Trotsky y el Leninismo

Capitulo 6

Trotsky y la Revolución Proletaria

 

 

Hasta ahora, hemos abordado la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky desde el punto de vista de la revolución rusa, desde el punto de vista de algunos de los problemas relacionados con esa teoría circunscribiéndonos al ámbito nacional de esa revolución y en relación con su validez para explicarla como fenómeno histórico y político. Ahora, observaremos esa teoría de Trotsky como teoría general de la Revolución Proletaria, con lo cual desbordaremos las fronteras nacionales y nos enfrentaremos a una determinada concepción de la Revolución Proletaria Mundial.

 

Como hemos comprobado hasta aquí, la visión general del proceso revolucionario y los métodos propiamente trotskianos de elaboración táctica y de utilización unilateral del análisis marxista, junto a una visión subjetiva y abstracta de las premisas necesarias para la revolución, conducen inevitablemente hacia una concepción subjetivista de la revolución y voluntarista de la acción revolucionaria (lo cual acarrea consigo el peligro de aventurerismo). Pero, ¿qué significa esto desde la perspectiva de la teoría general de la Revolución Proletaria? En 1924, en uno de sus innumerables balances de la Revolución de Octubre, y refiriéndose críticamente a la táctica de los mencheviques, Trotsky les censuraba que considerasen que:

 

“(...) las tareas del partido no son determinadas en base al reagrupamiento real de las fuerzas de clase, sino que están definidas según sea que el carácter de la revolución es formalmente declarado burgués o democrático-burgués.”

 

Es absolutamente falsa cualquier idea que insinúe que las tareas del partido no tienen que ver con el “carácter de la revolución”. De hecho, el carácter de la revolución determina las tareas del partido. Al menos, desde la óptica leninista, e, igualmente, desde la óptica de la socialdemocracia rusa. No en vano, toda la primera etapa de construcción del partido obrero en Rusia consistió, precisamente, en batallar por el esclarecimiento del carácter de la revolución rusa, y en determinar las tareas del partido en relación con la naturaleza de esa revolución (lo que, como hemos visto, abrió un nuevo campo a las divergencias): desde finales de los 70 del siglo XIX, los marxistas rusos –encabezados por Plejánov, primero, y después también por Lenin–, se empeñaron en una lucha contra el populismo, al que disputaron la posición de vanguardia en la lucha contra la autocracia y, sobre todo, contra el que esclarecieron el carácter de la próxima revolución rusa en función de las tendencias que marcaba el incipiente desarrollo del capitalismo en ese país. Los marxistas demostraron, contra la opinión de los naródniki , que Rusia necesitaba que se rompiesen todas las trabas que obstaculizaban el pleno desarrollo del capitalismo, y que toda ilusión sobre el salto por encima del capitalismo hacia un socialismo ruralista basado en la obschina rusa era una utopía reaccionaria. La revolución burguesa, entonces, rompería aquellas trabas y procuraría el desarrollo industrial y, paralelamente, el desarrollo del proletariado, única base verdadera desde la que puede construirse la sociedad socialista.

 

Una vez determinado el carácter burgués de la revolución, se abrió un nuevo capítulo de luchas políticas para definir las tareas del partido: si la revolución es burguesa, entonces que la haga la burguesía, el proletariado sólo debe preocuparse por su organización sindical y por la defensa de sus intereses económicos (economicismo); o bien, por convertirse en oposición política extrema dentro del parlamento (menchevismo). Como ya hemos visto, Lenin se enfrentó a estas corrientes y, con el telón de fondo de la revolución burguesa pendiente (el “carácter de la revolución”), diseñó la táctica, es decir, el “reagrupamiento de las fuerzas de clase” más acorde con los intereses a largo plazo del proletariado. Como Trotsky invierte absolutamente la relación tareas-táctica, o, más bien, identifica completamente esos dos aspectos de la política debido a su tendencia al subjetivismo, no nos extraña que, con una propuesta política idealista, alejada de toda observación materialista de la realidad rusa, apenas tuviese influencia en la lucha de fracciones del POSDR.

