El Martinete - Número 16

Septiembre de 2003

 
Lula:Las trampas del oportunismo
 

 

Ya ha pasado bastante tiempo para que gran parte de las masas y elementos conscientes brasileños e internacionales se hagan una idea clara del rumbo económico y político que toman el PT y su gobierno encabezado por Lula.

 

En este tiempo, se ha puesto de manifiesto que ese gobierno no es un gobierno para el pueblo y mucho menos del pueblo, como prometían en su campaña electoral con el único fin de engatusar a las amplias masas descontentas por la miseria creciente y el empeoramiento general de las condiciones de vida, sino un gobierno que tiene como misión garantizar la explotación de las masas en provecho de la burguesía nacional e internacional.

 

El deterioro creciente de las condiciones de vida, fundamentalmente del proletariado y el campesinado brasileño, ha ido generando un aumento de la resistencia hacia las políticas que hasta ahora venían implantando los representantes políticos tradicionales de la burguesía. Esta resistencia creciente comenzó a generar dos efectos contrarios: en el polo de la burguesía, un cierto miedo a un posible desbordamiento popular, al estilo de Argentina u otro de los países sudamericanos sacudidos por la crisis; y, en el polo del proletariado y del campesinado pobre, un incremento de la organización en torno al PT, que supo aglutinar a esas masas con un programa poco definido, pero con tintes seudo-socialistas. Ante esta perspectiva, el polo burgués se plantea la necesidad de dotarse de un instrumento que le permita continuar la explotación de las clases populares con una menor resistencia.

 

Los instrumentos de los que tradicionalmente se ha dotado la burguesía para controlar estos estadios de combatividad creciente de las masas han sido dos: la contrarrevolución preventiva (golpes de estado militares o partidos fascistas en el poder) o la colocación en el poder de partidos de tendencia “social-izquierda”, capaces de aplicar las medidas socio-económicas que precisa el capital para continuar con su proceso de acumulación y que, por su apoyo popular, no generan tanta resistencia a esas medidas como en el caso de ser aplicadas por los partidos tradicionales que representan a la burguesía.

 

En las pasadas elecciones tomó cuerpo la segunda opción, mediante el acercamiento progresivo (que desde su fundación venía desarrollándose) del PT, a través de su programa electoral, a las posiciones de la burguesía, consagrándose definitivamente éste (el PT) como representante del capital.

 

Carácter de clase del gobierno de Lula

 

Este acercamiento del PT a las posiciones de la burguesía se muestra claramente, tanto en las distintas proposiciones de su programa electoral como en las medidas adoptadas una vez instalados en el poder.

 

Las propuestas de reforma de la Seguridad Social consistía fundamentalmente en la implantación de los conocidos planes de pensiones privados (una de las mayores estafas a los trabajadores, como demostraron hace poco las quiebras de WordCom y Enrom), después de reformar el sistema público, básicamente mediante la rebaja de las pensiones y el aumento de los años de cotización (un calco de lo aplicado por Francia y España, entre otros) y, como colofón a unas medidas tan “sociales”, la rebaja de las cuotas satisfechas por los empresarios (actualmente cifrada en un 20%, una de las menores entre los países industrializados). Como se puede ver, todas estas medidas no tienen nada de social y sí mucho de reforzamiento de la explotación por parte del capital –Por cierto, una de las primeras leyes importantes aprobadas por el gobierno de Lula es la reforma de la ley de pensiones de los empleados públicos, la misma que proponía el gobierno de Fernando Henrique Cardoso y a la que tanto se opuso el PT-.

 

En relación con la reforma agraria (una reforma burguesa pendiente en Brasil y necesaria para culminar cualquier vía revolucionaria, como ya señalamos en el dossier dedicado a Brasil en el nº 13 de El Martinete), la propuesta del PT era la de continuar con la fijada en la Constitución. Pero dicha reforma jamás podrá satisfacer los intereses del campesinado por varias razones, entre las que destaca la de mantener casi intacta la propiedad terrateniente, limitándose a una distribución de tierras del Estado y a la expropiación de tierras (parcelas) improductivas de los terratenientes, mediante indemnización a precio de mercado. Cualquier reforma agraria que no destruya totalmente la propiedad terrateniente, para, con la distribución de la tierra entre los campesinos, abastecer el mercado interno y generar relaciones capitalistas de libre concurrencia, estará condenada al fracaso por la desproporción existente entre la capacidad de competencia en el mercado entre la moderna agricultura de los terratenientes y las multinacionales del sector y la agricultura familiar implantada en las parcelas asentadas. Pero si a esto sumamos que, una vez en el poder, estas expropiaciones de las peores tierras de los terratenientes se relegan por falta de presupuesto, es evidente que jamás se podrá asentar al campesinado en suficiente número y con mayor velocidad de la que el capital vuelve a absorber sus propiedades, como consecuencia de los préstamos hipotecarios necesarios para invertir en la producción y la desigualdad concurrencial con las grandes explotaciones agrícolas de las multinacionales y los terratenientes.

