La Gran Revolución Cultural Proletaria


La segunda juventud de la revolución

En los inicios de la gran ola revolucionaria que iba a desatar el mayor movimiento de masas que ha visto la historia, conmocionando toda China entre 1966 y 1969 y cuyos incandescentes rescoldos no se apagarían definitivamente hasta 1976, Chiang Ching, en un discurso ante un entusiasmado auditorio de guardias rojos, en una sentencia que concentra muchas de las paradojas que iban a malograr la GRCP, declaraba:

“Vosotros sois la juventud revolucionaria, vosotros conocéis el pensamiento de Mao mejor que nadie. Sois la nueva generación revolucionaria. Nosotros no podemos dirigiros, porque esta situación no tiene precedentes. ¡Cread el mundo moderno! Nos falta esta experiencia y nosotros no podemos dirigiros. Pero os apoyaremos.”[93]

Contrariamente a lo que expresaba su esposa, para Mao la situación en la primavera de 1966 y en los años precedentes debía de tener un inconfundible aroma familiar. Efectivamente, aislado del aparato político del PCC y en minoría en sus órganos de dirección, se veía obligado a observar cómo se impulsaba una política que indudable e inevitablemente llevaba a China a repetir lo sucedido en la URSS, a la restauración del capitalismo. De nuevo, la misma dualidad, la misma distancia y el mismo enfrentamiento entre la línea revolucionaria y el aparato político que debía implementarla que en los años críticos de 1927-1931. Muchas cosas habían cambiado desde entonces, empezando por su indiscutible prestigio y autoridad personales, que reforzaban su posición y ensanchaban su campo de maniobra; pero también sus rivales de ahora eran más poderosos, sostenidos, no ya sobre el ascendente de su vinculación con unas instituciones revolucionarias radicadas en un lejano país extranjero, sino sobre un mastodóntico aparato organizativo que se insertaba sobre el cuerpo de la administración burocrática de todo un Estado y cuya capacidad para puentear administrativamente su prestigio personal estaba más que probada.[94]

En tales circunstancias el recuerdo de esos años clave, hacía más de tres décadas –en los que se hallan algunas de las principales semillas de la actual situación—, con toda probabilidad se tenía que hacer sentir en Mao. Y la cuestión es que, más allá de que obedeciera a un plan determinado sistemáticamente de antemano, o fuera la forma material que encontró la izquierda para abrirse paso en la correlación de fuerzas dada entre las dos líneas en el seno del PCC, la táctica que objetivamente Mao va a implementar también va a reproducir casi al detalle su línea de actuación de 1927-1931.

Al igual que en esos años, la línea revolucionaria se empieza a aglutinar, articular y cohesionar desde el debate abierto y la crítica de las desviaciones y del revisionismo. Si entre 1926-1930 fue la crítica al economicismo, ciego ante el campesinado, y al insurreccionalismo, ahora había sido la crítica al economicismo y al productivismo en la construcción socialista, aun con todas sus limitaciones, proyectada en la figura de la URSS. Hay que recordar que en ambos casos, la lucha ideológica apuntaba a la potenciación del elemento subjetivo y creativo en la revolución proletaria.

Más aun, al igual que entonces, la táctica de Mao, más allá de escarceos y escaramuzas, como el Pleno de Lushan, más que lanzar un ataque frontal contra el cuerpo político de la línea derechista, parece decantarse por una acción periférica de acumulación de fuerzas, que asegure y asiente su retaguardia estratégica. Y precisamente, al igual que a finales de los 1920, va a creer encontrar esa retaguardia, esas bases de apoyo, en el EPL y en el campo, con esas designaciones y esas campañas que hemos visto más arriba. De hecho, precisamente en el Pleno de Lushan de 1959, en una admonición que indica que Mao no dejaba de tener muy en cuenta la experiencia de los años de Revolución de Nueva Democracia, el líder chino llegaría a decir:

“Si aparecieran 700.000 artículos en la prensa, reflejando solamente las cosas malas, entonces ya no sería el proletariado sino el estado burgués (…). En un caso así me marcharía al campo y dirigiría a los campesinos con el fin de provocar la caída del gobierno actual. Si nuestro ejército popular de liberación no me siguiera, organizaría un ejército rojo, otro ejército de liberación. Pero creo que el ejército de liberación me seguiría.”[95]

Sólo entonces, aglutinado un sector del PCC, minoritario en los aparatos pero significativo, y sintiendo segura su retaguardia tras las campañas de rectificación en el campo y las nuevas dirección y política en el EPL, Mao y la izquierda del PCC apuntan a las ciudades, centros administrativos del Estado y bastiones de la derecha, que se asienta en ellos.

En esta dirección, con vistas al asalto definitivo, se empieza a avivar la Revolución Cultural. Señalando que este concepto puede encontrar bases históricas en el movimiento comunista previas a la revolución proletaria en China, especialmente en los últimos escritos de Lenin de los años 1922-1923, subrayaremos ahora el hondo calado de esta categoría en la tradición revolucionaria china. Ella no sólo es una constante en los escritos de Mao en su dirección de la Revolución de Nueva Democracia, sino que recordemos que para el revolucionario chino el paso a esta fase, la transformación de la vieja revolución burguesa en una de nuevo tipo dirigida por el proletariado, viene antecedida por una auténtica revolución cultural, cuya gran cristalización política será el Movimiento del 4 de Mayo, movimiento intelectual y urbano que es la matriz del movimiento comunista chino.[96] Por tanto, esta nueva alusión y promoción de la revolución cultural quizá sea mejor entendida si nos quitamos las anteojeras superestructurales y la comprendemos, no tanto como una acción dirigida al compartimento de la “cultura” en el sentido estrecho de la acepción[97] (no obstante, hay que reconocer que a ello contribuyen las ambigüedades inducidas por las propias limitaciones del balance chino de la experiencia soviética, que volveremos a encontrar más adelante), aunque ésa pueda ser su primera manifestación fenoménica, sino como un llamamiento profundo al desarrollo de un verdadero movimiento revolucionario urbano, a la promoción de una nueva generación de intelectuales de vanguardia que pueda participar en un combate político de calado estructural, como efectivamente sucedió. En cualquier caso, de nuevo, esta apelación de Mao y la izquierda del PCC a la Revolución Cultural es una nueva reminiscencia a la experiencia revolucionaria de 1920 y puede entenderse como la invocación de un nuevo salto cualitativo en la Revolución China.[98] Significativamente, el primer punto de ese auténtico programa de la GRCP que es la Decisión del CC del PCC sobre la Gran Revolución Cultural Proletaria, los famosos 16 Puntos del 8 de agosto de 1966, recoge, en perfecta congruencia con el marxismo, la reseñada experiencia revolucionaria de Mao en la constitución del PCC:

“Para derrocar a un régimen, es siempre necesario ante todo crear la opinión pública y trabajar en el terreno ideológico. Así proceden las clases revolucionarias y así también lo hacen las clases contrarrevolucionarias. La práctica ha demostrado como totalmente correcta esta tesis del camarada Mao Tse-tung.”[99]

El llamamiento, efectivamente, es un éxito, y para la primavera de 1966 las universidades chinas son un hervidero de agitación, encabezada por una nueva generación de juventud intelectual de vanguardia, amamantada al calor de los años de polémica pública contra el revisionismo soviético, en la que encuentra un horizonte a sus propias inquietudes y perspectivas, y movilizada por la lucha cultural que se viene intensificando en los últimos meses (oficialmente, se dató el inicio de la GRCP con la publicación en noviembre de 1965 del artículo de Yao Wen-yuan sobre la obra La destitución de Hai Rui, velada alusión a la lucha de líneas en el PCC que el futuro miembro de los cuatro desvela), que también incluye el proyecto para una radical transformación del sistema de enseñanza. Es importante añadir que durante la primavera de 1966, con motivo del 95º aniversario de la Comuna de París, la izquierda lanza una serie de artículos que repasan este acontecimiento cardinal de la historia de la RPM y que van a espolear a estos sectores intelectuales de vanguardia.[100]

En la movilización de este sector social va a jugar un papel clave otro elemento, cuyo rastro también conduce a los orígenes de la experiencia revolucionaria china y a esa dualidad fundamental. Efectivamente, Mao, bloqueado por el aparato oficial del Partido (significativamente, los textos de la izquierda que animan el combate cultural no encuentran publicación en los órganos centrales de Pekín, núcleo de la administración del país, sino que deben ser publicados en los diarios locales de ese bastión de la izquierda que es Shanghái), ha de recurrir a todo su prestigio personal para impulsar el movimiento revolucionario. Ahí, en la continuidad de esa dualidad que marca al PCC desde su misma constitución está, como advertíamos, la base objetiva, en relación con el desarrollo político de la lucha de clases y la experiencia histórica de la Revolución China y más allá de los defectos de carácter e impulsos subjetivos de cada personaje, de la desviación que conduce a la teoría de la Jefatura, y que se expresa en ese culto a la personalidad reconocido por Mao. De nuevo, la melodía de la GRCP resuena familiar en relación con la experiencia previa de la Revolución China, pero ahora el prestigio personal de Mao es inconmensurablemente mayor que el que podía tener en 1927, hasta el punto de que puede convertirse en un arma política objetiva. Precisamente, Mao, en una conversación con Edgar Snow, justifica ese culto como recurso de movilización política de masas ante la debilidad de sus posiciones en el aparato político del PCC:

“En la época de nuestro coloquio de 1965, continuó diciendo Mao, una buena parte del poder –sobre la maquinaria propagandística de los comités del partido locales y de las provincias, y especialmente dentro del Comité del Partido de la Municipalidad de Pekín— había quedado fuera de su control. Por eso había declarado que era necesario más culto a la personalidad, con el objeto de estimular a las masas para que desmantelaran la burocracia anti-Mao del partido.”[101]

Probablemente quepa encontrar más bases objetivas para este culto en la milenaria historia de China[102], pero la cuestión a destacar es que la base histórica de la teoría de la Jefatura, en tanto ella encuentra sus raíces en la experiencia de la Revolución China, se apoya precisamente sobre un recurso táctico para superar las posiciones de debilidad de la izquierda en un determinado momento; recurso que, a su vez, se sustenta sobre distorsiones, históricamente determinadas, en la forma de constitución del PCC. De nuevo, tenemos aquí un ejemplo prístino de eso que la LR ha subrayado respecto a la evolución del marxismo durante el Ciclo de Octubre: cómo los expedientes tácticos de coyuntura se han solidificado, se han ido agregando al corpus teórico de la doctrina revolucionaria sin posterior evaluación crítica y depuración, contribuyendo decisivamente a su anquilosamiento y desgaste.

Aun con todo, el recurso tiene éxito y la movilización estudiantil se intensifica. Con el fin de canalizar este movimiento al alza funcionaba ya el denominado Grupo de los cinco, responsable de la organización de la Revolución Cultural en los establecimientos educativos. Encabezado por el alcalde de Pekín, Peng Cheng, que era un destacado apoyo de la línea de Liu Shao-chi, su intento de encuadrar el movimiento en los marcos del debate académico y evitar el contagio a otros dominios de la organización social y política generará fricciones y resistencias entre la base de masas ya movilizada en las universidades. Esta reacción sirve de apoyo a la Circular del CC del PCC del 16 de mayo de 1966, que lanza una durísima crítica sobre Peng Cheng y, a su vez, sirve de espaldarazo al movimiento estudiantil. El dazibao del 25 de mayo de 1966 de la joven profesora de filosofía Nieh Yuan-tsu, criticando a las autoridades académicas y la forma en que el aparato del PCC está gestionado la Revolución Cultural, calificado por Mao como “primer dazibao marxista-leninista del país” y “manifiesto de la Comuna de Pekín, Comuna de París para los años sesenta del siglo XX[103], acelera los acontecimientos. El aparato del PCC, encabezado por Liu Shao-chi, maniobra, sacrificando a Peng Cheng, que es destituido, y tratando de reconducir el movimiento de la Revolución Cultural mediante el envío de grupos de trabajo del Partido a las universidades para organizar sesiones de crítica y autocrítica en el estilo de la tradición del PCC, sobre la base del principio unidad-crítica-unidad. Pero su carácter rutinario y administrativo, así como el intento reiterado de sus dirigentes de mantener el debate seccionado y aprisionado racionalmente en los límites de la esfera educativa y académica, será sentido por los estudiantes como la aplicación de un auténtico terror blanco, percepción que será sostenida y apoyada por Mao. En efecto, los viejos métodos del Partido, ya no sólo no son suficientes para mantener una conexión de masas, sino que, superados por el grado de desarrollo de las contradicciones sociales alcanzado en China y osificados, solidificados, por su imbricación con un aparato administrativo estatal separado de las masas, se muestran como su contrario respecto a lo que podían ser en la anterior fase de revolución democrática, como reaccionarios y coercitivos. [104]

Estos choques y fricciones en la dirección del PCC en los inicios de la GRCP son una espléndida muestra de la táctica de guerrilla política que Mao reedita[105], apoyándose en la experiencia de la guerra revolucionaria y su gestión de la situación de dualidad en el Partido en el referido momento de su constitución material. Así, Mao permite que un destacado representante de la línea de derecha, Peng Cheng, asuma el control momentáneo del movimiento que la izquierda está impulsando, lo que previsiblemente generará fricciones con unas masas en efervescencia que serán, en su momento, aprovechadas para aislarlo y señalarlo. Este golpe sobre un representante importante de la derecha, pero no de primer nivel, reduce la plataforma de los que se encuentran en ese escalafón superior, empezando por su cabeza, Liu Shao-chi, que se ven obligados a intervenir para minimizar los daños. De este modo, Mao empieza enfrentando a sus adversarios tomándolos aisladamente, lo que les debilita a la vez que acumula una fuerza de masas para la izquierda. En efecto, la intervención de Liu Shao-chi y la respuesta estudiantil marcan el punto de no retorno de la GRCP. Durante los “50 días” de control de las universidades por los grupos de trabajo de Liu, la resistencia estudiantil se eleva un grado y alcanza el estadio de la auto-organización: aparecen los primeros grupos de guardias rojos que, efectivamente, no son una creación directa, ejecutivo-organizativa, de la izquierda ni de Mao, sino que surgen autónomamente y en contra del aparato político-organizativo del PCC[106], fundamentalmente en manos de la derecha. En cualquier caso, conviene subrayar que esta táctica de guerrilla política, por hábil que resultara, no dejaba de ser una expresión de la permanente debilidad del ala izquierda del PCC, que sólo el ascenso del movimiento de masas a que esta ala había coadyuvado pudo mitigar temporalmente.

