Fundamentos teóricos e históricos para la lucha por los

Estados Obreros Unidos de Europa

 

1.     Introducción

2.      La Unión política de Europa: ¿unidad para los derechos sociales y la paz, o para la superexplotación del trabajo social y la guerra?

2.1.   Las verdaderas causas de la Unión Europea

2.2.   El caso español: de la dictadura franquista a los Pactos de la Moncloa

3.      La alternativa revolucionaria

3.1.   Carácter de la revolución y estrategia de poder

3.2.   De Marx y Engels a Lenin en materia de estrategia de poder.
La experiencia de la revolución rusa

3.3.   Período transitorio, evolucionismo reformista y gradualismo revolucionario

3.4.   Correlación actual de fuerzas sociales fundamentales en Europa, y táctica para el período de transición: ¿Socialización gradual o expropiación generalizada?

3.5.   La táctica bolchevique en la estrategia de construcción del socialismo soviético entre 1917 y 1924

3.6.   Capitalismo de Estado proletario y alianza con la pequeñoburguesía

3.7.   Táctica para la futura construcción de los Estados Unidos Obreros de Europa

3.8.                    Socialización objetiva del trabajo, expropiación y socialización

3.9.                     La importancia decisiva del partido en calidad y cantidad de miembros para la tarea de socializar

4.     Conclusión

 

Introducción

Los argumentos centrales del presente documento, son parte de otro texto polémico publicado por el GPM en marzo de 2004 bajo el título: “Contestación al CIS de Argentina”, que ahora hemos adaptado para fijar posición frente al engañosamente llamado “referéndum” por la constitución europea, celebrado en España el día 20 de febrero de 2005. Trataremos seguidamente de fundamentar la necesidad cada vez más acuciante, de que el proletariado europeo se unifique políticamente para luchar por la alternativa de los Estados Unidos Obreros de Europa.

Queremos empezar por decir que, como su palabra indica, la voluntad política expresada en un referéndum es vinculante y esta consulta no lo es, aunque el actual presidente español, Rodríguez Zapatero, haya insinuado lo contrario. No es el caso aquí de que los pueblos participen ni decidan; en realidad, los pueblos del Estado español hemos sido llamados simplemente a opinar sobre lo que han decidido los respectivos gobiernos de los distintos Estados concernidos, porque así lo exige la masa de capital comprometido en esta parte del Planeta. Nada más que por esto.

Se ha tratado, por tanto, de un plebiscito para conocer la opinión de los electores españoles sobre una decisión política irreversible que la burguesía europea ha adoptado hace ya mucho, condicionada por la necesidad del sistema en orden a que la competencia entre los capitales a escala internacional, tenga su correspondiente expresión política en una estructura mundial de bloques de poder perfectamente definidos. Todo lo demás acerca de los “derechos sociales de los pueblos europeos” y demás cháchara jurídico-política, es puro cuento.

En realidad, los derechos sociales —que sólo se enumeran en las dos primeras partes de este tratado— yacen enterrados a priori entre la escombrera histórica de los requerimientos económicos que la decadente burguesía europea considera impostergables, y que han elaborado a la medida del traje político que quieren estrenar cuanto antes ante la pasarela de la comunidad internacional, pisando las alfombras de los despachos ministeriales y demás foros de la diplomacia secreta, que es la forma política de asumir la competencia económica por otros medios entre grandes bloques económicos de poder bien definidos, antesala de las grandes guerras cuando no pueden resolver sus grandes crisis de manera pacífica, y tal parece que vamos por ahí.

 Para llegar a esta conclusión, es necesario prever los acontecimientos, desarrollando con el pensamiento la lógica que encierra la sociedad en que impera el modo de producción capitalista, y que se nos aparece como un inmenso escaparate de bienes y servicios.

Lo primero que salta a la vista, es que cada uno de estos productos del trabajo responde a necesidades específicas diversas que se manifiestan en otra multiplicidad de gustos. ¿Quién determina las oferta de productos y sus característicos modos de satisfacer una misma necesidad? Los consumidores, que constituyen la demanda del mercado, responde la burguesía. Falso. Bajo el capitalismo, la demanda efectiva jamás ha determinado la oferta, sino al revés. Y en su etapa tardía, quién impone el consumo de los productos —asociados a determinados gustos que definen la demanda en función de determinadas marcas—, es el capital a través de la publicidad sobre esos productos contratada por los grandes oligopolios.[[1]]

La libertad del consumidor es un mito, día que pasa más evidente, un tópico o lugar común conquistado por el capitalismo en la conciencia de la sociedad; no sólo en la de los explotados; los burgueses son los primeros en sentir la necesidad de creer en sus propios mitos como si fueran realidades. Esa creencia que hace a la mística de su poder de clase, es la contraparte espiritual que les confirma y justifica en el ejercicio de su función como clase dominante históricamente insustituible o eterna en éste mundo, que así se pueden ver reflejados en él como el mejor de los mundos posibles.

Pero el caso es que, los gustos asociados a nuevos productos que crean nuevas necesidades, tanto como los más refinados que pueden experimentarse con productos tradicionales de la más alta calidad, hay que pagarlos. Dependen de lo que cuestan. Esta razón remite nuestro pensamiento a las distintas y múltiples restricciones presupuestarias que condicionan socialmente esa demanda y le ponen límites más o menos estrechos según las distintas categorías de ingresos. Y aquí es donde, —a la hora de satisfacer las necesidades, cada una con su respectiva jerarquía de gustos más o menos onerosos según su refinamiento—, se puede observar cómo las supuestas “libertades” abstractas del consumidor, se desvanecen por completo, demostrando que el concepto jurídico formal burgués de “libertad” universal, a la hora de la verdad tiene muy poco que ver con la libertad real; ni siquiera tiene que ver con la tan mentada “igualdad de oportunidades”; de modo que, así como hay una jerarquía de necesidades y de gustos, esa jerarquía no está al alcance de todos los individuos, ni siquiera de sus sueños, sino que tiene un profundo trasfondo social, de clase.

Dada la oferta de productos y servicios, la jerarquía de necesidades y gustos supone y está condicionada por una jerarquía social y una “libertad” muy desigual a la hora de que la sociedad pueda decidir democráticamente sobre su demanda de consumo. Aquí lo que manda, es la tiranía del capital bajo la forma del fondo de consumo en dinero de quienes encarnan esa categoría social, sobre la penuria relativa cada vez más acentuada, de quienes se ven necesariamente forzados a trabajar para ellos.    

Pero si, como hemos dicho —y así se ha demostrado científicamente— la demanda está determinada por la oferta, esto quiere decir que tanto el consumo global, como los distintos productos —que satisfacen sus respectivas demandas de consumo, con su jerarquía de gustos— dependen de la producción, de la libertad de decidir qué se produce, cuanto y cómo, lo cual, indudablemente se vincula inmediatamente con la distribución de lo producido y, en última instancia, con los distintos grados de libertad, no con la “libertad” —con la libertad abstracta de que nos hablan los burgueses— sino con la libertad real de satisfacer la demanda y “darse los gustos” con el consumo. Y aquí es donde hasta la “democracia formal” desaparece, porque la facultad de decidir qué se hace con los factores de la producción, depende despóticamente de los respectivos propietarios de esos medios, de quienes ejecutivamente deciden.

Con las decisiones políticas “democráticas” en los distintos Estados Nacionales ha venido pasando y pasa exactamente lo mismo. Los asalariados votan no para decidir qué hacer, sino para decidir que fracción de la burguesía, de los propietarios del capital, representada por los diversos partidos políticos oficialmente reconocidos, decidirá por ellos cada X periodo de tiempo.

En la UE no podía ser de otro modo. Ya se sabe que en el capitalismo esto no es así, que los ciudadanos “no deliberan ni gobiernas más que a través de sus representantes políticos”. La ciudadanía “participa” y “decide” por mediación de sus representantes encarnados en las distintas fuerzas políticas reconocidas, requisito que, en este caso, ni siquiera se ha cumplido, porque quienes han decidido en este caso, ni siquiera fueron los parlamentarios europeos sino los respectivos gobiernos nacionales.

En efecto, el “Tratado de la Unión”, que se quiere hacer pasar por “constitución europea”, ha sido el producto de las “Conferencias Intergubernamentales”, de los distintos poderes ejecutivos eventualmente en funciones. El concepto de Conferencia Intergubernamental (CIG), designa una negociación no entre los representantes parlamentarios del llamado “poder popular”, sino entre los Gobiernos de los Estados miembros, entre los respectivos Poderes Ejecutivos, negociación que tiene lugar, por tanto fuera del marco y de los procedimientos institucionales “democráticos” de la Unión, cuyos resultados permiten modificar los Tratados.

Hasta ahora, los cambios en la estructura institucional y jurídica de la UE —o, más simplemente, en el contenido de sus tratados— siempre fueron fruto de conferencias intergubernamentales; por ejemplo: el “Acta Única Europea y el Tratado de la Unión Europea. Con esto, nosotros no queremos hacer profesión de fe consagratoria de la democracia burguesa, que, pesamos, se hace necesario superar, en tanto es, esencialmente, la democracia de la burguesía, de os explotadores.

Lo que queremos significar aludiendo a la denuncia formulada en este mismo sentido por la izquierda institucional de la burguesía española —en nuestro caso el PCE y su mascaron de proa: IU— es que la presente constitución o “tratado de la Unión” es la expresión más descarnada de la dictadura política del capital, que no puede siquiera respetar su propia legalidad “democrática” sin ver peligrar el dominio que ejerce sobre sus clases subalternas, en especial, sobre la mayoría absoluta de la población europea, que son los asalariados. Esta dictadura política, es el correlato superestructural de la dictadura social del capital todavía más descarnada en la estructura económica de esta sociedad decadente, donde la “democracia” se detiene en los umbrales de los distintos centros de trabajo; porque allí —insistimos— las decisiones sobre qué, como y cuanto se produce, recaen sobre la discrecionalidad despótica de sus propietarios.  

 

La Unión política de Europa: ¿unidad para los derechos sociales y la paz, o para la superexplotación del trabajo social y la guerra?

 

1) Las verdaderas causas de la Unión Europea

La “realidad actual”[[2]] del capitalismo decadente en Europa, se manifiesta en la necesidad de eliminar las fronteras nacionales a fin de crear un mercado único ampliado de capitales, mercancías y salarios, que permita mayores rendimientos (plusvalor) por unidad de capital invertido, lo cual plantea la necesidad histórica de crear los mecanismos para una mayor centralización de los capitales, no ya a escala nacional sino a escala internacional europea.

En efecto, cuanto mayor es el espacio económico en el que operan libremente los capitales, mayores tienden a ser las unidades empresariales que operan en ese espacio y menores los costes de producción; tanto más intensa se torna, también, la especialización de las empresas, esto es, que resulta más fácil la deslocalización y el traslado de las industrias a los lugares donde existen las condiciones naturales y salariales más favorables y donde, por tanto, la productividad del trabajo (producción de plusvalor por unidad de tiempo de trabajo empleado) sea relativamente mayor.[[3]]

Ahora bien, cuanto mayor es el aumento de la productividad determinada por un menor tiempo empleado en producir una determinada masa de productos diversos, mayor es la masa de ellos que salen de la producción y entran en la esfera de la circulación (mercado) para su realización o venta. Esto tiende a aumentar el tiempo en que el capital mercantil permanece en la circulación; esta tardanza en vender el capital mercantil para reconvertirlo en capital dinerario, impide reanudar el proceso productivo.  Si los productos constantemente incrementados en la esfera de la producción no tienen como contrapartida un menor tiempo de permanencia en la esfera de la circulación, el aparato productivo se embota y colapsa por causa de la no realización o venta.

