El Martinete - Número 19

Septiembre de 2006

 
40 ANIVERSARIO DE LA GRAN REVOLUCIÓN CULTURAL PROLETARIA CHINA
 

 

El 5 de agosto de 1966, hace 40 años, Mao Tse-tung hacía público su famoso dazibao , Bombardead el Cuartel General , con el que comenzaba oficialmente la Gran Revolución Cultural Proletaria. Se abría así uno de los periodos más intensos y, al mismo tiempo, más enigmáticos de la historia contemporánea. Este episodio significó el relanzamiento de la lucha de clases del proletariado internacional. No sólo las masas revolucionarias retomaron en sus manos el protagonismo político en China, sino que su influjo inspiró, sin duda, las movilizaciones que se extendieron por Occidente a finales de los 60 y principios de los 70. Sin embargo, este nuevo paso a la ofensiva de la Revolución Proletaria Mundial –en estado de impasse tras la caída del PCUS y del Estado soviético en manos de la usurpación revisionista– sigue siendo uno de los capítulos más desconocidos de la historia de nuestra clase. El control por el revisionismo de los partidos comunistas occidentales, el temor de la burguesía por las posibles repercusiones domésticas de la propagación de los sucesos en China y el chovinismo cultural de corte eurocentrista dominante –que subestima todo lo que sucede en la periferia –, se conjuraron, junto a la propia debilidad del movimiento revolucionario, expresada en la ausencia de una Internacional Comunista, para mantener entre tinieblas lo que con toda probabilidad ha sido la experiencia de mayor alcance del proletariado como sujeto histórico.

La reconstitución del comunismo como teoría de vanguardia precisa de la asimilación y la incorporación teórica de las enseñanzas de todo el periplo revolucionario de ese sujeto, incluyendo el análisis y conocimiento de esta experiencia superior de la lucha proletaria. En este sentido, queremos celebrar este aniversario contribuyendo a la recuperación de la memoria de nuestra clase recordando brevemente este capítulo de su historia y difundiendo la necesidad de que la vanguardia aborde su estudio y debata sobre su utilidad como aporte enriquecedor de la teoría revolucionaria del proletariado. Para ello, comenzamos publicando un artículo de carácter historiográfico que trata de repasar, de la manera más descriptiva posible y sin ningún ánimo de polémica, los principales sucesos que jalonaron el camino de la revolución cultural. El objetivo de este trabajo no es el debate. Consideramos que, en este momento, es importante intentar disipar la cortina de humo informativa que siempre se interpuso entre la realidad china y la vanguardia y las masas de Occidente, como paso previo al estudio y la discusión de sus repercusiones en nuestro movimiento.

En segundo lugar, publicamos uno de los trabajos más importantes de uno de los más destacados miembros del grupo del Comité Central encargado de la revolución cultural. Se considera uno de los mejores balances de la misma, y el momento postrero de su realización (1975), con el proceso plenamente desplegado y ya casi en su ocaso, lo convierten en referente imprescindible para comprender en qué términos y hasta qué punto tomaron conciencia los propios dirigentes chinos de lo que se traían entre manos. Al mismo tiempo, es un magnífico documento para comprender, desde la perspectiva actual, las limitaciones teóricas y prácticas de la empresa, en parte reflejadas en el propio texto. Aunque no pueden pasar de meras hipótesis para una futura investigación científica desde el materialismo histórico de la experiencia de la revolución china, las conclusiones provisionales a que nos ha conducido el estudio en curso de la revolución soviética (algunas de las cuales hemos ido publicando en colaboración con el grupo de estudio Colectivo Fénix : Trotsky y el leninismo y Stalin. Del marxismo al revisionismo ) nos permiten plantear algunos interrogantes a las conclusiones de Chang Chun-chiao.

Una constante del paradigma revolucionario que fue tomando cuerpo a lo largo del Ciclo de Octubre, y que en gran medida rompía con las premisas del propio marxismo, diciéndolo de modo resumido fue la tendencia a identificar las relaciones sociales de producción con sus formas jurídicas de expresión en la superestructura. Kautsky convirtió esta identificación en doctrina de la II Internacional, y el partido bolchevique, aunque durante algún tiempo y en varios ámbitos de su aplicación trató de rectificarla, no consiguió escapar del todo a su influencia. La teoría evolucionista y determinista kautskiana de las fuerzas productivas, interpretación vulgar del materialismo histórico, predecía que la socialización creciente de las fuerzas productivas que promovía el desarrollo del capitalismo hacía posible el socialismo desde la sola expropiación del capital por parte del Estado gobernado por el partido obrero. Así, la titularidad pública de los medios económicos era identificada con la socialización de las fuerzas productivas; socialismo era igual a estatalización de la economía. Esta teoría designaba a la evolución económica y no a la lucha de clases como motor de la historia y abría las puertas a la vía pacífica hacia el socialismo , dejando de lado toda problemática sobre la destrucción del Estado burgués y todo lo relacionado con la cuestión de la transformación revolucionaria del resto de las relaciones sociales basadas en las relaciones de producción capitalistas (las cuatro todas de las que habla Chang). Lenin criticó y refutó las derivaciones reformistas más graves de esta estrategia y recuperó en muchos aspectos el espíritu revolucionario del marxismo para la teoría socialista. Pero apenas modificó uno de los ejes básicos de la tesis revisionista de las fuerzas productivas, fundado en el siguiente silogismo: si la clase obrera posee el poder y el poder se apropia de los medios de producción, entonces, la clase obrera posee los medios de producción (socialismo). Esta lógica no sobrepasaba el viejo marco conceptual de la socialdemocracia. Durante el Comunismo de Guerra será aplicada en toda su dimensión, y aunque sus consecuencias nocivas trataron de ser mitigadas durante la Nep, en este periodo siguió conformando el sustrato básico de las aspiraciones bolcheviques, resumidas en la famosa fórmula leniniana de socialismo = poder soviético + electrificación . Será en la época de Stalin cuando cristalizarán todas las consecuencias de esa limitada rectificación de los elementos deterministas y evolucionistas de la teoría marxista de la sociedad de transición. A partir de los años 30, en la URSS triunfó definitivamente la idea economicista de que la victoria del socialismo depende de la hegemonía de las formas socialistas de economía , entendiendo por éstas las de plena propiedad jurídica estatal. La construcción socialista era percibida, entonces, como el avance de esa forma de economía en competencia con las viejas formas de propiedad (economía de subsistencia, pequeña producción mercantil, capitalismo privado, empresas mixtas, etc.). La consolidación del socialismo y del poder obrero dependía en lo fundamental del éxito en este terreno, y la supresión del peligro de restauración y de las clases sociales –asimiladas a esas formas de propiedad–, también.

