CHARLA-DEBATE POR EL 90 ANIVERSARIO DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE.
ANÒNIMS, GRANOLLERS.

Breve crónica del acto


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El 24 de Noviembre de 2007, el MAI fue invitado a participar como ponente en una charla-debate organizada por el Restaurante-Librería Anònims (interesante combinación de cultura y gastronomía y, al mismo tiempo, singular escaparate cultural del variopinto panorama de la izquierda más radical que nadie debería dejar de visitar si tiene ocasión de acercarse por Granollers) con motivo del 90 aniversario de la Revolución de Octubre. Aceptamos gustosos tan gentil ofrecimiento porque, como se preveía en un principio, la participación en el evento de Manuel Castells, profesor universitario, reconocido sociólogo y tal vez menos conocido por su actividad de joven militante en el Front Obrer de Catalunya, que pertenecía al Felipe (Frente de Liberación Popular), y de Eulogio Fernández, miembro del también desaparecido Fomento Obrero Revolucionario, organización trotskista adherida a la corriente disidente encabezada por G. Munis, podría favorecer las condiciones para un debate de elevado tono en el que pudiesen primar el espíritu y el interés científicos sobre las desavenencias ideológicas entre corrientes políticas, que suelen ponerse de relieve y terminar dominando este tipo de encuentros. La presencia, en esta ocasión, de personalidades que, a priori, podían dotar de objetividad, debido a la perspectiva que les presta su anterior experiencia en el movimiento, además de porte intelectual y de interesantes contenidos al debate, nos animó a presentarnos allí con la finalidad de aprovechar la ocasión para confrontar, en el plano teórico, nuestra tesis sobre el Ciclo revolucionario de Octubre, nuestra posición sobre su Balance y el papel que debe jugar éste en la construcción de la política revolucionaria, al mismo tiempo que algunas de las conclusiones provisionales a las que hemos ido llegando a este respecto. Sin embargo, nuestras expectativas terminaron por no verse cumplidas. Ninguno de los invitados confirmó su asistencia al acto y su ausencia intentó ser suplida por los organizadores con la presencia de Just Casas, historiador y miembro de la Federación de Terrasa de CNT-AIT y del Centre d’Estudis Llibertaris Francesc Sàbat, y Pepe Gutiérrez, miembro de la Fundación Andreu Nin y autor de varios libros que tocan aspectos relacionados con la historia de la revolución en España. Pero, como las desgracias no vienen solas, éste excusó su asistencia en el último momento, de modo que hubo de ser sustituido ya casi fuera de tiempo por la organización, que demostró una vez más reflejos y recursos, en la persona de David Karvala, redactor de la revista trotskista En Lucha. De modo que, dadas las circunstancias y ante el claro perfil político que había terminado adquiriendo el plantel de conferenciantes, hubimos de replantear la perspectiva con la que abordaríamos el debate, que tenía todos los visos de terminar reproduciendo las viejas polémicas políticas entre corrientes históricas del movimiento obrero, con sus manidos argumentos, los conocidos reproches entre unos y otros y hasta las previsibles descalificaciones e insultos. No en vano, allí estábamos representados quienes podíamos considerar, respectivamente, herederos de la I, III y IV Internacionales, aunque, por lo que toca al MAI, si bien reclamamos su herencia, en ningún caso puede pensarse que seamos seguidores ortodoxos de la Internacional Comunista, corrientes que, por otra parte, hace mucho que se han separado y seguido caminos divergentes. Conscientes, pues, de la lejanía de los puntos de vista de los presentes y de que, por tanto, los frutos de aquella jornada provendrían más de lo positivo que puede tener presentar y defender públicamente nuestro punto de vista más o menos novedoso de la experiencia de Octubre que del debate mismo, nos dispusimos a participar en él, no sin antes encomendarnos a la sabia y prudente conducción del moderador para que evitase todo tipo de posibles provocaciones con el fin de que aquello no terminase como el rosario de la aurora.