Esto exige un correlativo aumento de la productividad del trabajo en la circulación de mercancías y servicios. Y los medios principales para reducir el tiempo de circulación son los transportes y las comunicaciones, así como las técnicas de almacenaje que permitan disminuir lo más posible los gastos de mantenimiento disminuyendo las existencias en los almacenes. En el libro III de “El Capital”, Marx destaca el enorme progreso alcanzado en esta esfera de la actividad económica durante el siglo XIX, con la generalización del barco de vapor, los ferrocarriles y la construcción de canales, así como el adelanto que supuso la aplicación del telégrafo a las comunicaciones. A estos progresos, el siglo XX aportó el invento y expansión de la automoción por carretera, la aviación, la refrigeración, la radio y la televisión. Ahora estamos en el cenit de las telecomunicaciones por internet y la telefonía móvil, progresos que han ido acompañados por el ferrocarril de alta velocidad y un boom en la ampliación espectacular de la red de autopistas nacionales e internacionales.

Pero, tal como ha sido demostrado hace más de 150 años, con estos progresos el capitalismo se pone a sí mismo un límite al incremento o acumulación de su propio capital mediante trabajo no pagado derivado del incremento en su productividad. Y ese límite no es el consumo restringido de los trabajadores —que es ajeno al principio activo del sistema— sino la tasa media de ganancia como relación entre una masa de plusvalor que aumenta cada vez menos, y un capital ya acumulado que aumenta cada vez más.[[4]]

De este modo —mediante el creciente acortamiento del tiempo de producción, así como del tiempo de circulación— el sistema permite que la burguesía disponga de un capital adicional para la ampliación de su producción; pero dado el límite absoluto  de la jornada laboral colectiva —que teóricamente no puede exceder las 24 hs por obrero empleado— el porcentaje de incremento que tras cada rotación del capital se calcula sobre un resto de jornada colectiva por capitalizar cada vez más corta, ese incremento de capital adicional resulta ser cada vez menor. Crece, pero sucesivamente menos que la parte ya acumulada sobre la cual se calcula la tasa de ganancia; hasta que el proceso de acumulación llega a un punto en el que el capital incrementado rinde una masa de plusvalor más pequeña que antes de su incremento.

En este punto, se interrumpe la función del aumento de la productividad como fundamento de la producción de plusvalor relativo como incentivo de la acumulación sin menoscabo del nivel de vida obrero, haciendo cada vez más necesario apelar al plusvalor absoluto[[5]], a la disminución de los salarios reales, al deterioro progresivo de las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados, como único medio de evitar que se desvanezca el fuego animado de la producción capitalista.

Esta situación de desgracia para los asalariados, es la que se empezó a dibujar una vez más sobre el horizonte del sistema capitalista, desde que el gobierno norteamericano decretó unilateralmente la inconvertibilidad del dólar[[6]] como divisa patrón de los cambios internacionales; con esa medida, la burguesía internacional intentó ganar tiempo a la crisis “independizando” el dinero y el crédito respecto de su base económica real, para prolongar la acumulación del capital más allá de los límites fijados por la tasa de ganancia; dicho de otro modo se trató de prolongar artificialmente la producción y capitalización de plusvalor, ante las presiones desaceleradoras de la inversión productiva, como consecuencia de la sobreacumulación del capital global después de los veinticinco años de bonanza económica inducida por la recuperación de la ganancia, como consecuencia de la enorme destrucción de capital físico y vidas humanas que ocasionó la Segunda Guerra mundial.[[7]]

 

2) El caso español: de la dictadura franquista a los Pactos de la Moncloa

La manifestación de esta crisis —agravada por la subida espectacular en los precios del petróleo—, se hizo presente de forma explosiva en la sociedad española durante 1977, dos años después de la muerte de Franco. Ese año, la situación económica del país se vuelve políticamente explosiva; a la crisis de sobreacumulación se le sumó la crisis de abastecimiento del petróleo; en esos doce meses, el barril de crudo pasó de 1,63 a 14 dólares.

Dado que España es un país no productor de petróleo, el valor de las exportaciones sólo alcanzó a cubrir el 45% de las necesidades de importación, lo cual le ocasionó una perdida en divisas de 100 millones diarios, y una deuda exterior acumulada de 14.000 millones de dólares, superior al triple de las reservas de oro y divisas en poder del Banco de España.

La inflación trepó por encima del 20% en 1976, llegando al 44% a mediados de 1977, frente al 10% de promedio existente en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico Europeo (OCDE)

El endeudamiento de las empresas ascendió a centenares de miles de millones de pesetas, y el desempleo se situó en 900.000 personas —de las cuales sólo 300.000 recibían subsidio deparo— que siguió subiendo hasta alcanzar la cifra de 2.000.000 en 1998.

Fue en tales circunstancias cuando, parafraseando a un político republicano de 1932, Enrique Fuentes Quintana, autor del documento base cuyo contenido inspiró los “pactos de la Moncloa”, llegó a decir: “O los demócratas acaban con la crisis, o la crisis acaba con la democracia”

Durante todo el mes de agosto, el Gobierno provisional monocolor de la “Unión de Centro Democrático” —formación política ad hoc constituida por la fracción reformista del franquismo— presidido por el ex falangista Adolfo Suárez, se estuvo reuniendo con los sindicatos UGT (del PCE) y UGT (del PSOE) para urgirles que convenzan a los trabajadores de que acepten la política de moderación salarial, a fin de acabar con la inflación, salvar a la Corona y a la oligarquía política y sindical de la que ellos formaban parte.[[8]]

En setiembre de ese mismo mes de 1977, Fuentes Quintana discutió su documento base con el Gobierno; en octubre se redactó el texto final conjuntamente con  los demás partidos políticos en distintas comisiones. Finalmente, el 25 de octubre, los representantes de los principales partidos políticos —incluidos Santiago Carrillo y Manuel Fraga (este último, sin embargo, declinó firmar lo referente a las cuestiones jurídicas y políticas)— se firmaron los Pactos de la Moncloa, antecedente inmediato de la futura Constitución. Dos días después, el 27 de octubre, dichos pactos fueron aprobados por el Parlamento en plena actividad “constituyente”

En este contexto, el Comité de Catalunya de la CNT tomó la iniciativa de proponer a los Comités de Catalunya de UGT y CC.OO., que se formara una mesa de análisis y discusión crítica conjunta del “Pacto de la Moncloa”. De estas jornadas que las delegaciones de los tres sindicatos catalanes desarrollaron durante el mes de septiembre y octubre de 1977, surgió el acuerdo de convocar a una manifestación en contra del Pacto de la Moncloa, que tuvo lugar en Barcelona durante el mes de octubre, y en la cual participaron 400.000 trabajadores. Fue este el primer y último acto unitario del Movimiento Obrero durante toda la Transición a la “democracia”, dirigido contra las decisiones dictadas al Gobierno de Suárez por la Trilateral capitalista mundial, como requisito indispensable para el futuro ingreso de España a la UE.[[9]]

No se trataba aquí de ningún conflicto parcial, como el de las huelgas a fines de 1976, en Roca Radiadores, de Gavá (provincia de Barcelona), que duró tres meses a barricada diaria, con decenas de huelguistas encarcelados; tampoco de la huelga de gasolineras, convocada meses después por la CNT en Catalunya, donde los “grises” de la Policía Nacional sustituyeron a los distribuidores de gasolina, provocando varios incendios durante cuatro o cinco días; todo esto desató la represión y el acoso policial contra la CNT.

No se trataba de esto. De lo que se trataba con la manifestación contra el Pacto de La Moncloa, era de desbaratar el pacto entre el Estado y el conjunto de la burguesía, para “poner en cintura” al conjunto del movimiento obrero español, disciplinarle al plan de estabilidad, esto es, que se resignara a perder todo lo conquistado en la lucha contra el franquismo para recomponer las condiciones de la explotación de trabajo ajeno. La burguesía sabía que sin este consentimiento del movimiento obrero, la transición al “chollo” de la “democracia” era imposible.

Y la gravedad del asunto no estribaba en el propio radicalismo de la CNT. Dado su insignificante peso social relativo, lo que esta organización pudiera hacer por sí misma no suponía ningún peligro político para el proyecto de la burguesía representada por el gobierno provisional de Suárez. Pero el caso era que la CNT había conseguido que su razón política necesaria gravitara sobre las secciones catalanas de UGT y CC.OO, haciendo posible que esa cualidad reivindicativa suya se trocara en cantidad superando las limitaciones ideológicas y organizativas del movimiento en esa parte de España. Y ante la manifestación de 400.000 personas recorriendo las calles de Barcelona el 15 de enero de 1978, saltó la alarma entre la patronal de que lo ocurrido en Catalunya se extendiera por el resto del país como una mancha de aceite. Fue cuando la partidocracia burguesa de derecha e izquierda se puso a temblar, decidiendo cortar esta movida a sangre y fuego, utilizando todos los medios, incluidos los ilegales, para evitar que el Movimiento Obrero a escala nacional se alzara unido contra el proyecto de la burguesía y del Gobierno.

Así fue cómo lo primero que acordaron hacer los “demócratas” cerrando filas en torno al gobierno postfranquista, fue aislar a la CNT para conseguir que las disidentes cúpulas catalanas de UGT y CC.OO. volvieran al redil de la transición pactada. Lo segundo, destruir a esa organización disidente lanzando contra ella a la Unidad Móvil de las Brigadas Político-sociales (BPS)[[10]]. Para ello se utilizó la infiltración de un confidente en un grupo de la FAI, en Murcia   —Joaquín Gambín—, quien había vendido a dicho grupo dos maletas de armas y explosivos, que, evidentemente, fueron descubiertas por la policía; este hecho fue vinculado a las 54 detenciones realizadas en Barcelona el 30 de enero, con lo cual la reunión de la FAI pudo ser juzgada como una conspiración terrorista.

En ocasión de la manifestación, la Unidad Móvil de las BPS utilizó el mismo confidente, Joaquín Gambín, quien llegó a Barcelona 3 días antes de la manifestación que tuvo lugar el día 15 de enero de 1978, durante la cual se procedió a incendiar la sala de fiestas “SCALA”, situada en la esquina de la calle Consejo de Ciento y Paseo de San Juan, acción en la que Gambín embarcó a cuatro jóvenes (tres de ellos menores de edad), afiliados a la CNT. En ese atentado murieron cuatro personas que trabajaban en el local: Ramón Egea, Juan López, Diego Montoro y Bernabé Bravo.

Al fiscal del caso le pareció del todo normal que un delincuente común de cincuenta años, en busca y captura por varios juzgados, hubiera sentido de repente una irresistible atracción por las ideologías libertarias. Además, Gambín colaboró —siempre presuntamente— con los responsables directos del atentado, llevándoles por Barcelona en su coche y enseñándoles cómo fabricar cócteles molotov, dirigiéndoles de manera experimentada.

