Soberanía nacional
y antiimperialismo revolucionario

Desde que hemos hecho público nuestro análisis y conclusiones sobre el acutal conflicto bélico en Yugoslavia, por activa o por pasiva hemos recibido muchas más opiniones críticas y posicionamientos divergentes que coincidentes.

Esto no nos sorprende ni desanima sino al contrario. El movimiento obrero internacional está pasando por una etapa de crisis ideológica y retroceso político generalizado. La causa está en una serie de derrotas políticas estratégicas, especialmente durante las décadas de los setenta y ochenta en numerosos países; la de mayor alcance, sin duda, ha sido la dramática disolución de la URSS, aunque también la tendencia a duras penas contenida hacia la involución capitalista pura en países como China, Vietnam y Cuba. Nosotros estamos entre quienes atribuyen estas derrotas al fracaso de la concepción estratégica y táctica impuestas al proletariado mundial por la dirección del PCUS tras la muerte de Lenin. A juzgar por lo que se está viendo a propósito del actual conflicto bélico en Yugoslavia, una gran mayoría de asalariados a la vez militantes prácticos del movimiento, siguen insistiendo en aquella línea política en la falsa creencia de que representa las más puras tradiciones del marxismo-leninismo. Entre esa mayoría, son mayoría los anticomunistas de corazón que sin embargo simpatizan y hasta se sienten identificados con lo que hasta hoy pasa por ser marxismo-leninismo; sencillamente porque ven que coincide con su antiimperialismo puramente nacional, pequeñoburgués; a ninguno de estos dos sectores que conforman esa "izquierda unida" les interesa ventilar si entre el bolchevismo y su posición hay o no una ruptura.

Para nosotros sí la hay, por eso estimamos que lo importante para superar esta situación no está hoy precisamente en las coincidencias teóricas y políticas al uso, sino en las divergencias. Hay que poner énfasis no en mantener la identidad del movimiento político del proletariado como está, en torno a criterios teóricos que le condujeron a sucesivas derrotas en los últimos setenta años, sino en las diferencias respecto a esos criterios. Y nosotros estamos empeñados en eso, tratando de recuperar la vigencia del materialismo histórico desde los tiempos de Marx en lógica continuidad con Lenin y los bolcheviques.

Para actuar correctamente sobre cualquier parcela de la realidad hay que prever. Pero antes de prever hay que saber ver, interpretar o representarse correctamente la realidad que se pretende transformar. Y para ver bien no hay que ponerse gafas equivocadas. Con esto queremos decir que "el análisis concreto de cada situación concreta" supone una previa toma de posición en base a consideraciones teóricas generales que responden a específicos intereses desde los cuales se quiere construir una racionalidad social y humana históricamente superadora. Por lo tanto, antes de ponerse a la tarea de elaborar "una política concreta para cada realidad concreta" hay que responder a esta pregunta: ¿cual es el referente teórico previo, la óptica o perspectiva general desde la cual observamos cada situación concreta? Para los marxistas, la perspectiva revolucionaria, esa óptica desde la cual es posible observar la obra transformadora terminada todavía sin empezar, es la filosofía del proletariado, el materialismo histórico. Esto es lo que desde mucho antes de 1902 -cuando publicó su "¿Qué Hacer?"-Lenin ya había comprendido y asumido al decir allí que "sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario". Las actuales discrepancias en el seno del movimiento proletario hunden, pues, sus raíces, en este terreno, en el de la doctrina, en el de la distinta óptica desde la cual observamos la realidad. Tal es nuestro convencimiento y hemos de intentar demostrarlo seguidamente.

Nuestra posición sobre el actual conflicto bélico en Yugoslavia no se deriva de la dialéctica entre Estados formalmente considerados, sino de la dialéctica entre clases sociales. Nosotros no observamos y valoramos esta realidad desde la optica de la soberanía nacional del Estado burgués yugoslavo, sino desde la perspectiva de la soberanía de clase del pueblo trabajador serbio y albanokosovar. Quienes hoy se pronuncian por la defensa incondicional del Estado capitalista yugoslavo, se fundan en el principio democrático burgués de la igualdad formal o jurídico-política entre Estados, que desde fines del siglo XVIII ha venido legitimando la división del capital mundial en parcelas nacionales. Un principio que la actual tendencia irresistible a la unidad internacional del capital está destruyendo con centenares de misiles tomahawk y bombas de 2500 kilos sobre territorio burgués "soberano" de Yugoslavia, mientras la OTAN anuncia su flamante doctrina de alcance universal basada en el "derecho a la injerencia humanitaria" del capital imperialista en cualquier parte del planeta. A nuestro modo de ver, semejante posición constituye toda una paradoja y un despropósito, no solamente desde el punto de vista proletario, sino desde la propia perspectiva histórica de la burguesía en la actual etapa tardía del capitalismo.