El primero en ofrecer su exposición sobre la Revolución de Octubre fue Just Casas. En la primera parte de su intervención, intentó responder a la pregunta de por qué, de entre todas las corrientes políticas de la Rusia del momento, sólo los bolcheviques pudieron hacer la revolución, y por qué no antes ni después. Comenzó señalando que, desde la época napoleónica, Rusia fue de derrota en derrota (Guerra de Crimea, guerra contra Japón), lo que concienció a las elites dirigentes sobre la necesidad de reformas modernizadoras controladas. Las más importantes se aplicaron a raíz de la revolución de 1905 y consistieron principalmente en potenciar la industrialización desde el Estado a través de la industria de guerra y sobre la base de capitales y tecnología extranjeros.

La Primera Guerra Mundial obligó a posicionarse a las distintas fuerzas políticas. Los liberales, que representaban a la minoritaria burguesía ligada al capital extranjero, no deseaban la paz por su dependencia y sus vínculos con el mercado exterior. Los socialistas revolucionarios (eseristas), representantes del campesinado y cuyo proyecto político se reducía prácticamente al programa agrario reformista, deseaban continuar la guerra para acorralar al gobierno y forzar las reformas. Los mencheviques, marxistas ortodoxos, consideraban que Rusia no estaba preparada para la revolución social, por lo que era preciso apoyar a los gobiernos provisionales de la burguesía para continuar la guerra, pues la derrota supondría que los vencedores desmantelarían la industria rusa, lo cual paralizaría el desarrollo de la clase obrera en el país. Los únicos que se oponían a la guerra eran los anarquistas y los bolcheviques, pero fueron estos últimos quienes encabezarían la revolución. Según Just Casas, por tres razones: porque disponían de liderazgo, tenían a Lenin; porque disponían del instrumento, el partido, hipercentralizado, unido, disciplinado y profesional, y porque disponían del programa, a partir de las Tesis de Abril, un programa mínimo pero a la altura de la situación. Su objetivo era terminar la guerra imperialista, acabar con el imperialismo y tomar medidas de control económico, de unificación del sistema financiero a través de un Banco Central, etc. El señor Casas, dicho sea entre paréntesis, no se refirió a la principal medida adoptada inmediatamente por el gobierno bolchevique, además de la paz: la reforma agraria, que repartió la tierra nacionalizada entre los campesinos y que, como Lenin reconoció, era el programa de los eseristas, de los herederos del anarquismo comunalista tradicional del campesinado ruso, que los mismos socialistas revolucionarios se habían negado a aplicar cuando entraron a formar parte del gobierno provisional de Kerensky. En cuanto a los anarquistas, carecían de aquellas tres claves que ponían a los bolcheviques en disposición de encabezar la salida de la crisis, razón por la cual no pudieron hacer nada, mientras la guerra iba favoreciendo cada vez más la posición bolchevique, hasta que el partido de Lenin se encontró en disposición de tomar el poder.