 

En resumidas cuentas, la teoría de la Revolución Permanente de Trotsky, como base para una generalización teórica de la Revolución Proletaria, nos arrastraría hacia una concepción de la revolución según la cual la determinación de su carácter vendría dada por el sujeto revolucionario, no por las tareas de la revolución.

 

Este paradigma revolucionario se sostiene sobre la presunción de un alto desarrollo de las fuerzas productivas y la consideración de su escala a nivel mundial. Antes veíamos cómo, en el caso particular de la cuestión campesina, Trotsky pasaba por alto las condiciones concretas de la agricultura y de las clases campesinas rusas, y no prestaba atención a si estaban maduras o no para su paso hacia socialismo por sí mismas . Esto se comprende por la actitud teórica y metodológica de Trotsky, quien sustituye las condiciones concretas de la transformación revolucionaria (la madurez de las relaciones sociales para esa transformación en un lugar y en un momento dados) por sus condiciones abstractas (grado alcanzado por las fuerzas productivas a nivel mundial acorde con aquella transformación). Escenificando la controversia que generaban sus postulados, Trotsky escribe:

 

“-Pero, ¿es que considera usted que Rusia está bastante madura para una revolución socialista? –me objetaron docenas de veces (...), allá por los años 1905 a 1917.

Y yo les contestaba invariablemente:

-No, pero sí lo está, y bien en sazón, la economía mundial en su conjunto y, sobre todo, la europea.”

 

En Trotsky, por tanto, la problemática de las premisas objetivas para la revolución pierde importancia, y toda la atención se centra en la actitud y en la capacidad del factor subjetivo de la revolución. Aquí radica la base teórica del voluntarismo y del subjetivismo conscientes de la Revolución Permanente de Trotsky. El proletariado puede pasar sin temor hacia los objetivos del socialismo en un país atrasado como Rusia porque se apoya no tanto en la madurez de las condiciones económicas de su país, sino en las de la economía mundial. Pero la revolución rusa puede servirse de todo el potencial de la fuerzas productivas del planeta si el proletariado internacional se lo cede. Esta es la primera insuficiencia del paradigma trotskista de la revolución, que ésta no se sostiene siempre sobre sus propias fuerzas . En segundo lugar, ¿hasta qué punto es posible realizar la Revolución Permanente en un mundo –como el de la segunda mitad de la década de los 20, o incluso como el de hoy en día– de mayoría campesina, es decir, con un desarrollo general de las fuerzas productivas atrasado (salvo en regiones muy específicas como Norteamérica, Europa y Japón)? Trotsky no puede responder a esto. En otras palabras, las dos premisas fundamentales de la teoría de Trotsky sobre la Revolución Proletaria o no existen o no son una garantía. Efectivamente, en el mundo no existe un alto desarrollo generalizado de las fuerzas productivas, aunque sí un alto desarrollo polarizado de las mismas, o sea, monopolizado por unas pocas potencias imperialistas. Pero, aquí, nos enfrentamos no ante la cuestión de las premisas para el socialismo –como pretende Trotsky–, sino ante el de las condiciones mismas de la Revolución Proletaria. Esta nueva confusión en Trotsky le conduce, una vez más, a encarrilarse por el camino del marxismo vulgar:

 

“En un país económicamente atrasado, el proletariado puede llegar al Poder antes que en un país capitalista avanzado. La idea de que existe una cierta dependencia automática entre la dictadura proletaria y las fuerzas técnicas y los recursos del país, representa en sí un prejuicio propio de un materialismo ‘económico' simplista hasta el extremo. El marxismo no tiene nada de común con esta idea.”

