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LA ALDEA GLOBAL, UNA ALDEA ESQUILMADA Y DESIGUAL

(por Chusa Lamarca de Ecologistas en Acción)

 

¿QUÉ ES LA GLOBALIZACIÓN?

El término "globalización" hoy tan de moda, se aplica en múltiples sentidos. Por un lado, se utiliza para reflejar la consideración del mundo como un gran hipermercado global en el cual se producen, se adquieren y se comercializan productos en cualquier parte del planeta. En este sentido se habla de globalización económica, esto es, un aumento del comercio exterior que se ve favorecido por la apertura y liberalización de los mercados y por el impacto de la actual revolución tecnológica sobre las comunicaciones tanto físicas (transportes), como electrónicas (información). Para algunos analistas, el aspecto clave de la globalización, es la gran movilidad del capital financiero, la existencia de un gran casino planetario donde diariamente y a la instantánea velocidad de la luz, las redes electrónicas mueven e intercambian sin control, 1,5 millones de millones de dólares.

Sin embargo, la palabra globalización no se usa sólo referida a la globalización económica o financiera, sino que abarca muchos más aspectos. Se trata de un proceso que parece integrar o englobar todas las actividades de nuestro planeta, tanto las actividades económicas, como las actividades sociales, culturales, laborales, ambientales, etc. La globalización entraña una interdependencia de las sociedades, parece como si las fronteras geográficas, materiales y espaciales del planeta desaparecieran. Las redes de comunicación ponen en relación e interdependencia a todos los países y a todas las economías del mundo, nuestro mundo se habría convertido en una aldea homogeneizada y global y, sin embargo, en esta gran aldea unos son los beneficiados y otros los perjudicados, el planeta es una aldea desigual.

En la jerga del discurso oficial la globalización ha venido a sustituir a las antiguas ideologías, los actualmente denostados "ismos" de mediados del siglo pasado. Globalización (o mundialización) y neoliberalismo (o liberalismo) no se identifican, pero actualmente se produce una repetida concordancia entre el fenómeno físico de la globalización y el fenómeno ideológico del neoliberalismo. Gracias a la globalización parece como si hubiera triunfado un único modelo económico e ideológico en el mundo, el modelo neoliberal. De Norte a Sur y de Este a Oeste, el neoliberalismo se nos presenta hoy como un nuevo y deseado paraíso a alcanzar cuya única receta para aspirar a él consiste en reconducir todos nuestros quehaceres productivos hacia la esfera de la más pura y dura competitividad y cuyo único motor es la búsqueda del beneficio económico y monetario. El capitalismo globalizante es una especie de rey Midas que transforma todo lo que toca en mercancía.

En realidad, lo que nos quieren dar a entender es que el capitalismo es un sistema mundial y que hoy, con la caída de las economías del socialismo real, los pueblos, las sociedades, los Estados y los individuos sólo tienen un único camino a seguir: la lógica del mercado. Sin embargo, las nuevas relaciones de producción, reproducción y consumo no han abolido las antiguas. La tierra, el aire, el agua y otros recursos básicos y necesarios para la vida siguen utilizándose como mercancías; igualmente, el trabajo humano es una mercancía y para la "mano invisible" del mercado da lo mismo que las personas vivan o mueran en condiciones infrahumanas.

Hoy al capitalismo se le han añadido algunos adjetivos: imperialista, corporativo, transnacional o global, pero sus bases son las mismas que las de antaño. La producción y el beneficio a costa de lo que sea, siguen siendo el motor de esta ideología y la riqueza sigue considerándose como una ingente acumulación de mercancías al margen de cuáles sean las verdaderas necesidades humanas. Lo nuevo es que la riqueza se concentra en muchas menos manos. En la tan cacareada aldea global, millones de seres humanos siguen viviendo fuera del mercado. La desigualdad se produce entre los "incluidos", pero cada vez más la globalización va sentando las bases de un apartheid social, levantando un nuevo telón de acero que separa el mundo en dos bloques bien diferenciados: incluidos y excluidos. En una Tierra donde hay 4.500 millones de pobres y entre los cuales, 1.500 millones no tienen con qué alimentarse, ¿es la globalización un paraíso de superabundancia? ¿Qué es actualmente el planeta, sino una aldea esquilmada?

A pesar del triunfalismo de este modelo, existe la conciencia de que atravesamos una crisis generalizada, una crisis económica, social, política, ambiental y global de dimensiones globales. Parece claro el agotamiento de este modelo ecológicamente depredador, políticamente injusto y socialmente perverso y, sin embargo, se nos presenta como el único e inevitable camino a tomar.

 

GANADORES Y PERDEDORES

La globalización incide de manera importante en la realidad social. La acelerada acumulación y concentración del capital mundial en manos corporativas y privadas está provocando crecientes desigualdades y situaciones escandalosas. Tres corporaciones juntas: General Motors, Ford Motor y Exxon, poseen más capital que 70 países juntos. Actualmente, de los 100 sistemas económicos de mayor tamaño, 47 son corporaciones. El 20% más rico posee el 86% de la renta, el 20% más pobre, el 1,6%. Las cifras sobre fortunas individuales son, quizás, aún más llamativas. Según datos del Informe de 1998 elaborado por la ONU, las tres personas más ricas del mundo (Bill Gates, el sultán de Brunei y Warren E. Buffett) tienen ingresos que superan el PIB conjunto de los 48 países menos adelantados. Las 225 personas más ricas del mundo manejan ingresos superiores a los de un 47% de la población del planeta. La globalización ahonda las diferencias sociales y ensancha el abismo de la desigualdad. El mundo no es una aldea global, sino un mercado global competitivo, antidemocrático, injusto y desigual.

