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TRABAJO Y EMPLEO DESDE UNA PERSPECTIVA ECOLOGISTA

Logotipo Ecologistas en Acción

"Campaña por las 35 horas y la Protección Social Plena"

 

¿Qué es el trabajo?

El trabajo es más que una simple actividad humana. El trabajo repercute sobre la propia identidad de la persona, configura las relaciones sociales y también establece un vínculo entre los seres humanos y la naturaleza. Sin embargo, la esfera del trabajo se suele desgajar de los demás aspectos o dimensiones humanas: reproducción, política, cultura, ética, sentimientos, etc. como si la crianza y el cuidado de los hijos y la organización de la vida doméstica no fueran elementos imprescindibles y necesarios para desarrollar el trabajo "productivo"; como si en las sociedades de mercado actuales, los excluidos de una relación salarial pudieran ejercer sus derechos políticos, cuando no tienen cubiertas las necesidades más básicas: alimento, vivienda, educación, etc.; como si el paro, la precariedad y la exclusión no golpearan duramente sobre la conciencia y la existencia de millones de personas que sufren estas calamidades e injusticias.

El castigo bíblico por excelencia: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", hoy se ha transfigurado en bendición, en un deseo y una aspiración a menudo imposibles de alcanzar. La disyuntiva que nos ofrecen es elegir entre la explotación o la exclusión y, dado que para millones de personas el trabajo asalariado es la única fuente de recursos para sobrevivir, esto nos ha conducido a glorificar cualquier tipo de trabajo asalariado, aunque cada vez sus condiciones sean más precarias e inhumanas.

Gran parte de la izquierda opina que la solución al paro es el empleo y, sin embargo, afirmar esto es quedarse en la superficie del problema y poner parches cuando lo que se necesita es una pieza nueva. Si queremos realmente que algo cambie, debemos poner en cuestión el actual concepto de trabajo.

Inmersos en la vorágine del capitalismo actual, hemos olvidado que sólo en los últimos siglos, un período muy corto de la historia de la humanidad, el trabajo se identifica con trabajo asalariado y con un intercambio monetario, pero trabajo no es lo mismo que empleo. Empleo es la actividad que se intercambia por una renta y sólo este tipo de trabajo es el que contabiliza el mercado. Sin embargo, el concepto de trabajo debe ser ampliado para acabar de una vez por todas con la injusticia que supone que, a pesar de la tan cacareada igualdad, el trabajo doméstico ejercido en su mayor parte por mujeres, aparezca bajo el epígrafe de "inactividad" en los balances macroeconómicos. La realidad es que si se contabilizasen las tareas del cuidado, de la salud y de la higiene dentro del hogar, este trabajo que hoy es gratuito supondría un aumento de 88 billones en el PIB del Estado Español y de 5,5 billones en el presupuesto del Ministerio de Sanidad. La histórica diferencia entre la esfera productiva y reproductiva, entre lo público y lo privado es una falacia, ambas esferas están íntimamente relacionadas. Las políticas relativas al cuidado de los hijos o de los ancianos y la existencia o no de un Estado social que preste determinados servicios y que regule la asignación de subsidios sociales, además de la división sexual del trabajo en el hogar y fuera de él, no es una cuestión personal o de la esfera íntima, sino una cuestión política.

La incorporación de las mujeres al trabajo asalariado en la mayor parte de los casos ha supuesto una doble jornada: una jornada peor pagada en comparación con los varones y otra no pagada en absoluto. Además, la tendencia actual a la flexibilización, a los empleos temporales y precarios se aplica en primer lugar a las mujeres, y el recorte de gastos sociales de las políticas neoliberales empeora y empeorará todavía más esta situación. Hablar de reparto de trabajo exige, pues, hablar del reparto del trabajo doméstico, hablar de salario social para las amas de casa, exigir centros gratuitos para el cuidado de niños, enfermos y mayores, mayor protección a la maternidad, y supone socializar y repartir entre ambos sexos, todas aquellas actividades que reiteradamente recaen sobre las mujeres.

