Sobre el Ciclo revolucionario, el maoísmo y el internacionalismo

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Como dejamos sentado en el comunicado ¡Viva la Guerra Popular en India!, desde el MAI decidimos sumar nuestras fuerzas a la campaña de solidaridad internacional con la revolución india. Al mismo tiempo que mostrábamos nuestro apoyo a la Guerra Popular que dirige el Partido Comunista de India (Maoísta) –PCI(M)­­­—, no podíamos por menos que compartir con la vanguardia algunas reflexiones, inspiradas por nuestro estudio precedente de varios procesos de Guerra Popular, y señalar la necesidad ineluctable de afrontar cara a cara la problemática ideológica que el contexto histórico y mundial impone necesariamente a los comunistas revolucionarios. Para nosotros, tanto el apoyo a la revolución exterior como la reflexión crítica y vigilante para el debate de vanguardia, forman dos caras dialécticamente inseparables de los deberes que impone el internacionalismo proletario. Pero esto es algo sobre lo que volveremos más adelante.
            Hasta ahí todo en orden. Sin embargo, pocos días después de colgar nuestro comunicado de apoyo en nuestra web, para nuestra sorpresa, vemos que uno de esos componentes de la, llamémosla así, blogosfera maoísta del Estado español, totalmente volcada en el soporte de esta semana de solidaridad y reflejando todo cuanto se publicaba al respecto, decide dejar de fingir la inexistencia de nuestro posicionamiento de apoyo y hacerse eco del mismo, no sin antes dejar de “puntualizar” algunas cosas:

(El Colectivo Odio de Clase quiere puntualizar lo siguiente:
- Saludamos esta declaración del MAI como un paso positivo
- Tenemos diferencias políticas considerables con el MAI.
- No estamos nada de acuerdo con la actitud de ponerse la venda antes de que aparezca la herida, en referencia al triunfalismo que nos atribuye a algunos.)”

Desde el MAI, contentos con esta aparente actitud abierta, tan rara hoy entre ciertos sectores de la vanguardia, de permitir la expresión de posicionamientos críticos, nos dispusimos a responder a este gesto del Colectivo Odio De Clase, saludando el que hubieran difundido nuestro mensaje y poniéndonos a su disposición para tratar las “diferencias políticas considerables” que, sin duda, existen entre nosotros, y permitir que se expresen en un debate que ayude a la forja y conformación de la vanguardia. No obstante, antes de que pudiéramos ni tan siquiera redactar ese saludo, nuestro comunicado desapareció de su sitio de la misma forma súbita e inesperada en que había aparecido, a la vez que en un blog “vecino” era publicado, casi simultáneamente, un, por llamarlo de alguna manera, artículo, tan vehemente como zafío y vacío de argumentos, titulado Oportunismo de traficantes, firmado por un tal M. Alonso para Correo Vermello, dirigido contra nosotros y contra nuestro mensaje de apoyo a la revolución india.
            Poco hemos de decir de la actitud de los compañeros de Odio De Clase, ellos saben lo que hacen con sus herramientas de propaganda y nosotros, con Lenin, estamos convencidos de que el proletariado revolucionario no puede contar con otras fuerzas que las suyas propias, así que sólo podemos remarcar la extrañeza que causa el hecho de difundir lo que se considera “un paso positivo” para a las pocas horas borrarlo. Son vaivenes que ayudan poco a la propia definición de una línea política y a clarificar el panorama de la vanguardia.
            Respecto a Correo Vermello hablaremos más a continuación, pues son viejos conocidos y, en nuestra opinión, expresión ejemplar de todas las carencias y limitaciones de las que debe zafarse el maoísmo en el Estado español para salir de la marginalidad política entre la vanguardia y contribuir seriamente a la lucha contra el revisionismo y a la construcción de las herramientas de la revolución. Y decimos que son una expresión ejemplar de las limitaciones de cierto maoísmo, no sólo por su actividad política, de la que hablaremos luego y que, lejos de contribuir a la lucha de líneas contra el revisionismo, ha ayudado a enmascararlo, sino por su estilo de trabajo y el grado de asunción de la propia ideología maoísta que se trasluce en sus comunicados. Correo Vermello son campeones en la utilización del cliché estereotipado, sobre el que suelen acoplar alguna que otra consigna, pero tan abstracta y general que pierde toda validez concreta. El resultado suele ser una llanura yerma de ideas, en las que las descalificaciones tópicas sólo ven mitigada su soledad por la compañía de alguna verdad huera, aprendida a base de repetir y aplicar indistintamente a cualquier contexto. Y eso es precisamente lo que hacen en su artículo, que más parece un mensaje de foro de Internet, contra nosotros.
            Sin embargo, en medio de este páramo aún aciertan a colocar algún elemento de controversia política concreta que, aunque inútil explicar a ellos (ya lo hemos intentado reiteradamente1 y han demostrado que lo suyo no es la lucha ideológica, sino la intoxicación pura y simple), tal vez sí pueda ser útil de cara al debate con auténticos maoístas y, en general, en el seno de la vanguardia proletaria.

