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UNIÓN EUROPEA Y EXCLUSIÓN SOCIAL

En un reciente editorial, el periódico que representa a la progresía española, celebraba la "excelente evolución de las magnitudes que dibujan la estabilidad económica del país, indispensable para estar en la Unión Monetaria de 1999". Sin embargo, también prevenía del peligro de bajar la guardia en la aplicación de las políticas que han traído tan buenos resultados, recomendando especialmente acometer auténticas "reformas estructurales".

Al observar la realidad social nos encontramos con un panorama no tan brillante. Junto a sectores sociales dinámicos con ocupación y alto nivel de consumo, existen muchos millones de personas que no participan de la fiesta. Siendo el número de asalariados activos de 12,6 millones, más de siete millones de trabajadores se encuentran en una situación de precariedad laboral por ser parados o tener contratos eventuales o a tiempo parcial. Es decir, más de seis de cada diez asalariados/as carecen de empleo estable y, por lo tanto, de recursos para una vida digna.

Es necesario destacar la coincidencia del mundo de la política y los medios de información españoles con las organizaciones internacionales del capitalismo.

El G7, en su reunión del pasado abril en Lille para analizar el paro a nivel mundial, recomendaba aumentar el control sobre el déficit público de los estados y flexibilizar el mercado de trabajo. El Banco Mundial, a través de su Presidente James Wolfhensson, afirmaba en su informe de 1995 sobre el trabajo en el mundo que "la mejor política laboral es la que está de acuerdo con las leyes del mercado y que era necesario cuidarse de no favorecer a los trabajadores estables frente a los parados y precarios".

El FMI, en su última reunión de septiembre de 1996 en Washington, recomienda la aplicación de políticas que "fomenten el ajuste estructural, la estabilidad financiera, las reformas en el mercado de trabajo y el aumento de la gobernabilidad y el respeto a la ley".

Este pensamiento, aunque unificado, no es único porque es un coro donde coinciden las voces de liberales, socialdemócratas y algunos radicales que, ante las dificultades de luchar por una utopía para todos, han decidido participar de la utopía real para unos cuantos.

Lo que nos propone este pensamiento se basa en nociones como que el interés general se defiende mejor desde el egoísmo privado que desde los poderes democráticos, que la persona tiene como deseo más relevante el consumo y la adquisicón de propiedades, que la condición para el cumplimiento de los derechos humanos es el siempre creciente beneficio empresarial y que el mercado resolverá todos los problemas siempre que los trabajadores dejen de comportarse como sindicalistas premodernos y acepten trabajar, cuando y donde les propongan los empresarios.

Todo esto, en el nombre de Dios. Es decir, en el nombre de una economía de mercado transformada en un poder omnipotente que regula de forma inapelable la vida de los individuos y en la que la libertad consiste en aceptar que, aunque el capital es un producto del trabajo, se ha independizado y parece que es él el que crea el trabajo.

Sin embargo, desde la caída de las economías planificadas, el mundo, enteramente capitalista, resplandece de una triunfal calamidad.

El informe sobre desarrollo humano en 1996 del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) muestra la independencia entre crecimiento económico y desarrollo humano, así como que la globalización margina a más de cien países, siendo el crecimiento económico a costa del medio ambiente, del crecimiento de la marginación social, del empleo, de las libertades democráticas y de las formas tradicionales de organización social de los países pobres.

En su conferencia de noviembre de 1996 en Quebec, la FAO (Organización de las Naciones Unidad para la Agricultura y la Alimentación), informa que más de ochocientos millones de personas pasan hambre, la cuarta parte niños de menos de cinco años.

Es decir, detrás de la llamada a la satisfacción general por parte de los poderes económicos, políticos y mediáticos, legiones de seres humanos comprueban que la condición del progreso es la dramática degradación de sus condiciones de vida. El poder de esas inmensas acumulaciones de capital que, como un espectro, se mueven libremente por encima de las fronteras, nutriéndose de la vida de pueblos enteros, se ha independizado de la soberanía de los Estados Nación y ha creado estructuras políticas funcionales para su reproducción ampliada. Una de esas estructuras es la Unión Europea.

La unión monetaria de Maastricht consagra la independencia política del dinero, representada por los bancos centrales no sujetos a control parlamentario alguno y, desde ese poder, amenazan a los gobiernos si no se pliegan a lo que eufemísticamente llaman "mercados". Es la dictadura, pero en nombre de la democracia.

Frente a esta dinámica, es necesario desvelar las estructuras de poder que permiten que, a pesar de los enormes aumentos de productividad, el trabajo, o la falta del mismo, siga rigiendo férreamente la vida de las personas, colocando a cada vez más gente en la marginzación. Hay que denunciar la colonización de la sociedad por la lógica mercantil y la interiorización de los ciudadanos de dicha lógica (siempre más), frente a la lógica de la vida (con esto basta). El capitalismo no sólo está en el interior de las fábricas.

Sin embargo, también hay que poner en primer plano la falta de fines sociales comunes. Hay que desmontar la creencia supersticiosa de que el fin social resulta de la agregación de los intereses individuales y privados en lugar de la persecución por todos y cada uno de nosotros de una vida buena para todos.