En el actual contexto del conflicto yugoslavo, la paradojica respuesta compartida mayoritariamente dentro del movimiento proletario dirigido por la pequeñoburguesía, pone una vez más al rojo vivo la cuestión tantas veces escamoteada acerca de si en la IIIª Internacional hubo o no hubo una ruptura ideológica y política tras la muerte de Lenin y el aniquilamiento de la oposición de izquierdas dentro de la URSS. Para contestar a este interrogante, es necesario empezar por delimitar las posiciones que Lenin y los bolcheviques hicieron prevalacer con la única fuerza de las ideas revolucionarias dentro de la IIIª Internacional.

Un año antes de la primera guerra mundial, para analizar el problema de las nacionalidades y de la autodeterminación, Lenin planteó la necesidad de distinguir entre dos etapas del desarrollo capitalista. La primera corresponde al hundimiento del feudalismo y al despertar de los Estados nacionales en lucha revolucionaria contra las reminiscencias de la nobleza decadente. En esa época, la doctrina burguesa de la autodeterminación nacional y de la soberanía popular que dentro de la izquierda tradicional se sigue aplicando hoy al conflicto yugoslavo, cumplió un papel revolucionario. La segunda se define por la tendencia a la internacionalización del capital que niega las fronteras nacionales vigentes en la primera etapa.

Tres años después de polemizar en torno a la resolución de Poronin, Lenin presentó al mundo las tesis de abril de 1916, anunciando allí que el capitalismo estaba en pleno tránsito de la primera a la segunda etapa. Esta segunda etapa corresponde al capitalismo tardío, y se caracteriza

  1. por el alto grado de desarrollo y antagonismo entre las dos clases;
  2. por la tendencia del enorme capital acumulado a su unidad internacional y
  3. por la consecuente destrucción de las barreras nacionales que limitan la necesidad objetiva de expandir los espacios económicos de producción de plusvalor y libre circulación de la riqueza

Ahora bien, durante la primera etapa, el capitalismo de ultramar basó sus dominios en la forma política de lo que se llamó régimen colonial, como el que Gran Bretaña, Holanda Portugal y España implantaron en la India, Asia suroriental y América Latina. Se entiende por colonia a un país bajo dominio militar y político directo de otro. Aunque todavía existen algunos vestigios insignificantes, esta forma de dominio en el terreno internacional ha ido desapareciendo según lo fue exigiendo el crecimiento de los mercados internos y de las burguesías nacionales emergentes en los países de tal modo sometidos. Los últimos vestigios socialmente significativos de esta forma de dominio, se prolongaron hasta los años setenta de nuestro siglo. Angola ha sido él último. Bajo dominio directo de los portugueses desde principios del siglo XVI, esta región africana pasó a ser reconocida en 1919 como colonia portuguesa por el tratado de Versalles. En 1957 se convirtió en una provincia portuguesa de ultramar, estatus que la burguesía lusitana pudo conservar hasta la triunfante revolución anticolonial dirigida por el MPLA en 1975.

La semicolonia es una categoría de dominio transicional entre la colonia y el Estado nacional económicamente dependiente aunque políticamente soberano. La semicolonia goza de una independencia política formalmente limitada, porque existe jurisdicción extranjera sobre los actos del gobierno, impuesta por la presencia militar de la potencia dominante (o de varias potencias). Los ejemplos mencionados por Lenin son China, Persia y Turkia. Más recientemente el antiguo Vietnam del Sur durante el gobierno títere de Nguyen Van Thieu impuesto en 1975 por EE.UU. en guerra con Vietnam del norte. Entre nosotros puede comprenderse en esta categoría al país vasco.

