No Salvar el Estado Burgués, sino Destruirlo

El Programa de la Unión Obrera Comunista afirma que “el Estado en Colombia es de carácter burgués, está en manos de la burguesía, los terratenientes y sus socios imperialistas, como máquina de opresión y dominación al servicio exclusivo de sus intereses de clase, y como arma de explotación de las clases oprimidas. Es un Estado burgués terrateniente y proimperialista, que durante toda su existencia ha utilizado la violencia reaccionaria para defender los intereses de clase de una minoría explotadora, ahogando en sangre todo grito de rebeldía de las masas trabajadoras.”

Denuncia que “el imperialismo es la época en donde el reino de la reacción política ha desplazado al de la vieja libertad política burguesa, a la cual ya no es posible remozarla, ni “ampliarla”, ni hacerle aperturas; menos aún es posible pensar en emancipar a los trabajadores utilizando al Estado burgués -ahora bajo el poder directo del capital financiero-, pues éste ha sido precisamente el instrumento principal de la opresión y la explotación asalariada del trabajo.”

Y confirmando esa exacta y científica definición del Estado colombiano, el régimen de Uribe presenta todos los días las pruebas a la mano para demostrarla hasta la saciedad: 80 oficiales de las Fuerzas Armadas son acusados por la Fiscalía de tener vínculos con el paramilitarismo, a la vez que las denuncias de los suboficiales e informantes se multiplican dejando en claro que los “casos aislados”, como gustan llamarlos los gobernantes, son en verdad la norma en los aparatos de la represión; los falsos positivos y las acciones terroristas perpetradas por miembros de la oficialidad, a pesar de los esfuerzos por ocultarlos, no pueden disimular que detrás de ellos está la mano siniestra del “general Montaje”, para justificar el terrorismo de Estado de la Política de Seguridad Democrática del régimen; la muerte de efectivos del cuerpo élite de la policía a manos de soldados en Jamundí, deja al descubierto los nexos de las cúpulas de las fuerzas militares con los carteles de las mafias del narcotráfico y su enfrentamiento; la conexión entre las masacres de campesinos, el homicidio de dirigentes obreros y populares y de activistas de izquierda con las órdenes de inteligencia militar emanadas desde las brigadas del ejército, ponen al descubierto el carácter asesino del Estado; la relación entre los jefes de las hordas paramilitares con los mandatarios, los congresistas y destacados jefes políticos y de ellos con los fraudes electorales en la últimas campañas, ponen en evidencia que los sectores más cavernarios de las clases dominantes son quienes detentan el poder del Estado.

Esa verdad daría para escandalizar al mundo; sin embargo, todas las clases poseedoras, empeñadas en salvar la institucionalidad burguesa, esa máquina que explota, oprime y asesina, se esfuerzan por presentar sus males como “casos aislados”, se empecinan en tratar de demostrar que son apenas algunas “manzanas podridas” y se empeñan en convencer al pueblo de que es posible “moralizarla”. Y en tal esfuerzo, empecinamiento y empeño se han unido a las clases reaccionarias los demócratas pequeño burgueses y los oportunistas, hoy apelmazados en la Gran Coalición Democrática y el Polo.

Los amigos de Uribe son lo malo, dicen los más “radicales” del Polo y por ello Petro invita al presidente a “sanar su corazón” y algo parecido repiten los mamertos viejos y nuevos, cuando en verdad el régimen de Uribe es sólo la expresión en el terreno de la vida política, de la correlación de fuerzas en el seno de las clases reaccionarias por un lado, pero además, por otro, el reflejo en la superestructura, de la podredumbre a que han llevado la sociedad las clases parásitas que viven del trabajo ajeno.

La política, decía Lenin, es la expresión concentrada de la economía y por ello sólo entendiendo que la facción de las clases dominantes, cuyas ganancias, rentas e intereses provienen del narcotráfico, se hizo más poderosa que las demás y sólo entendiendo que toda la burguesía, los terratenientes y sus socios imperialistas, yanquis, europeos y asiáticos, son beneficiarios de la guerra contra el pueblo y de la ganancia extraordinaria que brinda la producción y el comercio de los psicotrópicos, puede comprenderse por qué esas clases pusieron a Uribe, un representante de un cartel de la mafia y jefe de los paramilitares, a que administrara sus negocios desde el gobierno. Y esto es, a su vez, apenas una muestra de cómo anda el capitalismo imperialista como modo de producción internacionalizado, como capitalismo agonizante y en descomposición. Esa es la esencia del problema y la verdad que todos esconden.

No es sólo un régimen podrido, es todo el aparato del Estado el que se pudre en la salsa de sus propias contradicciones, lo cual no es más que un reflejo de la podredumbre de todo el orden burgués que clama a gritos su reemplazo por el orden socialista de los obreros. De ahí que sea una tarea ilusa, utópica y por tanto reaccionaria, pretender hacer retroceder la rueda de la historia para volver a la democracia del capitalismo naciente. De ahí que sea un engaño perverso contra las masas populares oponer al “Estado comunitario” del uribismo, el “Estado Social de Derecho” del reformismo, pues ambos son lo mismo: dictadura de las clases parásitas sobre el pueblo trabajador. La prueba rotunda de ello es que el régimen actual se erigió sobre la Constitución de 1991, fundadora del tal “Estado Social de Derecho”, embeleco reaccionario con que la burguesía, los terratenientes y los imperialistas desarmaron a los grupos guerrilleros pequeñoburgueses, cuyos representantes hoy desde el parlamento y el gobierno, se niegan a aceptar que ese engendro es el padre legítimo del “Estado comunitario”.

Víctimas de la fe supersticiosa en el Estado, los reformistas sueñan con que un cambio de personas en el gobierno cambiará las cosas, y por eso le apuestan todo a la farsa electoral, tanto de octubre de este año como del 2010, con la aspiración de “ser gobierno”, prestándose como oposición oficial para darle el “barniz democrático” que el régimen terrorista y la burguesía necesitan, para evitar el levantamiento del pueblo contra sus podridas instituciones y contra sus mezquinos privilegios.

No son remiendos, ni paños de agua tibia, lo que necesitan el Estado burgués y el orden reaccionario como pregonan los demócratas pequeñoburgueses y los oportunistas, sino su destrucción como proclama el proletariado revolucionario: “la tarea inmediata de la Revolución Socialista en Colombia, es destruir el poder político de la burguesía, los terratenientes y los imperialistas. Destruir con la violencia revolucionaria de las masas, el Estado opresor y explotador, destruirlo con todo su ejército -militar y paramilitar-, con toda su policía, con todo su aparato gubernamental de politiqueros y funcionarios, con todos sus jueces y carceleros, con todos sus curas, brujos y pastores.” Tal es la divisa del proletariado revolucionario.

Comisión de Agitación y Propaganda

Unión Obrera Comunista (mlm)
marzo 2007