Aplicaciones e implicaciones

Marx decía que la anatomía del hombre da la clave para conocer la anatomía del mono. Con ello, quería expresar el criterio científico de que las etapas de un proceso se comprenden mejor desde la perspectiva que da su evolución más alta, y que ésta es, muchas veces, la que crea las condiciones para ese conocimiento. No en vano él mismo desentrañó los secretos de las formas inferiores del valor (mercancía y dinero) desde el estudio de su forma más desarrollada, el capital. De la misma manera, la formulación más acabada de la línea política de la revolución proletaria, aplicada con retrospectiva a episodios y a debates pretéritos, pero vigentes, de la historia de la clase obrera, puede ayudarnos, sin menoscabo del análisis de las circunstancias concretas y singulares en las que se dieron, a enjuiciarlos y a valorarlos mejor, de un modo más objetivo, más cercano al punto de vista científico. Por ejemplo, la valoración de la línea seguida por el PCE y por la Internacional durante la guerra civil española de ganar la guerra y hacer después la revolución . Sin ánimo, por el momento, de reabrir este debate, importante, por otra parte, para el deslindamiento del campo de la revolución y para la definición de la línea proletaria en el Estado español, se puede apuntar que esa táctica de separar guerra y revolución, de extraer el problema de la revolución del escenario bélico de lucha de masas armadas, que condujo a la desactivación de la revolución desde la alianza del PCE con el viejo Estado, se alejó completamente de la línea proletaria, precisamente en función de esa táctica basada en la línea Partido–Frente que se desentendió de plantear la guerra civil como Guerra Popular, aceptando su conducción al estilo burgués, y de construir Nuevo Poder sobre la base de masas armadas. Todavía hay maoístas en el Estado español, seguidores confesos de la Guerra Popular en Perú, que defienden al partido de José Díaz subrayando la importancia de la fundación del 5º Regimiento y alabando la iniciativa de su creación como fuerza armada del partido. Curiosamente, estos mismos maoístas censuran al PCN(m) el haber cesado la Guerra Popular y el haber entregado las armas; pero olvidan o no quieren reconocer que el PCE hizo exactamente lo mismo en 1936 con su ejército: entregarlo a la burguesía. Se puede ser indulgente en un juicio sobre las decisiones adoptadas por el PCE de la época, cuyos dirigentes carecían de la perspectiva histórica que hoy tenemos. Toda valoración ponderada de esas decisiones debería incluir una explicación de las circunstancias que impidieron a la dirección de ese partido acertar con la política revolucionaria correcta, aún cuando, en un contexto parecido de guerra civil, otro partido contemporáneo, el PCCh, sí supo definirla y aplicarla. Pero no se puede ser indulgente con quienes todavía hoy, con la ventaja de la perspectiva que dan el tiempo y la experiencia posterior de la Revolución Proletaria Mundial, pretenden rescatar la política del PCE durante la guerra civil. Y menos aún tratándose de maoístas.