Según declaraciones del mismo fiscal, a las pocas horas del incendio la policía de Madrid ya sabían los nombres y demás señas de identidad de los autores, procediendo a comunicarlo a sus colegas de Barcelona, curiosamente omitiendo cualquier referencia al tal Gambín, más conocido en turbios ambientes como “El Grillo”. El entonces ministro de Gobernación (ahora se llama Interior) Rodolfo Martín Villa, presentó ante los medios de comunicación, la detención del grupo anarcosindicalista (en poco más de 24 horas) como un verdadero triunfo de las fuerzas del orden contra la barbarie anarquista. Sin embargo, dirigentes confederales estaban seguros de que este apestoso asunto había sido un complot para acabar con la central sindical libertaria, que iba tomando fuerza ante el monopolio sindical de CCOO y UGT pactado entre el gobierno de la UCD y los partidos socialista y comunista.

Según reporta Matías J. Ross: http://www.vistazoalaprensa.com/firmas_art.asp?Id=1408, los condenados: José Cuevas, Javier Cañadas y Arturo Pa, en ningún momento aceptaron su participación directa en los hechos, aunque sí la preparación de los cócteles Molotov. Se han sentido manipulados y dirigidos por el confidente policial infiltrado entre ellos. El juicio oral, celebrado en diciembre de 1980, no pudo contar con el testimonio de Rodolfo Martín Villa —solicitado por las defensas de los acusados—, ni con la presencia de Joaquín Gambín, quien logró fugarse de la prisión de Elche en extrañas circunstancias.[[11]]

A pesar de que tenía varias órdenes judiciales de busca y captura, la policía no pudo dar con el paradero de El Grillo, aunque sí lograron entrevistarlo —previo pago— varios periodistas, que localizaron al confidente en Rincón de Seca (Murcia). En el reportaje que apareció en una revista muy leída por entonces —entre otras cosas— dijo Gambín que el comisario Escudero era su jefe directo. Escudero era un policía subordinado del comisario Roberto Conesa, por entonces mano derecha de Martín Villa.[[12]] Dijo que por sus trabajos de infiltración en la Confederación Nacional del Trabajo y/o por constituir el Ejército Revolucionario de Ayuda al Trabajador (ERAT), cobraba 45.000 pesetas mensuales. Este grupo dio varios atracos antes de caer en otra “extraordinariamente brillante” operación policial, cuando ya no se le necesitó. Por la delación del asunto de La Escala, cobró 100.000 pesetas de las de entonces.

En diciembre de 1981, el Grillo fue detenido en Valencia tras un tiroteo. Declaró que se entregó harto de que la Brigada de Información de la Policía Nacional le hubiera abandonado a su triste suerte. La segunda vista por el caso La Escala se celebró en Barcelona en diciembre de 1983, con un solo acusado: Joaquín Gambín. La prensa llegó a decir que era la primera vez que se juzgaba en España a un confidente policial. Fue condenado a siete años por ir a una manifestación con armas y por preparar explosivos.

La presión mediática sobre las fuerzas policiales subió de tono a raíz del juicio y de las alegaciones del indignado fiscal Del Toro, que fue incluso acusado de simpatizar con los anarquistas. Del Toro se defendió y llegó a escribir que, ante el escándalo judicial que representaba una vista pública sin el Grillo y sin Martín Villa, su problema fundamental estribaba en no cubrir de ridículo su carrera. Todo estaba cojo en este caso y por lo tanto era propicio a las más desaforadas imaginaciones.

El periodista Luis Andrés Eldo, de quien hemos recogido parte de lo que hasta aquí hemos dicho sobre este oscuro episodio de la transición a la “democracia” en España, agrega lo siguiente:

<<Pero el hecho más escandaloso de este “agujero negro” que es el Caso Scala, no se limita a la utilización por la BPS (con la connivencia del Gobierno) de un agente provocador (que ha engañado a cuatro adolescentes). No, el tema desborda estas chapuzas de la acción policial.

Efectivamente, el Juez que inició el Sumario del Caso Scala (pues el incendio de esta sala se ha convertido en “Caso”), requirió ese mismo día a un perito especializado en catástrofes de esta índole (un tal Sr. Villalba) la misión de recoger muestras del resto del incendio. El Sr. Villalba y su equipo de especialistas, se presentaron con la autorización del Juez el mismo día a recoger sus muestras (pues el Juez había decidido destruir al día siguiente las ruinas a que había quedado reducido el edificio tras el incendio).

El Sr. Villalba sometió las muestras recogidas a análisis de laboratorio, y el resultado es definitivo: ¡había fósforo!.
Es decir, que los cócteles de gasolina han caído sobre un edificio que alguien había preparado con la acumulación de fósforo, para que pudiera arder en unos minutos.

Para más INRI, uno de los acusados, Xavier Cañadas, atestiguó públicamente, años más tarde, que en los primeros interrogatorios policiales observó que encima de una mesa había una carpeta con una indicación en letras mayúsculas:
CASO SCALA, FÓSFORO.

Se trataba, sin ningún género de dudas, del informe del perito Sr. Villalba.

Este hecho nuevo (la existencia de fósforo) explicaría que un informe del Fiscal General del Estado, Burón Barba, exigiera una investigación sobre la presunta participación de los Servicios de Seguridad del Estado en el incendio de la SCALA.

Resulta que ambos informes, el del Sr. Villalba como el del Fiscal General, desaparecieron del Sumario, no llegaron al Juicio Oral, celebrado en Barcelona tres años después, en diciembre de 1980.

Para que todo esto pudiera ser posible, no existe otra explicación: el que nos encontramos ante una operación de Alta Política de Estado, de alcance internacional, como es la de eliminar la movilización del Movimiento Obrero, peligro real contra la Reforma Pactada, decidida en el marco del “Mundialismo Capitalista”, lo que justificaba la ignominia montada por la BPS.

¿Porqué los Partidos de la llamada izquierda y sus propios Sindicatos miraban hacia otro lado cuando, a través del Caso Scala, el Gobierno y los mass-media machacaban a la CNT?; no se imaginaban (ingenuos todos ellos) que el Poder estaba neutralizando a todo el Movimiento Obrero, condición sine qua non para que el “Mundialismo Capitalista” accediera a que el PSOE alcanzara el Poder en 1982 y continuara metiendo el cerrojo a la movilización del Movimiento Obrero, ante las draconianas “reconversiones industriales” exigidas para su ingreso en la Unión Europea.?>>

 (Luis Andrés Edo: http://loslunesalsol.net/node.php?id=201.)

De “ingenuos” nada, compañero Luis Andrés ¿O usted ignora que, para ese entonces, Santiago Carrillo ya había aceptado las condiciones que le impuso el Rey en 1975, para que el PCE pasara a formar parte del “staff” político partidocrático que pasó a ser el rostro de la “democracia” desde que con el SÍ en referéndum se instauró la Monarquía Constitucional española en 1978?

Hablando de  ingenuidades. Señora Pilar Manjón, ¿no le sugiere nada esta herencia política de la que usted es depositaria —muy probablemente sin saberlo— como miembro del PCE y de la ejecutiva de CC.OO.? ¿No ve usted ningún vínculo entre la memoria de los muertos en el incendio de “La Escala”, y el recuerdo de su hijo vilmente masacrado el 11 de marzo del año pasado? ¿O su deseo es que pongamos le pongamos en la misma fosa común del olvido en que yacen aquellos cuatro compañeros abrasados por el fósforo que allí pusieron “los malditos”, con fines políticos tan precisos como las bombas en los trenes de cercanías, que el 11M se llevaron por delante la vida de 192 trabajadores malogrando la de otros 2.000 más?

“Los Malditos”, esta es la expresión que usted utilizó en el programa televisivo “59 segundos”, pocos días después de su comparecencia ante la Comisión “investigadora” como portavoz de la “Asociación de víctimas del 11M”. Tan probable es que, después de todo, continúe usted ignorando el “Caso La Escala”, como que siga compartiendo la falsa idea de que “los malditos” del 11M son los que convienen a los intereses de su formación política, que gracias a ese atentado hoy cogobierna en minoría los próximos destinos de este país.

¿Es maldito el Partido Popular por haber querido enrolar a España en la guerra de Irak?; ¿son maditos los delincuentes comunes que pusieron las bombas en los trenes aquél fatídico día?; ¿lo son quienes con pleno conocimiento de la trama delictiva, hicieron la vista gorda dejando que las cosas sucedan para poder cambiar “democráticamente” el rumbo de la política exterior de España?

Maldito es este decadente, explotador, encubiertamente dictatorial y cada vez más opresivo y genocida sistema de relaciones sociales todavía existente, señora, aunque no sea ya real, en tanto se ha vuelto por completo irracional, tanto más contrario a los valores que pregona cuanto más insiste en invocarlos. Y si a una mayoría social le sigue pareciendo que este orden de cosas es el único o el mejor de los posibles, no es más que por la costumbre de haberse adaptado a él durante generaciones enteras, a unas formas elementales de vida que alguna vez tuvieron sentido, pero que ya resultan cada vez más insoportables.

Los burgueses nos machacan la sesera insistiendo en que esto de comprar y vender, es decir, el mercado, es la mejor forma de asignar recursos productivos y de repartir medios de vida en condiciones de progreso ininterrumpido. Está demostrado que en la actual etapa tardía del capitalismo esta realidad, día que pasa esta dejando de ser así a marcha forzada.[[13]]

En cualquier caso, ¿de qué nos vale este bonito enunciado a los trabajadores asalariados, si resulta que esa forma de vida fundamentalista y furiosamente mercantil, es para nosotros cada vez más precaria, porque, cuanto más progresa la fuerza social del trabajo, somos más los necesitados de vendernos para trabajar, que los capitalistas dispuestos a comprar nuestra fuerza de trabajo, y porque al progreso ya sólo le vemos el trasero corriendo siempre delante y cada vez más distante de nuestras posibilidades de ingreso?; ¿que forma de vida es ésta que para poder comprar lo mismo que ayer, debo aceptar hoy venderme en condiciones de trabajar cada vez más por menos? Los capitalistas contestan, arrogantes: “esto es lo que hay” y no puede ser esencialmente de otra manera. ¡Hay que ser tolerantes!.[[14]]

Pues bien, nosotros nos contamos entre quienes piensan que este sistema de relaciones mercantiles no conduce sino a un creciente empobrecimiento relativo de esa mayoría absoluta de la sociedad que realmente crea la riqueza, los asalariados, para que el progreso de esas fuerzas productivas lo usufructúen quienes ni siquiera trabajan para controlar a los que de verdad lo hacen. Y esto se tiene que acabar, porque la sociedad ya está preparada para que la conciencia social suplante a la irracionalidad del mercado capitalista y al decadente derecho burgués como fundamento de una vida de relación alternativa, más plena, libre y realmente solidaria, que empiece por recuperar la dignidad humana como algo que no se compra ni se vende.

