X aniversario del inicio de la guerra popular  

La encrucijada de la revolución en Nepal.

Perspectivas y enseñanzas para la Revolución Proletaria Mundial

 

Mientras procedíamos a redactar este documento crítico sobre el proceso revolucionario dirigido por el Partido Comunista de Nepal (maoísta) [PCN(m)], desgraciadamente, se nos han confirmado las sospechas que albergábamos sobre la tendencia que estaba adquiriendo en el sentido de su deriva conciliadora que lleva a abortar el proceso revolucionario de Nueva democracia, objetivo inicial del levantamiento armado. La noticia del pasado 21 de noviembre anuncia un acuerdo político entre los maoístas y la fracción parlamentaria de la clase dominante, en el que el PCN(m) parece renunciar por completo a todos sus objetivos y entrega las armas a cambio de aceptar el programa democrático liberal de las capas burguesas urbanas enfrentadas con la monarquía. Esta noticia es confirmada por el Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar, fechado el 5 de diciembre siguiente, cuya única aportación de relevancia es la certeza de que: “A diferencia de lo que ha dicho la prensa y de las ideas ilusas de los partidos parlamentarios, el MDE (Memorando De Entendimiento) no contiene una promesa de parte de los maoístas de dejar las armas” , sin llegar a exponer los acuerdos alcanzados en el memorando. Esta afirmación del Servicio Noticioso, a pesar de ser positiva y correcta, pues es la única salvaguardia de independencia revolucionaria y garantía de futuro, no invierte los negros presagios que se ciernen a nuestro entender sobre el desenlace final de la guerra popular. Posteriormente, el 15 de diciembre, en el Boletín ocasional del PCN(m) aparece una entrevista al camarada Prachanda en la que declara que “en el curso de la elección de la Asamblea Constituyente el Ejército Popular de Liberación [EPL] y el Ejército Real Nepalí [ERN] quedan bajo la supervisión de la ONU o una supervisión confiable internacional.” Desgraciadamente, poner al EPL bajo la supervisión de organismos internacionales, que están demostrando la entrega más absoluta al nuevo orden mundial unipolar, es directamente renunciar a la guerra popular y a todos los objetivos originales que la justificaban. Seguramente, lo previsible, aunque aún no escrito, será la unificación de ambos ejércitos en uno sólo al servicio del nuevo Estado democrático burgués que nacerá tras la constituyente.

Desde nuestro punto de vista, es preciso enfatizar ante la vanguardia que todos estos acontecimientos sólo vienen a demostrar la dificultad de iniciar un nuevo proceso revolucionario en el mundo sin primero haber asimilado teórica y políticamente la gran derrota que las fuerzas revolucionarias sufrieron durante el Primer Gran Ciclo Revolucionario - que se inició con la Revolución Bolchevique de 1917 y finalizó con la caída de los regímenes revisionistas encabezados por la URSS - , incluyendo entre todas las tendencias y experiencias del proletariado a la corriente ideológica maoísta (que, a pesar de ser la más avanzada, sigue anclada mayoritariamente en los presupuestos básicos y fundamentales de la línea general ideológica que guío a todas las tendencias marxistas-leninistas durante el pasado ciclo revolucionario), y con el fin de encarar la búsqueda de un certero balance de todo el dilatado y rico periodo, para sentar las nuevas bases que posibiliten abrir una nueva ola revolucionaria que inicie el definitivo ciclo final revolucionario en el mundo.

La revolución en la encrucijada

La histórica lucha entre las dos líneas dentro del partido nepalí, que viene librándose desde su fundación, parecía en 1995 decantarse por primera vez firmemente del lado de la línea proletaria con la histórica decisión de iniciar la guerra popular y, con ello, parecía también haber derrotado, después de sucesivos intentos fallidos, a la corriente oportunista y revisionista, fuertemente implantada entre las distintas fracciones del comunismo nepalí. Sin embargo, los problemas objetivos con los que se encuentra el proceso revolucionario en Nepal y la pervivencia de la influencia de aquellas limitaciones ideológicas que ya fueron nefastas una vez, y que el maoísmo, sin duda, ha heredado, han impedido consolidar una dirección revolucionaria que hubiera podido emular la mejor experiencia que el Partido Comunista de China legó al movimiento comunista.

Desde ahora mismo, nos vemos armados de razones para afirmar que incluso si el acuerdo de paz y de conciliación entre clases finalmente fracasa y se retoma el camino de la lucha armada, e incluso suponiendo que entonces el Ejercito Popular de Liberación (EPL) conquistase el poder derrotando militarmente a la monarquía, la actual dirección revolucionaria nepalí no podrá mantener en el poder a la línea proletaria y afianzar el nuevo Estado, pues su línea carece de independencia con respecto al carácter burgués que marca el proceso revolucionario, por lo que el pacto con las fuerzas capitalistas internas o externas estará basado en la subordinación de los intereses comunistas a los intereses inmediatos de índole burgués que caracterizan la situación presente. Desde esta posición intrínseca de debilidad, la revolución está condenada de antemano. Sólo la lucha de dos líneas y la victoria de la ideología proletaria podrá devolver al PCN(m) su capacidad de dirigente revolucionario original y recuperará así lo mejor del maoísmo, derrotando a la vez al aventurerismo revisionista en el partido.

En febrero del 2006 se hubieran cumplido diez años del inicio de la guerra popular en Nepal dirigida por el PCN(m). En estos diez años, la revolución se ha situado a las puertas del poder. Es precisamente en esta fase de la guerra, en plena ofensiva estratégica, cuando la revolución se encuentra frente a frente con los fantasmas del pasado nacidos de la experiencia del movimiento comunista internacional durante lo que denominamos Primer Gran Ciclo de la Revolución Proletaria Mundial. Estos fantasmas se concretan sucintamente en la experiencia revolucionaria peruana, se resumen en la falta de una Internacional Comunista y la inexistencia de un contexto de guerra interimperialista, y se alimentan de dos carencias fundamentales: la ausencia del balance integral del ciclo y la necesidad de la reconstitución ideológica del marxismo-leninismo y del Partido Comunista. En esto no coincidimos en absoluto con el PCN(m), que considera ambos hechos cumplidos, y pensamos verdaderamente que es la causa de que el partido maoísta se haya ido deslizando paulatinamente hacia el oportunismo, y con ello haya puesto en un grave aprieto el desarrollo y el triunfo de la guerra popular.

Si por una parte las condiciones objetivas internas y el análisis correcto de las fuerzas motrices de la revolución en Nepal posibilitan el rápido y exitoso progreso de la guerra popular con las medidas adoptadas en un principio, la progresiva y clara posibilidad de alcanzar el poder ha hecho que el partido haya ido adoptando medidas que rebajan y frenan las expectativas revolucionarias. Esta rebaja, que no sólo tiene contenido táctico sino también estratégico al reducir el programa hasta la conciliación de clase, y que renuncia al Estado de Nueva democracia en los hechos, sólo se ha visto compensada, hasta ahora, por el peor hacer de las fuerzas reaccionarias, por su división y por la falta de alternativa tanto de los partidos parlamentarios como de la monarquía.

En una palabra, existe miedo - que no es sinónimo de cobardía, por supuesto - , a la hora de tomar el poder ante los problemas que el movimiento comunista internacional no ha sabido resolver exitosamente. Este miedo no es sino fruto del desinterés por el conocimiento integral de todo el primer ciclo, lo cual dificulta inevitablemente la resolución tanto de los viejos como de los nuevos problemas con los que se encuentra la revolución proletaria en el siglo XXI, ignorancia que nosotros también compartimos en gran parte; pero, sobre todo, este miedo es fruto de la propia incapacidad por dirigir el proceso revolucionario, debida principalmente a la falta de voluntad por superar esa falta de conocimiento y que es sustituida por recetas preestablecidas y en gran medida fracasadas, mezclándose así revisionismo y dogmatismo en un cóctel que aborta todo papel de vanguardia, esencia del movimiento comunista. Nosotros comprendemos este miedo plenamente, en la medida en que somos conscientes del listón que la Revolución Proletaria Mundial alcanzó al llegar al nivel en el que no era el problema del poder sino el carácter socialista del mismo el que debía consolidarse o podía, por el contrario, debilitarse irremisiblemente, hasta provocar la derrota definitiva, como así sucedió. Sin embargo, nos encaminamos en el correcto camino para su superación con la firme voluntad de cubrir estas carencias de conocimiento asumiendo el fin del ciclo revolucionario, realizando el balance y combatiendo en lucha de dos líneas el ya viejo y caduco dogmatismo escolástico que guía los restos del movimiento comunista internacional, única manera ésta, la lucha de dos líneas, que tenemos para superar dialécticamente este estancamiento en el que el movimiento se encuentra en la actualidad en todo el planeta.

Carencias históricas de fondo

El maoísmo situó el proceso revolucionario ante la disyuntiva de seguir la lucha de clases bajo la Dictadura del Proletariado o caer en el revisionismo, como le sucedió a la Unión Soviética. En esto, la Gran Revolución Cultural Proletaria especifica claramente el problema, destaca al elemento ideológico y consciente como el fundamental y desata la lucha de dos líneas contra el oportunismo político y el revisionismo ideológico. Sin embargo, en el curso de los acontecimientos los errores son de mayor calado que los aciertos y la derrota de la línea proletaria está servida en cuanto Mao desaparece físicamente, esfumándose la capacidad de respuesta de las masas, otrora tan ensalzadas como sujeto autónomo, a los diez años del inicio de la revolución cultural. Ha sido esta derrota, la del maoísmo, la que ha puesto fin definitivamente al Ciclo Revolucionario de Octubre, imposibilitando de momento, a la correcta línea proletaria, la recuperación del liderazgo en el movimiento comunista internacional. Y es si cabe más grave que el fracaso de Stalin, que abrió el paso al revisionismo con su “30% de errores” . Y eso que Stalin ni tan siquiera llegó a plantear correctamente el problema de la continuación de la lucha de clases bajo el socialismo. No lo vio porque tenía profundas deficiencias ideológicas de base que se lo impedían, y en lugar de favorecer el progreso del marxismo lo frenó e, indirectamente, lo hizo retroceder (pues en dialéctica lo que no avanza retrocede). El PCN(m) lo resume muy acertadamente en su Documento de la II Conferencia:

“Es más, es importante reconocer que sus errores contienen dos aspectos: los cometidos inevitablemente debido a la falta de experiencia de la dictadura del proletariado, y los causados por errores ideológicos. No fue posible prevenir los primeros, pero los segundos sí.”

Lenin elevó la teoría del socialismo científico tras la aportación que posibilitó el partido de nuevo tipo, la caracterización de la época y el triunfo de la revolución, poniendo sobre el tablero la necesidad del afianzamiento y el desarrollo de la Dictadura del Proletariado, sin darle tiempo a enfrentar decididamente los nuevos problemas que se presentaban. Stalin no consigue consolidarla más que formalmente, pues no la desarrolla en lucha de clases, siendo ésta como era, la única manera de afianzarla. Stalin, siguiendo la línea general de pensamiento de la vieja Segunda Internacional (baluarte originario de profundas desviaciones ideológicas que lastrarán al movimiento comunista hasta llevarle a la derrota), asume como principio fundamental para la eliminación de las clases la supresión de la propiedad privada, en lugar de primar el desarrollo de la lucha de clases, como Lenin mandaba hacer extensivo al desarrollo de la Dictadura del Proletariado, con lo que, además, acabará confundiendo la socialización de los medios de producción con la propiedad estatal, frenándose paulatinamente el proceso de transformación social. Sin propiedad privada no hay clases y sin clases no hay lucha de clases posible, con lo que la esencia del problema desaparece ante sus ojos y se decanta por soluciones erróneas ante los problemas, mal percibidos por quedar enmascarados debido a los análisis erróneos. Así pues, la falsa consolidación de la Dictadura del Proletariado se tornó en su contrario y abrió las puertas de par en par a un revisionismo prácticamente incontestado en todo el campo socialista, salvo en China (pues claramente la defensa albanesa estaba irremisiblemente lastrada por el escolasticismo teórico del estalinismo). Mao, por el contrario, sí es consciente y sí ve el principal problema y por eso decide actuar y, como da un paso fundamental en el desarrollo del socialismo y del marxismo-leninismo, el fracaso final, por ello mismo, es aún más sangrante. La explicación de este fracaso dado por el PCN(m) no es suficiente - como demostraremos más adelante - , y tampoco lo es por parte de Mao resolver la etapa estalinista en porcentajes de aciertos y errores, incluyendo en los disminuidos errores los responsables de la contrarrevolución revisionista, con lo que esto supone de desvirtuación de la correcta percepción de los errores cometidos. Si el desarrollo final trae consigo el fracaso, la derrota y la contrarrevolución, entonces es que los errores cometidos eran muy superiores cualitativamente a los aciertos, porque logran imponerse a estos, y, como el marxismo enseña, son las contradicciones internas, en este caso entre los errores y los aciertos, las que acaban por decidir el desenlace de la lucha de líneas en el Partido y de la lucha de clases en la sociedad. Constantemente hemos de tener en cuenta que las raíces de una posible derrota siempre residirán principalmente en las causas internas y no en las manifestaciones contrarrevolucionarias externas que se aprovechan de ellas. Esta lectura maoísta del periodo estalinista y de la revolución cultural en China confirma nuestra afirmación de que el balance está aún por hacerse seriamente. No reside en la mayoría de aciertos la posibilidad de arranque del movimiento comunista sino que, por el contrario, es en el análisis y la comprensión de los errores donde se aloja la clave para dar el salto que nos sacará del atolladero en el que sigue atascado nuestro movimiento.

Son los errores los que nos van a hacer avanzar, entendiendo por errores no sólo las equivocaciones ante una decisión o una actuación, sino como la ausencia de conocimiento ante lo nuevo, lo inexplorado, las manifestaciones que nacen de los nuevos avances, por lo que hay que estar precavido, pues siempre encontraremos sorpresas en las nuevas contradicciones que brotan, de las anteriores resueltas, en nuevas síntesis. No ver dichas contradicciones no significa que no existan, pues sabemos que, por el contrario, es la esencia misma de la dialéctica materialista y debemos saber manejarnos en ellas como nuestro medio natural en el que vivimos como revolucionarios marxistas-leninistas. Para ello el aprendizaje ideológico y el manejo teórico son imprescindibles.

Análisis de diez años de Guerra Popular

Vamos a dejar para otro estudio nuestra crítica al maoísmo en este aspecto y en los subsiguientes que vayan apareciendo en nuestro análisis crítico de la situación de la revolución en Nepal. Aquí sólo señalamos hechos que afectan no sólo al Partido en Nepal sino a todo el desarrollo actual de la Revolución Proletaria Mundial. Estos condicionantes internos del movimiento comunista internacional no pueden cubrirse jamás con llamamientos a la opinión pública mundial o con el juego de las alianzas y las divisiones con y entre las diferentes facciones burguesas e imperialistas, tanto dentro del país como internacionalmente. Vamos a señalar este peligroso deslizamiento de los camaradas del PCN(m) con la voluntad de contribuir a la lucha de dos líneas dentro del movimiento comunista internacional con las fuerzas más avanzadas, que son las que se reclaman del marxismo-leninismo-maoísmo, como así quedó demostrado al final del anterior ciclo revolucionario.

Nos basaremos sobre todo en cuatro documentos a los que hemos tenido acceso y que nos parecen de los más explícitos de cuantos conocemos.