El siguiente movimiento de Mao es decisivo y coloca, a pesar de todo, a Liu, es decir, a las altas esferas del aparato del PCC, en la picota. Efectivamente, el 5 de agosto de 1966, Mao respalda a los estudiantes y lanza su famoso dazibao: “Bombardead el cuartel general”. La crisis política queda destapada en toda su crudeza y el movimiento de la GRCP toma un decidido impulso ascendente que durará hasta principios del siguiente año. La izquierda del PCC reorganiza los organismos dirigentes de la GRCP, que quedan copados por sus miembros. Desde el verano de 1966, las organizaciones de la Guardia Roja, compuestas de estudiantes de la universidad y la enseñanza media, hasta alcanzar los 13 millones de miembros, convulsionan China, desplazándose de un rincón al otro del vasto país. Las congregaciones y manifestaciones se suceden en las ciudades, y en el otoño empiezan a alcanzar las fábricas, relativamente poco afectadas por la Revolución Cultural hasta el momento. Es decir, como durante el Movimiento del 4 de Mayo, son los destacamentos de la juventud intelectual de vanguardia los que conectan con los establecimientos industriales y sirven de mediadores de la llama revolucionaria hacia ellos. Allí, los obreros empiezan a organizar grupos de rebeldes para impulsar la GRCP.

La llegada de la GRCP al corazón de la producción industrial va a aumentar la inquietud en el PCC, no sólo entre la derecha, opuesta desde el principio al movimiento y que, ante la fuerza de la marea, se arrastra a su zaga tratando de obstaculizarlo, sino también entre la izquierda que lo ha alentado. Efectivamente, ese programa de la GRCP que son los 16 Puntos establece la plena compatibilidad entre el desarrollo de la Revolución Cultural y el mantenimiento de la producción: “empeñarse en la revolución y promover la producción” será una letanía cada vez más machacona, que contribuyó objetivamente a debilitar a la línea de izquierda y que no abandonará a la GRCP hasta su mismo final.[107]

Efectivamente, desde el principio, la línea de izquierda del PCC se ha mostrado prudente y ha tratado de dar unas formas y metodologías al movimiento para evitar, no sólo un choque frontal con las poderosas posiciones de la derecha, sino también la tentación anárquica del propio movimiento de masas. De este modo, por ejemplo, el apartado 11 de los 16 Puntos establece formas específicas muy regladas para elaborar las críticas. Nos encontramos, de nuevo, ante ese estilo formalista de la “línea de masas, que, como recordamos, viene de la época de la campaña de rectificación en Yenán, muy centrado en las actitudes y gestos procedimentales. Ello, como vemos, es patrimonio de ambas líneas en el PCC, con la diferencia de que la izquierda trata de usarla en un sentido positivo para con el movimiento, mientras que la derecha la hace con un ánimo marcadamente restrictivo. La cuestión es que, como todo revestimiento formal, está vacío sin un contenido que articular. La abstracción respecto a éste, respecto a toda forma concreta de la lucha de clases y a toda línea política en un momento específico, es precisamente una de las debilidades de la “línea de masas” maoísta, forjada en otro estadio histórico de esta lucha de clases en China, un elemento de su solidificación, de su fetichización, que la empuja, no en el sentido de articular revolucionariamente el nuevo movimiento de masas, sino justamente en el de lastrarlo. En este sentido, de reglamentación y canalización del movimiento, va la restricción de los posibles adversarios que, en el punto 5 de los 16, sitúa sólo en un 5% de malos elementos, llamando a la unión del 95% de masas y cuadros “buenos, relativamente buenos y errados pero no derechistas“(punto 8).[108] De nuevo, estamos ante la aplicación mecánica de las concepciones forjadas en el curso de la Revolución de Nueva Democracia, esta vez de la experiencia de Mao en el campo y su análisis de la composición y magnitudes de las diversas clases y fracciones de clase en el mismo; así como también de la voluntarista proyección de la experiencia de aislamiento progresivo de la reacción que agrietó la base social del KMT con la atracción al campo democrático del grueso de la burguesía nacional. Cabe señalar que ello sustentó una de las más señaladas carencias de la GRCP: la falta de un análisis sistemático de la estructura de clases en la China del momento, que hubiera sido parecido al que el propio Mao elaboró en 1926. Aunque se avanza bastante en la definición de las fuentes y raíces materiales que en la estructura de la sociedad de transición propician el desarrollo de una nueva burguesía[109], no se acabó de definir su verdadero peso en relación con el conjunto de la estructura de clases y los alineamientos que ello determinaba.[110]

No obstante, a pesar de las prevenciones y precauciones de la propia izquierda del PCC, el movimiento continúa intensificándose, desbordando los marcos formales que se han ideado para él, en una espiral de acción-reacción con las autoridades administrativas oficiales que amenaza con el estallido de un enfrentamiento violento generalizado. La derecha adopta la táctica de enfrentar masas contra masas y crea sus propias agrupaciones de “guardias rojos” y “rebeldes obreros”[111], que exitosamente inducen la confusión, aumentan las provocaciones y acentúan la tendencia a la violenta desintegración caótica del movimiento, que, junto a la creciente oleada de asaltos a edificios administrativos, comisarías e incluso cuarteles, amenaza con lo propio al mismo Estado. Aun así, la línea ascendente no es detenida y a principios de 1967 se produce el momento decisivo de la GRCP: la tormenta revolucionaria de enero, que culmina a principios de febrero con la proclamación de la Comuna de Shanghái.

La cuestión de la Comuna

Como ya hemos señalado, la imagen de la Comuna de París había espoleado la imaginación de la juventud intelectual de vanguardia y le había dotado de un horizonte político total que apuntaba a una transformación radical del Estado chino; de hecho a la demolición del armazón burocrático que se había ido formando y solidificando en las casi dos décadas precedentes y su sustitución por un Estado de dictadura de las masas. La situación de un movimiento de masas enfrentado a ese armazón y las destituciones masivas[112], muchas veces violentas, de cuadros y responsables del mismo por este movimiento, generaban una condición política básica para tal operación. De hecho, éste era uno de los artículos clave de los 16 Puntos:

“(…) los grupos, comités y congresos de la Revolución cultural no deben ser organizaciones provisionales, sino organizaciones de masas permanentes y duraderas. Son adecuadas no sólo para las escuelas y las instituciones, sino en lo fundamental también para las fábricas, minas y otras empresas, para los barrios y aldeas. Es necesario practicar un sistema de elecciones generales, semejante al de la Comuna de París (…). Las listas de candidatos deberían ser presentadas por las masas revolucionarias luego de plenas discusiones, y las elecciones celebradas después que las masas hayan discutido las listas una y otra vez. Las masas pueden criticar en cualquier momento a los miembros de los grupos y comités de la Revolución cultural y a los delegados electos (…) [estos miembros y delegados] pueden ser sustituidos mediante elecciones o destituidos por las masas después de discutirlo.”[113]

Desgraciadamente, la vida de la Comuna de Shanghái –también se llega a proclamar la Comuna en Pekín y en Taiyuan— apenas será de unas semanas, menos que la de su inspiradora parisina. En el momento decisivo, Mao y la izquierda del PCC retroceden, apostando por una solución de compromiso: los comités revolucionarios o de triple alianza.

Desde enero, en medio de la tormenta, la izquierda del PCC, encabezada por Mao, empieza a aceptar medidas encaminadas al mantenimiento del orden. Entre otras, la más importante es la aprobación de la intervención del EPL, oficialmente con la consigna de “apoyar a la izquierda”, pero que, en la práctica, va a actuar de árbitro por encima de las masas entre las facciones enfrentadas de las mismas, a la par que garantizará el mantenimiento de un básico esqueleto de aparato estatal administrativo, prácticamente desmantelado junto al del Partido. Este arbitraje externo, por cierto, es una muestra de cómo el EPL había perdido objetivamente, a pesar de las reformas de Lin Piao, su imbricación con las masas desde 1949.

En este sentido, desde finales de ese mismo enero, antes incluso de la proclamación de la Comuna de Shanghái, se empiezan a impulsar congresos de gran alianza para promover la organización de estos comités revolucionarios, cuya paulatina y problemática constitución, en medio de la resistencia de los sectores más de izquierda de las masas, se prolongará hasta finales de 1968. Estos comités se deben componer en un tercio por cuadros sanos del PCC, un tercio para representantes del EPL y un tercio para los de las organizaciones de masas surgidas en la GRCP. En la práctica, con el aparato del PCC prácticamente desmantelado y la carencia de cohesión de unas inexpertas organizaciones de masas recién desnortadas tras la abrupta pérdida de su horizonte político, la primacía y dirección de los mismos corresponderá al EPL, enormemente más articulado y cohesionado y que ha sido mantenido alejado de las conmociones revolucionarias (apartado 15 de los 16 Puntos), aun a pesar de ciertos incidentes internos y señales de división. De nuevo, el recuerdo de esa composición triple del poder en las bases de apoyo durante la revolución democrática no puede por menos que evocarse.

Los comités revolucionarios representaban objetivamente una conciliación con las capas sociales aupadas precisamente sobre el mantenimiento de los aparatos de Estado, separados y por encima de las masas, así como con las relaciones y clases sociales que ellos reproducen a la par que expresan, propiciadas por la división social del trabajo. Ello, algo más justificable en la fase de Nueva Democracia, es un verdadero lastre para el socialismo en tanto transición al Comunismo. Aunque esta división del trabajo no puede por supuesto ser suprimida inmediatamente, la estructura de la Comuna, fundada sobre un poder totalizador unificado, que reduce al mínimo la división de poderes y se sustenta sobre organizaciones de masas de base, armadas y dotadas de plenos poderes de fiscalización y control de los escalones superiores (mandato imperativo y revocación), es la que mejor asegura una constante presión política en pos de la erradicación de esa división social del trabajo. En cambio, esa estructura triple, asentada sobre organismos corporativos, potencia precisamente los intersticios que son, justamente, los vectores adecuados de reproducción política del juego mercantil y de la división social del trabajo. Además de las carencias ideológicas sobre las que volveremos, relacionadas con los límites generales del paradigma de Octubre, pero también con las limitaciones del balance hecho sobre la experiencia soviética y, especialmente, como vemos, con el peso en la izquierda del PCC de la experiencia de la revolución en su fase de Nueva Democracia, el principal condicionante político que fuerza a este acto de compromiso, es, sin duda, la debilidad de la posición de la izquierda, que, junto a la agudeza de las contradicciones de clase existentes, va siendo progresivamente reafirmada en el curso de la lucha. Efectivamente, y es clave, parece ser que las señales de división en el seno del EPL no apuntaban precisamente en la dirección de favorecer a la izquierda[114], algo que sería confirmado poco después, durante el verano de 1967, en los auténticos combates militares a gran escala que tendrán lugar en Cantón y, sobre todo, en Wuhan, donde el EPL, a pesar de las consignas oficiales, se posicionará frente a esta izquierda. El luctuoso sello definitivo de esta orientación objetiva se dará en 1976.

Así pues, la consumación del cambio radical programado, de la revolución promovida, parecía implicar necesariamente, dadas las condiciones en que se había llegado al escenario de mediados de los 1960 y las correlaciones de fuerzas que determinaban –ese predominio del viento del Oeste que hemos reseñado—, el estallido de una guerra civil revolucionaria. Algo por otra parte, ya establecido por el mismo Mao:

Una gran revolución no puede prescindir de una guerra civil. Es una ley. Si solamente se ve el lado negativo de la guerra y no el lado positivo se tiene solamente una perspectiva parcial del problema. Y hablar solamente del carácter destructivo de la guerra es perjudicial para la revolución popular.”[115]

Si la GRCP era realmente una Gran Revolución, como lo fue en la riqueza de su concreción histórica, aunque precisamente fuera una revolución finalmente derrotada, tal vez explorar ese “lado positivo” de la guerra hubiera sido la única manera de dar un postrer impulso a una experiencia de construcción socialista general, la del Ciclo, que daba muestras de estar en su ocaso, ganando quizá una valiosa experiencia extra para encarar el nuevo Ciclo de la RPM. En todo caso, los condicionantes y el bagaje objetivo que portaba la vanguardia, como vamos viendo, la impulsaban en la dirección contraria. A pesar de ello, en última instancia faltó el acto de voluntad subjetiva imprescindible en toda acción revolucionaria, ese universal atreverse: éste es, tal vez, el mayor reproche que se le puede hacer a un revolucionario como Mao. Y es que como decían los mejores discípulos del dirigente chino, los revolucionarios peruanos:

“Resaltemos cómo hemos comenzado de la ‘nada’, porque así nos enseñó el Presidente Mao; teniendo Partido con línea justa y correcta el problema era comenzar, pues no es problema de cuántos son sino de si quieres iniciar o no.” [116]

Entonces, con seguridad, la clave sea si para mediados de los 1960 existía en China esa premisa política objetiva del querer, del atreverse: el Partido revolucionario, o si su ausencia era la fuente objetiva de la debilidad de la izquierda agrupada en torno a Mao. Volveremos sobre esta problemática absolutamente clave, a nuestro juicio desatendida por las valoraciones más o menos constructivas e interesantes que el MCI ha realizado de la GRCP, especialmente la que dentro del Ciclo de Octubre fue su ala más avanzada, el maoísmo. Al respecto, no abundaremos en las inconsistencias de la posición que en general adopta esta corriente política al juzgar la disyuntiva que en 1967 se planteó entre la vía de la Comuna y la de los comités revolucionarios, habitualmente soslayada, cuando no se cae en la insostenible equiparación de los segundos con la primera.[117]

Sin embargo, en torno a esta cuestión sí que nos gustaría realizar una apreciación respecto a las posiciones de los camaradas del CCT, adscrito a la LR, cuando abordan esta problemática en el recorrido por la Revolución China que realizan en su trabajo Elementos en torno a la construcción del comunismo durante el Ciclo de Octubre.[118] En su último epígrafe del capítulo dedicado a la Revolución China, sin duda el mejor de todo ese apartado, titulado ¿Errores de aplicación o “errores” de base en la conducción de la GRCP?, los camaradas del CCT realizan una en general consecuente crítica de la opción adoptada en favor de los comités revolucionarios y sus implicaciones, introduciendo y enunciando además, muy meritoriamente, la problemática de la reconstitución del Partido Comunista como tarea necesaria de la GRCP. No obstante, en un epígrafe anterior, Revolución Cultural: elementos centrales, los propios camaradas socavan la congruencia de su crítica posterior cuando, tras indicar que, efectivamente, la opción de los comités era la más conservadora para con el conjunto de relaciones sociales existente y para la “apropiación del aparato estatal por las masas”, plantean a continuación:

“(…) no es menos cierto que los propios comités revolucionarios, aun constituyendo un claro retroceso respecto del objetivo primigenio de la forma comunal de organización, suponían un cierto avance respecto de la situación precedente en la relación entre masas y Estado. En ellos estaban representadas las organizaciones de masas proletarias y populares, siendo éstas incorporadas directamente a la gestión del poder político, y por lo tanto, minando de modo fragmentario, aunque no resolviendo, la contradicción existente entre la sociedad y las estructuras estatales.”