Ciclo revolucionario, lucha de clases y teoría

La afirmación más calumniosa que vierten, es la de que la teoría del Ciclo de Octubre niega la lucha de clases, colocándonos, en un ejercicio silogístico de simpleza mental, junto a Fukuyama y su, desmentida día a día, tesis del “fin de la historia”:
            “(…) insiste en su brillante tesis revisionista de "el fin del ciclo de Octubre" o lo que es lo mismo el fin de la era de las revoluciones proletarias. Al igual que Fukuyama que afirmaba "el fin de la Historia," se olvidan de la lucha de clases, algo sobre lo que el camarada Mao advirtió tener siempre presente.”
            En primer lugar, señalar que no hemos sido nosotros los primeros en sugerir el desarrollo histórico de manera cíclica de la Revolución Proletaria Mundial (RPM), sino que esta tesis nos ha llegado primeramente por mediación del maoísmo, fundamentalmente las reflexiones del Partido Comunista del Perú (PCP) en torno a la formulación de la tesis del recodo. En este sentido, conviene señalar que, aunque nosotros hemos continuado consecuentemente con el desarrollo de esta visión, ésta no ha dejado de estar presente en el propio maoísmo, como así se reconoce implícitamente al hablar de las “olas de la revolución mundial”. ¿Acaso esta expresión no hace referencia a un corte más o menos brusco entre dos procesos revolucionarios históricos? ¿Acaso no deja de reconocer que lo que ha ocurrido en las últimas décadas de la pasada centuria no es asimilable a una derrota más dentro de un continuo revolucionario en ascenso, sino que representa un corte, un antes y un después, aunque sólo sea para abrir paso a una nueva “ola”?
            La tesis del Ciclo parte de la constatación de una realidad que los propios maoístas reconocen y difunden, a saber, que hoy más que nunca, las condiciones objetivas, económicas y sociales, para la RPM están dadas y que el mundo está maduro para su revolucionarización hacia el Comunismo. Sin embargo, esta situación de madurez de la crisis general e histórica del capitalismo (imperialismo) no se ve acompañada actualmente de un correlato equivalente en el nivel político, sino que está marcada en las últimas décadas por la desaparición del campo socialista y la debacle del movimiento revolucionario, incapaz de perseverar en esa “nueva ola” de la RPM que se anuncia machaconamente, pero que no acaba de cuajar (y es algo de lo que hablaremos más adelante también).
            Es importante remarcar esto con claridad. Partiendo de la distinción que hizo Lenin entre el plano histórico y el político, el MAI considera que nos encontramos en la era histórica del imperialismo y la revolución proletaria, pero que, dentro de este amplio periodo histórico, nos situamos concretamente en un interregno político, más o menos prolongado, de ofensiva reaccionaria general, y que se sitúa entre dos grandes ciclos revolucionarios históricos. La duración de este interregno depende en gran medida de la actuación subjetiva de la vanguardia, de que sea capaz de ubicarse en el momento histórico y sepa engarzar las tareas que impone el momento con el horizonte de la revolución comunista.
            Así pues, ¿qué ejemplo de anti-dogmatismo nos da el que sólo es capaz de realizar el análisis concreto de la peculiar época que nos ha tocado vivir (presidida ideológica y políticamente por la desaparición del campo socialista y con el Movimiento Comunista Internacional –MCI—, en general, en un estado de liquidación e impotencia severo) desde la repetición de las tesis generales de nuestra ideología y se atreve a pontificar sobre una lucha de clases abstracta, independiente de la situación del proletariado, del sujeto revolucionario? ¿Acaso puede existir, contra todo lo que nos enseña el maoísmo, una lucha de clases revolucionaria –la única que nos interesa a los comunistas— sin sujeto revolucionario consciente? ¿Esperan el renacer de la “nueva ola” de la RPM desde las luchas de resistencia anti-imperialista, de corte nacionalista y dirigidas por otras clases, que hoy dominan el proscenio político mundial? Y es que a eso lleva la “defensa” de la tercera y superior etapa por parte de algunos de sus supuestos seguidores, a la liquidación de las mejores conquistas del maoísmo (como la primacía y vital trascendencia de lo consciente e ideológico) y a la reducción del mismo a una banal doctrina resistencialista más. Porque ahí desemboca la fetichización de la lucha de clases, concebida como un mecanismo impersonal externo de la actividad del sujeto, que se limita a reflejarlo (mecanicismo), rompiendo con las bases ontológicas del marxismo (ver Primera Tesis sobre Feuerbach), y llevando al absurdo de hablar de que la revolución es la tendencia política principal siempre y en cualquier circunstancia, independientemente del estado del proletariado revolucionario, es decir, independientemente de la lucha de clases real y viva. ¿No es esto dogmatismo de la peor calaña, además de vulgar mecanicismo histórico? ¿No es esto el “recitado de mantras que sustituye al marxismo vivo” del que en alguna ocasión se han quejado los señores de Correo Vermello2?
            Por tanto, si el problema no está en las condiciones objetivas, es que reside, como ya estamos viendo, en las subjetivas, en aquellos elementos ideológicos y políticos que permiten al proletariado constituirse en movimiento revolucionario efectivo. Es decir, estamos ante un problema de dirección, y no referido meramente a la capacidad política de tal o cual destacamento para colocarse a la cabeza de tal o cual movimiento, sino de dirección general e histórica, pues en ese plano estamos hablando. Es decir, y como mostraron magistralmente los maoístas chinos durante la Gran Revolución Cultural Proletaria (GRCP), estamos ante un problema de concepción del mundo, ideológico (“la ideología al mando”), que es adonde, como nos enseña Mao, remite en última instancia toda problemática relacionada con el movimiento revolucionario del proletariado y su dirección.
            Conociendo a nuestros interlocutores, vamos a intentar explicarlo de forma esquemática y silogística, basándonos en algunos principios revolucionarios proletarios bien explicitados. Para el marxismo, por un lado, el proletariado es la “última clase de la historia”, de la cual no pueden surgir otras clases y es, además, necesariamente la más revolucionaria de todas las que han existido hasta ahora y, por otro, el imperialismo y los reaccionarios no son más que “tigres de papel”, fuertes y a tener en cuenta en lo táctico, pero débiles en lo estratégico. Si aplicamos, como debemos hacer, sobre estas premisas indiscutibles (y cualquiera que ose negarlas no puede por menos que ser colocado en la picota de los renegados y liquidadores), y que además caracterizan a los dos aspectos de la contradicción fundamental de nuestra época, el principio dialéctico de que los factores externos sólo actúan a través de los internos, tenemos que la derrota del primer Ciclo de la RPM, o de la “primera ola” si se prefiere, sólo puede ser achacada a factores internos, a las carencias del propio proletariado revolucionario que, como decimos con Mao, en última instancia son reducibles a deficiencias y problemas ideológicos.
            Si sostuviéramos que la derrota se ha dado por factores imponderables, ajenos a la potencia del proletariado revolucionario, aspecto principal y progresivo de la contradicción, como sólo puede ser el poderío del imperialismo, ya sea abiertamente, por su imponente fuerza económica o militar, o solapadamente, a través de tal o cual “conspiración” o “golpe de camarilla” (¿pero acaso no es el revisionismo parte orgánica del imperialismo y la derrota de éste no puede garantizarse sin la de aquél?), lo único que estaríamos diciendo es que el imperialismo resulta que no es un tigre de papel, sino que incluso es tan poderoso como para derrotar al proletariado en acción guiándose por su cosmovisión. Es decir, estamos afirmando que el imperialismo es capaz de imponerse al proletariado organizado en Partido Comunista y guiado por la correcta teoría revolucionaria. Así, en aras de defender determinada experiencia revolucionaria concreta a la que por tradición se está adscrito (que es cuando se suelen usar estas justificaciones, al hablar, por ejemplo, de China o Nepal), se acaba tirando por tierra los principios universales y llenando el horizonte de la RPM de oscuros presagios.