La disparidad mundial de los ingresos entre países industrializados y los países "en desarrollo" aumenta día a día. "Un niño de un país industrializado va a consumir en toda su vida lo que consumen 50 niños en un país en desarrollo". EE.UU. gasta más en cosméticos que lo que costaría dotar de enseñanza básica a toda la población mundial, al tiempo que en los países pobres mueren miles de personas a causa del hambre y enfermedades tales como una simple diarrea, 700 millones de personas están subempleadas en el mundo y 120 millones buscan trabajo en vano. Las razones de estas muertes y estas injusticias son políticas y económicas, no son producto de los hados. Esta es la racionalidad del actual sistema económico. Pero las desigualdades no se acrecientan sólo a nivel de países o áreas geográficas, el reparto interno tanto dentro de los países privilegiados como en los países pobres, tampoco es equitativo. El caso de EE.UU. es particularmente ilustrativo en este sentido: el país más rico del mundo ocupa el lugar 17 en pobreza debido al analfabetismo funcional.

En el mundo hay 1.500 millones de personas que viven en la más absoluta miseria y extensas áreas del planeta han sido esquilmadas y abandonadas a su suerte como consecuencia de este modelo depredador basado en la globalización y la competitividad, pero no hace falta desplegar un mapa del mundo ni ponerse delante del televisor para ver las tragedias, las tragedias se mascan a la vuelta de la esquina. Y la realidad es que los cartones poco a poco inundan las aceras de las grandes ciudades del "Primer Mundo". La 5ª parte de los españoles está bajo el umbral de la pobreza, no hay datos concretos, pero existen unas 200.000 personas sin techo y este fenómeno tiende a agravarse. La UE del crecimiento económico, de la riqueza y el desarrollo, cuenta con 18 millones de parados, de los cuales 5,5 millones llevan en esta situación más de 2 años y se está produciendo un crecimiento generalizado del desempleo y la pobreza. Hoy está muy de moda hacerse solidario con los países del Tercer Mundo, pero no hace falta irse muy lejos para ver las tremendas desigualdades. La pobreza, la marginación y la exclusión conviven junto al despilfarro en nuestras grandes ciudades. Las propuestas de las mayoría de las ONG's se limitan a recaudar ayudas para el "Tercer Mundo" y limosnas para el "Cuarto", pero estas acciones compasivas, necesarias pero no suficientes, no acabarán con las causas reales de estas injusticias.

Esta es la realidad social de la globalización. Vemos que a pesar de toda la perorata sobre la carrera hacia un nuevo paraíso, en este sentido la globalización no se ha producido, lo único que se ha globalizado es la mundialización de la miseria.

 

GLOBALIZACIÓN Y DEMOCRACIA

La globalización, que bajo un análisis superficial parece antiestatista, ha sabido acomodar a sus intereses a los aparatos del estado para impulsar sus objetivos, recurriendo a todo tipo de violaciones del principio de independencia y autogobierno de los pueblos. La globalización ha usurpado los bienes nacionales y toda forma de soberanía popular en favor de las grandes empresas y conglomerados transnacionales que operan a nivel mundial. Recursos naturales y empresas estratégicas necesarias para el desarrollo de los pueblos son vendidas al mejor postor, cuando no regalados por gobiernos corruptos. Maquillado bajo un razonamiento técnico y un discurso crítico del viejo papel del estado en la economía, el neoliberalismo ha sabido imponerse bajo la bandera del libre comercio y, sin embargo, sus impulsores se cuidan mucho de aplicar tan cacareado lema, ya que se le pueden poner muchos calificativos, pero de "libre" no tiene nada.

A pesar de que nos hablan de la "mano invisible" del mercado como único motor regulador de la economía, esta mano que aprieta y ahoga tiene actores bien concretos. Responde a influencias políticas y económicas de enorme impacto, no sujetas a control democrático: el FMI, el Banco Mundial y la OMC actúan como los verdaderos garantes y representantes de un gobierno mundial. Estas instituciones no están al servicio de los pueblos, sino del gran capital internacional. El FMI y el BM con sus planes de Ajuste Estructural y con la excusa del pago de la deuda ingenian medidas "legalmente" expropiatorias de los bienes y patrimonios colectivos de pueblos y naciones enteras. Inmensas inversiones públicas o de carácter social han pasado a las manos privadas de empresas y conglomerados transnacionales. Incluso, como ha ocurrido recientemente en Japón, los fondos públicos se trasladan, sin ningún descaro, a los bancos privados con la excusa de "salvar" de la crisis a los mismos que la han provocado. Con la cesión de los recursos a manos privadas se minimiza, además, el espacio público en el cual la gente puede expresar sus ideas y se niega, con ello, cualquier modo de intervención pública.

Los Estados van perdiendo consideración como órganos e instrumentos de decisión tanto económica como política, en favor de las grandes corporaciones multinacionales que se convierten en los primeros sujetos responsables de la política económica a nivel mundial y estatal. Imbuidos por esta lógica neoliberal, los países dictan normas y leyes liberalizadoras; firman acuerdos comerciales bilaterales, multilaterales y mundiales que favorecen las dinámicas del "libre" mercado; se integran en bloques económicos regionales y subsistemas globales (Unión Europea, APEC, TLCAN, ALCA, ASEAN, etc.); impulsan las privatizaciones y condenan a los más desfavorecidos a la miseria y la marginación. Y mientras los Estados reorientan su función hacia el apoyo a los procesos de acumulación privada, abandonando las políticas de tipo social, las grandes transnacionales buscan legalizar su papel mediante acuerdos y tratados como el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI), con el fin de garantizar jurídicamente y ampliar sin ninguna cortapisa sus prerrogativas actuales. Para darnos cuenta del calado de este tipo de acuerdos, sólo dos datos: las transnacionales son las responsables del 80% del comercio mundial y la inversión directa extranjera se acercó a los 50 billones de pesetas en 1997, a pesar de la crisis asiática.

