Algunas conclusiones

Dos son las conclusiones que inmediatamente se extraen de este planteamiento de la relación de la vanguardia con las masas para la construcción de la política revolucionaria. En primer lugar, que en las condiciones del imperialismo, en las condiciones de crisis general del modo de producción capitalista y con la revolución proletaria como tarea inmediata del orden del día, ya no es la crisis del capital la que provoca la lucha de clase del proletariado, sino que pasa a ser la lucha de clase del proletariado revolucionario (el Partido Comunista) la que provoca la crisis del capital (a través de la Guerra Popular, principalmente). Esto no es un simple juego de palabras, sino el resultado de un proceso que incluye sus propios desarrollos cualitativos. Así, si durante el capitalismo concurrencial, las crisis económicas provocaban la lucha política del proletariado –casi siempre dentro de los límites del reformismo– y eran el resorte de la actividad de la vanguardia, siendo este paradigma el que se mantuvo vigente durante todo el Ciclo de Octubre, en la fase ulterior del capitalismo maduro, la lucha revolucionaria del proletariado será la que provoque la crisis política del capital. La crisis económica del capitalismo es algo crónico y permanente, no puede ser la espoleta de la revolución, sino sólo su telón de fondo. Lo decisivo es la crisis política, y ésta debe ser inducida, provocada por la lucha consciente de la clase obrera. La historia ha demostrado que, cuando la vanguardia espera la maduración espontánea de la crisis interna del Estado capitalista, éste ya ha encontrado el modo de superarla. Desde estas consideraciones de fondo es desde donde se explica la causa última de la bifurcación de las dos líneas que pugnan dentro del movimiento obrero: la línea resistencialista, que espera la respuesta espontánea de las masas a los problemas que generan las contradicciones del sistema para hacer política, y que por sus mismas premisas no puede superar el marco de esas contradicciones (por lo que el pacto se presenta como único objetivo último posible), y la línea revolucionaria, desde la que la vanguardia hace política independientemente de la coyuntura dada, porque la actividad del proletariado revolucionario se ha convertido en el factor político principal de la lucha de clases, por encima de las crisis económicas de distinto tipo, la confrontación civil –que incluye el antagonismo económico entra capital y trabajo– o las contradicciones entre las clases poseedoras. La maduración del factor objetivo y del factor subjetivo para la revolución proletaria consiste precisamente en la posibilidad de su convergencia, desde la acción de éste, en un movimiento revolucionario (Partido Comunista) de construcción de lo nuevo y destrucción de lo viejo. Por último, este planteamiento de las cosas resulta fundamental porque es con este modo de abordar la relación entre crisis del sistema y destrucción del sistema como queda patente la ligazón indivisible que existe, en la línea política proletaria, entre Partido Comunista y Guerra Popular: es el Partido Comunista quien crea las condiciones para la crisis política del Estado capitalista y para la organización armada de las masas como solución de esa crisis a través de la Guerra Popular. Naturalmente, este planteamiento es del todo opuesto al del PCE(r), que no sólo desliga Partido y guerra, ubicándolos en parámetros de desarrollo discontinuos y no en un mismo parámetro de desarrollo político, como hace el PCP, sino que también desvincula el factor objetivo de la revolución, la crisis política del Estado, como variable independiente, separándola de la actividad del sujeto revolucionario. Para este partido, la crisis política se debe, por este orden, a las contradicciones internas del Estado fascista y a la resistencia espontánea de las masas, mientras que la acción revolucionaria se mantiene a la expectativa y opera en función de las otras. En definitiva, es en la estrecha ligazón existente entre Partido Comunista y Guerra Popular donde se sitúa el nudo gordiano que da unidad a todo el proceso revolucionario, mostrando la necesaria correlación y la continuidad de sus cuatro tareas estratégicas, la íntima concatenación existente entre las tareas teóricas e ideológicas de la revolución con las tareas prácticas de construcción revolucionaria.