Mencionando sólo de pasada el oxímoron de que una forma de Estado solucione la contradicción sociedad-Estado, algo sólo resoluble por la abolición del segundo desde la elevación cualitativa de la primera, esto es, en la sociedad comunista, únicamente concebible a nivel mundial; la cuestión es precisamente que ese “minado fragmentario” no es otra cosa que la reproducción política del problema de la división social del trabajo, la sanción en la estructura política del sistema de producción privada e independiente que se mantiene en la esfera de las relaciones de producción reales, no jurídicas. Con ello los camaradas hacen añicos de un plumazo la consistencia de su reiterada crítica a los bolcheviques respecto a su “concepción reformista del socialismo”, pues precisamente este “cierto avance” no es otra cosa que una reforma; una reforma que demuestra además la verdad de que, sin horizonte revolucionario, ésta sólo coadyuva a la reproducción del problema. Y precisamente el horizonte revolucionario, la Comuna en este caso, se arrumba del marco de posibilidades políticas efectivas desde el momento en que se opta por los comités revolucionarios. Así, éstos sólo pueden considerarse un “avance” desde una concepción gradualista y empirista del proceso social, desde una consideración de las masas como elemento dado, estático e impersonal, que no tiene en cuenta la transformación subjetiva de las mismas, el proceso de su elevación consciente, de su revolucionarización –precisamente el problema del Partido Comunista, que, como decimos, los camaradas del CCT enuncian más adelante, pero que no desarrollan—; elevación y revolucionarización que sufre un duro quebranto desde el momento en que la disyuntiva política planteada efectivamente por la lucha, el estadio concreto que ésta ha alcanzado, no se establece entre la “situación precedente” y la reforma –ese “minado fragmentario”—, sino entre ésta y la revolución. Ejemplos en la historia de la RPM, empezando por el propio Estado español, sobran respecto a la desmoralización que este tipo de “avances” produce en la clase revolucionaria y, precisamente, la GRCP suministra uno más, con la facilidad con la que el movimiento de masas fue eliminado como variable política a tener en cuenta a medida que los comités revolucionarios fueron asentándose.

Emplazando a los camaradas a la reflexión sobre la lógica que ha guiado tal aseveración y la contradicción que genera con otras partes más meritorias de su trabajo, debemos hacer un último apunte sobre la inconsecuencia de Mao en el problema de la Comuna respecto a las concepciones y planteamientos de auténtica vanguardia que él mismo había enunciado en fases anteriores de la Revolución China. En una conversación con Chang Chun-chiao en los días en que aún estaba en vigor la Comuna de Shanghái, Mao enumera los argumentos que le llevan a recelar de la misma. Además de reducirla a una cuestión formal de nominación y contraponerla al Partido –argumentos ambos difícilmente sostenibles desde el punto de vista marxista—, Mao plantea los problemas de reconocimiento internacional de China que esta transformación de la forma estatal podría acarrear y la soledad, que parece apuntar al carácter excesivamente destacado, de avanzada, de la Comuna, tal vez apropiado para una urbe proletaria como Shanghái, pero no respecto a la estructura social predominante en el país como conjunto, aún mayoritariamente rural y campesina:

“La ventaja de este método sería que podríamos conservar el entusiasmo de la población, pues todos quieren esta comuna. La desventaja estriba en que sería la única en todo el país. ¿No estaríais, en este caso, demasiado solitarios?”[119]

Además de reconocer el apoyo popular que esta meta tiene y, por tanto, redundar en lo que señalábamos respecto al irreparable daño que su arrumbamiento tiene para el desarrollo subjetivo del movimiento de masas, los dos argumentos señalados al final, el del reconocimiento internacional y el de su carácter solitario, excesivamente de vanguardia, tienen en el fondo el común denominador del marcado carácter nacional que se imprimió en el movimiento comunista chino por las características objetivas del desarrollo de la revolución. Por un lado, apunta a los problemas de aislamiento internacional que podrían agravarse para una China, no lo olvidemos, amenazada no sólo por el cerco yanqui –que además de las bases en Corea del Sur, Japón y Taiwán, despliega entonces medio millón de soldados en Vietnam—, sino también, y quizá más peligroso en ese momento, por el social-imperialismo soviético, con el que, en 1969, llegarían a darse auténticos enfrentamientos militares en las fronteras del norte. Por el otro, ese carácter “solitario” podría agravar los desequilibrios en la articulación de un país que no llevaba ni dos décadas reunificado (excluyendo aún a Formosa).

Brevemente, respecto al primero de estos argumentos, cabe recordar la famosa sentencia maoísta sobre el carácter de papel de los tigres imperialistas y la potencialidad de la Guerra Popular para afrontar esa amenaza. En cuanto al segundo, prestemos atención a lo que el propio Mao decía en 1942:

“La Gran Retaguardia también cambia, y los lectores de allá no necesitan que los autores de las bases de apoyo revolucionarias les cuenten las historias aburridas de siempre; esperan que les hablen de los nuevos hombres y del nuevo mundo. Por lo tanto, cuanto más una obra esté escrita para las masas de las bases de apoyo revolucionarias, tanto mayor será su importancia nacional. (…) China marcha hacia adelante, no hacia atrás, y son las bases de apoyo revolucionarias, y no cualquier región atrasada, retrógrada, las que dirigen su avance.”[120]

Aclarando que en la terminología de la Guerra anti-japonesa, “Gran Retaguardia” se refería a la mayoría del país no ocupado por los japoneses y controlado por el KMT, mientras que la “Pequeña Retaguardia” eran las bases de apoyo dirigidas por el PCC tras las líneas enemigas y sentando la inseparabilidad de la cuestión política general respecto de la esfera cultural, tanto para el marxismo como, obviamente y en particular dentro de él, para el maoísmo; Mao marca la cuestión clave de toda actividad revolucionaria de vanguardia, proletaria, cuyo criterio no es fundamentalmente cuantitativo –la situación de la mayoría del país— ni productivista –la zona de Yenán no destacaba precisamente en este aspecto—, sino cualitativo y de dirección ideológica y política, capaz de establecer un horizonte, un referente de avanzada hacia el que encaminarse para sectores más vastos y retrasados del país. Este argumento, de impecable estirpe proletaria revolucionaria, es perfectamente aplicable a la “soledad” de la Shanghái comunera de 1967. A favor de ello se suman, además, razones de carácter económico, secundarias pero también a tener en cuenta, como la atracción que la mayor metrópoli industrial del país ejercía en efecto sobre el resto del mismo (una ventaja sobre Yenán y congruente con el estadio y carácter indudablemente socialista de la Revolución China a mediados de los 1960), potenciadora del efecto referencial que su forma de organización político-estatal de vanguardia, ampliamente popular, como Mao reconoce, podría haber proyectado sobre el conjunto de China. Si a esto le sumamos la experiencia del Gran Salto Adelante y lo que había aportado en cuanto a experiencia de organización de formas comunales en el campo, podemos atisbar que esa “soledad” no era ni mucho menos un problema insalvable. La cuestión clave, de nuevo, era de concepción ideológica y de relación política de fuerzas, así como de ese atreverse a impulsar una acción que podría haber alterado decisivamente esa relación indicada.

En cualquier caso y respecto a los acontecimientos que se suceden en la GRCP, efectivamente, la tempestad revolucionaria desatada era de tal magnitud que el curso de estabilización y vuelta al orden por el que ya se había encaminado la lucha de clases en China no estuvo aún exento de graves sobresaltos, especialmente durante el verano de 1967, que verá el mayor grado de violencia de todo el proceso. Remarcando que la GRCP no termina aquí y que aún hay experiencias interesantes que deberán ser atendidas en el marco del Balance integral del Ciclo de Octubre, lo que ya no subsiste es un horizonte político radical alternativo y consistente. Efectivamente, desde que se da marcha atrás en Shanghái, la cuestión de la Comuna, salvo una breve mención a raíz del Mayo francés de 1968[121], desparecerá de toda publicación oficial, permaneciendo sólo en la perspectiva de algunas agrupaciones de extrema izquierda, incapaces de volver a materializarla como horizonte político general para la sociedad china y pronto presas del disciplinamiento de la llamada “ultraizquierda” que va a ir dominando crecientemente un proscenio político chino marcado ya decididamente por el viento del Oeste.

Cerrando el círculo: sobre los límites estratégicos e ideológicos de la GRCP

Hemos ido viendo que, a pesar de lo declarado por Chiang Ching en cuanto a la inexperiencia del ala revolucionaria del PCC y su supuesta incapacidad para encabezar la nueva fase de la revolución, esta ala, encabezada, a pesar de todo, por Mao, no deja de desplegar durante toda la GRCP una numerosa serie de elementos tácticos de primer orden, así como también estratégicos, que, para bien o para mal, han sido rectores decisivos de la Revolución Cultural y que son inmediata y directamente conectables con la experiencia de la Revolución China en su fase de Nueva Democracia, de la que él ha sido el dirigente político y racionalizador teórico indiscutible.

Como la teoría revolucionaria no es sino una síntesis de la práctica revolucionaria previa, ello no es necesariamente erróneo en sí mismo, presentándose incluso como una necesidad. Dejando a un lado ahora la capacidad de creativa innovación que esta práctica, una vez sistematizada y apoyándose sobre las líneas maestras de una creciente comprensión del decurso histórico y la obra revolucionaria, puede proyectar hacia el futuro, y cuya falta de prospección es con probabilidad uno de los debes de la dirigencia revolucionaria china, la cuestión es que esta implementación de toda una panoplia de recursos tácticos procedentes de la experiencia previa se realiza unilateralmente fuera del marco estratégico general que entonces les dio sentido. Éste, determinado por el estallido previo de la guerra campesina en el contexto de una revolución nacional en auge no es otro, como problema de dirección de grandes masas ya en movimiento, que el desarrollo de la Guerra Popular. Durante la GRCP no hay un planteamiento sostenido en esta dirección que empuje hacia el armamento sistemático de las masas, hacia ese mar armado de masas.[122] Precisamente, el arrumbamiento de la Comuna supone la supresión del único marco político que podía consecuentemente sostener tal empresa.

Junto a este fatal retroceso político, conectado con la preponderancia de la derecha en la relación entre las líneas, existen una serie de concepciones ideológicas de fondo, históricamente determinadas, que empujan a la izquierda a una trágica complacencia con la situación y las perspectivas de la Revolución. Las, a nuestro entender, principales ya las hemos ido destacando, por lo que nos limitaremos a enumerarlas y señalar su conexión e imbricación lógicas. Éstas, relacionadas con los límites históricos del paradigma de Octubre y las vicisitudes objetivas por las que hubo de pasar la Revolución China, las podemos resumir como: la concepción economicista del socialismo como modo de producción distinto y específico, en cuya definición las relaciones jurídicas de propiedad juegan el papel fundamental; el fuerte carácter nacionalista que las circunstancias de la Revolución imprimieron en el PCC y el entendimiento de éste, del Partido, como esencialmente la organización de la vanguardia.

Como vemos, éstas son comunes al conjunto del Ciclo de Octubre, fuertemente marcado por el carácter democrático que atravesó en mayor o menor medida a las experiencias revolucionarias que lo protagonizaron, la rusa y la china esencialmente. La conexión entre los dos primeros elementos es evidente: la nacionalización de la economía como eje central de la concepción de la base económica propia del socialismo y que suma estatalización y nacionalismo. La fuerza lógica e histórica de ambos conceptos se retroalimenta, asentándolos y haciendo casi imposible su cuestionamiento a fondo, a pesar de los pasos dados en tal camino, nunca completamente recorrido durante el Ciclo.[123] Ello crea el marco base que permite concepciones como la de una “dictadura burguesa sin capitalismo” e infunde una engañosa tranquilidad y una ingenua confianza en el futuro, sazonada con ese determinismo de la inevitabilidad del Comunismo, que coadyuvan a la prudencia del ala revolucionaria del PCC y a tratar de sortear la decisión radical a la que se encaminaba la GRCP.

