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REPARTO DEL TRABAJO, NO SÓLO DEL EMPLEO

 

(Ponencia presentada en las Jornadas Estatales celebradas en abril de 1999 en Madrid, por los convocantes de la ILP sobre las 35 horas)

1. - INTRODUCCIÓN

 El debate sobre el reparto del trabajo se está dando en unas circunstancias marcadas por la apertura de las economías, el aumento de la libertad de movimientos del capital y la exaltación de la competitividad como principio de funcionamiento económico y social. Las consecuencias de este modelo son un paro masivo, la precarización generalizada del empleo y el aumento de la pobreza y la desigualdad.

 En el Estado Español hay casi tres millones de personas en desempleo forzoso. El mismo número que hace 14 años.  En este período la precariedad ha pasado de 1,5 millones de personas en 1985 a 4,2 millones en 1999, entre eventuales y subempleo a tiempo parcial.

 En definitiva, entre paro, eventualidad y subempleo, actualmente nos encontramos con más de siete millones de personas que tienen una relación precarizada con el mercado laboral. Seis de cada diez asalariados entran y salen del mercado de trabajo moviéndose entre el paro y los contratos basura.

 En este escenario, el debate sobre el reparto de trabajo no se plantea como una reivindicación para mejorar las condiciones de las personas asalariadas, sino de forma defensiva, como alternativa para combatir el desempleo.

 En el contexto del mercado laboral, las mujeres nos llevamos la peor parte. Según la Encuesta de Población Activa (EPA) del cuarto trimestre de 1998, mientras la tasa de actividad[1] de las mujeres (37,9%) es casi la mitad que la de los hombres (63,2%), la tasa de paro es el doble (26% y 13,1% respectivamente). También la precariedad se ceba especialmente en las mujeres, que padecemos el subempleo de los contratos a tiempo parcial en una proporción que triplica a la de los varones.

2.- EL REPARTO DEL TRABAJO. PERO DE TODO EL TRABAJO

 Los avances tecnológicos han supuesto aumentar la fuerza productiva del trabajo. Sin embargo los aumentos de productividad, en manos del capital globalizado y al servicio de la competitividad, no conducen a rebajar la jornada sino a aumentar el beneficio privado, reduciendo el número de personas con empleo.  Al succionar el aumento de la fuerza productiva del trabajo, el Capital se hace más fuerte y, paradójicamente, el trabajo se degrada y se precariza.

 Rebajar la jornada laboral debe servir para repartir el trabajo asalariado, no el paro. Para ello es necesario que sea una medida por ley, sin rebaja salarial y computada de manera que no sirva a los empresarios para flexibilizar aún más el tiempo de trabajo a costa del tiempo de vida de las personas asalariadas.

 La reducción de la jornada en los trabajos asalariados es una medida necesaria, aunque no suficiente para enfrentarse al problema del desempleo, ya que habría que pasar a una jornada de 25 horas y no de 35 para que sus efectos fueran visibles.

 Aún así tampoco sería suficiente porque sólo se contempla el reparto de una parte del trabajo, el que está en el mercado y se intercambia por un salario: el empleo.[2]  Así se dejan fuera del debate todas las formas de trabajo que no se encuentran dentro del mercado laboral, de las que la más importante es el trabajo familiar. Esto contribuye a la invisibilidad de millones de horas de trabajo gratuito realizado por las mujeres, a pesar de que este trabajo es  fundamental para el funcionamiento de la economía y de la sociedad.[3]

 Hablamos de escasez de trabajo para referirnos a la falta de empleo. Sin embargo, cuantos menos empleos hay, más se incrementa el trabajo, porque hay más necesidades humanas que resolver. En las familias, las mujeres tenemos que aumentar la jornada de trabajo doméstico para paliar la falta de ingresos y la carencia de servicios sociales a cargo del Estado.

 La economía de mercado se beneficia de un enorme volumen de trabajo no pagado, ni valorado, ni reconocido, que desempeñamos las mujeres en tareas de cuidados.