Si se nos permite ahondar más en el análisis del alcance de las consecuencias de este planteamiento nuevo, diríamos que es desde el que adquiere verdadero sentido y completa coherencia el postulado maoísta de que la rebelión se justifica . Para el maoísmo, éste es principio ideológico motor de la revolución; pero, en nuestra opinión, los maoístas mismos apenas han llegado a alcanzar a comprender su profundo significado, precisamente porque siempre lo interpretan en el sentido de que la rebelión espontánea de las masas se justifica. Sin embargo, esta lectura implica acudir a una causa extrínseca al propio principio y refutar su condición intrínseca, es decir, que la rebelión tiene justificación en sí misma . En la interpretación más común, la rebelión es efecto de la opresión y la explotación de las masas. Causa y efecto establecen, aquí, ciertamente, una relación lógica de causalidad, pero externa: si hay explotación y opresión, entonces hay rebelión. En la práctica, naturalmente, esto funciona , pues esta lógica está en el orden del día de toda sociedad de clases. Pero en el plano teórico quiebra con tan sólo cambiar la premisa: si no hay explotación y opresión, entonces no se justifica la rebelión. La consecuencia teórica es que el principio revolucionario no es un principio absoluto, sino relativo, que sólo puede hallar justificación fuera de sí mismo. La consecuencia práctica es una concepción de la revolución como resultado de la resistencia y una concepción economicista de la conciencia revolucionaria, que se contempla como producto de la experiencia en la lucha de resistencia. Y de aquí a la idea sempiterna y siempre recurrente del revisionismo de que la revolución no es más que un agregado de reformas sólo hay un paso. Sin embargo, el marxismo no surgió como expresión de los intereses corporativos de una clase, ni su doctrina es reflejo teórico de su única experiencia como clase, sino que nació como síntesis de los logros alcanzados por el pensamiento humano y como expresión de los resultados de las luchas de todas las clases a lo largo de la historia; es decir, la revolución proletaria no viene justificada en el marxismo por la experiencia subjetiva del proletariado como clase, sino por su posición objetiva en el proceso social. Esto por una parte. Por otra, la vocación del marxismo como teoría consiste en construir una concepción del mundo revolucionaria, es decir, una visión que incluya a la revolución como fundamento de toda la realidad, como principio absoluto que lo mueve todo, principio que no necesita ser explicado por una causa, por otro principio anterior. La rebelión como reacción ante la opresión y la explotación es algo que comparte el proletariado como clase dominada con el resto de las clases oprimidas de todas las formaciones sociales. No confiere, por tanto, originalidad y especificidad alguna a la revolución proletaria. La rebelión espontánea como acto legítimo contra la tiranía es algo que tienen en común muchas clases a lo largo de la historia, y no siempre clases subalternas, precisamente. La doctrina del tiranicidio no sólo fue defendida por el milenarismo sectario de origen cristiano que animó las revueltas campesinas a lo largo de la Edad Media y de la Edad Moderna, sino que también fue difundida, entre los siglos XIII y XVI, por los ideólogos defensores de los intereses de los señores feudales para justificar la resistencia a la centralización absolutista de las monarquías (John Salisbury, en Inglaterra, y el jesuita Mariana, en Castilla, por ejemplo); igualmente, forma parte del democratismo pequeñoburgués de corte rousseauniano o del liberalismo burgués de los padres de la Constitución norteamericana. En cambio, el marxismo no es una simple doctrina contra tiranos , una doctrina de la rebelión más en apoyo de los oprimidos, sino una teoría de la revolución social que se fundamenta en el hecho irrefutable de que la realidad, la naturaleza y la sociedad se desenvuelven revolucionarizándose (tesis que