 

Trotsky dice que un país atrasado puede ver al proletariado en el poder antes que un país capitalista avanzado, pero, en última instancia, su teoría hace depender el destino de la revolución del proletariado de los países con un alto desarrollo de las fuerzas productivas. Él mismo es víctima de ese “materialismo simplista” que hacer depender la dictadura proletaria de “las fuerzas técnicas y los recursos del país”. Para Trotsky, la vanguardia de la Revolución Proletaria Mundial sólo puede ser ejercida hasta cierto momento por el proletariado de un país atrasado. Irremisiblemente –so pena de fracaso de la revolución–, el proletariado de los países más avanzados deberá tomar el relevo. Trotsky identifica madurez capitalista con madurez revolucionaria; invita al proletariado a asaltar el poder fuera de toda valoración de sus circunstancias objetivas de existencia, pero le niega la victoria si esas circunstancias objetivas no son las del capitalismo desarrollado o éste no acude en su ayuda. Esta contradicción ubica a Trotsky, después de tanto circunloquio, en el mismo terreno del menchevismo que critica. El desprecio de Trotsky por las condiciones concretas para la revolución supone, en la práctica, el divorcio entre los factores de necesidad y de posibilidad de la revolución, lo cual situaría –como realmente situó– a países como Rusia en una tesitura angustiosa desde la perspectiva del diseño estratégico para la continuidad de la revolución, sobre todo a partir de 1923, cuando resulta evidente que la ofensiva revolucionaria europea, iniciada en 1917, experimentaba un reflujo nada coyuntural. Ante esta situación fáctica, la teoría de la Revolución Permanente no ofrecía respuestas. Para continuar, la revolución soviética se cobró el precio de su sacrificio.

 

El paradigma revolucionario de Trotsky se opone frontalmente al leninismo, y su puesta en práctica acarreará serias y graves consecuencias para la política revolucionaria del proletariado en su ámbito internacional. La primera de esas nocivas consecuencias se refiere a la táctica general de la Revolución Proletaria Mundial:

 

“¿En qué consiste entonces la diferencia entre los países avanzados y los atrasados? La diferencia es grande, pero así y todo se trata de una diferencia en los límites de la dominación de las relaciones capitalistas. Las formas y métodos de dominación de la burguesía en los distintos países son extraordinariamente variados. En uno de los polos, su dominación tiene un carácter claro y absoluto: los Estados Unidos . En el otro polo – India – el capital financiero se adapta a las instituciones caducas del medioevo asiático, sometiéndoselas e imponiendo sus métodos a las mismas. Pero tanto allí como aquí domina la burguesía. De esto se deduce que la dictadura del proletariado tendrá asimismo en los distintos países capitalistas un carácter extremadamente variado, en el sentido de la base social, de las formas políticas, de los objetivos inmediatos y del impulso de actuación. Pero sólo la hegemonía del proletariado, convertida en dictadura de este último, después de la conquista del Poder, puede conducir a las masas populares a la victoria sobre el bloque de los imperialistas, de los feudales y de la burguesía nacional.”

 

Para Trotsky, entonces, sólo hay diferencias cuantitativas entre los distintos países del mundo: las existentes en el diferente desarrollo del capitalismo en sus economías. De esta manera, tanto en los países más desarrollados como en los más pobres “domina la burguesía”. De lo que “se deduce” que la dictadura del proletariado y el socialismo están en el orden del día de la revolución. Ni qué decir tiene que cuando Trotsky ha pasado a la palestra de la revolución internacional, se ha desembarazado de toda esa molesta problemática de la “revolución democrática” que todavía tenía que tener en cuenta en el debate sobre la revolución rusa y en consideración a las argumentaciones de Lenin . Para Trotsky, en definitiva, en el mundo sólo hay países capitalistas, y todos sufren a la burguesía como clase dominante (aunque coligada con el imperialismo y “los feudales”). De todo lo cual, deducimos nosotros que Trotsky no ha comprendido ni la naturaleza del imperialismo ni las consecuencias que acarrea tanto en la transformación de la estructura de las relaciones económicas internacionales, como en su influencia en las relaciones entre las clases en el plano mundial.

