La Guerra Popular

En resumen, y ya pasamos al tercero de los grandes problemas estratégicos de la revolución, la Guerra Popular, en realidad, no es más que una etapa más del proceso de construcción del Partido Comunista. La Guerra popular y los instrumentos que requiere son la estrategia y el método que adopta la vanguardia para abordar las tareas de una etapa determinada del proceso revolucionario –la etapa de conquista de las masas y de construcción del Nuevo Poder–, una vez cumplidos los requisitos de la reconstitución del Partido Comunista y como condición para la subsiguiente etapa de construcción política: fin del periodo de dualidad de poderes y triunfo e instauración de la Dictadura del Proletariado.

La principal particularidad de esta fase de Guerra Popular consiste en que la línea militar pasa a ser el centro de la línea política general del Partido. De este modo, se plasma la ley de que la guerra es la continuación de la política por otros medios . El proceso de construcción de la vanguardia genera un movimiento político de cuyo desarrollo surge el Partido Comunista. Éste genera actividad guerrillera creando destacamentos armados que, en su contacto con las masas hondas y profundas, organizan milicias populares. El desarrollo de la guerra de guerrillas permite forjar Ejército guerrillero sobre base de masas, cuyo éxito permitirá su transformación en Ejército popular y en mar armado de masas como instrumento de la expansión de las instituciones del Nuevo Poder. Por tanto, todo constituye un único y mismo proceso político, en el que cada fase sucesiva es exponente de los estadios de su desarrollo, del grado creciente de madurez política del movimiento y de su cumplimiento de las tareas revolucionarias. El movimiento revolucionario es uno solo y es general porque se centra en lo militar, esfera en la que se concentran todos los aspectos de la realidad social en condiciones de guerra civil. El Partido Comunista dirige omnímodamente todo el proceso y sus instrumentos –Ejército y nuevo Estado–, y como expresión política y organizativa del sector revolucionario del proletariado se convierte en el sujeto de transformación consciente de la sociedad. Por eso, rompiendo con toda veleidad espontaneísta, actúa según planes preestablecidos, con objetivos definidos y generando las herramientas necesarias para alcanzarlos. Hasta la consecución de la Dictadura del Proletariado, éste es el mecanismo general de la revolución, según se desprende de la experiencia del PCP. ¿Qué nos ofrece a cambio el PCE(r)?

Ya hemos visto que, para este partido, la Guerra Popular es de imposible aplicación en los términos aquí descritos para el caso de los países imperialistas. También hemos visto que, para el MAI, esta posición obedece más bien a su incapacidad ideológica y a su falta de voluntad política para aplicar las leyes de la Guerra Popular a las condiciones de esos países. La historia demuestra que es falso que no se pueda partir de las ciudades, que no se puedan crear bases de apoyo de la Guerra Popular en las zonas urbanas. Los soviets en las revoluciones rusas, la casbah argelina durante la guerra de liberación nacional, los barrios católicos de Belfast ante la ocupación colonial británica, las ciudades del sur del Líbano y los numerosos núcleos de resistencia en Irak actualmente, o, incluso, el Barrio Latino de París durante el mayo del 68 o la kale borroka en Hegoalde, aunque no forman parte ni están ni estuvieron integradas en una estrategia proletaria de Guerra Popular, son episodios que demuestran fehacientemente la posibilidad de provocar vacíos del viejo poder y de que sean ocupados por el poder de las masas urbanas, y que este fenómeno no es algo en absoluto extraordinario, sino más bien tendencia objetiva que provoca casi siempre la crisis social, y son prueba de que desplegar Guerra Popular en las ciudades no depende de imponderables condiciones económicas, sino de condiciones políticas, de que la línea sea correcta y de la capacidad del Partido para ganarse el apoyo de las masas. El resto depende de la iniciativa, la creatividad y la flexibilidad del movimiento para adaptarse a las situaciones dadas, que son los criterios de aplicación de la Guerra Popular, cuya ausencia en la línea militar del PCE(r) sólo invita a pensar en su total ausencia de criterio revolucionario. El PCP enseña que la construcción del Nuevo Poder a partir de bases de apoyo sigue el principio de fluidez de la Guerra Popular: puede expandirse o contraerse, desaparecer en un lugar y aparecer en otro… El punto de vista fijista sobre la Guerra Popular que adopta el PCE(r), según el cual este tipo de guerra consiste siempre en cercar las ciudades y en considerar las bases de apoyo como espacios consolidados, como un concepto que designa territorios y no –como es en realidad– masas armadas, le impide comprender la posibilidad del paso de la defensiva estratégica a una fase de equilibrio de fuerzas, y le obliga, en un alarde de absoluta falta de perspectiva, a recurrir a la huida hacia adelante para resolver el problema de la continuidad estratégica de su línea militar dando un salto precipitado y absurdo hacia la insurrección, borrando de un plumazo todos los requisitos que hacen posible crear las condiciones ideológicas, políticas y organizativas del asalto definitivo al poder. Algo lógico, por otra parte, pues esos requisitos y esas condiciones tienen que ver con la maduración política de las masas y con la consolidación del Nuevo Poder, factores que no entran en las cuentas de la política pactista de frente interclasista del PCE(r). La revisión de la teoría de la Guerra Popular por parte de este partido no es sino la confesión de que su política no puede ni quiere plantearse el objetivo de la destrucción del viejo Estado, sino solamente el debilitamiento de su forma actual para sustituirlo (reformarlo) por otra forma de ese mismo Estado. Por eso, no puede ni quiere diseñar un escenario político-militar de desgaste del poder burgués hasta el punto de que pueda ser posible el nacimiento y el crecimiento de un nuevo poder revolucionario en equilibrio con aquél, que luego pueda pasar a la ofensiva. Por eso, ni siquiera se plantea el problema de las bases de apoyo en la lucha guerrillera y se contenta con la alianza exclusivamente política (no militar) de todos los sectores supuestamente perjudicados por el Estado fascista .