da fundamento al materialismo dialéctico). Sin duda, numerosas formulaciones clásicas del marxismo, durante el pasado ciclo, se inspiraron en motivaciones externas al propio marxismo, que entraban en contradicción con su verdadera esencia y que permitieron su instrumentalización. El marxismo siempre ha sido utilizado por otras clases y por otras ideologías para legitimarse y ampliar su influencia social, desde la burguesía hasta la denominada teología de la liberación; pero la instrumentalización típica, tradicional y dominante del marxismo ha sido y es la del sindicalismo, la subversión del marxismo en función de la defensa de los intereses económicos inmediatos de la clase obrera y de su condición de clase asalariada. Tesis tales como que el marxismo es, únicamente, guía para la acción (y no toda una concepción del mundo), o que su cometido es servir al pueblo han desvirtuado y desvirtúan su verdadera dimensión, al situar a la teoría revolucionaria del proletariado en función de referentes extraños a ella. El marxismo no se elaboró para dar sentido a la práctica política de una determinada clase, ni para representar sus intereses como tal clase; el marxismo nació para transformar la práctica de esa clase y para poner en cuestión la conciencia inmediata de sus intereses como clase. De lo contrario, no podría ser una teoría de vanguardia: sería una teoría de retaguardia sancionadora del statu quo que se vería reducida a doctrina ética guiada por imperativos ajenos a sus propios postulados internos. La gran lección de la experiencia del PCP consiste precisamente en esto, en que demuestra que la acción de la vanguardia viene justificada por su misma posición de vanguardia del proceso social (y no por ser punta de lanza de las luchas de resistencia del proletariado) y que esa acción se inicia desde sus pasos iniciales como acción revolucionaria, que primero se apoya en la teoría para definir la línea política de la revolución y que después se apoya en las masas para construir movimiento revolucionario (Partido Comunista) y destruir las bases de la vieja sociedad revolucionándolas, creando Nuevo Poder. El movimiento no pasa de la resistencia a la revolución, es revolución siempre, desde el principio hasta el fin. La rebelión se justifica no en función de un ideal ético o utópico u otro principio instrumentalizador, sino como la única vía para la continuidad del progreso social, porque, en el estadio social alcanzado, es la única manera de que la materia continúe su desarrollo progresivo. La opresión y la explotación explican que haya revolucionarios, pero no que haya revolución. La razón de la revolución es la revolución. La explotación y la opresión pueden servir, y servirán, de base de apoyo a la revolución, pero no la justifican por sí mismas, no son razón suficiente de la revolución. En esto consiste la originalidad de la acción revolucionaria del proletariado como clase específica y esto es lo que la diferencia del resto de las clases subordinadas de la historia. Y la lección que nos ofrece, en este sentido, la experiencia del PCP, el modo como la vanguardia maoísta peruana ordena y utiliza los instrumentos políticos de la revolución y para la revolución, consiste en habernos mostrado un ejemplo de reencuentro coherente de acción política revolucionaria con las premisas revolucionarias del marxismo, y en haber iluminado el camino para su recuperación (reconstitución) como teoría revolucionaria de vanguardia con vocación totalizadora que en sí misma halla los motivos, las premisas y la posibilidad de incorporar los resultados de su actividad práctica. Los maoístas gustan decir que las masas hacen la historia , pero olvidan añadir –y sin esto ese lema no sería más que loa a la espontaneidad de las masas– que, en el punto del desarrollo social en que nos encontramos, momento en que el futuro sólo es posible como obra de construcción consciente, las masas sólo podrán seguir siendo protagonistas de la historia como masas revolucionarias.