Los que viven del trabajo enajenado, desde el momento en que a eso le llaman “libertad” necesitan invertir el sentido íntegro de su pensamiento respecto de las cosas y, por tanto, de las palabras que pronuncian para designarlas. Así, mientras hablan de “solidaridad” acentúan la división de la sociedad entre explotadores y explotados; mientras hablan de “democracia” fortalecen su dictadura de clase; mientras hablan de “justicia”, profundizan el reparto desigual que encierra todo contrato de trabajo; mientras hablan de tolerancia imponen el “trágala” si es necesario a sangre y fuego; y, en fin, mientras hablan de “paz”, ahora mismo, compiten por la venta de armas en el mundo, promueven guerras mediante la diplomacia secreta y se preparan para otro holocausto bélico mundial.

Somos perfectamente conscientes de que una respuesta puramente teórica y propagandística como la que nosotros esgrimimos desde aquí no es suficientemente convincente. Mientras no exista en la realidad un modelo de sociedad de transición al socialismo que se sustraiga de manera definitiva a las arbitrariedades y crímenes políticos urdidos desde el poder, a los abusos, despilfarros, desigualdades y opresiones que se dieron también durante la vigencia del llamado "socialismo real", respuestas como la nuestra no convencerán a todo el mundo del trabajo.

Pero hoy no se trata de esto. De lo que se trata es de ir creando opinión pública, conectando con todas aquellas minorías que hoy se muestran honesta y desprejuiciadamente preocupadas por saber lo que realmente está pasando en el mundo, con el sincero deseo de contribuir a revolucionarlo, que es la única manera de mejorarlo. Este es el requisito previo para proyectarse hacia las mayorías contribuyendo a la concienciación de la necesidad de participar masiva y comprometidamente en la construcción del futuro de la humanidad. Ésta es, para nosotros, no la única, pero sí la tarea más importante que están exigiendo las presentes circunstancias de la lucha de clases en el mundo. Ir limpiando la ciencia social, el marxismo, de toda la porquería ideológica que se le ha vuelto a echar encima, esgrimiendo su arsenal científico y las mejores tradiciones del materialismo histórico, tendentes a recrear una intelectualidad revolucionaria orgánica capaz de asumir las responsabilidades políticas presentes con eficacia, para construir un futuro socialista que supere con plena certidumbre teórica y firmeza política los errores del pasado.

Lo que queremos significar cuando hablamos de la necesidad de crear opinión pública basada en la ciencia social, para una actitud colectiva general comprometida con la transformación radical de la sociedad en que vivimos, es que la economía y la sociedad se han tornado demasiado complejas y llevan consigo demasiados riesgos de catástrofes como para ser gestionadas no importa por qué clase de empresarios privados, de burócratas  "expertos" ni de políticos profesionales —que por esa misma condición social de propietarios privados o burócratas corruptos, son cada vez menos competentes—, ni por cualquier tipo de élites minoritarias. Del mismo modo, nosotros creemos que esta crisis mundial es demasiado grave como para ser dejada a merced de "leyes objetivas del mercado" que se realizan a espaldas de la humanidad. Esta crisis sólo será resuelta de manera que sea la última, si por lo menos una mayoría de trabajadores toman en sus manos la gestión de sus propios asuntos, de la economía, del Estado, de la Sociedad. Para eso, es necesario contribuir, de momento, a que la vanguardia amplia de la clase obrera se sacuda multitud de prejuicios introducidos en su movimiento por el enemigo de clase, y no tenga reparos en decidirse de una vez por todas a comprender y aplicar a la a realidad que vive, los principios de la ciencia social moderna, el materialismo histórico.

 


La alternativa revolucionaria

 

1) Carácter de la revolución y estrategia de poder

Seguidamente nos abocamos a bosquejar una alternativa de sociedad en base a los progresos de la ciencia social aplicada y a los aportes de la memoria histórica encarnada en el —hasta hoy— más grandioso emprendimiento de transformación social de la humanidad bajo el capitalismo, que fue la Revolución Rusa.  

Hay que empezar por decir que una revolución no implica sólo luchar contra el poder establecido, sino esencialmente luchar por un poder alternativo, por tanto, con una determinada estrategia de poder alternativa. Pero, en nuestro caso, antes de delinear la estrategia de poder del proletariado, es necesario definir el carácter de la revolución. Y esto depende de factores económicos, sociales y políticos objetivados y objetivables, factores materiales, que es necesario estudiar, para transformar políticamente mediante la acción de los explotados a instancias de su vanguardia política. Acción que no tiene por qué tener siempre el carácter de enfrentamiento directo y físico con sus enemigos visibles, algo que a la mayoría de los militantes prácticos tradicionales, muchos de ellos autoproclamados antistalinistas —que ignoran haber sido formados en el espíritu del más puro stalinismo— no les cabe en la cabeza.

Estos factores son los siguientes:

·         la llamada "correlación fundamental de fuerzas sociales" o magnitud social comparada entre las dos clases universales estratégica y tácticamente antagónicas: hoy día, la burguesía (grande y media) por un lado, y el proletariado por otro;

·         la magnitud social correspondiente a los explotadores de trabajo ajeno en pequeña escala,

·         el grado de socialización del trabajo, 

·         el carácter de clase del Estado, y,

·         sus formas de gobierno.

El carácter de la revolución determinado por las condiciones económicas y políticas objetivas, determina, a su vez, la estrategia de poder, sujeta a cambios según evolucionan las condiciones objetivas. Por ejemplo, en la Alemania de 1848, tanto como en Rusia a principios del siglo pasado, la correlación fundamental de fuerzas sociales era totalmente desfavorable al proletariado urbano relativamente minoritario dado el lento desarrollo de una burguesía incipiente. Países ambos de mayoría pequeñoburguesa aplastante, un campesinado pobre sujeto a relaciones semifeudales y la sociedad toda bajo el dominio político de la nobleza en un Estado teocrático y despótico, semejantes condiciones económicas, sociales y políticas objetivas, dieron a la revolución allí un carácter democrático burgués. Por tanto, la estrategia de poder del proletariado, limitada a los objetivos sociales de la burguesía —en conjunto mayoritaria— no podía pasar de la lucha contra los privilegios de los distintos estamentos feudales y  por la conquista de la democracia formal capitalista.

 


2) De Marx y Engels a Lenin en materia de estrategia de poder. La experiencia de la revolución rusa

¿Qué hicieron los bolcheviques hasta octubre de 1917 en materia de estrategia de poder?. Pues, antes que nada, aprender de lo experimentado por la "Liga de los Comunistas" a instancias del liderazgo político y legado teórico de Marx y Engels, actuando como aconsejaron ellos después de sufrir por primera vez la intrínseca cobardía política de la burguesía internacional en las condiciones históricas de 1848, y que, como se ha vuelto a demostrar, repitió durante todo el período revolucionario en Rusia.

¿Y cómo hubieran actuado Marx y Engels de haber triunfado la revolución de 1848? Lo dejaron dicho en enero de ese mismo año, dos meses antes de la insurrección en Berlín, cuando presentaron al mundo el primer programa de transición al comunismo en toda la historia del movimiento político del proletariado, que delineó su estrategia de poder para el período revolucionario determinado por el carácter democrático-burgués de la revolución en Alemania; fue un programa similar al elaborado por Lenin antes de la toma del poder en Rusia, y que los bolcheviques no pudieron llevar a término porque cambiaron radicalmente las condiciones al desatarse el hambre en las ciudades por causa de la semiparálisis del aparato productivo ante el caos producido por el imprevisto apoderamiento de las tierras por parte de los campesinos pobres, la falta de transportes y la interrupción de los suministros industriales provocado por el bloqueo de las potencias enemigas, obligando a adoptar el programa del llamado "comunismo de guerra".

Si nos tomamos el trabajo de leer el programa que Lenin expuso a consideración del partido en abril de 1917, publicado en septiembre bajo el título: "Las tareas del proletariado en nuestra revolución", y comparamos lo que allí aparece con lo que Marx y Engels propusieron en el programa que incluyeron en el "Manifiesto comunista", veremos que ambos se inclinaron por el mismo presunto "evolucionismo" que algunos reprochan a los bolcheviques ¿De qué modo presentaron su programa los creadores del Materialismo Histórico? Diciendo lo siguiente:

<<Como ya hemos visto más arriba, el primer paso de la revolución obrera, es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia.

El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los medios de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas.>> (K.Marx-F.Engels: "Manifiesto del Partido Comunista" Cap. II)  

Y se podrá, además, comprobar, que Marx y Engels parece que fueron bastante más "evolucionistas" que los Bolcheviques, porque sólo se plantearon allí "expropiar la propiedad territorial y emplear la renta agraria para financiar los gastos del Estado". O sea, que ni siquiera hablan ahí de confiscar directamente y sin compensación a la burguesía industrial, sólo a los emigrados y los "rebeldes contra la mayoría del pueblo". Dos meses antes, en noviembre de 1847, el propio Engels, en sus "Principios del comunismo" había sido programáticamente más explícito y ajustado a la literalidad del "Manifiesto", proponiendo:

<<expropiar gradualmente a los propietarios agrarios, fabricantes, propietarios de ferrocarriles y buques, parcialmente con ayuda de la competencia por parte de la industria estatal y, parcialmente de modo directo con indemnización>> (Op.cit. Principio XVIII)

    ¿En qué ha fundamentado Engels este gradualismo supuestamente asimilado por los practicistas revolucionarios al reformismo de la IIª Internacional? Esta pregunta se la formula a sí mismo y contesta Engels en el "principio" Nº XVII de la obra que acabamos de citar:

<<¿Será posible suprimir de golpe la propiedad privada?

No, no será posible, del mismo modo que no se pueden aumentar de golpe las fuerzas productivas existentes en la medida necesaria para crear una economía colectiva. Por eso, la revolución del proletariado, que se avecina todos los indicios, sólo podrá transformar paulatinamente la sociedad actual. Y acabará con la propiedad privada únicamente cuando haya creado la necesaria cantidad de medios de producción>> (F. Engels: Op.cit.)

¿Cómo es posible concebir que el respeto siquiera parcial por la ley del valor y la propiedad privada capitalista sea un principio comunista? Porque, científicamente, nada se puede crear de la nada. Sólo los utopistas pudieron llegar a creer que la sociedad comunista podría construirse desde la imaginación de unos cuantos bienintencionados reformadores sociales. La imaginación sólo puede aportar a la construcción del comunismo, si ya se sabe de qué y cómo está hecho y funciona el capitalismo, si se conocen sus leyes de desarrollo. Y las leyes del capitalismo determinan que no se puede socializar una estructura productiva que no esté suficientemente desarrollada, porque lógicamente no se pueden saltar etapas de desarrollo de las fuerzas productivas por decreto. Esto no obsta para que se empiecen a socializar las estructuras productivas o unidades empresariales capitalistas de mayor desarrollo que, bajo las nuevas relaciones de producción comunistas más eficientes, a través mismo de la ley del valor y la competencia, vayan dejando sin sentido económico a las empresas capitalistas de menor desarrollo relativo y puedan así ser absorbidas por las respectivas empresas estatales, sin los traumas sociales derivados del paro.