1. Estrategia y Táctica de la lucha armada en Nepal , adoptado en marzo de 1995, en el tercer pleno del Comité Central del PCN(m).

2. El movimiento comunista internacional y sus lecciones históricas, aprobado en la II Conferencia Nacional del PCN(m), de mayo del 2001.

3. La situación actual y nuestra tarea histórica , informe presentado por el Camarada Prachanda y adoptado por el partido en mayo del 2003.

4. Sobre la Dictadura Real y la necesidad de una República Democrática en Nepal , documento del dirigente del partido, Baburaam Bhattarai, sobre la nueva situación, fechado el 15 de marzo del 2005.

Inicio clásico de la Guerra Popular

En marzo de 1995, el tercer pleno del Comité Central del PCN(m) toma la histórica decisión de iniciar la guerra popular.

En él se reconoce que históricamente el partido, desde su fundación en 1949, se ha debatido entre la necesidad de emplear la lucha armada o seguir la vía pacífica, posponiendo eternamente la lucha por el poder. La justificación de esta disyuntiva es el secular recurso por parte de las masas campesinas a la sublevación armada frente a la explotación feudal y la intervención extranjera. En el anterior Congreso de Unidad del Partido se adoptó la línea de la Guerra Popular Prolongada, derrotando a la línea inconsecuente y revisionista que aceptaba de palabra, pero rechazaba en la práctica, esta estrategia.

La revolución en Nepal debía seguir la estrategia maoísta de la toma del poder en un país predominantemente agrario, donde el 90% de la población vive en y del campo. Así se aprobó desarrollar la Revolución de Nueva democracia, completándola con la Dictadura Democrática Popular dirigida por el proletariado y basada en la unión obrero-campesina contra el feudalismo y el imperialismo. El paso al Comunismo se hará a través de la Revolución Socialista y la posterior realización de varias y sucesivas revoluciones culturales. Los objetivos de la lucha armada serían, pues, resolver las tres contradicciones principales en la sociedad nepalí: feudalismo - pueblo, imperialismo - pueblo y capitalismo - pueblo, entregando la tierra a los campesinos y combatiendo a la burguesía burocrático-compradora. La estrategia a seguir es la de la Guerra Popular Prolongada. El Partido, dirigente de la revolución, se dota mediante un salto dialéctico, siguiendo el precepto maoísta de unidad-lucha-transformación, de la capacidad y organización necesarias para desarrollar la lucha armada, la ideología, el marxismo-leninismo-maoísmo, y la línea política con los elementos que permiten desarrollar la Guerra Popular Prolongada.

Este es sucintamente el punto de partida del desarrollo de la guerra popular con el que en febrero de 1996 se inicia la lucha armada.

La guerra de guerrillas se desarrolla en un principio estableciéndose las primeras bases de apoyo en las zonas liberadas en el transcurso del año 2000, aunque sin considerarse estables, pues la fuerza principal del Estado nepalí, el Ejercito Real Nepalí, seguía intacta y sin intervenir, ya que se había creado un cuerpo policial especial contrainsurgente que era el que llevaba el peso de la lucha contra la guerrilla.

El primero de junio del 2001 se produce el golpe de Estado que dará paso al empleo directo del ejército contra la guerrilla maoísta, lo que supone un salto cualitativo en el desarrollo de la guerra popular.

A partir de aquí, y según nuestro entender, empezará a manifestarse, cada vez más claramente, un cambio de rumbo en la dirección del PCN(m) sobre las perspectivas iniciales de la guerra popular.

Insuficiencias en el Balance de la experiencia histórica del movimiento comunista internacional

En mayo del 2001 se realizó la II Conferencia Nacional del partido. En ella se recoge la línea que está en el origen del inicio de la guerra popular y se reafirma la guía del marxismo-leninismo-maoísmo. Sin embargo, en cuanto al balance histórico de la experiencia revolucionaria del movimiento comunista internacional, inexplicablemente, se acepta como explicación del fracaso final de la Gran Revolución Cultural Proletaria - o lo que es lo mismo, el fracaso del maoísmo, por ser precisamente la revolución cultural la que condensa y reúne mayormente los aspectos más fundamentales y novedosos que aporta la experiencia china al marxismo-leninismo y a la práctica de la revolución - , la realización de “ actos de deslealtad y mala conducta”, y no se aplican los mismos principios marxistas que se emplean para los análisis de la situación social, de la lucha de clases o de lucha entre las dos líneas. Mao y el maoísmo deben ser salvados a toda costa, sin autocrítica, a pesar del evidente fracaso final.

Es cierto que hoy en día, al no existir ningún país socialista ni Internacional Comunista,

“los revolucionarios de todo el mundo tienen la libertad, sin ninguna presión política, de ir a la esencia de la experiencia histórica y tienen una gran responsabilidad” .

Estamos completamente de acuerdo con esta afirmación y es por ello que no nos explicamos por qué se queda el PCN(m) fuera de esta aseveración y se autoimpone la obligación de partir de la asunción de la infalibilidad del maoísmo y del propio Mao-tse Tung:

“Algunas personas no advierten la complejidad del periodo de la Revolución Cultural y culpan a Mao por los compromisos en los últimos años, lo cual es erróneo.”

“Esta gran revolución previno la restauración en China durante 10 años. A pesar de que por diversas razones nacionales e internacionales tras la muerte de Mao, los seguidores del camino capitalista restauraron el capitalismo en China por medio de intrigas contrarrevolucionarias, la importancia del principio por él desarrollado sigue vigente y se ha convertido en una guía para las futuras revoluciones”

Es inconcebible, desde posiciones marxistas, que mientras Mao es visto como dirigente indiscutible de la revolución china en general y artífice principal de la revolución cultural, su responsabilidad en la debacle final sea reducida al máximo cuando no negada en las principales decisiones, como si se hubiese quedado sólo y aislado entre un atajo de incompetentes o de burgueses que habrían estado simulando el seguimiento de su pensamiento y acción, lo cual, de ser éste el caso, también denotaría la existencia de escasos vínculos entre la dirección central y el resto de la organización y de las masas, lo cual, lógicamente, implicaría fallos enormes en la transmisión del pensamiento guía y de las directrices prácticas al resto del partido y a las clases revolucionarias chinas. Se pretende negar la mayor absolviendo a Mao cuando los hechos demuestran, sin apelación posible, que diez años de revolución cultural maoísta debilitan hasta tal punto la Dictadura del Proletariado que, muerto el líder, el maoísmo es derrotado rápidamente y reinstaurado el camino capitalista. La aceptación de la dialéctica materialista como método guía se trunca simplistamente en explicaciones cuantitativas, de orden casual o temporal, en lugar de cualitativas, y no se libra de los lastres de obediencia debidos a situaciones de confrontación dentro del movimiento comunista internacional, de los que parecía que hoy en día podíamos expedirnos, a diferencia de aquel momento de la lucha de dos líneas contra el revisionismo internacional encabezado por la Unión Soviética, como el mismo PCN(m) reconoce:

“Dada la difamación hecha contra Stalin desde una posición contrarrevolucionaria, por Jruschov, líder del revisionismo contemporáneo, y por el imperialismo, en el debate en el movimiento comunista internacional era muy necesario defender a Stalin, destacando las posiciones correctas y positivas.”

“No obstante, se han operado enormes cambios en el mundo de hoy; el revisionismo jruschovista convertido después en socialimperialismo se ha derrumbado con la disolución de la Unión Soviética. En China, los jruschovistas chinos usurparon el Poder mediante un golpe de Estado contrarrevolucionario y restauraron el capitalismo tras la muerte del camarada Mao. Hoy, no existe ningún Estado socialista en el mundo.”

No resiste un mínimo de rigor científico el identificar las causas del desastre final en base a afirmaciones que por indefinidas y abstractas manifiestan una vacuidad que invalida todo posterior planteamiento basado en el borrón y cuenta nueva, y que deja frío a cualquiera que pretendiese sinceramente encontrar en ellas alguna explicación mínimamente engranada y verosímil:

“...no fue posible barrer a todos los derechistas que habían escalado a altos puestos en el partido y el gobierno, a causa de ciertos efectos negativos del movimiento comunista internacional y de las limitaciones históricas de la lucha de clases, y porque ya era tarde para desenmascararlos.”

Estas palabras traducen una incapacidad e impotencia de grado superlativo al afirmar implícitamente que era imposible haber hecho otra cosa y que los acontecimientos se hubieran desarrollado de manera más favorable a nuestra causa. Pero esta manera de hacer frente a los problemas sigue una tradición en la que el partido chino tropezaba a menudo. ¿Cómo puede afirmarse que los errores de Stalin son de orden secundario cuando dan paso a la derrota de la línea proletaria prácticamente sin oposición?

“Sería beneficioso que los errores de Stalin, que sólo son de orden secundario, se consideraran como lecciones históricas que sirvieran de escarmiento a los comunistas..., con el objeto de que no repitan los mismos errores o cometan menos”

Conviene recordar que, tras la muerte de Stalin, el golpe contrarrevolucionario que coronó su triunfo con el XX Congreso, provino del mismo entorno de confianza del líder. Las raíces generales en las que se ha basado tradicionalmente la explicación de ese golpe se han trasladado asimismo como causas de la caída del maoísmo tras la muerte de Mao, culpabilizando así al emboscamiento en la dirección del partido de elementos derechistas a los que no se pudo identificar y apartar a tiempo. La fortaleza y capacidad de mimetismo del revisionismo no hace más que resaltar las deficiencias de la línea marxista revolucionaria. Pudiendo ahora, sin lastres, analizar todo este periodo para dar pasos hacia delante, los camaradas nepalíes optan por repetir argumentaciones, lo cual supone hoy día un retroceso claro con respecto al desarrollo de nuestra ideología alcanzado en los sesenta. ¿Por qué, a la hora de analizar la experiencia de la revolución china, se actúa superficialmente y se persigue cometer los mismos errores e insuficiencias de Mao, en lugar de aprender de sus aciertos en la profundidad de su crítica y en la superación del papel y de los errores que se cometieron en tiempos de Stalin, y partir de ellos para superar el escollo que supone el fracaso final del maoísmo y la derrota del ciclo revolucionario que se inició en Octubre?

El propio documento del PCN(m) reconoce que para Mao:

“...la lucha entre las ideas correctas y las que no lo son, siempre ocurre dentro del partido, y en cierta etapa las ideas equivocadas aparecen como revisionismo, convirtiéndose en una lucha hostil contra los revolucionarios. Si las ideas no proletarias predominan en el partido, éste cambiará de color. Por lo tanto, los revolucionarios siempre deben revolucionar continuamente el partido por medio de la lucha entre dos líneas”.

Estamos de acuerdo. Pues, ¡hagámoslo! Apliquemos el marxismo al análisis de la experiencia de la revolución cultural y al maoísmo en su conjunto. Situémoslos en su justo lugar a la luz de la dialéctica materialista. Negar la aplicación del marxismo-leninismo a los marxistas-leninistas es una contradicción que históricamente ha traído graves consecuencias a todo el movimiento comunista, y no puede suplirse con obediencias y asentimientos a las partes de nuestra ideología y de nuestra historia que proporcionaron éxitos rotundos, aunque nunca fueron definitivos y siempre incompletos.

En cuanto a las justificaciones por las que Mao no tomó ninguna iniciativa para reconstituir la Internacional Comunista, nos parecen extremadamente simplistas y enfrentadas abiertamente a las enseñanzas y experiencia leninistas:

“En respuesta, se podrían mencionar ciertas experiencias negativas de la Comintern en el último periodo, pero lisa y llanamente eso no es el factor principal. Mao dirigió el movimiento comunista internacional en lo ideológico librando la lucha contra el revisionismo jruschovista y dirigiendo y diseminando las revoluciones de liberación nacional, de nueva democracia y socialistas por todo el mundo. Por otro lado, hubo algunas dificultades prácticas objetivas fuertes que obstaculizaban las labores de darle una forma organizada, como, por ejemplo, los partidos comunistas dogmato-revisionistas, centristas y chovinistas de Albania, Vietnam y Corea del Norte, etc..., que rechazaron las contribuciones universales de Mao. Y en ese tiempo era imposible formar la internacional comunista ignorando a esos partidos.”

Primero. La justificación entra en contradicción con el papel de vanguardia ideológica que Mao está adquiriendo en el combate contra el socialimperialismo revisionista dentro del movimiento comunista internacional, siendo precisamente el aspecto ideológico el principal de la lucha. Si por una parte, el Partido Comunista Chino opta correctamente por enfrentarse al revisionismo del PCUS y de la inmensa mayoría de partidos comunistas de la época que le siguen, lo que implica claramente la salida a la superficie de la crisis en la que se encontraba el movimiento comunista, fracturándolo, por otra, quizá lastrado por su pasado revolucionario que centró por completo todos los aspectos de la lucha exclusivamente en el interior del país, le impide finalmente formalizar consecuentemente la lucha ideológica general contra el revisionismo en directrices rotundas y concisas de lucha para combatirlo a todos los niveles, quedando la mayor parte de las veces veladas y en manos de destacamentos voluntaristas de comunistas de otros países.

Segundo. Se intenta imponer como insalvables supuestos problemas de carácter organizativo a la hora de encuadrar a otros partidos comunistas antirrevisionistas, pero no maoístas, por ser éstos supuestamente imprescindibles para una futura Internacional. Sin embargo, ésta no es la experiencia de creación de la Tercera Internacional, que se llevó a cabo en condiciones más difíciles, sin campo socialista, y en lucha a muerte contra el revisionismo, procurando por todos los medios romper los grandes partidos socialdemócratas de la Segunda Internacional.

Las ayudas a movimientos de liberación fueron, en muchos casos, ayudas a grupos que se demostró eran escasamente revolucionarios desde el punto de vista marxista-leninista, y cuyo exclusivo fin era el de combatir al socialimperialismo, lo que evidenciaba la copia del método de intervención que éste empleaba en los países del tercer mundo. Una ayuda, en definitiva, que se otorgaba a cambio de combatir al enemigo común, que en muchos casos era otra fracción revolucionaria anticolonial y antiimperialista asistida por el campo soviético. Ayuda que se centraba en armas y dinero, pero no en ideología, y que dichos grupos compaginaban muchas veces con la que recibían del propio imperialismo. Característico de esta actuación fueron, por ejemplo, el apoyo a la UNITA en Angola, al Frente de Liberación de Eritrea en Etiopía o al ZANU en Zimbabwe. Sea como fuera, ninguno de esos movimientos siguen activos teniendo el maoísmo como guía. Esta actuación generalizada y mayoritaria en sus apoyos internacionales para la liberación de pueblos oprimidos fue tanto o más negativa que la misma, interesada en la lucha geopolítica internacional, establecida por los revisionistas soviéticos. Sólo en el caso de partidos comunistas previamente establecidos y consolidados y que en la lucha de líneas internacional se decantaron por combatir al revisionismo, la ayuda podía adquirir un carácter internacionalista - como fue el caso del partido comunista de Filipinas - lo que garantizaba que, al menos, la dirección de la lucha estuviera en manos de revolucionarios de ideología marxista.

