha organizado la Juventud Comunista de Zamora, ¿os parecen necesarios para la vanguardia proletaria o no son más que una pérdida de tiempo?

Sí, son absolutamente necesarios. En primer lugar, frente a los “practicistas”, que no comprenden la necesidad de la lucha de clases ideológica, en general, ni de la lucha de dos líneas, en particular. Es importante crear escenarios para el desarrollo de esta lucha y este tipo de actos contribuyen a ello. Además, en la medida que cumplen el objetivo de deslindar con el revisionismo y desenmascararlo, y que contribuyen a definir y propagar la verdadera y correcta línea proletaria, son beneficiosos porque actúan como contrapunto de esos otros “encuentros”, “charlas” y “debates” que sólo buscan la unidad a cualquier precio, la rebaja del programa comunista y la presentación ante las masas de plataformas electorales republicanas, intenciones éstas que inspiran la mayoría de los “encuentros” que hoy realizan los comunistas.

En segundo lugar, estos actos contribuyen a que la vanguardia conozca, comprenda y se familiarice con los pormenores de las contradicciones en que se haya hoy envuelto el movimiento comunista. Frente a quienes desean ocultar estas contradicciones reales y relegar las controversias teóricas y políticas entre los comunistas a segundo plano, este tipo de actos es una excelente forma “práctica” por medio de la cual los comunistas honestos pueden aprender a distinguir, desde su propia experiencia, quiénes son los amigos y quiénes son los enemigos de la revolución.