 El trabajo familiar sigue estando oculto no sólo a los ojos del capital, sino también ante los ojos de aquellos grupos que luchamos por la transformación social. Las encuestas califican el trabajo doméstico como Inactividad y en la izquierda hablamos del reparto de trabajo considerando solo el empleo.

 Nos estamos moviendo en un escenario dibujado por un sistema en el que el fin último es la reproducción ampliada del capital. Sin embargo, el fin último de las personas es la producción y reproducción de la vida humana, de nuestra propia vida y de la del resto de los seres humanos. Crear una vida en común segura, basada en la justicia y la igualdad.

 El problema, por tanto,  no sólo es la falta de empleos . Una respuesta que pretenda impugnar la organización de la sociedad según las necesidades del sistema capitalista, no puede obviar la masa sumergida de trabajo social sobre la que flota el empleo.

  3.- TRABAJO ASALARIADO, TRABAJO FAMILIAR.

 El móvil del capitalismo no es la satisfacción de las necesidades humanas, sino la producción de capital. Lo mismo da producir misiles, colegios, escasez o medicinas. El producto por excelencia de la economía de mercado es el plusvalor.

 Las personas que trabajan no lo hacen para sí, sino para el capital. No es suficiente que produzcan mercancías, deben además producir plusvalor para el capitalista. El capitalismo no da trabajo a quien lo necesita sino sólo al número de personas que le son útiles para producir plusvalor[4]

 Las mujeres, mediante las tareas domésticas, no sólo estamos cuidando de nuestras familias. Nuestra lógica no es la producción de plusvalor, sino resolver necesidades humanas. No trabajamos tampoco para obtener beneficios, sino que lo hacemos, o se supone que debemos hacerlo[5],  por amor y solidaridad hacia las personas que atendemos.

 Sin embargo, también estamos trabajando para el capital, porque a las mujeres se nos ha asignado el papel de asegurar la reproducción y mantenimiento de la fuerza de trabajo.

 Tienen que nacer seres humanos y llegar a ser personas adultas para suministrar la fuerza de trabajo que necesita la producción de capital. Es necesario que la fuerza de trabajo activa masculina tenga una atención suficiente para que se reincorpore diariamente a su tarea en las mejores condiciones posibles: bien alimentado y planchado, sano, descansado y a ser posible contento. Cuando enfermen o envejezcan y salgan temporal o definitivamente del mercado, volverán al entorno familiar para seguir siendo cuidados por las mujeres.

 Sin embargo, la producción y reproducción de la vida se presenta como algo exterior al sistema económico. El Capital se apropia de los millones de horas de trabajo realizadas por las mujeres, y sin embargo parece como si este trabajo no tuviera nada que ver con el funcionamiento de las empresas y del ciclo de reproducción de capital.

 El trabajo familiar forma parte de la extensa y compleja trama de relaciones sociales bajo el dominio del capital, que hace que seamos productivos no sólo por formar parte del proceso de producción de mercancías[6]

 Para contribuir a la producción de valor, de riqueza, ya no hace falta trabajar directamente en una empresa. Basta con ser un órgano del obrer@ global y ejecutar cualquiera de las funciones parciales necesarias para el ciclo de producción y circulación del capital.

 Es productivo un trabajador metalúrgico, pero también la mujer que hace trabajo familiar y la persona en situación de precariedad que acepta condiciones por debajo de la ley y contribuye al chantaje de la patronal sobre los asalariados fijos para que acepten retrocesos en sus condiciones de trabajo. Es productiva la persona que está viendo la televisión que le excita para consumir y también la industria de la cultura que muestra como naturales unas relaciones sociales presididas por la producción y el consumo de mercancías.

 4.- EL TRABAJO DOMÉSTICO. UN TRABAJO PECULIAR

 El trabajo familiar, al no estar movilizado por una renta ni por un salario, sino por sentimientos de amor y protección, pertenece a un plano de la realidad que permanece invisible para la economía de mercado. De tal manera es así que es difícil encontrar una definición que permita entender y medir la envergadura de esta actividad realizada por las mujeres.

