La economía de mercado, basada en el poder
del dinero, es una turbina de creación de paro y precariedad. Sin
embargo, la degradación de las condiciones de vida de millones de
personas parece tan inevitable como el hecho de que la primavera suceda
al invierno.
La precariedad y la exclusión no aparecen
como producidas por un hecho político, por el poder, sino por un
hecho natural, el mercado. La inestabilidad de la gente no tiene ningún
responsable, porque su origen está más allá de la
política.
La Economía como ciencia se configura como
un conjunto técnico instrumental cuyo manejo queda en manos de los
expertos. De esta manera, la discusión acerca de los fines de la
economía y, por tanto, de sus consecuencias, está resuelta
de antemano. El manejo de este complejo técnico instrumental ratifica
los intereses del capital y degrada, en aras de esos intereses, las condiciones
materiales y morales de existencia de una gran parte de la sociedad.
Este funcionamiento, que es un hecho político,
se presenta como derivado de una inevitable naturaleza de las cosas. Desde
esa apariencia, este orden de relaciones sociales queda sustraído
a la discusión y a la crítica.
Aunque el paro y la pobreza tienen su origen en
el mercado, paradójicamente, este aparece como la única manera
en que las personas pueden vivir en paz. Los individuos no son sociables
más que a través del dinero y del mercado. Cualquiera que
cuestione hoy la economía de mercado en base a sus consecuencias
de pobreza y marginación, está planteando el problema del
poder y por lo tanto está sentando las bases para la confrontación
civil. Dicho de otra manera, o se continúa obedeciendo y se
acepta la precarización como inevitable, o habrá desórdenes.
Lo público se divide en dos campos. Uno,
el de la administración de la economía que, como un hecho
técnico, corresponde, en la Europa del Euro, al Banco Central Europeo,
sin ninguna interferencia de las instituciones políticas. Otro,
el de la administración de la mecánica parlamentaria que
configura las normas sociales.
Esta aparente despolitización de la economía,
conlleva la imposición autoritaria de los intereses de unos sobre
otros, mientras que el parlamento mantiene la ficción de ser la
representación de la voluntad popular.
La actual integración en Europa consagra
esta estructura dual. Respetando la lógica económica es imposible
una acción política que reduzca este déficit democrático.
El mercado mundial no solo favorece a los ricos
sino a todos los individuos que se mueven persiguiendo sus deseos y que
tienen dinero para satisfacer dichos deseos.
Millones de asalariados estables han aprendido a
moderar sus deseos en la esfera de la producción capitalista, pero,
al mismo tiempo, han aprendido también a no ponerse límites
en la esfera del consumo. Desde dentro de esta lógica solo se puede
ser como productor o consumidor de mercancías. Sin salir de dicha
lógica, el proletariado solo puede crear la tumba del propio proletariado
como subjetividad antagonista, no del capitalismo.
El poder es algo funcional para dominantes y dominados.
El mercado no solo beneficia a la burguesía sino al sector de la
población que tiene rentas para acceder libremente a dicho mercado.
Para los marginados y los pobres, que no tienen acceso al consumo, esta
situación no se vive como una exclusión injusta y violenta
desde la que pedir cuentas a la lógica del poder, sino como una
anomalía que debe ser resuelta mediante la inclusión individual
en dicho mercado. De esta manera todos , incluidos y excluidos, estamos
dentro de la lógica de la economía.
Exclusión. Cárcel y Sociedad
La cárcel constituye el último eslabón
de un orden social inhumano. El mismo sistema que, en el Estado Español,
mantiene en la precariedad a ocho de cada diez jóvenes trabajadores/as,
les incita a consumir como única forma de pertenecer a la sociedad.
Esta política perpetrada desde el poder y consentida por todos,
es la mayor fábrica de criminalidad conocida.
Con el aumento del paro, la precariedad y la pobreza
han crecido las cárceles y sus habitantes. En 1980 había
en España 16.000 presos, hoy más de 50.000.
