Algunos apuntes en torno al PCE y la Guerra Civil en España
“En lo que se refiere a la milicia, deberíamos decir: no somos
partidarios de la milicia burguesa, sino únicamente de una milicia
proletaria (...) La revolución rusa ha demostrado que todo éxito,
incluso un éxito parcial, del movimiento revolucionario -- por ejemplo,
la conquista de una ciudad, un poblado fabril, una parte del ejército --
obligará inevitablemente al proletariado vencedor a poner en práctica
precisamente ese programa.”
V. I. Lenin, El programa militar de la Revolución Proletaria
Al abordar la cuestión de la Guerra Civil, hemos intentado desprendernos
de prejuicios, de sectarismos y, en definitiva, hemos procurado no
empantanarnos en debates superfluos que poco o nada aportan al estudio
de la experiencia histórica de la Revolución Proletaria Mundial (RPM) y
que solo sirven, a aquellos que los abordan, para acabar pensando
exactamente lo mismo que antes de iniciar su estudio. Nos
centramos en el PCE porque, como militantes comunistas, entendemos que,
por ser la organización que portaba el legado de la Revolución de
Octubre y la Internacional Comunista, era el destacamento revolucionario
llamado a encabezar la Revolución Socialista en el Estado español.
Entendemos que los comunistas tenemos que realizar balance, autocrítica
si se prefiere, de nuestro movimiento y es en esta tarea, fundamental
para reconstituir al comunismo como una teoría de vanguardia, como
podremos avanzar en la actual etapa política que atraviesa nuestra
clase, desprovista de los instrumentos de la Revolución.
Un proletariado forjado en la lucha de clases
A comienzos del siglo XX España es ya un país donde la burguesía ejerce
su dictadura de clase. Si bien el desarrollo de las fuerzas productivas
está por debajo del de las potencias de primer orden, la concentración
de capitales es ya la propia de una economía de capitalismo monopolista.
Las contradicciones de clase de la sociedad española se agudizan entre
las clases dominantes y, principalmente, entre éstas y el proletariado, cuya forja como clase en sí queda más que resuelta, en esos primeros decenios de la pasada centuria: en 1909 el proletariado protagoniza en Catalunya la Semana Trágica
y tras ésta, el movimiento sindical asciende velozmente de tal modo que
la CNT y la UGT contarán con cientos de miles de obreros afiliados. La
Huelga Revolucionaria de 1917, la Huelga de la Canadiense en 1919, el Trienio Bolchevique
a inicios de los años 20, con numerosas huelgas fabriles y ocupaciones
de tierras para colectivizarlas, dan prueba de la capacidad organizativa
y del carácter combativo del proletariado español. El constante
ambiente insurreccional en España, impuesto por las luchas del
proletariado y las contradicciones en el seno de la clase dominante,
detona finalmente en 1936.
La clase obrera en España cuenta, en los prolegómenos de la Guerra
Civil, con una alta organización y con una rica experiencia política,
elementos que serán determinantes para que se frene el golpe fascista en
gran parte del país.
Las principales líneas políticas que atraviesan la construcción del
movimiento obrero en España son la socialdemocracia (PSOE, UGT) y el
anarquismo (CNT, FAI), fuerzas cuya hegemonía mantiene al Partido Comunista de España como un pequeño núcleo, cuya calidad de organización de vanguardia vendrá determinada, hasta bien entrados los años 30, más que por su incidencia entre las masas, por su constitución en el Estado español como sección de la Internacional Comunista,
en ese tiempo, incontestable referente de la Revolución para el
proletariado internacional y garante de los principios ideológicos y
políticos del Movimiento Comunista Internacional (MCI).
