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TRABAJO. COOPERACIÓN

TRABAJO

LO HUMANO

Hablar de trabajo humano nos obliga a definir "lo humano". No existe una "naturaleza humana" sino una "actividad humana".

El ser humano tiene una dimensión sensitiva que comparte con los otros animales no racionales. El ser humano natural se caracteriza por las capacidades naturales de su dimensión animal. Es un ser deseante, movido exclusivamente por sus deseos. La razón es sólo un instrumento para satisfacer sus deseos individuales, pero no fija los fines que dependen de sus deseos. Su relación con la naturaleza es pasiva. El mismo es un trozo de naturaleza que se comporta como tal.

Para definir la categoría de "ser humano genérico" debemos señalar lo que es específicamente humano. El "ser para sí", es decir, la conciencia de si mismo como lugar de participación social. El fundamento humano como el reconocimiento de "el otro" que a su vez le reconoce "a él" como humano. Su actividad (de producción y de disipación) en su relación con la naturaleza y con la sociedad. El papel activo de su razón para modular y limitar sus deseos, teniendo en cuenta los deseos de los otros y los límites de la naturaleza, para así conseguir una vida en común segura para todos y todas.

Lo humano es una actividad compleja que se desarrolla en varios planos. El plano de la producción y reproducción de la vida humana (trabajo), el plano de la creación y recreación de los vínculos sociales (política), el plano del lenguaje y la creación artística (cultura) y el plano de lo no racional (emociones, sentimientos, pasiones).

EL TRABAJO

No sólo es un componente de la actividad humana. También es una categoría histórica. El trabajo no siempre ha tenido la forma de trabajo asalariado o trabajo movilizado por dinero.

Una visión humana del trabajo supone dos condiciones. Por un lado que se articule armónicamente con el resto de los planos de la actividad humana. Por otro lado que el trabajo, a su vez, sea creativo. Es decir, que en la relación productiva con la naturaleza y con la división del trabajo social, los individuos modifiquen la naturaleza y se modifiquen a sí mismos para potenciar su dimensión humana, sus vínculos sociales y el respeto a los recursos naturales.

EL TRABAJO ASALARIADO

Si el trabajo humano es el que potencia las capacidades humanas, el trabajo que las degrada es un trabajo inhumano.

El trabajo asalariado, forma histórica con pocos siglos e existencia, es hoy la única forma de supervivencia para la inmensa mayoría de la población. El trabajador, la trabajadora, han llegado a considerar "natural" el trabajo asalariado y no lo consideran sujeto a discusión. Lo que persiguen las personas asalariadas es: rentas, seguridad, consumo, pertenencia y estatus social.

No se pone en tela de juicio que el capital, producto del trabajo, como poder social privatizado, persigue como único fin su propio acrecentamiento e impone ese fin a toda la sociedad, haciendo caso omiso de las necesidades de los mismos trabajadores y de la preservación de la salud del aire, el agua y la tierra.

El trabajador, subsumido en ese ciclo, se comporta como mercancía, como capital, aunque como mercancía peculiar, ya que siempre mantiene un resto de vida que el capital necesita vampirizar para mantener activo su ciclo de reproducción. El proceso de trabajo, la experiencia de las personas "decentes" que trabajan para vivir, o mejor que viven para trabajar, es sólo el proceso necesario para que el capital se acreciente succionando el trabajo humano.

Si como productor de mercancías, el trabajador se mueve en la tensión de integración-explotación-exclusión, como consumidor de mercancías el trabajador se siente totalmente integrado en la lógica depredadora y autista del capital.

Existe una relación inversa entre la actividad humana y los deseos de consumo. Cuanto más humanos son el trabajo y la vida, menos "necesidades" se tienen. Por el contrario las necesidades, los deseos ilimitados de consumo, como símbolo de felicidad y bienestar, son expresión de degradación y empobrecimiento de la dimensión humana.