Además, si el Partido Comunista de China optó acertadamente por desatar la lucha de dos líneas a escala mundial dentro del movimiento comunista contra el primer partido comunista, el PCUS, ¿por qué razón deberían de representar un escollo insuperable los otros partidos no revisionistas que detentaban el poder revolucionario en sus países? ¿Sólo por su resistencia ideológica a asumir el maoísmo y renunciar por ello a desarrollar en su contra, también, la lucha de dos líneas para demostrar la superioridad y el acierto de asumir las “contribuciones universales” del maoísmo como guía internacional?

La renuncia explícita a una nueva Internacional cuestiona por sí mismo al maoísmo como vanguardia del movimiento comunista internacional y como supuesta tercera y superior etapa del marxismo. En los hechos, se aplicó la teoría de los tres mundos , fuera acuñada ésta teoría por Mao o no, y se renunció a combatir a otros partidos porque eran fuertes y estaban tejiendo su propia tercera línea (hoxhistas, kimilsunguistas, hochiministas...), bloqueando así a la lucha de dos líneas dentro del movimiento y cayendo en el refugio de la estrechez nacional, como por otra parte revelaban también todas esas terceras vías . Todo esto visualiza claramente esta desviación chovinista y nada internacionalista pues, salvo en el interior de China, la lucha de dos líneas sólo se aplica entre direcciones de partidos, sobre todo enfrentando a los más grandes y prosoviéticos contra el chino y siempre guardando las formas de respeto oficiales, a pesar de la dureza de los textos. Sin embargo, se renuncia claramente a intervenir en el interior de esos mismos partidos para crear fracciones revolucionarias que tomaran las riendas de la lucha de dos líneas internacional. Esto se deja en manos del voluntarismo de grupos autóctonos, como ya expusimos más arriba, que produjo, a la larga y por dicha dejación de liderazgo internacional, a medida que esos colectivos de voluntaristas decidían saltar a la lucha abierta contra sus direcciones y crear nuevas organizaciones a imagen del partido chino, la abigarrada oferta de agrupaciones postuladoras de un maoísmo que amalgamaba las discrepancias que acumulaban estos grupos y tendencias debido a la crisis en la que se encontraba el movimiento comunista internacional desde hacía tiempo y en las que se recogían aspectos específicos según la historia de cada partido. El Estado español fue buen ejemplo de tal diáspora de la que no queda prácticamente nada. Cabe señalar la necesidad de realizar un balance a fondo de toda esa etapa en el que se profundice sobre la influencia que tuvo el maoísmo en las organizaciones de extrema izquierda de aquella época y hasta qué punto y en qué grado de integridad fue asimilado.

Después de esta experiencia y con el balance aún pendiente no es posible reconstituir la Internacional Comunista aceptando el maoísmo tal y como se nos presenta, limpio de responsabilidad alguna en su propio fracaso. Además, el desarrollo desigual en la fase imperialista centra en la reconstitución de cada partido estatal la capacidad y posibilidad de liderar este proceso de reconstitución política del movimiento comunista internacional. El maoísmo fue el último y más desarrollado intento de proseguir la revolución durante el primer ciclo. Dejó inequívocamente planteados los nuevos problemas a la hora de continuar la revolución bajo la Dictadura del Proletariado, pero de ahí no pasó, pues la inestimable experiencia de la revolución cultural proletaria terminó también engullida por el revisionismo que, como se reconoce, se mantuvo en el poder junto a los verdaderos revolucionarios esperando su momento, que no fue otro que la desaparición física del camarada Mao, ya que mediante la lucha abierta, directa y franca, no tuvieron ninguna oportunidad en vida del gran dirigente intocable.

Si la Gran Revolución Cultural Proletaria supone un recrudecimiento de la lucha de clases y de la lucha de líneas en la sociedad y el partido, con lo que se subraya la importancia del deslinde y el desenmascaramiento de los falsos revolucionarios, ¿cómo es que se plantea como objetivo la unidad sobre la base de la fórmula de unidad-lucha-transformación, donde aparece en primer lugar - luego como más importante - la cuestión de la unidad frente a la del deslinde, como sería lo lógico en un periodo de acrecentamiento de la lucha de dos líneas contra la ideología burguesa emboscada en nuestras filas? En el documento del PCN(m) se dice:

“En la Gran Revolución Cultural Proletaria, mediante la lucha contra los renegados Liu Shao-chi, Lin Piao y Deng Xiao-ping, se desarrolló el método dialéctico de forjar una nueva unidad en el partido sobre una nueva base en el proceso de unidad-lucha-transformación, y subrayó la necesidad de formar comités del partido de acuerdo al principio de integración triple, con jóvenes, adultos y personas de edad avanzada, para infundir sangre fresca en el partido.”

Por el contrario, la práctica, el método y los objetivos de la revolución cultural deberían de haber seguido el camino de lucha-transformación-unidad siendo esta última fruto de la nueva síntesis obtenida del desarrollo de la transformación alcanzada a través de la lucha. El peligro de establecer estas fórmulas explicativas en forma de cadenas de elementos sucesivos que se repiten radica en no conocer la época en la que nos encontramos y por cuál elemento de la cadena debe de iniciarse cada tríada. En la época de la revolución cultural, donde el objetivo era combatir a la vía capitalista dentro del partido y la revolución, el predominio recaía en el desenmascaramiento a través de la lucha y nunca podía prevalecer la unidad. Del principio uno se divide en dos , es la división, la lucha, el aspecto principal. En la hora actual, el movimiento comunista internacional se encuentra, después del fin del ciclo de Octubre, en una fase de deslindamiento de líneas obligado por la necesidad de depurar, a la luz del balance histórico aún pendiente, el marxismo-leninismo de las incrustaciones revisionistas que le han arrebatado su propuesta liberadora para la humanidad.

Quizá un síntoma del estancamiento de la Gran Revolución Cultural Proletaria, debido a estos errores de comprensión del proceso dialéctico, sea la proclamación de los tres principios expuestos en 1971, justo después de la caída de Lin Piao: “ practicar el marxismo y no el revisionismo; trabajar por la unidad y no por la escisión; actuar en forma franca y honrada y no urdir intrigas y maquinaciones” . Estos principios, que el propio PCN(m) recoge en su documento de 1993, pondrían de manifiesto ya la dificultad en desenmascarar y combatir al revisionismo emboscado, mientras se aceptaba, formalmente, por la mayoría del partido y de las masas la palabra de Mao como la única y verdaderamente revolucionaria, pero sin acabar de asumirla realmente. Estos tres principios indican la voluntad por parte de Mao de establecer unas reglas de juego formales, una manera de trabajar para resolver los problemas y que se propone desde la parte maoísta, revolucionaria, sin que sea, como se pudo comprobar en breve, aceptada por el sector derechista, revisionista y contrarrevolucionario al que se alió la fracción centrista. Indica que, como mínimo, si bien el enemigo parecía identificado, no se encontraba la fórmula para poder vencerlo en este momento, y que ya había conseguido emboscarse y anclarse entre las estructuras del partido y el Estado, como así lo reconoce el texto de la II Conferencia citado más arriba. Sin embargo, antes de la muerte del camarada Mao, aún vendrían episodios de lucha entre las dos líneas y de depuración de elementos contrarrevolucionarios como fue el caso de Deng Xiao-ping. Caso éste de especial significación por haber sido depurado por ser considerado el Jruschov chino en plena revolución cultural y, sin embargo, haber sido rehabilitado completamente en 1973, sin que nunca hubiera manifestado la más mínima intención de rectificar su línea revisionista. Estas confrontaciones de última hora no se parecen en nada a las purgas de los años treinta en la URSS, y sin embargo acababan resolviéndose de igual manera por la vía administrativa sin conseguir debilitar a la derecha. Parecen zarpazos puntuales contra elementos revisionistas aislados más que una lucha generalizada, planificada y organizada contra la clase enemiga basada en la extensión de la lucha de dos líneas a todos los niveles - como así había ocurrido en un principio - , a pesar de los intentos últimos en este sentido por parte de la banda de los cuatro . Prueba de esto fue la inmediata rehabilitación de Deng muy pocos meses después de la muerte de Mao con el apoyo del centrista Hua Kuo-feng, que había sido situado a la cabeza del Estado por el propio Mao, precisamente por su posible condición de mediador entre las dos líneas enfrentadas. Seguramente, existe también un problema de identificación, ampliamente cultivada, de Mao como garante personal y dirigente único durante el desarrollo de la revolución cultural, que lleva a educar a las masas en que lo correcto es lo que proviene del propio Mao y, cuando éste falta, serían los miembros de la dirección mayoritaria del partido y el Estado los que cogerán el testigo de la infalibilidad del gran líder, al quedar ellos como los únicos exegetas autorizados de sus textos y depositarios de su pensamiento, sin que las masas revolucionarias tomen en consideración la necesidad de analizar el cambio de rumbo efectuado por la nueva dirección y aceptando al final que los auténticos maoístas, seguidores de la llamada banda de los cuatro , que había estado dirigiendo junto a Mao los últimos años de la revolución cultural, no lo eran en realidad, permitiendo así su detención en base precisamente a acusaciones falaces fruto de intrigas y maquinaciones . La experiencia durante la revolución cultural indica que, generalmente, en los debates de fondo, era el posicionamiento de Mao el que decantaba la victoria hacia uno de los destacamentos en liza, y la posterior modificación en los distintos órganos dirigentes que le seguía en consecuencia recaía sobre el grupo perdedor. Mao participaba en la lucha de líneas desde fuera, decidiendo la suerte de los distintos planteamientos y opciones, si bien todos los contendientes se caracterizaban por intervenir en su nombre y aseguraban ser fieles a su pensamiento. El hecho es que no eran ni las masas ni las bases del partido las que, a pesar de su participación, aprendían con este proceder y, en cuanto el Gran Timonel faltó, la línea correcta fue suplantada sin apenas oposición, salvo en escasas excepciones que adolecieron siempre de iniciativa, característica del proceder de Mao que se torna crucial a la hora de combatir un golpe contrarrevolucionario desde la misma dirección del partido. El problema de la jefatura personal es también un problema grave del cual el maoísmo y todo el movimiento comunista debe desprenderse y resituar en unos preceptos más ajustados a la realidad de las formas de actuación necesarias.

Todas estas discrepancias no pueden resolverse sin un profundo estudio y balance integral, y es obvio que existe una dificultad añadida si los destacamentos comunistas, que son los encargados de realizarlo, además, se encuentran con las armas en la mano combatiendo al enemigo. Pero el problema existe antes del inicio del levantamiento armado y se acomete éste antes de haber abordado aquél. Esto no hace otra cosa que arrastrar el problema sin solucionarlo y establece obligadamente para un momento futuro, siempre incierto debido a la lucha abierta entablada, el encuentro con el mismo. Esta dificultad añadida no puede ni debe evitar la imperiosa necesidad de dar respuesta cabal a estos interrogantes y situar al maoísmo en el lugar que le corresponde, sea el de tercera etapa o sea otra cosa, como ocurrió con lo que se ha dado en llamar estalinismo .

Por consiguiente, ahora se impone una fase, no de unidad sino de deslindamiento de campos a través del desarrollo de la lucha de dos líneas entre las diferentes corrientes del comunismo revolucionario, mientras se va desenmascarando al ala derecha revisionista y contrarrevolucionaria del movimiento comunista internacional, enemigo principal.

Sobre la situación mundial

En el documento La situación actual y nuestra tarea histórica, los camaradas de Nepal resaltan la importancia estratégica del país por su posición geopolítica y el lógico interés del imperialismo, sobre todo de EE.UU., para intentar contrarrestar las consecuencias de la guerra popular. Pero en el resto del texto se sitúan posicionamientos contradictorios en los análisis y planteamientos sobre los que creemos fundamental aportar luz.

La contradicción entre el imperialismo y los pueblos oprimidos es la contradicción principal actualmente en el mundo y se ha agudizado debido al dominio unipolar de los EE.UU. después del fin de la guerra fría . Esta situación la percibimos de idéntica forma. Sin embargo no podemos compartir el análisis del aumento de la tensión entre las potencias imperialistas, y menos aún basándonos en que sería la intervención en Irak la que daría lugar a este supuesto enfrentamiento interimperialista. Ahora, a más de dos años de la ocupación, comprobamos el acuerdo internacional que existe alrededor del proceso de consolidación de la hegemonía occidental liderado por EE.UU. La oposición unánime a la reapertura del programa nuclear iraní o la absoluta falta de respeto de Occidente por la victoria de Hamás en las elecciones palestinas lo testimonian. Esto es así porque, hoy por hoy, el dominio de EE.UU. es absoluto e incontestado, y Europa, potencia con posibilidades para disputar el liderazgo mundial a los EE.UU., está aún bastante lejos de consolidarse después del frenazo sufrido por el rechazo popular al proyecto de Constitución europea.

Los camaradas de Nepal argumentan, además, que el mundo se encuentra en crisis económica y abocado al derrumbe, lo que debería llevar, en buena lógica, al enfrentamiento entre las distintas facciones imperialistas.

“Proclamando la denominada prosperidad y civilización USA basada en la explotación, el robo y el pillaje de la mayoría de los recursos humanos y naturales de la tierra como modelo ideal del mundo, la pandilla de fortunas imperialistas de Bush ha esgrimido y ha practicado su privilegio de atacar a cualquier nación, organización, movimiento y pueblos que levantan su voz en contra de él. Se ha convertido en la tendencia principal del imperialismo para imponer la guerra a los pueblos en nombre de una u otra excusa para defender su economía del derrumbamiento, la cual está basada en la industria de guerra para la fabricación de armas de destrucción masiva que tienen el poder de destruir a la raza humana.”

Esto habría provocado la anticipación de los EE.UU. con su intervención en Irak, esgrimiendo para ello la excusa del combate en contra del terrorismo y utilizando como coartada mediática los sucesos del 11 de septiembre de 2001. El objetivo imperialista sería así controlar el petróleo y de paso toda la zona de Oriente Medio, rica en fuentes de energía. Con estas medidas se favorecería directamente a la industria de guerra, base de su economía, al incrementar en toda el área la inestabilidad y, de paso, se usa el miedo entre la población occidental a los ataques terroristas indiscriminados como base de apoyo popular y de creación de una opinión pública proclive a esta política.

Esta guerra habría incrementado las contradicciones entre los distintos Estados imperialistas, como parecía en un principio, por la oposición del Consejo de Seguridad de la ONU y el veto de Francia y varios de sus aliados:

“La guerra de Irak, no sólo ha hecho aflorar las contradicciones entre los países imperialistas sino que también las ha intensificado en una magnitud elevada. Se reunieron abiertamente Francia, Alemania y Rusia para oponerse a la política de guerra de los Estados Unidos y Gran Bretaña. La amenaza de Francia de usar el veto en contra de la guerra en las Naciones Unidas y la declaración de que la “hegemonía mundial unipolar americana no es tolerable”, explican el nivel de contradicciones que existen entre los países imperialistas. Está claro que este tipo de resistencia alcanzó tal nivel, primeramente debido al propio interés económico de unos y seguidamente debido a la presión popular ejercida en las calles. Pero, estos países imperialistas saben muy bien que América es la única fuerza que puede salvar hoy al sistema mundial imperialista y de ahí que en su oposición cada uno fácilmente puede olfatear la tendencia a la alineación con América y satisfacerlo.”