Marx decía que a la naturaleza, cuando no se sabe cómo transformarla para un fin determinado y se la quiere expulsar por la puerta de la sociedad, se vuelve a colar por la ventana: (Gaceta alemana de Bruselas, artículo recogido bajo el título: “Crítica moralizante y moral critizante”11/11/1847). Y en este sentido, no se puede olvidar que el modo de producción capitalista es un organismo "histórico-natural" vivo, donde el mercado es el que determina la composición técnica y orgánica del capital en funciones, esto es, la proporción de medios de producción afectados al trabajo de cada asalariado, lo cual determina el grado de desarrollo de la fuerza social productiva en cada unidad empresarial, a la que el mercado también le asigna una ganancia y unos determinados costes y precios de producción —o de venta (si se trata de una empresa comercial o de servicios). Y esto no se puede alterar a voluntad sin consecuencias para la productividad media de la sociedad y, por tanto, para la vida de los seres humanos que viven en ella.

En tales condiciones, para hacer valer la superioridad del sistema socialista en la sociedad de transición del capitalismo al comunismo —donde, en buena parte de la sociedad sigue rigiendo la ley del valor pero ya bajo el principio de la obligación de trabajar, legitimando democráticamente la consigna de que "quien no trabaja no come"—, la nueva organización social adquiere ipso facto la responsabilidad de posibilitar trabajo y salario histórico a todo el mundo según su capacidad.[[15]] ¿Cómo hacer esto si no se dispone de medios de producción y materias primas adicionales, porque el capitalismo legó esta situación de penuria relativa general y paro masivo? Los comunistas de izquierda responden inmediatamente: "reduciendo la jornada de labor", repartiendo las horas de trabajo totales de cada unidad de trabajo entre los obreros disponibles. Esto se puede llegar a realizar y está teóricamente previsto que se realice. Pero, ¿hasta dónde es posible al principio? Todo depende del grado de desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado por el capitalismo antes de la toma del poder. Para  que esta proposición se justifique económicamente, el aumento de la producción adicional,  deberá ser equivalente a los salarios adicionales de los nuevos trabajadores incorporados a esa empresa, más la parte proporcional del fondo de amortización necesario para reemplazar en su momento los medios de producción gastados, ahora en un tiempo sensiblemente menor que antes, a raíz de la introducción de un turno o dos más de trabajo. ¿Será posible esto sin un aumento en la productividad del trabajo mediante la incorporación de mejores y, por tanto más costosos medios de trabajo? Un poco más adelante volveremos sobre este asunto. Todos estos son factores cuyo análisis corresponde al diseño de la táctica política de los revolucionarios, de las tareas coyunturales o históricas para alcanzar los objetivos estratégicos.

 

3) Período transitorio, evolucionismo reformista y gradualismo revolucionario

El hecho de que un Estado nacional sea burgués, y que el proletariado haya alcanzado a ser mayoría social absoluta, no quiere decir que la revolución social deba ser inmediatamente proletaria pura, esto es, comunista. Todo depende de la estructuración social de las clases y sectores de clase minoritarios, especialmente de la magnitud económica y social de la pequeñoburguesía y del semiproletariado que alterna su condición de parado, con actividades temporales en relación de dependencia y como cuentapropista o trabajador autónomo en régimen de producción o cambio mercantil simple.

En primer lugar, el error es considerar a la pequeñoburguesía, como parte políticamente inseparable del capital en todo momento y bajo cualquier circunstancia. Como si los pequeños patronos constituyeran entre todos ellos una sola masa reaccionaria permanente. Marx descalificó por esto a Lassalle en su "Crítica del Programa de Gotha". Y, en efecto, es un error, en primer lugar, porque estos sectores, aunque capitalicen plusvalor, no se rigen por la tasa media de ganancia; sólo dependen de ella por los efectos que provoca sobre ellos la evolución económica a instancias de la escala de la producción y la estructura de costes y precios de las grandes y medianas empresas reflejados en el mercado, cambios que repercuten sobre su masa, determinando, en parte, el aumento o disminución en el ejército industrial de reserva, según se explicará un poco más adelante. En segundo lugar, porque siendo un sector de clase burguesa intermedio entre la burguesía propiamente dicha y el proletariado, la pequeñoburguesía fluctúa históricamente entre la burguesía y el proletariado según los cambios en la correlación política de fuerzas entre las dos clases universales antagónicas. En una situación de doble poder favorable al proletariado, la pequeñoburguesía tiende a orientar su voluntad política hacia las posiciones del proletariado según las perspectivas de supervivencia qué, de momento, les ofrece el programa revolucionario. 

Si con la crítica al supuesto "evolucionismo" de Lenin los críticos de la revolución rusa están proponiendo que no sólo hay que expropiar a los terratenientes, a la gran burguesía y a la burguesía media —como hicieron los Bolcheviques— sino también a la pequeñoburguesía que explota a un número irrisorio de asalariados, como sostenían los "comunistas de izquierda" en la URSS, con esta cuestión estratégica o programática no estamos de acuerdo, por la misma razón que cuestionamos la voluntad política de disminuir la jornada laboral sin saber si las condiciones objetivas legadas por el capitalismo lo permiten. 

En este sentido, el proceso iniciado en octubre de 1917 en modo alguno fue "evolucionista" o, si se quiere, reformista evolutivo, sino de revolución social permanente, en proceso de ruptura radical con la propiedad privada capitalista y, por tanto, con las concepciones meramente reformistas de la socialdemocracia. Esta confusión de los comunistas de izquierda, es la consecuencia lógica del reduccionismo permanente de la lucha de clases, a su forma política cruenta entre dos enemigos declarados en un conflicto abierto, con las trincheras perfectamente delimitadas y visibles. Para el militantismo practicista tradicional —por lo general sin vocación de poder alguno, incapaz de concebir otra lucha que la meramente contestataria contra el poder ajeno establecido, anclada en la conciencia puramente negativa que se adquiere luchando contra lo que no se quiere, sin saber exactamente lo que se quiere— esta concepción de la lucha de clases es la única válida y posible. Al no concebir que pueda haber otra forma de lucha que no sea ésta, los practicistas se niegan para sí mismos, la necesidad y posibilidad de trascender su condición de clase subalterna para asumirse como clase dominante.

Los practicistas revolucionarios no comprenden que la lucha de clases pueda en determinado momento no estar planteada en términos de confrontación social física, de unos frente a otros por objetivos explícitos, más o menos evidentes, como en la guerra; no comprenden lo que pueda ser una lucha sorda, soterrada, no manifiesta, tenaz y encarnizada aunque al mismo tiempo incruenta, aparentemente inexistente e intrascendente y, sin embargo, tan decisiva como cualquiera otra, dependiendo siempre de las condiciones a transformar y de la capacidad de las fuerzas disponibles en cada bando sin trincheras visibles. Los practicistas revolucionarios jamás se atienen a las condiciones de la lucha. Para ellos, la lucha proletaria es primordial y exclusivamente una cuestión de principios y de voluntad política; dicho llanamente, de algo que se hace "por huevos", como proponía el "Che" Guevara. De este modo, a los practicistas revolucionarios la lucha siempre les sorprende, no piensan ni creen que se puede y se debe prever la necesidad de esa lucha, tanto como sus formas, medios y métodos a emplear en ella. Y menos aún se les puede pasar por la cabeza ni la imaginación, plantearse luchar contra alguien a través de una alianza con él, como hicieron magistralmente los bolcheviques desde el poder en la Rusia soviética con la burguesía alemana durante la Primera Guerra Mundial, o con la pequeñoburguesía durante la N.E.P. Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/revpermanente/05.htmy http://www.nodo50.org/gpm /revpermanente/06.htm

Como si la lucha económica por el control y el registro en las empresas confiscadas contra el sabotaje del individualismo pequeñoburgués residual en el grueso de la clase obrera —lucha que se impone desde el día siguiente a la toma del poder— no fuera una lucha política estratégicamente decisiva; como si al principio de la construcción del socialismo, el necesario desarrollo de las fuerzas sociales productivas no descansara casi exclusivamente en el esfuerzo de su componente subjetivo fundamental: el factor humano en términos de conciencia, esfuerzo, organización y disciplina en el trabajo. Frente a este concepto materialista histórico de la revolución socialista, la historia del movimiento obrero ha registrado este otro:

<<Hay que desarrollar el capital, pues sólo un capital llevado hasta el último estadio de su  desarrollo podrá ser socializado>> (Friedrich Ebert. Enero de 1918)

Semejante evolucionismo capitalista de la IIª Internacional, está en las antípodas políticas del “gradualismo” bolchevique ruso entre octubre de 1917 y enero de 1924, basado en la ruptura política del proletariado con la burguesía, como condición para llevar adelante el proceso de socialización del capital desde el Estado obrero. Ya hemos explicado sumariamente más arriba, en qué consistió la táctica de los bolcheviques con la pequeñoburguesía. Nosotros estamos de acuerdo con esa táctica.

¿Por qué razón está hoy día "desfasada" esta táctica, porque el proletariado se ha convertido en mayoría absoluta de la población en casi todo el mundo? Esta es sólo la condición necesaria que justifica y posibilita la lucha exitosa del proletariado para constituirse en clase dominante. Pero la construcción del socialismo no consiste en eso, sino en el comportamiento del proletariado antes, durante y después de la toma del poder, según las condiciones económico-sociales heredadas del pasado inmediato, lo cual depende, decisivamente, de la cantidad y calidad de los miembros del partido para garantizar que ese comportamiento discurra por los cauces efectivamente revolucionarios, determinantes del “hombre nuevo” con el que soñó el “Che”.

 

4) Correlación actual de fuerzas sociales fundamentales en Europa, y táctica para el período de transición: ¿Socialización gradual o expropiación generalizada?

Acerquémonos más tangiblemente al problema. Actualmente, las pequeñas empresas constituyen el 99% del tejido empresarial europeo, empleando al 53% de los explotados (65 millones). Las "muy pequeñas empresas", que no explotan trabajo asalariado, ascienden a 7.848.000; las que explotan entre 1 y 9 asalariados son 6.783.000. Finalmente, las "pequeñas empresas" que explotan entre 10 y 49 asalariados no exceden del millón llegando a las 971.000. O sea, que 7.754.000 empresas productoras de plusvalor en pequeña escala, emplean a más de la mitad de los asalariados europeos. Como puede apreciarse en el siguiente cuadro elaborado en base a datos de "Eurostat" para 1996:

  

Muy pequeñas empresas

Pequeñas Empresas

Medianas Empresas

Grandes Empresas

 


Número de
Empleados

0

1 - 9

10 - 49

50 - 249

> 250

TOTAL


Número de Empresas
(en miles)

7.848

6.783

971

146

31

15.777

Fuente: Eurostat, Empresas en Europa, sexto informe. Cifras clave para 1996, 2001.

 

¿Qué hacer con estos explotadores en pequeña escala, expropiarlos? Analicemos esta proposición. Suponiendo una media de 2 patrones por empresa entre las dos categorías de pequeños explotadores, si la dictadura del proletariado procediera a expropiarles despóticamente, tendría ipso facto 15.508.000 enemigos con sus respectivas familias repartidos entre el interior y el exterior de las fronteras de la UE.

¿Cuál ha sido y sigue siendo la doctrina marxista al respecto? Transformar la sociedad democrático-social burguesa en socialista, expropiando lo efectivamente socializable según las condiciones objetivas específicas al momento de la toma del poder.  En este asunto, lo único que ha cambiado respecto de la sociedad Rusa en 1917, es que el proletariado se ha constituido en la clase absolutamente mayoritaria de la población, y, en virtud de ese hecho consumado, su dictadura política deviene automáticamente en una democracia. 