 

La reforma laboral propuesta va en la línea de lo que actualmente existe en la mayoría de los países occidentales. En primer lugar, la creación de un foro de sindicatos, patronos y gobierno para modificar la legislación laboral. Este tipo de foros es el típico donde se recortan los derechos de los trabajadores y se acentúa la explotación, ya que simplemente de su composición se desprende una mayoría absoluta del polo burgués: por una parte los patronos y el gobierno (como fiel representante de la burguesía) y por el otro las centrales sindicales, de la cual la CUT es una correa de trasmisión del PT y su gobierno. La otra gran propuesta es subvencionar la contratación de jóvenes, medida ésta bien conocida en España, lo que permite a la burguesía contar con mano de obra barata y sumisa, además de expoliar los fondos públicos, amén de presionar en el mercado laboral aún más a la baja el precio de la fuerza de trabajo y desprenderse de mano de obra de mayor edad y más curtida en las luchas sindicales.

 

Las propuestas de reforma política son las mismas que oímos diariamente en España cuando cualquier episodio de corrupción o desacreditación del sistema parlamentario burgués genera falta de credibilidad por parte de las masas en ese sistema: ley de financiación de los partidos políticos, medidas para evitar el transfuguismo y reforzamiento del sistema parlamentario. En este aspecto, resulta esclarecedor que la primera medida práctica haya sido apoyar el nombramiento del oligarca Sarney, con fuertes vínculos con la mafia del nordeste, como presidente del Senado, actuación ésta que ha generado las primeras disensiones serias dentro del PT.

 

En cuanto a las medidas para redistribuir la renta nacional, todas las de carácter social están supeditadas, o bien a la disponibilidad presupuestaria (algo difícil de conseguir cuando se han de pagar antes de fin de año 90 mil millones de dólares de deuda externa y se ha comprometido con el FMI un superávit fiscal primario del 3,8 %) o al acuerdo de futuros “foros sociales” donde estén representados partidos, sindicatos, patronal, gobierno, etc.

 

Uno de los apartados más llamativos del programa es el referente al reforzamiento de la economía nacional, el cual se basa en medidas tendentes a aumentar la productividad del trabajo y a una división del mismo de acuerdo con las “mejores aptitudes” de cada región del país. Estas medidas recuerdan demasiado a las planteadas y posteriormente implantadas por el PSOE, que tuvieron como consecuencia la reconversión industrial, de tan funestos recuerdos para el proletariado español. Otra de las medidas contempladas en este apartado hace referencia a la financiación de las actividades productivas por parte del sector privado, con la consabida reducción de impuestos, etc. Figura, así mismo, la libertad de emplear los depósitos de los fondos de pensiones para inversiones, con el consiguiente riesgo para los depositarios. Y por último, entre las medidas más significativas del programa económico, destacan las de implantar la independencia del Banco Central y hacer frente a los acuerdos con el FMI manteniendo un elevado superávit fiscal primario que le permita abordar el pago de la elevada deuda externa. En este aspecto ya se ha pasado de las propuestas a los hechos, nombrando como presidente del Banco Central a Henrique Meirelles, ex-presidente mundial del Bank of Boston, y al banquero Casio Casseb Lima como presidente del Banco do Brasil. Es obvio que Lula cumple a la perfección los mejores deseos del capital financiero nacional e internacional, dejando en sus manos los principales instrumentos de regulación económica.

 

En lo referente a medidas sociales, el programa “Hambre cero” carece de financiación y se pretende conseguir ésta mediante donaciones nacionales e internacionales (que esperen sentados para comer). La otra gran propuesta, otorgar títulos de propiedad a los habitantes de las favelas, es fácil que se realice, pues se trata de enajenar terreno público, que sus futuros propietarios podrán hipotecar o vender y con el tiempo irán a parar a manos de los grandes constructores (negocio redondo). Más valdría otorgar derechos de usufructo y conservar el estado la propiedad.