            Realmente la única manera de sobreponerse a la derrota y a la vez mantener abierto el horizonte político de la revolución, consiste, como nos enseña el marxismo, en reconocer que la derrota viene dada por las carencias subjetivas, ideológicas y políticas, de la “última clase de la historia”, depositaria del futuro de la humanidad, y que, en todo caso, la fortaleza táctica del “tigre de papel” imperialista, y de su apéndice revisionista, ha actuado a través de nuestras carencias y limitaciones. Y es que esta visión, la de la derrota del sujeto ascendente y progresivo por causa de sus propias limitaciones y no por el poderío de las fuerzas decadentes y reaccionarias, es la única que deja en pie los principios, y la perspectiva de la revolución, a la vez que se ciñe escrupulosamente a ellos.
            Porque, para desazón de los deformadores positivistas del marxismo, que parecen abundar entre las filas del maoísmo (y que, desde luego, son hegemónicos en otras corrientes), la derrota, el problema del error, juega un papel clave en la epistemología marxista y en la conformación del proletariado como sujeto político revolucionario, como Partido Comunista. Y es que la reducción cientifista y positivista del marxismo considera que las leyes de la revolución son preexistentes a la lucha de clases revolucionaria del proletariado –del mismo modo que, como hemos visto, pueden llegar a considerar la lucha de clases, revolucionaria, como algo dado, externalizado, ajeno a la actividad revolucionaria del proletariado—, de ahí que los catecúmenos consideren la derrota o el error, y su reconocimiento, como el cuestionamiento de su “ciencia” y lancen, fieros y malhumorados, sus anatemas contra quien se atreva a mirar la realidad de frente. Sin embargo, para el marxismo el error o la derrota son parte fundamental del proceso de conocimiento y de maduración progresiva del proletariado hacia humanidad autoconsciente y emancipada, porque las leyes de la revolución y de la sociedad, simplemente no estaban ahí fuera esperando a ser descubiertas, sino que sólo aparecen, existen, a partir de la inmersión del sujeto proletario en la lucha de clases, es decir, revolución y conocimiento o educación en las leyes de la misma son una y la misma cosa (véase Tercera Tesis sobre Feuerbach).
            Además, a diferencia de la concepción que domina las ciencias positivas, las propias leyes de la revolución se transforman con ella, porque, volviendo a la Primera Tesis sobre Feuerbach, la actividad humana, subjetiva, es también una actividad objetiva. El cambio de posición del sujeto supone la alteración, irrecuperable, del cuadro general objetivo. Por eso, el error o la derrota, no son para el marxismo anomalías, sino parte constitutiva del proceso de conocimiento y transformación del mundo, que nos informa de nuestra posición en él y de las carencias de nuestras premisas, ya definitivamente invalidadas por el cambio que la actividad del sujeto objetivado ha ejercido sobre el objeto subjetivado, transformándose mutuamente. Por su parte, el positivismo a lo sumo reconoce el error como limitación en el conocimiento de una verdad preexistente, como problema que una vez resuelto puede su solución agregarse a un corpus de categorías inalterables, en espera de volver a recorrer el mismo camino y solventar el problema cuando, en la sucesión lógica de acontecimientos, vuelva a aparecer. Todo ello, como vemos, lo diferencia del marxismo y del materialismo dialéctico, para los que, simplemente, nunca se vuelve al mismo punto de partida. De ahí precisamente que la revolución, contemplada históricamente, sea un proceso cíclico y no lineal. Y de ahí también que el marxismo sea, en todas sus acepciones, objetiva y subjetiva, un producto histórico.
            Por eso el marxismo exige una permanente reflexión y recapitulación sobre sus categorías y conceptos, en estrecha relación con la práctica revolucionaria, porque, dada la naturaleza dialéctica y dinámica de la realidad, de la praxis, es la única manera de cumplir la exigencia de constituirse como teoría de vanguardia, premisa indispensable del movimiento revolucionario. De ahí la necesidad de un permanente Balance de la experiencia revolucionaria del proletariado, Balance que, siempre que se ha hecho, ha dejado al proletariado en mejores condiciones para la realización de su misión revolucionaria. Porque el Balance, consecuencia ineluctable de la tesis del Ciclo, lejos de ser algo ajeno a la historia de nuestro movimiento, se encuentra entre sus mejores tradiciones: Marx y Engels lo hicieron con la experiencia de 1848 y con la Comuna de París, Lenin con el periodo de 1871 a 1917, Stalin con el comprendido entre 1917 y 1924, y Mao y el Partido Comunista de China con la experiencia de construcción del socialismo en la URSS. Sin todos esos balances, producto en su mayoría del estudio de hechos y periodos que habían acabado en la derrota o la crisis del proletariado, no tendríamos, por ejemplo, la teoría marxista del Estado y de la Dictadura del Proletariado, ni tendríamos la concepción del partido de nuevo tipo, ni se hubiera desencadenado la GRCP, etc. Porque precisamente, el balance periódico es la base, además de representar ese periodo racional de acompasamiento de la teoría con la práctica de la lucha de clases, de la Aufhebung, de la negación dialéctica y elevación de la teoría revolucionaria, que es justamente lo que permite explicar desde el marxismo la aparición de nuevas y superiores etapas en nuestra ideología.
            Nótese pues la diferencia entre entender la derrota como estigmatización del propio proyecto y concebirla como parte intrínseca del mismo; mientras que la primera, de la que hacen gala maoístas positivistas como los señores de Correo Vermello, sólo crea desmoralización, desconfianza y estancamiento, la segunda, como nos enseña el marxismo, va haciendo progresivamente más poderoso y autoconsciente al proletariado revolucionario, encarnando, ahora sí, en un proceso de despliegue histórico, a ese Partido Comunista invencible y capaz de barrer el imperialismo de la faz de la tierra.  
            Por ello, es importante insistir en que la tarea del Balance, que nos impone la primera particularidad concreta de la época que nos ha tocado, la de la derrota, de hondo calado, del mayor movimiento emancipador que ha visto la historia hasta ahora, no busca la revisión de los principios marxistas, principios medulares que forman su armazón como doctrina revolucionaria, como son, por ejemplo, la lucha de clases, la violencia revolucionaria o la dictadura del proletariado, sino precisamente su vivificación, su puesta al día. Ello en el mismo sentido que Marx, que, tras estudiar la experiencia de los communards, dio una nueva dimensión a su concepto de dictadura proletaria, o Mao, que, tras analizar el fracaso de las insurrecciones europeas y chinas de los años posteriores a Octubre, impulsó el desarrollo de la teoría militar proletaria estableciendo la Guerra Popular como su estrategia universal. Será así que, como Lenin, podremos decir: “los ejércitos derrotados aprenden mejor”.
            Lo que desde luego no tiene precedente en nuestro movimiento, ni congruencia con sus principios, es que tras una derrota, se deje impoluta y libre de toda responsabilidad el discurso ideológico que ha guiado la acción revolucionaria finalmente fracasada. Porque, si bien, el fracaso es necesario e inevitable, desatender la necesidad de elevar la teoría con las lecciones de la práctica es, simple y llanamente, criminal. Esta dislocación entre la teoría y la práctica es absolutamente ajena al marxismo, y de ella se alimentan muchos maoístas, incapaces de comprender que uno de los primeros preceptos que deberían de seguir los marxistas, y siempre que no se ha hecho las consecuencias han sido aciagas, es aplicarse el marxismo a sí mismos y a su propia ideología.
            Decir, como se suele hacer, que “el que verdaderamente ha fracasado es el revisionismo”, es cerrar los ojos a la realidad y, al parecer, albergar la esperanza de que el revisionismo tenga por objetivo llevarnos hasta el Comunismo. No, el objetivo del revisionismo es la liquidación del movimiento revolucionario y de la dictadura del proletariado, así como el apuntalamiento del imperialismo. La realidad de liquidación del campo socialista y de descomposición e impotencia del MCI es el mejor testimonio del verdadero vencedor, y de la necesidad de aceptar el cuadro de la realidad actual, como base imprescindible para la revigorización y reconstitución del MCI.