 

La verdad es que el concepto de imperialismo de Trotsky varía grandemente con respecto al de Lenin. Trotsky denomina imperialismo al dominio mundial del capitalismo, pero entiende este dominio como el resultado de un proceso de expansión del modo de producción capitalista que se apoya por completo en las premisas económicas que estableció Marx en El Capital . En la teoría sobre el imperialismo, Trotsky recuerda más a R. Luxemburg, para quien “la acumulación mundial” era un proceso de extensión, de desarrollo cuantitativo de las relaciones principalmente mercantiles del capitalismo , que a Lenin, quien señala un salto cualitativo en el desarrollo del capitalismo que modifica parcialmente sus premisas económicas (monopolio). No nos ha de extrañar, por tanto, que el modelo de relaciones económicas internacionales sea, en Trotsky, un remedo en el plano mundial de la expansión del mercado interno nacional:

 

“Todo país retrógrado ha pasado, al incorporarse al capitalismo, por distintas etapas, a lo largo de las cuales ha visto aumentar o disminuir la relación de interdependencia con los demás países capitalistas; pero, en general, la tendencia del desarrollo capitalista se caracteriza por un incremento colosal de las relaciones internacionales, lo cual halla su expresión en el volumen creciente del comercio exterior, incluyendo en él, naturalmente, el comercio de capitales.”

 

El desarrollo aséptico del capitalismo mundial por la vía de la expansión de los mercados permite plantear a Trotsky las relaciones internacionales de una manera economicista e insultantemente inocua:

 

“Desde un punto de vista cualitativo, la relación de dependencia de la India con respecto a Inglaterra tiene, evidentemente, distinto carácter que la de Inglaterra con respecto a la India. Sin embargo, esta diferencia hállase informada, fundamentalmente, por la diferencia existente en el nivel del desarrollo de las respectivas fuerzas productivas y no por el grado en que económicamente se basten a sí mismas. La India es una colonia, Inglaterra una metrópoli. Pero si hoy Inglaterra se viera sujeta a un bloqueo, perecería antes que la India. He aquí –digámoslo de paso– otra prueba suficientemente convincente de la realidad que tiene la economía mundial.”

 

Inglaterra es la metrópoli y la India la colonia, ¡pero esta diferenciación formal es sólo debida a “la diferencia existente en el nivel del desarrollo de las respectivas fuerzas productivas”! ¿Qué decía Lenin en 1916, en plena guerra imperialista, que es lo mismo que decir en pleno periodo de comprobación y aprendizaje de la naturaleza del imperialismo?

 

“(...) el programa de la socialdemocracia debe presentar como fundamental, como lo más esencial e inevitable bajo el imperialismo, la división de las naciones en opresoras y en oprimidas.”

 

En otras palabras, Inglaterra es metrópoli porque oprime a la India, su colonia. Y esta relación de opresión , que no tiene nada que ver con las melifluas ideas sobre si una u otra “se bastan a sí mismas”, incluye expolio de recursos económicos, explotación, opresión política y dependencia de la una, la colonia, por la otra, la metrópoli. Trotsky presenta las relaciones internacionales al modo burgués, como las que se estableciesen en un gigantesco mercado en el que confluirían todas las naciones obligadas por “la división mundial del trabajo y el carácter supranacional de las fuerzas productivas” , mientras que las relaciones de dominio colonia-metrópoli serían algo así como un contrato de mutua dependencia suscrito con el fin de asegurarse los mercados en la concurrencia internacional. La naturaleza de la “dependencia”, eso sí, es diferente: Inglaterra “depende” de las materias primas indias, y la India de los productos manufacturados ingleses; pero, tanto monta, los dos son países capitalistas y en los dos domina la burguesía. Naturalmente, la realidad no tiene nada que ver con este cuadro ricardiano que nos pinta Trotsky. La realidad es que uno de los países está sometido al otro y su economía está organizada en función de las necesidades de la economía del otro. Objetivamente, sólo uno de ellos es dependiente y sólo uno de ellos es independiente. Sólo las ideas “confusas y oscuras” de Trotsky, impregnadas de cierto falso misticismo seudorromántico pueden conducir a las siguientes afirmaciones:

 

“Para que el movimiento de emancipación de la India pueda triunfar, es menester que estalle un movimiento revolucionario en Inglaterra y viceversa. Ni en la India ni en Inglaterra es posible levantar una sociedad socialista cerrada. Ambas tienen que articularse como partes de un todo superior a ellas. En esto y sólo en esto reside el fundamento inconmovible del internacionalismo marxista.”