El neoliberalismo lejos de ignorar al Estado, lo utiliza, conduciéndolo a servir los intereses del capital tanto nacional como extranjero. En los países occidentales los gobiernos de corte liberal han tenido un activo papel desnacionalizador, pero paradójicamente, han sido los gobiernos socialdemócratas europeos los que han asumido como "necesidad histórica" la continuidad y puesta en práctica de este modelo y orden social injusto, pues amparándose en la retórica "modernizadora", han sido los responsables del desmantelamiento del antiguo estado del bienestar, con sus privatizaciones y sus recortes en gastos sociales. El tiempo se encargará de ajustarles las cuentas a los políticos y gobernantes y de recordarles sus responsabilidades en la creación y mantenimiento de este nuevo orden mundial injusto.

La globalización ha logrado imponer severos recortes a la capacidad adquisitiva de los trabajadores. Ha habido un derrumbe mundial de los salarios. En los países ricos estamos siendo testigos de la existencia de un crecimiento sin empleo -aunque antiguamente ésta era una máxima inefable-, del recorte de salarios, del aumento del trabajo a tiempo parcial y precario y del paro; pero es en los países menos "desarrollados" donde el impacto de la globalización ha golpeado de lleno: desempleo, migración, crecimiento desmedido de las grandes urbes, recortes en educación y salud, descomposición del medio ambiente rural y aumento de las desigualdades. Las privatizaciones son una parte de las políticas de ajuste. Mientras se socializan las deudas, se privatizan los beneficios que pasan a manos de compañías extranjeras. Las recetas del FMI con sus políticas de ajuste y liberalización generan más miseria, marginación y represión sobre las capas menos favorecidas de los países del sur. El capital extranjero se adueña de la agricultura, minería, pesca y sector forestal, se apropia de la tierra y los recursos naturales. Crecen los ocupados empobrecidos y los empleos temporales, y el paro, la precariedad y la exclusión se convierten en un mal endémico al sistema. Se calcula que la crisis financiera asiática provocará el despido de 10 millones de personas.

La globalización como cualquier fe ciega, también tiene sus sacerdotes. El discurso justificador es a partes iguales entre gobernantes, empresarios, financieros, tecnócratas y responsables de los medios de comunicación de masas. No sería tan grave si no tuviera también sus víctimas, millones de personas pagan con sus vidas el precio de la globalización.

 

EL CASINO PLANETARIO

Pero ¿cuál es la realidad material de la globalización? La producción global mundial se ha mantenido más o menos estancada desde los años 70 con altibajos que se reflejan en un crecimiento medio en torno al 5%, mientras que el comercio mundial de mercancías aumentaba del 11 al 18%. Los servicios se han elevado del 15% en las dos últimas décadas hasta un 25% en la actualidad, pero el gran salto se ha producido en el capital financiero que en estos dos decenios ha crecido un 50%. El capital financiero es, pues, el elemento vertebrador de la globalización. Si desde los años 50 al 82 la producción económica global subió 5 veces, el comercio mundial tuvo un crecimiento del 12%, y el capital especulativo experimentó una fuerte subida en torno al 50% de los valores del producto mundial. El crecimiento del capital financiero no va parejo del progreso de la economía real, de ahí que se hable de la gran burbuja financiera que hacia 1989 superaba en 50 veces los valores del producto mundial. El actual mercado mundial es un mercado de dinero que tiene como fin hacer dinero del dinero. En los años 80 el capital financiero era diez veces mayor que el comercial, pero diez años más tarde era 50 veces mayor. El Estado imperial se funda ahora sobre la tiranía de una inmensa expansión financiera.

Paraísos fiscales, ganancias del narcotráfico y las armas y prácticas bancarias y bolsísticas facilitadas por los ordenadores, la electrónica y las superautopistas de la información, favorecen la conformación del actual casino financiero. En este gran casino planetario abierto las 24 horas del día, sólo tienen derecho a apostar un puñado de jugadores billonarios que mueven más de 1,5 millones de millones de dólares al día -el valor total de más de 15 días del producto bruto de la economía mundial-, mientras el resto de los seres humanos que pueblan el planeta, pagan con su trabajo, su sudor y su vida el precio de tan absurdo y disparatado juego.

Pero los globos financieros han empezado a estallar. Las golondrinas que acudían con su rápido vuelo para operar e invertir a corto plazo con la intención de sacar un beneficio rápido, abandonan ahora sus nidos de verano convertidos en buitres. Las monedas y las bolsas locales de las economías emergentes comenzaron a desfondarse. Primero se hizo añicos el milagro económico de los dragones del Pacífico: Tailandia, Indonesia y Corea del Sur, antaño tan alabados y puestos como modelo a seguir por el propio FMI, y hoy reprobados y castigados por esta misma institución.

La tormenta del sistema financiero y monetario internacional se desata ahora de un país a otro, de una región a otra y desde la periferia al centro. Ya nadie está libre del riesgo aunque nadie sabe cómo terminará. Los que provocaron la crisis salen indemnes, mientras las economías del sudeste asiático, Europa Oriental, América Latina y otras economías en transición, los pobres de todos estos países, sufren las consecuencias. En Rusia, por ejemplo, el flagrante fracaso de la introducción de la "cultura del mercado", ha hecho que se establezca en ella una economía de trueque. Los pilares del modelo internacional se desmoronan y endosan los fallos de la liberalización financiera a los pobres de las economías en desarrollo. Ahora las pérdidas son socializadas, mientras que las ganancias son protegidas por las leyes de la propiedad privada.