En China, este país estuvo cerrado al comercio con el exterior hasta bien entrado el siglo pasado. A partir de 1830, Inglaterra tuvo interés en abrir el mercado chino a la importación y exportación, desencadenando a fines de esa década la Guerra del Opio, que culminó con la derrota del país asiático. Como consecuencia, Gran Bretaña impuso a China el tratado de Nankín de 1842, por el cual la obligaba a liberar sus puertos, a fijar un tope a los derechos aduaneros de exportación y a permitir que los extranjeros tuvieran áreas residenciales y comerciales fuera del alcance de la justicia local. Posteriormente China sufre otra derrota militar, esta vez a manos de Japón, en 1895, y es obligada a conceder nuevos derechos de navegación fluvial, privilegios comerciales, y a permitir la fundación de más factorías extranjeras. Varias potencias: Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y Japón, se consolidan entonces en "zonas francas", con tropas, barcos y administración propias.

Persia y Turkía también estuvieron ocupadas parcialmente por tropas de varias potencias. Persia ya había sido dividida en 1907 entre Gran Bretaña y Rusia en Áreas de influencia. Mas tarde, en 1919, Gran Bretaña le impuso oficiales británicos para reorganizar el ejército, ingenieros para la construcción de un ferrocarril respaldado por crédito británico y la obligación de aceptar sus "consejos". En cuanto a Turkía, Gran Bretaña dominaba su Estado, aunque éste, a su vez, oprimía a otros países. En 1920, las tropas británicas llegaron a ocupar Constantinopla.

En vista de estas situaciones, Lenin sostuvo que en las colonias y semicolonias estaba planteada la necesidad de revoluciones democrático-burguesas para crear Estados nacionales independientes y nacionalmente homogéneos. En tales circunstancias, el proletariado de las colonias y semicolonias debía luchar por la autodeterminación nacional sin que esto supusiera llevar adelante su programa socialista. El concepto de autodeterminación política va unido, pues, a este tipo de situaciones y limitado exclusivamente a ellas, a la lucha por la liberación nacional del colonialismo, incluidas sus formas transicionales. Por eso las consignas que adoptaban los movimientos de liberación eran del tipo nacional burgués y democrático burguesas. Así, las reivindicaciones del Kuomintang en China incluían la unidad nacional, el control de la aduana por el Estado chino, la expulsión de las tropas y barcos imperialistas y la abolición de los privilegios para los extranjeros. En Persia y en Turkía, las consignas de los movimientos nacionales eran la expulsión de los extranjeros.

Por último, existe otra gran categoría: la de países atrasados y oprimidos por el imperialismo, como Yugoslavia, por ejemplo, para los cuales Lenin utilizó la palabra "dependientes". Estos países pueden llegar a sufrir la "anexión económica" al imperialismo, pero tienen independencia política y ésta constituye su "diferencia específica" con respecto a las colonias o semicolonias. El ejemplo que presenta Lenin de país dependiente es Argentina, a la cual Inglaterra había dominado económicamente pero "sin violar su independencia política". Por supuesto que Argentina padecía todo tipo de condicionamientos políticos, que se derivaban de su sujeción económica a Gran Bretaña. No obstante, estaba ubicada en una relación distinta con respecto a los países semicoloniales, porque tenía autodeterminación política.

Cabría preguntarse aquí, si, no obstante, su situación, países como Argentina no se asemejaban a las semicolonias por el hecho de que estaba allí planteada su liberación desde el punto de vista económico. Lenin contestaba que sí, pero este objetivo: liberarse de la dependencia económica respecto del imperialismo y de las múltiples presiones económicas, políticas y diplomáticas que se derivan de ella, ya no constituía un objetivo democrático burgués sino socialista. ¿Por qué? Pues, porque, la dependencia económica es producto de la ley del valor que vincula indisolublemente las distintas economías nacionales, lo cual provoca y fija el desarrollo desigual entre ellas según la diferente composición orgánica del capital en los distintos países. Y es obvio que ninguna fracción nacional de la burguesía internacional está dispuesta a romper sus vínculos con unas leyes económicas y formas de organización internacional del capital que constituyen su razón de ser como clase nacional económicamente dominante. Por lo tanto, para pasar de la igualdad política a la igualdad real entre Estados, o sea, para eliminar el atraso relativo de los países formal o políticamente libres pero económicamente dependientes, el proletariado tiene que atacar al capital internacionalmente estructurado. Tal fue el pensamiento de Lenin durante la transición entre las dos etapas del desarrollo capitalista.

Las presentes circunstancias se caracterizan no por la simple tendencia a la unidad internacional del capital sino por su concreción real. En esta etapa, está visto ya que el concepto burgués de soberanía nacional ya no le sirve ni a la burguesía. Por lo tanto, el objetivo de eliminar al capital internacional tiene que ser encuadrado desde la perspectiva de un programa y una estrategia también mundial del proletariado en lucha por el socialismo, no desde la defensa de un sector escuálido y anacrónico de la burguesía mundial como es el caso de la burguesía yugoslava. Esto significa luchar efectiva y realmente contra la OTAN, lo demás es puro entretenimiento de las conciencias en el sentimentalismo victimista pequeñoburgués que no conduce a ninguna parte.

