En torno al día de la Mujer Trabajadora
El
8 de Marzo y el reformismo
Estos
últimos años han venido
marcados por una incesante ola de medidas que se corresponden con la
intención
de adaptar el plano social a las nuevas necesidades económicas del
bloque
dominante. Si el capital evoluciona constantemente tomando nuevas
formas, la
base socio-política en la que se apoya también se ve removida,
sucediéndose así
con cada ciclo económico una nueva redefinición del régimen,
modificándose las
alianzas políticas de clase que se desarrollan por arriba. Para
ello nuestra
clase dominante materializa en reformas esa necesaria reestructuración
del
sistema capitalista que vemos a nivel de la Unión Europea así como a
nivel
estatal. En estas circunstancias la clase obrera, como poseedora de la
fuerza
de trabajo, soporta los cambios producidos por dichas medidas con el fin
de
adaptar su trabajo al nuevo estado del capital.
Con
este panorama político, nos
encontramos con otro nuevo día de la Mujer Trabajadora que esta
vez
viene acompañado de una reforma de la Ley del Aborto. Si bien podríamos
pensar
que ésta forma parte de esa reestructuración económica, como hemos
podido
escuchar a algunos representantes de la clase dominante, más bien nos
viene
dado como aditivo de regalo en este pudin de ataques a los
derechos conquistados
por el proletariado. Objetivamente parece que su fin único es alegrar
a
un sector social que simboliza unos valores morales y religiosos que
tuvieron
un gran espacio político dentro de la historia del Estado español y que
hoy en
día aún en parte conservan. Desde una parte de la ultraderecha hasta
algunos de
nuestros demócratas ven esta medida con el mayor brillo ético en sus
ojos. Sin
embargo una vez más es la clase obrera la que tendrá que soportar nuevas
cadenas que produce la burguesía y que bien apretada es la que guardará
la
tranquilidad moralista de la conciencia del sector más reaccionario de
la clase
dominante permitiendo a algunos de ellos la entrada a los cielos.
Junto
a esta execrable reforma
gubernamental, este 8 de Marzo llega además con la reciente publicación
de un
concienzudo estudio sobre la situación de la mujer realizado nada menos
que a
instancias de las denostadas instituciones del gran capital financiero
europeo.
Desde el feminista Lobby de Mujeres Europeas, asociación
burguesa que
parasita las parasitarias instituciones burguesas, hasta el último
parlamentario de la democracia española, todos parecen haber tomado
conciencia
de la situación de agravio que sufre la mujer y como grandes
reformadores que
son proponen una multiplicidad de normas que acaban reduciéndose a esto:
campañas de educación a medio-largo plazo para cambiar las mentes de
hombres
y mujeres. Y mientras tanto más policías para paliar temporalmente
el
vendaval de una violencia sistemática contra la mujer (que no
sistematizada por
alguna especie de organización de varones) que la
sociedad de
clases hace aparecer en todos los ámbitos y cuya raíz última se
encuentra en la
división social del trabajo y en la familia burguesa como institución o
célula
de reproducción de esa división social que reproduce la opresión y la
violencia
social en el ámbito doméstico, no sólo entre los cónyuges y
entre la
descendencia.
Por
supuesto, ni explotadores ni
explotadoras ponen en la picota las relaciones sociales sobre las que se
sostiene
su régimen y en las que tiene causa la opresión de la mujer. A lo más,
laboran
por la igualdad de género para que hombres y mujeres
participen
en una lista electoral, en un consejo de administración… o vistan
uniforme en
un desfile militar o en alguna sala de torturas. Igualdad de
género
para explotar y para oprimir a mujeres y hombres de una clase más baja
que la
suya. Pero es lógico que los representantes oficiales de la sociedad
burguesa
se limiten al estricto marco democrático que el capitalismo puede
ofrecer.
Al
lado de estos encontramos al
revisionismo y al oportunismo, aquellas correas de transmisión de la
burguesía
en el seno de la clase obrera. Uno de los signos característicos del
oportunismo, que lo define y que lo ata al capitalismo es su
indisimulada lucha
reformista: a cada estrago que el capitalismo genera en su desarrollo
normal y
democrático entre las más amplias masas, el oportunismo se nos aparece
con una
sucesión de reformas, las cuales pueden tener como finalidad literaria
la “revolución”,
pero a la cual no tienen ninguna posibilidad de llegar, ya que la
historia de
la Revolución Socialista nunca ha encontrado los mecanismos sociales
(por más
que las ingenuas e idealistas voluntades del oportunismo lo repitan) que
liguen
un proceso de reformas del Estado burgués con la construcción de un
sistema
antagónico al mismo, basado en la constitución de la dictadura del
proletariado
por parte de las mismas masas oprimidas armadas conscientemente, pues el
capitalismo no va a desaparecer por saturación o acumulación de
fuerzas
reformistas que misteriosamente se convertirán en “revolucionarias”.