 Al aproximarnos al estudio de este trabajo el primer problema que nos encontramos es una concepción generalizada de este trabajo como una serie de tareas mecánicas, sin demasiada importancia. Del mismo modo que para el trabajo asalariado, Intentar aproximarnos a la sustancia del trabajo familiar es imprescindible para hacer un buen diagnóstico del problema de su reparto.

 Lo que mejor puede definir el trabajo familiar es su finalidad: proveer de bienestar a los miembros de la unidad familiar y por extensión a la sociedad en su conjunto. En ese bienestar está incluido desde garantizar la alimentación, la higiene y la salud, hasta el equilibrio emocional. Cuidar de la socialización de los individuos desde su nacimiento y de la armonía de sus relaciones y de sus afectos son otras características de esta actividad.

 En el trabajo familiar se realizan tareas de cuidados y se producen bienes y servicios,  pero ni siquiera la producción de bienes se puede plantear como una producción de bienes cualesquiera. Cuando una mujer, por ejemplo, planifica una comida para su familia, no resuelve el problema con la preparación de cualquier comida,  sino de aquella que cumple determinados requisitos. Tiene que tener en cuenta el equilibrio nutricional de cada persona y sus problemas de salud, pero también sus gustos personales e incluso las actividades que va a realizar en las horas siguientes.

 En la actividad familiar los otros existen como sujetos. Siempre está presente el efecto que lo producido va a ocasionar en la persona a la que va destinado. Es una atención individualizada y basada en el afecto. La persona que realiza la actividad se siente responsable de las personas a las que va dirigida.

 Cuando hablamos de trabajo familiar no sólo estamos hablando de trabajo, sino de asumir una responsabilidad sobre los demás, que conlleva  la coordinación y ejecución armonizada de múltiples actividades.

 Cuando esta responsabilidad no es compartida, quien la asume soporta un  horario ilimitado en un tiempo continuo, donde no se diferencian jornadas, ni días laborables, ni festivos, ni se separa el tiempo de trabajo del tiempo de ocio. Es decir, una total disponibilidad.

 A diferencia del trabajo asalariado, en el trabajo familiar no se ha producido la  pérdida del control sobre el proceso y su finalidad. Tampoco la separación de quien produce respecto de lo producido y de quien lo usa o lo consume.

 En este sentido estamos hablando de un trabajo más cercano a la naturaleza del ser humano que el trabajo asalariado. Sin embargo, la división sexual del trabajo hace que las mujeres lo realicemos en unas condiciones de obligatoriedad, falta de reciprocidad, aislamiento y desvalorización, que produce efectos muy negativos.

 5.- LA VALORACIÓN DEL TRABAJO FAMILIAR. UN ARMA DE DOBLE FILO.

 El trabajo familiar es decisivo para el desarrollo de los seres humanos, y sin embargo aparece como desprovisto de valor.  Sería más preciso señalar que sólo se valora cuando falta, lo que se utiliza para responsabilizar a las mujeres de los efectos negativos de su carencia.[7]

 Ante esta falta de valoración ha habido propuestas de creación de cuentas satélites en la contabilidad nacional[8]. La tasación económica del trabajo familiar favorece que nos demos cuenta de su importancia, acostumbrad@s como estamos a medir sólo lo que se expresa a través de los precios. Por ejemplo, saber que el presupuesto del Ministerio de Sanidad se triplicaría si tuviera que hacer frente a las tareas de salud primaria que se realizan en los hogares facilita comprender su significación social.

 Sin embargo, valorar en términos económicos el trabajo doméstico presenta multitud de problemas. El primero es la falta de criterios idóneos para hacer esa valoración. Ni el coste de oportunidad, ni el coste de sustitución ni los costes de mercado son capaces de aproximarse a la complejidad de la actividad doméstica. Por otro lado, la lógica que moviliza el trabajo familiar no es la misma que la del trabajo asalariado. Estamos hablando de un impulso basado en el afecto y la solidaridad y no en la obtención de una renta. Es decir, de algo que no puede compararse con un salario.

 Si nos quedamos en calcular en dinero el valor del trabajo doméstico, hacemos justamente lo contrario de lo que pretendemos. En lugar de impugnar la lógica capitalista, reivindicando la lógica más humana del trabajo familiar, llevamos la mercantilización hasta el último rincón de nuestras vidas. Si se valora el trabajo doméstico con las herramientas de cálculo de que disponemos en una sociedad en que las riquezas se presentan como mercancías, lo único que habremos conseguido es impulsar la universalización de la forma mercancía.