Ahora bien, si lo que se quiere —como debiera ser— es demostrar de entrada la superioridad social y política de las nuevas relaciones de producción de tipo comunista, para consolidar la revolución habrá que priorizar inmediatamente el desarrollo de las fuerzas productivas a partir de la estructura económico-social heredada del capitalismo, asignándole el índice histórico = 100.

Siguiendo el modelo soviético, la primera medida consistirá en estatizar mediante expropiación sin compensación, toda la grande y mediana burguesía industrial, agraria, comercial, y de servicios -incluidos los transportes-, más todo el sistema bancario. Dado el grado de desarrollo de las fuerzas productivas contenido en estos sectores, pueden ser efectivamente socializados bajo las nuevas relaciones de producción de tipo comunista al margen de la propiedad privada capitalista. Para esto, el papel dirigente del partido deberá ser reconocido por las masas asalariadas y semiasalariadas (trabajadores autónomos), con suficiente extensión y alcance sobre ellos como para ejercer esa función hegemónica, no simplemente dominante, a fin de garantizar que la gestión del control obrero no derive en simple autogestión empresarial privada. De lo contrario, el proceso se complica, como sucedió en la URSS.[[16]]

El ejercicio del poder en los primeros momentos, sin duda contribuye a que el proletariado siegue a cada paso que da en esta dirección la maleza de los prejuicios de clase que, durante años y años, vino cultivando la burguesía en su conciencia colectiva, especialmente el prejuicio del mercado como única alternativa para la distribución racional de recursos productivos y riqueza; pero esto sólo es válido para el proletariado de las grandes empresas. Teniendo en cuenta, además, que, ante cualquier dificultad o error de previsión en la consecución de los objetivos revolucionarios propuestos —cuyas consecuencias se trasladan inmediatamente del bolsillo y el estómago a la conciencia del proletariado sin partido, esa misma conciencia ve crecer muy pronto la misma maraña ideológica donde habían empezado a brotar los retoños de la racionalidad comunista.

Como los revolucionarios rusos han podido experimentar en muchos frentes, el desarrollo ideológico y político desigual del movimiento, determina que la burguesía, aun habiendo desaparecido físicamente de las nuevas relaciones de producción, su fantasma, el espíritu objetivo de su concepción del mundo sigue allí, en la realidad de la sociedad de transición, en el mercado, para continuar ejerciendo un doble poder en la conciencia de muchos asalariados que apoyaron a la revolución y que pasaron a defenderla, pero que, una vez en el poder, se aprovechan de ella como reminiscentes pequeños propietarios, una reminiscencia que no deja de hegemonizar el espíritu de sus sectores más atrasados, amenazando con cobrar nueva fuerza material contrarrevolucionaria a instancias de ellos, de sus vacilaciones, y hasta de su rebelión encubierta.

Durante el discurso que pronunció el 29 de abril de 1918 en el "Comité Ejecutivo Central del Partido Comunista Bolchevique", Lenin alertaba contra la insuficiencia de la disciplina y las ideas pequeñoburguesas de una mayoría de asalariados no comunistas todavía en condiciones de penuria, al tiempo que criticaba las ideas de los "Comunistas de izquierda", que creían posible desembarazarse de la burguesía por el sólo hecho de derrotarla y expropiarla, sin haber reemplazado en la conciencia de muchos asalariados la picaresca burguesa por la disciplina revolucionaria, observando que la tarea más difícil en semejantes circunstancias no consiste en derrocar a la burguesía quitándole su base material de sustentación, sino arrancar su espíritu rapiñoso de la conciencia de muchos asalariados, asegurando "el orden, la disciplina, la productividad del trabajo, la contabilidad y el control" de la producción con esos medios expropiados. Así habló seis días antes frente a los diputados de los soviets:

<<Estos pequeños kulaks, pequeños patronos y pequeños propietarios (que seguían subyugando el alma de muchos obreros) dicen: "toda la vida nos han oprimido, toda la vida nos han aplastado, por qué no sacar partido de tan propicia oportunidad? Este fenómeno constituye un serio obstáculo y sin superarlo es imposible pensar en el triunfo, ya que de todo pequeño propietario, de todo individuo codicioso y rapaz puede surgir un nuevo Kornilov>> (V.I. Lenin: "Discurso ante soviet de diputados, obreros, campesinos y del Ejército Rojo de Moscú. Lo entre paréntesis es nuestro)  

La segunda medida del proletariado revolucionario tras la toma del poder, debe consistir en decidir utilizar la parte del plustrabajo confiscado que los burgueses destinaban a su fondo de consumo, según el siguiente orden de prioridad:

1)       para ampliar de inmediato la escala de la producción en todo lo que la herencia de parados exceda las posibilidades de empleo que brinda la capacidad instalada ociosa de las empresas capitalistas, expropiadas o no; Al contrario, la capacidad instalada ociosa que excediera la herencia de parados, debería servir para disminuir porcentualmente la jornada de labor entre el total de los asalariados existentes.

2)       para acercar los salarios reales al salario histórico correspondiente al desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas de la sociedad anterior.

3)       para poner inmediatamente en funciones, los resultados de la más alta investigación tecnológica aplicada al sector I (producción de medios de producción), que el capitalismo retarda, a la espera de que el coste de su incorporación al aparato productivo de la sociedad, sea inferior al coste de la mano de obra que reemplaza, esto es, al tiempo de trabajo necesario de la jornada de labor correspondiente al valor de los salarios de esa mano de obra que la mejora tecnológica permite reemplazar; un problema que no tiene el sistema basado en las relaciones de producción comunistas, donde el coste social del trabajo empleado comprende la jornada de labor entera, lo cual acelera la aplicación de las innovaciones tecnológicas al aparato productivo.

4)       Para ayudar crediticiamente a la pequeñoburguesía en la puesta al día de los salarios históricos según el criterio expuesto más adelante, bajo la condición garantizada por el control obrero, de que el bajo coste de la tasa de interés no se traslade al precio de los productos.

La propensión planificada al aumento de las fuerzas productivas, consiste en dedicar más recursos a la ampliación del fondo de acumulación técnica en el sector I, esto es, en medios de producción de las empresas productoras de medios de producción -al nivel tecnológico más alto correspondiente a las grandes empresas que emplean más de 250 asalariados- a expensas de las empresas del sector II, productoras de bienes de consumo.

Esta prioridad en el desarrollo de las fuerzas productivas en la nueva sociedad salta a la vista, porque es la premisa necesaria para cohesionar al conjunto de la sociedad en torno a las nuevas relaciones de producción dominantes. En efecto, dado que la composición técnica en cada una de las empresas socializadas determina la masa de trabajo vivo a emplear en cada jornada, cuanto mayor es el coeficiente tecnológico de los medios de producción menor será el contingente necesario de asalariados a emplear, mayor el numero de turnos de cada jornada, menor el número de horas de cada turno, mayor la productividad y la producción global, menores sus costes unitarios en términos de tiempo de trabajo y mayor el poder adquisitivo de los salarios.

Por el contrario, si las fuerzas productivas de la sociedad socialista no crecen y el empleo en ella —que naturalmente aumenta según el crecimiento vegetativo de la población— lo hace por encima de lo que exige la composición técnica media anterior a la revolución, la productividad del trabajo remite o desciende por debajo del índice 100 inmediatamente anterior a la primera fase socialista. 

Bajo tales condiciones, la sociedad de transición comienza a perder justificación histórica, hasta que, una vez agotados los fondos burgueses de consumo destinados al aumento del nivel de vida asalariado, los resultados adversos del descenso en la productividad sobre el nivel de vida de una sociedad de pleno empleo, comienzan a pesar sobre la conciencia socialista de sus productores hasta quedar aplastada por la cada vez más impaciente añoranza en el capitalismo, sentida muy especialmente por los asalariados de mayor cualificación relativa, de cuyo nivel de conciencia política depende en gran medida el fortalecimiento del capitalismo de Estado proletario y del control obrero sobre el capitalismo privado en pequeña escala, condición para dar el siguiente paso hacia la primera fase del comunismo.

Ante un continuado retroceso en la productividad y la consecuente menor participación creciente de los asalariados en el producto de su trabajo, llega un momento no muy lejano, en que el proceso de contrarrevolución interna se pone a la orden del día.

Volviendo al ejemplo de la UE, los empleados en la actualidad son 122.641.509. El paro durante el primer semestre de 2002 ascendió al 8,5%, o sea 10.424.528 desempleados. Ahora bien, en realidad, a estos parados oficialmente reconocidos hay que agregar el 53% del total de los empleados, que por entonces era de 65.000.000, que trabajaban a tiempo parcial. De estos, sólo sabemos que la cuarta parte, o sea 16.250.000 correspondían a contratos de menos de 25 horas por semana, esto es, menos de cien horas por mes, cuando los contratos normales a mes entero de ocho horas diarias llegaban a las 160 horas mensuales. Suponiendo que los 65.000.000 trabajaran un parcial medio de 80 hs. mensuales (20 por semana), a los 10.424.528 parados hay que sumar el 50% de 65.000.000, o sea, 32.500.000, de modo que, en este supuesto (muy optimista para la burguesía), el total de parados asciende a 10.424.528 + 32.500.000 = 42.924.528 una tasa del 35,00%. Y los empleados trabajando 8 hs descenderían en 32.500.000 o sea: 122.641.509 ─ 32.500.000 = 90.141.509. Así, la tasa real de paro sube al 47,62%

A estos parados, teóricamente habría que agregar los correspondientes a la expropiación de la burguesía media y gran burguesía, esto es: 971.000 + 31.000 = 1.002.000, de lo que resulta un paro total teórico de 43.926.000. Decimos teórico y lo despreciamos, porque muchos de esta parte minoritaria de la población no son quienes gestionan sus empresas; y aun cuando las gestionaran, a diferencia de lo que pasó en la URSS, en este caso muy bien se les podría reemplazar por asalariados en paro especializados en esa tarea, de modo que, desde el punto de vista económico su incidencia es nula y no es necesario mantenerles en sus puestos; desde el punto de vista político tampoco tendría sentido incluirles en la estadística del paro, porque su exilio es más que seguro.       

Ahora bien, para emplear a los 90.141.509 asalariados, la burguesía europea utiliza hoy día entre el 60/70% -digamos 65%- de su capacidad industrial instalada. Esta capacidad viene directamente determinada por la composición técnica media del trabajo social, que, bajo el capitalismo, es una variable dependiente del llamado "break even point" (punto de producción y de precios regulados por la tasa media de beneficio), y que, en el caso de la UE, no permite emplear más que entre el 60 y el 70% de la capacidad industrial instalada. Esto quiere decir que el paro actual en la UE = 42.924.528, puede ser totalmente absorbido por el 35% de su capacidad ociosa, con un potencial de empleo igual a 48.537.735 asalariados. Dado que esta capacidad ociosa excede en un 11,56% a la absorción de los 42.924.528 asalariados actualmente en paro, la producción puede aumentar en un 47,62% sin menoscabo de la productividad, quedando un remanente de capacidad ociosa del 11,56%.