Sin embargo, la tesis del incremento de las tensiones interimperialistas no se corresponde con la afirmación de que los países imperialistas saben que sólo los EE.UU. pueden salvar hoy en día al sistema mundial imperialista de su derrumbamiento. Y esto es lo que en realidad se ha producido: que EE.UU. sigue en Irak con gran parte de sus aliados y el resto del mundo, a través de la ONU, sigue la hoja de ruta de una nueva Constitución para el país impuesta diariamente por la fuerza y la vía de los hechos consumados, sin críticas de fondo por parte de la comunidad internacional.

Aquí se produce la primera de las contradicciones en las que incurre el PCN(m) en el análisis de las condiciones objetivas que le servirá de base para perfilar la táctica y la estrategia del plan de la guerra popular. Por una parte crece la confrontación interimperialista, y por otra los EE.UU. son reconocidos por el resto de países imperialistas como único y posible dirigente mundial. El PCN(m) intenta amoldar conceptual e idealistamente la guerra popular al paradigma revolucionario del ciclo de Octubre (entre 1917 y 1949 las revoluciones triunfan en el contexto de una guerra o de las consecuencias de una guerra imperialista), por lo que confunde la ausencia de un escenario internacional favorable de guerra imperialista con el deseo de que lo haya.

Por otro lado, otorgar a las masas del mundo, y en especial a las de los países occidentales, un papel de actuación espontáneo de carácter anti-imperialista, de modo que las movilizaciones masivas estarían forzando cambios en las direcciones políticas de los países imperialistas - sobre todo en los que intervinieron directamente - , es producto de un análisis no marxista, que no establece la relación entre la lucha de clases en cada país y el vínculo entre cada clase dominante y las propias masas. Teniendo en cuenta que, desde el marxismo-leninismo, las masas no son independientes de la lucha de clases y que el espontaneísmo siempre está al servicio de la clase dominante, y sin olvidar la cuestión decisiva que supone la inexistencia de partidos comunistas revolucionarios en ninguno de esos países con capacidad de influencia y dirección de masas, es del todo imposible que dichas movilizaciones tuvieran carácter genéricamente anti-imperialista, y mucho menos revolucionario.

La prueba de lo erróneo de este análisis de los camaradas de Nepal, que en parte es fruto de un inadecuado culto a las masas en general, es que incluso en el Estado español, único país del bloque intervencionista donde se ha producido un cambio político en el que la guerra de Irak ha jugado un papel decisivo, la movilización masiva ha respondido a la reorganización de las relaciones de poder entre las distintas fracciones dentro del bloque dirigente, están enfrentadas entre sí por intereses de orden económico y político. Uno tras otro, los primeros ministros de Australia, Gran Bretaña y Estados Unidos, principales países agresores, fueron reelegidos sin demasiados problemas por sus poblaciones, y las protestas de las masas, que no han alcanzado en ningún caso la virulencia a la que llegaron por ejemplo las luchas contra la intervención en Vietnam 30 años antes, fueron disminuyendo una vez liquidado el régimen baasista y en la misma medida que la resistencia iraquí a la ocupación es presentada mayoritariamente como terrorismo y mostrada una población dividida por cuestiones étnicas, religiosas, políticas y económicas, con lo que se crea la impresión de que, sin la tutela occidental, el país no saldrá por sí solo del caos .

Era muy aventurado y forzado entonces, en el 2003, y se ha comprobado completamente inexacto ahora, que dichas manifestaciones anti-bélicas hayan incluso “creado una condición objetivamente revolucionaria para la nueva ola de la revolución mundial” que se avecina. Otra vez aparecen aquí confundidos deseos y realidad. Esta idea, además, enfoca erróneamente el problema porque señala al factor espontáneo –la resistencia de las masas– y no al consciente –la organización del movimiento revolucionario en Partido Comunista– como el punto de partida del próximo ciclo revolucionario. Pensamos que los diversos intereses que han movido a amplias masas por todo el mundo contra la guerra no eran, sin embargo, manifestaciones contra el imperialismo en general (sólo contra una determinada acción o contra el imperialismo de un Estado determinado) y mucho menos contra sus propios Estados como potencias imperialistas.

Hoy ya no queda nada de esos movimientos. La mayoría de las masas ha vuelto a sus hogares y otras han desviado la prioridad hacia otros aspectos parciales de la lucha de resistencia anticapitalista y, sin embargo, la guerra, ahora de liberación, continúa. Hemos de ser de una vez francos y reconocer que no existe ningún amplio movimiento contra la guerra, ni de abolición del capitalismo, que las clases obreras de los distintos países, sobre todo en el Occidente imperialista, no buscan cambiar el sistema, acuden a las urnas cuando se les llama y manifiestan con su voto el apoyo a los intereses de las distintas capas de la clase burguesa, desde la imperialista y reaccionaria a la aristocracia obrera, que actúa al dictado de sus líderes socialdemócratas de todos los colores e incluso de los claramente conservadores. Y que cuando optan por decir que no , como en el referéndum europeo, es para defender el mantenimiento de sus prebendas antaño garantizadas por el Estado del Bienestar y hoy puestas en cuestión por la aceleración del cambio neoliberal.

La única verdad con la que estamos de acuerdo es la de que “para las masas del mundo, no hay ninguna otra alternativa que la resistencia a la guerra a través de la revolución”, pero es seguro que la situación en Irak con unas masas contrarrevolucionarias en lo ideológico no está “preparando la fase objetiva que traerá la ola de la revolución mundial en el siglo XXI” . Y tampoco contribuye a ello la inexistencia de un proletariado internacional consciente de su condición de clase y la ausencia generalizada de partidos comunistas, y sobre todo la indecisión continuada del propio PCN(m), como vamos a ir demostrando a lo largo de este estudio, sobre su actuación en la guerra popular. Más bien nos inclinaríamos a pensar que esa fase revolucionaria podría darse con el desarrollo de la revolución en Nepal; pero mucho nos tememos que aunque está dirigida por un partido comunista, condición imprescindible para abrir el nuevo ciclo revolucionario mundial, las carencias ideológicas que hemos descrito más arriba y elementos importantes de la línea política, que ahora veremos, constituyen un lastre. El ejemplo de la revolución en Perú debe tenerse presente. El PCN(m) se empeña en considerar como base del próximo ciclo revolucionario al vaporoso movimiento de resistencia contra la guerra en lugar del Partido Comunista y su experiencia particular como vanguardia de la Revolución Proletaria Mundial, y como es lógico, renuncia claramente a la obligación de intervenir en la lucha de dos líneas en Occidente.

La situación mundial y la revolución en Nepal

Desgraciadamente, no caben posibles dudas ni argumentos que justifiquen la subordinación a la que los maoístas nepalíes voluntariamente recluyen su revolución al hacerla depender de las fluctuaciones de la situación política fuera del país. Además, no sólo condenan al fracaso su revolución al someterla a agentes externos sobre los que el PCN(m) en particular y el movimiento comunista internacional en general parecen no tener capacidad de influir, sino que relacionan la época del imperialismo y de la Revolución Proletaria Mundial, en que se encuentra el desarrollo de la humanidad, con la imposibilidad de realizar ninguna transformación revolucionaria en ningún país si no es por un cambio favorable de la situación internacional, cambio que sólo puede venir si triunfa alguna revolución, bastante improbable a corto plazo, o si se produce el derrumbe capitalista, lo cual se ha demostrado ya en la historia como ingenua esperanza vana o desvergonzada falacia oportunista. Pero lo importante es el círculo vicioso en el que nos encierra la argumentación: si una revolución depende de la situación internacional favorable y una situación internacional favorable sólo es posible a condición de que triunfe una revolución, entonces, la contradicción entre las premisas de las que se parte conducirán al proceso político, en un momento dado, hacia la vía muerta de la expectación por condicionantes ajenos, externos al propio proceso político, de los que pasará a depender su continuidad.

Los camaradas maoístas lo expresan claramente en esta frase:

“ Debido al desarrollo de la era del imperialismo y de la revolución proletaria, la favorable y desfavorable situación internacional estará jugando un papel estratégico determinando el éxito de la revolución democrática concreta de cualquier país”.

Afirmar que en la época del imperialismo y de la revolución proletaria la situación internacional es determinante en el éxito de la revolución se contrapone violentamente con la experiencia del movimiento comunista internacional empezando por la Gran Revolución Socialista de Octubre en la que, si por los mencheviques fuera, aún estaría el Partido Bolchevique a la espera del levantamiento del proletariado en Europa occidental y no se hubiera atrevido jamás a prepararse para dar el salto que supuso pasar de la revolución democrático burguesa a la revolución socialista en 1917. La situación internacional juega siempre su papel en las luchas de clases dentro de cada país de manera más o menos importante, pero nunca es decisiva en el desenlace final de la lucha pues actúa a través de los contendientes internos y es la correlación de fuerzas entre estos la que determina el resultado final.

Pero es que además, a renglón seguido, se afirma que no sólo la situación política internacional es decisiva sino que aún más importante y determinante es el desarrollo tecnológico alcanzado por la humanidad:

“Por encima de ello, el desarrollo de la ciencia y de la tecnología en el siglo XXI ha reforzado cualitativamente la importancia de la situación internacional determinando el éxito de la revolución en cualquier país”. Y más adelante se reafirma la misma dependencia:

“De la misma manera, con la entrada en el siglo XXI, se ha producido un desarrollo inaudito de la ciencia y la tecnología en el mundo, particularmente en la tecnología de comunicación electrónica. Así como este intenso desarrollo ha estado afectando al mundo de maneras diferentes, análogamente esto impone demandas necesarias para la mejora y el desarrollo en la estrategia política y militar de la revolución proletaria” .

No, camaradas, la tecnología - ni la ciencia, demasiadas veces subordinada y confundida con ella - no impone cambios en la estrategia militar, y menos aún en la política. Para el marxismo, el factor humano - la clase, las masas, los pueblos - es el que se contrapone al factor tecnológico de la burguesía como base material del desarrollo social. Sigue siendo el análisis de clase y la correlación de fuerzas entre ellas la que determinan, en cada contexto determinado, la estrategia a seguir, el carácter de la revolución y los elementos que deben de emplearse, humanos y materiales, para conquistar el objetivo inmediato, el poder.

El camarada Mao se encargó, muy certeramente en el pasado, de dejar claro que es la voluntad resuelta de los pueblos conscientes lo que acaba decidiendo la victoria frente a la amenaza de la bomba nuclear, que en aquella época era esgrimida como amenaza tecnológica por parte del imperialismo. La práctica de la revolución también ha enseñado lo mismo recientemente con el ejemplo del pueblo combatiente de Vietnam, cuya tenacidad derrotó la intervención de los EE.UU. y provocó que la lenta sangría del mayor y más potente ejercito del mundo, junto al continuo incremento del gasto, influyeran negativa y decisivamente en la voluntad anticomunista de la Administración americana y de la mayoría de su pueblo, que era el que iba a morir a Indochina. Más aún, si algo demuestra la actual guerra de Irak, si alguna cosa confirma, es exactamente eso, que la resistencia y la determinación de las masas combatientes del pueblo no pueden ser derrotadas basándose en la tecnología. Así lo confirma un reciente estudio de los mismos imperialistas, de quienes siempre han alardeado de su tecnología militar, publicado por el Instituto Internacional de Estudios Estratégicos en su Balance Militar 2004-2005 . Por la misma razón, después del triunfo de la revolución bolchevique y ante la soledad con la que encaró decididamente la intervención de todas las potencias extranjeras y la contrarrevolución interior, apuntarse a esta argumentación del PCN(m) hubiese condenado al fracaso toda resistencia, pues la tecnología estaba claramente de un lado de la contienda. Sin embargo, el partido bolchevique manejó las contradicciones de clase dentro del campo imperialista y las internas en Rusia, atrayéndose al campesinado y aprestándose a una guerra prolongada. Fue la fortaleza decidida de los revolucionarios soviéticos la que permitió que las debilidades y errores de los agresores pesaran definitivamente en su derrota.

Tan importante y decisiva parece que ha de ser esta dependencia del exterior que se insiste una y otra vez en el documento sobre el mismo argumento; documento, recordémoslo, que afirma que están maduras en Nepal (es el año 2003) las condiciones para iniciar la fase de la ofensiva estratégica:

“En las condiciones de hoy, cualquier alto y bajo en la revolución de cualquier país está relacionado con los altos y bajo que ocurren en la situación mundial”.

“Si el imperialismo mundial, el imperialismo particularmente americano en el contexto de hoy, no hubiera ayudado directamente al viejo Estado, la revolución nepalí habría avanzado más...”.

“Es esencial entender que la serie de pasos tácticos emprendida por el Partido, como el cese de las hostilidades, la negociación, la línea política exterior, etc... está basada en esta estratégicamente favorable y tácticamente desfavorable situación mundial y en la condición de equilibrio estratégico dentro del país”.

“S i se progresa en base a la estrategia y la táctica correctas movilizando a la opinión mundial y agotando al imperialismo, hay una gran posibilidad de llevar la revolución hasta la victoria”.

“ En el mundo de hoy, cuando es imposible lograr la victoria sin el esfuerzo colectivo del proletariado internacional en la guerra contra el imperialismo se vuelve totalmente más importante comenzar el contacto vivo entre los diferentes proletarios revolucionarios del mundo y motivarlos para la lucha a través del MRI”. “La cuestión de la unión de la revolución nepalí con la opinión mundial creciente contra el imperialismo es una cuestión de gran importancia”.

“Es importante resaltar que la capacidad del Partido de utilizar las contradicciones interimperialistas e interreaccionarias aumentará en proporción gradual a la consolidación de la relación entre el proletariado y la opinión mundial antiimperialista”.

“...nosotros debemos esforzarnos desde un punto de vista inmediato y táctico para hacer los ajustes necesarios, el entendimiento y la unidad táctica con otros imperialistas, reaccionarios extranjeros y las principales fuerzas parlamentarias dentro del país contra el imperialismo americano y sus títeres nepalíes hasta donde ellos pretendan llegar. Sólo así puede que nosotros llevemos eficazmente adelante nuestra ofensiva contra el enemigo principal”.

Se busca continuamente un contexto internacional favorable que influya directamente en la lucha interna del país porque no se ve posible la victoria ni el modo de mantener el poder, o lo que es lo mismo, no se confía en ella. Afirmamos que objetivamente esto es lo que le está ocurriendo a la dirección del partido en Nepal. Y aquí, de nuevo, se manifiesta una nueva contradicción. Por una parte, los hechos demuestran que la correcta línea empleada desde el 95 ha posibilitado abrir la fase de la ofensiva estratégica de la guerra popular, anunciada por el Comité Central del PCN(m) en agosto del 2005, con todo lo que ello presupone de espacios conquistados, bases de apoyo, creación del EPL, establecimiento de organismos del Estado de nueva democracia, y la inminente posibilidad de tomar el poder en todo el país. Pero, por otra parte, los titubeos estratégicos, fruto de la escasa confianza en las propias fuerzas y en lo que, para nosotros, es prueba de debilidad ideológica, la falta de asunción cabal del marxismo-leninismo, e incluso del maoísmo, ponen en un serio peligro todo el camino recorrido. Esta contradicción, que no se resuelve, provoca que se busque, por una parte, el apoyo de la opinión pública y el proletariado internacional a través del MRI y que, por otra, las pugnas interimperialistas debiliten la intervención exterior y a las facciones internas que le dan su apoyo, agotando, así, al imperialismo.