Recientes episodios de la lucha de clases demuestran la tendencia objetiva de la crisis general que vive el capitalismo a producir dislocaciones políticas que crean vacío de poder y la posibilidad de la agudización de la crisis política. Las movilizaciones contra la guerra de Irak en el Estado español, en 2003, fueron en gran parte incitadas por intereses de un sector de la gran burguesía en su enfrentamiento intestino contra otro sector de la clase dominante; sin embargo, sobre todo en sus primeras fases, ese movimiento mantuvo cierto componente espontáneo de carácter popular, de resistencia de las masas contra los planes imperialistas del Estado español. En esa primera fase, hubo vacío de poder que, aunque inmediatamente fue ocupado por el partido de oposición parlamentaria, creó condiciones durante un breve espacio de tiempo para la acción de un verdadero Partido Comunista, si éste hubiera existido, en la línea de dirigir ese movimiento o a un sector del mismo hacia la organización revolucionaria. Más claro aún fue el caso de la crisis provocada por el desastre del Prestige , en 2002, cuando el vacío de poder fue más prolongado, ninguna fracción política institucional se apresuró a cubrir ese vacío y el carácter autónomo y la iniciativa del movimiento espontáneo de las masas fue de mayor alcance. Un Partido Comunista habría dispuesto, en este momento, de un gran margen de maniobra política para incidir en un movimiento autoorganizado –y, por eso, organizado de manera primitiva–, menos amplio pero más profundo que el anterior dirigido contra la guerra. En las condiciones políticas de un Partido Comunista reconstituido, la labor de éste en la línea de pasar de masas desorganizadas a masas militarmente organizadas hubiera dado otros frutos distintos de la transformación de este movimiento en plataforma social de resistencia , reconducida hacia la integración en el sistema como medio de encauzamiento del descontento social derivado de las contradicciones cada vez más patentes del capitalismo y cuya actividad ha quedado reducida a simples y testimoniales marchas de aniversario. Y mucho más evidente todavía es el ejemplo del vacío de poder provocado por la crisis de las banlieues en Francia, durante el otoño de 2005. En este caso, las posibilidades de un Partido Comunista para transformar (no sólo dirigir ) el movimiento de protesta social de los suburbios urbanos galos en formas de lucha armada de masas eran inimaginables.

