Revolución de los horizontes: asumir el horizonte de la revolución


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Hace ya bastante tiempo vi una película yankie en torno a la trastienda de preparación, de equipo, de itinerarios..., desde la que era dirigida la campaña electoral de un candidato a Presidente de los Estados Unidos. Aunque se trataba de una comedia, la película hacía entrega de cierto dramatismo, de “ternura”, de sentimentalidad, y de ese mejunje que el espectáculo pone en nombre de la sensibilidad.

Entre toreo y toreo con lobbies que pujaban por sus favores y lo amenazaban a la primera de cambio, la agenda del candidato hizo parada en un pueblo de montaña, de esos que se extienden a los flancos de una gran carretera, donde los obreros -y otras gentes subsidiarias del trabajo de estos: comerciantes, leñadores- intentaban enfrentar el cierre de “su” fábrica. Total, que el equipo de asesores se reúne con el candidato a fin de amarrar el voto de esos obreros. “Es pan comido”; así de inconmovible liberal se ha mostrado el presidenciable rival. No obstante, hay que concretar unas posiciones que no cierren demasiado el sentido de las palabras, y así poder maniobrar luego sin ser acusado de manipulador. Por otro lado, haber incluido ese caso en la agenda no era, ni mucho menos, comparativamente rentable. Fue el candidato quien con vistas a ello venció la oposición de parte de su Gabinete; pues sintió la llamada del Pueblo. Pues es un semi-progre con el corazón del lado de quienes supuestamente “dependen” de tener un empresario beneficiario que no sea negligente de empeñar sus bienes en el cumplimiento de “su función social”.

La llegada del candidato es anunciada y esperada en el pueblo como si aquél fuera un monarca del teatro de Lope o de Calderón: manda-más justiciero que acude a poner en su sitio al poderoso local, abusón. Se suceden las reuniones y las audiciones a la plantilla y a sus delegados. El candidato se llena de solidaridad, de identificación, y transmite, hacia sus asesores, la tragedia humana que sacude a estos proletarios, mientras los asesores estudian política y científicamente el caso, extrayendo sus fórmulas. Todo queda, en fin, dispuesto para el gran discurso en el intramuros fabril, que ha congregado a la plantilla, a familiares, a proletarios. Empieza hablando el delegado de la plantilla en lucha -sindical o no, poco importa; veremos porqué-, quien se refiere a la injusticia del capitalista con quienes lo han dado todo -a quienes deja sin nada-, así como con los padres y abuelos de estos, que ya lo daban en sus tiempos para la misma fábrica: imposible la reciprocidad libre con quien piensa sólo en las cuentas de su negocio; hay que forzarle a quedarse o, al menos, hacerle pagar un precio que costee la siembra de alternativas de “vida”.

Sube entonces a la palestra el candidato y abre su oferta. No es lo que los obreros esperan oír: para sorpresa de estos, y guiado por los consejos de sus expertos, el político presenta un cuadro de posibilidades enmarcado en unas condiciones reales de determinación. Que si ellos con su producción no forman un islote, sino una pieza más dependiente de la demanda que otros procesos productivos, “externos” e interconectados, manifiesten por sus productos, y esos sectores de destino están deshaciéndose dada la llegada de productos substitutivos y dada la obsolescencia de la demanda...; que si, en todo caso, el capitalista podría afrontar la permanencia de la fábrica solamente revolucionando unas técnicas productivas incompetentes y una maquinaria torpe, lo que implicará numerosos despidos...; que si los tiempos están cambiando, y en otros lugares a menos gasto, a menos tiempo y a mejor maquinaria, mejores resultados, pero que él no está dispuesto a que el “american worker” pierda “su dignidad” transformándose en un “amarillo” de esos que tanto prefiere el capitalista, así que ya puede irse éste a hacer esclavos a otra parte...

Aunque el delegado respondió con sorpresa e indignación, y sonados fueron los abucheos que lanzaron los obreros más “radicales” en su lucha de obreros, al final del desarrollo de sus razones, incluso no pocos de estos fueron convencidos. El candidato se comprometió a defender un desenlace de interés obrero en lo posible, mientras la audiencia, en sus monos y cascos de azul, había entrado en razón de lo posible (de eso que emerge como lo posible mientras no se plantearan dejar de ser la especie social que se enfunda en ese mono y bajo ese casco, con todo lo que ello implica).