Pero vayamos por partes. Ya dijimos más arriba que en el campo imperialista no predomina la confrontación, sino la unión detrás de la potencia americana. Esto se confirma en los hechos porque no existe oposición que aparte a los EE.UU. de su camino intervencionista. Irak es el ejemplo más palpable de ello. Las recetas ultraliberales de la dirección neoconservadora americana consiguen ir sorteando la crisis capitalista, acelerándose así su fortaleza y liderazgo en el mundo occidental imperialista. Ésta es la tendencia dominante actualmente dentro del campo imperialista, aunque no la única, por supuesto, ya que, efectivamente la globalización neoliberal capitalista, de la cual los EE.UU. son la vanguardia, sí provoca un aumento de las contradicciones entre países pobres y ricos, y dentro de cada país aumenta las desigualdades sociales y el foso que separa a las distintas clases, de todo lo cual es un exponente admirable la degeneración capitalista de China.

Esto nos permite introducir la cuestión de la ausencia del elemento subjetivo revolucionario. Mientras las condiciones objetivas para la revolución no sólo se dan sino que aumentan, por el contrario el aspecto consciente sigue perdido entre los desechos de un pasado del que no queda nada que no sea el balance, aún por hacer y su asunción como tarea impostergable. Objetivamente, como reconocen muy acertadamente los camaradas nepalíes, no existe campo socialista, ni Estado socialista, ni Internacional Comunista, y por consiguiente, añadimos nosotros, no existe movimiento proletario independiente en el plano internacional. Luego, si esto es así, es que las masas del proletariado que se mueve están dirigidas por la ideología burguesa dominante a través de su encuadramiento detrás de las diferentes organizaciones revisionistas. No hay tampoco partidos comunistas, lógicamente, y los que existen son sólo grupúsculos de vanguardia y no verdaderos partidos constituidos, salvo escasas excepciones como es el caso que nos ocupa, el PCN(m). Siendo esto así, difícilmente se producirá un apoyo del proletariado internacional hacia la revolución dirigida por los comunistas, a no ser quizá, y pensamos que este es el pensamiento del PCN(m), que se rebajen los objetivos de la revolución en curso, que es lo que está ocurriendo en el fondo con las propuestas de alto el fuego y de la proposición unilateral de la hoja de ruta democrática general. Además, el MRI no es más que otro agrupamiento de organizaciones de vanguardia que no reúne, ni mucho menos, tan siquiera a todas las organizaciones que se reclaman del maoísmo. Difícilmente se va a conseguir que los destacamentos proletarios de avanzada se encuadren detrás del MRI en apoyo de la revolución en Nepal. Si esto es así para el proletariado, qué no ha de ser para la denominada opinión pública en general, que está imposibilitada de recibir la influencia de un proletariado revolucionario mundial organizado y a la ofensiva para contrarrestar a los medios conformadores de opinión de la clase imperialista dominante. A más de dos años de la intervención en Irak ya hemos visto en qué queda el antibelicismo, erróneamente interpretado como antiimperialismo, del movimiento popular que se opuso a la guerra. Con este panorama queda demostrado que no es la guerra de Irak la que va a desatar la nueva ola de la Revolución Proletaria Mundial. Con sus planteamientos dependientes de acontecimientos y apoyos externos, los camaradas maoístas de Nepal renuncian expresamente a liderar un resurgimiento revolucionario en el mundo, y, sin embargo - nueva contradicción - aceptan dicha posibilidad, pero subordinándola nuevamente a una supuesta opinión pública mundial favorable, lo cual es una nueva tautología que condena la revolución desde su mismo principio:

“ En el contexto de hoy, cuando la opinión pública mundial está contra el imperialismo, hay una probabilidad creciente de que la revolución nepalí esté creando una nueva ola de la revolución mundial y esté jugando un papel de importancia histórica global”.

Nosotros pensamos que en Nepal, al igual que hace una década en Perú, puede encenderse el faro de la nueva ola revolucionaria, pero para ello hace falta que el PCN(m) supere los errores y contradicciones de línea política que estamos describiendo (amén del cumplimiento de los requisitos ideológicos y del balance histórico de la Revolución Proletaria Mundial), sabiendo que aun así no se está exento de sufrir derrotas, como le ocurrió al Partido Comunista del Perú.

Sólo un Partido Comunista verdaderamente marxista-leninista, podrá dirigir una revolución contra su Estado y abrir una nueva ola revolucionaria mundial, a condición de que cumpla con los requisitos de la reconstitución ideológica y política del comunismo. Sólo de este modo podrá ser superado el grave revés sufrido en nuestra reciente historia por la derrota y destrucción de todos los intentos y procesos emancipatorios encabezados por el comunismo. El PCN(m) se encuentra en la mejor posición para crear las condiciones ideales de la reconstitución del movimiento comunista internacional. La victoria de la guerra popular permitiría la creación de un marco político –y también sociocultural– que multiplicaría las posibilidades del debate ideológico de la vanguardia en pos de la solución del balance histórico, por un lado, y, por otro, permitiría la instalación de una base de apoyo para el sector consciente del proletariado internacional en su lucha por la reconquista política del movimiento de resistencia antiimperialista. El falso problema del choque de civilizaciones no es más que la expresión tanto de la pérdida por parte del marxismo de la posición de vanguardia en la lucha de los pueblos contra la opresión, como del hecho patente de que no hay otra alternativa de progreso en esa lucha diferente del comunismo, de que nunca se ha demostrado más cierta la sentencia socialismo o barbarie : el retorno hacia referentes ideológicos reaccionarios de corte feudal, como el Islam, por parte de las masas confirma que no hay otra salida verdadera que la revolución proletaria, y que, hoy por hoy, la gran tarea de los comunistas consiste en recuperar la posición de referente ideológico y político en la lucha de las masas. Desde luego, la victoria en toda la línea de la guerra popular en Nepal sería el camino más directo para comenzar a resolver esa tarea.

Nosotros animamos a que los camaradas del PCN(m), que objetivamente están ahora situados en la cabeza de los destacamentos revolucionarios en el mundo, ejerzan el papel de vanguardia internacional. Para ello, deben, a nuestro parecer, cambiar ciertos comportamientos que no están basados, como ellos dicen como justificación, en la firmeza estratégica y la flexibilidad táctica. Es preciso retomar el camino de la guerra popular y renunciar al apuntalamiento de una salida burguesa parlamentaria a la lucha de clases abierta en el país.

Situación interna de la revolución

Lo que está en el orden del día de la revolución en Nepal es la revolución burguesa. Sobre esto no cabe la menor duda. Pero el dilema de esta revolución no consiste en elegir entre colonialismo, feudalismo y Estado burocrático, por un lado, y revolución burguesa en general, por el otro, sino entre dos vías de la revolución burguesa. En esto consiste el error de fondo del PCN(m): en que ha ido deslizándose, desde este último planteamiento como marco político correcto para la definición de su línea, hacia aquel otro, falso y que responde a los intereses de clase de la burguesía nacional nepalí.

Durante las revoluciones de 1848, Marx observó que, con la entrada de las masas obreras en escena, la burguesía se volvía cobarde y timorata, y prefería poner límites a su revolución antes de prestarle protagonismo al proletariado. Esto se confirmó en 1905 en Rusia y durante la revolución china. En estas circunstancias, la vanguardia del proletariado planteó la necesidad de que la clase obrera encabezara la revolución burguesa siguiendo la táctica de alianza con la pequeña burguesía campesina y de neutralización de la burguesía como el único modo de que la revolución burguesa fuera lo más lejos posible en la implantación de la democracia y de que, de esta manera, se creasen las mejores condiciones para el desarrollo de la lucha del proletariado por el socialismo. Mao denominó a esta vía revolución de nueva democracia . En escritos como La revolución china y el Partido Comunista de China y Sobre la nueva democracia , la resumía en los siguientes términos:

“Así, esta revolución democrática de nuevo tipo aunque por un lado desbroza el camino para el capitalismo, por el otro crea las premisas para el socialismo”.

“La revolución de nueva democracia es muy diferente de las revoluciones democráticas que tuvieron lugar en los países de Europa y Norteamérica: no conduce a la dictadura de la burguesía, sino a la dictadura de frente único de las diversas clases revolucionarias bajo la dirección del proletariado”.

“Siempre que se trate de revoluciones en colonias o semicolonias, la estructura del Estado y del Poder será forzosamente idéntica en lo fundamental, es decir, se establecerá un Estado de Nueva democracia bajo la dictadura conjunta de las diversas clases antiimperialistas”.

Frente a esta vía revolucionaria, la burguesía suele buscar la vía de la reforma, de la componenda con el viejo régimen, con el fin de –como decía Lenin– limar las aristas de la revolución para evitar su radicalización y el arrasamiento de todo vestigio del pasado. Pero, sea por la vía de la reforma, sea por la vía de la revolución, lo incuestionable es el carácter burgués de las transformaciones sociales en la dirección de la plena implantación del dominio efectivo del modo de producción capitalista en la economía nepalí. Constituye un error, por lo tanto, abandonar esta perspectiva a favor de una solución moderada de las crisis del viejo régimen –como sería todo pacto con la burguesía sobre un programa mínimo–, como si la única alternativa a la revolución fuera la reacción, la estabilización del sistema semifeudal, lo cual es rotundamente falso. Lo que se opone realmente a la revolución es la ruptura a medias con la autocracia, la salida reformista de la crisis del antiguo régimen.

En las circunstancias propias de una revolución de nueva democracia, el Partido Comunista debe mantenerse intransigente y firme en la defensa de dos principios irrenunciables con el fin de garantizar el carácter revolucionario del proceso político en curso. En primer lugar, preservar la independencia política del proletariado. En el caso de Nepal, la mejor señal de esto sería –además de la lucha por salvaguardar la dirección verdaderamente maoísta del partido– la continuidad del EPL bajo el control y dirección del PCN(m). Toda medida que sitúe al EPL bajo la tutela de otro organismo distinto del partido proletario supondría un atentado contra la independencia y la capacidad de maniobra política del proletariado. En segundo lugar, algo que no es sino una derivación de lo anterior: la exigencia de que el proceso de transformación democrática del país sea lo más profundo posible y destruya en sus mismas raíces las bases del régimen actual. En este sentido, el PCN(m), en sus conversaciones con los partidos de la burguesía, debe exigir la destrucción completa del viejo Estado y la erección de las nuevas instituciones sobre la base de los organismos revolucionarios que las masas populares han ido construyendo. Así, las nuevas instituciones políticas deberán elevarse sobre los comités populares, y el nuevo Ejército sobre la base del EPL y la total liquidación del Ejército Real. Éste debe de ser el punto de partida de la labor de la Asamblea Constituyente, innegociable para el PCN(m). La historia de las revoluciones del pasado ciclo demuestra que, bajo las condiciones económicas de la sociedad basada en el mercado y en el desarrollo capitalista –como es la que se pretende implantar en Nepal–, la independencia política de la clase obrera y la garantía del establecimiento de un escenario de máxima libertad, donde la vanguardia proletaria y su clase puedan afrontar sus tareas en las mejores condiciones posibles, son las exigencias mínimas a las que no se puede renunciar en la política de alianzas del Partido sin poner en cuestión el socialismo y el comunismo como objetivos estratégicos últimos. Sin embargo, la aceptación paulatina del sistema de representación parlamentaria, por parte del PCN(m), junto a su disposición para poner al EPL bajo supervisión internacional y la toma en consideración de una posible no depuración del Ejército Real en el futuro y de su fusión con el EPL como base de reconstrucción de la fuerzas armadas del nuevo Estado –tal como se desprende de los últimos acuerdos con los partidos parlamentarios de oposición–, abren la puerta a la renuncia a los principios y a los mínimos imprescindibles si se desea que el proletariado juegue algún papel en el escenario político que se abra en Nepal.

Finalmente, merecen también nuestra censura aquellos sectores del maoísmo que, como el Comité del MRI, han dado su apoyo ciego a este último giro de la política del PCN(m) y han prescindido de toda crítica hacia su rectificación de línea. Lo cual no quita para señalar, del mismo modo, que los ataques dirigidos hacia el PCN(m) por parte del ala izquierdista del maoísmo pecan de excesivo doctrinarismo, porque se limitan a calcar un modelo estereotipado de revolución democrática –el chino–, y de maximalismo, porque caen en el mismo error que el PCN(m), pero invirtiéndolo, error que insiste en considerar que no existe alternativa política en Nepal diferente a la oposición entre lo viejo y lo nuevo; así, mientras el PCN(m) dice ahora que hay que elegir entre autocracia y democracia, haciendo abstracción de la vía para resolver este dilema (ya parece dar igual la reforma que la revolución), sus críticos izquierdistas, en cambio, defienden que sólo una revolución contra todas las clases dominantes, incluida la burguesía, puede derrotar el viejo estado de cosas. Mientras el PCN(m) subordina la revolución a la reforma para vencer a lo viejo, sus críticos izquierdistas pasan por encima del carácter burgués de la revolución y pretenden que sólo enajenándose a las clases medias del país, oponiéndose a sus sectores reformistas, y empujando al máximo la revolución hasta ponerla en los umbrales del socialismo, se podrá triunfar sobre la vieja sociedad. Este error, aunque menos grave que el anterior, puede acarrear el total aislamiento de las fuerzas revolucionarias y favorecer su debilitamiento en la guerra popular. Pero, desde luego, este último peligro no justifica, en absoluto, la subordinación de esas fuerzas a los intereses de la burguesía nacional.

La guerra popular avanza en la medida en que se cumple el plan de conquista del poder y se siguen, en las condiciones de Nepal, los principios maoístas de su desarrollo. Los éxitos son claros y se han producido a muy buen ritmo. De ahí que ahora se estuviese de lleno en la etapa de la ofensiva estratégica. Por el contrario, los ceses del fuego proclamados por el partido unilateralmente, en plena ofensiva estratégica, y rebajando el programa hasta salirse del plan original de establecimiento de un gobierno de nueva democracia dirigido por el proletariado, para sustituirlo por una república burguesa antifeudal demasiado genéricamente definida, con el propósito de buscar la alianza con las clases urbanas y provocar la ruptura de éstas con las fuerzas oligárquicas que siguen a la camarilla real, supone en los hechos la aceptación del proyecto democrático-parlamentario, de la vía reformista de la transformación burguesa de la sociedad nepalí. Esta alianza, que pone en cuestión la hegemonía del proletariado, se torna, cuanto menos, contraproducente.

Además, en el esfuerzo por justificar este cambio de táctica se cae en una nueva contradicción. En el documento del año 95, una de las justificaciones para iniciar la lucha armada con la guerra popular se basa en el análisis histórico de que la cuestión de la violencia de las masas forma parte de la tradición secular y reciente como método empleado para rebelarse contra las injusticias de clase y las ocupaciones extranjeras. Ahora, por el contrario, no entendemos cómo puede afirmarse que el pueblo busca una solución pacífica a la crisis, que busca la paz. Se dice textualmente:

“Nuestro Partido, con gran seriedad, responsabilidad y flexibilidad, ha estado intentando avanzar visualizando la solución a través de los medios pacíficos, declarando el cese de hostilidades y buscando la negociación basada en la situación específica del equilibrio estratégico en la guerra civil, la aspiración por la paz del pueblo y aumentando la intervención extranjera”.