En
lo que a la opresión de la mujer
se refiere, el revisionismo aparece con su visión sesgada, y por ello
inoperante para transformar la realidad. El revisionismo
confunde la
Revolución Socialista con el sindicalismo laboral, por lo que para
integrar en
su “programa revolucionario” (es decir, de reformas en el ámbito
laboral) la
cuestión de la mujer pretende que una sucesión de consignas, sin poner
en tela de
juicio el sistema capitalista, consigan la igualdad: igualdad
de
salario, visibilidad del trabajo doméstico, etc.
Cuestiones dicho
sea de paso que el marxismo siempre ha tratado, por más que la última
oleada
feminista, en plena pérdida general del marxismo como referente teórico
de los
sectores más avanzados de la clase obrera, haya provocado entre buena
parte del
“marxismo-leninismo” su conversión a una suerte de teoría que se define
como economía
feminista, que da al traste con la base teórica del marxismo y, en
consecuencia, aboca a quienes lo defienden al reformismo más vergonzante
y, por
tanto, al apuntalamiento de la opresión que sufre la mujer. Por ejemplo,
cuando
se hace propaganda sobre la “visibilidad” del trabajo doméstico,
mayoritariamente desarrollado por la mujer trabajadora, se está
planteando que
dentro de los parámetros del capitalismo se puede resolver la
contradicción
antagónica entre la existencia de la familia como institución de clase y
el
desarrollo de las fuerzas productivas que tienden a hacer partícipes
directos
de la producción (fuera del plano doméstico, pues el trabajo doméstico
también
participa de la producción social en tanto sirve para sostener la fuerza
de
trabajo) a todos los componentes de la sociedad, en ese proceso que hoy
se
llama comúnmente “incorporación de la mujer al mundo laboral” pero que
ni mucho
menos es un proceso nuevo, pues es una tendencia histórica propia del
capitalismo que, con flujos y reflujos, se inicia en la etapa
ascensional del
capitalismo, cuando el sistema fabril y las relaciones de clase
capitalistas se
generalizan en la sociedad rompiendo los viejos lazos del antiguo
régimen. Lo
que provoca esa irresoluble crisis de la familia como “sistema cerrado”
que se
“socializa” pero que aún mantiene los viejos lazos propios de su
centralidad
como institución social reproductora de la fuerza de trabajo, que
el
propio sistema capitalista que lo destruye necesita mantener. Y
con el mismo
salario a igual trabajo sucede algo similar. Si bien es lícito y
lógico que
la clase obrera desde su conciencia en sí, en las luchas por su salario
fomente
la igualdad salarial, lo cierto es que el capital no paga nunca el
trabajo
que se desempeña, sino la fuerza de trabajo, en
concreto, los
medios de subsistencia con que la fuerza de trabajo pueda reproducirse.
Así
sucede que el salario es algo más que una “retribución individual” y
está
sujeto a múltiples factores sociales y generales de la lucha de clases
(cuya
articulación social se plasma superficialmente como una “opción”
discriminatoria
basada en prejuicios morales ajenos al sistema productivo) que han hecho
que la
mujer proletaria quede atada a una posición subalterna de la que no
puede
liberarse equiparando salarios pues tal fin es imposible desde
el punto
de vista capitalista. Que organizaciones “comunistas” abanderen esta
utópica
consigna sindical, en vez de explicar la imposibilidad de la igualdad en
los
parámetros de la democracia burguesa, no hace sino engañar a la clase
obrera, y
en especial a las mujeres proletarias pues las llama a perseguir un fin
imposible dentro de los límites del capitalismo.
El
revisionismo, mayoritario en el
movimiento comunista, plantea frente al feminismo no el marxismo, sino
un
feminismo “de clase y combativo” que no es más que la versión sindical
del
feminismo más reaccionario, que se encuentra plenamente integrado en las
instituciones del capital. Sucede lo mismo, precisamente, que con el
sindicalismo, al que el revisionismo no opone la revolución, sino una
versión
supuestamente “radical”, de “clase y combativa” que no representa más
que una
posición más ambiciosa a la hora de negociar con la patronal el precio
de la
fuerza de trabajo, que la que sostiene el sindicalismo oficial. Dicho
sea de
paso, los sindicatos como CCOO y UGT no representan una “traición” a la
clase
obrera, sino que son la expresión concreta de la integración de toda una
fracción de la clase asalariada, la aristocracia obrera, dentro del
sistema.
