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El camino de la globalización Logotipo

por Agnes Bertrand, ECOROPA

 

La expresión “globalización” todavía choca a los puristas: ¡anglicismo! ¡En nuestro idioma debe decirse mundialización! Desde el decenio de 1970 se hablaba de «mundialización de la economía” para describir las actividades de las empresas que, gracias a los avances de los transportes y las telecomunicaciones, extendían sus operaciones a todos los confines del mundo. Nos encontramos en 1996. Nadie se extraña de que hablemos de compañías transnacionales, y no de multinacionales, hasta tal punto es evidente que hablamos de estrategias que no solamente transcienden las fronteras, sino que influyen en los órganos legislativos encargados de controlar sus operaciones.
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Sin embargo, la palabra “globalización” tiene, efectivamente, una resonancia desagradable. Por un lado “global” evoca lo integral, la totalidad. Por otro, el sufijo «-ción” indica un trato racionalista-reductor, la antítesis misma de la globalidad. Concedamos al menos lo siguiente a los puristas: se trata de una expresión etimológicamente bastarda.

Pero la paternidad no se debe ni a los intelectuales de izquierda ni a algunos ecologistas nostálgicos. Fue puesta en circulación al otro lado del Atlántico por estrategas en mercadotecnia de masas, quienes desde el decenio de 1980 no hablan más que de “producto global” y de “comunicación global”. La lógica en la que se sustenta este “global” es de una simplicidad monomaniaca: los mismos bienes deben, gracias a la propia publicidad, conseguir una clientela máxima en un tiempo récord.

Coca-cola es ya la palabra más extendida, después de OK. El presidente de la compañía confía aún en que algún día será la primera. Cuando Sony sacó los «cascos», las imágenes de adolescentes patinando, con el casco en la cabeza y un mini radiocasete colgado de la cintura, dieron la vuelta al mundo. Su presidente había apostado por la idea de que la publicidad no tiene que adaptarse a las diversas culturas, sino que debe transmitir una... ¡cultura global! Una apuesta que ha ganado, a juzgar por las ventas de walk-man en el mundo.

De los bienes globales a la globalización tal cual no hay más que un paso. Lo único que persiguen los grandes actores, que desempeñan los papeles protagonistas en la escena económica mundial es que demos ese paso. Intentan por todos los medios convencernos de que la globalización económica es eminentemente deseable. Las alabanzas del mercado, que las voces de la prensa y de la publicidad cantan 365 días al año, provocan una especie de anestesia colectiva. La interconexión entre los grandes trusts (asociaciones de compañías) y los grandes medios de comunicación contribuyen a embotar, las fronteras entre lo realy lo que es publicidad, al mismo tiempo que las conciencias. En Estados Unidos, 170.000 personas están empleadas, a jornada completa, por grandes compañías, para encargarse de las relaciones con la prensa. ¡Hay 40.000 personas más en ese trabajo que periodistas-reporteros en el país! En el mundo, los presupuestos anuales para publicidad representan ya la mitad de los presupuestos para educación. ¡Viva la globalización!

¿Hay alguna respuesta crítica, o un movimiento social que la ponga en duda? «Empeñados en que aceptemos sus deseos como nuestras fatalidades», sus protagonistas nos hacen entrar en razón: seamos serios, el fenómeno es inevitable.

¿Inevitable? Si, sin duda es tan inevitable como que «everything goes better with Coca-cola» «bienvenue dans un monde meilleur», o «Gé-ant, j’ai envie»1. En un lugar, en un tiempo, un sólo acto realizado, difundido a millones y a miles de millones de telespectadores, ¿mantendrá el hipermercado lleno hasta el final? Esta versión de la realidad es tan reducida que repugna mirarla de frente; la conciencia se resiste y la rechaza.

Una de las astucias supremas de la globalización es la de hacer entrar tan rápidamente a las transnacionales en nuestra rutina que, a fuerza de ser omnipresentes, se convierten en invisibles, culturalmente hablando.¿Que toma usted el desayuno? Nestlé está allí, en la mesa, en el Nesquick del niño, o la leche descremada de la señora. ¿Que se va al campo? Sea en coche o en un tren de alta velocidad, el progreso tecnológico lo obligará a Ud. a pagar la gasolina o el billete con tarjeta de crédito. Da igual que sea Visa, Master-card o Dinner’s club. En los tres casos, es City Bank el que le apunta el débito a su activo, para repartirlo inmediatamente en la burbuja financiera internacional. Si deja de haber personal en las gasolineras y en las ventanillas, mejor para la globalización. Las máquinas no hacen huelga. Introduzca su tarjeta, por favor.