Fue Mao el primero en comprender las consecuencias nefastas de este discurso y el déficit dialéctico de la ideología sobre el que se sustentaba. La doble identificación entre tipo de propiedad y clase, por un lado, y entre forma de economía dominante y naturaleza de la formación social, por otro, olvidaba el papel de las masas como sujeto protagonista en la obra de transformación consciente y el problema de la división del trabajo como base de la articulación clasista de la sociedad. Mao observó que, aún bajo la hegemonía de las formas socialistas de economía , la división del trabajo creaba condiciones para el ascenso de una nueva burguesía que podía usurpar el poder y restaurar el camino capitalista. Sólo la participación de las masas en la construcción del socialismo podría conjurar ese peligro, ampliando el radio de acción de la transformación revolucionaria al resto de los ámbitos extraeconómicos, principalmente la ideología y la cultura. La Gran Revolución Cultural Proletaria fue el primer intento premeditado de rectificar a fondo la problemática fundamental en torno a la que giraba el viejo paradigma revolucionario. Pero, como el lector comprobará a través del artículo de Chang Chun-chiao, los comunistas chinos fracasarán en parte debido a que continuaron siendo prisioneros del marco conceptual de ese paradigma. El “problema del sistema de propiedad” seguía ocupando el lugar central y continuaría siendo primordial la cuestión de la competencia entre formas de propiedad, identificándose en el caso chino socialismo con “propiedad de todo el pueblo” (estatal). Aunque se reconoce que la titularidad jurídica estatal de los medios de producción puede no corresponderse con su contenido, debido al peligro de usurpación burguesa, y que la lucha de clases y la iniciativa de las masas deben prevenir este riesgo, no se termina de romper completamente con el dominio de la concepción mecanicista, que pone el acento en la contradicción entre estructuras sociales (fuerzas productivas-relaciones sociales, relaciones sociales-superestructura), y se pierde la ocasión de elaborar un sistema de categorías que permitiera construir un nuevo paradigma revolucionario más acorde con los nuevos problemas y las nuevas situaciones que la lucha de clases había ido sacando a la luz, y que ayudase a la vanguardia revolucionaria china a entenderlos mejor. El socialismo, por tanto, continuaba siendo definido según un sistema de relaciones jurídicas de propiedad, donde la hegemonía de la propiedad estatal garantizaba la posición dirigente de la clase obrera –que sólo debía prevenirse contra la usurpación burguesa–, y no como un sistema de relaciones entre clases donde todo depende de la hegemonía política e ideológica del proletariado y donde el “problema del sistema de propiedad” pasa a segundo plano, así como todas las demás determinaciones económicas, como es propio de toda sociedad de transición. En la Decisión del Comité Central del Partido Comunista de China sobre la Gran Revolución Cultural Proletaria (los famosos Dieciséis puntos ), carta fundacional de este proceso político, se dice que tiene por objetivo la eliminación de los elementos políticos, ideológicos y culturales “de la superestructura que no corresponden a la base económica del socialismo, a fin de facilitar la consolidación y el desarrollo del sistema socialista”. La infraestructura económica, que ha madurado para el socialismo, exige una adecuación superestructural a través de la lucha de clases: el mecanicismo economicista sigue, pues, condicionando el modo de comprender las leyes de la transformación social de los dirigentes chinos, mientras que la lucha de clases termina, en última instancia, estando subordinada a los avances en el “problema del sistema de propiedad”. Resulta del todo significativa la rotunda afirmación con la que Chang cierra su artículo: “El hundimiento de la burguesía y las demás clases explotadoras y la victoria del comunismo son inevitables, necesarios e independientes de la voluntad del hombre”. El determinismo económico deriva, finalmente también para los maoístas, en fatalismo histórico. Cualquier jerifalte de la II Internacional hubiera firmado esta aseveración antimarxista de espurio optimismo.

La revolución cultural china es una magnífica escuela de aprendizaje revolucionario. Durante esta experiencia se pusieron de manifiesto los elementos de lo nuevo que necesita asumir toda teoría revolucionaria de vanguardia. Aunque terminó prevaleciendo lo viejo, ella nos muestra el camino para resolver las contradicciones que permitirán la reconstitución del marxismo como teoría de vanguardia y la elaboración de un paradigma revolucionario a la altura de sus enseñanzas y del grado que con ella alcanzó la lucha de clases proletaria, desde el que iniciar un nuevo ciclo de la Revolución Proletaria Mundial.