Ante la sucesión de las tormentas financieras -desde el efecto tequila al efecto vodka- y la magnitud de tan escandalosos descalabros, por primera vez se alzan algunas voces críticas dentro de los propios gurús de la macroeconomía y del sacrosanto FMI. Las recetas del FMI que antes parecían infalibles, empiezan a ser puestas en cuestión. La farmacopea neoliberal que sigue utilizando los planes de ajuste estructural impuestos por el FMI obliga a que el país que recibe los créditos abra de par en par sus mercados financieros para permitir que la gran banca extranjera compre los bancos nacionales; fuerza a elevar las tasas de interés –lo que ocasiona el hundimiento de las empresas locales-; impone subidas de impuestos que son soportadas por las capas medias y bajas cada vez más empobrecidas; y conmina a draconianos recortes en el gasto público. El resultado de estas políticas de "salvación" es el enriquecimiento de los capitalistas de los países del Centro a costa empeorar las condiciones de vida y segar millares de vidas en los países de la periferia. Cada vez existen más países con sus economías paralizadas o en coma profundo, y día tras día más países se suman a la crisis por contagio. Hay quien augura que no falta mucho para que la crisis alcance una dimensión generalizada y global, aunque los curanderos de la ortodoxia económica todavía siguen considerando al sistema central como "sano" y diagnostican los males sólo en las periferias. Pero sus pócimas son incapaces de resucitar a los muertos, sus cuarentenas, inyecciones, bombonas de oxígeno y recetas neoliberales son incapaces de curar este sistema enfermo.

Mientras la burbuja financiera ha crecido fuera de control y fuera de la realidad, ajena a toda orientación productivista, hay áreas económicas completas que han sido devastadas como consecuencia de la globalización. El "Tercer Mundo" quedó sentenciado cuando EE.UU. estableció la flotación del dólar y puso fuera de juego a todas las monedas del tercer mundo. Esto, unido a la crisis del petróleo, aseguró el control de la energía y una inmensa acumulación de valores a favor del primer mundo y de las compañías transnacionales. A causa de la deuda de los países de la periferia, los países del centro succionan inmensos capitales en concepto de intereses de deuda que han servido para engrosar las bolsas de la gran banca transnacional. La lógica del beneficio representa los intereses de las grandes corporaciones y esos intereses no son precisamente intereses sociales o ambientales, sino exclusivamente monetarios. El progreso globalizante no implica un progreso del bienestar de los pueblos de este planeta -va contra el medio ambiente, los salarios y los derechos sociales- todos estos aspectos no sólo han quedado fuera de los objetivos perseguidos, sino que se pisotean a diario y para la racionalidad que prima actualmente -la racionalidad del mercado- no tienen la más mínima importancia. La búsqueda del beneficio conduce a un capitalismo en su fase más bárbara y salvaje, la explotación a muerte de los seres humanos y la naturaleza, capitalismo tercer milenio.

 

GLOBALIZACIÓN Y MEDIO AMBIENTE:

El sistema capitalista global funciona sobre la explotación de los recursos naturales y la mano de obra de los países "pobres". Los países periféricos juegan el papel de ser fuentes de materias primas y fuerza laboral para producción barata y las compañías transnacionales se adueñan de la tierra y sus recursos naturales. Los gobiernos del sur venden sus materias primas, sus recursos y sus tierras a precios de saldo y la riqueza de los países periféricos pasa a manos de compañías extranjeras que no miran por los intereses de las poblaciones.

Los países asiáticos no sólo han sido afectados por la crisis bursátil, sino que recientemente también han sufrido desastres ecológicos de dimensiones incalculables. Indonesia y Malasia a finales de 1997 se han visto azotadas por miles de incendios sin control que han devastado las selvas de Sumatra, Borneo y Java. El humo cubrió de cenizas y nubes tóxicas las principales ciudades y fueron las causantes de una serie de trágicos accidentes que segaron varias vidas humanas. Indonesia ya había visto reducida su selva húmeda en un 80 % desde los años 70. Estos desastres no son fruto de la mala suerte, ni de fenómenos climatológicos como El Niño, sino que tienen su origen en las deforestaciones masivas que se vienen produciendo en estos países, como en tantos otros, tal como exige un modelo basado únicamente en el beneficio económico.

Los países del Sur no sólo esquilman sus bosques con el fin de usar la leña como combustible, sino que sobreexplotan sus recursos forestales y naturales para destinarlos a la exportación hacia los países ricos como pago por los intereses de la deuda externa. La mayor parte del patrimonio natural del planeta se encuentra en los bosques tropicales del sur, hoy sometidos a una grave degradación por los intereses económicos y comerciales del Norte. En los últimos 50 años se han perdido un tercio de los bosques. Desde los años 50 la utilización de madera se ha triplicado y la del papel se ha quintuplicado. Entre 10 y 17 millones de hectáreas de bosques son esquilmadas cada año. Millones de hectáreas de tierras cultivables también desaparecen cada año debido a la erosión y la sobreexplotación. Se calcula que hacia el año 2010, la cubierta vegetal del planeta habrá disminuido en más de un 40% respecto a la que existía en 1990 y que dentro de diez años habrán desaparecido entre un 15 y un 20% de todas las especies animales y vegetales existentes.

El sudeste asiático era, hasta ahora, la principal fuente de maderas tropicales, pero el progresivo agotamiento de sus bosques y selvas ha hecho que se comiencen a explotar a destajo las selvas tropicales de América Latina donde día a día se construyen nuevas vías de acceso y nuevos asentamientos mineros, industriales y urbanos. Según el Informe Anual del Instituto World Watch de Washington, las empresas extranjeras detentan los derechos de explotación maderera de 12 millones de hectáreas de la Amazonia. No hay que olvidar que los bosques son también el hogar de muchos pueblos, pero los gobiernos y las multinacionales no respetan los derechos territoriales, sociales y culturales de los pueblos indígenas, ni las formas de vida de las comunidades locales tradicionales.