Ayer, a los confines del mundo; hoy, alrededor de todo el planeta, que se encoje bajo la red de satélites en órbita geoestacionaria, imperios económicos que multiplican sus alianzas y fusiones, que parecen haberse adueñado de la dirección de la evolución. Desde la ingienería genética hasta las autopistas de información, desde la gestión de los recursos marinos hasta la cartografía del genoma humano, el universo de los vivos al completo está siendo estudiado, escrutado, desmembrado y redefinido en partes de mercado.

El «libre» juego del mercado opera hacia una transformación sistemática de todos los recursos naturales en divisas, de las especies vivas, manipuladas genéticamente, en mercancías, de las relaciones sociales en transacciones comerciales. Ahora bien, avanzando siempre a través de innovaciones científicas y tecnológicas, esta transformación pasa casi desapercibida. El poder combinado del mercado y la tecnología se conjuga para redefinir, a nuestras espaldas, el status mismo de la realidad. Como dice Vandana Shiva, en relacióncon las semillas del tercer mundo, hoy patentadas por las grandes compañías del Norte: «lo que sale como recurso entra como mercancía». De igual forma, por arte de birlibirloque, los servicios públicos, bajo la presión creciente del GATT y de Maastricht, deben satisfacer hoy en día, no las necesidades de las comunidades, sino las de las grandes sociedades de servicios, según los criterios de convergencia que ellas son las únicas capaces de dictar.

La rapidez y la interconexión de los fenómenos impiden evaluar su dimensión. En tanto que al común de los mortales, nos deja en un estado de vértigo, los políticos se quedan en un estado avanzado de «desadaptación cognitiva». El ritmo de las innovaciones tecnológicas supera con mucho la capacidad de evaluación de los legisladores nacionales o los ministros en funciones y la tecnología logra hacer las veces de ley. Sea en materia de especulación financiera, de nuevos medios de comunicación o de ingeniería genética, nuevos monopolios tecnológico-económicos definen y dictan a la vez las condiciones de la «libre competencia». En esas «condiciones», hay que preguntarse quién controla y evalúa verdaderamente las incidencias del proceso de globalización múltiple y automotriz.

En realidad, la globalización tiene al menos tres vertientes: globalización tecnológica, globalización económica y globalización financiera. Cada avance de una de las esferas refuerza la influencia de las otras dos. Cual una trinidad circular, una remite a la otra y se amplían mutuamente. Fuera la política, fuera la cultura, fuera, dentro de poco, lo social. Sitio a la globalización.

En el terreno ideológico, mencionado con más o menos sofisticación según el contexto y según la audiencia, el mensaje pro globalización se reduce generalmente a unos pocos axiomas simplistas: la ciencia permitirá comprenderlo todo, la tecnología permitirá resolverlo todo, el mercado permitirá comprarlo todo. Pero, ¡cuidado! para llegar a este paraíso, es necesario reactivar el crecimiento, dentro de la disciplina financiera. Los gastos improductivos de los estados deben reducirse.

Los problemas sociales y humanos son eliminados del Discurso. Cuando se los aborda, es de forma superficial, para llamar la atención sobre la necesaria reducción del déficit y de los gastos sociales. Por el contrario, por la globalización los estados, es decir, los contribuyentes, siguen financiando tecnologías que reducen el empleo.

En este contexto del mercado como único regulador de las actividades humanas, las autopistas de la información nos son presentadas como una promesa de progreso de la civilización. Los estrategas de la mercadotecnia de masas, que son también expertos en manipulación de los medios de comunicación lo entendieron antes que los demás: la televisión hoy se ha convertido en el primer instrumento de reproducción cultural. Esta globalización cultural, además de favorecer la aparición de nuevos monopolios, tiene una incidencia casi imposible de evaluar. La proyección de imágenes y mensajes idénticos coloniza la imaginación social y paraliza el juicio. Al ser la homogeneización lo contrario dela cultura, resulta que «la globalización de la información es la marginación de las culturas».

Las transnacionales, que se han convertido en invisibles, culturalmente hablando, aportan la solución a todo, ya sea financiando boletines meteorológicos o programas escolares, o definiendo las diversiones de nuestros hijos, y el trato a la tercera edad. En realidad, ¿cuál era el problema? Qué más da, la respuesta es el mercado.

«No hay alternativa», declaraba Alain Juppé después de tres semanas de huelga que pusieron Francia patas arriba, el pasado mes de diciembre. «There Is No Alternative» era una de las expresiones favoritas de Margaret Thatcher, hasta el punto que muchos la apodaban TINA.

Sin embargo, como en el hipermercado planetario hay cada vez más marginados, la resistencia al sistema TINA va a crecer. Por supuesto, habrá que acelerar el proceso de aprendizaje. Los alternativos tendrán que controlar las manipulaciones en la cumbre, aunque siempre trabajando desde abajo.

N. de T.: «todo marcha mejor con Coca-cola» «bienvenido a un mundo mejor» «Tengo Géant, tengo ganas». Traducción: Flavia Bello.


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