También debemos devolver al trabajo su verdadera dimensión social y humana. El trabajo no tiene por qué ser entendido como una actividad únicamente instrumental y siempre penosa. No debe servir sólo para satisfacer la consecución del beneficio por parte de unos pocos o para colmar las ansias de consumo desmedidas, sino que su fin debe ser satisfacer las verdaderas necesidades y el bienestar de todos los seres humanos. Se tiene la conciencia de que es el empresario el que da trabajo, el que le da al trabajador algo que hacer, cuando en realidad hay muchas necesidades que satisfacer, trabajo es precisamente lo que nos sobra. No podemos dejar esta decisión en manos de unos pocos, el mercado sólo se guía por lo que le produce beneficios. El trabajo en un principio, aunque orientado a la subsistencia, no tenía un fin individualista, sino un fin social y comunitario. Hoy el mercado y la competitividad han hecho que el trabajo haya perdido ese sentido social y cooperativo.

Se habla de mercado laboral como si los seres humanos fuéramos una mercancía más. Las mercancías van y vienen libremente, mientras los seres humanos –los trabajadores inmigrantes- son perseguidos o esclavizados con unos sueldos de miseria.

En los últimos años se ha ido reduciendo el capital de producción y aumentan de manera vertiginosa el movimiento del comercio mundial y el movimiento de capitales. El comercio internacional ha crecido mucho más que la producción económica, pero lo más impresionante es el aumento del capital especulativo, un capital que no tiene nada que ver con la producción, sino con las transacciones y los juegos monetarios y bursátiles. Se habla de globalización económica y financiera. Hay una gran cantidad de capital circulante que no tiene nada que ver con la producción y la economía. A este capital especulativo nada le importan los mecanismos que defienden los equilibrios ecológicos y sociales. De los casi 6.000 millones de habitantes del planeta, sólo el 30% están en el mercado de forma completa, el 70% no están en él o lo están de forma muy parcial. Esta es la sociedad del mercado, una sociedad excluyente que trata a las personas como si fueran mercancías excedentarias y una sociedad que genera inmensas desigualdades.

En 1950 el director de una empresa ganaba 20 veces más que el sueldo medio de un trabajador. Ya hacia 1960 el sueldo del primero se convierte en 40 veces mayor, pero en 1996 esta diferencia alcanza cifras de escándalo: los ejecutivos de las mil compañías más grandes del mundo ganan 187 veces más que el trabajador medio. Esta desigualdad se produce en los países del Norte, pero es en los países de la periferia donde la desigualdad alcanza una dimensión superlativa. El modelo económico excluye y precariza a cada vez más sectores, tanto en el norte como en el sur.

Mike Jordan ganó 20 millones de dólares por calzar zapatillas Nike, mientras el salario anual conjunto de los 5.000 trabajadores indonesios que fabrican dichas zapatillas, tuvo un costo total de 12,5 millones de dólares. Es decir, una persona ganó ella sola, mucho más que el salario de todos los trabajadores de Nike en toda Indonesia durante todo una año. Y la irracionalidad de este sistema llega a tales extremos que permite que se gaste más en publicidad que en educación o salud.

Estas diferencias de salarios hacen que el capital se traslade hacia los países que ofrecen las mejores condiciones para aumentar sin ningún tipo de cortapisas los beneficios reduciendo al máximo los costes en salarios, protección social o ambiental. Las fábricas se desplazan de un país a otro sin tener el más mínimo reparo en poner de patitas en la calle a miles de trabajadores. Los costes laborales, sociales y ambientales se globalizan igualándose a la baja, y los organismos e instituciones mundiales como la OMC y los acuerdos internacionales como el AMI en vez de impedirlo, lo potencian bajo la excusa del libre mercado.

El trabajo desde una óptica ecologista:

El concepto de trabajo no sólo tiene enormes repercusiones sociales, también afecta de manera determinante al medio ambiente. La visión monetarista del trabajo no es compatible con el respeto a la naturaleza. Se considera la Tierra como una fuente inagotable de recursos y el trabajo todavía sigue entendiéndose como una simple y penosa relación productiva entre los seres humanos y la naturaleza. Pero los procesos productivos de origen humano no constituyen un sistema abierto que comienza con los factores de producción y termina con los bienes y servicios, en realidad se trata de un subsistema dentro de otro sistema mayor, la biosfera, y se trata de un sistema limitado.

