5.-La paz por
separado, condición de existencia del poder soviético
Sin el apoyo de los campesinos
pobres -contrapartida política de su acceso a la tierra posibilitada
por los bolcheviques- es dudoso que los comunistas rusos hubieran podido tomar
el poder y menos aun coservarlo. En cualquier caso, sin ese apoyo social, no
cabe ninguna duda de que el movimiento revolucionario se habría agotado
mucho antes de lo que tardó en estallar la revolución europea.
De hecho, el campesinado ruso que entre 1918 y 1920 combatió contra el
Estado soviético, fue una ínfima minoría dentro de la mayoría
absoluta que por entonces constutuía la pequeñoburguesía
en la población total de ese país, y lo hizo por medio de las
levas forzosas de que fue objeto por parte de las fuerzas imperialistas invasoras
y de los guardias blancos una vez acabada la guerra.
Respecto de la paz anexionista
firmada por separado con Alemania, fue el otro de los dos pilares sobre los
que hasta ese momento se había sostenido socialmente el poder político
revolucionario, tras arrastrar la tan profunda como postergada aspiración
democrático-burguesa de los campesinos sintetizada en la consigna de
"paz y tierra", que la burguesía rusa había demostrado ser incapaz
de cumplir. żEs que, dada la asincronía de la revolución en el
resto del continente respecto de Rusia, no había que pasar por esto para
que el proletariado pudiera sobrevivir como clase dominante dirigiendo un proceso
revolucionario ejemplar en nombre de la democracia real, hasta tanto acudiera
en su ayuda el proletariado europeo? żEn nombre de qué abstracta "moral
revolucionaria" debía el poder soviético renunciar a sacar provecho
político de las contradicciones y el desgaste de fuerzas en el campo
enemigo, transando la ayuda material necesaria de uno de los contendientes?
Para que una transacción
se lleve a efecto, debe estar precedida por un acuerdo de voluntades políticas
en función de distintos intereses. De hecho, si Alemania firmó
la paz propuesta por el poder soviético, fue porque dada la merma sufrida
por su ejército, consideró más importante desplazar sus
fuerzas del frente oriental a Bélgica y Francia en vísperas de
la entrada en guerra de EE.UU., cuyos efectivos sumados amenazaban penetrar
en su propio territorio. Por su parte, el poder soviético necesitaba
ganar tiempo suficiente para reemplazar el ejército zarista desmovilizado
por un ejército regular revolucionario.
Es cierto que, en un principio,
el acuerdo de Brest-Litovsk deprimió el espíritu de lucha en la
parte aun activa del ejército montado por la autocracia zarista, en su
mayoría ya desmovilizado; sobre todo la moral decayó en los asalariados
de los países de la Entente, que, en ese momento 2
no estaban
en condiciones de entender el pacto soviético con Alemania, así
como por la misma razón en los territorios soviéticos ocupados
más allá de los límites fijados por el tratado, dada la
correlación militar de fuerzas desfavorable a la revolución en
todos los frentes, que Alemania, también debilitada, aprovechó
todo lo que pudo. Pero no es menos cierto que de no ser por ese tiempo de paz
relativa ganado a la guerra interimperialista, los campesinos no hubieran aprendido
a defender el nuevo Estado revolucionario afincados en su tierra, y el poder
soviético no habría podido mantener su estabilidad creando el
disuasivo del Ejército Rojo, ni estar en condiciones de aleccionar al
proletario europeo antes y después del estallido revolucionario en noviembre
del 18.
Si la paz armada con Alemania se hizo posible,
fue porque la burguesía de este país era el polo más débil
de la contradicción antiimperialista, conciente, además, de que
la catástrofe política al interior de sus fronteras nacionales se
acercaba. Por su parte, la coalición franco-británica en ningún
momento dio un respiro militar al poder soviético, frente al que siempre
se mantuvo a la ofensiva. Y si el imperialismo
franco-británico decidió aceptar la petición de conceder
ayuda a los bolcheviques, fue a regañadientes, para meterle presión
a los alemanes en el frente oriental, tratando de evitar el reforzamiento de sus
tropas de ocupación en Francia y Bélgica, ante la prevista contraofensiva
de los aliados en el frente occidental, con el más que seguro aporte de
efectivos norteamericanos, país cuya entrada en guerra era inminente.
Como se verá un poco más adelante, los pactos germano-soviéticos
durante este período de la guerra, dependieron de la evolución de
los acontecimientos en el frente occidental, en modo alguno de la voluntad política
de alemanes y soviéticos. En cuanto a la "ayuda" solicitada por el Estado
obrero y campesino a la Entente, ni siquiera hubo tiempo de concretarla, salvo
en lo que se refiere al aporte de oficiales ingenieros en los trabajos para destruir
las vías del ferrocarril y retrasar así el avance alemán,
tarea acordada el 20 de marzo de 1918 y que no sabemos si llegó a realizarse.
Pero sí se sabe que la "ayuda" franco-británica acabó en
los primeros días de abril, cuando los japoneses iniciaron su intervención
en el territorio soviético de Vladivostok.
Mientras tanto, los revolucionarios
rusos combinaron esta dificilísima, justa y eficaz táctica de
supervivencia, con una activa política de aliento a la revolución
internacional, siguiendo el espíritu de Zimmerwald y Kienthal. La "oposición
de izquierda" dentro del POSDR (b) centró sus acusaciones a la fracción
liderada por Lenin de abandonar los principios de la guerra revolucionaria,
a la vista del artículo 2 del tratado de Brest Litovsk, según
el cual cada parte asumía el compromiso de "evitar toda agitación
y propaganda contra el gobierno o las instituciones políticas y militares
de la otra parte".