 

A esto conduce la confusión en el plano internacional de los problemas de la revolución democrático-burguesa con los del socialismo, de la que ya adolecía Trotsky en el terreno nacional. ¡Es la India quien necesita emanciparse de Inglaterra, no “viceversa”! No se trata de un problema del socialismo, ni siquiera se trata de un problema que deba ser vinculado directa e incondicionalmente con el socialismo. Es una necedad –y, además, una necedad reaccionaria– hacer depender la emancipación colonial de la revolución en las metrópolis. Sería necio defenderlo hoy, cuando la historia lo ha refutado y se ha dirigido por otros derroteros, y era ya necio defenderlo en 1930 –año en que Trotsky escribió ese texto–, cuando en la Internacional Comunista estaban vigentes las tesis que elaboró Lenin en 1920 sobre la cuestión nacional y colonial y que fueron aprobadas por su II Congreso. Veamos algunos de sus contenidos:

 

“La situación política mundial ha puesto ahora al orden del día la dictadura del proletariado, y todos los hechos de la política internacional convergen de modo inevitable en un punto central, a saber: la lucha de la burguesía mundial contra la República Soviética de Rusia, que agrupa necesariamente a su alrededor, de una parte, los movimientos de los obreros de vanguardia de todos los países en pro del régimen soviético y, de otra parte, todos los movimientos de liberación nacional de las colonias y de los pueblos oprimidos (...).

Por lo tanto, en la actualidad no hay que limitarse a reconocer o proclamar simplemente el acercamiento entre los trabajadores de las distintas naciones, sino que es preciso aplicar una política que convierta en realidad la unión más estrecha de todos los movimientos de liberación nacional y colonial con la Rusia Soviética, haciendo que las formas de esta unión estén en consonancia con el grado de desarrollo del movimiento comunista en el seno del proletariado de cada país o del movimiento democrático burgués de liberación de los obreros y campesinos en los países atrasados o entre las naciones atrasadas. (...).

En lo que respecta a los Estados y las naciones más atrasados, donde predominan las relaciones feudales o patriarcales y patriarcal-campesinas, es preciso tener presente, en particular: la necesidad de que todos los partidos comunistas ayuden al movimiento democrático burgués de liberación en dichos países; el deber de prestar la ayuda más activa incumbe, en primer término, a los obreros del país del que la nación atrasada depende en el aspecto financiero o como colonia; (...) la necesidad de combatir con decisión la tendencia a teñir de color comunista las corrientes liberadoras democráticas burguesas en los países atrasados; la Internacional Comunista debe apoyar los movimientos nacionales democráticos burgueses en las colonias y en los países atrasados sólo a condición de que los elementos de los futuros partidos proletarios –comunistas no sólo de nombre– se agrupen y eduquen en todos los países atrasados para adquirir plena conciencia de la misión especial que les incumbe: luchar contra los movimientos democráticos burgueses dentro de sus respectivas naciones; la Internacional Comunista debe concluir una alianza temporal con la democracia burguesa de las colonias y los países atrasados, pero no fusionarse con ella, sino proteger a toda costa la independencia del movimiento proletario, incluso en sus formas más rudimentarias.”

 

Nada que ver, pues, con la idea de dictadura del proletariado como única solución de los problemas nacional y colonial. Además, Lenin señala cuáles son incuestionablemente los problemas económicos que esas naciones deben superar como tarea inmediata de la revolución: la gran propiedad agraria y las reminiscencias del feudalismo. En otras palabras, Lenin traslada como planteamiento a la línea política general de la Internacional Comunista el mismo con el que abordó problemas similares para Rusia en 1905. ¿Y qué ocurre cuando el desarrollo de esos países es tan exiguo que apenas han madurado en su interior las condiciones para un amplio desarrollo del proletariado?, ¿qué propone Trotsky ante esta eventualidad?