Así pues, la tesis principal de esta primera parte de la intervención del cenetista Casas encierra una auténtica paradoja, procediendo como procede de un anarquista ortodoxo. Porque reconocer, como reconoce abierta y explícitamente, que el triunfo revolucionario se debió a la aplicación de los principios políticos y organizativos del marxismo revolucionario por parte del partido bolchevique, significa reconocer el fracaso propio, la incapacidad de la teoría y de la práctica anarquistas para derribar el Estado burgués y el dominio del capital. Pero, como si en el fondo intuyera esta contradicción, el señor Casas dedicó la segunda parte de su intervención, de contenido valorativo, a predicar la maldad intrínseca del partido bolchevique, de ese modelo de partido que había conseguido derrotar al Estado reaccionario, cargando sobre él y su supuesta naturaleza maléfica el fracaso de la revolución. De hecho, según este señor, la revolución terminó aquí, en el momento de la derrota del gobierno burgués, porque el instrumento, el partido, usurpó el lugar de la clase obrera, se volvió contra las ideas emancipadoras y se convirtió en una “máquina de matar” (argumento que respaldó, curiosamente, con una cita de Trotsky de 1904 dirigida contra el bolchevismo). Los bolcheviques, así, implantaron una dictadura y todos los beneficios de la revolución desaparecieron. El resultado, según nuestro conferenciante, es la Rusia actual. El problema de la revolución fue el propio partido comunista, cuya naturaleza inflexible y rígida impidió toda capacidad de adaptación y de modernización de Rusia. Este tema de la modernización y de la adaptación tecnológica de la economía, por cierto, fue una constante en las intervenciones del señor Casas, tanto en su ponencia como en el debate posterior, cuando se mostró partidario de la eficiencia económica en la producción, preocupación, todo sea dicho, que, a nuestro modesto entender, resulta por lo menos pintoresca, cuando no paradójica, viniendo de un anarquista. Y las paradojas no terminan aquí. Terminando su balance de la revolución, señaló que es Lenin quien inicia su degeneración y quien realmente prepara a Stalin, añadiendo, para ilustrarlo, que empezó liquidando la Asamblea Constituyente, continuó eliminando los partidos y luego a toda la oposición, hasta que Stalin terminó la obra de destrucción de la revolución que había iniciado su propio partido. Pero, lo verdaderamente triste es observar cómo un anarcosindicalista se erige en defensor del parlamentarismo y del pluralismo político burgués, que eso es lo que realmente representaban la Asamblea Constituyente y el sistema de partidos salido de la Revolución de Febrero. Finalmente, a modo de conclusión, el señor Casas definió su postura hacia Octubre como un a la revolución, pero un no al sistema que se construyó en la URSS, porque este sistema ha desacreditado la revolución, pues las masas identifican ahora esta idea con la de dictadura. La revolución, dijo, debe ser bien gestionada, debe exigirse que se haga bien y que sea humanista. Pues bien, aparte de la pequeña apostilla de que a las masas hay que inculcarles con toda claridad que toda revolución implica dictadura y de que en la guerra de clases el humanismo brilla por su ausencia, tesis correctas que el señor Casas jamás comprenderá, porque en esto sí es un anarquista consecuente (coherencia que, ciertamente, favorece a la burguesía y perjudica al proletariado), es preciso concluir, por nuestra parte, que el análisis anarquista de la Revolución de Octubre pone en evidencia y condensa a la perfección el escepticismo revolucionario que caracteriza a esta ideología, escepticismo que le ha impedido llevar a cabo la revolución a lo largo de la historia. Y es que si se reconoce que los instrumentos adecuados para iniciarla son al mismo tiempo la causa de su destrucción no puede haber otro resultado final que la imposibilidad fáctica de realizar la revolución en términos históricos.

El siguiente conferenciante, el señor Karvala, desde luego fue mucho más coherente con la doctrina que profesa y repitió, punto por punto, los lugares comunes del trotskismo en el tema que nos ocupa. Comenzó diciendo que 1917 es hoy el gran olvidado y que es preciso recuperarlo, a pesar del mal sabor de boca que ha dejado, para recordar la historia positiva de la revolución, que fue un intento de solucionar los problemas que aquejan a la humanidad. Actualmente, no se reivindica 1917, según él, porque se identifica con la teoría del golpe de Estado y con Stalin. Éste es el punto de vista de la derecha. La izquierda lo comparte y también, cada vez más, la supuesta continuidad entre Lenin y Stalin. Entre los anarquistas hay división. Los buenos hicieron la revolución con Lenin, pero incluso éstos rechazan la idea de partido. Sin embargo, el partido es fundamental para la revolución. No todo en la revolución fue igual. “Ríos de sangre” separan a Lenin y Trotsky de Stalin. No podemos decir: “Te quedas con la revolución y Stalin o lo tiras todo”. Los bolcheviques no siempre estuvieron unidos (y para demostrar esto el señor Karvala utilizó como ejemplos el tan viejo como falso argumento de que Lenin había adoptado la línea de Trotsky de hacer la revolución socialista, frente a la mayoría de los bolcheviques, y el caso de la oposición conjunta contra Stalin), ni el partido fue nunca una máquina al servicio de Lenin. Hubo experiencias positivas, incluida la de este partido, que supo realizar un trabajo independiente dentro del movimiento de masas para ganar a la mayoría y sin cuyo concurso, por ejemplo, la crisis de julio hubiera terminado desbaratando la revolución. A la cuestión de por qué fracasó ésta a pesar de tener en su haber un partido como el bolchevique, el señor Karvala recurrió nuevamente a un tipismo de cuño trotskista: el aislamiento internacional de la revolución, al que había contribuido en gran medida la socialdemocracia internacional, como el SPD alemán, que no dudó en ahogar en sangre la revolución en ese país. Finalmente, a modo de conclusión, terminó diciendo que la revolución rusa y su significado se extinguieron en los años 20 y que hasta esa fecha llegaba el legado de Octubre, cuya principal característica consistió en que fue un ejemplo de lucha protagonizado por las masas desde abajo. A partir de ahí, dominó el capitalismo de Estado.