El PCE es fruto de la lucha de dos líneas a nivel internacional, que se
reproduce en el PSOE, entre la socialdemocracia reformista y la
revolucionaria, que se tornará en comunista, escindiendo al movimiento
obrero en dos bloques irreconciliables, que se corresponden con los dos
grandes sectores que conforman la clase asalariada de los países
imperialistas: el reformismo socialdemócrata en el cual se depositaron los intereses de la aristocracia obrera,
como sector de la clase dispuesto a gestionar el Estado burgués, que
aquí encarnaba perfectamente un PSOE integrado con Primo de Rivera y
fundamental en la reestructuración republicana del capitalismo español; y el comunismo, conectado con las masas hondas de la clase obrera, cuya principal característica era el reconocimiento de la dictadura del proletariado como fase ineludible de la Revolución Socialista y como elemento, junto al Partido obrero de nuevo tipo, en torno al cual la clase obrera debía organizarse para destruir al capital, determinando
todo esto las tareas políticas y las formas organizativas que debía
adquirir la organización revolucionaria. Bajo estas premisas el PCE
intentará conformarse como vanguardia revolucionaria efectiva de la
clase, desde su constitución en 1921 hasta el viraje del VII Congreso de
la IC, que aprobó las tesis del Frente Popular.
El camino hacia el Frente Popular Antifascista
En sus primeros pasos, el PCE apenas tendrá incidencia en algunas áreas
obreras de Bizkaia y Sevilla. En el resto del estado los núcleos
comunistas se hayan disgregados y aislados, sobre todo tras el duro
golpe que el sector anarquista de la CNT acomete contra el grupo
sindicalista, que pretendía integrar la central sindical en la
Internacional Sindical Roja (Profintern), creada por la IC, y en la cual
estuvo representada el sindicato durante algún tiempo. Esto, unido a la
llegada de Primo de Rivera al poder, cercena las previsiones de
crecimiento del PCE en sus primeros años.
El Partido intenta aplicar desde sus inicios la línea de la Comintern, a inicios de los años 20, ligada al Frente Único,
como frente en donde el P.C. debía unir las luchas espontáneas de las
masas obreras, con el objetivo de organizar a los elementos que
llevarían todas esas luchas hacia un proceso insurreccional, que
debía golpear al gobierno reaccionario y permitir la instauración de la
dictadura conjunta del proletariado y el campesinado.
Como la construcción del movimiento político revolucionario se observa, tal y como establecía la propia IC, desde el esquema “partido/vanguardia; sindicato/frente; Revolución”,
el PCE se enfrasca en la cuestión de garantizar que el partido tenga un
referente sindical claro desde el cual promover ese frente único por la
base. En 1931 el PCE impulsa el Comité de Reconstrucción de la CNT
y, fracasado el intento, se constituye la Confederación General de
Trabajadores Unitaria, la CGTU, que en el año 35 se integró en la UGT.
En 1934 el PCE aún mantiene las distancias con el resto de
organizaciones. Deshecha formar las Alianzas Obreras y no es
hasta Octubre, con la insurrección que solo triunfa en Asturies, cuando
el PCE comienza el camino hacia la formación del Frente Popular, línea
impulsada por el VII Congreso de la Internacional y que ponía fin al
período del frente único por la base y el consabido “clase contra clase”.
Los bolcheviques construyeron el movimiento obrero revolucionario
desarrollando una fuerte lucha ideológica a nivel de la vanguardia, que permitió al marxismo erigirse en el programa que guiase a los obreros rusos. La teoría la sintetizaron con la práctica y la desarrollaron así como praxis revolucionaria, cuya tarea consistía en preparar las condiciones para que las masas pudiesen ejercer su dictadura de clase, a través de los Soviets, y así, adquirir
experiencia revolucionaria con la dictadura proletaria, de la mano del
Partido obrero de nuevo tipo y sus organizaciones armadas.
