El Martinete - Número 18

Septiembre de 2005

 
MARX Y LOS DERECHOS HUMANOS
 

 

La Declaración de los derechos de hombre se ha convertido en uno de los núcleos teóricos desde los que el imperialismo construye su discurso intervencionista. Sin embargo, esta Declaración se sostiene sobre un supuesto origen natural de las fuentes últimas de la ley y sobre el mito del hombre como entidad individual y abstracta, asocial y ahistórica. Desde la perspectiva de un orden político sobrehumano, metahistórico, situado por encima del hombre real, el imperialismo organiza su nuevo orden mundial con la seguridad de que tendrá las manos libres, gracias a tan melifluo, candoroso y humanitario discurso, cuando algún líder o Estado gamberro necesite que se le aplique un correctivo que deje claro de nuevo quién manda. La aceptación sin crítica, tanto de las premisas teóricas como de las consecuencias prácticas de ese discurso por parte de casi todos los sectores de la llamada izquierda en Occidente, ha puesto de manifiesto que sólo representan intereses que desde hace mucho tiempo han cerrado un pacto de unión sagrada con el capital financiero, a cambio de que se les permita disfrutar de la parte del ratón de los beneficios del actual statu quo en el sistema de relaciones internacionales, fundado en la opresión y en la explotación de los pueblos. Así, la unión sagrada ha investido la democracia parlamentaria como forma absoluta de gobierno, importable y exportable a voluntad, independientemente de la madurez política y económica de las naciones. Con la excusa de la justicia infinita de los derechos humanos y de la democracia, los ricos y los poderosos van quitando y poniendo gobiernos a su antojo. Pero los ejemplos más recientes de Afganistán (donde ya había sido puesto de manifiesto con la ocupación soviética) e Irak demuestran que la imposición forzosa de estructuras ideológicas y políticas desde fuera a las sociedades, lejos de constituir un remedio, es causa de conflictos y de aumento de las penurias de la población víctima de tales injerencias.

En el camino de la reconstitución de la ideología del proletariado revolucionario, de su recomposición como visión totalizadora del mundo, capaz de oponerse a la ideología dominante, se halla la necesidad de combatir los fundamentos de esos principios y de estos discursos aparentemente universales, aparentemente diseñados a la medida del individuo libre e igual, pero que, en realidad, no son más que formas de falsa conciencia , construcciones ideológicas interesadas cuyo fin es la perpetuación de la hegemonía de la clase dominante. Con esta intención, presentamos al lector un texto del joven Marx en el que su autor desmenuza críticamente aquel código en el que pretendidamente se cincela al hombre supuestamente universal, para descubrir que, en realidad, lo que se esconde detrás de él es el burgués. El texto forma parte de un artículo publicado en los Anales franco-alemanes –órgano del exilio demócrata alemán– en 1843, con el título de La cuestión judía , y que es una crítica del punto de vista de Bruno Bauer respecto del problema de la libertad política como liberación del Estado de la religión, ante lo que Marx, aun estando de acuerdo, propone ir más lejos, liberando al hombre del Estado. El contexto del artículo, por tanto, es el de los debates en el seno de la izquierda hegeliana , en los que un Marx todavía en las posiciones de la democracia radical irá profundizando en la crítica de la escuela filosófica de la que forma parte y de la realidad política que le rodea, hasta perfilar los fundamentos de una nueva concepción del mundo. Aunque, en 1843, no ha culminado todavía este proceso intelectual, el artículo de Marx, amén de su perspicacia, conserva una frescura crítica que le otorga plena vigencia, pues es una demostración plenamente actual de que el mito de los derechos humanos no supera siquiera el menor ataque desde la democracia consecuente, y que, en puridad, se trata de un discurso instrumentalizado por los sectores más reaccionarios de la sociedad capitalista.