Bajo las coordenadas objetivas capitalistas, la razón de realidad (y no ética o “de legitimidad”) la llevan los capitalistas; he ahí el problema que la lucha proletaria encarna. El beneficio del capitalista es miseria para el obrero, pero es idealismo el supuesto de que el Capital consintiera por sí unas modificaciones que no pueda metabolizar en la economía de empresa, real, y que, de todos modos, serían, por ello, a fin de cuentas también miseria para el obrero, quien, en su definición como carente de propiedad sobre las fuentes de subsistencia, se precipita tras la caída libre del capitalista (es más: el capitalista hace pagar al obrero la colchoneta amortiguadora empresarial y el relanzamiento de la empresa, pudiendo impulsarse solamente haciéndole daño en la espalda). Hay que añadir a esto, que la economía de empresa es el polo relativamente independiente de la llamada economía nacional, integrado en ella junto al polo de los fondos de Estado: así, la atención capitalista al obrero -y su formación, su control, su sujeción funcional a su condición de obrero- por medio del Estado se halla sujeta tanto a la capacidad empresarial de transferencias (la explotación en forma de plusvalías al Estado, o “salario indirecto”), como sujeta también a la propia persistencia de un tejido empresarial. A menos que el planteamiento proletario fuera la destrucción de la economía nacional a través de la destrucción de sus dos polos -el empresarial y el Estatal-, dentro de la matriz de la gestión nacional de poblaciones -y de las clases que las componen-, el obrero no deja de depender de la llegada de alimento hasta esa maquinaria que se alimenta de su explotación para devolverle recursos con que reproducir su explotación al reproducirlo a él. Pero la necesidad cosificada del obrero, en su propia cosificación objetiva, es, en el plano de lo inmediato, reproducirse como tal, de modo que un planteamiento proletario jamás va a ser -espontáneamente y de entrada- el de destruir las condiciones de su reproducción.

He ahí uno de los grandes problemas a que los comunistas tienen que enfrentarse, y que no pueden jamás conciliar ni integrar en sí. Por el contrario, el comunismo no avanza sin haber barrido de la conciencia proletaria ese paradigma de lucha que ve capitalistas y sus deseos, en lugar de ver al capitalismo -con sus límites de respuesta e integración, con sus épocas, con todo el arco de necesidades, y no tan sólo ni fundamentalmente intereses utilitarios, que el Modo de Producción asigna a los capitalistas mismos, y así con el comportamiento de clase aparejado a ellas.

Ese paradigma de identificación de campo de antagonismo brota inevitablemente y se reconstituye incesantemente como inercia de la conciencia proletaria, con la misma naturalidad con que funciona el sistema de percepción reflexiva de cualquier ser vivo: los capitalistas, sus máquinas, su dinero y propiedades, su tren de vida..., se ven. Los límites estructurales que circunscriben a las perspectivas de los proletarios contra los capitalistas, también se ven, o el empresario las muestra: “Mirad la caja vacía”, “Mirad los números rojos”, “Es así; no es culpa mía”, “Tendré que cerrar la empresa”, “Quien pudiera, sobreviva”. Pero, la negación de las Instituciones sociales que enmarcan la vida de unas y otras clases y que definen la relación entre ellas -negación abriéndose paso al calor de su propia inviabilidad económica creciente-, no se ve en tanto que negación histórica, es decir, en tanto que nuevo mundo erigido sobre la liberación respecto de esas Instituciones objetivas nucleares: económicas, políticas, culturales, de relaciones, valorativas y éticas. La apariencia -no como mentira, sino como aparición y manifestación real: phenomenon- conforma el campo visual de la “vida práctica”, es decir, conforma las inducciones emergiendo a partir de la “práctica de vida”.