Hay causas directas que contribuyen a la degradación de los ecosistemas: la promoción del comercio internacional y la liberalización económica cuyas reglas de funcionamiento se basan exclusivamente en la ampliación de los mercados, sin tomar en consideración sus funestas consecuencias ambientales y sociales. Para la "lógica" actual, el uso sustentable de los ecosistemas, la utilización colectiva de la biodiversidad, la protección del conocimiento, la preservación de la seguridad alimentaria y la existencia de sistemas justos y equitativos de distribución de la riqueza y los recursos son considerados como limitaciones al comercio, no importa que esta concepción nos conduzca a la autodestrucción.

Los problemas ecológicos y ambientales son indisociables de los problemas del desarrollo de los pueblos y de las personas, un desarrollo desigual para las sociedades y los seres humanos y dañino para la naturaleza. La cuestión ambiental no puede ser vista como un obstáculo al desarrollo de un país, sino como una condición indispensable para ese desarrollo, claro que habría que cambiar radicalmente el ya tan manido, confuso y vapuleado concepto de desarrollo.

Las reglas del comercio internacional se deben subordinar al respeto de los ecosistemas, a la calidad ambiental y al sustento y consideración de los modos de vida de las sociedades afectadas. La racionalidad del mercado es una falacia, la racionalidad se define de acuerdo a unos objetivos y unos fines y estos no pueden basarse en el crecimiento económico per se, sino en la satisfacción de las verdaderas necesidades humanas con criterios de equidad y justicia y de respeto a la naturaleza.

Los países pobres con sus nulas o bajas normativas ambientales y fiscales se convierten en paraísos para las transnacionales. Los intereses de las compañías mineras, petrolíferas, de los terratenientes del lugar y de los políticos corruptos de turno, no dudan en asesinar a indígenas y campesinos con el fin de obtener beneficios. Pero la nueva colonización y conquista de los países "pobres" no se consigue sólo a través de las balas, a veces sus métodos son más refinados, aunque igualmente criminales. En Latinoamérica, los ejércitos reclutan mano de obra para los cultivos destinados a la exportación, mientras la población nativa pasa hambre o padece enfermedades por las malas condiciones de vida y de trabajo, la contaminación sin control, el vertido indiscriminado de residuos tóxicos o el empleo de pesticidas. Todas estas prácticas, prohibidas en los países "desarrollados", están a la orden del día en los países de la periferia. En Guatemala, según ha denunciado Rigoberta Menchú, las mujeres tienen la leche contaminada a causa de los pesticidas empleados en las plantaciones. El Banco Mundial que sistemáticamente había considerado a las mujeres como sujetos "pasivos" a la hora de aplicar sus políticas, puesto que las otorgaba únicamente un papel reproductivo, les confiere ahora un papel destacado y considera que la contribución económica femenina es fundamental para el desarrollo. Ello se debe a que a partir de las crisis de los 80, se comienza a tener en cuenta su utilización como mano de obra barata, lo que produce mayores beneficios al capital.

Las mujeres han sido siempre las más perjudicadas por este sistema global de explotación y el abaratamiento de sus salarios ha traído como resultado un incremento de la pobreza femenina en las dos últimas décadas. Como siempre, su trabajo dentro del hogar, sin horario de cierre, sin descanso semanal, sin vacaciones y, sobre todo, sin salario, sigue sin contabilizarse en los libros de cuentas y balances macroeconómicos y sigue estando ausente de las mentes más preclaras de la ciencia económica, que suelen ser varones y de Chicago, para más señas.

Los organismos económicos y financieros internacionales se encargan de llevar a cabo los dictados del "mercado global". La OMC intenta imponer un orden económico donde los países ricos exploten más y mejor a los pobres, agoten sus recursos y riquezas naturales, destruyan el medio ambiente y obtengan mayores beneficios sin pagar ningún tipo de impuestos o aranceles. Campo libre para el saqueo y la expoliación, colonización siglo XXI, razzias año 2000, a la conquista de nuevos aires, aguas y tierras limpias, listas para contaminar.

La diversidad es la base del equilibrio y sustento de todos los sistemas biológicos y las comunidades locales tradicionales a lo largo de la Historia, han sabido mejorar y conservar la biodiversidad aumentando la base de los recursos disponibles. La población rural del "Tercer Mundo" depende directamente de los recursos biológicos para suplir el 90% de sus necesidades. Se calcula que un 60% de la población mundial depende de sus propios recursos para su alimentación, pero estos recursos están pasando a manos de compañías transnacionales. La mayor diversidad no se encuentra en los países ricos del Norte, sino en los llamados países del "Tercer Mundo", y a pesar de ello se les sigue denominando de manera hipócrita e injuriosa países "pobres". Los intereses mercantiles no sólo provocan que se pierda la diversidad genética: se pierden 100 especies al día, sino que usurpan los recursos y conocimientos de los pueblos y culturas tradicionales para su puesta en circulación en el mercado global. Las empresas transnacionales y los gobiernos de los países industrializados cuentan con el 95% de los derechos de propiedad y de las patentes biotecnológicas, el 99% de las patentes y derechos en el caso de los vegetales. Pero no sólo se comercia con los recursos y el saber que el primer mundo roba al tercero, también partes de seres humanos están siendo patentadas y vendidas. La privatización, monopolización y mercantilización de la vida conducen a un intercambio desigual que sólo beneficia a una minoría y condena a la mayoría de la población del planeta al hambre, la explotación y la muerte.