La concepción del desarrollo como un proceso de crecimiento económico conduce a suponer que los progresos materiales, la mejora de la calidad de vida y el bienestar de las personas dependen únicamente del motor económico. Según esta óptica, tanto el empleo, la salud, la educación y el medio ambiente dependerían del crecimiento económico. Hay voces que afirman que los países pobres no tienen capacidad de preocuparse por los problemas ambientales cuando lo prioritario es la supervivencia diaria y por eso, casi todos los gobiernos aducen que primero es necesario crecer y que luego ya se repararán los impactos ambientales. Pero lo cierto es que el crecimiento económico sin ninguna cortapisa desencadena progresivos e irreversibles daños ambientales -el caso extremo es la extinción de especies-, pero además, desde una simple perspectiva economicista, paliar sus impactos supone mayores costos en la reparación que en la prevención.

Tanto los recursos naturales como las capacidades del entorno para recibir contaminantes están acotadas y esto sí limita el desarrollo. Muchos recursos naturales que antes se consideraban inagotables, como el agua, han empezado a escasear. Se calcula que el ser humano ya se apropia aproximadamente del 40% de la productividad primaria producida en el planeta. La capacidad de los ecosistemas para amortiguar y absorber los impactos ambientales es limitada. En los países industrializados, a medida que aumenta el "desarrollo" y la renta per cápita, se incrementan los residuos sólidos, la emisión de CO2 a la atmósfera, la acumulación de sustancias tóxicas y otros muchos daños ambientales. Aunque es también cierto que bajo ciertas condiciones de regresión y estancamiento económico también pueden producirse grandes impactos ambientales, no es menos cierto que en muchos casos el crecimiento no sólo no soluciona los problemas ambientales, sino que los agrava o los convierte en una problema irresoluble.

Tras la caída del muro de Berlín se ha aplaudido el triunfo del capitalismo y se ha anunciado el fin de las economías planificadas. Sin embargo, ahora son un puñado de multinacionales las que planifican la economía global, las que dominan la producción y distribución a escala planetaria, las que manejan a su antojo tanto a los países como a la mayor parte de los seres humanos, las que se apropian de los recursos que la naturaleza ha tardado en gestar durante miles de millones de años y las que convierten la Tierra en un estercolero.

Hay quienes piensan que el crecimiento se lograría incorporando el medio ambiente al mercado y evitando cualquier control por parte de los poderes públicos, como si la "mano invisible" del mercado fuera capaz de regular y evitar por sí sola los atentados al medio ambiente. La gestión ambiental no puede reducirse a una gestión económica que solo persigue el beneficio, son necesarios rígidos mecanismos de control y un marco legal adecuado de protección ambiental. Además de un impulso por parte de los Estados para potenciar aquellas tecnologías, medios de producción y usos de la energía que contribuyan a la sostenibilidad del entorno.

Por otro lado, la búsqueda del lucro conduce a un productivismo exacerbado, a una lógica irracional que no se cuestiona qué es necesario producir. La lógica del mercado hace que una minoría, los que detentan el capital, impongan su elección a la mayoría sin tener en cuenta las necesidades sociales reales. En las sociedades de mercado es el beneficio es el que orienta la producción, los costos los que determinan el modo de producción y las rentas (salarios y beneficios) los que determinan la capacidad de cada persona para consumir.

Pero no es el mercado el que debe decidir qué producir. La producción antisocial como el armamento y la producción superflua e innecesaria como la publicidad o los cosméticos, representan hoy un tercio de la producción y un tercio del trabajo. Tampoco es el mercado el que debe decir cómo producir, éste siempre perseguirá minimizar al máximo los gastos sociales y ambientales y hemos visto cómo cada vez ahonda en la explotación y la dominación de los seres humanos y la naturaleza.

Para el mercado, las personas sólo existen como productores de mercancías o como consumidores de ellas. No sólo la exclusión, también las diferencias de renta conducen a unas desigualdades cada vez más profundas. El sector pobre en el mundo es hoy, por excelencia, el trabajador asalariado.

Para el mercado los seres humanos ya no somos ciudadanos, sino consumidores, seres pasivos cuya conexión con el mundo se establece mediante relaciones monetarias. Igualmente, la participación en la vida política y social ha quedado relegada a la libertad de elegir qué consumir. El mercado potencia un modelo consumista orientado a una forma de vida irresponsable. El consumo indiscriminado de recursos y la generación ilimitada de residuos y de contaminantes conducen a la degradación del medio ambiente y a un mundo insostenible, pero también las ansias de consumo desmedido conducen a la alienación de los seres humanos y a unas relaciones sociales insolidarias e injustas, tanto entre los países como entre las personas. Los pobres no pueden consumir, ni siquiera pueden satisfacer sus necesidades más básicas. Junto a la sociedad del despilfarro, mil millones de personas viven en la más absoluta pobreza, 700 millones de personas están supempleadas en el mundo y 120 millones buscan trabajo en vano.