Cuando el obrero, como consumidor, sólo se preocupa por el precio de los artículos (en algunos casos justificadamente por los escasos recursos, pero en otros casos no) se está desentendiendo de lo que el capitalista ha hecho para ser competitivo y ofrecerle esos precios tan bajos. No le importa si se han arruinado millones de pequeños campesinos que, como parados, han llenado los suburbios de las ciudades, parte de los cuales se verán obligados a la delincuencia para sobrevivir. No repara en la posibilidad de que ese precio tan ventajoso se deba a la utilización masiva y el agotamiento de la tierra o del agua, aunque eso comprometa el futuro de la vida, incluida la vida humana. Su desentendimiento ante un precio bajo, debido al trabajo esclavo en el Tercer Mundo, le pasará factura cuando le despidan a él porque su capitalista particular decide beneficiarse de la globalización y se lleva la fábrica a otro país.

La maquinización y las nuevas tecnologías facilitan el máximo de producción con el mínimo de trabajo humano. El trabajo necesario (salarios) se reduce constantemente respecto al trabajo excedente (beneficio). El valor tiende a independizarse del trabajo. Esta tendencia tiene su condición en la multiplicación de la fecundidad del trabajo humano en base a la tecnología y en la globalización de la lógica capitalista. Pero también en los aparatos de coerción ajenos al mercado, que permiten que mil millones de parados condicionen a mil millones de asalariados ocupados para aceptar voluntariamente trabajar más por menos salarios, y a otros mil millones de trabajadores, incluyendo niños, a trabajar en condiciones de esclavitud.

La fiesta de los beneficios de la bolsa y del capital transnacional no brota de la nada. El dinero no produce dinero. Es la superexplotación del trabajo humano, junto con el entramado del capitalismo globalizado, el que produce la apariencia de que el valor, el beneficio, se ha independizado del trabajo. Esta ilusión está sostenida por la ignorancia, las armas y el adoctrinamiento masivo.

También contribuye a la explosión de los beneficios, el trabajo doméstico, imprescindible para el funcionamiento del mercado, pero negado por el capitalismo. Trabajo realizado en términos de casi exclusividad por las mujeres.

EL TRABAJO DOMÉSTICO

El capitalismo sólo contabiliza el trabajo que está en el mercado. Sin embargo trabajo es toda actividad destinada a la satisfacción de necesidades, a la producción y reproducción de la vida humana.

Es necesario distinguir entre trabajo y empleo. Empleo es la parte del trabajo, de la actividad, que se intercambia por una renta.

El trabajo doméstico es un trabajo complejo y a menudo agotador. Sin el no se podría crear, desarrollar, educar, mantener y restaurar la fuerza de trabajo de la que se nutre el capitalismo.

El capitalismo depende del trabajo doméstico y, sin embargo, no lo reconoce. Las encuestas que miden el trabajo ignoran el trabajo doméstico porque no está movido por una renta para las personas que lo realizan.

El mercado, realmente, sólo reconoce al hombre joven, sano y racional. Este individuo ni fue niño ni será viejo. Nadie le ha cuidado, ni le cuidará y él no cuidará a nadie. Las mujeres que quieran ser medidas por las encuestas del trabajo, tendrán que aproximarse a este modelo.

Para que esta visión del trabajo funcione, es necesario que millones de personas que realizan trabajo doméstico acepten ser invisibles, acepten que las encuestas llamen a su actividad "inactividad".

A pesar de la retórica del mercado como el mecanismo más eficiente de asignación de recursos, si cesara el trabajo doméstico, tal cual es hoy en día, no habría recursos para pagar el equivalente de este trabajo gratuito y, en menos de dos meses, habría muerto el 50% de la población.

El trabajo doméstico se realiza en el Estado Español de manera exclusiva por las mujeres (más de 5 millones frente a menos de 30.000 hombres)

Las mujeres que realizan el trabajo doméstico en el interior del hogar dependen del salario del marido Cuando el salario lo trae el hombre, la mujer pasa a depender económicamente de él, se convierte en un sujeto sujetado. Esta situación generalizada, no sólo comporta la injusticia del trabajo negado, devaluado, sino también la desigualdad material, la dependencia, la subordinación.

LA VISUALIZACIÓN DEL TRABAJO DOMÉSTICO

Desde la Conferencia Alternativa a la Cumbre de la ONU en Pekín sobre la mujer en 1995, se han impulsado iniciativas para evaluar el trabajo invisible de las mujeres en términos de contabilidad nacional.

