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De la Sección : {Noticias del mail}

Homenaje al Alcalde Republicano de Vallecas fusilado por el Franquismo el 16 de mayo de 1941 Amos Acero y a las Víctimas Vallecanas de la Dictadura Franquista

Lunes 13 de mayo de 2024 NODO50

Jueves 16 de mayo de 2024 a las 19,30 h en el Parque Amós Acero.

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De la Sección : {Noticias Destacadas}

Entrevista a Ana Valdivia, investigadora en inteligencia artificial de la Universidad De Oxford

“Si el algoritmo es racista es porque se ha entrenado con datos racistas”

Por Elena de Sus

Domingo 12 de mayo de 2024 NODO50

Ana Valdivia (Barcelona, 1990) es profesora e investigadora en Inteligencia Artificial, Gobierno y Políticas en el Oxford Internet Institute de la Universidad de Oxford. Matemática e informática, ha estudiado la influencia en las sociedades de la recopilación masiva de datos o el uso de algoritmos en las fronteras. Actualmente su trabajo se centra en los impactos medioambientales y sociales de la inteligencia artificial. Colabora con organizaciones como AlgoRace, que analiza los usos de la IA desde una perspectiva antirracista, y escribe en el blog La paradoja de Jevons. Atiende a CTXT por videoconferencia.

Ya que es usted matemática e informática, me gustaría pedirle en primer lugar que nos explique qué es eso que llamamos inteligencia artificial y hasta dónde puede llegar, porque claro, tenemos a los señores de OpenAI hablando de “riesgos catastróficos para la humanidad”...

Pues a ver, ¿qué es la inteligencia artificial? A mí me gusta mucho la definición que está reflejada en la nueva Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea. Explica que es un conjunto de hardware y software en el que un algoritmo se programa con un objetivo y llega a alcanzar ese objetivo de la manera más eficiente, algorítmicamente hablando, con datos.

O sea, básicamente es un algoritmo que se programa en un ordenador, o en un servidor, y que alcanza un objetivo aprendiendo de los datos que le han sido dados. No es algo nuevo. El concepto de inteligencia artificial se acuñó en 1956 en Estados Unidos, lo que pasa es que en aquella época la capacidad computacional de los ordenadores no era la que tenemos ahora, ni las sociedades estaban tan “datificadas”: hoy en día se recogen muchos más datos que en 1956. Entonces, se ha producido una explosión de esta tecnología porque hay ordenadores más potentes y hay datos con los que entrenar esos algoritmos en esos ordenadores potentes.

En esta definición de la ley europea también se explica que hay diferentes técnicas en las que se puede basar un algoritmo de inteligencia artificial, que son el aprendizaje automático, el aprendizaje profundo, algoritmos basados en reglas predefinidas o métodos más estadísticos como la heurística. Son conceptos muy técnicos, pero creo que esa definición está muy bien.

¿Hasta dónde puede llegar esta tecnología? Pues eso depende de la sociedad y de las manos en las que caiga. Yo publiqué un escrito en 2020 en el que hablaba sobre los mitos de la inteligencia artificial. Predecía que en los siguientes años los avances de la inteligencia artificial iban a recaer en manos de empresas privadas porque son las que tienen la capacidad de pagar la infraestructura para entrenar algoritmos como ChatGPT. Y es lo que está pasando. Desde las universidades ya nos hemos quedado muy cortas porque no tenemos esa capacidad computacional.

La IA llegará hasta donde quieran estas empresas privadas y hasta donde la regulación les permita. Ahora se le están poniendo trabas a OpenAI con los datos, por el tema del copyright. Uno de los talones de Aquiles de la inteligencia artificial son los datos. Sin ellos no puedes entrenar algoritmos. ChatGPT se ha entrenado extrayendo todos los datos de internet, pero muchos tenían un copyright

Ha mencionado la gran cantidad de recursos que hacen falta para sacar adelante estos sistemas y creo que eso es lo que está estudiando ahora mismo. No sé si podría contar un poco de eso, de la parte más “física” de la IA.

Llevo muchos años investigando la inteligencia artificial y siempre he analizado la parte del código: cómo crear algoritmos que sean más transparentes o más justos, cómo mitigar los sesgos, etc.

En los últimos años me he ido dando cuenta de que la parte de la infraestructura, de la materialidad de la inteligencia artificial, estaba muy poco analizada. Y creo que es algo que se debe tener en cuenta en estos marcos de rendición de cuentas algorítmica. Cuando tú auditas un algoritmo, no solo tienes que auditar el código, también tienes que auditar qué empresa lo ha hecho, bajo qué software, cuánta agua se ha gastado, cuánto carbono se ha emitido, si ha tenido algún impacto en las comunidades locales... Es lo que estoy estudiando ahora, desde el origen: qué minerales se necesitan para crear las GPUs, que son los microchips con los que se entrenan algoritmos como ChatGPT porque tienen la capacidad de procesar algoritmos sofisticados de manera más rápida. Quién está fabricando GPUs a nivel mundial, que es Nvidia, con un 80% del mercado de GPUs. Casi toda la infraestructura de la inteligencia artificial recae en esta empresa. Luego, cuando esos microchips se envían a centros de datos, cuánta energía gastan, cuánta agua. Por último, el final del ciclo. Cada cinco años los centros de datos tienen que renovar su infraestructura, eso significa que cada cinco años las GPUs de un centro de datos se desechan; pues bueno, dónde se desechan, cómo se reciclan… Y qué impacto medioambiental y social está teniendo cada una de esas fases.

Estudio eso y también otra parte de la industria de la inteligencia artificial, que es quién está etiquetando los datos, quién está entrenando los algoritmos, etc. Siempre hace falta mucho trabajo humano.

¿Hasta qué punto el consumo de recursos de la IA es superior al que ya tenía la industria de las tecnologías de la información y comunicación? Porque los megacentros de datos ya existían…

Las GPUs, que son los chips que se utilizan para jugar a videojuegos y para la inteligencia artificial, consumen mucha más agua y mucha más electricidad porque son más sofisticados.

El primer móvil que tuvimos gastaba mucha menos electricidad que el móvil que tenemos ahora, porque ahora tenemos nuestra vida digital, claro. Se da la paradoja de Jevons. La tecnología cada vez es más eficiente pero cada vez hay más, cada vez necesitamos más centros de datos, tenemos cada vez más aparatos digitales, entonces sí, todo es más eficiente pero, al fin y al cabo, estamos consumiendo mucho más.

El hecho de que el control de la tecnología esté quedando en manos privadas, ¿qué consecuencias puede tener en su desarrollo?

En el campo de la inteligencia artificial siempre ha habido colaboraciones público-privadas de empresas tecnológicas con universidades. Por ejemplo, el primer chatbot que se codificó fue obra de IBM y la Universidad de Georgetown en Estados Unidos.

Pero últimamente está recayendo solo en manos privadas porque son los que tienen los datos y la capacidad computacional, lo vemos por ejemplo con Twitter. Twitter era una fuente muy rica de datos para las investigadoras académicas como yo, porque podías analizar ciertos comportamientos sociales en redes, pero esa información ya no está disponible.

Cuando Elon Musk decidió dejar de facilitarla, todos mis estudiantes entraron en pánico. Ahora tienes que pagar si quieres tener acceso a estos datos. Se han privatizado todas las fuentes de información, pertenecen a Microsoft, Amazon, o Google. Como ellos tienen la materia prima de los datos, ya nos queda muy poco que hacer a las universidades.

Luego está el tema de la capacidad de cómputo. En mi departamento, en Oxford, ahora empezamos a tener GPUs, pero son muy costosas.

Las universidades jugamos en un segundo nivel en cuanto a desarrollo tecnológico. Ahora estamos auditando lo que están haciendo las empresas privadas. Poniendo el ojo crítico o desarrollando cosas a partir de lo que ellos han desarrollado. ¿Cuántos papers científicos están ahora analizando el ChatGPT, sus sesgos y sus aplicaciones? Esta va a ser la tendencia en los próximos años.

Sobre el tema de los sesgos, he estado leyendo el informe Una introducción a la IA y la discriminación algorítmica para movimientos sociales, de AlgoRace, del que es una de las investigadoras principales. Muchas veces en redes, cuando alguien habla de los sesgos de la inteligencia artificial, aparece otro que responde que las personas, los funcionarios, también tienen sesgos. La conclusión a la que se llega en el informe, si no he entendido mal, es que la inteligencia artificial va a ser racista mientras el sistema en su conjunto sea racista, pero no sé si se puede mitigar esto de alguna manera.