La necesidad de que el movimiento ecologista tome partido

La solución de los enormes problemas que son el paro y la pobreza y la necesaria transformación que exigen los modos de producción y de consumo actualmente existentes, depredadoras con el propio ser humano y con la naturaleza, reclaman una urgente toma de postura por parte del movimiento ecologista, al que a menudo se le acusa de desentenderse de los problemas sociales y ocuparse más de los otros seres vivos, animales y plantas, que de las condiciones y modos de vida de su propia especie. No debemos olvidar que a cada descalabro ecológico le corresponde un descalabro social, y viceversa.

Tenemos mucho que decir y mucho que aportar para transformar las mentalidades individuales y colectivas. El medio ambiente social humano es tan importante como el medio ambiente físico o biológico, y no sólo para el mantenimiento de nuestra especie. Para que este planeta siga en pie, es necesario comprender esa gran maraña que es el ecosistema humano global actual y actuar en consecuencia. Y, como hemos visto, el trabajo es una de las actividades con más repercusión sobre las formas de vida de las personas y de las sociedades.

La crisis ecológica y la crisis ambiental son el resultado de disfunciones de carácter social y político, están determinados por la forma de relación de los seres humanos, por los patrones de producción y de consumo que se siguen y por el tipo de organización que adopta la sociedad para satisfacerlos, en suma, son el resultado del modelo económico establecido: un modelo globalizador de producción, de intercambio y de consumo injusto y explotador de los seres humanos y la naturaleza.

El desarrollo sustentable no consiste sólo en un menor consumo de recursos y una mayor eficiencia en los procesos productivos, sino también en el desarrollo social y cultural de los pueblos y de las personas, en una mayor equidad en el reparto y distribución del trabajo, el empleo y la riqueza, y en una verdadera participación democrática a la hora de decidir el tipo de sociedad en la que queremos vivir.

Si queremos abordar los temas medioambientales en toda su amplitud no podemos dedicarnos al simple proteccionismo de espacios y de especies naturales, no podemos quedarnos en la superficie de los problemas y hablar de "empleos verdes" o permanecer ajenos a realidades como la pobreza, el paro y la exclusión que están alcanzando dimensiones dramáticas, debemos ir más allá. Si queremos practicar realmente el ecologismo social debemos elaborar alternativas tanto concretas como globales a fenómenos como el paro, la marginación de las mujeres, las injusticias sociales dentro y fuera de nuestras fronteras y denunciar el desigual reparto del trabajo y la riqueza. La participación en la campaña "Por las 35 horas y la Protección Social Plena" es una oportunidad inmejorable para dar a conocer la dimensión ecologista a otros colectivos sociales y ahondar nosotros mismos en la reflexión y en la consecución del tipo de sociedad que perseguimos. La importancia de la perspectiva ecologista en el análisis de tratamiento de estos problemas es clave.

No queremos seguir siendo engañados por las macrocifras de la bonanza económica, la chirigota del España va bien o el mito de la moneda única y dejar en manos del mercado la solución a nuestros problemas. El movimiento ecologista tiene mucho que decir.

¿Qué es la campaña por las 35 horas y la Protección Social Plena?

Si queremos repartir el empleo -que no repartir el paro- la lucha por la jornada semanal de 35 horas por ley debe cumplir una serie de condiciones. Por un lado, que no se reduzca el salario, y por otro, que el cómputo sea semanal, para que no se convierta en una flexibilización de la jornada que permita la explotación a destajo.

Pero para paliar la precariedad y la exclusión social no basta la lucha por las 35 horas, ya que existen gran cantidad de mujeres y hombres que actualmente están fuera del trabajo asalariado. Es imprescindible un salario social que resuelva las necesidades de los parados, mujeres y jóvenes que no tienen protección alguna. Cada día crecen la pobreza y la exclusión social. Un ejército de parados presiona sobre un ejército de empleados cada vez más precarios. A las puertas del siglo XXI no sólo han surgido nuevas formas de esclavitud, sino nuevas formas de exclusión. Hay seres humanos que se consideran sólo mano de obra para la explotación, pero también hay seres humanos que no existen.