Algunas sociólogas han explicado que, si las tareas del cuidado y de la salud y la higiene en el interior de las familias se valorara a precios e mercado y se pagara por el Estado a las mujeres que lo realizan, el presupuesto del Ministerio de Sanidad pasaría de 3,5 billones de pesetas a 9 billones. Igualmente, si todo el trabajo doméstico se computara en la Contabilidad Nacional, el PIB del Estado Español pasaría en 1998 de 82 billones a 170 billones de pesetas.

Esta línea de trabajo es necesaria pero no suficiente. La valoración del trabajo doméstico a precios de mercado toma como unidad de medida un patrón masculino. El trabajo doméstico no tiene un instrumento de medida propio, no se valora en sí, sino como "lo que no hace el trabajo asalariado".

Al expresar en el PIB el trabajo doméstico, expresamos sólo la parte de dicho trabajo realizable por el trabajo asalariado. De esta manera lo más genuino del trabajo doméstico sigue oculto. Con un salario, no se garantiza el desvelo, el amor, el tiempo pleno característico del trabajo doméstico, pero no del trabajo asalariado.

Es el tiempo regulado por los sentimientos y no por el dinero lo que constituye la base del trabajo doméstico. El tiempo masculino está regulado por el empleo, por el salario. El tiempo femenino por la vida, por el afecto. En el caso de la mujeres con empleo, su tiempo está comprimido por las dos lógicas, lo cual perjudica su avance profesional y su salud.

Las mujeres, pues, se incorporan al trabajo asalariado sin dejar el doméstico, pero los hombres no se incorporan al trabajo doméstico o lo hacen marginalmente y en ningún caso a costa de su empleo, como es el caso de la mujeres.

La hiriente desigualdad de las mujeres en base a soportar en exclusiva la carga del trabajo doméstico nos conduce a una crítica más de la lógica del trabajo actual.

La alta calidad de vida que otorgan las encuestas a los españoles, se debe a la baja tasa de incorporación de las mujeres al mercado laboral. Con buenas y gratuitas criadas, los españoles vivimos más felices que los alemanes o los suecos.

El centro del análisis, pues, no debe ser el Mercado, pero tampoco el Estado (evaluar y cuantificar en dinero el trabajo doméstico). El problema es la calidad de vida pero de todos y de todas. La producción y la economía al servicio de la vida y no al revés.

El reparto del trabajo exige, desde esta perspectiva, hablar del trabajo doméstico. El trabajo doméstico no es una esfera privada, sino un asunto político y social de primera magnitud. Hablar de reparto del trabajo obliga a hablar también de reparto del trabajo doméstico. Hablar de trabajo doméstico obliga a hablar de temas como salario social, guarderías infantiles, la situación de dependencia de las mujeres y toda la injusticia y abusos que esta dependencia conlleva.

EL TRABAJO COMO SACRIFICIO

El trabajo asalariado supone el sacrificio de la dimensión humana de los trabajadores, pero independientemente de este hecho, el trabajo supone esfuerzo. Los lirios del campo al crecer libres no hacen ningún esfuerzo, no trabajan. Pero los lirios son vegetales, no tienen las dimensiones del animal racional que es el ser humano, no deben asegurar la reproducción de la vida individual y de la vida en común.

Aunque haya que romper la identificación entre trabajo y sacrificio, esto no quiere decir que el trabajo deba ser necesariamente diversión. Hay trabajos libres como la creación artística, la música, por ejemplo, que implican un gran esfuerzo.

La creatividad que desarrolla las capacidades humanas, entre ellas la razón, no sólo descansa en el trabajo, aunque también en el trabajo.

El trabajo humanizado no puede ser, como es en el capitalismo, una actividad instrumental y penosa cuyo único fin sea la satisfacción de los deseos individuales. Esto nos conduce a la privatización del producto del trabajo de cada uno y, por lo tanto, a la competitividad y la lucha de unos con otros en lugar de a la cooperación y la solidaridad. Pero también, nos conduce al desentendimiento de las consecuencias sociales y medioambientales del trabajo de cada cual.

El trabajo concebido como esfuerzo penoso, nos lleva a asociar el placer como cese del trabajo, como reposo. El ocio es un momento más de la producción de mercancías. El tiempo libre, en la sociedad capitalista, es, para la mayoría, tiempo de consumo de mercancías.

