De guerras, impotencias y horizontes
Sobre los acontecimientos en Libia

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La intervención militar imperialista en Libia, que venía preparándose desde hacía semanas, ya se ha consumado. Esta situación ha estado precedida por varios meses durante los cuales una situación revolucionaria se ha extendido por gran parte del mundo islámico, particularmente en los países árabes del Mediterráneo y el Golfo Pérsico.
            Desde el MAI, convencidos de que “el desorden bajo el cielo es una situación excelente”, hemos observado esta situación con simpatía, aunque con escaso optimismo.
            Sin embargo, la agresión militar abierta del imperialismo occidental (a la que hay que añadir la intervención en Bahrein) ha dado a toda esta situación una nueva urgencia, y los comunicados y posicionamientos de los distintos grupos de la izquierda alternativa, incluyendo a muchos autodenominados comunistas, se han amontonado rápidamente.
            Aunque la confusión y la falta de claridad, potenciadas por la niebla de guerra, son la tónica general, algunos hechos parecen claros.
            En primer lugar, a despecho de todas las propagandas, teñidas de maniqueísmo y conspirativismo, tanto la del “dictador asesinando al pueblo desarmado”, como la que habla de “revueltas orquestadas por los agentes del imperialismo”, lo que sucedía en Libia era, con todo rigor, una guerra civil.

Es preciso denunciar esos planteamientos antimarxistas, pues hurtan la posibilidad de una comprensión cabal de lo que está sucediendo en Libia y, en general, sucede en cualquier escenario de la lucha de clases. Y no nos cabe duda de que el imperialismo había jugado sus cartas en estas revueltas, pues su deber es monitorizar todo desorden hacia un escenario acorde con sus intereses. Ignorar esto, es ignorar la naturaleza y el poder del imperialismo. Pero de lo que tampoco nos cabe duda es que revueltas de esta magnitud no pueden generarse nunca a través de elementos externos exclusivamente (ya sean servicios secretos o yihadistas extranjeros), sino que se alimentan de un caldo de cultivo social interno, propiciado, como en este caso, por Estados opresores dependientes del imperialismo. Sólo a través de esos factores internos pueden operar los agentes externos con garantías de éxito, y así lo saben los imperialistas, especialmente después de la experiencia de Irak.
            En segundo lugar, y por supuesto, nos oponemos a la intervención del imperialismo y estamos por la libre determinación del pueblo libio. No obstante, limitarse a decir esto, sin señalar que una de las formas por excelencia que tienen los pueblos de resolver sus contradicciones es la guerra civil, sólo sería palabrería liberal, cuando no apología de un paternalismo imperialista repugnante.
            En tercer lugar, y es el factor que ensombrecía nuestra simpatía con el pesimismo, parece clara y aceptada la inexistencia de un partido revolucionario libio. En estas circunstancias la guerra civil obedece a la contraposición de intereses entre sectores dominantes de la sociedad y el Estado libios. Es decir, estamos ante la manifestación más elevada de las contradicciones en el seno de la clase dominante, situación en la que el proletariado y las masas libias están sirviendo, una vez más, de carne de cañón de intereses ajenos. Sólo desde la independencia política (es decir, desde el Partido Comunista), premisa indispensable de la militar, pueden jugar los revolucionarios algún papel en estos escenarios o, incluso, generar la situación revolucionaria a través de su actividad, con el desarrollo de la Guerra Popular. Es por ello necesario señalar que el deber de los revolucionarios libios es preparar las condiciones ideológicas, políticas y sociales que garanticen tal independencia. Mientras tanto, no podrán aspirar a ser otra cosa que la correa de transmisión de intereses y políticas ajenos al proletariado revolucionario. Sólo en función de estas tareas puede plantearse la participación de los comunistas revolucionarios en la guerra de resistencia anti-imperialista.
            Se nos objetará que en esta situación extrema nos limitemos a un recordatorio de principios, sin una mayor implicación práctica en los acontecimientos. Sin embargo, a falta de una capacidad de intervención real del Movimiento Comunista Internacional, hoy por hoy desarticulado, esta práctica, lejos de la organización y el envío de algunas nuevas brigadas internacionales anti-imperialistas, se suele limitar a la toma de partido abierta por alguno de los contendientes, y aquí los horizontes no pueden ser más desconsoladores. Mientras, por un lado, toda la panoplia de neoizquierdistas no ha dejado de loar el enésimo descubrimiento de la supuesta naturaleza democrática de cualquier movimiento de masas, colocando como objetivo de las revueltas lo que ellos llaman democracia, que no es sino el parlamentarismo burgués, genuino producto occidental, que aquí sufrimos diariamente; por otro lado, los rancios revisionistas ortodoxos parecen haberse reconciliado con Gadafi, olvidando su evidente subordinación al imperialismo, y redescubierto las “bondades” del Estado del pueblo libio, pues no en vano tanto el libio como los revisionistas se cobijaron y nutrieron bajo las alas del social-imperialismo soviético y ambos son hijos degenerados del frentismo anti-imperialista del pasado siglo.
            Así pues, en esta situación, una implicación práctica del estilo señalado sólo puede suponer una nueva renuncia a plantear los problemas que afronta ya, inmediatamente, la reactivación de la Revolución Proletaria Mundial, y su sepultura ante el peso de los acontecimientos, lo que, a falta de capacidad de actuación revolucionaria independiente, sólo puede suponer el apuntalamiento de alguno de los elementos del actual orden vigente, lo que también equivale a decir que esa posición apuntala el imperialismo en su conjunto.
            De este modo, preferimos un comunicado de principios que uno, aún más impotente, de oportunismo posibilista, de genuflexión ante el “mal menor”. No, los comunistas revolucionarios sabemos que bajo el imperialismo, tanto en guerra como en paz, muriendo o malviviendo, sólo nos espera explotación, opresión, sufrimiento y muerte, y que la única verdadera salida, como nos enseña la experiencia histórica, pasa por la destrucción del orden imperialista a través de la actividad armada de las masas dirigida por el proletariado revolucionario, esto es, por la Guerra Popular dirigida por el Partido Comunista hacia el establecimiento de la Dictadura del Proletariado o el Estado de Nueva Democracia. Ningún revolucionario puede conformarse actualmente con un horizonte más rebajado que éste, de lo contrario, de urgencia en urgencia, en el eterno “mientras tanto”, olvidándonos de esta perspectiva, nos cerramos la puerta a la verdadera solución del problema y aseguramos no sólo nuestra presente impotencia ante este tipo de situaciones, sino también nuestra impotencia futura.
            Por eso, las tareas insoslayables a la orden del día, las que se relacionan con la conquista de esa independencia política del proletariado, siguen pasando por la reconstitución ideológica y política del comunismo, tarea universal que asegurará un horizonte emancipatorio y un partido revolucionario a los pueblos, ya hastiados de ser el pisoteado convidado de piedra del imperialismo y sus títeres.

 

¡No nos conformamos con ningún horizonte por debajo de la emancipación de la humanidad!
¡Por la reconstitución ideológica y política del comunismo!
¡Abajo el imperialismo!

 

Movimiento Anti-Imperialista
Marzo 2011