De este modo, en el fondo, los dirigentes revolucionarios chinos confían, aun sobre puntuales declaraciones verbales, en que se encuentran aún, a pesar de todo, en su Estado, lo que les conmina a su preservación, optando finalmente por la reforma del mismo. Y aquí hay que admitir que, desde una perspectiva consecuente del socialismo como sociedad de transición cuyo carácter está determinado por la línea política e ideológica que estipula la dirección hacia la que ésta se encamina, la línea proletaria, aun con todas sus limitaciones, todavía era capaz de condicionar en parte esa orientación en la China de mediados de los 1960, como demuestra la propia preparación y desencadenamiento de la GRCP. Su influencia era aún significativa, pero nadaba contra una corriente que ya en este momento sólo podía haberse visto alterada por la consumación de la apuesta radical que la GRCP llevaba implícita: ésta era, como probó la historia, la última tabla de salvación del socialismo en China. Es de esta manera como cabe entender los precarios momentos de dialéctica transición en que la restauración y la contrarrestauración se hallan en relativo equilibrio –precisamente, algo siempre relativo, como el propio Mao nos enseñó—: de forma cualitativa, revolucionaria, pues necesariamente conducen a un salto, a una decisión definitiva sin marcha atrás, y desde la esfera primordial de la política y de la ideología, de qué clase y, por tanto, de qué concepción del mundo determinarán esa decisión. Así pues, nada de Estado obrero deformado, sino la fluyente dialéctica de la lucha de clases en toda la riqueza de su concreción histórica.

Este desmovilizador marco que estamos bosquejando es coronado por esa concepción del Partido revolucionario como organización de la vanguardia, absolutamente generalizada y tan cara a la tradición de la Komintern durante el conjunto del Ciclo. Como la LR ya ha abundado en numerosas ocasiones, esta comprensión organicista del principal mecanismo revolucionario del proletariado impone el dominio de la lógica de la intersubjetividad, de la articulación del Partido como reunión subjetiva entre individuos externos que deben ser conectados primordialmente por lazos organizativos. Frente a ella, la correcta perspectiva leninista, reflotada en toda su consecuencia por la LR, lo entiende como relación social objetiva, como movimiento social cuya médula está engranada fundamentalmente por un complejo de vínculos ideológicos y políticos y que se plasman en el plano orgánico como suma de organizaciones, frente a la lógica de esa plasmación como suma de individuos que domina en la concepción organicista.

En este sentido, si Mao y la izquierda del PCC avanzan, y éste es uno de sus grandes méritos, hacia el asentamiento de la comprensión del socialismo como problema de dirección histórica y de clase, esta concepción organicista del Partido[124], unida a la confianza perviviente en la sustantividad del modo de producción socialista, determinarán que esa comprensión de la cuestión crucial de dirección se descarríe hacia una desviación subjetivista. Si el sistema socialista está dado, no es una fluyente dinámica de transición, y el Partido es una suma de individuos, entonces, en efecto, el problema de dirección no atañe tanto al sistema de relaciones sociales en todos los planos, no es tanto una cuestión histórica y de clase, sino que se focaliza en personalidades que ocupan puestos claves en las alturas del aparato de dirección política establecido. De ahí que el blanco de la GRCP apunte desde el principio contra “aquellos elementos en el seno del Partido que ocupan puestos dirigentes y siguen el camino capitalista” y de ahí la deriva, a medida que se desaprovechan inadvertidamente las oportunidades de rearticular un sistema de relaciones sociales revolucionarias (la reconstitución del Partido Comunista) y la revolución, en consecuencia, declina, a una acentuación individualista del foco de los males, con su desafortunado correlato de caracterizaciones personales y morales. Por cierto que, en este sentido, esos porcentajes de malos elementos, tan del gusto maoísta, aparecen como corolario necesario de esta concepción cuando se le quiere dar cierta proyección social, en tanto agrupamiento cuantitativo de individuos definidos principalmente por sus actitudes personales. De nuevo, esta deriva objetiva se ve irresistiblemente fortalecida por la experiencia de la fase democrática de la revolución, especialmente por las anomalías que su discurrir imprimió en la constitución material del PCC, concretadas en esa determinante dualidad señalada. Entonces el marco también estaba dado en ese imponente ascenso de la revolución nacional, plasmado en la “tempestad incontenible” de la guerra campesina, y se trataba de evitar o minimizar las interferencias del aparato político que pudieran malograr la potenciación de su inercia. La concepción espontaneísta, economicista y mecanicista de la revolución que acabó dominando el paradigma de Octubre como liberación de las potencialidades ya inscritas, dadas, en las fuerzas productivas o en las masas respecto de corsés externos adheridos, aparece vívidamente.

Al asentamiento de esta percepción contradictoria que domina a la izquierda durante la GRCP y su preparación, que combina la alarma ante los claros síntomas de creciente preeminencia del revisionismo y la confianza en la solidez de la casa común del régimen socialista, expresión de ese precario momento de equilibrio que señalamos, contribuye decisivamente, como vemos, la experiencia de la fase democrática de la Revolución China. Hemos repasado ya el redespliegue de muchos de sus momentos durante la GRCP, pero una importante clave descansa precisamente en ese periodo crucial de preparación de la Revolución Cultural, en que Mao trata de asegurar la retaguardia estratégica para la nueva prueba de fuerza que se anuncia. Como veíamos, esta reminiscente preparación se dirigía principalmente hacia el EPL y el campo.

Nuevamente, reaparece en toda su crudeza esa dualidad crucial en el momento de constitución del PCC y cómo, en el marco que objetivamente imponen las circunstancias de la revolución democrática, ésta tiende a desequilibrar hacia el respecto del Ejército la correcta disposición y relaciones dentro de la institucionalidad revolucionaria entre el Partido y las fuerzas armadas. Enfrentado a la médula del aparato político y administrativo del Partido y el Estado, reviviendo el desgarro de décadas atrás y bajo el arrastrante influjo de las concepciones que venimos indicando, Mao puede tranquilizarse al considerar que la sustitución de los individuos en la dirección del EPL, de Peng Teh-huai a Lin Piao, pone el Ejército bajo el control de la izquierda. Ello encaja perfectamente con su experiencia en la Nueva Democracia y es un elemento clave a la hora de soslayar la cuestión de la oportunidad de la Guerra Popular durante la GRCP. No obstante, el EPL, como hemos venido observando, ya no es un movimiento revolucionario de masas armadas, sino un aparato solidificado y autosuficiente sacudido por el mismo viento occidental que ha ido condicionando la estructura del Estado chino desde 1949. Igualmente, las tareas de la revolución en su fase socialista son otras cualitativamente diferentes respecto a su fase democrática. Ni las campañas ideológicas en el EPL, limitadas en su superficialidad catequística, ni los intentos, parciales respecto al conjunto de la formación social, reformistas por tanto, de implicar más a las tropas en la vida económica de las masas, conseguirán subvertir decisivamente estos condicionantes estructurales. Servirán a lo sumo para permitir que el EPL se convierta en una base de agrupación y cohesión política de la izquierda del PCC durante la preparación de la GRCP, aunque, paradójicamente, contribuirán a la confusión y desorganización de ésta una vez que durante la Revolución Cultural y en sus momentos decisivos, el EPL se sitúe junto al partido del orden, siendo incluso, por la desarticulación del aparato del PCC, su componente fundamental. Así, la suma de la comprensión científica del Ejército como médula de todo Estado, también la del que se asienta sobre un sistema socialista supuestamente sustantivo, solidificado, junto a la experiencia del papel del EPL en la dualidad que signa la revolución democrática en China y las inquietudes nacionales respecto a las amenazas exteriores que se ciernen sobre el país, aprisionará a Mao y a la izquierda del PCC, determinando fatalmente sus acciones y elecciones. De hecho, éste, el del Ejército, será el problema clave que sentencie la GRCP: si con la desestimación de la vía de la Comuna se abre paso la primera gran contraofensiva derechista, la contracorriente de febrero de 1967, Mao y la izquierda aún avivarán una respuesta de masas que, reactivamente radicalizadas, conduce a la explosión del verano de ese año, donde, como en Wuhan y otros sitios, el EPL acaba por demostrar sangrientamente su orientación estructural. Ante el consiguiente cuestionamiento del EPL por el movimiento de masas, la izquierda, desnortada (véase el referido discurso de Chiang Ching y su casi inmediata retractación), removida la base de apoyo del Ejército en la que confiaba y habiendo perdido decisivamente ya en Shanghái la oportunidad de edificar otra diferente, recula definitivamente para el otoño de 1967. Los desórdenes de masas que aún restan no serán ya sino el estrellarse sobre la roca de una ola descendente.

En cuanto al campo, podemos decir que su papel en la GRCP, totalmente secundario, no parece ser sino una nueva conformación de la referida tesis leniniana respecto a la dificultad de desarrollar y culminar la revolución en los países atrasados. La GRCP se decidió entre las masas urbanas y proletarias. Los maoístas pudieron usar las áreas rurales para acumular fuerzas, tanto histórica (fase de Nueva Democracia), como políticamente (campañas del Movimiento de Educación Socialista), pero su incapacidad para articular coherentemente al proletariado urbano fue lo que determinó el destino de la GRCP.[125] Como volvería a suceder en el epílogo del Ciclo de Octubre, podemos decir que los revolucionarios maoístas se estrellaron contra las ciudades. Aun a pesar de algunas experiencias interesantísimas de comunistización del trabajo, que dan valiosas pistas sobre la forma de afrontar la superación de la ley del valor[126], las masas campesinas chinas no pudieron suministrar una fuerza decisiva cuando la revolución navegaba plenamente por su fase socialista. El peso, tanto el económico del campo chino, como, sobre todo, el histórico-político, en tanto limitación fundamental de la experiencia revolucionaria creativa del PCC a su fase democrática –es la parte de verdad de esa “inexperiencia” de la que hablaba Chiang Ching—, marcada por su debilidad urbana desde 1927, se hicieron sentir con toda su fuerza durante la GRCP. Incluso más, invertida la marea de la GRCP hacia el restablecimiento del orden, el campo se convirtió en reserva del mismo, siendo el escenario principal de ese disciplinamiento de la llamada “ultraizquierda” y también del reciclaje de los cuadros del desarbolado aparato administrativo partidario y estatal (Escuelas del 7 de Mayo). Estos últimos, a medida que se imponía la normalización del país, volvían a sus responsabilidades[127] y, agrupándose en creciente legión en torno a la recalcitrante e irreductible figura Teng Hsiao-ping, afilaban los cuchillos de la revancha, como trágicamente comprobaría la izquierda en 1976. Al respecto, tal vez no haya expresión más elocuente de la limitación histórica del sustrato democrático-campesino para pesar favorablemente en la GRCP que el papel que Chen Yung-kuei, dirigente de la comuna modelo de Tachai, jugó en la oposición contra la postrer ofensiva que la izquierda, debilitada y en un creciente aislamiento (como gráficamente testimonia su malintencionadamente caricaturesca descripción como banda de los cuatro), lanzó contra Teng Hsiao-ping durante los últimos meses de vida de Mao.[128]

Si el papel del EPL y el campo van cerrando el círculo de la Revolución China y la GRCP, justamente como lo abrieron cuarenta años antes y aún en los comienzos de los 1960, en una ejemplar muestra de la ley dialéctica que rige el decurso histórico, precisamente el escenario del campo como elemento de estabilización social en la fase descendente de la GRCP nos permite referir el último elemento estratégico clave de las concepciones maoístas que hemos venido anunciando, que no es otro que esa célebre “línea de masas.

Efectivamente, desde finales de 1967, los campos chinos se convierten en el escenario del exilio, en muchos casos forzado, de cientos de miles de estudiantes y rebeldes que habían formado la vanguardia del movimiento de masas desatado por la GRCP. El referente que ahora debe orientarlos es claro. Como declaran las publicaciones de la época:

“Los pequeños y medianos campesinos son nuestros mejores maestros. Debemos someternos valientemente a su nueva escuela.”[129]

No cabe ver en la concepción de esta orientación simplemente una artera maniobra represiva, tal y como fue sentida por una gran parte de la extrema izquierda y como la suele caracterizar la propaganda imperialista, sino que ella se enraíza en lo más hondo de las concepciones maoístas y de la Revolución China. De hecho, en el campo, junto a los “extremistas” iban a rehabilitarse también los representantes derechistas del aparato administrativo derribados por los primeros. Era, pues, un intento de refundir de nuevo China, de forjar la anhelada unión de ese 95% de buenos elementos, expresión de masas de la misma política reformista de conciliación que se institucionalizaba con los comités revolucionarios.

Como hemos visto, el origen histórico de esta “línea de masas”, ejemplarmente expresado en la campaña de rectificación de Yenán, se encuentra en la época de la guerra popular y en cómo el aprendizaje y la forja del estilo de trabajo del PCC se realiza en medio del campesinado en guerra. Asimismo, hemos visto que en el contexto del MCI de la época, esta renovada atención por los vínculos con las masas que auspiciaban los comunistas chinos representaba un auténtico revulsivo. Pero, no obstante, tenía serias limitaciones, objetivamente determinadas por el carácter previo y dado del movimiento campesino y nacional y la naturaleza de la revolución en curso. Veamos una definición paradigmática de este concepto:

“En todo el trabajo práctico de nuestro Partido, toda dirección correcta está basada necesariamente en el principio: `de las masas a las masas’. Esto significa recoger las ideas (dispersas y no sistematizadas) de las masas y sintetizarlas (transformarlas, mediante el estudio, en ideas sintetizadas y sistematizadas) para luego llevarlas a las masas, difundirlas y explicarlas, de modo que las masas las hagan suyas, perseveren en ellas y las traduzcan en acción, y comprobar en la acción de las masas la justeza de esas ideas. Luego, hay que volver a recoger y sintetizar las ideas de las masas y a llevarlas a las masas para que perseveren en ellas, y así indefinidamente, de modo que las ideas se tornan cada vez más justas, más vivas y más ricas de contenido. Tal es la teoría marxista del conocimiento.”[130]

Es a través de este tipo de formulaciones como mejor podemos atisbar las limitaciones generales del marxismo del Ciclo de Octubre, ejemplarmente expresadas en el maoísmo. Si éste reacciona a la concepción externa y administrativa de la relación de la vanguardia con las masas que, siendo generosos, empezaba a hegemonizar al MCI en los 1930, lo hace para desequilibrar el fiel de la balanza hacia el otro extremo, hacia las masas tal y como vienen dadas. De nuevo, las características objetivas de la Revolución China, democrática y con las masas campesinas ya en movimiento militar, explican el marco histórico material de tal desviación del marxismo. Aquí el papel de la vanguardia queda totalmente desdibujado, deja de jugar un papel sustantivo propio y se convierte en mero catalizador de algo que ya existe previamente –al igual que la guerra campesina precede a su dirección comunista en la Revolución China—, inscrito en las propias masas. La transformación de éstas es meramente cuantitativa, externa, como reunión y sistematización de lo que ya tienen inmediatamente en sí mismas, aunque disperso y deslavazado. De este modo, la vanguardia sólo juega el papel de racionalizador también externo de una realidad en el fondo inmutable, cuya naturaleza es, al igual que las ideas de las masas, sólo imperfecta (“menos justa, viva y rica”, esto es: sólo una cuestión de grado) en la medida en que no es conocida, racionalizada y sistematizada.