Veíamos que en España todo el mundo decía que la inteligencia artificial es racista, y para mí esa narrativa es una manera de escurrir el bulto de las grandes tecnológicas y de las personas que están diseñando esa inteligencia artificial racista, porque la inteligencia artificial en sí es una herramienta. Es como un martillo. Lo puedes utilizar para clavar un cuadro en la pared y poner tu casa más bonita o para hacer daño a una persona. La inteligencia artificial la puedes utilizar para seguir reproduciendo violencias estructurales, por ejemplo, con un algoritmo que haga más difícil pedir ayudas públicas a comunidades históricamente marginalizadas, o puedes crear un algoritmo que te analice movimientos financieros dentro de los partidos políticos e identifique quién está haciendo movimientos corruptos.

En España aún no tenemos un algoritmo que detecte ese tipo de corrupción, pero tenemos el algoritmo Bosco que dice si tienes derecho al bono social para la factura de la luz o no. La fundación Civio ha querido auditarlo, pero no nos han permitido acceder al código.

Me ha sorprendido saber que se están utilizando ya muchos algoritmos de este tipo en España, no lo sabía.

Sí, sí, se utilizan mucho. Está el Bosco; está Viogen, que es el de la violencia de género; hay otro de violencia de género en el País Vasco, yo misma lo estuve auditando con un juez y con una experta en temas legales y de tecnología. Una cosa que me resulta interesante es que la mayoría de veces la justificación para implementar un algoritmo en la vida pública es la falta de recursos. Por ejemplo, en el caso del algoritmo de violencia de género en el País Vasco, la justificación fue que la Ertzaintza no tenía suficientes expertos en violencia de género.

Entonces dijeron, bueno, como tenemos falta de recursos humanos, lo que vamos a hacer es poner un algoritmo que prediga el riesgo de violencia de género que tiene cualquier persona que venga a nuestra comisaría a reportar que está sufriendo esta violencia.

Una de las cosas que decimos Javi [Javier Sánchez Monedero, el otro investigador principal del informe] y yo es: no, primero mejora la infraestructura, pon los recursos necesarios en ese sitio. Una vez la Ertzaintza tenga los recursos para evaluar de una manera humana esos casos de violencia, entonces sí, pon el algoritmo como una herramienta extra, pero un algoritmo que esté bien diseñado, porque este algoritmo está muy mal diseñado, funciona muy, muy mal. Y está hoy en día asesorando casos de violencia de género en el País Vasco.

La inteligencia artificial no es una solución a ningún problema estructural. Se tendría que poner como una herramienta de ayuda ante un sistema público bien financiado y con trabajadores en buenas condiciones.

También puede ser una forma de escurrir el bulto, supongo, porque lo que haga la máquina no es culpa de nadie…

A mis alumnos en la Universidad de Oxford siempre les desmitifico la idea del black box, de la caja negra, siempre les digo que los algoritmos no son una caja negra, que muchas veces las cajas negras son las instituciones, porque cuando yo, como informática y matemática, tengo acceso al código de un algoritmo, puedo preguntarle al algoritmo cómo está tomando las decisiones, lo puedo auditar. El problema es que muchas veces las administraciones o las instituciones no te dan permiso.

Pero es posible interrogar a los algoritmos igual que a las personas, incluso el algoritmo es un poquito más transparente porque no te puede mentir. Tú lo estás viendo, son fórmulas matemáticas, en cambio una persona sí que te puede mentir sobre cómo ha tomado una decisión.

Así que los procesos algorítmicos siempre son más transparentes que los humanos. Incluso esa transparencia permite detectar cuándo una institución tiene sesgos racistas.

Esto lo hemos visto en el Reino Unido, cuando el Ministerio de Interior decidió implantar un algoritmo para analizar las solicitudes de visados para entrar al país. Lo tuvieron que cancelar porque casi todas las personas de África recibían una puntuación muy alta, que indicaba que su caso debía examinarse en profundidad, lo que alargaba el proceso.

Entonces decidieron cancelarlo porque efectivamente la ley en el Reino Unido exige un trato igualitario sin tener en cuenta tu nacionalidad, tu género, tu orientación sexual, etc. Y se estaba vulnerando esa ley porque el algoritmo valoraba en función de la nacionalidad.

Vale, se canceló y todo bien, pero yo digo que tendríamos que ir más allá, porque el algoritmo estaba mostrando que históricamente las solicitudes que venían de África recibían un mayor escrutinio, que los humanos las estaban tramitando así. Los algoritmos pueden revelar patrones racistas o sexistas de nuestras instituciones. Si el algoritmo es racista es porque se ha entrenado con datos racistas, porque los humanos que han producido esos datos tenían comportamientos racistas.

Me ha llamado la atención el ejemplo que ha puesto antes de un algoritmo para investigar la corrupción. ¿Cree que los sectores progresistas deberían utilizar más estas herramientas o explorar un poco ese tema?

Pues sí, estaría muy bien que se crearan ese tipo de escrutinios algorítmicos. Sería importante ver quién los diseña, claro, pero un algoritmo te puede mostrar muchísimas cosas porque básicamente analiza patrones en los datos. Así que estaría muy bien que grupos progresistas de nuestro país abogaran por el uso de algoritmos. Vemos cómo estas tecnologías sirven a los poderosos, en vez de utilizarse como una herramienta del pueblo.

Por último, ¿cómo valora la reciente Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea?

Tiene cosas buenas y malas. Es bueno que se regule esta tecnología. No sé hasta qué punto teníamos ya regulaciones que podían servir. Por ejemplo, la Ley de Protección de Datos. No sé si era necesaria una regulación específica o habría que fortalecer más las que ya teníamos, pero bueno, aun así está bien que se regule.

Por otro lado, vemos muchos vacíos. Por ejemplo, el artículo 83 de ese reglamento dice que todas las bases de datos destinadas a contexto migratorio de la Unión Europea están exentas de la regulación. O sea, que hecha la ley, hecha la trampa también. La Unión Europea se lava las manos y dice que se considerará de riesgo alto toda inteligencia artificial implementada en el contexto migratorio, pero que las suyas propias están exentas. Hay también otros temas como el del reconocimiento facial en vivo, que parecía que se iba a prohibir totalmente, pero al final la policía va a poder utilizarlo. En temas de seguridad también la legislación es muy laxa. Entonces, bueno, está bien, pero está mal. Y también, recordando lo que hemos hablado del impacto medioambiental, este reglamento dice que la inteligencia artificial se utilizará de una manera sostenible, pero no dice cómo de sostenible ni qué significa sostenible ni qué directrices existen.

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De la Sección : {Noticias Destacadas}

Cuando los trabajadores holandeses se opusieron al genocidio nazi

Por Alex de Jong

Domingo 5 de mayo de 2024 NODO50

El 25 de febrero de 1941 los trabajadores holandeses se declararon en huelga en solidaridad con los judíos perseguidos por los nazis. El recientemente fallecido Maurice Ferares, uno de los organizadores de esta huelga, tuvo una vida de activismo que lo vincula con algunas de las grandes luchas políticas del siglo pasado.

Entrada de las tropas alemanas en Ámsterdam en 1940. (ullstein bild via Getty Images)

El socialista judío holandés Maurice Ferares, que llegó a cumplir 100 años en enero de 2022 y luego falleció en diciembre de ese mismo año, fue uno de los últimos supervivientes de la famosa huelga de Ámsterdam en febrero de 1941, contra la persecución nazi a los judíos. La historia de su vida nos conecta con todo un mundo de lucha política en el movimiento obrero europeo del siglo pasado, desde la lucha contra el nazismo hasta la solidaridad con las revoluciones anticoloniales del Sur Global.

Ferares nació en el seno de una familia judía pobre en el periodo de entreguerras. Su padre era zapatero y su taller ocupaba parte de la pequeña casa familiar. Ferares compartió habitación con sus padres hasta los dieciocho años. Querían que el joven se convirtiera en músico profesional, con la esperanza de que le ofreciera una vía de escape de la pobreza. Cuando sus amigos jugaban al fútbol o veían películas, Ferares tenía que practicar con el violín.

Su padre también le obligó a asistir a una escuela religiosa judía, lo que le permitía relacionarse con los miembros más ricos de la comunidad judía. Su padre esperaba que esto le permitiera continuar sus estudios, y Ferares acabó recibiendo una beca de una asociación judía.

A los dieciséis años se presentó al examen del conservatorio y a partir de ese momento sus padres pensaron en una carrera de éxito para él. Sin embargo, en mayo de 1940, la Alemania nazi invadió los Países Bajos y su vida tomó otro rumbo.

Se une a la resistencia

Ferares había crecido entre socialistas y comunistas y había oído hablar del nazismo a refugiados alemanes. «Tras el exilio de Trotsky y los juicios de Moscú, mi padre no sentía ninguna simpatía por el movimiento de Stalin», recuerda. Aun así, cada semana su padre donaba unos céntimos al «Tío Guus», un comunista alemán que hacía sus rondas para recaudar dinero para el Socorro Rojo Internacional, una organización que ayudaba a las víctimas de la persecución política. Un día, el tío Guus dejó de venir: la policía holandesa lo había deportado a la Alemania nazi.