Según reporta E.H.
Carr en "La revolución bolchevique (1917-1923)":
<<...en el sétimo Congreso del partido,
que se reunió en privado para tratar de la ratificación del tratado,
no era necesaria la discreción. "Sí, por supuesto, hemos violado
el tratado -decía Lenin, defendiendo la ratificación- lo hemos
violado unas treinta o cuaranta veces">> (Op. Cit. Cap. 21: "De octubre
a Brest Litovsk")
Esto vino sucediendo desde
los primeros meses de 1918, cuando se constituyó la Sección Internacional
del "Comisariado del pueblo para asuntos exteriores" (Narkomindel) bajo la dirección
de Radek, compuesta principalmente por distintos grupos nacionales de prisioneros
de guerra, encuadrados en una organización exclusivamente dependiente
del partido. En abril de 1918, se formaron en Moscú los grupos alemán,
magiar, austríaco y Yugoslavo del partido ruso, cada uno bajo la responsabilidad
política de un dirigente nacional. Cada grupo nacional trabajaba entre
los prisioneros de guerra de su nacionalidad; unos elaborando su propio periódico
y otros medios de propaganda; otros distribuyendo la propaganda entre los prisioneros
induciendo a que se integren en el Ejército Rojo; otros destinados a
sus respectivos países para que trabajen allí como agitadores
y propagandistas en pro de la revolución mundial.
El 17 de ese mismo mes,
se celebró en Moscú el "Congreso de prisioneros de guerra internacionalistas
de toda Rusia" en el que participaron cuatrocientos delegados. Allí
se lanzó un manifiesto "exhortándoles a unirse al Ejército
Rojo o regresar a sus países y hacerse "pioneros de la revolución
socialista internacional de los proletarios". El Congreso nombró un Comité
ejecutivo central que se autodenominó: "Comité de obreros y campesinos
extranjeros".
En los últimos días
de abril, llegó a Moscú el embajador alemán ante el gobierno
soviético desde la ruptura de relaciones a causa de la guerra. Una de
sus primeras apariciones tuvo lugar en Moscú durante el desfile del Primero
de Mayo. Entre las unidades miltitares que desfilaron, había un destacamento
de prisioneros alemanes llevando una pancarta donde se exhortaba a que sus compatriotas
en Alemania derrocaran al emperador Guillermo. A pesar de numerosas protestas
del gobierno alemán ante esta y otras actividades de propaganda revolucionaria
inducida por los soviéticos en territorio alemán y entre los prisioneros
de guerra de ese país en Rusia, los bolcheviques siguieron alentándolas
hasta después del armisticio de noviembre de 1918, a raíz del
levantamiento revolucionario. Pocos días después de ese hecho
subversivo, los prisioneros de guerra alemanes y austríacos ocuparon
los edificios de sus respectivas embajadas en Moscú, constituyendo entre
ellos consejos de obreros, de diputados y soldados, que inmediatamente organizaron
la expedición de agitadores a Europa Central.
Si bien los bolcheviques
exageraron el alcance de sus actividades revolucionarias en los países
de Europa Central, lo cierto es que tuvo el mayor posible dadas las enormes
dificultades de la lucha contra el asedio enemigo exterior e interior para garantizarlas,
esto es, la preservación del poder soviético. Esas mismas dificultades
explican, aunque a nuestro modo de ver sólo en mínima parte, el
hecho de que el aporte del "Estado obrero y campesino" a la lucha internacionalista
en los países beligerantes de Europa no tuviera la trascedencia deseada.
Una revolución no se exporta, el principio activo de su explosión
y desarrollo, está en el magma social y político -incluida la
política internacional- de cada Estado nacional. Este es el error de
perspectiva histórica en que cayeron, con usted, los "comunistas de izquierda".
Se han metido en la ortodoxia espontaneísta y voluntarista de Rosa Luxemburgo,
se apoyaron en sus críticas a los bolcheviques como si ella y sus compañeros
de fracción al interior de la socialdemocracia alemana no hubieran tenido
nada que ver con el fracaso de la revolución en ese país. Y con
esto no queremos decir que la lógica de los acontecimientos allí
estuvo presidida por el comportamiento de los spartaquistas.
Años después
de estos episodios, el entonces embajador soviético en Alemania, A. Joffe,
al parecer tambien bajo un rapto de espontaneismo revolucionario -no hay que
olvidar que al principio estuvo entre quienes propugnaron el impulso de la revolución
mundial a toda costa- rememoró su misión en una entrevista concedida
al escritor norteamericano L. Fisher, quien la dio a conocer en su libro: "Man
and Politics":
<<Su embajada en Berlín -dijo-
servía de cuartel general para la revolución alemana. Compró
información secreta a funcionarios germanos y se la pasó a los
líderes radicales para que hiciesen uso de ella en discursos públicos
y en artículos contra el gobierno. Compró armas para los revolucionarios
y pagó cien mil marcos por ellas. Toneladas de literatura contra el Kaiser
fueron impresas y distribuidas a expensas de la embajada soviética. "Queríamos
derribar al Estado monárquico y acabar con la guerra", me dijo Joffe.
(...) Casi todas las tardes, al anochecer, los dirigentes del ala socialista
independiente (USPD) 3
penetraban subrepticiamente en el edificio de la embajada en Unter der Linder,
para consultar a Joffe sobre cuestiones tácticas. Era un consumado conspirador.
Buscaban su guía, su consejo y su dinero. "Al final, sin embargo, comentaba
Joffe amargamente, ellos, nosotros, no realizamos nada, o muy poco de valor
permanente: éramos demasiado débiles para provocar una revolución">>
(Citado por E.H. Carr: Op. Cit. Cap. 21)
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