La esencia no emerge sin ciencia. Y, a su vez, es mentira que la ciencia comunista emerja del análisis de las experiencias, lecciones, memoria y de la lucha de clases como si éstas compusieran un banco conceptual vivo que sintetizar mecánicamente en textos. Marx y Engels estuvieron en la brecha en París durante la revolución de 1848, disparando tras la barricada y delante de ella. Dieron lucha en la Liga de los Justos contra el misticismo de Weitling. Siguieron y animaron las luchas obreras del Ruhr, Se interesaron por conocer las condiciones de vida del proletariado en Inglaterra. Pero no fue con estos materiales que Marx escribió Contribución a la crítica de la Economía Política. Hubo de encerrarse y estudiar a Sismondi, a los fisiócratas, a la Economía Política clásica, a toda la corriente distribucionista que atravesaba la historia de la Economía moderna y que culminaba en Proudhon, paladín de una redistribución radical de la propiedad y de la consecución de una autonomía universal para el intercambio como presupuestos garantes de una Igualdad eterna. Sólo cuando Marx y Engels hubieron identificado la esencia contradictoria del Modo de Producción capitalista, pudieron transmutar esa ciencia suya en una ofrenda para los proletarios, igual que el buen pintor sólo se vuelve capaz de abstraer de la figura sus líneas expresivas -aparente “garabato”- cuando ha adquirido maestría en la reproducción fiel y detallada de la realidad. No hay política sin ciencia; no hubo Manifiesto del Partido Comunista sin la averiguación anterior de las Leyes de la historia en general -que gobiernan la sucesión de los Modos de Producción- y del capitalismo en particular. A su vez, El Capital no emana de la asistencia a la lucha de clases por parte de un Marx que, armado de su genio, sacara a ésta un jugo suyo de ideas implícitas, sino que es el producto de los varios años que Marx pasó consigo mismo, encerrado entre libros en la Biblioteca británica.

 

Los proletarios, así, se forjan, por su propia posición ocupada en la empresa, una concepción politicista de las relaciones interclase: imaginan un campo de fuerzas entrecruzadas y contrapuestas, el valor de cuya Resultante dependería de su voluntad y capacidad de imposición por encima de las maniobras respectivas del capitalista. Cuando esos mismos proletarios aprenden que, dentro de la matriz de coordenadas de funcionamiento, que no ven, la economía de empresa a la que están sujetos se hunde sin poder realizar concesiones, para luego solamente poder re-emerger sobre la base de retirar concesiones, de endurecer el trabajo y de precarizarlo..., se pasa de la euforia al pragmático acatamiento de la real politik: se cede por el “bien común”, se cierran filas, triunfan las visiones corporativistas y solidaristas, de anarcosindicalista espontáneo -que lo es sin saberlo-, el proletario se hace fascista también inconsciente. Y esa metamorfosis acontece también al nivel de las estructuras formales que organizan la lucha económica.

Engels ironiza en Anti-Dühring respecto de esta concepción politicista, sumamente vulgar -y viejísima, aunque Dühring la presentaba como pensamiento revolucionario-, especialmente cuando ésta se aplica a la historia de los gobiernos que pesan sobre los grupos humanos y a su cambio: unos cuantos individuos coaligados se imponen por la violencia y se reproducen ejerciéndola hasta que se llega a un punto social general, o grupal particular, de hartazgo, y entonces se da un relevo, o no. Mientras tanto, y siguiendo con esta concepción, el umbral de lo que al “Pueblo” puede hacérsele tragar ha venido siendo marcado por el apetito del poder, por sus ansias de logro y por su satisfacción en su propio ejercicio, por su habilidad de engaño, y por su fuerza contrastada a la que los dominados son capaces de reunir.

Pero este “libre juego” en desigualdad determinando relaciones y condiciones de vida es un mito que encubre cómo el dominio sólo puede nacer y aposentarse a partir del diferencial en la propiedad económica, diferencial que da “razones”, a los desabastecidos de garantía de subsistencia, para servir a quienes tienen algo que ofrecerles. Sólo así tienen, esos primeros, porqué servir a la producción de medios de violencia con que esos otros provisores de posibilidad de subsistencia puedan producirse un poder. Y sólo así tienen, aquellos primeros, porqué convertirse ellos mismos en medios de violencia al servicio de sus “contra-prestantes”.

Sin embargo, todos los Modos de Producción están sujetos a un desarrollo que culmina inevitablemente en un punto a partir del que la propia economía -y no subjetivamente los miembros de la clase dominante ni los gestores a su servicio-, empiezan a carecer de un marco de condiciones que ofrecer. Ese punto abre una vía posible para la clase explotada, no más: destrucción del Modo de Producción y, mientras tanto, padecimiento de las implicaciones inextricables a la inoperancia objetiva creciente del Modo de Producción para auto-reproducirse atendiendo al mismo tiempo el nivel de la provisión de condiciones de subsistencia bajo explotación. El politicismo de fábrica, de empresa o de clase, presentando una hipotética “tercera vía” según la que las condiciones definidas serían correlativas al nivel de la lucha de clases, interna al proletariado en el anhelo de objetivos-quimera. O bien, cuando inspira la consecución de ciertos objetivos relativos a condiciones, ello no hace más que precipitar al Capital todavía más en su inoperancia y con ello arrastra, dialécticamente, en efecto boomerang, todavía más al abismo de miseria y de precariedad al proletariado. Porque el proletariado, que atento a ese horizonte de lucha no ha podido ni siquiera plantearse destruir el capitalismo, es parte del Capital y vive con todas sus consecuencias el descalabro de la economía capitalista a la que permanece objetivamente sujeto. Los capitalistas no tienen otra “salida” transitoria que modificar condiciones a la baja justamente para acercarse una pizca a “armonizar” sus cuentas con la introducción de ese otro input al alza. La persistencia en la lucha por condiciones culmina, en un tiempo determinado y por su desarrollo mismo, en el deterioro de las condiciones: “La clase dominante está dominada por su sistema de dominación” (Marx).