Pocos meses después del comienzo de la ocupación, Ferares recibió el encargo de dar clases de violín a un amigo de un amigo de la escuela de música, el artista Cor Winkel, que pintaría su retrato como parte de pago. Winkel era miembro del clandestino Partido Comunista de los Países Bajos (PCN), que había empezado a publicar panfletos ilegales y a agitar entre los trabajadores holandeses.

En las primeras fases de la guerra, con el pacto Hitler-Stalin todavía en vigor, la dirección del PCN insistía en que la guerra era entre dos bandos imperialistas y que la clase obrera debía permanecer «estrictamente neutral». Sin embargo, la experiencia de la ocupación hizo que la oposición a los nazis se convirtiera en la práctica en la cuestión central para muchos comunistas.

Después de haber demostrado su fiabilidad realizando algunos pequeños trabajos para el partido, el PCN invitó a Ferares a afiliarse. No necesitó mucho convencimiento. Los nazis ya habían introducido las primeras medidas antisemitas, como la prohibición de participar en todos los actos públicos para los judíos. Entre los miembros de su célula del partido estaban Cor Winkel, así como el amigo que le había presentado a Winkel, un peluquero, y una joven enfermera llamada Tinie.

A diferencia de los demás, Tinie no sobrevivió a la guerra. Ferares no sabía mucho de ella, ni sus razones para unirse al partido, ni siquiera si Tinie era su verdadero nombre: «No hizo esas preguntas a sus camaradas de la clandestinidad». Una tarde, Tinie fue sorprendida pegando carteles del PCN con otro camarada llamado Joop. Dos policías detuvieron a Joop, pero en un principio dejaron marchar a Tinie.

Decidió que no podía abandonar a su camarada y arrojó la lata llena de pegamento a los policías. Estos se sobresaltaron, quizá pensando que Tinie había lanzado una granada, y Joop pudo escapar. Por desgracia, Tinie tropezó mientras huía y fue capturada. Como recuerda Ferares: «Rápidamente supimos dónde estaba encarcelada y que la maltrataban terriblemente. Nunca dijo nada sobre nuestras actividades y no reveló nuestros nombres ni nuestras identidades». Los nazis la ejecutaron en prisión.

Los ocupantes habían puesto a Holanda bajo el control directo de un gobernador, en lugar de gobernar a través de un régimen colaboracionista como la Francia de Vichy. La combinación de un gobierno directo, una burocracia estatal eficiente y unas fuerzas de seguridad holandesas que, en su mayor parte, cumplían lealmente las órdenes de sus nuevos amos, convirtió a Holanda en un lugar extremadamente peligroso para los judíos. Sólo una cuarta parte de los judíos holandeses sobreviviría a la guerra, una proporción mucho menor que en Bélgica o Francia.

El paisaje llano, desprovisto de bosques y densamente poblado tampoco ofrecía muchas oportunidades para refugiarse o combatir en guerrillas. Sin embargo, la gente siguió participando en diversas formas de resistencia. En algún momento de la ocupación, más de trescientas mil personas se escondieron de los nazis, incluidos judíos, activistas políticos y personas que evitaban los trabajos forzados en Alemania. Estos onderduikers (escondidos) necesitaban refugio, comida, cartillas de racionamiento y otros tipos de ayuda.

Como dice Ferares:

Sobre todo al principio, las posibilidades de resistencia armada eran muy limitadas. La difusión de información a través de panfletos y revistas ilegales y el llamamiento a la resistencia pasiva y al fortalecimiento de la moral frente a la continua intimidación alemana fueron las principales formas de resistencia, además de la ayuda a los escondidos y a las familias de las víctimas.

Además de distribuir panfletos ilegales, Ferares robaba cartillas de racionamiento para que los escondidos pudieran obtener alimentos y ayudaba a falsificar documentos oficiales, convirtiéndose en sus propias palabras en «un hábil ladrón y estafador».

La huelga de Ámsterdam

Las actividades clandestinas del PCN desempeñaron un papel clave en la huelga del 25 y 26 de febrero de 1941. Los nazis holandeses se estaban volviendo cada vez más violentos bajo la protección alemana, marchando por barrios judíos y bastiones izquierdistas. Atacaban a los judíos en las calles, los arrojaban del transporte público o entraban en sus casas y les robaban sus pertenencias. La tensión era especialmente alta en Ámsterdam, ciudad con una gran comunidad judía.

En su historia de los judíos holandeses bajo la ocupación, Ondergang, Jacques Presser identificó dos acontecimientos importantes. En primer lugar, los judíos empezaron a organizarse para defenderse en grupos de combate. En su mayoría procedían de entornos humildes, «pequeños comerciantes, vendedores ambulantes, trabajadores». En segundo lugar, recibieron el apoyo de «holandeses no judíos con un trasfondo social similar». La gente recurrió a las conexiones sociales existentes, como los miembros del club de boxeo judío Maccabi.

Estos grupos de autodefensa respondieron a los intentos de intimidación violenta con resistencia, golpeando a los nazis y, en ocasiones, arrojándolos a los canales de Ámsterdam. El 11 de febrero de 1941 se produjo un enfrentamiento especialmente violento en el que murió un nazi holandés. Las fuerzas de ocupación tomaron represalias deteniendo a decenas de ciudadanos judíos y agrediendo indiscriminadamente a personas que se creía que eran judías.

Varios grupos sugirieron que los trabajadores hicieran huelga en solidaridad con los judíos. El clandestino Marx-Lenin-Luxemburg-Front, continuación del Partido Obrero Socialista Revolucionario de Henk Sneevliet, difundió un panfleto en el que celebraba la resistencia a la violencia antisemita y llamaba a la huelga. La dirección del PCN también llegó a la conclusión de que las condiciones estaban maduras para la acción. Aproximadamente mil doscientos de los dos mil miembros clandestinos del partido vivían en Ámsterdam.

El 25 de febrero, activistas comunistas se dirigieron a una reunión de trabajadores municipales, y el ambiente combativo convenció a los miembros locales del partido de que había llegado el momento. Esa noche, el partido publicó un folleto con un titular que se convertiría en un icono: «¡Huelga! ¡Huelga! Huelga!»

Los propios comunistas se sorprendieron por la rápida respuesta a su llamamiento, ya que la protesta se extendió por toda la ciudad. Cuando la policía local intentó dispersar a la multitud, la gente respondió lanzando piedras. Ferares y sus compañeros se unieron a grupos que obligaron a parar a los tranvías y volcaron los vagones para bloquear las líneas.

Las autoridades movilizaron fuerzas alemanas para aplastar la huelga. Abrieron fuego contra la multitud y lanzaron granadas de mano, matando al menos a trece personas en la noche del 26 de febrero e hiriendo a docenas más. La represión acabó con la huelga y se reanudó la caza de comunistas y otros activistas de izquierda.

La continuación de sus estudios musicales no era una prioridad para Ferares en aquel momento y, en cualquier caso, los nazis excluyeron a todos los estudiantes judíos en los primeros meses de 1942. Ante el recrudecimiento de la persecución de los judíos, Ferares decidió que debía esconderse. Ese mismo día, el 15 de julio de 1942, se produjo la primera deportación de 1.137 judíos de los Países Bajos a las cámaras de gas de Auschwitz.

Sólo después de la liberación descubrió Ferares que durante la guerra los nazis habían asesinado a toda su familia. Cada día comprobaba las listas de aquellos cuya muerte había sido confirmada, hasta que finalmente encontró allí los nombres de sus parientes.

Restaurar el Imperio

Según sus propias palabras, Ferares fue un «estalinista hasta la médula» durante la guerra. Siguió la línea del partido, defendiendo el pacto Hitler-Stalin y la posterior disolución de la Internacional Comunista por Stalin en 1943 como astutos trucos en la guerra de clases.

Sabía que había otros radicales de izquierdas que adoptaban posturas diferentes. Un miembro del Comité Trotskista de Marxistas Revolucionarios, continuación del Frente Marx-Lenin-Luxemburg, le había proporcionado documentos falsos. Según Ferares, apreciaba la solidaridad, pero seguía viendo la represión de los trotskistas y otros disidentes en la Unión Soviética como una trágica necesidad.

Entre los miembros del PCN existía la sensación generalizada, recordó, de que podría producirse un estallido revolucionario en Europa después de la II Guerra Mundial, como había ocurrido tras el conflicto de 1914-18. Pero no dedicaron mucho tiempo a reflexionar sobre estas cuestiones:

Sólo teníamos vagas ideas de cómo debía ser el gobierno de posguerra, y tampoco sabíamos cómo podían tomar el poder los trabajadores. No nos detuvimos a pensar en ello. En primer lugar, había que derrotar a los fascistas.