 6.- DOBLE JORNADA. DOBLE PRESENCIA

 La división sexual del trabajo, que reserva a los varones la esfera pública, entendida en este caso como trabajo asalariado, y relega a las mujeres a la esfera doméstica y al trabajo familiar, ha tenido graves consecuencias. Se ha hecho recaer la responsabilidad del trabajo familiar en exclusiva sobre las mujeres, que hemos tenido que desempeñarlo de forma obligatoria y condenadas a no trascender el ámbito de lo doméstico.

 Hasta hace no muchos años la dedicación a la familia era la única forma de vida posible para las mujeres. Los efectos de esa reclusión "voluntaria" han ido desde la falta de independencia económica hasta la imposibilidad de desarrollo personal en un proyecto de vida autónomo. La participación activa en la sociedad nos había sido negada. De esta manera, el trabajo familiar se convertía en una trampa: las mujeres debíamos sacrificar nuestra propia vida en función de la vida de otros[9].

 En los últimos años hemos asistido a una cierta transformación cultural. Se ha pasado de considerar el trabajo asalariado de las mujeres como algo casi vergonzante, como un abandono de la que era nuestra verdadera responsabilidad, a contemplarse como algo muy conveniente. El deseo de independencia económica para garantizar la autonomía es algo que se está generalizado entre las mujeres.

 Las mujeres nos hemos ido incorporando paulatinamente al mundo de la producción, sobre todo en las tres últimas décadas, pero sin compartir con los hombres nuestra responsabilidad exclusiva en el trabajo familiar, con la que no han acabado ni la participación en el mercado laboral ni la percepción de ingresos propios.

 Las mujeres hemos trascendido la división sexual del trabajo al participar de forma creciente en el mercado laboral, aunque en muchos casos sea en condiciones de desempleo y precariedad pero sin que se cuestione el reparto de tareas de la esfera doméstica y sin que la sociedad haya tomado en cuenta las nuevas demandas sociales y las exigencias que se derivan de los cambios en las formas de vida y trabajo de las mujeres.

 7.- CAPITALISMO,  TRABAJO FAMILIAR  Y  SUBORDINACIÓN DE LAS MUJERES

Las mujeres seguimos asumiendo en exclusiva la responsabilidad del trabajo familiar porque los varones simplemente no la asumen.  Su participación en lo doméstico sigue siendo escasa[10] y sobre todo aparece como "ayuda" limitada a tareas concretas. Prácticamente en ningún caso asumen las tareas de cuidados como una responsabilidad propia, lo que podría apartarles, aunque fuera por un corto espacio de tiempo, de la centralidad de sus proyectos siempre prioritarios.

 Lo injusto de esta situación salta a la vista. Sin embargo, ni siquiera entre los hombres sensibles a combatir las injusticias se ha producido un cambio que pueda ser destacado.

 La falta de corresponsabilización de los varones, la organización del tiempo y de la vida en base a los intereses de la producción[11] y no a los intereses humanos junto con la escasez de servicios sociales, suponen un fuerte condicionante para la participación laboral, social y política de las mujeres en igualdad de condiciones con los hombres.

 Esta desigualdad también se traduce en un problema de poder. El ejemplo de las organizaciones sociales y políticas es concluyente. El enigma de por qué las mujeres seguimos estando en tan  poca proporción en los ámbitos de poder, parece tener mucho que ver con las dificultades de desarrollo de un proyecto propio de cierta envergadura, cuando tienes que asumir responsabilidades familiares.

 Ante esta situación algunas mujeres han optado por dejar de cuidar. Es la única solución que han tenido a su alcance para poder desarrollarse como personas con capacidad de autonomía personal. Sin embargo adoptar la lógica "masculina" del no cuidado no soluciona ni el problema del conjunto de las mujeres, ni el problema social de las personas dependientes.