La moneda única constituye un mecanismo más para la flexibilización del trabajo. Mientras que el dinero circula libremente, los Estados tienen que limitar sus gastos públicos y empiezan por reducir los derechos sociales conquistados a lo largo de muchos años de reivindicaciones y luchas sociales. Los gobiernos se desentienden de sus responsabilidades públicas y ceden a las garras del mercado las propiedades, los servicios y las empresas públicas. La oleada privatizadora y la desmantelación del sector público siguen su marcha imparable. A pesar de lo que muchos afirmen, una Europa monetaria es incompatible con una Europa social.

El Tratado de Maastricht y los criterios de la moneda única ya impusieron unas condiciones draconianas a los trabajadores, ahora el Plan de Estabilidad y los proyectos neoliberales atacarán más profundamente las bases de los derechos sociales y ecológicos y por eso se hace cada vez más urgente luchar por el mantenimiento y la ampliación de estos derechos.

Las tasas de precariedad y desempleo en el Estado español doblan la media de la Unión Europea. Numerosos colectivos, organizaciones y redes sociales estamos trabajando de manera conjunta desde hacia varios años. Después de las experiencias de la Marcha sobre Madrid del 20 de junio y de las manifestaciones en todo el Estado del 14 de diciembre de 1998, se ha iniciado la recogida de 500.000 firmas en defensa de una Ley por la jornada laboral de 35 horas, en cómputo semanal y sin rebaja salarial. La recogida tiene como fin no sólo conseguir esta ley, sino construir un espacio de convergencia en el que puedan confluir los innumerables grupos sociales, sindicales y políticos que luchan contra la precariedad.

Esta campaña pretende también poner fin a los problemas de millones de personas que sufren el drama del paro y la precariedad. Por eso pedimos el reparto del trabajo -que no es lo mismo que reparto del paro y la precariedad-, y exigimos un reparto de la riqueza mediante una renta básica o un salario social. La campaña se fundamenta en una confluencia de colectivos y redes muy diversas y en la movilización y acción directa como medio de denunciar la situación actual para alcanzar nuestros objetivos que se resumen en los siguientes contenidos: "Acción directa contra el paro y la precariedad, por el reparto del trabajo y la riqueza, contra la moneda única, por la libertad".

Esta campaña consta de diversos planos. Por un lado queremos reflexionar, promover y propiciar debates para servir esta información a la sociedad, y por otro lado, pretendemos organizarnos, confluir y movilizarnos tanto a través de acciones diversas, como de manifestaciones descentralizadas y/o unitarias a escala local, estatal, europea y mundial. En resumen, la campaña se desarrolla en los siguientes planos:

¿Qué son las marchas contra el paro, la precariedad y las exclusiones? Colonia '99.

Los días 3 y 4 de junio se celebrará en Colonia la Cumbre de Jefes de Estado Europeos, y poco después, el día 19 tendrá lugar la reunión del G-8, organización que agrupa a las potencias económicas, financieras y políticas más poderosas del planeta. Para que los gobiernos no se reúnan tranquilamente para gestionar nuestras vidas sin pedir la opinión de la ciudadanía, se han convocado las Marchas contra el paro, la precariedad, las exclusiones y el racismo; una gran manifestación el día 29 de mayo y un Foro Alternativo, todos ellos a celebrar en la ciudad de Colonia.

Enmarcada dentro de la campaña por las 35 horas y dentro del contexto de exigir el derecho al empleo y a un ingreso, se ha abierto un debate a escala europea y mundial, sobre la necesidad de cambiar el actual modelo económico que nos convierte en dependientes de las dinámicas del mercado y la competitividad. Fruto de este debate han surgido el llamamiento internacional de Colonia para las "Marchas Europeas Contra el paro, la precariedad, las exclusiones y el racismo" y la manifestación del 29 de mayo de 1999 que exigen lo siguiente:

POR LAS 35 HORAS Y LA PROTECCIÓN SOCIAL PLENA, POR EL REPARTO DEL TRABAJO Y LA RIQUEZA, CONTRA LA MONEDA ÚNICA Y POR LA LIBERTAD.

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