Pero las publicaciones del partido parecían más interesadas en mantener una alianza con lo que llamaban la «burguesía democrática» que en propagar la revolución anticapitalista. Ferares se preocupó aún más cuando Stalin retrasó el avance del Ejército Rojo en las afueras de Varsovia en julio de 1944, permitiendo a los nazis aplastar el levantamiento de la ciudad: «¿No fue esto una traición a los campesinos y obreros polacos?».

Tras la rendición alemana en mayo de 1945, hubo una buena voluntad sin precedentes hacia el PCN debido a la valentía mostrada por muchos de sus miembros durante la ocupación. La dirección del partido esperaba que ahora pudiera desempeñar un papel más destacado en la política parlamentaria holandesa. Pero preservar el frente popular en tiempos de guerra exigía a los comunistas sacrificar puntos centrales de su programa para no repeler a sus aliados liberales.

En el caso holandés, una cuestión central era la del imperialismo. El 17 de agosto de 1945, los líderes indonesios Mohammad Hatta y Sukarno declararon una República de Indonesia independiente tras siglos de dominio colonial. Pero el gobierno holandés entró en guerra para mantener el control del archipiélago y no reconoció la independencia indonesia hasta finales de 1949.

Las tropas holandesas quemaron pueblos, torturaron y ejecutaron prisioneros, y llevaron a cabo masacres de civiles. Esta guerra colonial mató a más de cien mil indonesios, según las estimaciones más conservadoras, y muchos más murieron de hambre y enfermedades.

Los socialdemócratas del Partido Laborista Holandés (PvdA) formaron parte de la coalición gubernamental durante toda la guerra, a pesar de haberse comprometido en 1946 a no apoyar nunca la guerra colonial. El líder del PvdA, Willem Drees, fue Primer Ministro después de agosto de 1948. La dirección del partido sofocó los intentos de organizar la resistencia a la guerra entre sus miembros, y miles de ellos abandonaron el partido.

Por su parte, aunque el Partido Comunista se oponía a las operaciones militares holandesas en Indonesia, se abstuvo de reclamar la independencia, preocupándose en cambio por los «desastrosos» acontecimientos que podrían llevar a una «pérdida total de Indonesia». El partido pedía una mancomunidad entre Indonesia y Holanda en lugar de la separación. El periódico del partido incluso publicó anuncios de reclutamiento para las fuerzas holandesas en Indonesia.

Ferares criticó este retroceso de las posiciones anticoloniales tradicionales en una reunión de activistas del partido en Ámsterdam. En respuesta, el líder del PCN, Paul De Groot, le tachó de fascista, a pesar de sus cinco años de peligroso trabajo clandestino. Esto le llevó a abandonar el partido.

Redes de solidaridad

Poco después, Ferares se unió al Partido Comunista Revolucionario (PCR), un grupo trotskista que se desarrolló a partir del Comité de Marxistas Revolucionarios. El PCR era una organización pequeña, con un par de cientos de miembros como máximo, pero fue el único partido que apoyó incondicionalmente la independencia de Indonesia.

Una encuesta realizada en julio de 1946 reveló que más del 40% de la población se oponía al envío de tropas a Indonesia. Al mes siguiente estallaron grandes protestas en Ámsterdam, y la policía respondió con violencia, matando a un manifestante. En septiembre de ese año, miles de trabajadores se unieron a una huelga espontánea contra el envío de soldados.

El PCR esperaba atraer a socialdemócratas y comunistas decepcionados, pero era demasiado pequeño para parecer una alternativa realista. Ferares se presentó sin éxito como candidato a las elecciones, pero el PCR nunca estuvo cerca de ganar ningún escaño. Tuvo más éxito como sindicalista, llegando a ser secretario del sindicato holandés de músicos en 1956.

Una de sus primeras tareas como secretario le resultó muy dolorosa. Músicos de Hollywood en huelga se pusieron en contacto con el sindicato para pedir a sus colegas holandeses que boicotearan una película que se estaba rodando en Ámsterdam: El diario de Ana Frank. En palabras de Ferares: «Ningún músico holandés participó en su realización. Pero puedes entender lo difícil que fue para mí».

A finales de los años 50, Ferrares acogió en su casa al líder trotskista griego Michel Raptis —más conocido como Michel Pablo— y a su esposa Hélène. Raptis había ayudado a organizar una red de apoyo al Frente Argelino de Liberación Nacional (FLN) cuando los principales partidos de izquierda franceses se oponían a la independencia de Argelia. La red ayudó a recaudar fondos y a distribuir en Francia la publicación clandestina del FLN.

Sus miembros también se dedicaban al contrabando de documentos, dinero y, en ocasiones, armas. Pablo organizó viajes a Marruecos de activistas de izquierdas con conocimientos en la materia, donde fabricaron armas para el FLN en fábricas secretas. Ferares dijo que algunos de sus camaradas holandeses estaban implicados, aunque describió su propia contribución a este esfuerzo como «nada más que trabajo de oficina».

Un jugador en la orquesta

Ferares se mantuvo activo en el trabajo de solidaridad durante los años siguientes, organizando el apoyo a las luchas anticoloniales en países como Angola, Mozambique y Guinea-Bissau. Fue secretario de su sindicato hasta los setenta años, y siguió dirigiendo su publicación después de dejar el cargo. En 1991 publicó unas memorias de sus años de guerra tituladas A Violin Player in the Resistance (Un violinista en la resistencia), y también escribió novelas y poesía, a menudo inspiradas en los acontecimientos de su propia vida, así como otro libro de no ficción, un estudio crítico de la izquierda holandesa y la lucha por la independencia de Indonesia.

Un informe de la inteligencia holandesa de 1976 describía a Ferares como alguien que no había podido encontrar mucho apoyo para sus ideas trotskistas, pero cuya continua actividad «le permite desempeñar su propio papel en la orquesta de la izquierda radical holandesa». La lucha contra el colonialismo y todos sus legados siguió siendo central en su compromiso político. Se pronunció a favor de la autodeterminación palestina, reclamando un Estado único y democrático con igualdad de derechos para todos, denunciando a Israel como régimen de apartheid.

Hasta el final de su vida siguió activo como miembro del Komite Utang Kehormatan Belanda (Comité Holandés de la Deuda de Honor), una organización que luchó con cierto éxito por el reconocimiento legal y la compensación de los crímenes del colonialismo holandés en Indonesia.

Al recordar su vida, Ferares afirma que «nunca me arrepentí de mis actividades en el pasado, pero sí lamento a veces cómo los camaradas luchaban entre sí: el comportamiento sectario, los insultos que acompañaban a los conflictos». Fueron sus años de guerra los que le dejaron «profundamente marcado… mis actividades políticas no pueden separarse de eso». Y siempre recordaba a las víctimas del nazismo: «Pude salvar mi pellejo y cada día que sigo vivo le robo un día a Hitler».

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De la Sección : {Noticias Destacadas}

Investigaciones sobre genocidios: hablan sus autores

Lo que Ruanda nos enseña sobre el genocidio

Por Nisha Gaind

Domingo 28 de abril de 2024 NODO50

[Se cumplen 30 años del comienzo del genocidio de 1994 en Ruanda, en el que miembros de la etnia hutu asesinaron a unas 800.000 personas de comunidades tutsis. El suceso es hoy uno de los más investigados. Estos estudios son difíciles porque, entre otras razones, el genocidio casi acabó con la comunidad académica de Ruanda. Pero los esfuerzos, especialmente de los investigadores locales, están ayudando a informar sobre las respuestas a otras crisis violentas y los enfoques para la curación a largo plazo. Nature se reunió con estos investigadores.]

Una fotografía de 1994 muestra el altar de la iglesia de Ntarama, donde más de 5.000 personas fueron asesinadas durante el genocidio contra los tutsis. Crédito: Lane Montgomery/Getty
Una fotografía de 1994 muestra el altar de la iglesia de Ntarama, donde más de 5.000 personas fueron asesinadas durante el genocidio contra los tutsis. Crédito: Lane Montgomery/Getty.

Kigali, Ruanda

La iglesia de Ntarama, a 45 minutos en coche al sur de la capital ruandesa, Kigali, es un edificio de ladrillo rojo de unos 20 metros de largo por 5 de ancho. En su interior se encuentran elementos propios de las iglesias católicas de todo el mundo: bancos para los fieles, un altar, vidrieras y una cruz que adorna la entrada. Luego están las cicatrices de lo inimaginable: montones de ropa manchada de sangre colgada a lo largo de las paredes y vitrinas con más de 260 cráneos humanos, muchos fracturados o destrozados, algunos con armas oxidadas que aún los penetran. Al lado, palos de madera y garrotes toscamente tallados se apoyan en el altar.