Una vez situado este comentario de aplicación, para la reflexión de quien corresponda, pasamos a un terreno que nos interesa mucho más a los efectos que persigue esta carta, el de las implicaciones de la línea general de la revolución proletaria, tal como aquí queda formulada. Nos limitaremos, en este punto, a implicaciones de concepto que entroncan con nuestro debate y que hunden sus raíces en la larga tradición de nuestro movimiento. En primer lugar, la categoría de resistencia , en general, y de resistencia revolucionaria , en particular. Hasta aquí, hemos definido nuestra posición acerca del papel de la resistencia de las masas. Nuestra crítica va enfilada contra la sobreestimación del mismo y, sobre todo, contra el hecho de que se haya convertido en el eje de la estrategia de la mayoría de las organizaciones de vanguardia. Resulta muy elocuente que tanto el ala oportunista-derechista como el ala izquierda de nuestro movimiento compartan indistintamente este punto de partida estratégico. Dice mucho sobre la desorientación y las deficiencias ideológicas y políticas que padece el comunismo contemporáneo. Para el MAI, el rol preponderante que se le asigna al factor espontáneo en la revolución, amén de ser síntoma del actual estado de debilidad de la vanguardia, pone de manifiesto que todavía ésta comparte en lo fundamental el viejo paradigma revolucionario heredado del Ciclo de Octubre, que ha sido retomado sin la menor crítica. Realmente, la mayoría de los comunistas sigue concibiendo los mecanismos y el proceder de la revolución proletaria a la manera clásica, a pesar de que la práctica ha demostrado que se trata de un modelo que ya está completamente agotado. Una de las aportaciones del PCP consiste, precisamente, en que propone una disposición de los instrumentos de la revolución y una relación entre ellos que permite vislumbrar, con el aval de más de una década de exitosa Guerra Popular, la articulación de un nuevo paradigma revolucionario. Así hemos tratado de demostrarlo exponiendo nuestra lectura de la experiencia del PCP. Lo cual no es óbice para añadir a continuación que se trata, como se ha dicho, de elementos embrionarios de lo nuevo. La reconstitución de la línea política comunista debe ser acompañada de una labor de reconstitución global del comunismo como teoría de vanguardia y como concepción del mundo clasista. De lo contrario, estos primeros logros políticos se truncarán porque carecerán del cuerpo ideológico sobre el que sostenerse y con el que deben ser coherentes. De hecho, el propio PCP se mueve todavía en gran parte con el bagaje de la vieja concepción de la revolución, donde el papel de lo espontáneo sigue siendo principal. Valga como muestra el documento publicado por el Movimiento Popular Perú (organismo generado por este partido para la política internacional) con motivo del Primero de Mayo de este año. Su título es por sí mismo suficientemente elocuente: El inmenso mar de masas oprimidas y desarmadas se levanta en el mundo para ser dirigido en guerra popular por un partido comunista marxista-leninista-maoísta . Como se ve, los maoístas peruanos todavía otorgan crédito a la equiparación, ya suficientemente contrastada como falsa, entre conciencia espontánea y conciencia revolucionaria de las masas, entre resistencia y revolución. La imagen de las masas “levantándose” espontáneamente, a la vez que autoconscientes de la necesidad del Partido y de la Guerra Popular, revela la convivencia en el discurso de los peruanos de lo viejo, todavía predominante, con lo nuevo, en embrión. Como se ha demostrado, la exageración de los elementos residuales del viejo paradigma en la política del que fue partido de vanguardia de la Revolución Proletaria Mundial en la década de los 80 por parte de quienes, al mismo tiempo, han hecho abstracción de lo nuevo que aportaba ese partido, ha conducido a desviaciones tanto de izquierda –PC (MLM)– como de derecha –(n)PCI– entre sus adeptos. Pero, ¿cuál es el lugar que, según su propia lógica interna, adjudica verdaderamente la línea del PCP a la resistencia de las masas, qué papel le otorga en la revolución?