Cierto, Lenin no desdeñaba la importancia de la lucha contra los restos del colonialismo en la etapa tardía del capitalismo. Por ejemplo, en abril de 1919, el emir Amanullah que había tomado el poder en Afganistán, denunció un tratado semicolonial que Gran Bretaña le había impuesto a los anteriores gobernantes de ese país, y emprendió acciones para enfrentar militarmente al imperialismo que buscaba volver a la antigua condición. Lenin caracterizó entonces a Afganistán como "el único Estado musulmán independiente en el mundo" que podría encabezar la lucha de los pueblos musulmanes por la libertad e independencia. Pero Lenin dijo esto cuando la tendencia a la internacionalización del capital y al entrelazamiento con las burguesías nacionales en casi todos los países dependientes todavía no era un hecho, como lo fue a partir de la segunda postguerra. Lenin hablaba claramente de una lucha burguesa de liberación en la etapa de transición hacia la internacionalización del capital, cuando el pasaje de las semicolonias a la condición de Estados independientes era un tránsito previo, progresivo, necesario y obligado, hacia lo que hoy es ya una realidad. Bajo estas nuevas circunstancias, la resistencia que ofrece a la OTAN el régimen dominado por la Liga socialista yugoslava constituye un anacronismo en toda regla, tanto desde el punto de vista burgués como desde el punto de vista de la necesaria unidad política del proletariado a nivel mundial.

Por tanto, quienes en esta guerra se manifiestan por la defensa incondicional de Yugosloavia, no son más que víctimas irreflexivas del sentimentalismo pequeñoburgués que induce a defender al débil frente al fuerte, anteponiendo la defensa de un antiimperialismo burgués pacato necesariamente perdedor, a la construcción de una eficaz estrategia de poder obrero contra el capitalismo internacional. Y el primer paso de esa estrategia debe consistir en una política conducente a la unidad internacional del proletariado, que ya tiene su posibilidad real de concreción en la unidad internacional del capital. Esto no tiene nada que ver con la defensa del nacionalismo colonialista que esgrime el actual régimen yugoslavo. Tampoco con el neutralismo pacifista. Sí con la conversión de esta guerra interburguesa en guerra revolucionaria contra el capitalismo.

Que esta consigna sea, de momento, imposible, hay que atribuírselo a la política internacional de la URSS tras la muerte de Lenin, que basó la construcción mundial del socialismo en poner al proletariado de los países dependientes al servicio de la pequeñoburguesía autóctona en lucha por utilizar la soberanía nacional para evitar o negociar la penetración del imperialismo en el territorio bajo su condominio, que es lo que está haciendo el régimen yugoslavo.

Veamos ahora cual ha sido el origen histórico y las derivaciones de esta estrategia. Tras haber desarrollado políticas oportunistas y ultraizquierdistas en la revolución China, la dirección de la IIIª Internacional concretó sus elaboraciones más generales sobre los países atrasados en total ruptura contrarrevolucionaria con las posiciones de Lenin y los bolcheviques. Esto ocurrió a partir del sexto congreso realizado en 1928. El informe de la IC falseó groseramente la realidad de Latinoiamérica, sosteniendo que todos los países dependientes de la región eran semicolonias del imperialismo. En ese Congreso se dio gran relevancia a las llamadas "oligarquías", cuyos intereses se consideraron contrarios al desarrollo capitalista de los países coloniales y dependientes. Ninguno de los autores clásicos marxistas, desde Lenin a Rosa Luxemburgo, sostuvieron nada parecido a esto. Con semejante idea se hizo prevalecer la tesis del "desarrollo bloqueado" y la necesidad de que el proletariado luche por un desarrollo autónomo del capital nacional.

En el siguiente congreso de la I.C., en 1935, se completó lo que conformaría la fisonomía política definitiva de los partidos comunistas en el mundo durante décadas. Según la línea votada en este congreso, todos los países atrasados entraban en la categoría de colonias o semicolonias. Por lo tanto, en todos ellos, antes que la liberación social del proletariado y la implantación del socialismo, estaba planteada la tarea de liberar a la burguesía de su dependencia económica respecto del imperialismo. Se falseó el pensamiento de Lenin reduciendo los países dependientes a la condición de semicolonias, para maniatar al proletariado en el cepo de los frentes populares.