Ntarama es el lugar de una de las muchas masacres ocurridas durante el genocidio de 1994 contra los tutsis en Ruanda, una de las peores atrocidades de finales del siglo XX. A partir del 7 de abril de ese año, en 100 días de espeluznante violencia, miembros de la etnia hutu asesinaron sistemáticamente a unos 800.000 tutsis -o más de un millón, según el gobierno ruandés y otras fuentes-. Entre los asesinos había desde milicias hasta ciudadanos de a pie, y los vecinos se enfrentaban a sus vecinos. También fueron asesinados muchos hutus moderados y algunos miembros de la minoría twa.

Más de 5.000 tutsis fueron asesinados en Ntarama, entre ellos bebés, niños y mujeres embarazadas, muchos de los cuales fueron violados antes de ser asesinados, afirma Evode Ngombwa, responsable del lugar en el Memorial del Genocidio de Ntarama, uno de los seis lugares de Ruanda que conmemoran la atrocidad. "La gente utilizaba dinero para sobornar a los perpetradores y así poder elegir la forma de ser eliminados. En lugar de matarlos a machetazos, podían elegir que les dispararan", dice Ngombwa mientras me acompaña por la iglesia. Aunque cada año se encuentran más restos, en la actualidad hay unas 6.000 personas enterradas en fosas comunes.

Este mes, Ruanda y el mundo comienzan las conmemoraciones para marcar los 30 años desde el comienzo de esta monstruosidad. El genocidio es actualmente uno de los más estudiados. Investigadores de ciencias sociales y políticas, especialistas en salud mental, genetistas y neurocientíficos han estudiado el acontecimiento y sus consecuencias de una forma que no había sido posible en anteriores actos de barbarie.

Este trabajo es especialmente importante ahora a la luz de las violentas crisis que se viven en varias partes del mundo, como en Ucrania, Israel y Gaza , Sudán y la República Democrática del Congo. Aunque se debate si estos conflictos se ajustan a la definición de genocidio, algunos comparten características similares. Las investigaciones realizadas sobre atrocidades como el genocidio de Ruanda pueden ayudar a fundamentar las respuestas y los enfoques a largo plazo para la recuperación.

A pesar de las dificultades de estos estudios, los investigadores afirman que están trabajando para desarrollar una teoría del genocidio y de las condiciones que estimulan la violencia masiva. Están proporcionando orientación a los primeros intervinientes, así como a quienes participan en la consolidación de la paz y apoyan a los supervivientes de otros asesinatos masivos sistemáticos y de la guerra. Algunos de sus enfoques se han utilizado en otros conflictos. Y la investigación sobre Ruanda está ofreciendo lecciones sobre cómo los académicos pueden mejorar los estudios de acontecimientos similares.

"Los estudios sobre genocidios son importantes", afirma Phil Clark, investigador de política internacional del SOAS, perteneciente a la Universidad de Londres, que lleva más de dos décadas estudiando Ruanda. "Si podemos empezar a entender por qué y cómo ocurren los genocidios, y sobre todo si podemos comparar genocidios en todo el mundo, lo ideal sería que pudiéramos construir una teoría general de cómo estos terribles sucesos son siquiera posibles".

Una de las lecciones que se desprenden de Ruanda es la importancia de implicar -y apoyar- a los investigadores locales, cuyo trabajo, conocimientos lingüísticos y acceso a comunidades traumatizadas pueden ser esenciales para comprender las raíces de la violencia y las mejores técnicas de reconciliación. Esto puede resultar difícil, en el caso de Ruanda porque el genocidio acabó con casi toda su comunidad académica. Ahora, a través de programas destinados a dar voz a los académicos locales, su trabajo está llegando por fin a un público más amplio.

Patrones de violencia

Antes de 1994, el campo de los estudios sobre genocidios estaba dominado por el Holocausto, el asesinato sistemático de 6 millones de judíos por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. "Sólo en los últimos 20 años se ha hablado de otros genocidios", afirma Clark. Pero la investigación sobre Ruanda no comenzó inmediatamente. "No fue hasta unos 10-15 años después del genocidio cuando los estudiosos empezaron a preguntarse realmente qué llevó a cientos de miles de civiles a participar en actos de violencia masiva".

Los estudiosos dicen que es importante no olvidar el fuerte vínculo del genocidio con el colonialismo en Ruanda. A principios del siglo XX, los colonizadores belgas empezaron a dividir formalmente a los ruandeses en clases sociales: Hutu, Tutsi y Twa. Las designaciones se basaban a menudo en ideas pseudocientíficas, como la frenología y observaciones arbitrarias, como el número de cabezas de ganado que poseía una persona. Las tensiones étnicas entre hutus y tutsis se intensificaron a lo largo de las décadas y se produjeron varias masacres de tutsis en el periodo previo a 1994. Esto preparó el terreno para el genocidio, un término jurídico que se define por la comisión de ciertos crímenes con la intención de destruir a un grupo concreto, y que está codificado por la Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio de 1948.

Cada genocidio es único, afirma Timothy Longman, politólogo de la Universidad de Boston (Massachusetts), que viajó por primera vez a Ruanda en 1992 y regresó en 1995 como investigador de Human Rights Watch, organización no gubernamental internacional que fue una de las primeras en investigar el suceso. "Pero también hay algunos patrones comunes", afirma. Los investigadores pueden aprender mucho del estudio de casos como Ruanda, el Holocausto y otros genocidios, afirma. "Ayuda a prevenir que la violencia se produzca en otros lugares".

Una de las principales aportaciones científicas de los estudios realizados hasta la fecha son los conocimientos de los investigadores en salud mental, muchos de los cuales estuvieron sobre el terreno inmediatamente después. A lo largo de las tres últimas décadas, han documentado el trauma inicial de todo un país y la lenta recuperación de los supervivientes y sus hijos, muchos de los cuales son propensos a sufrir nuevos traumas. Con pocos recursos disponibles, Ruanda tuvo que desarrollar sus servicios de salud mental y ha adquirido una experiencia única en la respuesta a las secuelas de la mostruosa violencia.

Consecuencias complejas. La encuesta más comprehensiva de salud mental de la población de Ruanda, llevada a cabo en 2018, muestra que los supervivientes del genocidio muestran altas tasas de trauma, depresión y pánico, y con frecuencia se ven afectados por más de un problema de salud mental.Fuente: Y. Kayiteshonga et al. Rwanda Mental Health Survey 2018 (Govt of Rwanda, 2021).

En el Centro Biomédico de Ruanda (CBR), en Kigali, la principal organización sanitaria del país, Jean Damascène Iyamuremye recuerda su experiencia de 1994. "Fui testigo de todo lo que ocurrió". Iyamuremye era un joven de 28 años que se estaba formando para ser auxiliar médico, pero el genocidio le impulsó a especializarse en salud mental. Formó parte del primer personal médico que prestó apoyo a los supervivientes. "Éramos como bomberos", dice Iyamuremye, que ahora es director de la unidad psiquiátrica de la división de salud mental del RBC, que supervisa los servicios en todo el país.

Los primeros cuidados vinieron sobre todo de fuera. Organizaciones no gubernamentales proporcionaron intervenciones psicológicas como asesoramiento a los supervivientes, la mayoría de los cuales habían sufrido violencia física y traumas emocionales inimaginables a causa de los asesinatos en masa de los que habían sido testigos. Tras el genocidio, el 96% de los ruandeses sufrieron trastorno de estrés postraumático (TEPT) como consecuencia de la violencia extrema 1/.

El país tardó en desarrollar sus propios recursos de salud mental. En 1994, Ruanda sólo contaba con un psiquiatra, Naasson Munyandamutsa, que en aquel momento vivía en Suiza y perdió a la mayor parte de su familia en la violencia. Munyandamutsa regresó rápidamente a Ruanda para trabajar en el único hospital psiquiátrico del país, donde empezó a formar a asistentes de salud mental y psiquiatras. Mientras Munyandamutsa, fallecido en 2016, dirigía la formación de profesionales en Ruanda, muchos ruandeses viajaban al extranjero para formarse. Pero cerca de la mitad no regresó, dice Iyamuremye.

No fue hasta 2014 cuando Ruanda tuvo su propia escuela de psiquiatría, en la Universidad de Ruanda en Kigali. Incluso ahora, el país solo cuenta con 16 psiquiatras, 13 de los cuales se graduaron en ese centro, para atender a una población en rápido crecimiento de 13,5 millones de habitantes.