El Banco Mundial sigue imponiendo, mediante sus planes de ajuste estructural, políticas de liberalización del comercio que impiden la protección y la ayuda a los campesinos y productos locales, y obligan a los países pobres al cultivo y exportación de productos que servirán para alimentar el ganado, que será a su vez engullido por los habitantes de los países ricos. La cadena alimenticia no se interrumpe: el rico se come la carne del animal en forma de hamburguesa, el animal se come al vegetal y el vegetal se come al pobre. Si a esto añadimos el poder desmedido de las grandes multinacionales agroquímicas que controlan no sólo todos los sectores de la producción y distribución agrícolas, sino también la tecnología y las patentes sobre las semillas, no es de extrañar por qué en la India, en los últimos meses, más de 400 campesinos se hayan quitado la vida acosados por las deudas y por la humillación de haber perdido su único medio de subsistencia: la tierra.

El poder de las grandes compañías y corporaciones se ejerce de manera directa sobre los más indefensos: los pueblos y la naturaleza, pero también las huellas de sus garras se ciernen sobre políticos e instituciones supuestamente democráticos. En la Cumbre de Kioto, las grandes firmas petroleras y del motor presionaron a Clinton para que no firmara ningún acuerdo que pusiera en cuestión sus intereses. EE.UU. que con sólo el 4% de la población mundial es responsable del 23% de las emisiones de CO2, no ha ratificado el acuerdo de reducir sus emisiones en un 7%. A veces el disfraz es más sutil y las grandes compañías se esconden bajo unas siglas con apariencia de ONG, con el fin de participar en foros y acuerdos internacionales sin levantar sospechas.

Los países industriales con sólo el 21% de la población mundial, consumen el 75% de toda la energía producida en el planeta, mientras una quinta parte de la población mundial carece de agua potable. Esto parece no sorprender a nadie pues la lógica del mercado se va imponiendo como único catecismo. Se intenta mercantilizar todo, incluida la emisión de gases que producen el efecto invernadero. En la Cumbre Internacional del Clima de Buenos Aires, se abrirá la veda para pagar por contaminar ya que se concederán licencias de compraventa de emisiones, es decir, los países pobres se verán obligados a vender su cuota contaminante a los países "desarrollados", que a cambio de unas cuantas divisas que pasarán a engrosar los bolsillos de los gobernantes corruptos de turno o como una rebaja de su deuda externa, venderán el aire de sus poblaciones y los pulmones de sus habitantes. ¿Cuánto dinero costará en servicios médicos y farmacéuticos reparar la salud de las personas? Los pobres no tienen SS, ni ambulatorios, ni medicinas. Los pobres no tienen derecho a un aire sano, a la salud, ni a la vida. El precio de sus vidas lo cobran otros.

Los impactos sociales y ambientales que generan las prácticas sin control de las multinacionales, auspiciadas por las leyes liberalizadoras de algunos países y por los organismos económicos y financieros mundiales se pretenden "compensar" justificando que los daños sociales, económicos y ambientales ocasionados se pueden negociar, comprar o tasar. La vida, la salud y la dignidad de las personas, los bosques, el aire, la tierra, el agua, no tienen precio.

No sólo la contaminación se manda a los países de la periferia, también la basura nuclear se exporta a los pobres. EE.UU. pretende construir un vertedero nuclear en Sierra Blanca (Texas), a sólo 32 km. de la frontera con México, con el fin de almacenar allí los residuos de sus centrales nucleares. El terreno no ha sido elegido precisamente por sus especiales condiciones de seguridad, por el contrario, se trata de una zona con un alto riesgo sísmico –en 1995 se produjo un terremoto de 5,6 en la escala de Richter, sino por la "especial" composición de su población: es uno de los lugares más pobres de Texas y, además, 7 de cada 10 personas que habitan la zona, son mexicanos.

El que EE.UU. intente desviar el problema de los residuos de sus centrales nucleares hacia la frontera mexicana no es un hecho aislado, sino que sistemáticamente comete actos de racismo ambiental. La región de Sierra Blanca ya cuenta con un depósito de lodos contaminados procedente de la ciudad de Nueva York. EE.UU. coloca sus basureros en las reservas indígenas y en zonas habitadas por minorías étnicas o con bajos ingresos. Compran a sus políticos y gobernantes y se aprovechan de la miseria. Las industrias mineras, del petróleo y nucleares financian las campañas electorales de los políticos de turno para que estos les sirvan a sus intereses, mientras el pueblo se traga la mierda de la basura nuclear y los niños juegan, respiran, beben y se alimentan con los residuos tóxicos. Las minorías indígenas se ven impotentes ante esta nueva forma de racismo ecológico y lo más indignante es que a veces estos proyectos se presentan bajo la excusa del tan manido "desarrollo": crear empleos y generar ingresos en la zona.

Y existen multitud de ejemplos similares. La multinacional alemana Basf, que se dedicó a fabricar pinturas y disolventes durante 20 años en la región de Morelos (México), cierra la planta dejando abandonados sus residuos tóxicos, el aire y los ríos contaminados. El saldo de su presencia ha sido el siguiente: enfermedades pulmonares y respiratorias, muerte de animales, contaminación de los canales de riego y del agua para el consumo, y la completa destrucción del entorno.

La doble moral de los países ricos es completamente inmoral. Mientras que los países "desarrollados" aprueban tanto moratorias a la energía nuclear como el cierre de centrales, la Agencia Internacional de la Energía Atómica, dependiente de la ONU, propone el uso de la energía atómica para desalar agua del mar en países secos. Aducen que alrededor de 80 países, en los que se concentra el 40% de la población mundial –países pobres, naturalmente- sufren sequía y esto estrangula su desarrollo. Está claro que la industria nuclear busca no sólo nuevas aplicaciones ahora que se le ha acabado el negocio de las grandes centrales en los países del Centro, sino también nuevos mercados en los países "no desarrollados", allí donde la conciencia pública ante el riesgo nuclear es escasa o donde o donde la represión no permite a la gente expresar su rechazo. Mientras que los combustibles fósiles se agotan, la ONU asegura que el gasto público en investigación y desarrollo en materia de energía se ha reducido en un tercio en términos reales desde comienzos de los años 80, el resto se destina al desarrollo de los combustibles fósiles y la energía nuclear. El Banco Mundial, enarbolando la bandera del desarrollo "sustentable" y para cumplir los objetivos de a Agenda 21 financió programas de reducción de CO2 en China por valor de 2 millones de dólares, mientras que destinó 310 millones para la construcción de centrales generadoras de energía en base a carbón o 1.000 millones de dólares para sistemas de transporte basados en combustibles fósiles. De los 46 préstamos concedidos a programas de energía, sólo dos incorporaba criterios de eficiencia energética o de conservación ambiental.