El desorden social crea las condiciones para que
muchos no tengan más opción que delinquir. Luego trata a
las víctimas como si fueran verdugos, les traslada todos sus miedos,
les vacía de humanidad, les trata como animales. A partir de aquí
es fácil demostrar que los delincuentes reaccionan como animales
y así redoblar la violencia sobre ellos.
LA VERDAD DEL SEÑOR ES SU SIERVO. La verdad
de nuestras sociedades opulentas está en el interior de las prisiones.
La cárcel no es una institución de prevención de actividades
asociales y de reinserción de los individuos desviados, sino el
resumen de unas relaciones sociales basadas en la persecución del
interés individual. Una pieza más del control que, desde
la cuna a la tumba, ejerce el poder sobre los pobres.
En el interior de las fortalezas donde se hacinan
los prisioneros de la Economía de Mercado se ejerce la violencia
impune del poder sobre las mentes y los cuerpos de las personas encarceladas.
Los traslados infrahumanos, la inactividad, el miedo,
las autolesiones, el suicidio como exponente de la desesperación.
La droga como factor del sometimiento y la destrucción de los individuos.
La violación sistemática y estructural de los derechos humanos.
La fría violencia de la maquinaria administrativa sobre seres indefensos.
Este es el mapa del interior de esos depósitos
del dolor de los desheredados. Esta cruel visión, activa en quienes
la perciben, la pasión por acabar con un orden tan violento. Y el
deseo de construir una vida en común, ordenada y segura para todos
y todas.
La cárcel es la impotencia para disponer
del tiempo y construir la propia vida con libertad. La imposibilidad de
traducir el tiempo en un proceso ético de seguridad y alegría
junto a los otros. En este sentido, la cárcel no sólo está
a un lado de los barrotes.
Podemos hablar de una cárcel de baja y una
cárcel de alta intensidad. En esta última se condensa todo
el horror de un mundo de individuos aislados que luchan entre sí
. En la primera habitamos todos. De la exclusión de la cárcel
no se sale mediante la inclusión en un orden social que solo te
permite ser si eres productor o consumidor de mercancías. Así
solamente se pasa de la cárcel intensa a la cárcel extensa
y siempre con la seguridad de que otro ocupará tu lugar tras los
muros.
La exclusión no es una carencia propia de
individuos incapaces o malvados. La exclusión el es síntoma
de un orden social basado en la competitividad. Para que la exclusión
tenga capacidad de interrogar al sistema acerca de su irracionalidad y
su violencia, debe politizarse, es decir, explicarse a sí misma
las causas, estructurales, políticas y sociales de su situación.
La exclusión como sufrimiento debe reconciliarse
con el pensamiento para reunir todos los elementos productivos para cambiar
la sociedad. La compasión por los presos y marginados no debe coexistir
pacíficamente con el orden social que produce marginación
ininterrumpidamente
La exclusión como potencia constituyente
El capitalismo global tiene cada vez más fuerza
para subsumir en su ciclo todas las energías sociales, vitales y
naturales. Aparta y subyuga todo lo que no es funcional para producir plusvalor.
Encierra a las mujeres en el domicilio familiar, envenena el agua, la tierra
y el aire, viola los mecanismos genéticos, e ignora los derechos
humanos. La fuerza del capital está en la furia del mecanismo de
abstracción que le constituye. Esa furia excluye cada vez más
cosas. Pero lo excluido vuelve a menudo de forma violenta y subterránea.
Por eso la supuesta autorregulación del mercado, requiere cada vez
de mecanismos de control social más coercitivos.
Lo excluido es la prueba de la lógica violenta
e injusta que rige las relaciones sociales. Cuando lo excluido se despolitiza,
es decir se ignora su génesis y los mecanismos de la exclusión,
las políticas paliativas retroalimentan al Capitalismo excluyente.
En el fondo, el problema no es remediar los efectos
del capitalismo y la relación salarial, sino eliminar el capitalismo
y la relación salarial como causa. Esta idea general no basta para
resolver los problemas de la intervención social cotidiana, pero
el sentido de dicha intervención es muy distinto según la
idea general que presida la acción política.