 

El hecho de que los comunistas que pertenecen al proletariado socio-económico, formen sindicatos -o como prefieran llamar a las estructuras de lucha económica-, no es ni loable ni censurable; sencillamente está determinado a ser, igual que está determinado a hacerlo el proletariado no comunista en su movimiento de agarrarse al suelo capitalista precisamente estando éste en desgarramiento. Pero una cosa es que los comunistas no sean, a grandes rasgos en su composición, externos al proletariado, y así se hallen determinados a participar en una respuesta común, y otra cosa es que fundar sindicatos y otros organismos de lucha por condiciones fuera “tarea comunista”. Al revés: así actúa y va a actuar el proletariado como proletariado; no como proletariado comunista. Es un absurdo lógico que los comunistas se convirtieran en la rueda trasera de tracción de ese movimiento, o en sus re-afirmadores, en sus apologetas y en sus perfeccionadores mediante puesta de la teoría comunista al servicio de una práctica que no conduce a la adopción, por al menos parte del proletariado, de una disposición de dirigir contra el Capital -y no contra la burguesía meramente- el arma de la crítica y la crítica de las armas. Esos “comunistas” no serían tales; no serían Vanguardia que señala metas nuevas, sino la retaguardia de la lucha obrera, esto es, las posaderas sobre las que se sienta cómodo el hábito inercial politicista a la hora de considerar la lucha de clases y de practicarla.

Al revés que el burgués, quien “no ve en el proletario más que al obrero” (Marx, Manuscritos de París), y opuestamente también a los paladines económicos del obrero, coincidentes en ello con el burgués, los revolucionarios vemos en el proletario la célula básica de la fuerza humana que, dirigida en sentido comunista, se niega radicalmente a sí misma y a su miseria de sujeto histórico: “Los obreros separados no pueden nada; los obreros unidos lo pueden todo” (Lenin). Los comunistas somos enemigos mortales -y no los “asesores”, ni los aduladores, ni el “suplemento teórico”, ni la “guía técnica hacia la eficiencia”- de la Vanguardia de la lucha obrera, que dirige sus palabras a los proletarios para animarlos a luchar por seguir con las legumbres con pollo en lugar de llegar a sólo legumbres, o por llegar a legumbres con pollo y con cordero los fines de semana. Y, de todos modos, los proletarios ni siquiera podrán plantearse persistir en su asociación por tan prosaicos horizontes; pensarán pronto o tarde que menos difícil han de tenerlo intentando cubrir esos objetivos por adaptación individual. Los comunistas somos los auténticos enemigos del fin de semana, del ocio como suspiro del esclavo y del trabajo entendido como mero “instrumento de subsistencia”, de los pisos y del pasar frío en la calle, de la urbe y sus hormigas, del campo y sus comadrejas aburridas, así como del sistema de división de las actividades a que ambos órdenes obedecen, enemigos del hospital amnésico respecto de la ancestral riqueza curativa que la humanidad averiguó, enemigos de la escuela donde a unos se les enseña a pensar para no poder participar activamente en la producción de lo que piensan, mientras a otros se les enseña a trabajar sin poder así pensar lo que producen más que a modo de hecho ya previamente consumado al que ellos han de plegarse y ejecutar. Los comunistas somos los enemigos de la máquina, de la técnica y de la relación entre productores que fueron pensadas con vistas a obtener más producto por unidad de tiempo: destruiremos esas herramientas, esos métodos y las relaciones laborales en cuanto podamos, es decir, en cuanto ellas hallan cumplido su cometido socialista de procurar una base de subsistencia a la humanidad, sobre la que ésta pueda empezar por fin a pensar en superarse y a discutir su superación. Al tiempo que los comunistas somos los amigos de la máquina, de la técnica y de la relación entre productores pensadas como catalizador y como potenciador de la cualidad productiva genérica y así de la calidad con que esta cualidad logre afirmarse: 

En tanto que práctica de auto-don;

En tanto que expresión de socialidad;

En tanto que afirmación de la historia genérica subjetivada en cuerpo con energía, con sentidos y con conciencia;

Y, por lo mismo, en tanto que apertura de nuevas capacidades y necesidades dándose continuidad a la historia genérica hasta el punto mutativo revolucionario en que la especie se auto-trasciende en otra especie homínida dentro del marco de contención genérico.