La posición epistemológica que de ello resulta no es, por supuesto, la marxista, sino el inductivismo ingenuo que anima los orígenes de la Revolución Científica, del sujeto como observante ordenador y racionalizador de unas leyes (ideas) ya dadas y, por tanto, externas a sí. Esta concepción durante el siglo XX aún podía ocupar la posición de vanguardia en países oprimidos, dominados por la semi-feudalidad, pero sus límites se ponían descarnadamente en evidencia en los lugares, como las metrópolis imperialistas, donde las tareas de la revolución democrática estaban fundamentalmente concluidas. Ello era la expresión en el plano gnoseológico de una revolución (democrática), históricamente inconclusa y aún en marcha, y de un movimiento de masas (nacional), cuya misma e inmediata virtualidad y la exigencia de su dirección política demandaban el impregnarse de su sustrato, el conocerlo más que el transformarlo, pues él era en sí mismo transformación objetiva y necesaria (de las relaciones pre-capitalistas y feudales). Una vez más, el empirismo y el positivismo aparecen como la manifestación filosófica del entrelazamiento histórico de las revoluciones burguesa y proletaria, de las alianzas que un inmaduro proletariado tuvo que realizar para comenzar a destacarse como sujeto de esa historia. La radicalidad con la que el maoísmo, como vemos, formula y racionaliza estos condicionantes vuelve a expresar la profundidad paradigmática de la experiencia china en el marco del Ciclo de Octubre. Pero por ello mismo, a la hora de realizar el salto cualitativo que exige el paso a la fase proletaria y socialista de la revolución mostrará crudamente sus limitaciones. La tendencia de la corriente maoísta a desestimar la negación de la negación como categoría fundamental de la dialéctica es la manifestación filosófica de esta limitación, al igual que la tendencia regresiva a volver al campo, al aprendizaje en la “escuela campesina”, en la fase de estancamiento y descenso de la GRCP fue su expresión política de masas.

Desde el punto de vista marxista puede ser cierto que el aprendizaje de la vanguardia se realiza desde la experiencia de las masas. El marxismo cuenta efectivamente con una Línea de Masas como uno de sus componentes básicos, pero rechaza tajantemente la reducción empirista de la categoría de “masas”. Las masas de las que fundamentalmente aprende la vanguardia proletaria son las masas de avanzada de la historia, las que protagonizan los momentos decisivos y determinantes de la misma, las que se encuentran en las encrucijadas de los saltos cualitativos que marcan el devenir de la humanidad, no las dadas en la empírica inmediatez circundante. Es desde la comprensión del papel de esas masas revolucionarias en la historia como la vanguardia empieza a alcanzar tal posición, lo que implica un proceso de transformación de sí misma (negación) que la coloca en situación de dar el salto cualitativo que le permita actuar sobre esas masas dadas, cuyo carácter es a su vez transformado por esa acción, elevándose ellas mismas a la posición de vanguardia, que vuelve así a ser transformada (negación de la negación). En este proceso los saltos son cualitativos e implican una permanente transformación e interrelación de los elementos que lo componen. Sólo así, de forma dialéctica e histórica, cabría comprender desde el marxismo la peligrosa consigna “de las masas a las masas”, siendo esencialmente las primeras de éstas las que han actuado en el curso de la historia, las que nos han dejado un legado de experiencia revolucionaria. Pero por ello, esta experiencia no puede reducirse a sus vivencias y opiniones inmediatas, ya periclitadas por la negatividad de la historia, sino que se refiere a las concepciones históricamente determinadas que las guiaron, esto es, también a la posición de la vanguardia que en ese momento actuó, y a la forma concreta que adoptó la defensa más o menos consecuente de determinados intereses materiales. Este polifacético y dinámico complejo histórico-social no puede constreñirse simplemente en la categoría de “masas”, sino que su conceptualización más exacta es precisamente “lucha de clases”. De ahí que la letanía maoísta “las masas hacen la historia” tienda a convertirse en una reducción empirista y espontaneísta del fundamental principio marxista de “la lucha de clases es el motor de la historia”.

De este modo, el reduccionismo empirista gnoseológico y político al que empujaba la “línea de masas” maoísta, la fetichización de las masas dadas inmediatamente en que se resume, se daba la mano en perfecta sintonía con la experiencia de la revolución nacional y con el entendimiento sustantivo del sistema socialista. Todo ello solidificaba un marco incuestionable que imponía unas reglas del juego como exigencia de su preservación. Así cabe entender la expresión formalista, intensamente regulada, con la que los comunistas chinos cincelaron esa línea de masas, con formas precisadas de desarrollar los debates y exponer sus resultados, con la insistencia en formas procedimentales establecidas a priori y con el acento en las actitudes y maneras personales.[131] Y es que, efectivamente, si la labor creativa subjetiva (la actividad de la vanguardia) se reduce a la reunión y sistematización de una realidad externa dada (por ejemplo, las ideas de las masas), entonces la clave que define al sujeto son las formas de ordenación y clasificación de esa realidad en el fondo inmutable. Así, con pasmosa coherencia filosófica, empirismo y formalismo se entrelazan y esta reglamentación se convierte en la casa comúnsocialista” que permite la convivencia de las dos líneas enfrentadas, deseca las iniciativas de la vanguardia y constriñe el movimiento de masas, eludiendo el desenlace radical que anunciaba la GRCP. Así, la reglada “línea de masas” maoísta acababa reducida a un pellejo vacío, forma que admitía una (limitada) utilización por la izquierda, así como también por la derecha. De ahí que fuera a la vez, tanto banderín de enganche de la GRCP en su lanzamiento, insuflando vida a esa extrema izquierda china de los 1960, como estandarte de represión de esa misma sensibilidad en el declinar de la revolución: de las masas a las masas, así como del campo al campo; tal podría ser el resumen de la trayectoria de la Revolución China y sus límites infranqueables, tal y como fueron traumáticamente vividos por miles de rebeldes en el declinar de la GRCP.[132] Si a ello le sumamos cómo el suelo del EPL, hasta entonces tenido por puntal seguro, se abrió bajo los pies de la izquierda maoísta en ese decisivo 1967 y lo flanqueamos por los límites generales del paradigma de Octubre, podemos tener una perspectiva más o menos de conjunto de la barrera que se demostró infranqueable para los revolucionarios chinos. Lo que signó su ascenso, una vez agotada su potencialidad histórica, tornó su contrario y los mismos mimbres de la revolución democrática que lo propulsaron acabaron engullendo al proletariado socialista chino.

Algunas enseñanzas universales de lo que no pudo ser: elementos para la reconstitución del PCC en 1966

Hasta ahora nos hemos esforzado por señalar, aun a riesgo de ser reiterativos, los elementos objetivos, grabados a fuego en la experiencia de la Revolución China y en la forma en que se desenvolvió, cuyo peso fue decisivo en la determinación de las líneas de actuación de los revolucionarios chinos, hasta el punto de hacerlas finalmente necesarias. Es éste un ejercicio básico de materialismo histórico, fundamental para que la labor crítica de la LR no descarríe hacia el terreno del doctrinarismo. Ello tiene que ver con el carácter objetivo material del sujeto, tal y como Marx defendió en sus Tesis sobre Feuerbach; elemento que también es realidad y no sólo un observador racional externo de la misma. Sólo desde la prospección de la formación histórica de la morfología de este sujeto cabe insertar las críticas a sus limitaciones ideológicas en un marco marxista coherente, pues éstas nunca son abstractas, sino determinadas por la cubierta material que las incuba. Es desde esta consideración fundamental que el materialismo histórico se abre al socialismo científico, que entiende que la primera ley de la obra revolucionaria es la actividad del sujeto. Por ello, la perspectiva genuina de la teoría revolucionaria tiende a establecer en primer lugar la cuestión de la materialidad de ese sujeto, que no es otro que el Partido Comunista.

Desde estas consideraciones y habiendo trabajado ya el marco material que determinó la fisonomía del sujeto revolucionario chino, empujándolo fatalmente hacia determinados achaques y falencias, cabe preguntarse, desde esa ley del sujeto, si había algún camino alternativo; si la historia en la encrucijada –pues tal es uno de los caracteres de las revoluciones— que abrió en 1966 permitía explorar otras sendas. Ciñéndonos a la perspectiva principal adoptada en este estudio, nos centraremos en los elementos morfológicos que, efectivamente, la realidad de una auténtica revolución como fue la GRCP diseminó por el escenario de la lucha de clases en China y que podrían haber formado el caldo primordial para un nuevo organismo revolucionario: para la reconstitución del PCC.

Efectivamente, para mediados de los 1960, curvado y astillado por ese viento occidental, el PCC había derivado de Partido proletario de nuevo tipo, aunque con todas sus especificidades y taras históricas, a fundamentalmente un aparato administrativo de gestión económica y política, fusionado más que con las masas con un armazón burocrático estatal separado de aquéllas. No obstante la situación era compleja, no cabiendo sostener que para esa época la influencia del proletariado, la orientación y perspectiva del Comunismo, hubieran desaparecido de la formación política china. El ala izquierda del PCC, alertada por la experiencia soviética y vigorizada por su aprendizaje de la misma, mantenía una significativa capacidad de influir en la deriva de la sociedad y el Estado chinos. Además, las grandes empresas de masas lanzadas desde 1957 habían permitido que el vínculo de esa izquierda con ellas no se desecara completamente, si bien, tanto la dirección dominante de las ventiscas en los pasados diecisiete años, como el peso de la propia historia del PCC, caracterizada por esa dualidad congénita, tendían a acentuar su debilitamiento. Tal vez la mejor prueba de esta debilidad y, por tanto, de la necesidad de la reconstitución partidaria, sea la necesidad que Mao y la izquierda tuvieron de apelar al culto a la personalidad, a la Jefatura, para propulsar la movilización de masas en 1966, demostrando que el vínculo de la vanguardia con las masas ya no podía considerarse como una fusión sino que era externo.

De todos modos, hubiera sido ella, la izquierda del PCC, como, a pesar de lo dicho por Chiang Ching, efectivamente fue, aunque nunca abandonara esa posición de exterioridad respecto a las masas, la llamada a ejercer como vanguardia ideológica y, por tanto, la que detentara la iniciativa del proceso. En ese momento, la izquierda del PCC representaba sin duda la vanguardia del MCI y del proletariado internacional. Ello era así tanto por sus conquistas ideológicas relacionadas con la experiencia histórica de la dictadura del proletariado, como por su posibilidad efectiva de influir inmediatamente sobre la transformación de la realidad desde esas conquistas, así como también por su capacidad de referenciarse internacionalmente. El basamento ideológico que animaba a este destacamento de vanguardia del proletariado internacional agrupaba una característica mezcolanza de concepciones de avanzada junto a otras ya en crisis y dejadas atrás por la experiencia de la lucha de clases del proletariado, relacionadas con esos límites del paradigma de Octubre, una importante muestra de las cuales ya hemos referido, y a las que se añadía el peso, no siempre ligero, como hemos visto, de la experiencia de la Revolución China. Pero, como indicamos, junto a ellas se agrupaban concepciones de verdadera vanguardia que hoy no pueden por menos que ser punto de partida del nuevo Ciclo de la RPM en preparación. La característica esencial que las define, como también hemos señalado, es el encumbramiento del factor subjetivo consciente en la obra revolucionaria del proletariado, lo que permite recuperar el horizonte del Comunismo y encuadrar el verdadero sentido y objetivo de la revolución proletaria. Veamos sucintamente una muestra; se dice justo al inicio de los 16 Puntos:

“La gran Revolución Cultural proletaria que se desencadena actualmente, [es] una gran revolución que llega al alma misma de la gente (…)”.[133]

Efectivamente, Mao responde con contundencia al planteamiento de cuál es el objetivo de la GRCP:

“Luchar contra los detentadores del poder que siguen la vía capitalista es la tarea principal pero no es el objeto. El objeto es resolver el problema de la concepción del mundo (…). Para aseguraros de que seguiréis resueltamente la vía del socialismo deberéis someteros a un completo revolucionamiento ideológico proletario.”[134]

Este riquísimo fragmento marca auténticas líneas maestras de la revolución proletaria. El poder no es para ella el fin, sino que su conquista o fortalecimiento sólo es un medio; que puede ser la “tarea principal” de determinado momento, pero que sólo es un resorte para transformar al hombre, para llegar a su “alma”: transformar el mundo para transformar al hombre. De ahí que la revolución proletaria sea la sentencia del pragmatismo. Si el poder es sólo un medio, entonces está determinado por su fin, por ese hombre nuevo, siendo, por tanto, lo importante el carácter del poder, las premisas sobre las que se asienta. El objetivo de la autoconsciencia humana, con sus consiguientes condiciones materiales, exige dirección consciente, que abra el horizonte y amplíe el radio de su influjo. Mao insiste en esta clave: “la cuestión importante es la transformación de los hombres.”[135] De este modo, con el individuo humano en el centro de toda inquietud[136], entronca con la mejor tradición marxista, lo que permite vislumbrar el replanteamiento del socialismo como una tarea de transformación totalizadora:

“Nuestra tesis es que debemos realizar la revolución socialista sobre tres frentes: político, económico e ideológico.”[137]

Se trata de una evidente referencia a la famosa sentencia de Engels recogida célebremente por Lenin en ese monumento a la actividad consciente del proletariado que es el ¿Qué hacer?, pero ahora elevado a la época de transición con el proletariado en el poder. Ello, además de suponer un refrescante revulsivo respecto a las dominantes concepciones soviéticas del momento (de hecho, Mao aquí está criticando el Manual de economía política editado en la URSS en 1959), de “transformación” seccionada y fragmentada, por etapas, concentrada en el ámbito económico y el desarrollo productivo, que se trasladaría mecánicamente a las demás esferas sociales, sugiere la noción de la revolución proletaria como proceso total y omnímodo, no sólo respecto a los frentes a cubrir en cada etapa, sino también en su desenvolvimiento procesual: una tarea única, que es siempre revolución, que va desarrollándose y enriqueciéndose a través de saltos cualitativos. Así, los cometidos del proletariado son esencialmente los mismos antes y después de la toma del poder (Engels y Mao), lo que cambia es sólo la forma de su despliegue, su radio de amplitud, su capacidad de incidencia, etc. Con ello, los comunistas chinos reabren el horizonte del Comunismo, enterrado por el revisionismo en la URSS, cuyo “Comunismo”, prometido por Jruschov en 1961 para un par de décadas vista, se parecía dramáticamente al mundo existente: un “Comunismo” regido por las estadísticas de producción, bajo la escrutadora mirada del leviatán estatal y encerrado en un mutilador marco nacional.