Este grosera identidad entre países económicamente dependientes y políticamente colonizados, permitió a la Comintern catalogar a las burguesías nacionales dependientes de progresistas e industrialistas interesadas en la lucha antiimperialista. La conclusión política de este grosero reduccionismo operado por la IC acerca de la relación del imperialismo con su periferia, determinó una línea para los partidos comunistas que consistió en meter al proletariado dentro del "frente único antiimperialista" para la "acción conjunta con la burguesía nacional contra el imperialismo".

Tras las decisiones del VI Congreso de la IC, casi todos los partidos de izquierdas caracterizaron a los países dependientes como semicolonias o colonias, dejando completamente al margen la consideración acerca de si habían o no alcanzado su soberanía política. Esta línea no sólo fue sostenida por los partidos, sino que se trasladó a los círculos académicos e intelectuales "antiimperialistas". Desde el progresismo académico, Halperín Dhongui considera al conjunto de los países dependientes como sujetos a una relación de tipo neocolonial desde el siglo XIX. En su "Teoría del Desarrollo capitalista", Sweezy adjudica la categoría de colonia a todos los países de la periferia capitalista. Y Petras, uno de los "marxistas" más leídos en la actualidad, sostiene que los países dependientes están siendo recolonizados por EE.UU.

En esta caracterización subyace el presunto carácter progresista de las burguesías nacionales en los países dependientes. En efecto, si el imperialismo tiende a mantener a los Estados de la periferia capitalista como colonias, y si es verdad que de no mediar esa acción depredatoria, las burguesías nacionales podrían superar el atraso relativo de sus países, entonces el proletariado tiene allí una función revolucionaria que cumplir sin necesidad de tomar el poder, sino aliándose con su burguesía nacional respectiva. Esto justificaría plenamente el comportamiento que está teniendo el proletariado serbio en este conflicto. Pero en la medida en que el régimen yugoslavo se está comportando a su vez como un país colonialista respecto de los albanokosovares, habría que aceptar entonces como normal y progresiva la realidad de la división y el enfrentamiento bélico entre el proletariado de países distintos, lo cual nada tiene que ver con la unidad incondicional del proletariado como clase en la actual etapa histórica del capitalismo.

La teoría del frente popular impulsada por la Comintern, se articula con el concepto de "soberanía nacional" que la burguesía ha venido sustentando desde la Revolución Francesa. Este concepto que muchos compañeros todavía esgrimen para fijar posición en el actual conflicto yugoslavo, es el que ha adoptado y quiere hacer eterno la pequeñoburguesía; el que ha dado forma al fatídico antiimperialismo preconizado por la política exterior de la ex URSS desde 1930. Este antiimperialismo adecuado a los intereses del pequeño y mediano explotador de mano de obra, se inscribe en la estrategia de la burocracia soviética heredera de la revolución de octubre, consistente en evitar la lucha por el socialismo; en impedir que la energía revolucionaria del proletariado fuera de las fronteras de la URSS pudiera ir más allá de los límites de la pequeña y mediana propiedad privada sobre los medios de producción; en poner a la clase obrera el cepo de la pequeña y mediana burguesía nacional amenazada de espolio por el gran capital.

¿Por qué la burocracia stalinista no quería la revolución mundial? Porque eso amenazaba su propio proyecto de alianza con la pequeñoburguesía agraria de los koljoses sal interior de la URSS; un bloque histórico de poder que pudo sobrevivir a expensas del trabajo excedente producido por la clase obrera soviética durante más de cincuenta años. Para eso se inventó la "revolución por etapas", complemento de la "revolución en un sólo país", una filosofía política que pretendió hacer pasar la estrategia socialista por la táctica de la "revolución democrático-popular" mediante los frentes policlasistas creados "ad hoc" por la "Comintern" e impulsados disciplinadamente durante décadas por la inmensa mayoría de los Partidos Comunistas del mundo entero seguidores de la línea de Moscú. Para eso se debió falsificar grosertamente la realidad internacional del capitalismo, rompiendo radicalmente con el pensamiento revolucionario de Lenin y los bolcheviques

Estos proyectos nacional populistas consistieron en estabilizar políticamente la explotación del trabajo asalariado por parte de la pequeña y mediana burguesía nacional débil e ineficiente. Para ello, ese bloque de poder social utilizó los resortes jurídicos, políticos y económicos del "Estado nacional y popular", no para eliminar el desarrollo desigual a nivel internacional, sino para renegociar la dependencia de las "burguesías nacionales" con el imperialismo, para sobrevivir tratando de limitar o controlar la penetración del gran capital imperialista en los países económicamente dependientes.