El maoísmo, la RPM y los señores de Correo Vermello

Y es que como decíamos más arriba, lo que ha sucedido en las últimas décadas no puede reducirse a un simple reflujo, a un periodo de retroceso político, pero que deja intactas las premisas ideológicas y, en gran parte, sociales, sobre las que nos hemos basado. No, lo que ha marcado el último tercio del siglo XX es la crisis general y la liquidación del comunismo, de una gravedad sin precedentes, a todos los niveles. A nivel ideológico, la sociedad, en general, ha perdido el referente cultural y político de la revolución y de su programa (lo que es especialmente cierto en los países imperialistas); en los planos político y organizativo, tanto a nivel nacional como internacional, el movimiento comunista ha sido, en general, liquidado, al igual que ese campo socialista que un día contó con “mil millones de trabajadores”; y, desde el punto de vista social y de masas, los comunistas revolucionarios no ejercen apenas ningún nivel de influencia sobre las mismas (lo que, de nuevo, vuelve a ser especialmente cierto en los centros imperialistas). Es decir, lo único que sobrevive, y que marca el aspecto principal de la situación del MCI a día de hoy, aparte de las significativas y heroicas excepciones de algún proceso revolucionario aislado (y aislado, precisamente por ese estado de impotencia general del MCI), son núcleos de comunistas, destacamentos atomizados, que se aferran a tal o cual tradición de nuestra historia, mientras intentan correr detrás del primer movimiento de masas espontáneo que se les aparece por delante, prolongando, con esa política, el actual estado de postración del MCI.
            De esta situación objetiva del proletariado revolucionario internacional parte la tesis del Ciclo y la necesidad imperiosa de Balance, porque lo único con lo que, en general, contamos los comunistas revolucionarios es con dos factores. Por un lado, la coherencia interna de nuestra ideología, a la que es preciso depurar y recomponer de los resultados de numerosos compromisos y del desgaste sufrido tras más de un siglo a la vanguardia de todo tipo de luchas, desgaste que es el que finalmente la ha conducido a la actual crisis. Por otro, disponemos de toda la riquísima experiencia revolucionaria de un siglo largo de revoluciones proletarias, que está ahí, esperando ser sintetizada para ser precisamente la base que permita esa depuración y elevación de la teoría, para así constituirla, reconstituirla, en referente de vanguardia de la sociedad, posición que un día ocupó pero que hoy, de forma global, no tiene. Ésa es la primera tarea, que nosotros denominamos reconstitución ideológica del comunismo, previa, en el convencimiento de que “sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”, a su reconstitución política, a la reconstitución del Partido Comunista.
            Como decíamos, el propio maoísmo, en sus mejores expresiones, no puede obviar esta contundente realidad que referenciamos y ha acuñado la expresión de “olas de la RPM”, al tiempo que algunos sectores de lo más granado de la vanguardia maoísta han empezado a reclamar un “balance en la aplicación del maoísmo”. Y aunque conscientemente se limita el Balance a su expresión política, de aplicación, más táctica que estratégica, de preceptos ideológicos inalterables, reduciendo su radio de acción y potencialidad vivificadora, no podemos por menos que saludar esta iniciativa como un paso en la buena dirección y que puede ayudar a crear las condiciones para la recomposición del MCI.
            Por ello, no podemos aceptar la acusación del señor M. Alonso de que nuestra “(…) nota no hace otra cosa de calificar sutilmente al maoísmo como cosa del pasado (…)”, porque sólo busca denigrarnos ante un sector de la vanguardia y es falsa.
            Nuestra posición respecto al maoísmo tiene, dialécticamente, dos caras. Por un lado, lo consideramos, como ya decíamos en nuestro mensaje, como la expresión más alta de la teoría revolucionaria durante el Ciclo de Octubre. El maoísmo, sobre la base de la negación dialéctica y el balance crítico de la experiencia de la URSS y la Internacional Comunista (IC), y de la codificación marxista-leninista que las guiaba, consiguió no sólo enderezar momentáneamente el rumbo de la RPM cuando el revisionismo se impuso en el campo soviético, sino que con la GRCP elevó objetivamente nuestra ideología haciendo avanzar la comprensión del camino hacia el Comunismo un grado, planteando problemas que los soviéticos ni siquiera intuyeron. Aún más, cuando el trabajo, de lucha teorético-ideológica y política principalmente, de la fracción roja del PCP, logre asentar estas conquistas bajo la forma de maoísmo, creará las condiciones que impulsarán varios procesos de Guerra Popular, procesos que hasta hoy han conseguido al menos, si no conquistar el poder en sus respectivos países, sí mantener vigente la bandera roja de la revolución proletaria, evitando la completa liquidación política del comunismo.
            Por esto nos consideramos deudores y alumnos del maoísmo, porque creemos que su actividad, precisamente cuando la curva de la ola de la RPM del pasado Ciclo comenzó a declinar, no sólo ha sido inapreciable políticamente, sino porque ese vigoroso intento de revitalización de nuestra ideología ha aportado elementos nuevos, de gran alcance histórico, que, sin duda, estarán presentes en el discurso revolucionario reconstituido. Algunos de estos elementos son, por ejemplo, la primacía, en plena consonancia con el leninismo, de lo consciente, la universalidad de la Guerra Popular, la construcción concéntrica de los tres instrumentos o la edificación del Comunismo a través de sucesivas revoluciones culturales. Son aspectos del maoísmo que asumimos, propagamos y nos parecen imprescindibles para la conformación de una correcta línea revolucionaria.
            Sin embargo, por otro lado, y por eso nos sorprende que los compañeros de Odio De Clase hablen de que “nos ponemos la venda antes de que aparezca la herida”, es evidente que, a pesar de ese efecto revitalizante, el maoísmo no consiguió evitar la restauración del capitalismo en China y la destrucción de toda la obra práctica de la GRCP inmediatamente después de la muerte de Mao. Asimismo, en los países imperialistas, desde la diáspora de los años 60 y 70 del pasado siglo, no ha conseguido una implantación significativa; cosa, la incapacidad para referenciarse como teoría de vanguardia en los países que son vanguardia del imperialismo, que no puede por menos que plantear algunos interrogantes serios. Del mismo modo, donde ha conseguido armar el inicio de procesos de Guerra Popular, y repetimos que es una gesta gloriosa, y más en estos tiempos, es en países oprimidos y semifeudales, lo que nuevamente plantea interrogantes, pues son lugares, al permanecer inconclusas fundamentales tareas democrático-burguesas, en los que la referencia de la revolución, democrática y campesina, más que socialista y proletaria, no se ha perdido completamente, lo que es un basamento objetivamente más favorable para la fermentación revolucionaria, en la idea leninista de que es más fácil iniciar el proceso revolucionario en los países oprimidos pero más difícil consolidarlo, al contrario de lo que sucede en los países capitalistas desarrollados.