Alternativas a la Exclusión
La exclusión no es superable desde dentro
de la lógica económica. La pobreza juega un papel funcional
a la economía política.
El estado de necesidad de millones de personas crea
las condiciones para que libremente acepten trabajar en cualquier condición
y con cualquier salario. Esta flexibilidad es la que necesita el capitalismo
globalizado para ser competitivo.
Los comportamientos asociales de los pobres, que
sólo siguen los presupuestos teóricos de los ricos, estimulan
uno de nuestros sectores económicos más dinámicos:
la industria policial, militar, judicial y carcelaria, la socioburocracia
y las empresas de la compasión.
Desde dentro de la lógica del mercado solo
se genera más mercado aunque, coyunturalmente, se consiga vender
un poco más cara la propia mercancía, la Fuerza de Trabajo,
o se dé un poco de pomada a las llagas más sangrantes .
No es desde un trabajo cuyo único objetivo
sea crear plusvalor desde donde construir la pertenencia social. Tampoco
puede surgir una vida en común ordenada, si cada uno persigue sus
deseos ilimitados, despreocupándose de los demás y de los
límites de la naturaleza. El bienestar no puede ser individual ni
basarse en poseer muchas cosas.
La dimensión social de nuestra naturaleza
humana debe moderar los deseos individuales contando con los deseos de
los otros y con los límites del mundo.
La vida social no solo es producción, intercambio
y consumo. También es participación en las decisiones desde
lugares sociales, sentimientos, intersubjetividad, cultura.
La rebelión contra el absolutismo, la moderación
voluntaria de los deseos, el cultivo de lo cercano, lo autónomo,
la mirada hacia los demás y no solo hacia nuestro propio interior,
son elementos necesarios para interrumpir la lógica económica.
Criticar la lógica excluyente y autista del
capitalismo no solo como productores como vendedores de fuerza de trabajo,
sino también como consumidores y como ciudadanos libres.
Poner el acento, no solo en las consecuencias sociales
y medioambientales derivadas de la lógica económica sino,
sobre todo, en el hecho de que dicha lógica ordene la sociedad.
Tanto el capitalismo liberal como el capitalismo
regulado, asumen el hecho de la economía y del Mercado como una
institución natural. Esto es lo mismo que aceptar que el beneficio
privado es el móvil de las relaciones económicas y por extensión
de las relaciones sociales.
El Estado social no introduce el objetivo de la
eliminación de la pobreza, sino del socorro y la protección
de los pobres. No combate las causas de la desigualdad social y económica
de los individuos, sino las consecuencias de dicha desigualdad.
Aunque los liberales confían al mercado la
solución de la pobreza y los Keynesianos a la política, ambos
coinciden en aceptar al Mercado como el principio constitutivo de las relaciones
sociales.
La única salida a este círculo vicioso
es la búsqueda de un principio constituyente alternativo a la lógica
económica. Esto implica una crítica teórica y práctica
al mercado como principio de realidad y al Estado como su garante, mediante
el monopolio de la violencia.
Para que la lucha y la resistencia espontáneas
tengan capacidad de cambio, es necesario vincular esas dinámicas
a una voluntad constituyente. Eso exige una acción política
desde lo social, la crítica a la economía como base de las
relaciones sociales y la acumulación de fuerza práctica y
teórica que impida el despliegue del orden económico como
único orden posible.
Generar una dinámica de acontecimientos llenos
de relaciones productivas y sociales no regidas por el dinero. Cultivar
la subjetividad generada por estas formas sociales alternativas y confluir
los millones de riachuelos de resistencia y de vida en un cauce común
que abra los caminos del presente y del futuro.
Huir del desgarramiento y la automarginación,
del microcomunitarismo que coexiste pacíficamente con las fuerzas
que configuran las relaciones sociales. Atender lo urgente, pero también
lo importante. Fomentar la confluencia de lo diverso, cultivando la convergencia
y no la diferencia, unir todo lo que pueda ser unido como fuerza productiva
de una realidad nueva y posible. En suma, combinar la fuerza de la crítica
con la crítica de la fuerza.
CAES
Marzo 1999