Esta política se ha venido ensayando sin solución de continuidad durante décadas enteras, desde la guerra civil española, hasta la Unidad Popular en el Chile de Salvador Allende, pasando por idénticos engendros en Italia, Francia y Grecia, que detuvieron el ascenso revolucionario en Europa inmediatamente después de la segunda guerra mundial, como parte de los acuerdos de Stalin con las potencias capitalistas triunfantes.

El origen histórico de esta estrategia se remonta a los resultados de la lucha contra el Kulak o gran burgués agrario en la URSS, que indujo a la colectivización forzosa y a la consecuente sedimentación del bloque histórico de poder entre la parasitaria burocracia política a cargo del aparato estatal de la URSS y la ineficiente pequeñoburguesía agraria de los Koljoses, todo ello a expensas de la explotación económica y la marginación política del proletariado soviético. El apoyo de la "Comintern" a los frentes populares en el occidente capitalista, fue la extensión al exterior de la URSS de la misma lógica política que cristalizó en territorio soviético desde 1928, como que la política exterior de los Estados modernos no es otra cosa que la proyección geopolítica de los intereses dominantes al interior de sus fronteras territoriales. Esta versión de la realidad histórica de la URSS -que a muchos naturalmente les parecerá una falsificación monstruosa- está avalada por abundante información estadística de fuentes oficiales soviéticas, obviamente ausente en la literatura de partido con que la fracción política de la burocracia dominanante en la URSS tras la muerte de Lenin ha venido educando a los militantes comunistas en todo el mundo.

Entre las opiniones críticas que hemos recibido, no podía faltar la de atribuirnos el calificativo de "trotkistas". El caso es que Trotsky, no obstante haber sido el más consecuente e implacable crítico de los frentes populares, aceptó los cambios introducidos en el sexto Congreso de la IC respecto a la caracterización de los países dependientes como semicolonias. Esto puede observarse en "El programa de transición". En varios pasajes de esta obra se refiere expresamente a países latinoamericanos como Méjico catalogándolos de semicolonias del imperialismo; en su análisis, la independencia política o formal pierde casi toda relevancia.

En los escritos de Trotsky sobre este asunto, es notoria una contradicción teórica no resuelta. Por un lado, consideraba que por ser económicamente débiles, las burguesías de los países dependientes eran políticamente incapaces de acaudillar al proletariado para saldar progresivamente su lucha conjunta contra el imperialismo dentro de los límites del sistema. Según Trotsky la incapacidad política de la burguesías dependientes se expresaba en el temor a ser desbordadas por la necesaria movilización del proletariado para la presunta consecución de sus fines.

Pero, contradictoriamente, Trotsky dejó planteada la posibilidad de que esos mismos países consiguieran emanciparse del imperialismo mediante el desarrollo autosostenido del capital autóctono. Así, mientras que en 1928 admitía que la unidad nacional y el control aduanero de China solo era posible mediante la dictadura del proletariado, en 1930 llegó a considerar que la nacionalización de los ferrocarriles y el petróleo por parte del gobierno mejicano de Cárdenas, confería a este país la posibilidad cierta de trascender su condición de semicolonia.

Por lo tanto, Trotsky no es el mejor referente de apoyo a la línea marxista-leninista de nuestra posición, porque si las burguesías dependientes tuvieran capacidad de superar su atraso económico relativo mediante la expansión de su propio capital dentro del sistema, sería justo que el proletariado hiciera frente único común con ellas contra cualquier agresión imperialista. En ese caso, nuestras consignas no serían las mismas que sostenemos respecto de Yugoslavia.

Conste que nosotros no dejamos en un segundo plano la lucha contra la tendencia del imperialismo a la dominación mediante la violencia. En nuestro trabajo sobre las crisis económicas del capitalismo decimos que las grandes confrontaciones bélicas, con sus bárbaras secuelas en términos de destrucción maqterial, sufrimiento humano y genocidio, siempre se producen por iniciativa de alguno o varios países de la cadena imperialista.