Si se ha alcanzado el equilibrio estratégico seguramente es porque el pueblo quiere la transformación social y ser el artífice directo de esa transformación, por tanto tiempo anhelada e intentada en tantas sublevaciones, pues las bases de apoyo se consiguen sólo con la implicación total de las clases populares revolucionarias en el esfuerzo de guerra y en el establecimiento del nuevo poder. Sin embargo, el PCN(m) insiste:

“Pero además se encontró que no sólo el campo sino también las masas de la clase media urbana estaban viéndose claramente atraídas hacia nuestras acciones políticas y nuestro compromiso por una solución política pacífica...”

Y se preguntan ante la falta de honradez del enemigo con respecto a su voluntad de una solución pacífica de la guerra popular:

“¿Podrán tales métodos conspirativos adoptados por las fuerzas internacionales y los elementos reaccionarios del país poner fin a la relevancia de nuestra seria y responsable iniciativa por el cese de hostilidades, la negociación y la solución política pacífica?”

Tanta reiteración pacifista de los comunistas nepalíes nos hace sugerir estas preguntas: ¿El pueblo quiere la paz o quiere el socialismo? Está claro que de ello depende el éxito de la revolución. Si el pueblo está exhausto por siete años de guerra (el texto está aprobado en 2003), cosa que se ha demostrado que no es cierto, pues ya van nueve y avanzando, ¿cómo son posibles este tipo de análisis y afirmaciones? ¿A qué pueblo se refieren? ¿Quizá al de las zonas urbanas aún por conquistar y donde sólo recientemente el partido está empezando a implantarse? El marxismo-leninismo, profundamente dialéctico, y el propio maoísmo así lo expresan y manifiestan claramente: que no se realiza la revolución sin ruptura, que la revolución proletaria rompe con todo el pasado y que sólo violentamente puede producirse dicho acontecimiento. Es más, en condiciones equivalentes a las actuales en Nepal, Mao se expresaba así de concluyente:

“Frente a tales enemigos, el método principal de la revolución china, su forma principal, no puede ser la lucha pacífica, sino que tiene que ser la lucha armada, ya que ellos, al privar al pueblo chino de toda libertad y derecho político, le hacen imposible toda actuación pacífica.” (Mao: La revolución china y el Partido Comunista de China , Akal Editor. Madrid, 1976. Página 21).

No existe evolución posible, no existe camino pacífico al socialismo. Con las tesis del PCN(m) se retoman afirmaciones del debate contra el revisionismo soviético de los 60, pero esta vez se está ¡de parte soviética! En este caso, los camaradas nepalíes, que se autodefinen maoístas, abren la perspectiva de la evolución pacífica al socialismo desde la conquista de la Constituyente y la aceptación de la república burguesa tras pactar con las fuerzas parlamentarias, pues no se explica cuál será el camino que conduzca finalmente el proceso hacia el socialismo y el comunismo, únicos objetivos legítimos de toda maniobra política, sea cual sea. Hasta ahora, el maoísmo explicaba cómo pasar de la revolución de nueva democracia a la revolución socialista. Pero los maoístas nepalíes, después de su rectificación y de su salida de la vía de la revolución de nueva democracia hacia la vía de la reforma burguesa, no han explicado cómo se podrá retomar en el futuro el camino de la revolución socialista. ¿También por la vía de la reforma?

Salvo el poder, todo es ilusión , decía Lenin. Sin embargo, antes de asaltar los cielos para tomar el poder se busca, incomprensiblemente, la alianza con unas clases que han demostrado en los últimos años, desde el inicio de la guerra popular, que no son clases revolucionarias. Si lo fueran, hubiesen buscado la unión con los maoístas para enfrentar a la monarquía y al régimen feudal, pero no están interesadas en ello. Más bien al contrario, han hecho cuanto han podido para frenar la evolución de la lucha armada del pueblo. Sólo atienden las llamadas del PCN(m) en la medida en que éste rebaja cada vez más sus objetivos programáticos. Esto lo podemos comprobar estudiando el documento de 1995, donde el partido expresa claramente los propósitos estratégicos de la revolución, confrontándolos con las declaraciones del partido de los últimos 3 ó 4 años. En una revolución proletaria el papel de las posibles alianzas es muy importante. Pueden ser de carácter táctico o estratégico y sólo en base a intereses tácticos pueden surgir aliados no revolucionarios. Pero siempre se realizan en la medida en que esas otras clases, posibles aliadas, con las que se lidia en el tablero de la lucha de clases revolucionaria, adquieren una actuación objetivamente revolucionaria aunque coyuntural y parcial. En Nepal, el proletariado y el campesinado son las únicas clases revolucionarias y no hay más, no porque no queramos, sino porque no actúan como tal. La burguesía urbana nacional y la pequeño burguesa están interesadas objetivamente en la supresión del feudalismo, sin embargo, no rompen con él mientras tengan enfrente el peligro de la revolución comunista. No lo están sobre todo si la alternativa es aceptar el control maoísta del campo. No están dispuestas a aceptar el doble poder en el país. Por el contrario, si se les ofrece la sociedad de mercado pueden tener entonces interés en romper con ese mismo feudalismo, y esto es lo que pensamos que, en realidad, les está intentando ofrecer el partido comunista en Nepal. Intenta atraerse a las fuerzas parlamentarias urbanas ofreciéndoles aceptar su modelo social de mercado, renunciando a la estrategia revolucionaria originaria, para enfrentarse juntos a la monarquía feudal. Ésta es la primera condición para evaluar el posicionamiento revolucionario de una clase en esta situación concreta, ver cuál es su posición real y no teórica. Hasta ahora, la pugna entre las fuerzas democrático burguesas y las fuerzas reaccionarias de la monarquía no ha variado este comportamiento según explica el propio PCN(m):

“Hoy está más claro en Nepal que nosotros nunca podemos tener ninguna relación ideológica y política con los grupos monárquicos o parlamentarios más que para manejar las contradicciones en la situación particular. La cadena de acontecimientos está demostrando que los elementos monárquicos se están moviendo hacia la estrategia de fortalecer el Estado y quebrar nuestro movimiento con el apoyo del imperialismo americano utilizándonos en nombre de la negociación de paz. De modo similar, las principales fuerzas parlamentarias se están moviendo hacia la estrategia de utilizarnos, en nombre de la lucha contra la reacción para alcanzar la consolidación del viejo Estado y destruir nuestro movimiento con la ayuda de la reacción extranjera. En tal situación, no puede haber ninguna otra estrategia para los revolucionarios excepto destapar sus complots estratégicos y esforzarse por elevar la revolución popular a un nuevo nivel movilizando a las masas y usando las contradicciones entre las fuerzas reaccionarias”.

Después de este análisis no se entiende, desde el punto de vista marxista revolucionario, una búsqueda de solución pacífica a través de un acuerdo para el establecimiento de un gobierno interino y una Asamblea Constituyente. La burguesía urbana, representada por las fuerzas parlamentarias, acepta tratar con las fuerzas guerrilleras sólo en la medida en que el programa revolucionario está siendo continuamente rebajado y asume todas las reivindicaciones de dicha burguesía para derrotar a la monarquía.

El partido busca establecer una etapa intermedia entre la situación actual revolucionaria y el Estado de nueva democracia. Esto nos demuestra que el PCN(m) no quiere asaltar las ciudades, acción que ya está en condiciones de acometer (pues ha demostrado que es capaz de derrotar al propio ejército real, lo cual ha ocurrido varias veces en distintos choques con el EPL). Los análisis que el partido realiza están siempre subordinados a los vaivenes de la situación mundial y esto le hace concebir un aliado interno que, aunque sea contrarrevolucionario, le sirva de colchón ante una posible intervención imperialista, abrigando la esperanza de que, en este caso, se pudiera evitar, pues dicho aliado permitiría mantener las divisiones en el campo imperialista. Así lo expresa:

“Para terminar, mientras nos adherimos firmemente al análisis mencionado de los monárquicos y de los principales grupos parlamentarios desde una estratégica y clásica perspectiva, nosotros debemos esforzarnos desde un punto de vista inmediato y táctico para hacer los ajustes necesarios, el entendimiento y la unidad táctica con otros imperialistas, reaccionarios extranjeros y las principales fuerzas parlamentarias dentro del país contra el imperialismo americano y sus títeres nepalíes hasta donde ellos pretendan llegar. Sólo así puede que nosotros llevemos eficazmente adelante nuestra ofensiva contra el enemigo principal ”.

Seguramente, este proceder decapitará en breve plazo el proceso revolucionario de nueva democracia en aras de la flexibilidad táctica y estratégica, justificado con un socorrido antidogmatismo y un irreal análisis concreto, renunciando a las enseñanzas de la estrategia maoísta de asalto al poder y, por supuesto, evitando sólo la derrota adelantándose a ella. Lástima que el fracaso de la experiencia del Partido Comunista del Perú (cuando se disponía al asalto de las ciudades) pese tan negativamente; lástima que el MRI, con su apoyo acrítico, renuncie a su cometido de recomponer del movimiento comunista internacional, y lástima que el PCN(m) abdique de dotarle de una dirección revolucionaria y de aceptar el reto, ante la ausencia del surgimiento de otra posible dirección, de tomar en sus manos este trascendental papel.

La guerra popular sólo puede desarrollarse e ir cumpliendo los saltos cualitativos de cada una de sus fases en la medida en que las fuerzas revolucionarias se basan en sus propias fuerzas y en las enseñanzas de nuestra ideología y experiencia proletaria, y no anteponen la desfavorable situación política mundial actual a los principios ni a los objetivos por no poder asegurarse de antemano un éxito duradero. Conquistar el poder es posible y de ello hay ya abundantes y variadas experiencias en el último siglo. Sin embargo, en ningún caso ese poder ha sido posible mantenerlo y conservarlo, y es aquí donde hay que realizar el mayor esfuerzo de previsión. Estamos convencidos de que la posibilidad del éxito empieza a escribirse antes de alcanzar el triunfo revolucionario, y reside en primera instancia en el cumplimiento de los requisitos necesarios para la constitución política del comunismo como movimiento revolucionario (entre ellos, la puesta al día de la ideología, la colocación de la teoría a la altura de la experiencia práctica del proletariado). Nunca existen garantías de victoria, ni a la hora de seguir los pasos ya probados por las generaciones que nos han precedido, pero los comunistas de Nepal deben de tener presente que no combaten sólo por ellos y por las clases oprimidas de su país, sino que, aunque de manera todavía incipiente, suponen ya un punto de referencia para los distintos agrupamientos de vanguardia y revolucionarios del mundo. El PCN(m) tiene una gran responsabilidad internacional en sus manos. No es sólo la posibilidad de ser derrotados, sino que, incluso, el modo en que puedan fracasar puede influir grandemente en la evolución, ánimo y perspectivas de gran parte de su partido y de las masas oprimidas sobre las que influyen y, por supuesto, también sobre el movimiento comunista internacional en su conjunto.

El carácter de la guerra popular y la revolución de nueva democracia

Mientras el programa del inicio de la guerra popular determinaba correctamente el carácter de la revolución en Nepal, posteriormente, el vértigo alcanzado ante la sucesión de los éxitos de la revolución y el cada vez más cercano momento de la verdadera confrontación con el imperialismo, en un momento en que éste está a la ofensiva y en su expresión más agresiva, ha provocado la renuncia del camino trazado por la propia guerra popular y la búsqueda de un alto en el camino que, frenando el previsible y lógico enfrentamiento contra el imperialismo, ha anticipado la derrota, asumiéndola bajo la forma de renuncia al programa inicial, posibilitando la elevación de la capacidad de decisión de fuerzas políticas moderadas, como son las fuerzas parlamentarias, que representan a las capas de la pequeña y mediana burguesía urbana. No se recoge su programa para atraerse esas clases, sino que se les otorga y garantiza poder de interlocución, cuando la guerra popular por un lado, y las fuerzas reaccionarias de la monarquía, por otro, se la habían quitado, incapacitándolas para intervenir desde su posicionamiento reformista.

El PCN(m) no está consiguiendo tensar todas sus fuerzas para realizar un trabajo paciente de propaganda y organización del partido en las ciudades. Sin este trabajo no puede ir arrebatando parcelas de influencia al falso comunismo revisionista, que posee mucha influencia en las ciudades e integra la facción de grupos parlamentarios reaccionarios. Además, la forja originaria del propio partido maoísta no arranca principalmente de entre los intelectuales y los obreros revolucionarios afincados en las ciudades –a diferencia del Partido Comunista de China–, lo cual dificulta el establecimiento de puentes para vincularse con ellas. Es por todo esto que quizá ha optado por aliarse con las fuerzas dominantes en las urbes, temiendo que el fantasma del Partido Comunista del Perú, que se estrelló a sus puertas en plena ofensiva estratégica, le alcanzase sin remisión.

El carácter de la revolución en Nepal es democrático-burgués porque la sociedad nepalí es semicolonial y semifeudal y los enemigos de la revolución son sobre todo las fuerzas feudales que se encuadran detrás de la monarquía, la burguesía compradora y el imperialismo que les brinda su apoyo. Pero la burguesía nacional nepalí no está interesada en llevar hasta el final la destrucción de las viejas relaciones sociales semifeudales y semicoloniales, ni en implantar la república popular más democrática. Por estas razones, la revolución burguesa en Nepal debe estar encabezada por el proletariado, adoptando el carácter de revolución de nueva democracia. Por otro lado, la ventaja de que el país no esté todavía ocupado por ninguna potencia imperialista extranjera y, por lo tanto, no haya que echar a ninguna potencia ocupante, favorece la guerra civil entre las fuerzas revolucionarias y las contrarrevolucionarias y el deslindamiento de la posición de cada clase en el conflicto.

La revolución de nueva democracia conduce inevitablemente a la dictadura conjunta de las clases revolucionarias dirigidas por el proletariado. Y aquí es donde el PCN(m) choca incomprensiblemente. Busca unilateralmente un pacto con la burguesía urbana, la burguesía nacional y la pequeña-burguesía, que a diferencia del campesinado no son consecuentemente revolucionarias, como ha quedado patente durante los nueve años de guerra popular. Estos nueve años han obligado a cada clase a posicionarse políticamente, y todas han escogido el papel que han creído conveniente ante la iniciativa tomada por el proletariado revolucionario.

¿Qué le lleva, entonces, al PCN(m) a incumplir su tarea de vanguardia dirigente del proletariado en la revolución al propiciar el triunfo de la reforma burguesa del viejo orden feudal? Como venimos afirmando, principalmente, el miedo a los fantasmas del pasado, fruto de una asimilación incompleta del balance de toda la experiencia revolucionaria anterior. Esto pone en riesgo el proceso revolucionario al renunciar unilateralmente al programa de la guerra popular y aceptar a cambio el programa conciliador de la burguesía urbana, pues las clases burguesas no han pretendido superar nunca la monarquía, sino adecuarla a un régimen parlamentario.

El PCN(m) ha renunciado, así, a la revolución mundial, mientras, por el contrario, Mao decía: “La revolución de nueva democracia forma parte de la Revolución Socialista Proletaria Mundial pues se opone resueltamente al imperialismo o capitalismo internacional. En lo político, se propone implantar la dictadura conjunta de las diversas clases revolucionarias contra los imperialistas, los colaboracionistas y los reaccionarios y se opone a la transformación de la sociedad china en una sociedad de dictadura burguesa.” (Mao: op. cit ., página 33).