 

Carácter de clase del PT

 

Como hemos puesto de manifiesto a través del programa y las medidas de gobierno del PT y de Lula, éstas son de carácter burgués. Y esto es así, no como consecuencia de haber llegado al poder (la excusa mediante la cual algunos grupos tratan de justificar las desviaciones burguesas del PT), sino como el fin inevitable de toda organización política que base sus postulados fundamentales y su acción política en la concertación social y en una ideología distinta de la del proletariado revolucionario (el marxismo-leninismo).

El PT no supo en sus orígenes (no lo intentó nunca) romper ideológicamente con la burguesía, conformándose con ser una agrupación multicolor nacida del tejido asociativo organizado existente en el momento de su nacimiento, incapaz de superar el electoralismo como estrategia principal para llegar al socialismo (fin que creemos nunca ha perseguido y sólo ha usado para atraerse a las masas que creen en él). Esta estrategia se manifiesta aún más nítidamente en su forma de gobernar: en vez de apoyarse en las masas (principalmente proletariado y campesinado pobre) para sacar adelante reformas (no hablemos ya de transformaciones revolucionarias), busca apoyo en el imperialismo internacional y la gran burguesía nacional para acometer las reformas que el capital necesita para continuar la explotación del pueblo brasileño, con la vana esperanza de que las migajas le permitan acometer alguna tímida reforma social.

 

Un aspecto importante y muy cacareado por los medios de comunicación burgueses, para generar la confianza de las masas en el gobierno de Lula, es la extracción social de éste. Esta característica puede hacer creer a muchos que la condición de clase es algo debido sólo al nacimiento o al lugar que se ocupa en relación con los medios de producción y así llegar a pensar en una suerte de “solidaridad” entre miembros de la misma clase que impida que les venda al capital. Nada más alejado de la realidad, la situación personal en relación con la sociedad de clases, lo más que puede engendrar es una predisposición hacia la ideología de esa clase. La verdadera conciencia de clase proletaria es fruto de un tenaz trabajo de estudio, compresión y asimilación de la teoría y la practica revolucionaria del proletariado.

 

Conclusiones

 

El PT no será el partido que lleve a cabo grandes transformaciones sociales ni económicas a favor del pueblo brasileño. El apoyo y, sobre todo, el entusiasmo que hasta ahora han venido manifestando las masas de ese país hacia Lula y el PT se irán diluyendo a medida que éstas vean cada vez más lejos el horizonte de las transformaciones que reclaman en su beneficio.

 

Como ya señalábamos en El Martinete nº 13, el proletariado brasileño necesita dotarse de una organización que, desde una perspectiva ideológica globalizadora y revolucionaria (el marxismo-leninismo), unifique la acción política con la práctica social y marque la estrategia y la táctica adecuadas para triunfar definitivamente.

 

En la era del imperialismo, la escisión interna del movimiento obrero impide que de la acumulación cuantitativa de las luchas espontáneas de la clase surja la conciencia revolucionaria (como algunos han pretendido ver en las adhesiones que ha ido recibiendo el PT y confiando en que ésta suma cuantitativa le impulsase a agudizar su escaso carácter revolucionario). Antes que nada, la organización que pretenda elevarse como guía del proletariado brasileño ha de romper, primero, ideológicamente con la burguesía y, segundo, con la forma anterior del movimiento obrero (basada en lo organizativo) para poder organizarlo desde la conciencia; pues, en este estadio del capitalismo, en el cual el movimiento obrero se encuentra escindido en dos polos -uno reformista y contrarrevolucionario, comandado por la socialdemocracia internacional, y otro revolucionario, encarnado en aquellos sectores de la clase que han asimilado la ideología revolucionaria-, la conciencia de clase sólo se puede reconocer como conciencia revolucionaria. La conciencia de clase económica, espontánea, permanece dentro del campo ideológico de la burguesía y sirve a sus intereses.

 

En resumen, tal organización ha de basarse y tener asumida la ideología del proletariado revolucionario y fundar sus relaciones con las masas proletarias en esa ideología, pues tan sólo una ideología de vanguardia puede transformar el movimiento de la clase en movimiento revolucionario.

 

H. U.