 

“En las condiciones de la época imperialista, la revolución nacional-democrática sólo puede ser conducida hasta la victoria en el caso de que las relaciones sociales y políticas del país de que se trate hayan madurado en el sentido de elevar al proletariado al Poder como director de las masas populares. ¿Y si no es así? Entonces, la lucha por la emancipación nacional dará resultados muy exiguos, dirigidos enteramente contra las masas trabajadoras.”

 

Puro derrotismo revolucionario. ¿Qué responde Lenin, en cambio? Pues, como hemos visto, que la Internacional Comunista deberá “apoyar los movimientos nacionales democrático burgueses en las colonias y en los países atrasados”. Eso sí, con la condición, no de la posibilidad del “gobierno obrero” –como vuelve a insistir Trotsky también aquí–, sino –una vez más– de que el proletariado disfrute del máximo de libertad para organizarse como clase y de que se respete su independencia política. Alianza temporal con la democracia burguesa a cambio de la independencia política que el proletariado necesita para ir preparando su futura lucha por el socialismo. Como podemos comprobar, Lenin, lejos de dejarse embargar por el nihilismo revolucionario hacia los países atrasados, como Trotsky, busca el modo, la correlación de fuerzas sociales adecuada, que permita dar una salida a los países coloniales en la dirección que favorezca la lucha de clases proletaria, en función siempre de las tareas políticas y revolucionarias que exigen de manera inmediata el desarrollo económico de esos países. En esta ocasión, incluso –ocasión importante y significativa, por cuanto se trata de la política de la Internacional Comunista–, Lenin ha basculado un poco más hacia la derecha en relación con la disposición de clases que buscaba en la Rusia de 1905. En 1920, parece dispuesto a permitir que los comunistas se acerquen a la burguesía liberal de los países atrasados. Desde luego, la evolución es inversa a la de Trotsky, lo cual resulta harto elocuente. No debemos perder de vista, sin embargo, el método leninista de análisis concreto de la situación concreta como fundamento de toda línea política. Es cierto que Lenin recomienda, en parte, una táctica diferente en 1920 para los países coloniales que para Rusia en 1905, pero igualmente es cierto que también era diferente la situación de la Rusia a caballo de los siglos XIX y XX, en la frontera –no sólo en el sentido geográfico, también en el económico– entre Asia y Occidente, y con una posición de nación dominante en el escenario internacional de las relaciones imperialistas (aunque también arrastraba rasgos de dependencia) que determinaba el papel de la burguesía nacional ante la revolución, así como la actitud del proletariado ante esa clase. Los países coloniales, en cambio, eran del todo asiáticos y su posición en las relaciones internacionales era siempre de opresión. Esto concedía un papel diferente a la burguesía nacional, mejor dicho, al sector de la burguesía que se incorporaba al movimiento de liberación nacional contra el imperialismo .

 

Trotsky no puede comprender el profundo sentido que Lenin da a la política de acercamiento del proletariado hacia determinadas capas de la burguesía nacional de los países oprimidos porque no ha alcanzado a entender las implicaciones que el imperialismo acarrea para la estructura de clases de esos países. Trotsky no ve que la dominación económica que ejerce el capital financiero en los países atrasados se traduce sólo en un desarrollo parcial de las relaciones sociales capitalistas en dichos países, mientras que, por otra parte, se reproducen –también por interés del capital extranjero– gran parte de las relaciones sociales precapitalistas. El desarrollo de las fuerzas productivas es, pues, unilateral y está truncado. Por eso, el marxismo-leninismo los define como semifeudales . Desde el punto de vista de las relaciones de clase, los países semifeudales se caracterizan porque el dominio de las viejas clases (oligarquía terrateniente) se mantiene, mientras que al calor de la economía de exportación (que es en lo que convierten a estos países) y de las inversiones extranjeras crece una burguesía compradora y especuladora y una burguesía burocrática. Y como el desarrollo industrial es desintegrado, fraccionado, porque está en función de los intereses del capital extranjero y de la economía de exportación, hay una parte de la burguesía industrial que ve cercenado su desarrollo como clase capitalista y que, en un momento dado, toma conciencia de que sus intereses se oponen a los del imperialismo y los del Estado oligárquico-burocrático nacional. Estos sectores sociales, en determinados momentos, pueden unirse al proletariado y al campesinado en su lucha revolucionaria contra el capital financiero internacional.