 Hay que tener en cuenta que los individuos de la especie humana no nacemos autónomos, sino que tienen que pasar muchos años para que lleguemos a serlo. Después, ya en la vida adulta, las personas atravesamos momentos en que temporalmente pasamos a ser dependientes. Con el paso de los años, llega un momento en que dejamos de ser autónomos para siempre.

 Si no queremos una sociedad en la que sólo tengan cabida personas adultas y autónomas, es necesario que todos consideremos que no sólo debemos ocuparnos, al menos, de nosotros mismos, sino que tenemos que incluir en nuestro proyecto de vida la atención a otras personas dependientes.

 Hay que reivindicar otra ética. La ética del cuidado hace que las mujeres contemplemos el mundo como una red de relaciones en la que nos encontramos insertas. Una red de relaciones que genera responsabilidades hacia los demás individuos, entendiendo que hay una interdependencia entre todos los seres humanos.

 La ética del cuidado, que marca el mundo de lo doméstico, en contraposición a la ética de la justicia,  defendida para lo público y para los varones, debería generalizarse, salir del ámbito de las mujeres y atravesar el mundo de lo público para ser interiorizada también por los hombres.

 8.- A MODO DE CONCLUSIÓN

 Hay que reivindicar el cuidado como una actividad a realizar por todas las personas. Esto implica que los varones tienen que asumir, como lo hacemos las mujeres, la responsabilidad del trabajo familiar y de cuidar, no sólo de sí mismos, sino también de las personas dependientes.

 Compartir esta responsabilidad dará una nueva perspectiva para impugnar la lógica capitalista, desde la defensa de una sociedad cuyo eje sea el bienestar de las personas y no la economía de mercado. Una organización de la vida y del  tiempo no determinados por las necesidades de la producción de mercancías, sino por las necesidades de los seres humanos.

 Hay que oponerse a las políticas que desmantelan la protección social a costa de buscan mantener e incrementar el peso del cuidado en los hogares individuales y luchar por la creación de servicios sociales.

 Hay que enfrentarse a la política de convergencia con Europa y a la moneda única que nos propone, como única política para reducir el paro masivo, la precariedad masiva y la contención del déficit en base al ahorro en prestaciones sociales.

 Pero lo primero que hay que hacer es enfrentarnos al problema del olvido sistemático de la categoría género en el pensamiento de la izquierda. El feminismo no ha impregnado ni el discurso ni la política de una forma lo suficientemente profunda como para que haya un replanteamiento de los problemas y de la forma de enfocarlos y resolverlos.

 Nos encontramos ahora ante el tema del trabajo, en el que, desde el feminismo, ha habido una producción teórica importante que ha redefinido categorías y conceptos, partiendo de la propia experiencia de las mujeres. Sin embargo en los análisis de la izquierda continua presente el sesgo androcéntrico, que justifica el olvido del trabajo familiar cuando se debate el reparto del trabajo. Esto se refleja en que se pida una reducción de la jornada laboral a 35 horas y se ignore la jornada laboral añadida de las mujeres.

 Abordar este problema es fundamental. Si no se incorpora el reparto del trabajo familiar como un eje central de esta campaña, las mujeres difícilmente podremos sentirnos incluidas. Incorporar al reparto del empleo el reparto del trabajo familiar, no sólo representa un acto de justicia hacia millones de mujeres, también es avanzar en la constitución de un sujeto social, las mujeres y los hombres de izquierda, que impida el despliegue de la economía como único principio de realidad de la vida social.

 

                                                                                  Sira del Río

                                                                                  Asamblea Feminista

                                                                                  abril 1999

  BIBLIOGRAFÍA

 CAES. Paro. Precariedad. Trabajo (asalariado) marzo 1999

 Carrasco, Cristina. Presente y futuro del trabajo. Apuntes para una discusión no androcéntrica. El futuro del trabajo, Bakeaz, 1996

 Colectivo IOE. Tiempo social contra reloj. Estudios nº 48. Instituto de la Mujer

 Durán, Mª Ángeles. El trabajo invisible en España: Aspectos económicos y normativos.  Documentación Social nº 105, 1996