Como decimos, todas estas concepciones convivían característicamente con toda una panoplia de elementos viejos, necesariamente no depurados, que lastraron decisivamente la GRCP. No obstante, ello era suficiente en el momento para considerar dotada a la izquierda del PCC de los rudimentos de una teoría de vanguardia en la concreción de su determinación histórica. Asimismo, esta izquierda acertó a formular un Programa político que conectaba estas concepciones con una perspectiva de transformación radical inmediata de las condiciones de las masas: la Comuna. De nuevo, esta meta convivía contradictoriamente con otros objetivos que podían restarle su sustantividad y evaporarla, como en efecto sucedió.

 Igualmente existían los fundamentos de una Línea Política que podía servir para mediar entre ambos extremos, y que, además de referir a cuestiones universales cruciales para la revolución proletaria, entroncaba y enraizaba profundamente en las condiciones concretas de la sociedad china y con las tradiciones generadas históricamente por la lucha de clases en el país asiático. Nos referimos al papel de la intelectualidad revolucionaria y al indicado hondo significado en la tradición revolucionaria china del concepto de Revolución Cultural. De nuevo, Mao, en 1967, evocaba los mejores momentos que estaban en la base del movimiento revolucionario del proletariado chino:

“Los intelectuales revolucionarios y los jóvenes estudiantes fueron los primeros en adquirir conciencia, lo que corresponde a las leyes de desenvolvimiento de la revolución.”[138]

De este modo, la problemática del intelectual no sólo arraigaba profundamente en la historia de China, marcada por una dolorosa y exacerbada división social del trabajo, sino que conectaba con el problema clave y universal de la dirección consciente e histórica que la revolución proletaria, a diferencia de las formas de revolución pretéritas, exige, apuntando además al núcleo de la transformación de las bases materiales de la sociedad hacia el Comunismo, al avance en la erradicación de esa división social del trabajo. Precisamente, si, como enseña el materialismo histórico, el papel de la conciencia destaca crecientemente a medida que progresa el desarrollo de la materia social[139], los centros de creación, encuadramiento e institucionalización de esta conciencia social se convierten en el núcleo de una problemática fundamental con proyección totalizadora hacia la entera formación social. Desde el punto de vista político se trata de decidir si, por usar los términos en los que lo planteó la GRCP, estos centros son terreno de cultivo de un nuevo mandarinato, pulidos lastres, su más vistosa manifestación, de la reproducción de esa división del trabajo o, por el contrario, son pabellones de reclutamiento de la vanguardia comunista, viveros materiales para la dirección consciente, y por tanto histórica, de la sociedad hacia el Comunismo. Sólo desde el control proletario de esta esfera cabe proyectar una revolucionarización sistemática y planificada del conjunto social. De ahí que el inicio de la GRCP por ese plano, el de la cultura y su expresión primera en el sistema educativo, no nos parezca, como han planteado algunos camaradas, una limitación de la misma, sino la expresión de su potencialidad universal.

Evidentemente, esta cuestión es insoluble desde el planteamiento del reordenamiento fragmentario y exclusivo de este plano, de su reforma administrativa por el Estado proletario, sino que sólo puede ser punto de partida oportuno de una ola de revolucionarización social, de un salto cualitativo –uno de muchos— en el largo camino histórico hacia el Comunismo. Tal es lo que proyecta la experiencia de la GRCP. Para ello las masas estudiantiles y la intelectualidad revolucionaria deben buscar su autotransformación, no encerrándose en su redil corporativo, sino saliendo a la fusión con las grandes masas proletarias, en un proceso de transformación mutua que se exprese en movimiento determinado de elevación social hacia el Comunismo, de incidencia en la realidad práctica del mundo así como, correlativa y simultáneamente, de impulso del desarrollo social de la conciencia comunista. La GRCP abre la perspectiva de que éste no es, después del establecimiento de la dictadura del proletariado, un proceso gradual, cuantitativo y lineal, sino que debe manifestarse también revolucionariamente, mediante momentos marcados por la ruptura y el salto cualitativo. De este modo, la problemática que plantea la GRCP en tanto experiencia universal, depurada de sus condicionantes históricos particulares, no es sino la recuperación práctica del enunciado crítico-revolucionario marxiano:

“(…) [el] comunismo (…) es la declaración de la revolución permanente, de la dictadura de clase del proletariado como punto necesario de transición para la supresión de las diferencias de clase en general, para la supresión de todas las relaciones de producción en que éstas descansan, para la supresión de todas las relaciones sociales que corresponden a estas relaciones de producción, para la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales.”[140]

Nótese cómo Marx se ciñe al punto de vista materialista y va haciendo ascender desde las relaciones de producción hasta las ideas los distintos planos de la transformación social, pero no sólo señala todos y cada uno, con lo que ello implica de la necesidad de un trabajo sustantivo específico en cada uno de ellos (es decir, no es suficiente cambiar las relaciones de producción para que, cual mecánico castillo de naipes, se suceda la transformación total; esto es, no sólo se trata de cambiar el mundo), sino que el paso a cada plano sucesivo está marcado por el crecimiento de la amplitud y la globalidad abarcadora (relaciones de producción-relaciones sociales-ideas). De ahí que el proceso de transición histórica hacia la autoconciencia social, hacia el Comunismo, sólo puede comenzar desde el plano más amplio, desde el que, aunque se sustente sobre otros estratos, más perspectiva otorga, que no es otro que el ideológico. Sólo desde ahí se accede a una representación de conjunto del proceso histórico que, en su comprehensión, permite planificar su devenir; construirlo con “intención final”, conscientemente, por recordar a Engels. Así pues, en la época de la revolución proletaria el ascenso es consecuentemente dialéctico: de lo abstracto-general a lo concreto-particular.

Además, ello está determinado, no sólo por el objetivo, por el fin histórico de esta revolución, sino también materialmente por su histórico punto de partida. El Comunismo, a diferencia del capitalismo, no reposa en germen en el seno del modo producción anterior. Ello sucedía con el capitalismo pues, en tanto forma de economía ya plenamente social, insertaba sus primeros balbuceos sobre sistemas de economía natural de diversa índole, con lo que su heterogeneidad consustancial respecto a esos otros modos permitía, bajo determinadas condiciones, un crecimiento unívoco de la semilla que llevaba inscrita la superioridad de las formas más sociales de economía.[141] En cambio, el Comunismo representa, desde el punto de vista económico, simplemente la adecuación de las formas de organización de la existencia humana con el carácter social que ya reviste su producción. Por ello, la esfera integral civilizatoria del desenvolvimiento humano en toda su amplitud es el campo de batalla inmediato, pues se trata de la lucha entre las dos formas de organización de la socialidad de este ser humano, capitalismo o Comunismo, que el devenir histórico ha pergeñado: el primero como la traumática disrupción producida por el despliegue de la materia social desde sus formas más naturales, que lleva aún impreso el sello de estas últimas[142] (algo que el marxismo clásico resumió como propiedad privada), el segundo como proyección racional(ista) e intencional de su readecuación. Realmente, pues, la lucha final.

Esto es algo, redundando en los mimbres que soportan la consideración de la existencia de teoría de vanguardia en la China de los 1960, que Mao también llega a formular en su repaso de la experiencia y concepciones soviéticas:

“Desde este punto de vista [el comienzo por la creación de una opinión pública y la conquista del poder político] la revolución proletaria y la revolución burguesa se asemejan fundamentalmente a pesar de algunas diferencias (las relaciones de producción socialistas, por ejemplo, no existían antes de la revolución proletaria, mientras que las relaciones de producción capitalistas comenzaron a desarrollarse en la sociedad feudal).”[143]

Dejando a un lado la formulación errónea, de cuyos desastrosos efectos ya hemos hablado, de “relaciones de producción socialistas”, que viene a ser una muestra ejemplar de ese carácter contradictorio, mezcolanza ecléctica de lo viejo y lo nuevo, de las concepciones que guiaban a los revolucionarios chinos; la cuestión es que, para Mao, las nuevas formas económicas de civilización, independientemente de su nominación, no están dadas en el seno de la antigua, sino que deben venir precedidas de un proceso ideológico y político que cree las condiciones para su edificación, para su construcción.[144] La revolución burguesa y la proletaria sólo entrechocan en un momento (que se expresa en ese entrelazamiento histórico del que tanto hemos hablado), pero tanto sus bases materiales de apoyo, como sus metas, esto es, sus principios y sus fines, difieren radicalmente. De hecho, la GRCP empieza a dibujar que también esos medios (el carácter de esa opinión pública y de ese poder político) van crecientemente desemejándose a medida que el proletariado adquiere sustantividad como clase con andadura histórica independiente: he ahí el Ciclo de Octubre como experiencia de maduración y superación de la infancia proletaria.

En definitiva, todo proyecto que pretenda la edificación del individuo humano como sujeto integral, esto es, su plena socialización, no puede admitir la planificación de su andadura desde un planteamiento seccionado del mismo (no puede, por tanto, apoyarse en el homo oeconomicus, incluida su versión “marxista” más o menos estructuralista, esto es, revisionista), sino que debe partir de la esfera que permita la perspectiva más universal posible. Como decimos, ese punto de apoyo sólo puede encontrarse inmediatamente en lo ideológico y consciente, como expresión contradictoria de la totalidad de la materia social.

La GRCP precisamente va a dar un ejemplo práctico de este esbozo teórico. Efectivamente, la vanguardia ideológica, la izquierda del PCC, a través de balance y lucha de dos líneas en el MCI, que formula una Línea General para éste, generó el caldo de cultivo para la apertura, a diferencia de 1957, de una flor revolucionaria, para la formación de una opinión pública revolucionaria, asentada en primer lugar y, como asume ejemplarmente el maoísmo, entre la juventud intelectual. Ésta aparece como la potencial vanguardia práctica que podría haber jugado el papel de mediador entre las inquietudes y prevenciones contrarrestauradoras de la vanguardia ideológica y las masas del proletariado, como de hecho parcialmente interpretó. Efectivamente, es el movimiento de los guardias rojos el que extiende la GRCP a los centros industriales y conecta con la masa del proletariado, inspirando la organización de destacamentos de rebeldes obreros, con lo que se asentaba la base de grandes masas que reclamaba una posible reconstitución de un Partido Comunista en esta fase de la Revolución.

Que fuera precisamente una capa social definida por su orientación intelectual la que jugara este papel de vanguardia práctica, de mediación social decisiva, no es sino una prueba de todo lo que venimos señalando, del ya determinante carácter socialista de la revolución, del rol incomparable que juega la conciencia en este tipo de revolución y de la elevación, bajo las condiciones de dictadura del proletariado, de su punto de anclaje social básico, con la consiguiente multiplicación de su capacidad para proyectarse a la totalidad de la formación social de forma más inmediata de lo que objetivamente permite el inicio de un proceso revolucionario bajo condiciones de dictadura burguesa. Expresa que, en la medida en que el socialismo pervivía en la sociedad china de mediados de los 1960, en tanto perspectiva de avance efectivo inmediato hacia el Comunismo, los actores sociales partían desde un escalón más elevado en cuanto reimpulso de su elevación histórica a la posición del comunismo.