El
sindicalismo por radical y
bienintencionado que pueda ser no puede emancipar a la clase obrera,
como el
feminismo no puede liberar a la mujer.
Ambas prácticas reproducen la
sociedad de clases sobre la que se edifica su opresión y necesitan pues
para
ser elevadas cualitativamente la reconstitución del comunismo como
movimiento
revolucionario que va construyendo lo nuevo destruyendo esas dinámicas
del
capital. Cabe entonces retrotraernos a la esencia del régimen social
capitalista para dar un paso hacia adelante en la lucha por la
liberación
social y contra toda tentativa de reforma, que no hace sino modificar
una parte
para apuntar el conjunto. Lo que implica además desembarazarnos de
cualquier
“critica moral” (impregnada por las ideas dominantes) para realizar una
crítica
desde el punto de vista revolucionario.
La
esencia de clase de la opresión
de la mujer y la Revolución Socialista
Más
allá de las diferencias tácticas
que tienen los diversos feminismos, su corpus teórico es
semejante: El
centro de la sociedad se encontraría en la división entre hombres y
mujeres, en
la constitución del patriarcado como elemento que marca la
realidad
social en connivencia con el capitalismo, si bien hasta esta altura de
señalar
al capital sólo llega el feminismo de “clase y combativo”. Al
argumento
sobre que el patriarcado (que como marxistas solo podemos
entenderlo
como formulación social objetiva que imbrica la especial situación
de
opresión que ha sufrido la mujer en los distintos sistemas de clase)
no es
una separata (agregable o no al resto de las contradicciones
sociales
como si fuese una “alianza consciente” de la “clase capitalista” y los
“varones”), sino que es producto de las relaciones capitalistas contesta
de
manera forzada que la mujer ya vivía en la penumbra antes que existiera
el
capitalismo. Y si bien es cierto, el argumento queda falto de recorrido
y se
hace pareja de lo que contesta, por ejemplo, el pacifista pequeño
burgués
cuando se le señala que el capitalismo es la guerra. El problema es que
esta
separación de ambos elementos (y tanto da la opresión de la mujer, como
el militarismo,
el racismo, etc.) resulta de una visualización anti-dialéctica que
presenta la
opresión de la mujer como complemento externo del régimen de clase, en
este
caso, del capitalismo.
¿Qué
representa entonces el
capitalismo? El capitalismo es el modo de producción que continúa al
feudalismo, al igual que este nació del esclavismo. Son todos sistemas
de
clase, cuya principal característica común es la división social del
trabajo de
la cual se obtienen indefectiblemente dos clases antagónicas: la de los
productores y la de los dueños de los medios de producción. Lo que
difiere
entre estos sistemas son los métodos (que encuentran su necesidad
histórica en
el mismo desarrollo social) con que cuenta la clase dominante para
apropiarse
del trabajo ajeno para extraer plustrabajo de la clase
oprimida: en el
esclavismo y el feudalismo son distintos modos de coerción
político-jurídica
los que sirven al amo o al señor para ser dueños de lo que otros
producen. En
el capitalismo es “simplemente” la coerción económica, las necesidades
que el
estómago impone a una clase que sólo cuenta con su fuerza de trabajo
para
subsistir de día en día.
Ello
quiere decir que todos estos modos
históricos de producción están atravesados por unas problemáticas
comunes
que derivan de unas contradicciones que se repiten pero en modo
distinto,
contradicciones entre producción y distribución, entre poseedores y
desposeídos, entre clases sociales cuya lucha es el motor de la
historia. A
raíz de la explotación de trabajo ajeno, y no al revés, podemos explicar
coherentemente la guerra, el racismo, la opresión de la mujer,
acontecimientos
que toman formas distintas en cada fase histórica pero, como decimos,
encuentran su comunidad material y real en la división en clases que,
actualmente, toma la forma histórica de capitalismo.
Salirse
de los parámetros objetivos
de la lucha de clases para explicar un fenómeno histórico social es
enfangarse
en la ideología dominante. Si tuviésemos que señalar el periodo
histórico en el
que la mujer empieza a ocupar una posición subalterna en la sociedad,
tendríamos que acudir al surgimiento de la división social del
trabajo, base
de toda forma de sociedad de clases y de Estado. Es en ese período
en que
decae el comunismo primitivo y es sustituido por formas
pre-estatales
donde la división del trabajo en la sociedad empezará a implicar
jerarquía
social, surgiendo la propiedad privada, el Estado y la familia como
célula
nuclear de reproducción social, todo sobre las bases del excedente
surgido por
los cambios operados en el modo de producción que harían que la
humanidad
pasase del estadio social del comunismo primitivo a la
era de la
esclavitud, inaugurando así la era de la sociedad de clases.