Explicamos que las guerras son la inevitable prolongación de la competencia capitalista por medios bélicos. Insistimos en que la causas de esta guerra están en la formidable masa de capital excedentario que presiona para apoderarse de millones de trabajadores que todavía escapan a su utilización como fuente directa de apropiación de plusvalor para los fines de la acumulación. El hecho de que sólo el 2% del PBI yugoslavo esté gestionado por empresas privadas puras es la causa de que este país esté precisamente en el punto de mira del imperialismo.

Para nosotros, la lucha contra el imperialismo y contra los objetivos de las guerras que organizan es una tarea prioritaria del proletariado mundial. Pero también entendemos que esta lucha debe pasar por una táctica determinada por la situación actual de la lucha de clases a nivel mundial, con arreglo a una estrategia que se desprende de la naturaleza del capital. ¿en qué consiste esa táctica? En la reconstrucción del movimiento político del proletariado sobre bases ideológicas revolucionarias.

En tal sentido, para nosotros sólo cabe apoyar las luchas por la autodeterminación nacional, en caso de países bajo el dominio político y ocupación militar extranjera continuadas como es el caso de los albaneses de Kosovo respecto de la República serbia, Quebek respecto de Canadá, los vascos de Euskadi respecto del Estado español, los corsos respecto de Francia, los irlandes del Ulster respecto de Gran Bretaña, los Kurdos respecto de Irak, Irán y Turquía, los palestinos respecto de Israel o los tibetanos respecto de China. Ciertamente, Yugoslavia es un país soberano. Pero no es menos cierto que su autodeterminación está siendo brutamente amenazada por el imperialismo. Por lo tanto, este derecho merece ser igualmente defendido, por eso nosotros decimos:

 ¡FUERA LA OTAN DE YUGOSLAVIA!

Una consigna que antes que nadie debiera ser asumida por el proletariado de los países integrantes de la OTAN, declarando la huelga general revolucionaria en contra de la agresión imperialista en ese país hasta lograr detenerla. Pero es que, en realidad, la OTAN no quiere convertir a Yugoslavia en una colonia. No lo necesita. Lo que busca el imperialismo allí es eliminar los obstáculos políticos que impiden convertir al proletariado serbio en fuente de acumulación directa del capital multinacional en ese país. Y para esto no hay necesidad de degradar ese país a la condición de colonia o semicolonia. Basta con derrocar el régimen que sostiene un proyecto político totalmente anacrónico de acumulación basado en el autodesarrollo sostenido del capital nacional. Y aquí es necesario insistir una vez más: el concepto de autodeterminación nacional o igualdad formal entre Estados es un concepto político democrático burgués que tiene un carácter distinto de la igualdad real o económica. La autodeterminación de cualquier país no es incompatible con la penetración del capital extranjero en su economía nacional. De lo contrario, países imperialistas como Japón y Alemania tendrían que ser considerados como colonias del imperialismo norteamericano y viceversa. En tanto deja subsistir la ley del valor y el consecuente desarrollo desigual entre países, el concepto de autodeterminación política está en la lógica de la internacionalización del capital y de las guerras, inclúidas las guerras de agresión de los países grandes sobre los pequeños.

Si de verdad se quiere eliminar de una vez por todas al imperialismo, la injusta distribución de la riqueza en el mundo y las guerras, hay que comprender que esto no se puede hacer defendiendo la igualdad formal o política entre Estados sino luchando por implantar la igualdad real o económica a nivel internacional. Pero para conseguir esta igualdad económica entre países hay que eliminar el desarrollo desigual y la ley del valor a nivel nacional e internacional. Y esto solo es posible con la implantación del socialismo como sistema mundial de vida y organización de la producción alternativo al capitalismo, así como la eliminación de las fronteras nacionales que de tal modo dejan de tener sentido.

Ahora bien, ¿es lo mismo Kosovo, Kuwait o el Tibet que Euskal Herría, Quebek, el Ulster, Córcega, el Kurdistán, Palestina o Timor oriental? No. ¿Por qué? Pues, porque detrás de los albanokosovares, de los kuwaitíes y de los tibetanos está el imperialismo, como estuvo detrás de los camboyanos en contra de Vietnam en 1971, o de los afganos a través de Pakistán en contra de la URSS en 1979. Los imperialistas, como en todo lo demás, hacen uso del concepto de autodeterminación según lo exigen sus intereses de clase. Pero los nacionalistas pequeñoburgueses también, como lo prueba el comportamiento del actual régimen yugoslavo en Kosovo. Es que así lo exige el concepto de propiedad y su lógico derivado: la competencia, que durante las crisis continúa necesariamente por medios bélicos. He aquí la causa última de la guerra en Yugoslavia y de todas las guerras en la sociedad moderna. ¿Quién paga todo esto? De momento, sólo económicamente el proletariado de los países de la cadena imperialista. Humanamente, el proletariado albanokosovar y serbio enfrentados en este conflicto, tan inutilmente sangriento como absurdo desde el punto de vista de sus intereses de clase. Entonces, insistimos:

¡FUERA LA OTAN DE YUGOSLAVIA!