Las empresas españolas no quedan al margen de la rapiña. La empresa española Endesa junto con una filial chilena, quiere desviar el curso del río Bio-Bío e inundar las tierras de los indios mapuches-pehuenches para poner en marcha la central hidroeléctrica Ralco, que embalsará 2.500 millones de m3 agua y cubrirá 4.800 ha. La zona, además de poseer una rica variedad de flora y fauna, es un corredor de animales entre la cima de los Andes, el valle y la costa del Pacífico y constituye un ecosistema del que dependen 77 especies de vertebrados en peligro de extinción o con problemas de conservación. A la inundación de las tierras se oponen los indígenas y grupos ecologistas de la zona bajo el lema "La tierra no se vende". El proyecto hidrológico del río Bío-Bío es un macroproyecto que tiene prevista la construcción de 6 centrales que inundarán cerca de 22.000 ha. En toda Latinoamérica comienzan a crecer los movimientos populares contra la rapiña de las multinacionales, los gobiernos corruptos, el neoliberalismo y la globalización.

Por su parte, Repsol, que ya opera en más de 20 países, sobre todo latinoamericanos, no sólo destruye bosque amazónico, sino que carga a sus espaldas un historial marcadamente antiecológico: en Bolivia ha sido denunciada por verter crudo directamente al río Putintiri y por incumplimiento del convenio en donde se obligaba a restaurar los suelos y a reforestar la superficie de tierra levantada para construir pozos, etc.

La estabilidad y la competitividad del mercado mundial exigen reducir los salarios y disminuir al máximo las medidas de protección social y ambiental, permiten que millones de personas carezcan de educación, vivienda, atención sanitaria, incrementan el paro y la marginación, destruyen miles de vidas y devastan la naturaleza. Esta es la racionalidad del actual sistema global. Los criterios de eficiencia económica conducen a una explotación irracional de los recursos naturales y son incompatibles con la equidad social y la justicia distributiva.

El caballo de Atila del crecimiento económico campando libre y a sus anchas por toda la superficie del globo, se alimenta de los recursos naturales que encuentra a su paso, bebe el sudor de los trabajadores, agosta la vida y, en su camino hacia ninguna parte, deja una estela imborrable: cambio climático, deforestación y pérdida de biodiversidad, desertización, erosión, agotamiento de los recursos no renovables, aumento de los residuos nucleares y tóxicos, contaminación de la atmósfera y de las aguas, incremento del consumo, cultura –o incultura- del usar y tirar, destrucción de los ecosistemas naturales y de las zonas rurales, expansión de la urbanización y de las infraestructuras para el transporte motorizado, pérdida de calidad en la alimentación, uso de agricultura química intensiva, liberalización de organismos genéticamente manipulados cuyas consecuencias son impredecibles, etc.

Los problemas del medio ambiente se encuentran directamente relacionados con los problemas de la desigualdad social. Pobreza y deterioro ambiental se hayan indisolublemente ligados. Se trata de una lógica y un modelo perversos ya que los pobres a corto plazo se ven obligados a destruir sus recursos naturales que son precisamente, los que a largo plazo necesitarían para subsistir. Y todo para satisfacer las demandas insaciables de consumo de los países ricos. Los problemas ecológicos y ambientales son el resultado de disfunciones de carácter social y político, están determinados por la forma de relación de los seres humanos, por los patrones de consumo que siguen y por el tipo de organización que adopta la sociedad para satisfacerlos, en suma, son el resultado del modelo económico establecido. El empobrecimiento progresivo del patrimonio natural del planeta y la limitada capacidad de recuperación de los ecosistemas, esto es, la crisis ecológica y la crisis ambiental son, pues, el resultado del actual modelo globalizador, un modelo de producción y de consumo injusto, depredador con los seres humanos y la naturaleza.

El desarrollo sustentable no consiste sólo en un menor consumo de recursos y una mayor eficiencia en los procesos productivos, sino también en el desarrollo social y cultural de los pueblos, de las comunidades y de las personas, en una mayor equidad en el reparto y distribución de la riqueza y en una verdadera participación democrática.

Menos de una quinta parte de la población mundial consume cerca del 80% de las reservas del planeta y produce el 75% de las emisiones contaminantes. Hay quien ha llegado a afirmar que a estas alturas del proceso evolutivo, lo que distingue al ser humano del animal es su capacidad para producir desechos. La Tierra es hoy un estercolero. Toda la extracción de recursos debe ser reducida y es obligatorio disminuir el consumo y minimizar el transporte -principal fuente de contaminación-, así como cortar de raíz los intercambios comerciales que dentro de la actual "racionalidad económica" permiten que EE.UU. importe millones de galletas danesas, mientras Dinamarca hace lo propio con galletas norteamericanas. Alguien ya se ha preguntado ¿No sería más eficaz intercambiar recetas?

 

ALTERNATIVAS A LA GLOBALIZACIÓN

Continuar por este camino conduce a una crisis que ni los seres humanos ni la naturaleza están en condiciones de pagar. Es necesaria una nueva ética, una nueva racionalidad económica para que los seres humanos, los recursos y la naturaleza dejen de ser considerados mercancías. La globalización no es ni mucho menos una nueva e inexorable necesidad histórica, sino la ya muy antigua y despiadada necesidad de beneficio de algunos y, a las puertas del siglo XXI, es hora ya de acabar con la reproducción de este sistema global de explotación.