Pero todas estas posibilidades –es preciso insistir en ello para que nadie se llame a engaño y se forme un cuadro irreal de esas situaciones hipotéticas– presuponen el Partido reconstituido y, en consecuencia, un contexto político previo también diferente, marcado principalmente por el hecho de que el papel del proletariado revolucionario sería mucho más activo –en tanto que la reconstitución del Partido implica el paso a la ofensiva política de la vanguardia proletaria– que la mera comparsa que realmente resultó ser y, por consiguiente, el cuadro político de las relaciones de clase sería distinto en todos lo ejemplos aludidos, hasta el punto, tal vez, de influir lo suficiente en las alineaciones de clase como para que el Estado no hubiera siquiera permitido llegar a semejantes situaciones ante una amenaza revolucionaria mucho más presente. Valgan, sin embargo, como ejemplo a los efectos de exponer los términos en que debe entenderse el verdadero trabajo de masas comunista.

Para influir decisivamente en esas situaciones de crisis política del capital, es preciso, también, que el Partido haya sido reconstituido desde bases correctas, es decir, no como simple círculo político de vanguardia, sino como organismo que ya ha fijado lazos con el movimiento social práctico de la clase obrera suficientes como para estrecharlos y extenderlos a una escala nueva en estos episodios críticos de estallido espontáneo de las masas, con el fin de vincularse con ellas al modo revolucionario y no para adaptarse a su movimiento, ni en sus formas ni en sus métodos, ni para dirigirlo y agregarlo a su radio de influencia en función de no se sabe qué programa reivindicativo o en función de no se sabe qué política reformista de presión sobre el Estado, sino para transformar la violencia espontánea de las masas en violencia revolucionaria en función de la Guerra Popular y de la creación de bases de apoyo de la revolución proletaria. Y que conste que estamos ante expresiones espontáneas de la crisis del sistema capitalista y que son las masas las que inconscientemente provocan las dislocaciones de su sistema político. ¿Qué ocurriría si un movimiento revolucionario, apoyado en un sector importante de la vanguardia proletaria y organizado como Partido Comunista, se dedicara a actuar de manera sistemática y planificada en todos y cada uno de los frentes que abren las contradicciones del capitalismo para provocar vacío del viejo poder y generar nuevo poder desplazando y liquidando la iniciativa y la influencia de las correas del transmisión del Estado (sindicatos, ONGs…), organizando a las masas desorganizadas –como lo eran realmente las que protagonizaron los episodios aludidos– en organizaciones revolucionarias integradas en la estrategia de Guerra Popular del Partido Comunista? Imaginarse la respuesta a este interrogante ayudará no sólo a comprender en lo concreto los elementos y los requisitos que precisa la estrategia revolucionaria, sino también a familiarizarse con el escenario político que ofrecerían las luchas de clases en el momento en que el Partido Comunista prepara el paso a o inicia la Guerra Popular. Igualmente, ayudará a atajar por anticipado la crítica de que el MAI no concede valor alguno a la iniciativa de las masas. Como se ve, no es así. Lo que ocurre es que somos consecuentes con los presupuestos de la estrategia de Guerra Popular, que exigen que la ideología y la vanguardia dirijan el proceso revolucionario e incorporen a las masas al mismo. Somos coherentes con el principio marxista-leninista de que el sujeto de transformación social ya no es el proletariado en general, sino el proletariado revolucionario. En 1914, el movimiento obrero internacional se dividió en dos alas. Lenin certificó este hecho en documentos como La bancarrota de la II Internacional o El socialismo y la guerra . Desde entonces, no es posible hablar del proletariado como clase social homogénea, como clase política monolítica. El culto al proletariado como clase explotada, sin mayores consideraciones, conduce al resistencialismo, a la postración ante el movimiento espontáneo de las masas y subordina la iniciativa de la vanguardia y del Partido Comunista a esa espontaneidad. Los resultados han sido siempre y serán catastróficos para la revolución. El punto de partida del proceso revolucionario es la forma superior de organización proletaria, el Partido Comunista, no sus formas inferiores. El Partido es exponente de la fusión alcanzada entre la vanguardia revolucionaria y el movimiento de masas, por eso es índice de madurez política de la clase que permite dar paso a la guerra civil. Entonces, la forma superior transforma, eleva e incorpora a las inferiores. El proceso se construye –no surge – desde lo más elevado, desde la forma superior, no desde abajo , desde las formas inferiores. Es falso que éstas se incorporan por sí mismas a la revolución o que sirven a la revolución en tanto que organizaciones de resistencia. La creatividad de las masas juega un enorme papel, pero no resuelve por sí misma la cuestión de a qué clase servirá su iniciativa espontánea. La Guerra Popular la hacen las masas, pero organizadas como masas revolucionarias por el Partido Comunista.