¡CONVIRTAMOS CUALQUIER GUERRA INTERBURGUESA

EN GUERRA REVOLUCIONARIA

CONTRA EL CAPITALISMO!

Pero en torno a esta cuestión queda todavía un asunto de suma importancia por dilucidar. En nuestro trabajo titulado "La crisis del capitalismo y el actual conflicto yugoslavo" hablamos de

<<los residuos del bloque histórico de poder formado entre la clase obrera (en especial su aristocracia en gran parte localizada en las empresas del Estado) y la pequeña y mediana burguesía nacional "no monopólica". A excepción de Cuba -cuya excepcionalidad confirma la regla- a esto se redujo el antiimperialismo que floreció en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial>>.

La palabra "residuos" alude obviamente aquí al cada vez más evidente anacronismo histórico del frente popular como instrumento que garantice la autodeterminación de los países colonizados. Veamos por qué. Desde el punto de vista de la ajustada caracterización de Lenin para su época, Euskal Herria es una neocolonia del imperialismo español. En este caso, siempre siguiendo el razonamiento de Lenin, la autodeterminación de Euskadi exigiría que el proletariado vasco apoyara los legítimos derechos de su burguesía a independizarse de España.

Y aquí se impone una pregunta que debiera estar haciéndose el MNLV y sus compañeros de viaje: En un momento en que ha cristalizado ya la tendencia del gran capital hacia su unidad política en Europa ¿quiere de verdad y puede querer la gran burguesía localizada en en país vasco su independencia como sector de clase en Europa?;¿podemos honestamente pensar que a un sector monopólico de la burguesía financiera vasca como el BBV puede interesarle ir con el programa "democrático burgués" del MNLV a una guerra como la de Yugoslavia? Porque el Estado imperialista español no va a conceder graciosamente ese "derecho". En este contexto, si descartamos el lógico desinterés de la gran burguesía vasca por este tipo de proyectos, y aun en el supuesto de que el MNLV llegue a tomar el poder, ¿puede la pequeñoburguesía de esta región de España garantizar la independencia nacional de Euskadi mediante el desarrollo autosostenido de su escuálido capital autóctono en esta etapa del capitalismo? Pero lo que es más importante y decisivo: ¿estaría dispuesta la pequeñoburguesía vasca a acompañar al proletariado de ese país en la lucha contra el el Estado imperialista español hasta el final? La experiencia histórica en otras partes del mundo desde 1848 y en la propia guerra civil española, demuestra terminantemente que no. Por tanto, la independencia de Euskal Herría en modo alguno está ligada ni a los limitados recursos económicos ni a la voluntad política de la pequeñoburguesía en ese país.

Del mismo modo, la autodeterminación nacional del pueblo serbio no tiene nada que ver con el proyecto pequeñoburgués ilusorio de la "Gran Serbia", ni las aspiraciones del pueblo albanokosovar con el proyecto de la "Gran Albania" en manos del imperialismo. Por lo tanto, pensamos que el proletariado de regiones del mundo en situación similar, no debería jugarse la vida inútilmente por semejante tipo de ilusiones. En conclusión, la independencia política de los pueblos sometidos y explotados, menos que nunca puede pasar hoy por el Frente Popular tal como se ha venido aplicando desde los tiempos de la Comintern, sino que está directamente vinculada al establecimiento de la dictadura social políticamente democrática del proletariado. Siguiendo este razonamiento que estimamos "analíticamente" correcto, no tenemos más remedio que ratificarnos en las consignas ya propuestas:

¡FUERA LA OTAN DE YUGOSLAVIA!

¡CONVIRTAMOS CUALQUIER GUERRA INTERBURGUESA

EN GUERRA REVOLUCIONARIA

CONTRA EL CAPITALISMO!

Agradecemos a los compañeros argentinos de "Debate Marxista" y a "Tribuna Obrera de Paraguay" por la valiosa información histórica que nos han proporcionado.


8 de abril de 1999

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