Si repasamos el esquema de la estrategia del PCP, recordaremos que la resistencia de las masas se incorpora al proceso revolucionario con protagonismo sólo con el inicio de la Guerra Popular, como masas armadas. Es decir, la resistencia de las masas contribuye positivamente a la revolución una vez comenzada la fase militar de la misma, la Guerra Popular: la resistencia de las masas es revolucionaria, entonces, como resistencia militar, como columna vertebral de la defensiva estratégica. La relación de la vanguardia revolucionaria con la lucha de resistencia de las masas, por supuesto, no nace aquí, es anterior y se remonta a la etapa de reconstitución partidaria. Pero, aquí, tiene otro contenido, que no es plenamente revolucionario, en el sentido de que la lucha de masas esté ya encauzada en la línea de los objetivos inmediatos de la revolución. En esta fase, la resistencia espontánea es base de apoyo de la reconstitución del Partido Comunista. La resistencia de las masas, por tanto, no es inmediatamente revolucionaria, sino que se transforma en revolucionaria por mediación del Partido y se substancia como Guerra Popular. En consecuencia, se requiere el cumplimiento de dos condiciones para considerar la resistencia de masas como resistencia revolucionaria. Primero, que se inscriba en el contexto de la Guerra Popular, que se trate de una resistencia armada. Pero esto no es suficiente, porque, si no se aquilata bien el concepto de Guerra Popular, puede conducir a las desviaciones de corte militarista que ya hemos visto en los casos analizados del PC (MLM), el (n)PCI y –como veremos– del PCE(r). El caso de este último es especialmente indicativo, porque este partido justifica la expresión armada de la resistencia como una forma más del movimiento espontáneo y la incluye en el proceso revolucionario , aunque haya surgido –según su versión oficial– espontánea e independientemente del Partido. Por esta razón, sobre todo, hay que precisar que no vale cualquier tipo de resistencia armada: debe exigirse que la manifestación militar de la resistencia recaiga sobre las masas –y no sobre un sector de la vanguardia, como el que, en el caso español, se cubre bajo el paraguas de la política del PCE(r)– y, principalmente, que sea la base de la fase de defensa estratégica de la Guerra Popular, es decir, que sea incorporada al proceso de construcción del Partido y, por tanto, iniciada por él y vinculada a él. Únicamente cumpliendo estas condiciones puede hablarse, en puridad, de resistencia revolucionaria . Todo lo demás es terrorismo o insurreccionalismo, las expresiones de la deriva militarista que en numerosas ocasiones ha tomado cuerpo la resistencia espontánea de las masas de la mano de ciertas vanguardias . Deriva, por cierto, que no es más que la otra cara de la misma moneda del electoralismo en el que recae inevitablemente la traducción política legalista de esa misma resistencia de masas de la mano del sindicalismo predominante hoy entre los comunistas, pero igual de peligrosa. La Guerra Popular es el único método de incorporación activa y sustantiva de las masas a la revolución, frente al resistencialismo en sus distintas versiones, porque es el único método que comprende esa incorporación como acto consciente. La Guerra Popular es el Partido Comunista organizando y sumando masas a la revolución. Esto supone un trabajo político metódico y planificado y, sobre todo, presupone que las masas no se unen por sí mismas a la revolución, no se hacen revolucionarias desde su experiencia en la lucha de clases económica, sino desde los escenarios políticos que consigue abrir la vanguardia revolucionaria.

Es en relación con este asunto del peligro de la desviación militarista en la línea política comunista que queremos comentar una segunda implicación conceptual que se deduce del punto de vista correcto de la estrategia de la revolución proletaria. Nos referimos a la diferencia entre militarismo y militarización .

Anteriormente, cuando expusimos de manera resumida la trayectoria del PCP, explicamos el significado de la militarización. En síntesis, ésta suponía la reestructuración orgánica del Partido en clave militar, el desarrollo de la línea política como línea militar y ésta como el centro de la línea de masas. El hecho de que el PCP plantee la militarización del Partido únicamente a partir de un momento determinado del proceso indica ya que no todo él puede ser abordado en clave militar y que no todo él es Guerra Popular, como dicen el PC (MLM), el (n)PCI y el PCE(r) (la política frentista de este último legitima la apertura del frente militar desde el principio). Ésta es la primera y más general diferencia entre la necesaria militarización que contempla la línea proletaria y la línea militarista. La lógica de esta última, además, conduce al absurdo de identificar la resistencia económica de las masas –o su “rebelión”– con la defensiva estratégica militar. Si todo el proceso es Guerra Popular y su punto de partida es la resistencia de las masas, ésa es la única conclusión lógica, a todas luces ajena tanto a la verdadera dialéctica entre política y guerra, tal como la acabamos de mostrar, como a la cruda realidad de las luchas actuales , siquiera se las mire con un poquito de objetividad.

Otro elemento característico del militarismo consiste en que la militarización no está vinculada a la línea de masas, en que considera que no es la forma principal de conquista de las masas, sino que se aplica posteriormente, en el momento culminante del “encuentro armado entre las fuerzas revolucionarias y las fuerzas armadas de los reaccionarios”, en el momento de la guerra civil –(n)PCI– o en el momento de la insurrección –PCE(r)–. Desde este punto de vista, la militarización no es método de acumulación de fuerzas sobre la base de masas, sino que presupone esta acumulación de fuerzas como dada desde métodos pacíficos, desde la táctica de Frente Único. La militarización, pues, queda relegada a recurso técnico-logístico, quedando la línea militar separada de la línea política y concebida al estilo burgués.