En el capitalismo solo se existe como productor y como consumidor de mercancías. Si dejas de ser productor te quedas en consumidor. Atacar el trabajo, sin más, sirve para dar argumentos a quienes defienden el trabajo asalariado, es decir al capitalismo, como única forma posible de ganarse la vida y también para disfrazar de libertarias algunas conductas que son poco más que egoísmo e individualismo.

Si defendemos el trabajo como esfuerzo, facilitamos las concepciones de que el valor es producto del esfuerzo, tanto del obrero como del capitalista. En realidad, la única fuente del valor es el trabajo. El trabajo crea el valor, el dinero, el capital. El capital es una función parasitaria del trabajo. Es el trabajador el que crea al empresario y no el empresario el que crea trabajo.

Hay que atacar el trabajo especificando que se ataca al trabajo asalariado y sin olvidar que para millones de personas sólo el trabajo asalariado es fuente de los recursos para sobrevivir. Un ataque al trabajo sin más, queda bonito en los círculos intelectuales o en los guettos radicales, pero ayuda poco a organizar a la gente que sufre y que ignora las causas de su sufrimiento.

El estado de plenitud del ser humano no es el ocio, el reposo, sino la actividad humana plena, con sus momentos de producción, sus momentos de comunicación, de subjetividad, de intersubjetividad y de pasión. Todos ellos como un todo armónico.

¿UNA NUEVA ERA?

El maquinismo y la tecnología, al potenciar el trabajo humano y abrir la posibilidad de tiempo libre para todos, parece inaugurar la posibilidad material del comunismo. Por primera vez la humanidad puede ser libre sin más que apropiarse del excedente.

La interconexión mundial del proceso productivo a través de la informática y las comunicaciones y la explosión de productividad que brindan tecnologías como la robótica y la ingeniería genética, parecen alumbrar un futuro en el que el comunismo no sea sólo la lucha por la supervivencia.

Sin embargo, la infinita división y subdivisión del trabajo a escala planetaria requiere personas estúpidas y poderosos centros de planificación, pone en jaque los ciclos naturales de animales y plantas, envenena el aire, el agua y la tierra y deja en los márgenes a mil millones de desheredados. Estos factores no son independientes de la inmensa riqueza que es capaz de crear el capitalismo maduro. Están unidos a él como la cara y la cruz de una moneda, son su condición de existencia.

La riqueza no es una cosa, sino una relación social. La tecnología no es neutral. El trabajo, su cantidad, su ausencia, su calidad, lejos de haber desaparecido de la vida cotidiana de la mayoría, condiciona de manera implacable la vida de la gente.

Para salir de la lógica mercantil hay que salir del trabajo asalariado pero no del trabajo. De la producción y distribución a gran escala, de la productividad y competitividad como norma (alma de la tecnología existente) del trabajo como elemento central de participación social, del deseo individual como motor de la acción, de la política como instrumento de lo económico. Disolver este grumo es disolver la mayor parte de la tecnología y del "saber" actual de la élite asalariada minoritaria y beneficiaria del "statu quo".

LA COOPERACIÓN

Cooperación es la forma de trabajo de muchas personas que trabajan planificadamente y en el mismo proceso de producción o en procesos de producción distintos pero conexos.

La producción de la vida (trabajo-procreación) se manifiesta como un doble relación. Por una parte natural y por otra social. Social en el sentido de que por ella se entiende la cooperación de diversas personas, cualesquiera que sean su condiciones, de cualquier modo y para cualquier fin. De aquí se desprende que un determinado modo de producción o una determinada fase industrial lleve aparejada una forma determinada de cooperación que es, a su vez, una fuerza productiva.

Siempre ha habido cooperación. La reproducción de la vida material y de la vida social exige unas relaciones de cooperación, de división del trabajo. Pero, en el capitalismo, la cooperación en la producción implica la autonomización en la dispersión individual fuera de la producción.

Lo específico de la cooperación, hoy, es la subsunción de las determinaciones sociales y humanas en el proceso de valorización del capital.

En cuanto componentes del cuerpo productivo, los trabajadores no son más que un modo particular de existencia del capital y la fuerza productiva que desarrollan como obrero social, es la fuerza productiva del capital.