 

El imperialismo se caracteriza, desde el punto de vista de las correlaciones entre las clases, porque la burguesía financiera internacional se une en alianza con las clases terrateniente, compradora y burocrática nacionales, mientras que un sector de la burguesía industrial queda desplazado. Su reacción es el nacionalismo. De este modo, en los países semifeudales la línea divisoria entre la revolución y la contrarrevolución está situada a la derecha de esta burguesía nacional desplazada. Trotsky se equivoca en esto, e incluye a esta clase en el bloque contrarrevolucionario porque, como hemos señalado ya, tiene una concepción premonopolista del capitalismo, según la cual la expansión lineal del capitalismo a través del mercado mundial y de la división internacional del trabajo permite el desarrollo de las fuerzas productivas en cada país (más avanzado en unos que en otros, pero esto no acarrea consecuencias) de modo que en su seno se puede dar el normal desarrollo de las relaciones económicas capitalistas, que pasarán a ser dominantes, y de las clases principales que les son propias, el proletariado y la burguesía. En los países más atrasados ésta se unirá al bloque de las viejas clases dominantes que aún el capitalismo no habría liquidado. La lucha de clases, entonces, enfrentará a este bloque dominado por la burguesía con el proletariado (que tratará de “arrastrar” tras sí al campesinado), y esta línea divisoria que separa en cada país revolución y contrarrevolución es la misma que separa al globo entero.

 

Para resumir las diferencias fundamentales que oponen de manera tajante la concepción táctica de Trotsky y de Lenin acerca de la Revolución Proletaria Mundial, diremos que, mientras el primero pone todo el peso del proceso en el proletariado internacional, organizado principalmente en forma de Estado obrero, para Lenin, que parte de un análisis de las relaciones internacionales sometidas a las condiciones del imperialismo (del capitalismo en su fase superior de desarrollo), el proletariado debe unirse a la lucha de las naciones oprimidas por su liberación nacional. Esto supone que, mientras para Trotsky las tareas que la revolución debe abordar de manera inmediata son las del socialismo, independientemente de que se trate de un país avanzado o atrasado económicamente, para Lenin hay países imperialistas y países oprimidos, y mientras en los primeros la tarea inmediata es la revolución socialista, en los segundos –en los que predominan las relaciones semifeudales– se trata de preparar las premisas para el socialismo. Para el leninismo, es preciso distinguir entre forma y contenido en la Revolución Proletaria Mundial: se trata del proceso político, encabezado por la única clase verdaderamente revolucionaria moderna, el proletariado, dirigido contra el capitalismo de nuestra época, el imperialismo, en cuanto al contenido, pero que se manifiesta como suma de las revoluciones socialistas en los países imperialistas y las revoluciones democrático-burguesas dirigidas por el proletariado en los países semifeudales. Para Trotsky, por el contrario, no hay diferencia entre forma y contenido, ambos se identifican. Para el leninismo el proceso de la Revolución Proletaria Mundial exige una dialéctica entre el ámbito nacional y el internacional de la revolución. Para Trotsky, en cambio, para que el proceso pueda considerarse consolidado, debe mantenerse en el plano internacional.

PROCACCI: Op. cit ., p. 47.

TROTSKY: La revolución permanente , p. 50.

Ibídem , p. 102.