¿Qué pasaría de optarse por la alternativa ultraizquierdista de expropiar a las dos categorías de la pequeñoburguesía que emplean entre 1 y 49 asalariados? Que estos 15.508.000 trabajadores que explotan trabajo ajeno en pequeña escala, se volverían contra la revolución, soterradamente unos, y más o menos abiertamente otros. Esta situación, sin duda agrega un sensible grado de dificultad a los fines de la estabilidad política del nuevo sistema de vida. Sin el consenso o la neutralidad de esa minoría de la población activa, más una parte indeterminada pero nada desdeñable de asalariados que, al principio, no dejarían de seguir pensando con la cabeza de sus antiguos patrones, la revolución comenzaría su andadura con algunas piedras más en el camino.  

En tal sentido, esta política de expropiar, rompe con la doctrina sentada por el hilo teórico conductor entre Marx y Lenin, en cuanto a la política de los revolucionarios con la pequeñoburguesía tras la toma del poder en cualquier sitio. ¿En qué consiste esta doctrina?

En noviembre de 1850, Marx decía con plena razón:

<<Los obreros franceses no podían dar un paso adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la marcha de la revolución no sublevase contra este orden, contra la dominación del capital, a la masa de la nación —campesinos y pequeñoburgueses— que se interponía entre el proletariado y la burguesía; mientras no la obligase a unirse al proletariado como a su vanguardia.>> (K. Marx: "Las luchas de clases en Francia, de 1848 a 1850". Punto I)

Desde la experiencia de la revolución Rusa hasta hoy, aunque naturalmente no con tanta fuerza, pensamos que este principio sigue todavía vigente. El mismo que siguió Lenin al frente de los Bolcheviques, en cuanto a que el proletariado no puede empezar una nueva andadura revolucionaria efectiva tras la toma del poder, sin contar con la pequeñoburguesía urbana y rural en cualquier país, hasta que la revolución se extienda y se logre acabar con la gran burguesía internacional. Después, la integración de estos sectores al socialismo será más una cuestión económica que política propiamente dicha.

En lo inmediato, además de la ayuda crediticia a bajo interés para pagar el plus que suponga actualizar el salario histórico, o para renovar el capital fijo, subvencionado con parte del fondo de consumo confiscado a la gran burguesía expropiada, el control obrero sobre estos sectores debe ejercerse:

1)       para  autorizar la ampliación en la escala de su producción sólo en caso de que la oferta de trabajo de los jóvenes asalariados que se incorporan por primera vez al trabajo social, no sobrepase la demanda de empleo en las empresas del Estado;

2)       para supervisar la contabilidad de esas empresas; acordar el calendario laboral con arreglo al límite máximo de horas anuales de trabajo fijado por ley; cuidar que cumplan las directivas del poder soviético en cuanto a la seguridad en el trabajo, a la duración de la jornada de labor y de los ritmos de producción autorizados, así como a la preservación del medio ambiente, al pago regular del impuesto a la renta diferencial respecto del salario medio interprofesional vigente (impuesto que deberá ser proporcionalmente menor al actual impuesto de sociedades según cada categoría de empresa en función de la plantilla de personal entre 1 y 49 asalariados), además de su contribución a la seguridad social.   

Como ya hemos visto, coherente con el principio anunciado en 1850, en 1875 Marx se opuso a Lassalle en eso de que, frente a la clase obrera todas las otras clases y sectores de clase constituyen "una sola masa reaccionaria". Lassalle hizo aquí un corte político radical de izquierdas entre trabajadores proletarios y no proletarios, en el único pasaje ultraizquierdista que contenía su proyecto de programa de cara al Congreso de Gotha. Un corte político bajo el supuesto de que la toma del poder ponía al proletariado a las puertas de la primera fase del transito al comunismo, demostrando que no había hecho el estudio pertinente de las condiciones históricas específicas a transformar antes de pisar esos umbrales; Lassalle no se había puesto a pensar un solo instante acerca de las dificultades del proceso de construcción comunista en tales condiciones. Por tanto, ignoró también la diferencia en cuanto a génesis y concepto entre las categorías de pequeñoburguesía y burguesía propiamente dicha.

Fue Marx quien se tomó el trabajo de fundamentar estas diferencias en el primer Libro de "El Capital". Fundamento que Lenin tuvo muy en cuenta a la hora de formular el programa y las tareas inmediatas del poder soviético inmediatamente después de la toma del poder. Según su investigación, son capitalistas propiamente dichos sólo los que individualmente disponen de una masa de capital mínimo en funciones que les permite independizarse de la producción directa:

<<Para vivir apenas el doble de bien que un obrero común y reconvertir en capital la mitad del plusvalor producido, el capitalista tendría que multiplicar por ocho el número de obreros y el mínimo de capital adelantado. Es cierto que él mismo puede, al igual que su obrero, participar directamente en el proceso de producción, pero, en ese caso, sólo será un híbrido de capitalista y obrero, un "pequeño patrón". Cierto nivel de la producción capitalista hace necesario que el capitalista pueda dedicar todo el tiempo que funciona como tal, es decir, como capital personificado, a la apropiación y, por tanto, al control del trabajo ajeno y a la venta de los productos de este trabajo (...) Se confirma aquí, como en las ciencias naturales, la exactitud de la ley descubierta por Hegel en su "Lógica", según la cual, cambios meramente cuantitativos, al llegar a cierto punto se truecan en diferencias cualitativas (...)

La suma mínima de valor de la que debe disponer el poseedor individual de dinero o de mercancías (medios de producción) para  convertirse en capitalista, varía con las diversas etapas de la producción capitalista, y, en una etapa de desarrollo dada, difiere entre las diversas esferas de la producción, según sus condiciones técnicas específicas.>> (K. Marx: "El Capital" Libro I Cap. IX)

Para resumir, siguiendo a Marx, digamos que pequeñoburgués es el capitalista que no cuenta con la masa de capital mínimo que le permita liberarse de la producción directa y que, por tanto, comparte el trabajo con sus asalariados. Esto en cuanto a su estructuración tal como persiste en la sociedad actual. En cuanto a su génesis, estos actuales pequeños explotadores de trabajo ajeno son la adaptación al capitalismo de los originarios productores mercantiles simples, los campesinos y artesanos libres, dos categorías sociales precapitalistas encarnadas en los siervos de la gleba, quienes en gran parte serían expropiados, los campesinos por los propios señores feudales, convertidos en simples terratenientes una vez que las distintas guerras dinásticas disolvieron los vínculos de vasallaje que les ataban a las viejas noblezas; los artesanos por los "burgos", así llamados originariamente en alusión a las ciudades pequeñas de los distintos feudos que ellos se dedicaban a vincular comercialmente. Ambas categorías irían a dar origen al moderno proletariado y su correspondiente dialéctica con la burguesía. Así describió Marx a los "productores libres propietarios de sus condiciones materiales de trabajo, base social cuya expropiación dio origen a los modernos conceptos de "libertad" e "igualdad", a instancias de la relación entre las nuevas categorías del "capitalista" (propietario "libre" de los medios de producción expropiados a campesinos y artesanos) y de los asalariados (propietarios "libres" de su fuerza de trabajo): 

<<¿En qué se resuelve la acumulación originaria del capital, esto es, su génesis histórica? En tanto no es transformación directa de esclavos y siervos de la gleba en asalariados, o sea, mero cambio de forma, no significa más que la expropiación del productor directo, esto es, la disolución de la propiedad privada fundada en el trabajo propio. La propiedad privada del trabajador sobre sus medios de producción es el fundamento de la pequeña industria, y la pequeña industria es una condición necesaria para el desarrollo de la producción social y de la libre individualidad del trabajador mismo. Ciertamente, este modo de producción existió también dentro de la esclavitud, de la servidumbre de la gleba y de otras dependencias. Pero sólo florece, sólo libera toda su energía, allí donde el trabajador es libre propietario privado de sus condiciones de trabajo, manejadas por él mismo: el campesino, de la tierra que cultiva, el artesano, del instrumento que manipula como un virtuoso (desarrollando él mismo todas las etapas de la producción de un mismo artículo). Este modo de producción supone el parcelamiento del suelo y de los demás medios de producción. Excluye su centralización (bajo el mando de distintos pero únicos y pocos propietarios capitalistas) y, también, la división del trabajo dentro de los mismos procesos de producción, el control y la regulación sociales de la naturaleza, el desarrollo libre de las fuerzas productivas sociales. Sólo es compatible con limites estrechos (los de cada feudo y de cada artesano o campesino parcelario), espontáneos, naturales, de la producción y de la sociedad. Al alcanzar cierto grado de su desarrollo, (la sociedad) genera los medios materiales de su propia destrucción (la ampliación del comercio a instancias de los burgos). A partir de ese instante, en las entrañas de la sociedad se agitan fuerzas y pasiones que se sienten trabadas por ese modo de producción (ya definitiva y totalmente anacrónico). Su aniquilamiento, la transformación de los medios de producción individuales y dispersos en socialmente concentrados, y, por consiguiente, la propiedad raquítica de muchos en propiedad masiva de unos pocos, y, por tanto, la expropiación que despoja de la tierra y de los medios de subsistencia e instrumentos de trabajo a la gran masa del pueblo, esa expropiación terrible y dificultosa de las masas populares, constituye la prehistoria del capital....>> (K. Marx: "El Capital" Libro I Cap. XXIV punto 7. Lo entre paréntesis es nuestro)

Tal es el fundamento científico que explica la transformación más o menos violenta de los explotadores de trabajo ajeno en pequeña escala en productores libres asociados en el Estado obrero, fundamento que los bolcheviques tuvieron en cuenta al adoptar la política respecto de la pequeñoburguesía, de los capitalistas que trabajan, en tanto adaptación histórica al capitalismo, de las categorías residuales del modo de producción precapitalista basado en los "trabajadores libres propietarios de sus condiciones de producción". Una negación que, bajo el capitalismo no es definitiva, dado que con el aumento del ejército industrial de reserva durante las recesiones cíclicas, buena parte de los asalariados en paro se transforman en trabajadores autónomos o propietarios libres de sus condiciones de producción, y, de ellos, una minoría, suben un peldaño en la jerarquía social del capitalismo, convertidos en pequeños explotadores de trabajo ajeno que, a su vez, trabajan.

Pero durante los períodos de expansión que acompañan el alza general de la tasa de ganancia, el consecuente aumento progresivo en la escala de la producción, incrementa la demanda de fuerza de trabajo y, por tanto, los salarios, al tiempo que la mayor productividad del gran capital baja los precios de los productos dejando sin sentido económico a numerosos trabajadores autónomos y pequeñas empresas ineficientes de menos de diez asalariados, cuyos mayores costes relativos deprimen sus ganancias por debajo de los salarios reales corrientes, por lo que, muchos de estos trabajadores y "empresarios" eventuales, la mayoría, son reconvertidos a la condición asalariada.

Según el Departamento de Industria y Comercio del Reino Unido (DTI), de las pequeñas y medianas empresas nacidas entre 1976 y 1978, en 1986 sólo habían sobrevivido el 37,3% y el 49,2% respectivamente.