Estos atributos entrañables por máquinas, por técnicas y por relaciones entre productores, más allá e incluso en colisión con cualquier racionalidad productiva orbitante entorno a la cantidad de producto pero también con cualquier racionalidad productiva orbitante entorno a supeditar, la producción como actividad expresiva, a la calidad por la calidad del resultado. Son esas máquinas, técnicas y relaciones, aquello que idearemos con vistas a darles acoplamiento a nosotros, productores, desde la racionalidad única de permitirnos realizar en sociedad nuestro óptimo de expresividad productiva como actividad relacional transformadora de materia y como producto.

Ahorrar tiempo de producción, abreviarla, volverla más fructífera por unidad de tiempo, hacerla más fácil, más cómoda, menos cansada y áspera...: esos son los cálculos rentables del capitalista, las horrendas pseudo-panaceas del progre que anuncia el ocio como “reino de la vida” que la maquinización portará, y los anhelos del esclavo que soporta el peso de la producción cosificada en trabajo. El género humano liberado en su cualidad de productor consciente, vivirá la substancia y el sentido de ese don de sí que emprenderá, con su dureza; sus dificultades; su cansancio; su dolor; su sudor; su incomodidad; su perduración; su inutilidad ocasional; su desgaste de energía; su privación de cultivar el potencial propio de modo diletante en una mayor variedad de actividades; en ocasiones con su dedicación y especialización privativas de repartirse en otras cosas; y, por qué no, con la rudeza de sus resultados en comparación a aquellos que serían “conseguidos” con artefactos, técnicas y modelos de división de tareas que fueran más útiles y funcionales, pero, a la vez, que fueran privativos de vivir densamente la práctica productiva y alienantes del gastarse productivo completo afirmando con plenitud los sentidos, la psico-motricidad, el lenguaje, la conciencia y la capacidad de ordenar los momentos de la producción en una complejidad de relaciones entre productores.

 

El comunismo no puede dejar de ser todo ello y más. Al menos una parte del proletariado -la más avanzada en conciencia anti-capitalista y la más decidida e influyente en lo que se refiere a impulsar la insumisión de los demás obreros a los designios que el Capital les tiene preparados diariamente-, debe ser alertada en relación al hecho de que el comunismo es la única lucha proletaria realmente posible: subsistir al Capital es una quimera, que tarde o temprano se manifestará como tal. Esto a menos que los comunistas consigamos subvertir el rumbo del proletariado llevándolo a disentir de la lucha por la supervivencia de plantilla, de rama o de clase, y poniéndolo a luchar contra la persistencia de visión en esa supervivencia -imposible- que, como un espejismo nefasto, niega la producción de un mundo nuevo. Los comunistas vamos a activar la capacidad y necesidad proletarias de auto-emancipación. Lo haremos, contribuyendo a des-ilusionar al proletariado -en el sentido de des-engañarle de ilusiones, de ideologías, empezando por la ideología politicista de la determinación de las condiciones de clase por pura posición alcanzable en la correlación de fuerzas con los capitalistas. Y, a la vez, contribuyendo a ilusionarlo -favoreciendo su entrada en juego en pos de la producción de las coordenadas de mundo material que han de volver posible producir seres humanos nuevos; etimología de ilusionar como in ludere: “entrar en juego”. Porque ni reformadores sociales, ni el reformismo político redistributivo y re-legislador de condiciones, ni los Estados policlasistas populares, ni las sectas que agasajan al proletariado con un supuesto apego latente suyo a realizar la “hermandad humana”, ni utopistas con su pétrea e inamovible ingeniería social a cuestas -o con sus bancos de pobres-, ni neo-cristianos anarco-insurreccionalistas que esperan ver venir la salvación de la mano de la miseria y el sufrimiento, y ni mucho menos consejistas ideólogos de una supuesta trayectoria evolutiva desde la lucha económica hasta su eclosión en revolución habiendo pasado por la constitución de Consejos obreros como matrices revolucionarias en el capitalismo, portan ninguno emancipación al proletariado. Porque “la emancipación del proletariado será obra del proletariado mismo, o no será”.

 

Tamer