            De este modo, como vemos, y no estamos entrando aquí en litigio ideológico3, sino que nos limitamos a referenciar algunos hechos inapelables, las Guerras Populares no han conseguido, no ya llegar al estadio máximo al que llegó la RPM en el pasado Ciclo revolucionario (conquista del poder en todo el país y GRCP), sino siquiera consolidarse. En el Perú, los maoístas se estrellaron a las puertas de las ciudades y aún hoy, casi veinte años después de la caída de la dirección del PCP y del Presidente Gonzalo, aún bregan por sobreponerse al recodo. En Nepal, muchísimo peor (porque para el proletariado no puede ser indiferente ni tan siquiera la forma de la derrota), porque en una situación de ofensiva estratégica de la Guerra Popular, en condiciones esperanzadoras para el asalto definitivo al poder, ha sido la propia dirección revolucionaria, el partido extremo de la revolución (pues hasta 2006 no había nada que se asemejará al Partido Comunista de Nepal(maoísta) –PCN(m)—aplicando Guerra Popular en ofensiva estratégica), la que liquida, sin demasiada oposición interna conocida, la Guerra Popular y la revolución y se integra a sostener el viejo Estado reformado, traición eternamente oprobiosa a la RPM. ¿Qué clase de miopía empirista puede decir que “ponemos la venda antes de que aparezca la herida”, cuando el cuerpo del proletariado revolucionario supura sangre por todos sus poros?
            Porque no mantener la vigilancia del MCI, después de estas sucesivas experiencias (China, Perú, Nepal, especialmente las dos últimas, que ya se realizan bajo la égida de un maoísmo maduro), en las que, al igual que en India, la base ideológica del proceso revolucionario, ese marxismo-leninismo-maoísmo, la base social, la guerra campesina, así como la fase estratégica que atraviesa la revolución, de Nueva Democracia, son esencialmente similares, es una grave irresponsabilidad y una renuncia a ejercer los deberes que impone el internacionalismo proletario. Decir que procesos que tienen lugar bajo condiciones semejantes (Perú, Nepal e India), sufriendo los primeros graves derrotas, cuando no siendo liquidados por su propia dirección, como en Nepal, no tienen nada que ver entre sí, que no hay heridas, ni siquiera grave riesgo de herida, es liquidar el marxismo como concepción del mundo universal y teoría de vanguardia, reduciéndolo a mero empirismo, tendencia que parece haber hecho escuela en cierto maoísmo.
            De este modo, los heroicos procesos de Guerra Popular dirigidos por maoístas en las últimas décadas, por su forma de manifestarse, apareciendo briosos y esperanzadores en una primera etapa, para después estrellarse, estancarse o liquidarse; dándose estos procesos de forma alterna, cuando uno se apaga o estanca, aparece otro en otro lugar, que parece destinado a revitalizar el MCI, para luego, no obstante, apagarse también, nos parece que representan más bien rescoldos, restos de un incendio que se resisten a desparecer, más que la chispa de una nueva época de revoluciones. Esta visión, contra nuestras esperanzas, es la que se va imponiendo tras la experiencia real, de la lucha de clase revolucionaria del proletariado, de la lucha de clases viva, en definitiva, de las últimas décadas.
            Y nos encontramos muy lejos de desear hacer tal diagnóstico, como prueba, tanto nuestro presente apoyo a la Guerra Popular en India, como nuestro pasado apoyo y análisis de la Guerra Popular en Nepal4, donde expresábamos nuestra esperanza de que un triunfo de la Guerra Popular en toda la línea podría generar las condiciones ideales, a través del reforzamiento de la izquierda del MCI, para la resolución de las tareas que la recomposición del MCI exige.
            Renovamos esa esperanza con los camaradas naxalitas, optimistas ante la posición revolucionaria de los camaradas indios ante la traición en Nepal, no sin poder evitar advertir sobre la necesidad de resolver esas imperiosas tareas de reconstitución, en primer lugar ideológica, que están a la orden del día para la vanguardia proletaria internacional. Su resolución fortalecerá el proceso revolucionario en India, permitiendo que el rescoldo se transforme en la definitiva chispa que, ahora sí, anunciará un nuevo Ciclo de la RPM. Por ello, del mismo modo que consideramos nuestro deber fraternal para con el proletariado internacional, empezando por los camaradas indios, la actitud de vigilancia revolucionaria, confiamos en que el PCI(M) asuma las responsabilidades que entraña su actual posición en el proceso de RPM y se impliquen decididamente en la lucha de dos líneas en el seno del MCI. Así pues, estamos por el triunfo incondicional y en toda la línea de la Guerra Popular en India, lo que será una base de apoyo excelente para la reconstitución del comunismo y el relanzamiento de la RPM.
            Por eso, no podemos aceptar este tipo de petulantes acusaciones, como las que vierte M. Alonso, y más viniendo del tipo de gente que vienen. Porque, como se dice, por sus hechos los conoceréis. Así, el MAI, ése que dicen que dice que “la revolución proletaria y el maoísmo son cosas del pasado” se ha impuesto como tarea imprescriptible el estudio de la experiencia de la RPM en general y de la revolución china y los procesos de Guerra Popular en particular, insistiendo en que sin ellos es imposible hoy en día establecer una posición de vanguardia correcta. Hemos apoyado abierta y activamente tanto la revolución en Nepal, hasta el momento de su liquidación, e India, como al PCP prosiguiendo Guerra Popular. Del mismo modo, nuestro estudio crítico del proceso nepalí nos llevó a diagnosticar correctamente, y a nuestro pesar, la deriva liquidacionista que se manifestaba en la dirección del PCN(m), como los hechos posteriores confirmarían aciagamente (estudio pionero, por cierto, publicado en febrero de 2006, y del que, curiosamente, pocos maoístas se han hecho eco), lanzándonos sin vacilar a la denuncia de tal deriva y combatiendo a aquellos que la justificaban, como, por ejemplo, los señores de Correo Vermello. Asimismo, hemos lanzado propuestas concretas de organización de un combate sistemático, a nivel estatal e internacional, contra el oportunismo de derecha, hoy dominante tanto en el MCI como en el movimiento obrero en general, propuestas dirigidas a la izquierda del MCI, principalmente a los maoístas, que, en general, consideramos los destacamentos mejor situados para acometer las tareas de reconstitución del comunismo. Iniciativas, por cierto, de las que pocos de ellos se han querido dar por enterados. Todo ello al tiempo que proseguimos, y estamos decididos a proseguir, ese combate implacable contra el revisionismo con nuestras propias fuerzas.