Por último, el militarismo conduce a desvincular la guerra de la construcción del Nuevo Poder. Si la conquista de las masas puede realizarse por medios pacíficos, por la lucha de clases económica y en el plano político legal, no se precisa organizarlas en bases de apoyo armadas. A diferencia de la línea Partido–Guerra Popular , que unifica guerra, frente y construcción del nuevo poder en un único y mismo proceso, la línea Partido–Frente posterga el problema del Nuevo Poder y lo somete al resultado final del conflicto militar, en definitiva, lo desplaza hasta el momento de la derrota del Estado y lo identifica con la toma del viejo poder, sin atender a la construcción paulatina y previa del nuevo que le sustituya. Naturalmente, el inconveniente que sobrevendrá inmediatamente será el de cómo instalar el dominio político del proletariado, su dictadura, desde el viejo aparato del Estado. La única manera de resolver esta contradicción es la del reformismo, pacífico o armado, pero siempre en disposición a un pacto con el viejo poder (pacto que incluso puede ser cerrado post mortem , o sea, después de que el propio viejo Estado haya sido derrotado militarmente, si los revolucionarios en lugar de terminar de liquidarlo completamente por medio de revoluciones culturales se adaptan a él, como ocurrió en gran medida en la Unión Soviética). Por eso, la pulsión reformista en los partidos que aplican línea de Frente Único es tan grande y ha sido, hasta ahora, insuperable en la historia de nuestro movimiento. En cualquier caso, para la desviación militarista, el Nuevo Poder se instalará después del desenlace final de las hostilidades militares. Por lo tanto, la línea militar no sirve para la preparación, sino sólo para la culminación de la conquista del poder. En esto consiste el militarismo, que históricamente se ha manifestado como terrorismo, putschismo o insurreccionalismo.

Por otra parte, como para la concepción militarista de la revolución todo el proceso se enmarca en la Guerra Popular, sus adeptos se ven obligados a utilizar términos y nociones del campo militar, extraídos del bagaje conceptual de la teoría de la Guerra Popular de Mao, para aplicarlos indistintamente a la confrontación de clases, aunque ésta se desenvuelva de manera pacífica . Así, el (n)PCI afirma que la burguesía practica “guerra de exterminio no declarada” contra el pueblo en el periodo anterior a declararle abiertamente la guerra civil, y el PCE(r) habla de táctica de “cerco y aniquilamiento” del Estado contra el movimiento de resistencia antifascista . De la misma manera, el (n)PCI, instalado desde el principio en la dialéctica de la guerra, recurre a la consigna leninista de transformar la guerra imperialista en guerra civil para justificar su postergación del recurso a las armas hasta que se presente un escenario de guerra civil para decidirse a transformarla en guerra revolucionaria. Este reduccionismo conceptual es otra de las consecuencias de la visión militarista de la revolución, que sólo puede acarrear una falsa percepción de la lucha de clases, el error en el análisis de la situación, la confusión entre las masas y el propio debilitamiento político y organizativo. En el Estado español tenemos al campeón en el yerro a la hora de percibir la realidad política, consecuencia directa de esa visión militarista de la lucha de clases. Sobreestimando casi hasta el paroxismo la situación real del movimiento de masas, el PCE(r) lleva años construyendo y difundiendo, a través de su prensa y de sus documentos teóricos, la ficción –naturalmente, para consumo interno– de que el movimiento de resistencia desbarata continuamente los proyectos del gobierno de turno y tiene al Estado prácticamente en jaque permanente.

En resumen, la desviación militarista consiste, en general, en contemplar todo el proceso revolucionario como un único periodo de guerra de clases, sin distinguir una fase política dentro del mismo, sin diferenciar la etapa política de la etapa militar de la lucha de clases del proletariado; en particular, la desviación militarista consiste en que el aspecto militar es considerado como un recurso separado y autónomo del curso principal de movimiento, al que se apela como solución táctica en el último momento para decidir definitivamente el enfrentamiento de clase –(n)PCI–, o bien, al que se permite especializar como esfera particular de actividad de un sector del movimiento –PCE(r)–.