En Europa los partidos que toman el nombre de comunista lo hacen en
condiciones dispares a las del bolchevismo y, más que partidos ya
constituidos (que unificasen ya a vanguardia y masas en un movimiento
político), eran destacamentos de vanguardia, que impulsados por las
circunstancias a lanzarse a emular a los rusos (aunque sin el mismo
nivel de experiencia teórica y partidaria) acabaron siendo derrotados
por la reacción (Alemania, Finlandia, Hungría…). El estancamiento de la
Revolución en Europa Occidental tras la primera oleada de insurrecciones
que siguieron al Octubre ruso, hizo a la IC tomar en consideración la
necesidad de constituir el mentado Frente Único, en el que debía
fructificar la unidad de la vanguardia comunista con las bases
proletarias del resto de organizaciones. Esta política debía llevar a la
vanguardia a desenmascarar a las direcciones oportunistas de la
socialdemocracia y así hacerse con sus masas, educadas ya en gran parte
en las luchas parciales y el reformismo, para llevarlas por el sendero
de la Revolución. La cuestión de los Soviets, como órganos de Nuevo Poder desde los que se tenía que conquistar a la clase proletaria y combatir al capital mediante la acción misma de las masas,
se va relegando o se queda, el “sovietismo”, más como un referente
discursivo o de acción espontánea de las masas, que como una construcción consciente del Partido Comunista. Aunque esta problemática venía determinada por las limitaciones de la RPM en aquel momento, ya que serían los comunistas chinos, con Mao
a la cabeza, quienes recogerían el bagaje de la experiencia soviética
de Octubre. No obstante, el enemigo de la Revolución sigue siendo, bajo
el Frente Único, el reformismo y la socialdemocracia y, en ese sentido,
las 21 condiciones que sellaron la constitución de la Internacional
Comunista, seguían siendo validadas por la práctica de sus secciones
nacionales.
Pero en los años 30 empieza a tomar fuerza la idea que es necesario
cambiar la táctica y que, frente al ascenso del fascismo, los comunistas
han de abanderar la unidad con la socialdemocracia y la “burguesía
progresista”, como fuerzas que coadyuven a frenar al fascismo y, al
menos en la teoría, al progreso político en el camino al socialismo. La IC sienta entonces las bases teóricas, con las tesis de Giorgi Dimitrov,
para realizar la unidad por arriba (entre las direcciones, sin lucha
ideológica) con la socialdemocracia. La consigna de unificar al
proletariado en un solo partido se convierte, en vez de para concebir
que ese partido solo puede ser tal si es revolucionario, en la
fundamentación teórica de la necesidad de unir todas las siglas obreras
bajo un mismo paraguas, algo ya muy contrario a las bases sobre la que
se constituye el MCI 20 años antes y que iban encaminadas, no a unir a
los obreros a cualquier precio, sino a unir a la clase revolucionariamente, como clase para sí. El mejor ejemplo lo tenemos en el Estado español con la constitución de la Juventudes Socialistas Unificadas
cuyos miles de militantes jugaron un papel fundamental en la lucha
contra el fascismo. Y su combatividad y sacrificio en defensa de la
clase obrera, nadie puede poner en duda. Pero su estructura política no
nacía sobre la base de un programa revolucionario y la unificación,
más que el desarrollo del movimiento comunista entre la juventud, era
el correlato de la asunción de la democracia burguesa como propia por un
amplio sector del movimiento comunista. Y era, también, dejar de lado
las tesis leninistas sobre el Partido obrero de nuevo tipo en
cuanto que éste había de ser el garante de la independencia ideológica y
política de la clase obrera.
La Guerra y la política del PCE
Para 1936 el PCE ya contaba con una fuerza armada, las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas.
No era el único partido que se preparaba para la batalla decisiva,
todas las fuerzas políticas contaban con su milicia. El Frente Popular
vence en las elecciones en febrero y, enseguida, la maquinaria golpista
se pone a funcionar. El Gobierno, mandado por republicanos, titubea y
pretende frenar a los fascistas vía administrativa, parlamentando con
los oficiales que, se sabe, están por el golpe militar. Cualquier cosa menos armar al proletariado
piensan aquellos que sostienen su Gobierno sobre el trabajo de las
organizaciones obreras del Frente Popular. Y en estas llega el 18 de
Julio. Tienen que pasar tres presidentes de gobierno en apenas dos días
para que a las organizaciones obreras se le entreguen las armas con que
frenar a los militares fascistas. Las MAOC emprenden una de las más
duras batallas en los decisivos días de julio y toman en Madrid el
Cuartel de la Montaña. Acaba de nacer el Quinto Regimiento. Este se destaca por su disciplina y su combatividad, pero sobretodo, por ser un destacamento armado del proletariado.