            Por su parte, los señores de Correo Vermello, que se permiten el lujo de expedir “avales” de pedigrí revolucionario, ¿qué han hecho? Pues, aparte de su actividad “internacionalista” de apoyo a la revolución exterior, que más que apoyo a la revolución era servilismo acrítico hacia ciertos aparatos dirigentes, como demuestra su postura ante los cruciales acontecimientos que se vivieron en Nepal, poco más han realizado que encubrir y justificar el revisionismo. Así, los señores de Correo Vermello, no sólo se permitieron atacar nuestro Dossier sobre Nepal, de la misma forma petulante y suficiente con la que han despachado nuestro mensaje de apoyo a la revolución india, sino que, con unos argumentos que irradiaban seguidismo, empirismo y nacionalismo, se dedicaron a defender el giro traidor y liquidacionista de la dirección del PCN(m), atreviéndose a comparar, por ejemplo, en uno de esos ejercicios de demagogia silogística a los que tan aficionados son, ¡al VIII Ejército comunista chino con el EPL nepalí hacinado bajo supervisión de los imperialistas de la ONU! No contentos con ser los furibundos voceros del prachandismo en el Estado español, se lanzaron por el MCI a ejercer sus labores de valedores y apologistas del camino Prachanda y de su “aplicación creativa a las condiciones nepalíes”, y de martillo de los dogmato-izquierdistas que osaran alzar su voz contra tal camino, como comprobaron los camaradas de la Unión Obrera Comunista (MLM) de Colombia que, en su decidida y justa denuncia del oportunismo prachandista, no pudieron por menos que topar con sus servidores gallegos. Todavía en octubre de 2008, y en el contexto de esa polémica, un tal Miguel Alonso, de nombre sospechosamente parecido al de nuestro iracundo censor, publicaba un artículo5 sobre las posibilidades que abría para la revolución el congreso del PCN(m) a celebrarse en noviembre de ese año ¡a dos años de la firma de los acuerdos de paz y de la liquidación de la Guerra Popular! ¡Un gran ejemplo de lo que es  estar a la vanguardia de los acontecimientos! No sería hasta el verano de 2009, ¡casi tres años después del enterramiento del proceso revolucionario!, cuando los señores de Correo Vermello decidieron dar su brazo a torcer y reconocer que lo que sucedía en Nepal tal vez no era una “aplicación creativa y concreta del MLM”, sino su sepultura. Por supuesto, no vaya el lector a creer que ello se debió a su propio estudio y reflexión sobre lo que había sucedido, sino que en esa “rectificación” jugó un papel fundamental el que el Partido Comunista Revolucionario de Estados Unidos decidiera, por fin, publicar su correspondencia crítica con el PCN(m), después de haber estado hurtando su conocimiento al proletariado internacional durante casi tres años. Y es que, y ésta es la principal característica a nuestro entender del trabajo “internacionalista” de Correo Vermello, por sus actos y posiciones, parece que los gallegos han decidido convertirse en los voceros y en la sucursal ibérica del Movimiento Revolucionario Internacionalista (MRI), “centro probado de dirección internacional de los comunistas” según los gallegos, a pesar de que su bancarrota esté certificada hace tiempo por su vacilación y renuncia a posicionarse cuando había que hacerlo respecto a la traición en Nepal. Y por ahí pululan, haciendo llamamientos para tapar las vías de agua del MRI, obstaculizando así objetivamente los esfuerzos para la conformación de un polo internacional anti-revisionista que aglutine a la izquierda del MCI. Así pues, ése es el balance de la actividad “internacionalista” de Correo Vermello, de voceros del oportunismo prachandista a servidores del oportunismo avakianista. Y eso que hemos preferido ser elegantes, y no recrearnos con el mentís que la Juventud Comunista de Zamora, involuntariamente traída a este debate como arma arrojadiza contra nosotros, se ha visto obligada a emitir respecto a los pretenciosos resultados de la supuesta lucha de líneas de los señores de Correo Vermello6. ¿Quiénes se creen que son, pues, para repartir acreditaciones revolucionarias? Es más, poco crédito merece la vanguardia que se dedique a avalar a tales avalistas.
            Así pues, recapitulando, nuestra posición respecto al maoísmo reconoce sus aportes universales a la teoría revolucionaria, aportes de gran recorrido de los que, desde nuestra experiencia, incluso muchos autodenominados MLM no parecen ser conscientes, como demuestran los señores de Correo Vermello y la ligereza de su tratamiento de la trascendental problemática de la Guerra Popular en el caso concreto de Nepal. Asimismo, hemos apelado a la izquierda del MCI, sobre todo a los mejores elementos del maoísmo, para la formación de un referente de izquierda del movimiento comunista, base ideal y necesaria para su recomposición. Por tanto, es una falacia la acusación que M. Alonso lanza contra nosotros.
            Sin embargo, junto a estos aportes universales, el maoísmo participa de muchas premisas, al surgir en el interior del Ciclo desde el marxismo-leninismo kominternista, de otras corrientes que se reclaman del proletariado revolucionario, como por ejemplo hemos visto aquí la deriva hacia el positivismo. Esta contradicción, que expresa el complejo surgimiento de lo nuevo desde lo viejo, cosa que a ningún materialista dialéctico debería sorprender, se manifiesta políticamente, por un lado, en que el maoísmo haya sido el único referente revolucionario proletario real de las últimas décadas, a través de los procesos de Guerra Popular que ha dirigido, pero por el otro, en la incapacidad demostrada hasta ahora para consolidar y culminar dichos procesos, a la vez que el maoísmo internacional se muestra cada vez menos monolítico y más profundamente fraccionado. Ésta nos parece una realidad inapelable, y es, la lucha de clases real, en la que basamos nuestros juicios.
            Así pues, nos apoyamos en lo mejor del maoísmo, ideológica y políticamente, como una buena plataforma para la reconstitución del comunismo, a la vez que combatimos sus cada vez más evidentes síntomas de degeneración y crisis, producto de su amamantamiento al calor del Ciclo y de compartir muchas de sus premisas periclitadas, algo que tiene en común con las otras corrientes que tradicionalmente han poblado el MCI. Por lo tanto, será el Balance el que decida qué ocurre con el maoísmo, o si el discurso revolucionario llamado a presidir el próximo Ciclo de revoluciones proletarias debe seguir llamándose maoísmo –no somos fetichistas con estas cosas— , de lo que no nos cabe duda es que la esclerosis fosilizada de la que hacen gala los señores de Correo Vermello, y a la que denominan maoísmo, así como su estilo discursivo y de trabajo, que parecen bastante extendidos dentro del movimiento maoísta, especialmente en el Estado español, sí que son cosas del pasado, lastre del que el MCI debe desprenderse para reiniciar el camino emancipatorio. 