Por
tanto, la opresión de la
mujer no es ahistórica, ni tiene que ver con algún trasfondo
natural e
innato que lleve al varón a situarse por encima del género contrario,
como en
demasiadas ocasiones señala el feminismo, cuyo alimento teórico no se
encuentra
en la realidad material sino en los esquemas de género descritos
por la
clase dominante. La opresión de la mujer es transversal a los distintos
sistema
de clases, pero no ajeno a ellos. Por lo que sólo levantando
conscientemente
una nueva sociedad, podrá la mujer encontrar su liberación.
Como
apunte para el debate, no deja
de ser reseñable que en plena ofensiva ideológica y política de la
reacción, el
feminismo, como hasta hace poco el nacionalismo pequeño burgués,
desplace cada
vez más al marxismo entre las filas del denominado movimiento
“comunista”. El
marxismo, como poco desde mediados del siglo XX, desarmado como
cosmovisión
proletaria de la realidad (salvo en algunas excepciones temporales que
lograron
desarrollar la experiencia revolucionaria del proletariado durante la
segunda
mitad del siglo XX) deja el paso a interpretaciones pequeño burguesas de
todo
tipo. Esto en política se ve con la ruptura del movimiento político del
proletariado como un todo y se traduce en la vuelta definitiva a un
movimiento
basado en la conciencia en sí de la clase, aunque no tal como se había
dado
anteriormente sino adecuándose ahora a los intereses de clase de la
aristocracia obrera. Estalla así el movimiento feminista moderno,
desgajado de
la Revolución y circunscrito a la reforma parcial del capitalismo. El
nuevo
feminismo burgués va a integrar ahora nuevos elementos que no habían
estado
presentes en la era del sufragismo, producto del desarrollo de esa
tendencia,
aún más aguda en las sociedades imperialistas, que pone en primer plano
la
crisis sistemática de la familia, junto al sistema en su conjunto, como
núcleo
reproductivo de la sociedad y agudiza esas contradicciones en torno al
género,
la sexualidad, etc.
Por
supuesto, el marxismo del
anterior ciclo revolucionario no pudo tener en cuenta, por sus
limitaciones
históricas, algunos aspectos relacionados con esto (hay que resaltar que
el
distanciamiento del Movimiento Comunista Internacional durante el s. XX
con
respecto a estas cuestiones forma parte de la deriva general del MCI
hacia su
bancarrota) cuestiones todas ellas que en la reconstitución de las armas
teóricas de la clase obrera merecerán, como todos aquellos elementos que
suponen desarrollo social, ser reincorporadas al movimiento obrero
revolucionario, aunque en una escala cualitativamente superior, que
abata todo
lo que de reformista y reaccionario contengan. No obstante frente a lo
que
proponen las distintas versiones del feminismo existente, sobre todo
aquellas
que se agarran a algo tan ajeno a la liberación de las masas como la propaganda
por
el hecho en su versión más ridícula, la mayoría de experiencias
que en
estos campos ofrece la historia de la Revolución Proletaria y el
Movimiento
Comunista, siguen estando varios pasos por delante. Desde la obra
teórica-filosófica de los clásicos del marxismo, en cuya génesis ocupa
un lugar
importante la emancipación de la mujer, hasta las prácticas promovidas
en los
primeros compases de la Revolución Socialista de Octubre por el Komsomol,
todo
ello que requiere del estudio y análisis específico por parte del
movimientos
revolucionario y la juventud proletaria, hay que recuperarlo cara a la
construcción del movimiento que enfrente el próximo ciclo
revolucionario,
dejando a un lado los esquemas pequeño burgueses que hoy ocultan la
esencia del
régimen capitalista y sus instituciones de clase.
“Cuanto
más fuerte sea el movimiento
revolucionario de los trabajadores, cuanto más altos ponga los
objetivos, más
completamente se absorberá en él el movimiento femenino y más fácil
le
resultará, en el período de la dictadura del proletariado, soltar el
nudo
gordiano del problema de la mujer ante el que ha fracasado tan
lastimosamente
la sociedad burguesa. Cuanto más nos acercamos al triunfo de la
clase
trabajadora y del sistema comunista, más claro se dibuja el futuro
de la mujer.
Ahora depende de las mismas mujeres, del grado de su conciencia
política y de
su actividad revolucionaria si el momento de su liberación
definitiva se
encuentra en un futuro próximo”
Alexandra
Kollontai
Juventud
Comunista de Almería
Juventud
Comunista de Zamora
8
de Marzo de 2014