Decenas de miles de obreros y campesinos, comunistas en su mayoría,
nutren las filas del Quinto Regimiento y son comunistas sus principales
oficiales, algunos de ellos formados militarmente en las academias de la
Unión Soviética. Se establece en su seno el Comisariado Político
y se gana la simpatía de las masas proletarias. Incluso algunos mandos
son elegidos democráticamente por los soldados. El Quinto Regimiento
reúne los elementos para ser el embrión de un Ejército proletario, de un
Ejército Rojo. En China, en la guerra de liberación nacional contra los
japoneses, los comunistas forman un frente con los nacionalistas del Kuomintang.
Los comunistas chinos, que ya han sido duramente reprimidos por su
burguesía nacional, combaten al mismo enemigo, los japoneses, pero el
Ejército Rojo mantiene su estructura independiente con respecto a la
burguesía (cuyo Estado está en gran parte desestructurado), y sigue
siendo el instrumento armado con el que el Partido Comunista ejecuta su
programa revolucionario en medio de la Guerra Popular con que sienta las
Bases de Apoyo de la Revolución. Es la consecución de la independencia política del proletariado aplicada al terreno militar.
El PCE se encuentra, en la España republicana posterior al 18-J, con una
burguesía incapaz de gestionar su Estado y en donde los vacíos de poder
son una constante rellenada en muchos casos por las organizaciones
sindicales, por los trabajadores. La industria en muchos lugares pasa a
control obrero y las tierras empiezan a ser colectivizadas por los
jornaleros. En suma, en la España republicana hay una poderosa fuerza
proletaria que necesita ser organizada, orientada y a la que se le ha de
marcar claramente el Programa de la Revolución que está buscando. Azaña
y sus secuaces tienen el poder nominal de la República, pero quienes
tienen las armas y organizan la administración de las cosas son los
obreros. Y también las obreras, que han roto las cadenas que las ataban y
se han puesto en la primera línea de combate. Las masas necesitan de su
vanguardia, primero para que le dote de la conciencia revolucionaria
que permita convertir los vacíos de poder en auténtico Nuevo Poder, realizado por un proletariado ya en armas. Y segundo para dotar de dirección a la clase y unificar todos los esfuerzos revolucionarios en un mando único proletario.
Pero ante esta situación el PCE empuja hacia la constitución del
Ejército Popular Republicano, en el cual se diluyen las milicias
obreras, incluido el Quinto Regimiento. Se sostiene la alianza total con
la burguesía republicana y se rehace su Ejército y, con éste, su
Estado. Se impone el orden, pero el orden burgués. Poco a poco al
comisariado político se le van sustrayendo sus funciones de agitación
política y de enlazar el frente con el pueblo trabajador. La mujer es
devuelta a la retaguardia y la estructuración del EP se lleva como en
cualquier otro ejército burgués. No se concibe la lucha partisana como
táctica fundamental en una guerra en que un ejército reaccionario lucha
contra un pueblo en armas. Los militares profesionales imponen su
criterio y separarán al Ejército de su pueblo de tal modo, que los
fascistas acabarán entrando en Madrid sin necesidad de combatir.
La política en el bando republicano la realizan, durante toda la guerra,
las clases con menos fuerza. La burguesía y pequeña burguesía imponen
su modelo político y social. Se frenan las aspiraciones del campo,
dejando de lado a los campesinos sin tierra, para defender la pequeña
propiedad. La cuestión colonial africana, contra la cual el proletariado
se había levantado en innumerables ocasiones, nunca se pone en el
centro del debate, ni antes ni durante la Guerra. Y eso que la
autodeterminación de Marruecos podría haber supuesto un duro golpe para
el complejo militar fascista que se nutría de mercenarios y, sobretodo,
de africanos a los que se les impuso combatir. Pero esa contingencia
habría supuesto azuzar el mapa del África invadida y, con ello, el
descrédito de la burguesía republicana ante los imperialistas franceses y
británicos de los cuales esperaba inútilmente, todo el Frente Popular,
su socorro democrático. En este sentido, al igual que se tiró por la borda todo avance revolucionario a nivel interno para mantener el statu quo
que permitía el equilibrio de la alianza interclasista (a pesar de que
la correlación de fuerzas había variado tras el 18-J), se abstuvo, a
nivel externo, de fomentar cualquier cambio en el reparto imperialista
del Mundo, para sostener el débil equilibrio de una comunidad internacional que estaba ultimando los preparativos de guerra.