 Izquierdo, Mª Jesús. El malestar de la desigualdad. Cátedra, 1998

 Marx, Karl. El Capital. Siglo XXI, 1990

 Murillo, Soledad. El mito de la vida privada. Siglo XXI, 1996

 Rodríguez, Arantxa. El sexo oculto del trabajo y la economía invisible. Viento Sur nº 40, 1998

 Rodríguez, Arantxa. Del reparto del empleo al reparto del trabajo. La reorganización del tiempo de trabajo desde la perspectiva de género. El futuro del trabajo, Bakeaz, 1996


 


[1]Tasa de actividad: relación entre el número de personas en edad de trabajar y las que tienen un empleo o lo buscan activamente.

[2]Según A. Durán, a partir de la encuesta sobre usos del tiempo del CIRES (1996) la carga global de trabajo para la población mayor de 18 años representa un promedio de 2.285 horas de trabajo al año. 645 horas corresponden a trabajo remunerado y 1.640 a no remunerado. Del total de horas de trabajo realizadas por la población adulta a lo largo del año, casi tres cuartas partes (72%) corresponden a trabajo no monetarizado y sólo el 28% es trabajo monetarizado.

[3]El trabajo no monetarizado recae desproporcionadamente en manos de las mujeres que realizan el 80% de ese trabajo. La elevada participación de las mujeres en las actividades no monetarizadas y el mayor peso de estas actividades en la carga global de trabajo remunerado y no remunerado, hace que la jornada real de trabajo semanal a lo largo del año (incluyendo vacaciones) sea para las mujeres el doble que para los hombres: 64 horas y 31 minutos semanales frente a 31 horas y 85 minutos. Este extraordinario diferencial se mantiene en base al elevado número de horas de dedicación de las mujeres al trabajo doméstico. (A.Rodríguez)

[4]El Capital. Karl Marx. Libro I cap. IV y V  cap. XIII Siglo XXI, 1994

[5]El trabajo familiar no sólo se realiza por amor, sino también por obligación. En algunos casos incluso mediando la violencia física. No se puede exaltar la familia actual como un centro de valores humanos, cuando muchas veces se convierte en una trampa de difícil salida para muchas mujeres.

[6]El Capital. Karl Marx. Libro I. Cap. VI (inédito) Subsunción real del trabajo en capital (pág.59) Siglo XXI 1990

[7]Por ejemplo se culpabiliza a las mujeres asalariadas por la desatención de sus hijos e hijas durante su jornada laboral, si esta es coincidente con el horario extraescolar. El fracaso escolar se carga sobre las espaldas de las madres, sin que se plantee la corresponsabilidad del padre, ni por qué la organización de la producción no tiene en cuenta las necesidades de la infancia.

[8]Para la contabilización de  trabajos realizados sin intercambio salarial.

[9]La burocracia de la Iglesia Católica, siempre pendiente de que no nos descarriemos, ha insistido recientemente en la necesidad de este sacrificio. Una carta pastoral del arzobispo de Valencia el pasado mes de marzo nos recordaba como "el modelo de la madre que dedica toda su persona al crecimiento de sus hijos, es el modelo más perfecto de la sociedad". 

[10]De las tareas de limpieza, compras y comida se ocupa la mujer en solitario en el 72% de los casos mientras que el hombre lo hace el 1,7% y ambos el 14,7%. En el caso del cuidado de hijos se pasa a un 64,4% la mujer, un 0,5% el hombre y un 26,7% ambos. La participación se reduce aún más en el cuidado de familiares  (Según datos Colectivo IOE, Tiempo social contra reloj, 1996)

[11]La noticia de la "decisión"  de 32 trabajadoras de una fábrica textil siciliana, que abastece entre otros a Benetton, de programar sus respectivas maternidades por turnos, para no comprometer la productividad de la empresa, es bastante elocuente (El Mundo, 29.3.99)

[12]Se considera que la carga global de trabajo para la población mayor de 18 años representa un promedio de 2.285 horas de trabajo al año. 645 horas corresponden a trabajo remunerado y 1.640 a no remunerado (A. Durán, a partir de la encuesta sobre usos del tiempo del CIRES - 1996)


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