Acerca del internacionalismo proletario

Como decíamos más arriba, el “internacionalismo” del que han hecho gala los señores de Correo Vermello, como en la sangrante herida del caso nepalí, estaba lejos de ser un apoyo al proceso revolucionario, sino que más bien era un servicio acrítico al aparato dirigente del PCN(m). En general, ambos factores –revolución y aparato dirigente— no pueden ir separados, pero en los casos en los que el oportunismo copa la dirección de la revolución se impone ese hiato, precisamente para salvaguardar el proceso revolucionario, lo que exige, en el exterior, la denuncia internacionalista del MCI y, en el interior, la escisión del ala revolucionaria del propio partido. Porque de lo que se trata, y ello es una característica del internacionalismo proletario, no es del soporte a ciertos dirigentes, siglas u organizaciones, sino del apoyo y el sostenimiento del programa revolucionario y de los elementos estratégicos claves del mismo, factores de los que nos informa la Línea General de la RPM.
            Por eso, la postura de Correo Vermello en el caso nepalí, objetivamente, supuso un espaldarazo a la liquidación de la revolución nepalí, ya que era claro, incluso en 2006, que el giro oportunista del entonces PCN(m) no era una simple maniobra táctica. Porque la pretensión de que la detención de la Guerra Popular (su liquidación) era un momento táctico necesario de acumulación de fuerzas suponía ya ignorar lo que el propio maoísmo nos enseña, a saber, que la Guerra Popular es instrumento estratégico fundamental de cualquier proceso revolucionario y elemento primordial de acumulación de fuerzas de masas. Además, la justificación de la liquidación del programa revolucionario de Nueva Democracia, de la dictadura conjunta del proletariado y el campesinado, principalmente, sobre la base de la destrucción del viejo Estado, escudándose en el carácter burgués de las tareas que estaban a la orden del día en Nepal supuso, como no podía ser de otra manera, la liquidación de la revolución democrática. Y es que lo que estaba a debate no era el carácter democrático-burgués de las tareas objetivas que afrontaba la revolución nepalí, sino la naturaleza de la solución a la crisis del viejo Estado: la revolución, a través de la destrucción del mismo, o la reforma, con su sostenimiento y perfeccionamiento. Opción esta segunda por la que había optado ya en 2006 la dirección del PCN(m).
            No abundaremos en esta cuestión que puede seguirse tanto en nuestro Dossier sobre Nepal como en los números de El Martinete en los que incluimos nuestra pasada controversia con Correo Vermello y que hemos referenciado más arriba. Lo importante es señalar que ya entonces la dirección nepalí había liquidado el programa revolucionario y los elementos estratégicos sobre los que coherentemente se sostenía, mientras que Correro Vermello, y su comité de apoyo, seguía defendiendo el anti-dogmático camino Prachanda. Ello además se hacía con argumentos peregrinos, de corte empírico-nacionalista, que, de propina, legitimaban las fronteras territoriales y culturales con las que el capital encuadra y divide al proletariado internacional7, ¿de qué labor internacionalista habla entonces el señor M. Alonso?
            Estos argumentos, del tipo “los revolucionarios que están sobre el terreno son los únicos que tienen algo que decir sobre su revolución nacional”, vienen a destruir la coherencia del internacionalismo proletario y a sustituirlo, en su nombre, por una suerte de nacionalismo internacional, que observa la RPM como un agregado de procesos nacionales, sin más conexión entre ellos que la solidaridad formal y una miope política de no ingerencia. Desde luego, es una práctica que entronca con el nacionalismo pequeño-burgués (algo que parece dominante en el maoísmo en el Estado español y que observamos con preocupación) y que convierte en superflua cualquier tentativa de reconstitución de la IC.
            Sin embargo, el punto de vista del internacionalismo proletario parte de la RPM como proceso unitario, cuya máxima expresión es la IC, Partido mundial de la revolución, obligándonos a adoptar como primera premisa el punto de vista del enfrentamiento global entre el proletariado internacional y el imperialismo, e induciendo entre los comunistas la actitud de tomar como nuestra la lucha revolucionaria del proletariado en cualquier parte del mundo.
            Así, junto al apoyo a la revolución exterior, aparece como premisa indesligable la necesidad de la vigilancia revolucionaria, del estudio crítico del proceso revolucionario foráneo, tanto para entresacar y adoptar sus enseñanzas como para advertir y criticar sus posibles desviaciones, reforzando la línea revolucionaria en el país en cuestión y en el conjunto del MCI. Estos dos factores, el apoyo fraternal y, la no menos fraterna, vigilancia revolucionaria, forman las dos patas, dialécticamente inseparables, del internacionalismo proletario.
            Haciendo dejación de cualquiera de las dos se cae en el nacionalismo y en el liberalismo, como sucede con los “internacionalistas” de Correo Vermello, incapaces, en su estilo característico, de hacer otra cosa del internacionalismo que un cliché estereotipado, con frases abstractas y vacías sobre el carácter internacional de la clase obrera y las contradicciones antagónicas y no antagónicas, amén de ocultar el predominio absoluto del oportunismo de derecha en la actualidad, metiendo en el mismo saco de su análisis concreto y actual a dogmáticos (oportunistas de “izquierda”) y liquidadores (oportunistas de derecha). Pero claro, ellos no necesitan ocultarse tras ningún disfraz izquierdista, pues su lugar está patentemente escorado muy a la derecha en el MCI (otra prueba en este sentido es que en el blog Dazibao Rojo, que se hizo eco del vehemente ataque a nuestro comunicado de apoyo a la revolución india, se publiquen, sin crítica alguna, textos de la hegemónica ala derecha del MCI, como el Partido Comunista de Grecia o nuestros renegados de la Unión Proletaria-CUC, cercanos a las organizaciones españolas hermanas de los asesinos revisionistas de India –¡con defensores del maoísmo de este calibre, ¿quién necesita enemigos?! ¿Es eso ejemplo de lucha de líneas consecuente y de deslindamiento con el revisionismo? Para nosotros la respuesta está clara, que sean los maoístas honestos del Estado español los que reflexionen sobre ello).
            Poderoso indicativo de la necesidad de ese trabajo de vigilancia revolucionaria del que hablamos son las declaraciones de Prachanda, tras liquidar la Guerra Popular en Nepal, en las que expresaba su intención de propagar la línea de democracia multipartidista del siglo XXI en el seno del MCI y, muy particularmente, en India8. Prueba de la justeza de la tesis leninista de que no hay más ideología que la comunista o la burguesa, que no hay espacios neutros o intermedios, y que si la línea comunista no está al mando, lo estará la burguesa-revisionista, con las consecuencias inevitables de liquidación de la revolución y de su horizonte.
            Así pues, debido a las condiciones de la lucha de clases en la época del imperialismo, el revisionismo tiende a adoptar una forma universal, especie de contrapartida de la Línea General de la RPM, que se adapta a las distintas idiosincrasias locales, pero con un sustrato global. Nuestra experiencia particular de lucha contra él en el Estado español, así como nuestro estudio de la RPM y nuestra inmersión en diversos procesos de lucha de dos líneas a nivel internacional, nos muestra que una de las formas comunes, y principio político estrella del revisionismo, es la propalación de la necesidad de una fase “intermedia” de reforma política del viejo Estado, justificada con toda variedad de argumentos de acuerdo con las condiciones concretas del lugar donde se expresa. Prachanda lo demostró en Nepal, del mismo modo que los oportunistas españoles lo demuestran cada día, subsumiendo el comunismo, y las imperiosas tareas que su reconstitución exige, en la amalgama pequeño-burguesa e interclasista del republicanismo. No en vano, la victoria de la línea prachandista en Nepal supuso, además de cernirse como negra tormenta sobre el proceso revolucionario en India, un espaldarazo para nuestro revisionismo local, como por ejemplo el PCPE, fraternales compañeros de los ensangrentados contrarrevolucionarios del Partido Comunista de India(marxista), y su programa de reforma democrática republicana de la dictadura de la burguesía, dándole alas, además, para tildar de “izquierdistas” y “aventureristas” a los camaradas naxalitas.
            Valga este ejemplo concreto para resaltar lo que la miopía empirista y nacionalista impide ver a algunos: que ningún proletario consciente puede ser indiferente, o sencillamente dejar hacer, ante lo que acontece en otros procesos revolucionarios nacionales, o incluso en su preparación; que si ese trabajo de vigilancia revolucionaria, reverso necesario e inseparable de la solidaridad internacionalista, no lo colma la fracción roja del MCI, será el revisionismo quien ocupe ese lugar con su trabajo internacionalista de liquidación; que lo que acontece en el proceso de RPM, aunque sea a miles de kilómetros de donde nosotros ejercemos nuestra actividad, tendrá consecuencias, para bien o para mal, en el desarrollo de la misma.
            El internacionalismo proletario nos obliga a adoptar el punto de vista de nuestra participación en la preparación, acercamiento y propaganda de la RPM, observada como conjunto orgánico. En este sentido cabe destacar lo que los mejores maoístas ya han advertido, que el viejo revisionismo kautskista y jruschovista consiguió, no sólo travestirse de maoísta, sino incluso tomar tanta fuerza con esos ropajes como para liquidar una pujante revolución. Es un indicativo que, a nuestro juicio, refuerza nuestras consideraciones, como las que hemos hecho más arriba, sobre el maoísmo, en el sentido de que, aún siendo la mejor expresión de la teoría revolucionaria durante el Ciclo, comparte muchas de las premisas en cuyo seno se contenía su agotamiento y derrota final y que permitieron, con relativa facilidad, esta mutación del viejo revisionismo.
            Por ello, estamos convencidos de que el mejor aporte que podemos hacer a la RPM y a la revolución en India, es trabajar por la formación de un polo anti-revisionista que aglutine y cohesione a la izquierda del MCI. La base para la conformación de este referente internacional estamos convencidos que no puede ser simplemente el maoísmo, pues éste representa cada vez más un conjunto heterogéneo en el que la izquierda revolucionaria del comunismo se entremezcla, bajo la misma marca ideológica, con la extrema derecha liquidacionista del MCI, mostrando la realidad de que no vale con declararse maoísta para asegurarse un certificado de anti-revisionismo; sino que la base primera de este polo debe ser política, nucleada en torno a los elementos políticos de la Línea General de la RPM. Desde nuestro punto de vista, algunos de estos elementos primordiales son, en primer lugar, la defensa de la universalidad de la Guerra Popular como instrumento de destrucción del viejo Estado y construcción del Nuevo Poder y de acumulación de fuerzas de masas. También, en segundo lugar, la denuncia de toda la panoplia de “programas mínimos” o “fases intermedias”, estableciendo claramente la Dictadura del Proletariado, lo que incluye su expresión en los países oprimidos, plasmada en el programa de Estado de Nueva Democracia, y su conquista a través de la violencia revolucionaria (Guerra Popular), como horizonte inmediato de la RPM. Asimismo, consideramos que la lucha de dos líneas, honesta y sin apriorismos, en torno al Balance de la experiencia de la RPM, es un elemento clave que, antes o después, el MCI tendrá que tener en cuenta, y que resultará una plataforma ideal para la vivificación de nuestra ideología. Ello impedirá la simple transmutación del viejo revisionismo, que ya ha demostrado en numerosas ocasiones su fortaleza para imponerse al viejo discurso revolucionario, tal y como ha quedado configurado con el fin y la derrota del Ciclo de Octubre. Además, así, conseguiremos agrupar nuevas fuerzas que, aún no declarándose maoístas, sí llevan a cabo una lucha consecuente, más, como hemos visto, que algunos autodenominados maoístas, contra el revisionismo y el reformismo, concentrando la mayor cantidad de potencial del hoy disperso comunismo revolucionario.