El proyecto globalizador es el resultado de la imposición de los objetivos corporativos y sus consecuencias son la desigualdad, el autoritarismo, la discriminación, las guerras, el hambre, la contaminación y la explotación indiscriminadas de los recursos naturales. Los problemas ecológicos: la escasez de recursos naturales, el cambio climático, la biodiversidad y la capacidad de recuperación de los ecosistemas transcienden la acción del mercado.

El modelo actual está agotado desde el punto de vista económico, ambiental y social, pero nadie parece poner las bases para su transformación. Sin embargo, hoy hay en marcha nuevos movimientos contra la globalización y las políticas neoliberales, movimientos por la democracia y los derechos sociales, por la defensa de los derechos de los trabajadores, por la igualdad, la soberanía alimentaria, las culturas indígenas y campesinas, la defensa de la tierra, la defensa de un medio ambiente limpio, sano y saludable. De lo que se trata es de poner en cuestión este orden irracional, de desenmascarar los intereses de las corporaciones y los gobiernos que siguen una lógica basada en el beneficio a costa del medio ambiente y de las personas.

Lo más importante es ir construyendo poco a poco las bases para nuevas ideas, para una comprensión más profunda de lo que nos rodea, de lo que queremos, de cómo funciona el sistema que ahora padecemos y de qué sistema queremos. Buscar un nuevo modo de vivir que no esté centrado en la competencia y en la agresión, sino en el respeto entre los seres humanos y la naturaleza. Sustituir los valores actuales de la competitividad y el beneficio a toda costa, la instrumentalización de los seres humanos y la naturaleza para la producción, por la cooperación entre los pueblos y entre las personas.

Muchos dicen que no existen alternativas, pero existen alternativas tanto globales como parciales, otra cosa es que nuestros políticos y gobernantes no quieran tomarlas. Lo que está claro es que este sistema no nos vale, que lo que realmente no tiene alternativa es este sistema, puesto que no da ninguna alternativa a los problemas medioambientales y sociales que hoy existen, sino que los agrava.

Si este modelo no ha encontrado soluciones a la pobreza, al paro, al hambre, a las guerras, a las diferencias de clase o de género, a la conservación del medio ambiente, se debe a que bajo su ideología se esconde el criterio de explotación de los seres humanos y de la naturaleza. Para que este planeta siga en pie es necesario comprender esa gran maraña que es el ecosistema humano global actual y cambiar radicalmente sus bases actuales. El sistema capitalista global hay que entenderlo no como un simple sistema de propiedad, sino como un complejo sistema de producción y de consumo, un sistema de relación entre los seres humanos y las cosas, entre los seres humanos y la naturaleza, y entre los propios seres humanos. Debemos abrir los ojos y los oídos y expresar con nuestras propias voces que se pueden ver las cosas de otra forma, que nosotros y todos los pueblos del mundo tenemos derecho a decidir sobre nuestras propias vidas, sobre la tierra que pisamos y sobre el aire que respiramos.

En el terreno cultural la globalización ha logrado imponer como pensamiento único el valor del mercado, pero el mercado no cuenta entre sus intereses con la justicia distributiva. Los estados son actualmente los únicos actores que pueden hacer frente al poder desmedido de las grandes transnacionales, los únicos que puede reglamentar el comercio internacional y los únicos capaces de fijar y hacer cumplir las normas de carácter ambiental. Lo que se precisa no es el abandono o la sustitución del Estado por el Mercado, sino una democratización del Estado, retomar o tomar nuestro derecho a participar y decidir qué mundo queremos y qué modelo de organización económica y social perseguimos. Los bienes colectivos no pueden ser administrados por manos privadas que sólo buscan el beneficio a corto plazo. Una cosa está clara, la economía mundial debe volver al control democrático y para ello necesitamos nuevos sujetos sociales y nuevas potencialidades, aire y pensamientos frescos y un movimiento en el que quepamos todos. Se trata de una lucha cotidiana contra cualquier forma de explotación y dominación.

Verdaderamente la lucha contra un modelo social o un modelo económico parece ser una cuestión que se aleja de lo concreto, del aquí y del ahora, y parece ser un tema muy complicado, que roza lo abstracto e incluso lo imposible, parece una utopía. ¿Cómo y con qué enfrentarnos a esa inmensa maquinaria que mueve hoy el planeta? Por otro lado, tampoco existe un objeto concreto contra el que arremeter, aunque poco a poco vamos descubriendo sus distintas caras (el BM, el FMI, el Tratado de Maastricht, Novartis, Monsanto, el AMI...). Los métodos de las grandes transnacionales y de los organismos económicos y financieros mundiales poco a poco van convirtiéndose en los destinatarios de muchas de nuestras críticas. Luchar contra el poder de las multinacionales no es tarea fácil. Sin embargo, a partir de campañas ciudadanas y de boicots internacionales hemos podido comprobar cómo, en el pasado, muchas grandes empresas y compañías transnacionales se han visto obligadas a modificar sus actividades gracias a las presiones ecologistas y de otros sectores sociales. Los organismos económicos y financieros internacionales, por su parte, ya no pueden actuar y dictar normas y acuerdos impunemente y a la sombra. A partir de ahora, las negociaciones comerciales en la esfera de la OCDE, de la OMC o de otros foros económicos, y los proyectos antisociales o antiecológicos del FMI, del Banco Mundial, o de los bloques económicos regionales y subsistemas globales (Unión Europea) no podrán realizarse en secreto, muchas ONG’s les vigilamos.

Chusa Lamarca 

(miembro de Ecologistas en Acción y del Movimiento contra la
Europa de Maastricht y la globalización económica)


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