Es evidente que el pacto por una Constituyente para instaurar una monarquía parlamentaria significa, como única posibilidad, la instauración de la dictadura de la burguesía, por mucho juego político que permitan las formas del parlamentarismo, máxime cuando el EPL se va a poner bajo la tutela de la ONU o algo semejante. Por consiguiente, supone en los hechos la ruptura de los lazos del internacionalismo proletario que unen al proletariado nepalí con la Revolución Proletaria Mundial. Si bien es cierto que durante el pasado ciclo revolucionario, a instancias de la Komintern, se consideraba factible el apoyo de los comunistas a procesos revolucionarios dirigidos por la burguesía nacional contra el imperialismo en los países oprimidos, y se consideraba, igualmente, que esos procesos formaban parte de la Revolución Proletaria Mundial, también es cierto que esta posición táctica se sostenía sobre la conquista de determinadas condiciones de orden estratégico, como era la existencia real de un movimiento revolucionario a escala mundial y una dirección proletaria del mismo, la Internacional Comunista. Como estas condiciones no existen hoy en día, la naturaleza revolucionaria de cualquier evolución política en Nepal vendrá determinada por la influencia positiva que pueda ejercer sobre la lucha de clases del proletariado internacional. Y como este influjo vivificador no puede provenir de las expectativas de un próximo e inmediato paso hacia la revolución socialista en Nepal, debido –como ya hemos dicho– a la insuficiente preparación del factor subjetivo (sin olvidar, naturalmente, los obstáculos de carácter objetivo propios de toda experiencia de socialismo en un solo país cuando este país posee un desarrollo económico como el de Nepal), entonces, sólo puede ser fruto, en primer lugar, de que se garantice la hegemonía del proletariado en la revolución democrática y, en segundo lugar, de que se garantice el carácter democrático-popular y republicano-radical de la misma. De lo contrario, y si pudiésemos asimilar este debate al que tuvo lugar entre bolcheviques y mencheviques con motivo de la vía más adecuada para la revolución rusa, concluiríamos que la dirección del PCN(m) se ha dio deslizando hacia las posiciones del menchevismo.

Es cierto que Mao dijo en 1949 en el texto Sobre la dictadura democrática popular :

“En la época en que existe el imperialismo, sin las diversas formas de ayuda de las fuerzas revolucionarias internacionales, es imposible que una verdadera revolución popular, en cualquier país que sea, logre la victoria, y aún si la lograra no podría consolidarse.”

También es cierto que el PCN(m) no ha recogido este aspecto de la política revolucionaria del camarada Mao, porque si esto fuera así y no hubiera otra posibilidad, ante la desfavorable situación internacional, sin ningún Estado socialista, sin revoluciones dirigidas por el proletariado en marcha y sin un movimiento comunista internacional reconstituido y organizado, sería imposible vencer, luego sería inútil embarcarse en una revolución y en caso de hacerlo, a pesar de todas las advertencias, sería aventurerismo de la peor especie que condenaría al fracaso y al exterminio a toda una generación de revolucionarios. Y, aunque Mao incluía a la Revolución de Octubre como favorecida por esa supuesta ayuda revolucionaria internacional, nosotros discrepamos de que esto fuera así, en plena guerra mundial y con la Segunda Internacional autodestruida por el oportunismo .

Entonces, si esta situación internacional desfavorable no se tuvo en cuenta a la hora de iniciar la lucha armada, ¿por qué, después de varios años de éxitos en la aplicación de la guerra popular, se rebaja una y otra vez el programa a mínimos rechazados anteriormente y se empuja la balanza en las desfavorables condiciones internacionales para ir decantando el proyecto inicial hacia la renuncia y la entrega de principios, escudándose en la necesidad antidogmática de la flexibilidad táctica, mientras se sustituyen los objetivos estratégicos variando el análisis sobre el carácter de la revolución en curso?

Actualmente, la correlación de fuerzas internacional es a priori desfavorable a la revolución en cualquier punto del planeta. Pero esto, que es una clara diferencia con respecto a la revolución China –cuando la existencia y fortaleza de la URSS ejercía de polo de atracción del proletariado internacional–, no varía un ápice la tendencia general de la era actual que es la de la revolución proletaria, precisamente por seguir estando bajo el dominio cada vez más claro del imperialismo. Cualitativamente, la época sigue siendo la misma y la ausencia de país socialista alguno en el mundo sólo crea dificultades que no son en ningún caso determinantes si en el proceso de desarrollo interno de la revolución en cada país se impone el análisis concreto y correcto, la firmeza de principios y la voluntad inflexible en la consecución de la victoria. Si después de la toma del poder - y los hechos demuestran que se está cerca de ello - se produce la intervención directa de las fuerzas imperialistas, como en Irak, u otrora en Vietnam o en muchos otros países, la guerra popular se transformaría en guerra de liberación nacional, y seguramente que en estas nuevas condiciones podría atraerse hacia la vía revolucionaria como aliadas a las clases burguesas urbanas, que pasarían a ingresar en el frente único con la mayoría del pueblo revolucionario nepalí. Así, se produciría la unidad en la lucha entre las clases fundamentales de la revolución y los aliados circunstanciales en el proceso de liberación antiimperialista. Seguramente, la Guerra Popular Prolongada hallaría así, su continuidad, y esta lucha a muerte contra el imperialismo serviría de faro cada vez más luminoso para el proletariado internacional y los pueblos oprimidos y demostraría el carácter internacionalista de la lucha del PCN(m). Por el contrario, el cese del fuego unilateral iniciado en septiembre y la búsqueda de un acuerdo a toda costa con las fuerzas parlamentarias, con la asunción del programa de la burguesía monárquica, provoca todo lo contrario.

El PCN(m), a través del dirigente Bhattarai, en marzo del 2005, dando un paso más hacia el campo de la renuncia revisionista, aseguró que la revolución pendiente en Nepal es la burguesa, no la de Nueva democracia, y que la contradicción principal reside en la dicotomía monarquía-democracia, forzando una supuesta evolución objetiva regresiva del proceso político en Nepal:

“Mientras que anteriormente la política nacional estaba dividida en tres corrientes, la monarquía, la democracia parlamentaria y la democracia revolucionaria del pueblo, ahora se está polarizando en dos amplias corrientes, la monarquía y la democracia.”

Y eso que aún no habían caído totalmente en el marasmo liquidador, aún les faltaba el paso de aceptación de la monarquía que acaban de dar ahora, pero que a principios de año aún evitaban como principio:

“Ha sido probado muchas veces que la llamada “monarquía constitucional” vista en operación en algunos de los más desarrollados países capitalistas no puede ser reproducida en una sociedad semi-feudal y semi-colonial. Por lo tanto, cualquier intento de los partidos políticos parlamentarios y las fuerzas internacionales de preservar la completamente podrida y desacreditada institución de la monarquía, con uno u otro pretexto, no se corresponde con la necesidad histórica y la realidad sobre el terreno de la correlación de fuerzas en el país,...”

Y Bhattarai completa la entrega ideológica con la utilización, fuera de contexto y dando un salto hacia atrás en las ideas y en la época, de una cita extraída de la obra de Engels Los bakunistas en acción, que versa sobre los acontecimientos revolucionarios en el Estado español en 1873:

“ Al proclamarse la República, en febrero de 1873, los aliancistas españoles [la ‘internacional' Bakuninista] se vieron en un trance muy difícil. España es un país muy atrasado industrialmente, y, por lo tanto, no puede hablarse aún de una emancipación inmediata y completa de la clase obrera. Antes de esto, España tiene que pasar por varias etapas previas de desarrollo y quitar de en medio toda una serie de obstáculos.

La República brindaba la ocasión para acortar en lo posible esas etapas y para barrer rápidamente estos obstáculos. Pero esta ocasión sólo podía aprovecharse mediante la intervención política activa de la clase obrera española. ”

Esto supone el intento de acomodar, interesadamente, los principios generales a decisiones políticas un tanto arbitrarias, recurriendo para ello al apoyo de las citas de los clásicos del marxismo. Se intenta de este modo encajarlas a la fuerza en los vaivenes de la política diaria, encubriendo con ello el alejamiento de la línea política correcta. Esto se realiza en nombre de una determinada e imprescindible flexibilidad, elevada a la categoría de principio fundamental, para justificar el giro político que carece del necesario e ineludible análisis de clase revolucionario, que no se realiza completa y acertadamente.

Nosotros, como resumen de qué hacer, nos quedamos con estas palabras del camarada Mao, extraídas de su obra La revolución china y el Partido Comunista de China :

“Frente a tales enemigos, surge la cuestión de la base de apoyo revolucionaria. En vista de que los poderosos imperialistas y sus reaccionarios aliados chinos se hallan desde hace mucho atrincherados en las principales ciudades de nuestro país, los destacamentos revolucionarios, si se niegan a transigir con el imperialismo y sus lacayos y quieren perseverar en la lucha, si quieren acumular fuerzas, templarse y evitar, mientras no dispongan de suficiente poderío, una batalla decisiva con el poderoso enemigo, tienen que convertir las atrasadas zonas rurales en avanzadas y sólidas bases de apoyo, en grandes baluartes militares, políticos, económicos y culturales de la revolución desde donde luchar contra el fiero enemigo, que ataca las zonas rurales utilizando las ciudades, y llevar paso a paso la revolución a la victoria completa a través de una lucha prolongada.”

Masas, Partido y Estado revolucionario de nueva democracia

Como mínimo, de dudosos y ambiguos podemos definir los veredictos del pasado a la hora de aportar soluciones a los problemas internos que padecieron todos los Estados proletarios instaurados durante el siglo anterior. Los hechos han demostrado que la imputación, mayoritariamente extendida, de las causas de tales problemas al exceso de burocracia y a la falta de democracia en general, no se basan en análisis marxistas de clase y en el estudio de la correlación de fuerzas en la lucha entre ellas, sino que inciden, sobre todo, en supuestos obstáculos de forma más que de fondo. Sorprende entonces que el mismo PCN(m) recoja estos planteamientos revisionistas para anticipar posibles soluciones.

El principal problema –planteado acertadamente por el camarada Mao–, que es el de la contradicción entre el partido y las masas, entre Estado y pueblo, entre individuo y colectividad, entre dirigentes y dirigidos, representa una cuestión tan trascendental que sin la realización del balance de todos los anteriores fracasos ocurridos durante el desarrollo del Primer Gran Ciclo Revolucionario no es posible resolverla, y menos aún si no se hace a la luz del marxismo-leninismo. Es erróneo afirmar que lo principal sea establecer más democracia en el nuevo Estado, entendiendo por democracia su concepto burgués, que es en el fondo en el que se está pensando a la ahora de plantear las posibles soluciones. Es también irresponsable crear, en los hechos, una nueva contradicción al afirmar, por una parte, la necesidad de sucesivas revoluciones culturales –como se dice en el documento de 1995– y a la vez buscar caminos de conciliación entre la democracia parlamentaria burguesa y la dirección proletaria, como se intenta en los siguientes extractos del documento del 2003:

“...desde que el Partido gobernante no exige tener una oposición política por parte de otros entre las masas, se convierte gradualmente en un Partido burocrático mecanicista con privilegios especiales y el Estado bajo su dirección también se convierte en una maquinaria mecánica y burocrática.”

“Sólo institucionalizando los derechos de las masas para instalar un Partido o una dirección revolucionaria alternativa en el Estado si el Partido deja de revolucionarizarse continuamente se podrá frenar eficazmente a la contrarrevolución. Entre los distintos partidos políticos, organizaciones e instituciones antifeudales y antiimperialistas que aceptan las estipulaciones constitucionales del Estado democrático, sus mutuas relaciones no deben circunscribirse a una relación mecánica de cooperación con el Partido Comunista sino que deben esforzarse en tener relaciones dialécticas de oposición política democrática al servicio del pueblo.”

Esto es parlamentarismo y nada más alejado del funcionamiento del frente único revolucionario, los comités populares y toda organización de tipo democrático desde bases populares. Y, por supuesto, nada que ver con la creación de condiciones para el futuro salto cualitativo que supondría la Gran Revolución Cultural Proletaria.

Esta manera de diagnosticar los problemas con los que se encontraron los Estados socialistas demuestra que, en la práctica, sólo se entienden las relaciones sociales de la misma manera que la burguesía, esto es, para la perpetuación de la división clasista de la sociedad, siendo el papel del parlamentarismo el de dirimir las diferencias entre los distintos grupos de intereses y el escenario para establecer los pactos de mutuo acuerdo y pacíficamente, manteniendo la división social y la dictadura del capital.

La causa por la que degenera un Partido Comunista (que, curiosamente, coincide entre los dirigentes maoístas nepalíes con la tesis trotskista de la degeneración burocrática) se les hace incomprensible porque no vislumbran la lucha de clases a través de la lucha de líneas. Conciben a las masas separadas de la vanguardia proletaria y de la influencia de cualquier otra clase, dándoles la categoría de cuerpo social autónomo con intereses colectivos propios. Identifican a los otros grupos revolucionarios no proletarios como organizaciones políticas capacitadas para tomar la dirección del Estado de nueva democracia y garantizar el camino hacia el socialismo, cuando en realidad su propia existencia no es sino la expresión de otros intereses de clase y de otras concepciones del mundo. Estas otras clases, aunque aliadas del proletariado, están, por el propio proceso de desarrollo de la lucha de clases y de la revolución de nueva democracia, invalidadas para llevar adelante, esto es hacia el socialismo, la revolución. Por ello, la dirección revolucionaria sólo puede ejercerla el proletariado organizado en Partido. La experiencia revolucionaria mundial lo ha demostrado repetidamente. Cada vez que la burguesía ha reconquistado el poder al derrotar en lucha de líneas a la línea proletaria dentro del Partido, se ha producido el vuelco contrarrevolucionario y se han modificado regresivamente las relaciones sociales para adecuarlas a los intereses de clase usurpadores. Si esta involución ha sido posible antaño con la única existencia del Partido del proletariado, pues la burguesía siempre se ha encontrado dentro, supone facilitarle mucho las cosas al enemigo la posibilidad de acceder al poder bajo una supuesta legalidad democrático-parlamentaria, y en absoluto sirve para desenmascararlo y derrotarlo. Quizá el juego en que entró el Frente Sandinista en Nicaragua ilustre un poco este escenario.

De la concepción que del Partido tienen los camaradas nepalíes y de la visión que se desprende de la creencia en esa supuestamente irremisible degeneración en la que caerá –como parece que ha demostrado en apariencia la experiencia del movimiento comunista–, se desprende una relación de control mecánico, burocrático, respecto de las masas sin partido o pertenecientes a otras agrupaciones con intereses diversos que virtualmente ejercerían el control y la vigilancia revolucionaria sobre el partido proletario:

“Para prevenir este peligro del paso a la contrarrevolución, es importante desarrollar adicionalmente un mecanismo orgánico y un sistema para que el Partido esté constantemente bajo la vigilancia, el control y al servicio del proletariado y de las masas trabajadoras según la teoría de la lucha de dos líneas y de la revolución continua.”