En último lugar, habló nuestro representante, cuya intervención reproducimos en el texto que sigue a esta crónica del encuentro.
En el debate posterior, los miembros del MAI presentes renunciamos a la ingrata e inútil tarea de rebatir punto por punto la cantidad de insensateces, falsedades y provocadoras alusiones directas vertidas tanto por los otros conferenciantes como por una parte de los asistentes, con el fin de no contribuir a que la discusión se encarrilara por el peor camino, ése que desde el principio tratábamos de evitar. Intentamos dirigir la cosa por otros derroteros, y con este fin nos dirigimos a los allí presentes para indicarles que nosotros nos negábamos a caer en las viejas polémicas, en las discusiones eternas del pasado ciclo histórico, que ya habían periclitado sin aportar ninguna solución; que era momento de abordar el Ciclo de Octubre como un episodio clausurado por la historia y que debíamos adoptar esta nueva perspectiva para extraer las lecciones pertinentes de manera objetiva, desembarazándonos de los juicios morales y de interpretaciones maniqueas; que era preciso superar Octubre, en el sentido de dejar de ensimismarnos en él, de dejar de mirar hacia atrás, porque había que comenzar a mirar desde Octubre hacia delante; que la cuestión no era quién fue el culpable del fracaso de la revolución, sino por qué habíamos fracasado todos: nosotros y, también, ellos, anarquistas y trotskistas, que fueron vencidos y desplazados y no fueron capaces de ponerse al frente para defender y aplicar su proyecto revolucionario. Esto es lo que deberían hacer y no echar la culpa a los otros. Ésta es la perspectiva correcta, que debe ser aplicada con criterio científico (en particular, aplicando el materialismo histórico, algo que rechazó, y en esto sí fue coherente, el señor Casas, que dijo que no creía en “biblias”; pero también por el señor Karvala, que confesó igualmente su incredulidad, aunque en este caso resultaría increíble viniendo de un marxista, a menos que se dijera trotskista), es decir, considerando el desarrollo de los acontecimientos históricos como una correlación necesaria de sucesos que deben explicarse desde la realidad material de las circunstancias económicas, sociales y políticas que los rodearon, y no recurriendo a explicaciones idealistas sustentadas sobre la supuesta maldad intrínseca de alguno de esos factores (el partido o Stalin, por ejemplo). Sólo así sabremos cuáles fueron nuestras debilidades y aprenderemos a superarlas en la próxima oportunidad. Si seguimos haciendo de la necesidad virtud no avanzaremos un paso y daremos eternamente vueltas sobre los mismos problemas y las mismas disputas.

Naturalmente, lo nuestro fue predicar en el desierto. El encuentro de Granollers demostró a ojos vista la parálisis ideológica que atenaza al anarquismo y al trotskismo. Su obcecación por disparar contra fantasmas, por la idea de traición o de conspiración contra la revolución, les maniata para cualquier esfuerzo de autocrítica. Y, hoy, para los revolucionarios, desde el punto de vista de las lecciones de nuestra historia, la autocrítica es la única catarsis que nos permitirá retirar el velo del dogmatismo y purificarnos para afrontar con la mente despejada y con fuerzas renovadas las tareas que exige la preparación del próximo ciclo revolucionario.
 
Movimiento Anti-Imperialista
Diciembre de 2007