Quien crea que para construir la sociedad basta con el trabajo, no puede pensar la sociedad ni a sí mismo. Para tejer vínculo social hace falta que esta actividad sea un fin común.

El problema no es de producción. Hay capacidad productiva de sobra para que todos/as tengamos lo indispensable, sino de distribución de la riqueza. Pero no sólo de distribución de la riqueza sino también de la construcción de la sociedad al margen del trabajo productivo. Es decir, de la creación de lugares donde se discutan los fines sociales y los medios para conseguirlos, de lugares sociales desde donde se practique la política.

Siendo el trabajo la única fuente de recursos de vida para la mayoría de las personas en nuestra sociedad, es exigible el derecho ciudadano a los recursos necesarios para vivir. Con un trabajo digno si lo hay, y si no a costa de la inmensa productividad del sistema.

Es necesario salir de la trampa de considerar el paro como un problema cuya solución es el pleno empleo masculino con unas rentas suficientes para un alto nivel de consumo. Sólo con una autolimitación voluntaria del consumo superfluo podemos generar una alternativa a la lógica del mercado y oponernos consecuentemente a la lógica capitalista.

Tampoco hay que olvidar que trabajo no es lo mismo que empleo. En España, más de cinco millones de mujeres, calificadas como "inactivas" por la Encuesta de Población Activa (EPA), realizan la producción y reproducción de la vida en el interior de la familia. Si su trabajo se recogiera en la contabilidad nacional, el PIB (Producto Interior Bruto) sería de más de doscientos billones en lugar de setenta y si estas trabajadoras invisibles decidieran incorporarse al mercado de trabajo en la misma proporción que lo hacen los hombres, sucedería (como ha sucedido en las dos últimas décadas) que la mayoría lo haría por la vía del paro y la subocupación, con lo cual el número de parados no sería de 3,5 millones, sino de ocho. De ellos casi siete millones serían mujeres.

La alternativa representada por la Unión Europea nos ofrece resolver estos problemas aumentando el papel del beneficio privado en la construcción de la sociedad y forzando con nuevas reformas laborales a que el trabajo humano se comporte como una mercancía que pueda usarse según las inestabilidades de la economía de mercado. La eliminación de las leyes, garantías y coberturas sociales que protegen el trabajo humano deben crear las condiciones para que la necesidad obligue a las personas a comportarse como mercancías.

La socialdemocracia con su fe en el progreso nos aconseja, desde la oposición, que, dado que tras el capitalismo vendrá el socialismo, lo mejor es estimular el desarrollo capitalista, eso sí reclamando algunas vendas para tapar las heridas más brutales. Este enfoque es compartido por los partidos de izquierda y los sindicatos mayoritarios al asumir en la práctica todos los valores del capitalismo: crecimiento económico, competitividad, productividad, Unión Europea de Maastricht, etc.

Otras alternativas proponen que puesto que la dinámica capitalista es invencible debemos refugiarnos en espacio protegidos regidos por los sentimientos y la compasión. Estos espacios, frente a las utopías intangibles, representan la solidaridad real. Estos planteamientos, muy válidos al combatir el hiperpoliticismo de la izquierda tradicional, corren el riesgo de agrandar uno de los peores problemas que padecemos: la consideración de que lo que sucede es inevitable, omnipotente, es decir, natural. Este peligro puede conducir a una moral autista que, considerando que nuestro reino no es de este mundo, desaliente la voluntad de acumular fuerzas para frenar esta lógica global y que sirva como bálsamo para las conciencias sensibles, dejando el campo libre al despliegue de la violencia y la injusticia en el mundo.

El Movimiento Anti-Maastricht, desde lo social y la critica radical, intenta levantar una bandera propia de la lucha por la libertad y un mundo más humano. Esta lucho no depende de las condiciones sino de las convicciones. Para ello hace falta primero la voluntad, pero no una voluntad que flota en el vacío, sino que tiende con todas sus fuerzas hacia la doliente realidad de millones de excluidos y crear espacios de cooperación entre los numerosos grupos y redes de militancia y resistencia. Se trata de unir la denuncia de la Unión Europea con las condiciones de vida cotidiana de la gente y con la organización de la resistencia social.

Luchar contra Maastricht es lugar contra la exclusión social, la marginación de la juventud, las ujeres y los inmigrantes, la precarización de las condiciones de trabajo, de la protección del Estado, la complicidad con el el poder a través del consumo superfluo y el descompromiso social, al avance de la dictadura y la falta de libertad.

Desde este movimiento real que intenta reconstruir la conexión entre las numerosas redes de actividad militante local contra un enemigo común, tenemos que impulsar la construcción de máquinas de lucha en el terreno del pensamiento crítico, de la resistencia social y de la defensa de la libertad y la vida.

CONTRA LA REFORMA LABORA, EL RECORTE DE LAS PENSIONES, LAS PRIVATIZACIONES, EL PARO, LA PRECARIEDAD Y LA EXCLUSIÓN SOCIAL.

CONTRA LA UNIÓN EUROPEA DE MAASTRICHT

(Documento elaborado por CAES.- enero, 1997)

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