Como el comunista típico de nuestros tiempos suele ser pragmático y poco capaz o poco dado a la teoría, esta digresión tal vez le pueda parecer fútil y la rechazará sin siquiera haber reflexionado sobre ella por filosófica o demasiado especulativa. Ejemplifiquemos, pues, las consecuencias prácticas de la tesis que acabamos de exponer. ¿Cómo se justifica la rebelión bajo la Dictadura del Proletariado, cómo se justifica la revolución cultural? Si en el socialismo no hay opresión ni explotación, ¿sobre qué se fundamenta la rebelión?, ¿cómo se explica la revolución dentro de la revolución ? Los maoístas responden que para prevenir la usurpación burguesa. Y es correcto. Pero este pensamiento supone romper con las premisas teóricas de las que se partía (pues una amenaza no es todavía un hecho) y obliga a una reflexión más profunda sobre sus implicaciones prácticas. En nuestra opinión, en cierto sentido, este problema no fue resuelto durante la Gran Revolución Cultural Proletaria china y produjo tensiones entre la teoría y la práctica del partido comunista que contribuyeron al fracaso final. La Unión Soviética, por su parte, es el mejor ejemplo de lo que ocurre en la práctica cuando ni siquiera se intuye el problema. A partir de los años 30, tras la derrota de la clase kulak y la victoria de la industrialización acelerada y de la colectivización, se extendió la idea de que se había superado la explotación del hombre por el hombre, la opresión de clase –aunque no todavía la existencia de clases–, de modo que el progreso social pasaba a depender del desarrollo de las fuerzas productivas, pues la lucha de clases había perdido el fundamento que le daba sentido. El proletariado, entonces, medía su nivel de conciencia revolucionaria por el grado de cumplimiento de los planes quinquenales. La emulación económica y, después, la emulación pacífica se convirtieron en los motores de la avenida del Comunismo. Y como los beneficios sociales del sistema económico pasaron a ser su única legitimación, la clase obrera se convirtió, poco a poco, en una clase acomodaticia y su conciencia fue rebajándose y retornando al nivel de conciencia sindicalista. Siguiendo la tesis del PCCh de que en el socialismo todavía existe división del trabajo y clases, bases del peligro de restauración, y que éste sólo se conjura con la revolución cultural, el PCP defiende la tesis correcta de que el paso del socialismo al Comunismo sólo es posible a través de sucesivas revoluciones culturales. Esto supuso la recuperación, por parte del proletariado internacional, del principio de la lucha de clases como principio motor del desarrollo social. Pero también supone que, entonces, la rebelión sólo se justifica desde la órbita de la conciencia, desde el imperativo revolucionario de proseguir el camino de la transformación social hasta el fin de las clases. La rebelión ya no es espontánea, sino consciente y parte del sujeto consciente, de la vanguardia revolucionaria, que bien puede tener carácter de masas. Los motivos materiales de la rebelión se someten cada vez más a la voluntad del sujeto consciente a medida que la revolución avanza. Ésta es progresiva y crecientemente obra consciente. La opresión y las demás lacras materiales de la sociedad de clases van dejando de ser base de apoyo de la revolución. El proletariado construirá el Comunismo no por necesidad ni porque exista una insoslayable ley del desarrollo social que le obligue a ello, sino porque libremente desee hacerlo. El ardid de la razón hegeliano ha sido derogado por el proletariado. El mecanismo de la historia que favorecía el progreso general a través de la búsqueda ciega del interés particular ha periclitado. La burguesía accedió al poder gracias a la revuelta campesina y el siervo, que buscaba la propiedad de la tierra, se encontró convertido, sin quererlo, en ciudadano libre desposeído, en proletario. Engels decía que con este tipo de artimañas avanza la sociedad. Pero el proletariado no tiene como aliados ni ignotas astucias de la historia ni supuestos destinos predeterminados. La clase obrera sólo puede sostener su proyecto liberador en su voluntad para ejecutar y culminar una obra de construcción consciente cuyo resultado no es aleatorio, sino predecible, la emancipación de la humanidad de la sociedad de clases y el paso a un estadio superior de civilización. Ninguna fuerza oculta procurará este desenlace desde el solo desarrollo de la lucha espontánea del proletariado como clase económica explotada por el capital. Igual que los comunistas chinos debieron completar el contenido de la tesis marxista de la Dictadura del Proletariado añadiendo que se trata de la dictadura omnímoda sobre la burguesía , es preciso matizar y concretar la tesis marxiana de que la lucha de clases desemboca en la Dictadura del Proletariado señalando que se trata de la lucha de clases revolucionaria del proletariado.