Las intervenciones basadas en la evidencia para los supervivientes, como el asesoramiento, la terapia cognitivo-conductual y la medicación, han continuado, pero la gente continúa llevando importantes cicatrices mentales de sus experiencias (véase "Consecuencias complejas"). En la encuesta de salud mental más completa de Ruanda hasta la fecha, realizada por el RBC en 2018, alrededor del 28% de los sobrevivientes del genocidio informaron síntomas de TEPT, en comparación con el 3,6% de la población general (ver "La larga sombra del trauma").

La larga sombra del trauma. El año posterior al genocidio de 1994, una encuesta sugirió que casi toda la población de Ruanda experimento un trastorno por estrés postraumático (PTSD). Encuestas posteriores muestran que la prevalencia de PTSD en los supervivientes disminuyó, pero que casi el 30% de las supervivientes aún experimentaron estos efectos. Fuentes: Ref. 1; A. Eytan et al. Int. J. Soc. Psychiatr. 61, 363–372 (2015); Y. Kayiteshonga et al. Rwanda Mental Health Survey 2018 (Govt of Rwanda, 2021).

La larga sombra del trauma. El año posterior al genocidio de 1994, una encuesta sugirió que casi toda la población de Ruanda experimento un trastorno por estrés postraumático (PTSD). Encuestas posteriores muestran que la prevalencia de PTSD en los supervivientes disminuyó, pero que casi el 30% de las supervivientes aún experimentaron estos efectos. Fuentes: Ref. 1; A. Eytan et al. Int. J. Soc. Psychiatr. 61, 363–372 (2015); Y. Kayiteshonga et al. Rwanda Mental Health Survey 2018 (Govt of Rwanda, 2021).

Traumas entre generaciones

En el Hospital Militar de Ruanda, a las afueras de Kigali, Léon Mutesa, médico y, durante mucho tiempo, único genetista del país, atiende a madres y bebés en su clínica pediátrica. Mutesa, que dirige el Centro de Genética Humana de la Universidad de Ruanda, fue el primero en explorar los efectos del trauma ruandés a nivel genético. Cuando estudiaba a principios de la década de 2000, Mutesa observó que los niños nacidos de mujeres que habían estado embarazadas en 1994 también mostraban signos de trauma. Durante las conmemoraciones, los niños expresaban síntomas como TEPT, depresión, ansiedad y alucinaciones por un acontecimiento que no habían vivido.

Inspirándose en estudios sobre supervivientes del Holocausto 2/, Mutesa ideó un pequeño estudio para investigar si el trauma del genocidio había dejado marcas epigenéticas en el ADN de los individuos mediante la adición de grupos metilo a determinadas regiones.

En ese estudio 3/, realizado en 2012, el equipo de Mutesa tomó muestras de sangre de mujeres embarazadas en 1994 y de sus hijos, así como de participantes de control que no estuvieron expuestos al genocidio. El equipo halló pruebas de que las supervivientes del genocidio y sus hijos presentaban marcas epigenéticas similares en determinadas secciones del ADN.

Con la esperanza de iniciar un estudio más amplio, Mutesa colaboró con Stefan Jansen, un neurocientífico belga que llevaba en la Universidad de Ruanda desde 2011. En 2017, la pareja, con colaboradores estadounidenses, obtuvo financiación de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos para ampliar sus investigaciones.

"Descubrimos que aquellas madres que estuvieron expuestas tenían alrededor de 24 regiones metiladas diferencialmente, lo que es realmente alto en comparación con el grupo de control", nos dijo Clarisse Musanabaganwa, analista de investigación médica en el RBC que formó parte del equipo de Mutesa y Jansen. El equipo descubrió que muchas de las regiones metiladas eran las mismas en las madres y en los niños de las que estaban embarazadas durante el genocidio 4,5/. Esta investigación muestra una forma en que el trauma puede trascender al menos una generación, y los investigadores sugieren que los efectos duraderos podrían transmitirse a través de múltiples generaciones mediante un mecanismo de herencia epigenética.

Pero la idea de la herencia epigenética multigeneracional es controvertida. Muchos científicos se muestran escépticos sobre si las marcas de metilación en el ADN humano pueden heredarse.

"No conozco ningún caso realmente convincente en el que se haya demostrado la herencia transgeneracional, es decir, la herencia de los patrones de metilación", afirma Timothy Bestor, biólogo molecular de Gaylordsville (Connecticut) y emérito de la Universidad de Columbia (Nueva York).

Pero Mutesa y Jansen están viendo algunos beneficios prácticos de su trabajo. Cuando los científicos explicaron a los participantes en el estudio que sus traumas podían influir en sus hijos, observaron que la capacidad de recuperación de los participantes aumentaba. Por ejemplo, si los hijos de los supervivientes obtenían malos resultados escolares, los padres veían ahora una posible razón. Los investigadores podían apoyar a los niños con psicoterapia. "Ahora podían entender por qué les ocurría esto a sus hijos", afirma Mutesa.

Los estudios biológicos también tienen una importancia más amplia, dice Jansen. "Queremos evidenciarlo y que quede registrado para la historia: esto es lo que ocurrió". Las pruebas ayudan a luchar contra la negación del genocidio, afirma.

Más allá de los análisis epigenéticos, Jansen y sus colegas han reforzado los enfoques metodológicos para estudiar la salud mental de la población en Ruanda. Estos estudios han servido de base para la investigación de conflictos en otros lugares, como Irak, afirma Jansen.

Lecciones de Ruanda

La mayor parte de la investigación sobre el genocidio de Ruanda se ha centrado en las ciencias sociales y las humanidades, estudiando temas que van desde la reconciliación, la consolidación de la paz y la justicia hasta el papel de las denominaciones étnicas en una sociedad después de un conflicto. Por ejemplo, el vecino Burundi, que sufrió violencia étnica en una guerra civil de aproximadamente una década que comenzó en 1993, optó por reconocer las etnias, mientras que el gobierno ruandés erradicó las distinciones étnicas formales tras el genocidio. En un estudio mundial 6/ en el que se compararon países que habían adoptado uno u otro enfoque tras la guerra, los que optaron por reconocer a los grupos étnicos obtuvieron mejores resultados en indicadores sociales como la paz, la democracia y la economía.

La creciente literatura sobre genocidios ha revelado que tienen enormes ramificaciones que se extienden mucho más allá de las fronteras de los países donde ocurren, afirman los investigadores.

"En términos de la magnitud de la violencia, la extensión de la conmoción, la magnitud del sufrimiento, son acontecimientos de enorme importancia", afirma Scott Straus, politólogo de la Universidad de California en Berkeley.

Los estudios habían sido realizados casi exclusivamente por académicos occidentales, aunque eso está empezando a cambiar. En la última década, cuando se empezó a hablar de descolonizar la investigación en el mundo académico, Clark empezó a trabajar con el Aegis Trust, con sede en el Reino Unido, que gestiona el Memorial del Genocidio de Kigali. Un análisis realizado por Clark y sus colegas de 12 revistas relevantes mostró que, desde 1994 hasta 2019, solo el 3,3% de los estudios sobre la Ruanda posterior al genocidio habían sido realizados por académicos de la nación (véase go.nature.com/3qapae7). En 2014, con financiación de las agencias de desarrollo sueca y británica, el Aegis Trust puso en marcha el programa Investigación, Política y Educación Superior (RPHE por sus siglas en inglés), una iniciativa para estimular a los académicos ruandeses a presentar propuestas de investigación.

"Hay matices culturales que tienen que ser contados por las mismas personas que viven esas experiencias", afirma Sandra Shenge, directora de programas de Aegis Trust, con sede en el Memorial del Genocidio de Kigali, y antigua gestora de RPHE. Las subvenciones eran modestas: sólo 2.500 libras esterlinas (3.150 dólares) cada una. Pero la respuesta al programa fue asombrosa, afirma Shenge. La primera convocatoria recibió más de 500 solicitudes.

El objetivo era que los estudiosos ruandeses compartieran sus historias y que investigadores externos les prestaran apoyo con asesoramiento sobre metodología, publicación y la mejor forma de difundir los resultados. Estos estudios se recogen en un recurso llamado Genocide Research Hub.

"El RPHE ha sido lo mejor que les ha pasado a los investigadores ruandeses", afirma Munyurangabo Benda, filósofo de la religión de la Queen’s Foundation, una universidad ecuménica de Birmingham (Reino Unido). "Es el único espacio donde la investigación ruandesa ha empezado a tener impacto en la política".

La investigación de Benda 7,8/, respaldada por el RPHE, ya ha influido en la política. Su proyecto examinó un programa estatal sobre reconciliación que había surgido de un esfuerzo popular. Su trabajo sobre el sentimiento de culpa de los hijos de hutus se inspiró en la experiencia de su sobrino en Dinamarca, cuyo padre era hutu. Un día, la clase de su sobrino estudiaba el genocidio de Ruanda y sus compañeros le preguntaron: "¿Tu familia eran asesinos o supervivientes?". Su sobrino quedó traumatizado.

