Arrepublicanados
Por sus peculiaridades, consecuencia, entre otras
cosas, de arrastrar la desastrosa herencia de un imperio, la revolución
burguesa en España pergeñó un tipo político singular, producto peculiar de la
tierra, con denominación de origen y sello de patente, prototipo de ponderación
pacata en política y de visionario miope: el afrancesado. Afrancesados
llamaban a los colaboracionistas de la ocupación napoleónica durante lo que se
conoce como Guerra de la Independencia,
que no es decir mucho, porque entonces lo hubiera sido casi todo el mundo. El afrancesado consecuente, el que acompañó
como exiliado la retirada de la Grande
Armée, sin embargo, era el admirador de la Francia posrevolucionaria, de la
Francia depurada de jacobinismo que había entrado en la normalidad burguesa a
través del Código Civil napoleónico, la parte de la intelligentsia godoísta que deseaba abrir España a la modernidad
según el canon entre girondino y aristocrático de la nueva elite dirigente
francesa fabricada a la carta por el emperador. Perteneciente a las clases
medias, profesional o funcionario generalmente, el afrancesado será el ilustrado vernáculo de última hornada, epílogo
de una corriente de pensamiento escuálida en su versión patria y siempre a
remolque de su casa madre Francia, con tan poca personalidad que no pudo más
que aspirar a importar modelos extranjeros, aunque fuera manu militari. Su carencia de base social le impedía depositar la
menor confianza en las posibilidades de las fuerzas internas para el cambio.
Situado en la tierra de nadie del campo de batalla entre el feudalismo y el
liberalismo, el afrancesado es el
heredero directo del despotismo ilustrado, a la vez que precedente de todos los
experimentos, tan estériles como bienintencionados, situados entre los dos
fuegos de la reacción y de la revolución en la historia de España, empezando
por La Gloriosa de 1868, continuando
con el krausismo y el regeneracionismo noventayochista y terminando con el
bienio republicano de 1931-1933. Pacifista timorato por talante y reformador
por vocación, aunque de imaginación corta y horizonte estrecho, incapaz de
pensar más allá de lo dado por el momento histórico, el afrancesado quería una revolución
desde arriba, pero se vio sorprendido y sobrepasado por los
acontecimientos. La sublevación popular contra la ocupación y sus acólitos puso
en marcha la revolución liberal y de la noche a la mañana dejó caduco su
proyecto ilustrado moderado. El repentino salto que dio España con la
revolución lo situó en retaguardia, paralizado en el mismo punto político
ocupado durante medio siglo y que el desplazamiento de las posiciones de clase
dejaba ahora situado dentro del campo contrarrevolucionario. De este modo, uno
de los primeros resultados de la revolución burguesa en España fue la
generación, como epifenómeno, de esta especie de político taimado, de faz
liberal y alma reaccionaria, que desde entonces contamina todo movimiento
político de transformación.
Metamorfoseado en lo que cumple a la nueva época de la
revolución proletaria, este espécimen resurge entre las filas de la vanguardia
comunista como emergió del fermento de la revolución burguesa, conservando
características y fines: colaboracionista con el enemigo —esta vez interno—, la
burguesía, pretende implantar un modelo que ahora, más que foráneo, está
recogido del pasado, con métodos pacíficos, moderación responsable y alejada de toda quimera
izquierdista. Como en esta época sí
disfruta de cierta base social, al haberse erigido en representante de una
casta privilegiada de obreros, teme a la masa y desconfía de las consecuencias
de su potencialidad revolucionaria, por lo que pretende ocultarla a los ojos de
los propios proletarios bajo el manto del posibilismo y del pragmatismo, del
discurso reformista de la revolución
desde arriba. Menguado y pusilánime, insiste en que sólo hay que aspirar a
lo que es posible en cada momento, y justifica esta posición con una teoría de
la transición hacia el Comunismo que ruborizaría al mismísimo Zenón. Con esta
panoplia, el comunista de tertulia y ágape sindical se ha hecho republicano, de
modo que la especie política del afrancesado
resucita en sus carnes como arrepublicanado.
Este seudo comunista, trufado de republicanismo, puebla nuestro movimiento
frenándolo y desnaturalizándolo. Pero el arrepublicanado
terminará siendo víctima de su propio destino, del destino común a todos los
representantes de esa especie política que habita en la tierra de nadie entre
la reacción y la revolución. La revolución proletaria y el empuje de las masas
volverán a sobrepasarlo y a aniquilarlo, como ha sucedido siempre en época de
revoluciones.
En el seno de nuestro movimiento, el arrepublicanado se ajusta a la alegoría
machadiana de Don Guido, el representante de la España de charanga y pandereta,
devota de Frascuelo y de María. Como expresión de lo anquilosado y cañí en el
movimiento comunista, el arrepublicanado
se ha hecho devoto de todo lo rancio que queda en nuestra tradición y ha
encontrado su Frascuelo y su María en el Frente Popular y la República. Por eso
le aplicamos, ya que hemos traído hasta aquí la sabiduría del poeta, lo que
éste advertía a los oportunistas y reformistas, a los eclécticos y pusilánimes
de su tiempo:
“Pecaron de
inocentes y, quizás, de fatuos y engreídos, porque pensaron, acaso, que ellos
podrían, una vez dentro de la olla grande, dar un tono de salud al conjunto
pútrido del cual iban a formar parte. ¡Gran error!”.
La Forja Nº 35
Órgano Central del PCR
Octubre 2006