Ibíd. , p. 185.

“Con respecto a los países de desarrollo burgués retrasado, y en particular de los coloniales y semicoloniales, la teoría de la revolución permanente significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan solo puede concebirse por medio de la dictadura del proletariado, empuñando éste el Poder como caudillo de la nación oprimida y, ante todo, de sus masas campesinas.” ( Ibíd .., p. 215; también cfr ., Ibíd .., p. 184).

“El desarrollo del capitalismo (…) se ha efectuado, y no podía dejar de efectuarse, por medio de un ensanchamiento sistemático de su base. En el proceso de su desarrollo y, por lo tanto, en lucha contra sus contradicciones internas, cada capitalismo nacional recurre en un grado cada vez más considerable a las reservas del ‘mercado exterior', esto es, de la economía mundial. La expansión ineluctable, que surge como consecuencia de las crisis internas permanentes del capitalismo, constituye su fuerza expansiva antes de convertirse en mortal para este último.” ( Ibíd ., pp. 32 y 33).

Ibíd ., p. 32.

Ibíd .

LENIN: O.C. , t. 27, p. 269.

TROTSKY: La revolución permanente , p. 32.

Ibídem , p. 28.

LENIN: O.C ., t. 41, pp. 169-173.

TROTSKY: La revolución permanente , p. 188.

En 1928, Trotsky se quejó contra esta interpretación de las tesis leninistas de la Internacional Comunista (no lo hizo en 1920) aduciendo el ejemplo de China, donde la incorporación del PCCh en el Kuomintang de Chang Kai-chek había terminado, en 1927, en ruptura, traición y masacre de comunistas por parte de la burguesía encabezada por Chang ( cfr ., Ibíd ., pp. 189-193). Pero, en cuanto a esta experiencia, Trotsky absolutiza los errores –que los hubo– de la Internacional Comunista y del PCCh. Es correcto que acarreó graves consecuencias que los comunistas no respetasen suficientemente una de las condiciones de las tesis de Lenin: la absoluta independencia política y organizativa del proletariado en su alianza con la burguesía nacional. Esto, sin embargo, no permite deducir que esa alianza no sea necesaria en determinados momentos. Así, por ejemplo, en la misma China, a partir de 1938, tras la invasión japonesa, el PCCh, ahora encabezado por Mao Tse-tung, volvió a aliarse con la burguesía nacional en un frente único antiimperialista. Pero en esta ocasión el partido sí mantuvo su política, su organización y su ejército fuera del alcance del Kuomintang, de modo que cuando la alianza volvió a romperse tras la derrota de Japón, los comunistas no debieron pagar más precio que el de volver sus armas contra sus antiguos aliados.

Para evitar malentendidos o interpretaciones intencionadas de esta tesis general, añadiremos que nunca debería sustituir el análisis concreto de la situación concreta , por lo que tenemos que insistir en que se refiere a países semifeudales y cuyo escaso grado de desarrollo económico mantiene al proletariado en un estado de desarrollo embrionario. Pero no se refiere a los países oprimidos en general o a todos los países oprimidos. Aquí es preciso distinguir entre países dependientes cuyo desarrollo ha permitido –por razones históricas específicas y particulares– el dominio de las relaciones capitalistas en su economía y el desplazamiento en bloque de la burguesía nacional hacia la alianza con el imperialismo, de aquellos otros países dependientes que permanecen en un estado verdaderamente semifeudal. No es lo mismo, y es preciso distinguir y definir bien tanto las tareas de la revolución como la táctica a aplicar por el proletariado, el Chile de 1970 –país dependiente, pero preparado para la revolución socialista– del Ecuador o la Guatemala de 1990 –países con la revolución agraria como problema fundamental pendiente. Sustituir la tesis general por el análisis concreto, como hizo la dirección del Partido Comunista de Chile en 1970-1973, significó practicar el oportunismo y la liquidación de la revolución, y también ejercitar el mismo dogmatismo político –aunque mostrando su lado inverso– que Trotsky.