La investigación ayudó a dar forma a los programas que el gobierno ruandés ofrece a estudiantes de distintas edades, dice Benda.

El programa RPHE también ofrece lecciones para que la comunidad académica en general sea más integradora. Según Clark, "el problema está en los editores de revistas y los revisores", que a menudo descartan trabajos de Ruanda y otros países debido a ideas preconcebidas sobre la calidad basadas en el lugar donde se ha producido el trabajo.

Una teoría de los genocidios

Otra autora cuyo trabajo se ha publicado a través del Genocide Research Hub es la socióloga Assumpta Mugiraneza 9/. Desde una oficina en lo alto de una colina con vistas a Kigali, Mugiraneza dirige una organización llamada Centro IRIBA para el Patrimonio Multimedia. Iriba significa "fuente" en kinyarwanda, y el centro recopila archivos audiovisuales de testimonios del genocidio y de la vida antes de 1994.

Mugiraneza dice que empezó este trabajo para captar el patrimonio de Ruanda, que corría peligro de desaparecer. Las tradiciones orales históricas del país fueron erosionadas por la colonización, que impuso la lectura y la escritura. Como resultado, la historia de Ruanda se escribe sin este rico patrimonio, dice Mugiraneza. "Volvamos a lo que tenemos en común: el sonido y la imagen".

El centro, dice, está diseñado "para apoyar el proceso de reapropiación del pasado". Para reflexionar sobre el genocidio, "debemos atrevernos a buscar humanidad allí donde la humanidad ha sido negada".

El trabajo del IRIBA es extraordinario, dice Zoe Norridge, que estudia literatura y cultura africanas en el King’s College de Londres. "Es el tipo de trabajo que pueden hacer los eruditos ruandeses en profundidad de una forma que creo que los de fuera nunca llegan a alcanzar".

Los investigadores coinciden en que estudiar las atrocidades es una empresa difícil. "La investigación implica hablar con supervivientes que han soportado un horror inimaginable y ponerse en situación de escuchar y oír y ser empático", afirma David Simon, que dirige el Programa de Estudios sobre el Genocidio de la Universidad de Yale en New Haven, Connecticut.

Sin embargo, los estudiosos afirman que, a través de estos estudios, están desarrollando una comprensión más amplia mediante la identificación de similitudes entre diferentes genocidios. Entre ellos, lo ocurrido en Ruanda y el Holocausto, así como en el genocidio del pueblo armenio en 1915 y de los pueblos herero y nama en lo que hoy es Namibia, a partir de 1904.

Todos ellos comparten ingredientes comunes, según los investigadores. El primero es la racialización de los miembros de la sociedad y la identificación de un segmento "inferior" de la población que debe ser eliminado. Otros factores son la planificación de masacres organizadas y la difusión de una ideología en toda una sociedad. El último componente es la implicación del Estado y sus instituciones, como los centros religiosos y las escuelas, como participantes en las matanzas, afirma el historiador Vincent Duclert, que es el principal estudioso francés del genocidio de 1994.

Los estudios en Ruanda ayudaron a solidificar la teoría, dice Duclert. "Este patrón se vio realmente reforzado por el genocidio de los tutsis".

Otra lección de Ruanda, dicen los investigadores, es la necesidad de buscar múltiples narrativas: de personas de dentro y fuera de la región, y tanto de los perpetradores como de los supervivientes. "En 1994, y en los años inmediatamente posteriores, existía una narrativa muy simple sobre el genocidio ruandés impulsado por antiguos odios tribales, y que casi se explicaba por sí misma", afirma Elisabeth King, que estudia la paz, los conflictos y la educación en la Universidad de Nueva York. Según King, los académicos tienen un papel crucial que desempeñar en la elaboración de explicaciones matizadas de los complejos factores políticos y sociales que subyacen a estos sucesos. Esas explicaciones, a su vez, pueden ayudar a los investigadores y a otras personas a comprender por qué se cometen atrocidades y, en última instancia, contribuir a desarrollar enfoques que ayuden a detenerlas.

Straus también estudia los factores causales compartidos por diferentes genocidios y por qué algunos conflictos que tienen los ingredientes del genocidio no llegan a convertirse en ellos: la violencia en Mali en los años noventa y en Costa de Marfil a principios de la década de 2010 son dos ejemplos 10/.

Algunos estudiosos afirman que estudiar los genocidios puede reportar muchos beneficios, pero que impedir que se produzcan es, en última instancia, una cuestión política que deciden las naciones y los organismos internacionales.

Aggée Shyaka Mugabe, director en funciones del Centro de Gestión de Conflictos de la Universidad de Ruanda, se muestra pesimista sobre la medida en que el estudio de los genocidios puede, en última instancia, detenerlos. "Lo que publicamos informa a las políticas públicas", afirma Mugabe, que estudia la justicia transicional y la consolidación de la paz 11/. Pero eso no se traduce en algo que la gente corriente pueda entender, añade.

También hay quien teme que a los investigadores ruandeses les resulte difícil estudiar libremente temas relacionados con el genocidio, debido a la presión del gobierno para que sigan una determinada narrativa sobre cuestiones políticamente delicadas. Pero Mugabe rechaza la idea de que la investigación realizada dentro de Ruanda no sea útil debido a la presión política percibida. "Algunos de mis trabajos tienen un aspecto crítico", afirma. "No hay ninguna policía que intente decirme qué escribir o qué no escribir".

Historias de supervivientes

Una de las preocupaciones de los expertos es que se haya prestado menos atención a las voces de los supervivientes, dado que las investigaciones judiciales se han centrado especialmente en los agresores.

Jean Pierre Sagahutu es uno de esos supervivientes. "No puedo contar todo lo que ocurrió en 1994 porque es demasiado duro", afirma. "Lo recuerdo todo como si fuera ayer", dice. "Es como si lo estuviera viendo ahora". Sagahutu sobrevivió escondiéndose en una fosa séptica durante más de dos meses. En ese tiempo, su padre y su madre fueron asesinados. Sagahutu, con formación de contable, empezó a conducir taxis tras el genocidio y trabajó como "mediador" para personas que visitaban el país para realizar proyectos, a menudo entrevistando a genocidas, los autores de la violencia contra los tutsis. "A veces me dolían los oídos, pero me hacía comprender lo que la gente había hecho realmente. Y al final, se convirtió en una terapia".

En 2019, conoció a Duclert, a quien el presidente francés Emmanuel Macron había encargado un estudio sobre el papel de Francia en el genocidio, debido en parte al apoyo del gobierno francés al gobierno hutu de Ruanda antes del genocidio. En 2021, Duclert presentó su informe de 1.000 páginas 12/, que concluía que las autoridades francesas vieron indicios de que se avecinaba un genocidio ya en 1990, pero no tomaron medidas suficientes para detenerlo.

Sagahutu valora positivamente el informe de Duclert, pero afirma que los estudiosos tienen más trabajo por hacer: "Me gustaría que los investigadores intentaran aprender, indagar de verdad y averiguar cuáles fueron las causas reales del genocidio", afirma. "Porque el genocidio no fue debido al azar, sino algo que se había preparado bien durante mucho tiempo".

Una de las herramientas más importantes para los investigadores es registrar el testimonio de los supervivientes, afirma Yolande Mukagasana, autora del primer relato exhaustivo de un superviviente del genocidio, que se publicó en francés en 1997 13/. Mukagasana, que ahora tiene 69 años, sigue siendo escritora y activista, y está decidida a mantener viva la memoria del genocidio contra los tutsis. Como parte de su trabajo, ha hablado con supervivientes de otros genocidios y asesinatos en masa, y ve similitudes en estos sucesos, independientemente del lugar del mundo en el que ocurrieron. "La ideología del odio es la misma", afirma, y añade que los supervivientes experimentan "exactamente el mismo sufrimiento".

En 1994, Mukagasana era enfermera y una mujer tutsi de éxito que dirigía su propia clínica de salud. Cuando empezaron las matanzas, Mukagasana y su marido se separaron, con la esperanza de que sus tres hijos estuvieran más seguros con él. Durante los meses del genocidio, en los que estuvo protegida por los hutus, empezó a escribir su testimonio en trozos de papel, como paquetes de cigarrillos.

El marido y los hijos de Mukagasana fueron asesinados. Cuando se puso a salvo en el Hôtel des Mille Collines -que aparece en la película de 2004 Hotel Rwanda-, una de las primeras cosas que quiso fue un bolígrafo y un papel para dejar constancia de lo sucedido.