De hecho, si nos detenemos mínimamente en la morfología de la Guardia Roja vemos claramente cómo delinean dos de los rasgos esenciales que definen a la vanguardia práctica. En primer lugar, son un movimiento espontáneo, en tanto, como hemos subrayado, no son una creación orgánico-ejecutiva de la izquierda del PCC, pero que, en las condiciones del socialismo, se orientan marcadamente, en su espontaneidad político-organizativa, hacia posiciones ideológicas de clase más conscientes y elaboradas. Se trata de ese punto de partida más elevado que señalamos, debido a la decisiva influencia indirecta de una línea proletaria con, a pesar de todo, ciertas posiciones significativas en el aparato de Estado y de creación de opinión, que crea el caldo de cultivo para referenciarse inmediata y externamente, sin la trabajosa creación de vínculos sociales orgánicos que, desde el principio, exige un medio ambiente burgués. En segundo lugar, son los representantes más consecuentes de la resistencia, en la medida en que la primera manifestación política fenoménica de la GRCP se plantea en términos de reforma radical de la enseñanza, aunque lleve en germen, como demostrará, mucho más. Efectivamente, será allí, en la resistencia contra los intentos de la derecha de limitar el movimiento revolucionario a un debate académico y de reforma corporativa y exclusiva(ista) del medio educativo, durante esos “50 días” de terror blanco bajo el dominio de los grupos de trabajo del aparato del PCC, como forjen su primera experiencia político-organizativa, apareciendo la Guardia Roja como tal. Desde ahí, impulsados y alentados por el ala izquierda del PCC, momento que destapa la crisis política revolucionaria en toda su plenitud, los guardias rojos, como una ola, se lanzan, en esos “intercambios de experiencias”[145], a sumergirse en la sociedad china, empezando por supuesto por los grandes núcleos industriales, también urbanos y por tanto aledaños a los principales centros de enseñanza. Allí enlazan con la fuerza social decisiva, el proletariado, cuyo contacto con los estudiantes revolucionarios lo hace entrar en efervescencia, abriendo un camino que conducirá en pocos meses a la proclamación de la Comuna de Shanghái. Como decimos, estaban sobre el tablero los elementos fundamentales para la reconstitución del Partido Comunista que el salto cualitativo socialista en la Revolución China implícito en la GRCP demandaba: de la vanguardia ideológica en la izquierda del PCC a las grandes masas proletarias urbanas, cuantitativamente más importantes que cuarenta años antes e igualmente decisivas desde el punto de vista cualitativo, pasando por la mediación de la vanguardia práctica de guardias rojos, vanguardia práctica de, si se nos permite, nuevo tipo, por su incubación en las condiciones del socialismo.

La construcción subsiguiente de este Partido reclamaba la implementación del programa de transformación radical que implicaba la Comuna, con lo que ello suponía de armamento generalizado de las masas y la virtualidad de guerra civil, pero que hubiera dotado a la vanguardia ideológica, a la izquierda del PCC, de una base de apoyo revolucionaria fiable y a estas grandes masas de la experiencia política imprescindible para su transformación y elevación: el ejercicio directo de su dictadura política. Desde ahí, desde un despliegue consecuente de la Comuna como referencia de articulación para toda China, las posibilidades y formas de conexión con las experiencias comunales que el Gran Salto Adelante había sembrado entre el campesinado hubieran decidido la vía que seguiría China. Pero lo decisivo, lo único que habría generado una relación de fuerzas alternativa para reorientar las velas del país en la dirección del viento del Este, hubiera sido, como ya hemos dicho, el peso cualitativo de la experiencia proletaria de la Comuna.

Ya hemos sobrevolado las concepciones generales y los condicionantes que la experiencia material de la Revolución China imponían sobre la izquierda del PCC, que la determinaron a no plantearse esta vía y a confiar fatalmente como base de apoyo revolucionaria sobre todo en el EPL. Precisamente, en la medida en que su conexión con el aparato administrativo partidario-estatal separado de las masas era la base objetiva inmediata de esas nefastas concepciones sobre la casa común socialista; esa misma conexión fue la que impulsó, no sólo la desatención del único camino consecuente de incorporación revolucionaria de las grandes masas, la vía de la Comuna, sino también el no transitar el tramo que llevaba de la influencia externa sobre la vanguardia práctica, la masa de guardias rojos, a su fusión orgánica con la misma.

En cuanto a lo primero, se desatendió la necesidad de que la incorporación de las grandes masas al movimiento fuera simultánea a su revolucionarización. Esta desatención adoptó la forma de redivivo corporativismo economicista. Y ello a pesar de que la GRCP y las propias concepciones maoístas contenían el germen para un desarrollo consecuentemente revolucionario en esta dirección. Por ejemplo, ya Mao había inquirido en 1957:

“En el curso de la construcción de la sociedad socialista, todos necesitan transformarse, tanto los explotadores como los trabajadores. ¿Quién dice que la clase obrera no lo necesita? Por supuesto, la transformación de los explotadores y la de los trabajadores son diferentes por naturaleza y no deben confundirse. La clase obrera transforma a toda la sociedad en la lucha de clases y en la lucha contra la naturaleza y, al mismo tiempo, se transforma a sí misma.”[146]

Aunque cabría una interpretación de este pasaje como encaminado a la conciliación con la burguesía nacional, como efectivamente se contienen destacables trazas en esta obra, por otra parte, también es una reacción contra el abuso de los métodos administrativos de tratamiento de la lucha de clases, que no dejaba de ser saludable en el contexto histórico del momento. En cualquier caso, el planteamiento de que el proletariado es no sólo sujeto, sino también objeto de su revolución, y por tanto que su condición de partida como clase explotada y alienada exige autotransformación en el proceso de su ascenso a la dirección del proceso social e histórico, que el paso del en sí al para sí de su conciencia es también revolucionaria parte del proceso revolucionario, es universal y resultaba, bien comprendida, un sano revulsivo respecto al obrerismo dominante en el MCI de la época (y en los restos actuales del mismo). Este elemento cardinal es, dicho sea de paso, lo que soslayaban los camaradas del CCT en su, a nuestro juicio, desafortunada y contradictoria valoración de los comités revolucionarios.

Asimismo, los 16 Puntos incluían un entendimiento clave para el relanzamiento de la revolución proletaria:

“La gran Revolución Cultural proletaria es una poderosa fuerza motriz para el desarrollo de las fuerzas productivas sociales en nuestro país.”[147]

Estas ideas, en plena consonancia con los planteamientos marxistas genuinos, eran parte del complejo ideológico que impulsó la GRCP, pero, como decimos, convivían necesariamente con otras de matriz espontaneísta y obrerista. A medida que las opciones de la izquierda del PCC iban determinando el curso de la GRCP, estas últimas ideas se fueron imponiendo con creciente fuerza. De hecho, como indicamos, desde que la GRCP alcanzó las fábricas, en el otoño de 1966, la consigna que igualaba el mantenimiento inmediato de la producción con el desarrollo de la revolución[148] se convirtió en apabullantemente generalizada. La expresión político-organizativa del creciente dominio de estas concepciones economicistas se tradujo, junto al arrumbamiento de la Comuna, en las trabas puestas a la fusión de la vanguardia práctica, de los guardias rojos, con las masas proletarias. De este modo, desde el mismo otoño de 1966, todo un torrente de directivas y recomendaciones se encamina a la prevención de la formación de un sujeto universal, que surja de la fusión y transformación mutua de estos elementos, a la vez que además reproduce el marco socioeconómico establecido. Así, se previene contra la intervención de los guardias rojos en el interior de las fábricas, se advierte de que los posibles contactos entre guardias rojos y rebeldes obreros se deben realizar fuera de las horas de trabajo, se reglamenta y limita a priori la extensión de la crítica de las masas obreras, que debe ser dirigida sólo a lo que ocurra en su establecimiento, reproduciendo la estructura de fábrica como mecanismo de encuadramiento de los rebeldes, se establece severamente la inoportunidad de que los destacamentos obreros que participan de la GRCP puedan autodenominarse guardias rojos, etc.[149] A pesar de que en los momentos álgidos de la GRCP el movimiento tendió a franquear estos límites, como durante la tormenta de enero en Shanghái, desde el instante en que la izquierda del PCC transigió con ellos, e incluso se identificó con los mismos y los impulsó, se perdió la posibilidad de establecer un sólido puente que elevara el movimiento obrero rebelde hacia la perspectiva de su vanguardia, que fusionara con este movimiento toda la riqueza acumulada en la larga experiencia de la Revolución China, a la vez que ésta se insuflaba nueva vida en contacto con aquél. Ello, que de nuevo implicaba la transformación mutua de las partes en su fusión en un todo superior, era la única posibilidad de darle una continuidad sostenida a la GRCP. Al contrario, las opciones conciliadoras de la izquierda determinaron que en todo momento fuera un elemento permanentemente externo a los obreros el que determinara la intensidad de su movimiento. Esta disposición determinaba objetivamente unas paralizantes consecuencias políticas, independientemente del carácter más o menos bienintencionado de este elemento rector externo. Así, la vanguardia ideológica no estableció lazos orgánicos con el movimiento rebelde, lo que equivale a decir que no sacó a los obreros de las fábricas para darles una perspectiva social e histórica global, para convertirlos en efectiva clase dirigente. La desestimación de la Comuna fue la expresión suprema de esta fatídica opción. Toda la interesante experimentación en el interior de las fábricas respecto al ensayo de formas de superación de la división del trabajo estuvo determinada por este hándicap fatal y fundamental.

Como hemos adelantado, las posiciones que ocupaba en el aparato del Estado, que hacen que, en el contexto necesario del Ciclo, aún se pueda hablar de socialismo en la China de entonces, así como los recursos históricos que atesoraba (el prestigio y el culto de Mao), que eran elementos de utilidad inmediata en la movilización de las masas, junto a la concepción economicista del socialismo y sus correlatos (a lo que cabría añadir el peso histórico del factor nacional en la Revolución China, que siempre actuó como antídoto contra la perspectiva de guerra civil), fue lo que insensibilizó a la izquierda del PCC respecto a la urgencia y necesidad de establecer vínculos orgánicos con los distintos escalones de las masas. Si ya lo hemos visto respecto a la que debería haber sido su base social principal, el proletariado urbano, más acusada aun fue esta insensibilidad respecto al sector que debería haber sido el puente hacia esa base social fundamental, la vanguardia práctica de los guardias rojos. Paradójicamente, lo que eran ventajas inmediatas, que no había por qué desestimar tácticamente, se convirtieron en elementos de debilidad estratégica a medio plazo. Los guardias rojos tendieron a ser utilizados como un instrumento ciego, falto de información sobre la situación global de la sociedad y la historia de la Revolución China, especialmente respecto a los sucesos de la lucha de líneas en la dirección del PCC.[150] Igualmente, nunca se les dotó de objetivos políticos precisos que pudieran traducir su entusiasmo y energía revolucionarias en golpes materiales específicos.[151] De nuevo, la izquierda del PCC no hizo nada por impedir que esta energía se dispersara en el vacío cual honda sin núcleo de irradiación que la sostenga y reproduzca. La táctica de masas contra masas implementada por la derecha fue la puntilla que terminó por agotarla, sentenciada desde que la izquierda del PCC adoptó una ingenua y miope postura de “no intervención”[152] en las querellas entre grupos, que, además, cuando lo eran, sólo se resolvían a posteriori, de nuevo por dictado externo y con total indiferencia respecto de cómo el desarrollo concreto de estas querellas hubiera afectado al desarrollo del movimiento, sino sobre todo en razón de su impacto en el armazón del aparato de Estado al que esta izquierda seguía aferrada. En síntesis, este “no intervencionismo” no era sino la renuncia de la izquierda del PCC a establecer lazos políticos y orgánicos con el movimiento de masas, a transformar a una fogosa juventud de vanguardia que fue dejada al socaire de su fogosidad e inexperiencia.

En última instancia, fue la falta de suficiente deslindamiento con el revisionismo lo que determinó la suerte de la GRCP. Si, aun con todas sus limitaciones, posiblemente necesarias históricamente, algo avanzó la línea proletaria china en el terreno ideológico a este respecto, poco se hizo en el político y menos aun en el organizativo. Es en exacta proporción inversa a ello que pudo vincularse con las masas en estos tres terrenos: más en el terreno ideológico, donde acertó a crear una opinión pública que fue el factor detonante de la GRCP (demostrando, dicho sea de paso, la potencialidad de esta esfera), pero cuya energía no se condensó en un sólido movimiento político-organizativo, esto es, un nuevo Partido Comunista, que hubiera dado a este estado de opinión y a esta explosión de masas una continuidad sostenida e independiente.

Habiendo optado por la conciliación y por la reforma del Estado, la izquierda del PCC, a la hora de plantearse el problema de un Partido, cuyo armazón formal había sido destruido por la GRCP, hubo de seguir con ineluctable lógica material la vía reformista de edificación del mismo, la de su reconstrucción. Efectivamente, ello representa el IX Congreso del PCC, celebrado en abril de 1969, llamado el Congreso de los vencedores, y que supone el reensamblaje del PCC desde la agrupación de los elementos que la ola de la GRCP, en su pasar, había dejado sobre el escenario político chino y que estaban representados en los comités revolucionarios. No hay en ello atisbo de fusión revolucionaria, sino que es un acto de reunión de lo dado que, además y con toda consecuencia, reforzaba aún más la dependencia del Partido respecto de la médula bruta del aparato del Estado, pues aquél se sostenía ahora fundamentalmente, al igual que los comités revolucionarios que eran su plataforma, sobre lo que de éste había quedado menos tocado: el EPL.[153]

Así, con la izquierda aferrada a un aparato que era la solidificación de todo lo que en la sociedad china miraba hacia el Oeste, la derecha, aún empalidecida por su pánico en los primeros momentos de la GRCP, pudo recomponerse e ir batiendo a sus adversarios uno por uno. Todos esos elementos dispersos por el tablero de la lucha de clases en China, que juntos y en unidad superior a su mera suma hubieran supuesto un contrincante revolucionario casi imbatible, fueron vencidos separada y fácilmente a su debido momento. No obstante, la disposición de sus cuerpos inertes, que va jalonando China de 1967 a 1976, al menos –sirva como amarga lección— nos ofrece inversamente la jerarquía de los elementos que podían haber confluido en vivificante fusión revolucionaria. Así, el movimiento obrero rebelde no llegaría a recuperarse de la desmoralizadora calma que sucedió a la tormenta de enero en Shanghái. El agitado verano de 1967 es protagonizado sobre todo por la extrema izquierda de la Guardia Roja, dispersada por el EPL y que recibe su puntilla al verano siguiente. Habiendo renunciado a la posibilidad de otra estructura estatal y dejado desecar el movimiento de masas, la izquierda del PCC debe forzosamente admitir la creciente rehabilitación de una masa de resentidos apparatchiks, agravando su inferioridad y aislamiento. Algunos requiebros y maniobras políticas, que a estas alturas más asemejan intrigas palaciegas, no pueden evitar su dramática suerte: muerto el líder intocable en 1976, sus más fieles seguidores marchan inmediatamente a la mazmorra, mientras que lo que resta de su base social recibe una sangrienta dosis de terror blanco que ninguna Amnistía Internacional denunciará. El socialismo ha expirado finalmente en China.