La segunda conclusión que nos ofrece el tratamiento por el PCP de la relación entre la vanguardia y las masas es también muy importante porque la experiencia de este partido demuestra que el proceso de construcción del Partido Comunista se divide en dos grandes etapas bien diferenciadas por su naturaleza y por sus tareas políticas, etapas que quedan delimitadas por el momento de la culminación de la reconstitución del Partido. La primera etapa es la prepartidaria, la etapa en que los comunistas pugnan por resolver los dos primeros problemas estratégicos, las tareas de hegemonía de la teoría revolucionaria entre la vanguardia y de organización en torno a la línea y al programa de la revolución. No basta con que los comunistas resuelvan por sí mismos esos problemas en la teoría, es preciso vincularse con los sectores activos y conscientes de la clase para ganarlos para la ideología y la línea revolucionarias. La línea de masas existe como instrumento de enlace con la lucha de clases, pero combatiendo la línea sindicalista de derecha que pretenderá que los comunistas dirijan la lucha de resistencia de las masas. La vinculación de los comunistas con la resistencia a través de su propaganda y de su línea de masas –que se plasmará a través de organismos generados– no persigue conquistar masas, sino a la vanguardia de esas masas, con el fin de organizar un incipiente movimiento revolucionario mínimamente articulado, aprovechando todas las posibilidades legales y semilegales (aunque salvaguardando siempre la clandestinidad del núcleo central), y de definir la línea y el programa de la revolución desde la lucha de dos líneas. Se trata de la fase de lucha de clases revolucionaria pacífica. Cuando el grado de influencia del comunismo entre la vanguardia sea lo suficientemente amplio y, a través de ésta, entre las masas, y cuando este desarrollo político esté lo suficientemente consolidado orgánicamente, se considerará reconstituido el Partido, lo cual supone, automáticamente, el paso a la siguiente fase, la etapa de guerra de clases, que se inicia con la Guerra Popular (tras el consabido periodo de preparación) y en la que la línea de masas adquiere carácter militar y va dirigida a lo hondo y profundo de las masas según el principio de pasar de masas desorganizadas a masas militarmente organizadas . Comprender esto es esencial. El PCP insiste en que es preciso distinguir la nata superficial que es la costra que sirve a la reacción, de las inmensas mayorías hondas y profundas; y es preciso, también, relacionar esto con la idea de que, en esta etapa, el objetivo son éstas últimas, que –y esto es fundamental– son masas desorganizadas. Sobre lo que nos alecciona la experiencia del PCP en este punto es en la necesidad de desenmascarar y romper con la falsa idea sindicalista, dominante entre nuestro movimiento actualmente, de que la lucha de resistencia es la plataforma sobre la que debe sostenerse el trabajo de masas del Partido Comunista. Esto es falso porque las organizaciones de resistencia más o menos consolidadas se constituyen o tienden a constituirse en correas de transmisión del Estado burgués, persiguiendo la influencia y el encuadramiento de masas para apuntalar el sistema. En el capitalismo actual, las verdaderas masas están desorganizadas. Así, si en la fase de reconstitución partidaria las plataformas de resistencia pueden servir como complemento en el estrechamiento de lazos del comunismo con los sectores avanzados del movimiento de masas (sin pretender conquistar sus organizaciones, insistimos, sólo a estos sectores), en la etapa subsiguiente, cuando el Partido reconstituido inicia la lucha por ganar a las amplias masas y por conquistar el poder, esas organizaciones pasan al campo de la reacción y el objetivo es destruirlas a través de la propaganda armada y de la organización armada de las masas que sufrían su influencia. En otras palabras, el Partido no construye movimiento revolucionario de masas desde el trabajo en las organizaciones reformistas reaccionarias, sino contra ellas.