La potencia productiva actual y la riqueza que produce, no son neutrales. Sólo en parte (¿en qué parte?) se podrá usar esa potencia productiva en una sociedad libre. El comunismo no consiste en quitar al capitalista y a partir de ahí "Corte Inglés para todos". El comunismo no es el capitalismo dirigido por la clase obrera (más bien por la élite dirigente que exige una economía globalizada y de alta tecnología).

La tecnología, el capital fijo acumulado con el único fin de estimular la productividad a cualquier precio, no es un recipiente que puede ocuparse por cualquier contenido. La escala mundial de la producción tampoco. Ambas, tecnología y globalización, son la condición de la enorme capacidad de creación de riqueza, pero también de una inmensa capacidad destructiva.

La cooperación es un poder político fundamental, que se debe recuperar porque está presente en el fundamento del poder que se dirige contra sus propios productores. El poder colectivo es individual porque depende de que la personas prestemos nuestros cuerpos a ese poder. Frente a la disgregación del obrero "libre", el capitalista representa la unidad y la voluntad de cooperación general. Así, mientras que en realidad el poder de cooperación reside en los hombres y mujeres trabajadores, la apariencia es que la potencia cooperadora reside en el capital.

El ser humano es un ser social, pero cuando el intercambio se ha convertido en la principal relación social, dicho intercambio le aísla y vuelve superfluo su carácter social. El intercambio, que le relaciona con otros, le constituye como aislado, es un eslabón de la cadena que le subyuga.

En el capitalismo, la sociabilidad del trabajo alcanza su máximo grado. Cada persona trabajadora deviene social (en sentido negativo) por su sometimiento a la forma social capitalista de producción, lo cual significa una cualidad constituida desde el capital y bajo su control.

Los asalariados y asalariadas son seres aislados que entran en relación con el mismo capital más que entre sí. Su cooperación sólo comienza en el proceso de trabajo, pero en este proceso, ya han dejado de pertenecer a sí mismo. Al ingresar en este proceso, el capital se los ha incorporado.

El obrero no desarrolla la fuerza productiva social de su trabajo, a través de la cooperación antes de que su trabajo mismo pertenezca al capital. Esa fuerza productiva aparece como si el capital la poseyera por naturaleza.

En el trabajo no sólo se producen bienes y servicios. También se produce subjetividad. El sujeto, pues, no sólo produce sino que también es producido, no sólo es productivo sino también producto.

Las relaciones sociales de producción producen objetos pero también producen un obrero determinado con una subjetividad determinada por dichas relaciones de producción.

La producción de subjetividad, la producción del sujeto sujetado, se da en las relaciones de las personas y en las relaciones de dichas personas con los medios de producción, incluida la tecnología.

Para que el sujeto recupere su libertad, deberá poder controlar, junto con los otros, tanto la escala de la cooperación productiva como la tecnología, vinculada a esa escala.

La descentralización, la autonomía, la confederación voluntaria, base de una vida segura, armónica y democrática, son incompatibles con muchas de las actuales tecnologías tal cual hoy operan.

El aspecto cuantitativo de la riqueza, oculta la cualidad humana del trabajo y de la cooperación. La tecnología es la condición para la opulencia (de unos pocos) pero también la causa de la marginación de miles de millones de personas y la depredación de los recursos naturales.

La actual tecnología es producto del desarrollo del conocimiento cuantitativo como único conocimiento racional o científico de la naturalización de la economía, del extrañamiento del individuo y de la subordinación de la vida social y de la naturaleza o la lógica del capital.

El camino a recorrer es el de las redes de cooperación no regidas por la eficiencia y el beneficio, aunque no totalmente al margen de ellos, si quieren sobrevivir.La cooperación en procesos de vida y de producción al margen de la lógica capitalista crea espacios de práctica social y de subjetividad alternativa, necesarios para crear una vida mejor y base esencial para una acumulación de fuerzas en la confrontación y la resistencia anticapitalista.

En ese proceso de lucha, de trabajo y de vida, donde la cooperación deberá modular su escala y las tecnologías que utiliza, se irán dibujando los problemas concretos, imposibles de prefigurar a priori.

CAES

septiembre 1998


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