            Este polo, claramente deslindado y en lucha contra el revisionismo, será, además de un paso objetivo en la reconstitución de la IC, el mejor servicio internacionalista inmediato que podremos hacer para el reforzamiento de la revolución en India, suministrando a los revolucionarios naxalitas una plataforma ideológica y política que refuerce su lucha de líneas contra el revisionismo en el seno del PCI(M), lucha contra la línea negra liquidacionista, que, aunque no se manifieste públicamente a la actualidad, de seguro, el marxismo, las leyes de la revolución y la experiencia de la RPM nos lo muestran así, se encuentra latente, esperando las mejores condiciones para su asalto contra la revolución.
            Es necesario insistir en la importancia de la tarea del Balance y la reconstitución ideológica, no sólo para el MCI, sino también para la revolución en India. Será la resolución de esa tarea la que sentará sólidas bases para el triunfo revolucionario en el subcontinente y para la reapertura de un nuevo Ciclo de la RPM, a la vez que esto supondrá un espaldarazo para la izquierda del MCI, transformando favorablemente, por medio de la actividad subjetiva de los revolucionarios indios en particular, y de la vanguardia proletaria internacional en general, el cuadro general objetivo que hoy afronta el MCI. Creemos que la necesidad del Balance es una importante lección de la experiencia de las últimas décadas, particularmente de los procesos de Guerra Popular, que el PCI(M), y el maoísmo en general, no deberían subestimar.
            Será ésta la mejor manera en la que podremos contribuir a la victoria de nuestros hermanos oprimidos en India, a la par que su victoria nos fortalecerá a todos los revolucionarios del mundo y a la RPM, abriendo, ahora sí, con grandes garantías de éxito, un nuevo Ciclo de la RPM que destruya el imperialismo y abra para la humanidad el umbral del Comunismo.

 

 

Movimiento Anti-Imperialista
Abril de 2011

Notas


1Ver El Martinete, números 19 y 20, donde exponemos nuestra controversia con Correo Vermello a raíz del ataque de éstos a nuestro Dossier de estudio crítico sobre el proceso revolucionario en Nepal.

2 Ver al respecto Revista Negación de la Negación, número 4, septiembre de 2009, y el debate epistolar entre los camaradas de la Unión Obrera Comunista (MLM) de Colombia y Correo Vermello.

3 Para acercarse a nuestra consideraciones ideológicas y de fondo respecto al maoísmo, ver: Algunas consideraciones sobre el maoísmo, publicado en El Martinete, número 21, septiembre de 2008, y Carta a la UOC (MLM) de Colombia, publicada en El Martinete, número 23, mayo de 2010.

4 Ver nuestro análisis sobre la Guerra Popular en Nepal, con motivo de su décimo aniversario: La encrucijada de la revolución en Nepal, de febrero de 2006, reproducido en El Martinete, número 19, septiembre de 2006.

5Negación de la Negación, número 4, septiembre de 2009, pág. 187.

6Ver: http://ujcezamora.blogspot.com/2011/04/una-aclaracion-respecto-de-nuestro.html

7La ignorancia es atrevida, en El Martinete, número 20, septiembre de 2007,  pág. 40.

8 “Ellos tienen que captar esto y seguir este camino. Sobre los problemas de la dirección y de la democracia pluripartidista, o más bien de la contienda pluripartidista, aquellos quienes se llaman revolucionarios en la India tienen que abordar estos asuntos. Y se necesita ir en la dirección de esa práctica.” Boletín Ocasional del PCN(m), febrero de 2006; Cf. El Martinete, número 19, septiembre de 2006.