En definitiva, si política y socialmente la suerte de la GRCP se jugó en las ciudades, ideológicamente se decidió en las insuficiencias del único sector de la sociedad china que podría haber interpretado el papel de vanguardia teórica, fundamentalmente por su perspectiva histórica y por su carácter como depositaria de la experiencia histórica de la Revolución China y, a través de ésta, de la entera RPM: la izquierda del PCC. La clave fue que este sector se negó precisamente a jugar el rol que la historia le tenía asignado: el de vanguardia. Si fue capaz de detonar el proceso, no siguió consecuentemente la lógica abierta por él, no se decidió a buscar una decidida fusión con las masas en la que, transformándose ambas, uniera su suerte a la de éstas.             Este ausentismo, que es la forma primordial que adoptó la conciliación con la derecha, finalmente tampoco le sirvió para evitar el brutal desquite de ésta, demostrando, de todos modos, que esas suertes estaban ya objetivamente ligadas y que la revolución no es un “divertimento vacacional”, por aludir a la amarga humorada de Chou En-lai. Recordando las palabras de Chiang Ching, la izquierda del PCC no se reconoció como lo que objetivamente era, la dirigente del proceso, y, por ello, introdujo una correlativa secuencia de distorsiones que impidió a los otros sectores su transformación, maduración y elevación: su falta de autorreconocimiento como vanguardia impidió al resto del movimiento revolucionario elevarse a esa posición.

De nuevo, esta carencia tenía su expresión condensada en la forma que en el maoísmo modeló su celebérrima “línea de masas”. Ya hemos hablado de los condicionantes materiales, tanto específicamente chinos como generales respecto del entero Ciclo, que están en su concepción, así como algunas de sus implicaciones teóricas y políticas. Como decíamos, su fetichización de las masas, su idealización de las mismas como elemento sustantivo dado inmediatamente, así como la disolución en ellas de la vanguardia, privada de cualquier actividad con entidad propia e independiente, se traducían en unos exacerbados empirismo y espontaneísmo. Ello deja también su indeleble huella en esos 16 Puntos de 1966, donde este concepto es reiterado hasta la saciedad:

“Los comités del Partido a todos los niveles deben atenerse a las directivas dadas por el presidente Mao a lo largo de los años, aplicar cabalmente la línea de ‘de las masas a las masas’ y ser alumnos de las masas antes de convertirse en sus maestros [punto 16]. (…) Ceder la primacía al atreverse a movilizar sin reserva a las masas [3] (…) confiar en las masas, apoyarse en ellas y respetar su iniciativa (…). Hay que dejar que las masas se eduquen a sí mismas [4] (…). En el curso del debate normal y exhaustivo, las masas populares afirmarán lo justo, corregirán lo erróneo y llegarán paso a paso a la unanimidad de criterio.”[154]

Nuevamente, hay mucho de reacción, entroncando con la tradición revolucionaria del PCC, a los métodos externos y administrativos que habían acabado dominando la forma de relación y movilización de masas en otras experiencias de construcción socialista, así como saludables –aunque en algunos casos problemáticos— recordatorios a la necesidad de que “las masas se liberen por sí mismas”, de “no temer los excesos ni los desórdenes” y un fomento de la crítica y el debate público de masas que, en una escala sin precedentes, serán admirados por muchos observadores extranjeros coetáneos, no necesariamente marxistas, como ejemplo histórico de democracia amplia. No obstante, y otra vez, los defectos y limitaciones de esta concepción se mostrarán descarnadamente en la realidad de la GRCP, empezando por la característica sustitución de la idea marxista de que “la liberación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos” por la versión empirista-reduccionista de “la liberación de las masas por sí mismas”, que tiene, como veíamos, un hondo calado.

En esencia, esta desviación positivista del correcto entendimiento marxista de la relación entre la vanguardia y las masas, como vimos, la reducía a un vínculo externo y fundamentalmente epistemológico, donde el sujeto queda reducido a cognoscente ordenador de una realidad que en su esencial sustantividad reside en su plenitud fuera de él. La primera consecuencia es el formalismo que, de nuevo, vemos en todo su esplendor en la GRCP, con toda esa reglamentación que traba el contacto y la fusión de los elementos que podían haber constituido un nuevo sujeto revolucionario. La segunda es la fetichización de las masas, su objetivación como dato externo, que las aísla de toda relación con otros momentos del devenir histórico, del conocimiento de otras formas de desenvolvimiento de las propias masas; en definitiva, las aísla del aprendizaje de la experiencia revolucionaria histórica, quebrando la posibilidad de una transformación de estas masas inmediatas, que son así desubjetivadas. Esta desubjetivación, esto es, la imposibilidad de revolucionarización de las masas, cuyo sustento hubiera sido para ellas su denegado contacto con la experiencia histórica de la lucha de clases, tiene correlativamente, en el respecto de la vanguardia, que porta tal atributo únicamente por ser la depositaria de ese bagaje histórico, la imposibilidad también de transformarse decisivamente, de elevarse desde la experiencia de la fusión social de ese bagaje con las masas inmediatas. No hay sujeto entonces, no hay Partido Comunista, porque se oblitera la detonación de un proceso mediado de sucesiva y dialéctica negación que culmine en síntesis diferente y superior, sino que la relación es positiva, inmediata, dada: externa. Dos ni siquiera llegan a hacer uno porque no se concibe de partida que uno se divide en dos, sino que todo está unilateralmente en uno. La exclusiva “primacía e iniciativa de las masas” deseca toda posibilidad de transformación revolucionaria, empezando por la de los propios estratos sociales inmediatamente implicados en el proceso.

El carácter idealista de tal disposición gnoseológica y política se muestra en el corolario de idealización de esas masas, a las que de forma subjetivista, voluntaristamente, se dota de extraordinarias capacidades de desarrollo y aprendizaje desde sí mismas, sin ninguna consideración de si su posición material objetiva permite tales y desmesuradas expectativas; es decir, sin un análisis desde la perspectiva de clase. El “aprender de ellas antes de ser sus maestros” y la confianza en su capacidad autónoma para llegar a “lo correcto y a la unanimidad de criterio” mostrarán descarnadamente su limitación cuando el movimiento de masas, privado de horizonte concreto y dejado liberalmente a los vaivenes de la lucha de clases, con esa inconsciente “política de no intervención” de la izquierda del PCC, se estrelle contra la natural capacidad de movilización de masas de las clases antagónicas. La tendencia a la desintegración del movimiento y a la de la propia sociedad, con su secuela de un caos sin perspectiva, será la consecuencia, reconocida por Mao y que reforzará al partido del orden. Las denuncias de los “excesos”, la “violencia”, las “fracciones”, el “espíritu de pandilla” e incluso de los “anarquistas”[155] presidirán el gradual retorno a la normalidad desde finales de 1967. Finalmente, los maoístas, por la propia situación en la que ellos mismos se colocaron, hubieron de ceder al “temor a los excesos y los desórdenes”. Como el propio Mao, tras deplorar la actitud “deshonesta” que supuestamente llevó a esta situación, confesaba a Snow en 1970:

“Más adelante el conflicto que se produjo durante la revolución cultural se agravó hasta convertirse en una guerra entre facciones: primero, con lanzas; luego con rifles y morteros. Cuando los extranjeros informaron que en China reinaba un gran caos, no habían estado diciendo mentiras: era la verdad. Se estaba luchando realmente.”[156]

El origen de todo ello no está por supuesto en la “deshonestidad”, categoría espuria en la lucha de clases, sino en la ruptura de los maoístas con los fundamentos teóricos y filosóficos del marxismo en este aspecto. Como ya hemos dicho, aquí la relación vanguardia-masas queda reducida a un vínculo epistemológico, externo, que pulveriza toda posibilidad de transformación material consciente. Esta posición teórica y su correspondiente correlato político no encuentran su asiento en el marxismo, sino en la Revolución Científica, fiel acompañante de la revolución democrática-burguesa. Como también apuntábamos, ello es un reminiscente afloramiento de las premisas históricas objetivas que están en la base de la Revolución China y del bagaje del PCC en el marco del Ciclo de Octubre, expresados en la angustiosa falta de experiencia sentida por los comunistas chinos a la hora de afrontar la construcción socialista.[157] Esta inexperiencia histórica era inevitable y, tras rectificar la adopción unilateral de la experiencia soviética, que no obstante dejó su huella en el fortalecimiento de ese viento occidental, los revolucionarios chinos no tuvieron más remedio que buscar los rudimentos de una guía en el bagaje anterior de su propia revolución, de carácter esencialmente democrático. El marco objetivo de ésta permitió en su momento el despliegue de tales concepciones positivistas y el resultado, de nuevo en ese hondo del Ciclo que es la experiencia china, es la acentuación de la tendencia a la reducción epistemologizante del marxismo, general en el MCI del siglo XX, que el propio Mao expresa en ocasiones ejemplarmente.[158]

Todo ello, además, se sublimaba por la anómala morfología que el curso de esta revolución imprimió en el sujeto revolucionario, en el PCC, con esa dualidad por la que descolló la extraordinaria figura de Mao, y que se convirtió en el sustento histórico de la teoría de la Jefatura. Esta desviación individualista e idealista del marxismo acentúa aún más el carácter desubjetivador del positivismo, pues concentra en una solitaria figura la encarnación del conocimiento científico, agudizando la reducción epistemologizante del sujeto y sellando la insensibilidad por el aspecto crucial de la socialización de ese conocimiento, por su materialización, por la dimensión transformadora de esta materialización y por el aspecto orgánico de su transmisión; en definitiva, por la problemática genuinamente marxista del Partido Comunista como intelectual colectivo y como movimiento histórico de elevación consciente de la clase, de las masas y de la humanidad a la posición del comunismo. Ello se demostró en la GRCP, en la que esta excepcional posición ocupada por Mao, que, como dijimos, era un elemento táctico de utilidad inmediata para la izquierda del PCC, apuntaló la desatención de ésta por la necesidad de tejer vínculos orgánico-materiales con las masas. Ello no sólo solidificó, objetivó, a las masas, sino también al propio Mao, pretendida causa común de izquierda y derecha (“levantar la bandera roja contra la bandera roja”), cuya posición intocable sólo era respetada por la derecha a condición de que se abstuviera de buscar esa vinculación orgánica con las masas. El peso de la tradición china, además, de la que como vimos el propio Mao era consciente, convirtió, ya en el final de su vida, la imponente figura revolucionaria de Mao en una inerte estatua de granito, en ese lejano emperador que, asimismo, era de nuevo garantía de unidad de la nación china y de la paz en el Imperio del centro.

Con ello, vemos en toda su dimensión el aspecto reaccionario que estas concepciones positivistas, que un día pudieron jugar un papel progresivo, tienen cuando el proletariado y el marxismo ponen en el orden del día otras tareas históricas. Para el marxismo el principio rector del universo, el que determina la posición del hombre en él, no es su conocimiento sino su revolucionarización (Decimoprimera tesis sobre Feuerbach). Por ello entiende que el saber no es sino práctica revolucionaria sintetizada[159], cuya transmisión y socialización revoluciona también a su receptor, que en su asimilación y transformación por ella se encuentra en posición de potenciar y proyectar, actualizar, algo que es en todo momento devenir revolucionario. Por eso la formación del Partido Comunista es también ya revolucionarización de los elementos llamados a componerlo (vanguardia y masas), expresándose como ruptura y salto cualitativo de la clase a su conciencia para sí, en su subjetivación desde la negación de su objetividad como capital variable, y en su constitución material como sujeto orgánico operativo. El proletariado, por su posición social objetiva, no puede simplemente conocer, sino que para ello, para poder alzarse hasta una perspectiva suficiente para dotarse de un conocimiento significativo, necesita quebrar y fracturar toda la estructura social que se encuentra sobre sí. Ése y no otro es su verdadero proceso de conocimiento, indesligable del proceso de su revolución. Por eso, el marxismo, fiel discípulo de la dialéctica, no puede separar el conocimiento del ser, siendo ambos revolución, transformación mutua de teoría y práctica. En China, insistimos, la oportunidad de que las masas del proletariado transitaran esta vereda, de que barrieran toda la hojarasca y la inmundicia que los vientos del Poniente habían depositado sobre sí en los años anteriores, se perdió en enero de 1967. Al no haber sido suficientemente instruidas con la experiencia histórica de otros comuneros, al no tratar de internarse por ese camino con todas sus consecuencias, no pudieron finalmente convertirse en maestras de su vanguardia.

En el otro lado, para acabar, la concepción positivista petrifica a estos elementos, siendo sólo capaz de concebirlos en sí, tal como son dados, con lo que a lo sumo es capaz de proyectar un movimiento que no es revolucionarización, sino sólo reproducción. Tal vez la prueba más palpable –y más triste— de ello que nos ofrece la GRCP es la ocupación de la Universidad de Tsinghua en Pekín por destacamentos obreros en julio de 1968, poniendo fin a los últimos disturbios de entidad protagonizados por los guardias rojos. Las masas proletarias jugaron aquí el papel de fuerza de choque para el restablecimiento del orden. Y, por todo lo que hemos visto, ello resulta de una total naturalidad. En efecto, taponada toda otra perspectiva y tutelada su experimentación en las fábricas por un rector permanentemente externo, la conciencia de esta masa obrera no podía ser sino la de la vuelta a la normalidad que se iba imponiendo, la de la reproducción de esa normalidad que les reafirmaba en un lugar específico del ordenamiento social; la conciencia en sí que, desde allí, sólo podía ver en esos estudiantes a unos alborotadores ajenos y aislados… y es que, dejadas pasar las oportunidades de reconstituir Partido Comunista, sólo eso eran ya objetiva y efectivamente…





Notas: