128 años después de la masacre de los mártires de Chicago, en la que, tras una huelga por la reinvidicación de la jornada de ocho horas y un juicio farsa, 5 trabajadores fueron ahorcados y recluidos, la burguesía, en el Estado español y en el resto de estados imperialistas, continúa ejerciendo su criminal y despiadada dictadura de clase. Sigue con su perpetuo festín de caviar y cabernet y su orgía a costa de la explotación del proletariado. Mientras tanto, en días como hoy, la aristocracia obrera, esa capa social privilegiada y desclasada del resto del proletariado para integrarse en el bloque de clases dominante (dirigido por la burguesía monopolista), sigue promoviendo la ilusión de que los intereses de toda la clase proletaria pueden conciliarse con los de la burguesía. Por una parte, el reformismo, que es hegemónico en las protestas espontáneas, defiende los salarios dignos, como si pudiese ser digna la explotación asalariada de los trabajadores, con el robo de la plusvalía que generan por parte de los capitalistas, así como defiende los servicios estatales, que se financian con la explotación del proletariado y la rapiña imperialista practicada con sangre sobre el proletariado y sobre los pueblos de las semicolonias. Por otra parte, los revisionistas o los llamados “alternativos” nos proponen salir a manifestarnos “críticamente”, pero sin plantear la necesidad de superar la inercia que nos impone la espontaneidad, sin superarla revolucionando políticamente la conciencia del proletariado. Con el fin de “acumular fuerzas” desde las luchas de resistencia, los revisionistas contribuyen sólo a la adquisición de conciencia de clase sindicalista por parte del proletariado, y ni siquiera hacen autocrítica por su fracaso en el intento de dirigir movimientos de masas, en vez de extraer las lecciones pertinentes del balance del pasado ciclo revolucionario (1917-1989). El referente revolucionario que las masas requieren para poder avanzar en el único camino posible para destruir este atroz sistema de dominación sólo puede existir mediante el Partido Comunista, como movimiento revolucionario, forjado por la fusión de la vanguardia revolucionaria con las masas, siendo el instrumento de que debe dotarse el proletariado para realizar la guerra revolucionaria, construyendo y dirigiendo conscientemente el ejército revolucionario y los órganos de dictadura del proletariado –la única democracia para nuestra clase–, para derrocar violentamente la dictadura burguesa –que tan sólo puede favorecer a una exigua minoría de los habitantes del planeta, ofreciendo a nuestra clase nada más que la barbarie. Todo ello en aras de avanzar hacia la sociedad sin clases, rompiendo conscientemente con la historia anterior de las sociedades de clases mediante la voladura consciente de las relaciones de explotación y dominación, lucha que incluye el combate por la extinción de la opresión de género, nacional, etc.
Para desarrollar esta tarea, ramarcamos que el proletariado debe ser consciente de su misión histórica, es decir, debe tener conciencia revolucionaria, conciencia del antagonismo irreconciliable entre sus intereses y el sistema capitalista como totalidad, así como de su necesidad de autoemanciparse. De aquí se infiere cuál es la responsabilidad de los comunistas en la actualidad: debemos trabajar por la reconstitución del Partido Comunista desde la conciencia; y en esta primera fase, como tarea principal, debemos sintetizar la práctica histórica del ciclo revolucionario anterior a fin de desarrollar nuestra ideología en conexión con su concretización, mediante la lucha de dos líneas como motor, y construir los vínculos políticos que necesitamos para impulsarla y para que la vanguardia asuma el marxismo-leninismo, como condición para poder revolucionar los movimientos espontáneos de masas desde la conciencia una vez reconstituido el Partido Comunista.
Cèl·lula Roja
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