De esto sí que no hay prueba alguna de que haya ocurrido hasta hoy día. No ha existido organización más revolucionaria, que garantizara mejor y con mayores probabilidades de éxito el proceso revolucionario que los partidos comunistas, incluyendo en esta experiencia el fiasco final del intento más consecuente e importante de revolucionarización, autodepuración y control del Partido y del Estado como el que supuso la revolución cultural proletaria china. Es precisamente la dirección ideológica de la vanguardia la que ha orientado y educado a las masas, arrebatándolas del dominio ideológico de la burguesía. Por el contrario, no se habla en ningún lugar de intensificar los métodos de organización y de participación que impliquen a las masas y entre ellas al partido entero en el establecimiento de las nuevas instituciones revolucionarias colectivas adecuadas a la nueva correlación de fuerzas, como son los comités revolucionarios del frente único, ni se habla en lugar alguno de la importancia de la educación y formación en la ideología proletaria ni en cómo deberían de realizarse esas sucesivas revoluciones culturales a las que parece ser se ha renunciado definitivamente. No sólo el ejemplo de sacrificio ascético transforma por emulación a la población que aún no se ha incorporado voluntariamente a la transformación revolucionaria:

“Desde el principio debe de resaltarse que el Partido y el Estado bajo su dirección deben adoptar una política y una metodología para mantener vivas las relaciones con las masas, mientras se trabaja duramente y se vive con privaciones consagrándose totalmente a la causa del comunismo. Debe de presentarse al Partido, a los líderes y a los cuadros como ideal e inspiración ejemplar.”

Hace falta algo más, y es en ese algo más donde se quedó estancado el maoísmo en China, cuando se desarrollaba la revolución cultural. Y es desde este punto de donde hay que partir y no retroceder a métodos democrático burgueses de relación entre dirigentes y dirigidos.

Era de esperar que esta manera de desviarse de la ideología proletaria, del maoísmo tantas veces proclamado, llevase directamente a la aceptación del programa burgués de monarquía parlamentaria.

Y, sin embargo, entra en contradicción con la propia experiencia de instauración del nuevo poder de frente único en las zonas liberadas y en las bases de apoyo de la revolución, donde los nuevos elementos del nuevo Estado en construcción estaban sustituyendo a los viejos modos de gobierno feudales.

El Partido

La concepción del Partido sobre la que se basa el PCN(m) es heredera de los partidos de la III Internacional y, con ellos, se inscribe dentro del mismo paradigma revolucionario que dominó entre la vanguardia del proletariado internacional durante todo el Ciclo de Octubre. Desde nuestro punto de vista, es una visión anticuada de la naturaleza y de los presupuestos de la revolución proletaria lo que se encuentra entre las causas de los errores que se han ido acumulando y creciendo en el acervo político del PCN(m), desviando cada vez más su línea hacia la derecha.

En particular, en relación con los problemas del desarrollo de la revolución después de haberse tomado el poder, el PCN(m) se pregunta: “¿Por qué los Partidos victoriosos en el mundo que han padecido la intensa lucha ideológica contra la derecha, la izquierda y las desviaciones centristas, dentro y fuera del Partido, y que han dado un ejemplo sin precedentes de valentía trascendental y se han sacrificado luchando contra el enemigo en la guerra de clases, mientras se identificaban con las necesidades e intereses de los pueblos, después de conquistar el poder estatal, se han transformado en burocráticos, en revisionistas y en Partidos contrarrevolucionarios, alejados de las masas en tan corto periodo de tiempo?”

Y se contesta: “La experiencia ha demostrado que después de asumir el poder del Estado, cuando varios líderes y cuadros del Partido están ocupados en desempeñar las tareas estatales, se produce entonces una fuerte probabilidad de que el entorno físico pueda rápidamente someter al Partido a una clase burocrática, arribista y suntuosa.”

Esta manera de analizar el desarrollo del Partido es mecanicista y ecléctica y carente de toda dialéctica. Hace recaer el problema de la degeneración del Partido en causas externas al mismo - al igual que han hecho con el desarrollo de la guerra popular - , cuando en la dialéctica prima el componente interno sobre el externo, siendo así el decisivo. Existe pues en los camaradas nepalíes un déficit de la comprensión de la dialéctica que les obliga a recurrir a soluciones que ya demostraron su fracaso incluso durante la revolución cultural, como es el supuesto control al que debería someterse el Partido por parte de las masas sin partido. No vamos a analizar aquí los errores de aplicación de la revolución cultural ni las experiencias empleadas para recuperar, desde la reeducación, a los desviacionistas dentro del Partido; sin embargo, señalaremos que durante la revolución cultural se tenía mucho más claro que el problema de proseguir la revolución residía en el interior del Partido y de ahí la necesidad de depurarse y reeducarse. Más aún, la concepción del Partido de los camaradas nepalíes supone la total separación entre lo que denominan el Partido y lo que serían las masas. Como esto es así, la solución pasa por establecer “mecanismos orgánicos” que establezcan relaciones entre ambos, masas y Partido, para que las primeras, que por su propia esencia están menos ideologizadas y encierran en mucha mayor proporción y con mucha mayor resistencia las viejas costumbres, controlen al segundo, esto es, al destacamento de vanguardia ideológica, política y organizativa. Esto no ha salido nunca bien, y es además imposible que así sea, pues el planteamiento es en origen del todo erróneo y no marxista.

La esencia de los errores del Partido, una vez conquistado el poder, provienen en su inmensa mayoría - dejando de lado los nuevos problemas que pueden surgir una vez el poder sea conquistado y que puedan requerir de nuevos planteamientos aún por descubrir - del proceso de constitución del propio Partido. Y el principal problema, común a todos los destacamentos partidarios durante el Ciclo de Octubre, incluyendo a los maoístas, es que el Partido de nuevo tipo leninista se ha entendido no como un conjunto de relaciones entre la vanguardia y las masas, sino como una organización conformada previamente, que establece después relaciones con sectores sociales de todo tipo externos a él, y en la que prima el formalismo orgánico y estatutario sobre el aspecto consciente, ideológico y político.

Esto nos lleva a preguntarnos por la falta de influencia del Partido en las zonas urbanas. Su escasísima influencia entre la clase obrera, en la que no puede apoyarse para forzar la subordinación de la burguesía urbana a la revolución de nueva democracia, que, recordémoslo , es una revolución burguesa de nuevo tipo, le está obligando a buscar componendas políticas con las fuerzas parlamentarias. Y es que el origen social del partido comunista nepalí es, escasamente proletario. Tales componendas demuestran la absoluta falta de conciencia sobre esta carencia de base, sobre la escasa vinculación, desde su constitución, del partido proletario con las masas urbanas del proletariado. La forja de los principales cuadros del partido no tiene su origen en la tradición de las luchas revolucionarias del proletariado ni en sus debates teóricos, con lo que esto influye sobre la asimilación de experiencias determinadas e imprime una formación específica de pensamiento y acción. Si esto realmente es así, implicaría una diferencia fundamental con respecto a la constitución del Partido Comunista de China, con lo cual el PCN(m) está, desde su misma fundación, condicionado negativamente y en peor situación para hacer frente a los problemas que otros grandes partidos hermanos ya han padecido. No hay otra solución que volver a enfatizar sobre la necesidad de la realización del balance de dicha experiencia del primer ciclo revolucionario mundial.

Son, por tanto, los errores y deficiencias en la constitución del partido los que están actuando realmente como telón de fondo y están lastrando todo el proceso revolucionario; y esta vez a mucha mayor velocidad que en los procesos desarrollados durante el pasado siglo. De la misma manera se ve afectado el tratamiento correcto de las relaciones en el EPL y en el nuevo Estado.

Así, resulta paradójico que se continúe hablando de armar a las masas y se rechace la modernización del ejército revolucionario, cuando anteriormente se han vertido afirmaciones en el sentido de que la técnica es decisiva para la victoria de la revolución hoy en día:

“...después de la conquista del poder estatal, debe garantizarse que el ejército popular del siglo XXI no esté marcado por la modernización, con divisiones especiales y entrenamientos confinados en los cuarteles, sino que debe permanecer como portador de la antorcha de la revolución comprometido en la militarización de las masas y en el servicio hacia ellas.”

Por lo que respecta al nuevo Estado, centran el principal problema en la relación dictadura o democracia:

“Es un hecho que mientras los capitalistas imperialistas tienen éxito camuflando su esencia militar fascista encubriéndola con la denominada fachada democrática, por otro lado, los proletarios, a pesar de tener una esencia democrática, no pueden consolidar su dominio en el Estado. Puede haber muchas causas históricas y teóricas tras ello, pero hoy, el problema del desarrollo de la democracia se ha tornado muy complejo para nosotros. ¿Cuáles son los obstáculos principales en el mantenimiento del equilibrio entre la necesidad de recurrir a la dictadura sobre el enemigo de clase derrotado y la necesidad de ejercer la democracia en el seno del pueblo?”

Los camaradas nepalíes no se dan cuenta del idealismo en el que están cayendo. Otorgar una esencia determinada al proletariado es caer en el idealismo. Esa supuesta esencia democrática - democrática en general, mientras no se explique más profundamente - nunca se ve confirmada en los hechos. Hechos que se ven marcados por el fondo de la lucha y no por el formalismo que en un momento dado pueda revestirla. El manejo que los nepalíes hacen del concepto de democracia es muy pobre y no recoge mínimamente la aportación marxista. En verdad, el concepto que manejan es el burgués y eso demuestra que esa es la naturaleza de su discurso sobre las relaciones sociales y las instituciones que les corresponden. Nada que ver con la concepción marxista sobre la transformación social. La crítica que se hace a las experiencias históricas en la aplicación de la Dictadura del Proletariado recoge todos los tópicos revisionistas y trotskistas sobre la materia y, por consiguiente, busca resolver de la misma manera, con recetas burguesas que implican soluciones parlamentarias y burocráticas.

El caos es total cuando se equiparan y confunden fases diferentes y consecutivas del proceso revolucionario, como cuando se dice:

“¿Por qué la democracia popular o democracia del proletariado bajo la dictadura democrática popular o dictadura del proletariado tiene que convertirse inevitablemente en mecánica y conservadora?”

No, el problema no es más democracia, el problema reside en la concepción originaria del Partido, en la vía adecuada de la revolución burguesa y en la correcta formación y educación de la vanguardia y de las masas desde la permanente lucha de líneas. Aquí, los mecanismos a emplear son los que permitan en cada momento el desarrollo más abierto posible de la lucha de clases y la lucha de dos líneas y aplastar la línea burguesa allí donde se encuentre. No pueden establecerse mecanismos estables pues la sociedad debe de estar en continuo movimiento, esto es, revolucionarizándose continuamente, con lo que los mecanismos han de ser lo más dinámicos y ajustados a las necesidades de la lucha, y cambiantes con ella, buscando siempre el triunfo de la línea correcta sin desvincularse de las masas. Se trata pues de un problema de relación vertical entre la vanguardia y las masas y no de un problema de institucionalización de determinadas reglas del juego dentro del Estado, de relación horizontal entre las nuevas clases dominantes que conforman el frente único.

Ejercer como vanguardia con el objetivo de abrir el nuevo ciclo de la Revolución Proletaria Mundial

Es hora ya, y cuanto antes nos demos cuenta de ello antes detendremos la decadencia del movimiento comunista internacional, de variar el rumbo que nos lleva una y otra vez a estrellarnos contra la propia ceguera dogmático-revisionista dominante en nuestro movimiento. Es nuestro deber de clase y revolucionario encarar de una vez por todas, con la valentía intelectual necesaria, sin prejuicios de ningún tipo, la reconstitución ideológica y política del comunismo. Para ello, hemos de dotarnos de una asimilación cabal del desarrollo de nuestra ideología proletaria, en cuyo seno residen los ingredientes fundamentales que nos han de permitir dar todos los pasos imprescindibles para corregir este rumbo erróneo.

Todo giro en la historia, toda nueva aportación llamada a revolucionarizar la realidad, ha partido siempre de un núcleo restringido de elementos conscientes de la sociedad, un núcleo cuya tenacidad ha sido más fuerte que la dominación asfixiante y opresiva que pretendía mantener una situación anacrónica perennemente. La vanguardia revolucionaria tiene que encontrar la manera de apoyarse en la realidad social que permita, en cada fase, construir el movimiento político que permita derribar esa dominación. Tarea siempre dura y difícil, pues lo viejo resiste con extrema violencia su inevitable sepultura. Pero lo viejo ha aprendido también a resucitar de sus cenizas, adaptándose a lo nuevo que empuja con fuerza y resolución, por lo que no cabe sólo derrotar lo viejo, sino que es imprescindible aprender a conjurar su emboscamiento y su posible resurgir bajo nuevas formas y aspectos, enmascarando y a la vez transmitiendo el pasado reaccionario y clasista.

Después del todavía reciente fracaso de la revolución en Perú, de la incapacidad para asentarse y consolidarse en las sociedades más desarrolladas y proletarizadas, y del bloqueo del actual proceso revolucionario en Nepal, el maoísmo, los maoístas, deben hacer un esfuerzo de reflexión y detenerse para alcanzar un punto de mira más elevado y amplio desde el cual reconocer que ya es hora de encarar resueltamente el verdadero problema de la reconstitución completa e integral del comunismo, siguiendo los pasos necesarios, volviendo a recapitular, haciendo balance de la experiencia del primer ciclo revolucionario, para levantar de nuevo la bandera roja de la emancipación de la humanidad. Ya es hora de abandonar planteamientos y actitudes que en su conjunto nos han llevado a la derrota a pesar de lo correcto de su aplicación en determinadas condiciones y situaciones. Es hora de abandonar las lecturas cerradas del comunismo revolucionario y de aferrarse, por intereses ajenos a las necesidades del desarrollo de nuestro movimiento, a cualquiera de las innumerables corrientes que brotaron de la crisis del movimiento comunista durante el siglo pasado. Es imprescindible que la parte del movimiento comunista que se reclama del maoísmo asuma, como tarea primordial, su participación, en el cumplimiento de los requisitos que hemos expuesto y contribuya, así, a la necesidad ineludible de reconstitución ideológica y política del comunismo.

Hay que estudiar el todo para poder volver a particularizar. Y en esta tarea es obligado desarrollar audazmente la lucha de dos líneas con el resto del movimiento para combatir firmemente el mayor lastre que mantiene postrado al comunismo, el revisionismo oportunista, ideología burguesa en nuestras filas. Es necesario que los distintos destacamentos del maoísmo mundial dejen de depender principalmente de la búsqueda de referentes puntuales externos en los cuales desgastar su capacidad de actuación a todos los niveles y, por el contrario, luchen por la generación de la nueva vanguardia efectiva del movimiento. Es necesario también que el maoísmo no caiga en la trampa de seguir a remolque de los conflictos puntuales en que el capital y el revisionismo desgastan regularmente a la clase obrera. Es sintomático que el PCN(m) use sus recursos internacionales para solicitar ayuda para su proceso, siempre a cambio de una concesión tras otra –en lugar de tener como eje vertebrador de su política internacional el combate por el liderazgo de la revolución mundial–, que le dote de la fuerza suficiente de cara a posibles negociaciones con todo tipo de fuerzas y organismos internacionales. En esto, se comporta como cualquier otro país mal llamado socialista, como la Cuba revisionista, por ejemplo, que en los foros comunistas internacionales se dedica a engendrar resoluciones en apoyo de su régimen, teniendo cuidado con no inmiscuirse en los asuntos internos de los países capitalistas y de sus partidos hermanos , renunciando así a su papel efectivo como vanguardia, lo que implica ipso facto situarse voluntariamente a la cola del proceso revolucionario mundial, cuando no renunciar a él directamente.

Así pues, llamamos al movimiento maoísta a luchar decidida y principalmente contra el ala derecha del movimiento comunista internacional y a que cada destacamento estatal contribuya en la lucha de dos líneas también contra el propio revisionismo en función de la tarea principal de reconstitución general ideológica y política del comunismo.