En definitiva, el PCE pone su capacidad organizativa y a sus cientos de
miles de militantes a disposición de los intereses de la burguesía. Una
burguesía traidora, la republicana, que asistió a la guerra como
espectadora, que en muchas ocasiones preparó su paz por separado (están
los reaccionarios del PNV con la Paz de Santoña. Pero también
están los sectores que apoyaron a Casado para que entregase Madrid,
donde pululaban por igual republicanos, anarquistas y socialistas; o
quienes desde las filas del Gobierno, como el propio presidente
Indalecio Prieto, propagaban el derrotismo en la retaguardia mientras
los obreros morían en el frente.)
Unas notas cara al debate revolucionario
La línea del PCE y su política en la Guerra Civil solo puede enmarcarse
en las condiciones políticas de aquella época. Los comunistas debemos
extraer en el estudio conclusiones de tipo universal, entresacar que
elementos de lo concreto son expresión de la lucha de clases general,
para así poder afrontar del mejor modo posible las batallas del futuro.
Con lo que hemos expuesto hasta ahora creemos que el problema
fundamental del PCE (que acabó por reproducirse en el resto de partidos
de la IC y que tuvo como trágico epílogo el eurcomunismo) fue que en el
noble afán por derrotar al fascismo no se supo garantizar la
independencia del proyecto emancipador del comunismo, lo que
transparenta tanto en el modo de concebir la lucha militar (integración
total del Quinto Regimiento en el Ejército Republicano), como la
política (búsqueda de unión con la socialdemocracia, rigidez en cuanto a
las alianzas de clase desde febrero del 36).
Y era el PCE, como referente marxista-leninista de aquel tiempo, el
encargado de garantizar esa independencia de programa. No podemos
buscar, en este aspecto, responsabilidades entre el anarquismo, y
tampoco en la socialdemocracia, ya que aquellas organizaciones eran
incapaces de comprender las tareas políticas indispensables de
desarrollar (Partido de nuevo tipo y dictadura proletaria) para el
triunfo de la Revolución. La CNT contaba en sus filas desde anarquistas
que renegaban de toda estructura militar, hasta sectores que se
integraron en los distintos gobiernos de Frente Popular. Y los
socialistas, igualmente, aunaban a líneas políticas totalmente
enfrentadas, desde la sinceramente frentepopulista de Negrín hasta los
anti-comunistas recalcitrantes de Besteiro o Prieto, y todos ellos
estaban caracterizados por su cretinismo parlamentario y su afán
sindicalista.
En torno al debate clásico entre ¿guerra o revolución?,
entendemos que la disyuntiva no era tal. No hay un antagonismo
inexpugnable entre la Revolución y la Guerra porque la primera sólo
puede desarrollarse a través de la guerra total entre clases. El
problema no estaba en “militarizar”, en abstracto como dirían algunos
anarquistas, sino en el contenido de clase que se le daría a la
militarización. El proletariado se debía haber militarizado al
estilo de los comunistas chinos, que solo comprendieron aquellas
enseñanza del bolchevismo tras ser aplastados por el Kuomintang
durante la década de los 20. ¿En España aquello se podía haber llevado a
cabo? Es difícil responder a ello y plantearse sus resultados sería
adentrarse por el peligroso camino de la política-ficción. Pero
renunciar al debate en torno a ello sería aún más pernicioso para el
Movimiento Comunista porque sería renegar de la autocrítica y de
aplicarnos el marxismo a nosotros mismos.
REVOLUCIÓN PROLETARIA
Junio 2012