En el IRIBA, Mugiraneza es consciente de la importancia de documentar los acontecimientos de 1994. Pero también se esfuerza por recoger pruebas de la vida anterior. "Los matrimonios. Las canciones de amor. Los edificios, los proverbios, las historias: todas esas cosas que son tan magníficas pero que se consideran triviales".

"Las personas gestionamos un espacio para pensar, para dar sentido a la vida, lo que nos permite comprender mejor lo que son el exterminio y la muerte".

05/04/2024

Nisha Gaind

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De la Sección : {Noticias del mail}

Octavo diario de la Flotilla de la Libertad Rumbo a Gaza

Sábado 27 de abril de 2024 NODO50

Manolo Teniente. 26-4-24
Ayer hablábamos de la incertidumbre de no saber cuánto tiempo duraría la inspección de Guinea Bissau, sobre las condiciones técnicas del barco para poder navegar. Ello nos obligaba a replantearnos la estancia en Estambul, hasta que superados los problemas pudiéramos tener una fecha cierta de salida. Así, los cargos institucionales que están en la flotilla, habían decidido, excepto la diputada de IU del Parlamento de Extremadura, volver a España hoy, mientras que el grueso de la Delegación española de la flotilla, pensábamos mantenernos aún hasta el lunes por si se desbloqueaba la situación en estos días.

Así, antes de las 10 de la mañana, toda la delegación española se hizo una foto de familia en la puerta del hotel Tugra, donde tenemos habitualmente todas las reuniones, antes de despedir a los cargos institucionales que se marchaban.
A las 10 de la mañana empezaba la asamblea general de la flotilla, Ismael, presidente de IHH, nos informa que la inspección del barco se estaba realizando y que todavía era optimista sobre la posibilidad de salida de la flotilla en pocos días. “La inspección del barco por parte de Guinea Bissau, país bajo cuya bandera navegan los dos barcos, el de mercancías y el de pasajeros, no puede encontrar ningún defecto técnico, porque hemos revisado a fondo el barco. Tendrán que darnos el permiso de navegación, porque el barco está bien revisado, y en poco tiempo, la autoridad portuaria, permitirá la salida de astilleros del barco de pasajeros para anclarlo en puerto. No nos interesa ahora cambiar de bandera los barcos, porque eso demoraría mucho la salida. Tenemos la razón y el derecho de nuestra parte y tendrán que dejarnos partir.” Es importante señalar que Ismael es hijo de uno de las 10 personas de nacionalidad turca que fueron asesinadas por los soldados sionistas, cuando asaltaron el barco Mavi Mármara, de la Flotilla de la libertad, en 2010. Su compromiso es con la causa palestina, pero también, para con un ser muy querido que murió defendiendo esa causa.
Después de la Asamblea, los cargos institucionales antes de marcharse, ofrecieron una rueda de prensa, en la puerta del hotel, a los medios que han estado siguiendo la actividad de la flotilla en Estambul y que se iban a embarcar también, entre ellos, TVE, El País, Público y el Salto Diario. Podéis leer lo publicado por el Salto sobre esa entrevista.
A las 7 de la tarde, la reunión empezaba con la bomba. Al no encontrar ningún impedimento técnico para que navegara, el representante del gobierno de Guinea Bissau, exigía que el dueño del barco, o sea IHH, firmara un documento donde se comprometía a no navegar hacia Gaza. Ante la lógica negativa de IHH a firmar ese documento, se le comunicó, que entonces Guinea Bissau retiraba su bandera de los dos barcos más importantes de la flotilla, el buque de carga grande y el buque de pasajeros grande (además iban también otros dos barcos pequeños de carga y de pasajeros). Eso significaba claramente, que al no tener bandera para navegar, la salida de la flotilla se demora, bastante más de lo que pensábamos. Además se ha informado, que tampoco Turquía quiere que los barcos naveguen bajo su bandera, por lo que en caso, de que el régimen sionista de Israel, no hubiera utilizado a Guinea Bissau para impedir la salida del barco, lo más probable es que el gobierno turco, presidido por Erdogán, a pesar de todas sus declaraciones de apoyo a Palestina, tampoco hubiera autorizado la salida de la flotilla, como ya hizo el gobierno griego en 2011. Estamos entonces, con una carga de ayuda humanitaria de 5.500 toneladas, un barco de pasajeros con cerca de 500 personas esperando viajar en él, para acompañar la ayuda y descargarla en Gaza, los barcos están listos técnicamente para hacerse a la mar, pero no pueden realizar su ayuda humanitaria, porque no encuentra país bajo cuya bandera pueda navegar, ni puerto seguro desde donde le dejen salir. Es la complicidad sorda de distintos gobiernos, que sometidos al poderío de EEUU e Israel, están siendo cómplices del genocidio, la masacre, y el exterminio al que se está sometiendo al pueblo palestino. Hay un momento de gran emoción en la sala donde estamos reunidos. A muchas personas se les saltan las lágrimas, otras intentan consolar a quien tiene al lado con gestos cariñosos como apretar sus hombros. Pero el mensaje a continuación es aclamado por todas las presentes, no nos rendimos, buscaremos otra bandera para navegar, buscaremos puerto seguro desde donde partir, y lo haremos pronto porque el pueblo de Gaza nos está espera y no podemos tardar mucho. Al escuchar esto, me ha venido a la memoria las palabras de Marcelino Camacho, el que fue un comunista íntegro y líder de Comisiones Obreras: "Si uno se cae, se levanta inmediatamente y sigue adelante".
La nueva situación obliga a que, a pesar de que hay gente dispuesta a quedarse y a esperar en Estambul los acontecimientos, la organización de la flotilla recomiende la vuelta a casa, seguir en cada país el trabajo de divulgación y concienciación y estar preparados para la nueva convocatoria de salida de la flotilla. La delegación española, prácticamente entera, volverá el lunes 29 a España, por lo que podremos llevar nuestras banderas de solidaridad con Palestina a las manifestaciones del día internacional de la clase obrera, el 1 de Mayo.
Aprovecho para comunicar, que todas aquellas personas que hubieran deseado sumarse a la flotilla y que no pudieron porque no se enteraron a tiempo, o no disponían de días libres en aquellos momentos, pueden ponerse en contacto, a través de este chat conmigo y apuntarse a la nueva convocatoria de flotilla. Como dijo Nerea, la diputada de IU, si nos ponen quinientos obstáculos, nosotros buscaremos la manera de sortear seiscientos. Volveremos a unir a los pasajeros de la flotilla, y esta vez, seremos más, y tendremos más experiencia, más unidad y más decisión.
Mañana, aún, la flotilla internacional que permanecemos hasta el lunes en Estambul, volveremos a apoyar la concentración que hacen todos los días, seguidores de IHH en la explanada de la mezquita azul, desde las 15:00 hasta lasta las 22:00h. Pero antes de despedirme, en el que será el último diario, a no ser que ocurra algo de mención, quiero hablar de dos cosas, la primera, presentar a la persona de más edad que ha tomado parte en este proyecto de flotilla y nos ha acompaña permanentemente en los debates y las asambleas. Carlos Trotta, argentino, reconocido médico que estudió medicina en su país y en Estados Unidos y que fue durante 30 años, director del área cardiovascular del hospital del Mar de la Plata. Al jubilarse a los 66 años, decidió sumarse a la asociación Médicos sin Fronteras, con quien participó en numerosas misiones humanitarias que se desarrollaron en países como Yemen, Siria, Sudán del Sur, Kenia, Haití, Filipinas, Siria, Sri Lanka y Gaza.
Allí fue en diciembre de 2008. Veía, como ahora por la tele, las imágenes de destrucción y de muerte, en aquella ocasión la guerra que los sionistas llamaron “Operación plomo fundido”. El día a día, era de intenso trabajo: operaciones, curaciones de heridos y quemados, consultorio externo… Le impactó la calidez, el afecto, y la ternura de la gente de Gaza. Su dignidad, su espíritu de lucha y de resistencia. Él se preguntaba: ¿Cómo se puede sobrevivir con el terror permanente de ser atacados en forma cruel, despiadada, repetida, inmisericorde, en medio de la destrucción, sin agua, sin electricidad? ¿Cómo se puede sobrevivir y seguir con tanta dignidad, con tanto heroísmo, con tanto amor a su tierra? Ahora, Carlos, 15 años más tarde, quería volver a Gaza a seguir intentando resolver esas interrogantes.
La segunda cosa que quería mencionar es el profundo agradecimiento a quienes nos han seguido diariamente, dándonos ánimos, cariño y fuerza. Han sido embajadores de la lucha contra el genocidio y han formado parte realmente de la flotilla. Esperamos que, cuando llegue el momento de, una nueva tripulación, sea esta quien sea, sigan ahí con su apoyo moral y su cariño, a no ser que decidan también embarcarse, participando directamente en la flotilla, a ello os animo.

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