Las estadísticas de la States of Small Business (SBA), como también otros estudios, muestran que en los años 80 se operó una redistribución del empleo hacia las unidades más pequeñas, revirtiéndose así la tendencia del período de posguerra, cuando el empleo se volcó hacia las unidades más grandes. En efecto, el censo manufacturero de los Estados Unidos de 1977 muestra que la participación relativa en el valor agregado de las 200 compañías más grandes de los Estados Unidos, había crecido continuamente desde 1947. Berney y Owens, analizan el período 1963-1977, y muestran que la participación de las PYME en el PBI de los Estados Unidos se redujo en este lapso desde el 43,1% en 1963, al 39,9% en 1972 y al 38,6% en 1977. [[17]] La reversión de la tendencia en los años 80 fue muy clara a nivel de establecimientos, y se debió a que la participación en el empleo de los establecimientos con 250 o más empleados cayó en favor de los establecimientos con menos de 100 empleados. Pero cuando se toma en cuenta a las empresas, la participación de las grandes continuó creciendo en detrimento de las pequeñas hasta 1982. Desde entonces, esta tendencia también se revirtió. Este fenómeno, en parte obedeció a una mayor descentralización organizativa de las empresas con más de 250 empleados entre un mayor número de establecimientos:

<<...La lucha de la industria media con el gran capital no debe considerarse como una batalla formal en que las tropas de la parte más débil quedan diezmadas cada vez más, sino como una siega periódica de los pequeños capitales, que no cesan de brotar para ser de nuevo seccionados por la guadaña de la gran industria>> (Rosa Luxemburgo: "Reforma o revolución"  Cap. II)  

 


5) La táctica bolchevique en la estrategia de construcción del socialismo soviético entre 1917 y 1924

Fue Lenin al frente del PC(b) de la URSS y de la dirección colectiva soviética —a cuyo cargo estuvo la tarea de gestionar la economía del primer período de transición en la historia moderna— quien, dadas las formas económicas y sociales específicas, nacionales de Rusia, debió asociar por primera vez la palabra "socialismo" o "socialista", a las estructuras económico-sociales o modos de producción específicos entre el capitalismo y la primera fase del comunismo. En su importante trabajo: "Infantilismo `de izquierda´ y la mentalidad pequeñoburguesa" (mayo de 1918), así como en "El impuesto en especie" (abril de 1921) Lenin describió las cinco estructuras económico-sociales que coexistían entrelazadas en el territorio soviético, a saber:

1.       Patriarcal o economía campesina en régimen de subsistencia.

2.       Economía en régimen de producción mercantil simple. (en esta categoría eran mayoría los pequeños campesinos que vendían sus excedentes.

3.       Capitalismo privado.

4.       Capitalismo de estado.

5.       Socialismo.

E inmediatamente se preguntó cuáles eran -en términos de clase- las categorías que predominaban en este complejo entramado económico-social heredado de la Rusia prerrevolucionaria. Y encontró la respuesta en el censo de noviembre de 1917, a saber: los campesinos pobres y los estratos más bajos de la pequeñoburguesía, esto es, la categoría 2) y los restos de la categoría 3), por un lado. Por otro lado, habida cuenta de que el capitalismo privado explotador de trabajo ajeno en grande y mediana escala -junto con sus medios de producción- habían sido estatalizados, pasaron a conformar la quinta y última categoría descrita: el socialismo (en el concepto de Marx y Engels, primera etapa del comunismo). Quedaba el capitalismo de Estado; lo que Lenin llamaba "su envoltura exterior" (monopolio de los cereales, empresarios y comerciantes explotadores de mano de obra en pequeña escala, y cooperativistas), estaba "desgarrada en una u otra parte por los especuladores" y el principal objeto de esa especulación eran los cereales.

Solventado el primer interrogante de la estructura de clases salida de la Revolución, Lenin formuló el otro interrogante, esto es, de las anteriores condiciones descritas a transformar, ¿cuáles deben serlo en lo inmediato desde el punto de vista de la estrategia comunista? Dicho más claramente, ¿entre qué categorías estaba planteada la lucha de los revolucionarios comunistas, entre la cuarta y la quinta categorías enumeradas? Y Lenin contestaba:

<<Por supuesto que no. No es el capitalismo de Estado el que lucha contra el socialismo, sino la pequeñoburguesía más el capitalismo privado que luchan tanto contra el capitalismo de Estado como contra el socialismo. La pequeñoburguesía se resiste a toda intervención del Estado, a todo registro y control, ya sea capitalista de Estado o socialista de Estado. Es un hecho real, absolutamente irrefutable, y no comprenderlo constituye la raíz de una serie de errores económicos. El especulador, el agiotista, el que entorpece el monopolio [estatal en función social progresiva]: ese es nuestro principal enemigo. (...) Sabemos muy bien que la base económica de la especulación es la capa de los pequeños propietarios, extraordinariamente vasta en Rusia, y el capitalismo privado, que tiene un agente en cada pequeñoburgués. Sabemos que millones de tentáculos de esta hidra pequeñoburguesa aferran, aquí o allá, a diversos sectores obreros, y que la especulación penetra en todos los poros de la vida económico-social en lugar del monopolio de Estado.>> (V.I. Lenin: "El impuesto en especie" 21/04/921. Lo entre corchetes es nuestro.)

    Pero una semana después, durante la reunión del Comité Ejecutivo Central de los soviets de toda Rusia, Lenin introdujo una matización importantísima sobre el comportamiento de la pequeñoburguesía respecto del Capitalismo de Estado bajo la dictadura del proletariado. Después de insistir en que el enemigo principal del proceso de transición tras la toma del poder no es el capitalismo de Estado sino la pequeñoburguesía mayoritaria en el país, Lenin señaló que, la pequeñoburguesía tiene un comportamiento contradictorio respecto del capitalismo de Estado proletario; por un lado se apoya en él para acabar con el gran capital, pero, por otro, una vez realizada esa tarea pretende congelar la lucha de clases en esa instancia institucional del tránsito al socialismo, porque no quiere ir con el proceso más que hasta ahí.

Ésta misma es también la estrategia de poder pequeñoburguesa con su instrumento policlasista: el frentepopulismo, en su lucha contra el imperialismo en el contexto del capitalismo. Pero una cosa es practicar el frentepopulismo para luchar contra el gran capital, con la burguesía en el poder, al interior de un Estado capitalista, y otra muy distinta condición es el frentepopulismo para la lucha conjunta contra la gran burguesía, pero en el marco político del poder proletario dominante, y al interior de un Estado obrero. Porque dentro del capitalismo, el frente popular que sintetiza en el capitalismo de Estado burgués sólo puede estar dirigido por la pequeñoburguesía, por su programa, en tanto que bajo la dictadura del proletariado, el Capitalismo de Estado está presidido por la estrategia de poder socialista y por los métodos en proceso de ruptura completa con la ley del valor, con el capitalismo. Por lo tanto, el pequeñoburgués tiene también un comportamiento contradictorio con el capitalismo de Estado proletario. Dentro de la sociedad capitalista se apoya en la gran burguesía en tanto ve en ella la plena garantía de subsistencia de la propiedad privada capitalista, de la explotación de trabajo ajeno; pero, al mismo tiempo, teme ser expropiado por ella y ser socialmente degradado a la condición del asalariado en paro; de ahí que luche para evitarlo buscando el apoyo del proletariado y el cobijo político del capitalismo de Estado nacionalista burgués.[[18]] Dentro de la sociedad de transición al socialismo, el pequeñoburgués se apoya en el capitalismo de Estado proletario para luchar contra la gran burguesía y al mismo tiempo se resiste al control obrero, pero lo acepta porque sabe que el poder soviético se lo impone por la fuerza de la mayoría social, pero que no le va a expropiar por la fuerza ni le degradará económicamente dejándole en la ruina, como hace la burguesía con su ley selvática del mercado; porque ve que tiene ante los ojos la alternativa del trabajo cooperativo. Y cuando en medio de esta experiencia compruebe que los costes de sus productos se ponen por encima de los precios en los grandes almacenes del Estado, y que su ganancia no supera el salario medio de sus propios obreros ante la demanda creciente en las grandes factorías del Estado, operando en condiciones de expansión de sus medios de producción, entonces, ese pequeñoburgués sabrá qué hacer con su pequeño capital productivo.   

¿Qué fue, pues, para Lenin, el socialismo como modo de producción transitorio entre el capitalismo y la primera fase del comunismo en las condiciones específicas de la Rusia de 1917? El paso siguiente después del monopolio capitalista de Estado proletario; el paso desde la instauración del monopolio capitalista de Estado proletario -tras la expropiación de la grande y mediana burguesía industrial y agraria- hasta la instauración del monopolio socialista de Estado; después de convertir la pequeñoburguesía a la condición asalariada, empezando a abandonar este monopolio socialista de Estado, para pisar los umbrales del modo de producción comunista y entrar en su primera fase.

Ahora bien, la condición necesaria para completar la transición socialista entre el capitalismo monopolista de Estado y la primera fase del comunismo, es el Estado democrático soviético; su condición suficiente, la teoría revolucionaria y la memoria histórica del proletariado encarnadas en el partido bolchevique, aplicadas creativamente a la realidad en curso.

De este razonamiento se desprende, en primer lugar, que la diferencia entre el marxismo bolchevique y el "marxismo" reformista, consiste en que estos últimos pugnan por congelar la lucha de clases y el desarrollo de las fuerzas productivas, en la etapa del capitalismo de Estado al servicio de la explotación del trabajo en pequeña y mediana escala, tratando de contrarrestar tanto la tendencia hacia el capitalismo monopolista de Estado burgués, como las luchas del proletariado por la socialización de todos los medios de producción, por el socialismo, por entrar en la primera etapa de transición al comunismo. En este sentido, puede decirse con total certidumbre que las condiciones históricas que propiciaron la experiencia de los bolcheviques en su intento frustrado de que la humanidad abandonara el capitalismo para entrar en la primera etapa de transición evolutiva hacia el comunismo, les permitieron sin embargo aportar a la memoria histórica del proletariado llenando de contenido teórico económico, social y político, lo que Marx y Engels sólo pudieron enunciar genéricamente como una posibilidad abstracta; precisamente porque el fracaso de la revolución Europea de 1848 y el fracaso de la Comuna de París, le negaron toda posibilidad real de teorizar e implantar la realidad del capitalismo de Estado proletario, categoría que los bolcheviques han alumbrado como necesaria para pasar a la primera fase del comunismo llamado socialismo. Categoría tanto más necesaria cuanto mayor es el atraso relativo de la revolución en un país dado.

Y para que quede clara la diferencia entre los reformistas pequeñoburgueses y los revolucionarios comunistas, Lenin dice que entre el capitalismo monopolista de Estado burgués y el capitalismo de Estado monopolista proletario, no hay una fase intermedia. No existe el capitalismo monopolista de Estado pequeñoburgués, al estilo Yugoslavo Iaquí, Sirio o Libio. Y los modos de producción entre uno y otro son distintos; no sólo porque cambia el sentido de clase de las relaciones de producción dominantes, sino porque cambian también las normas de reparto entre la pequeñoburguesía remanente y el proletariado, determinadas por el control obrero de la producción; aun cuando, en lo que respecta a la clase obrera, el reparto o salario relativo entre las distintas categorías de asalariados, siga en esencia, determinado por la ley del valor, sintetizada en la consigna burguesa: "De cada cual según su capacidad y a cada cual según su trabajo", esto es, según su mayor o menor cualificación y condición objetiva de consumo.

En otras palabras, para iniciar el tránsito evolutivo al modo de producción comunista, los bolcheviques sostuvieron, con toda razón, que es imposible partir del capital monopólico, tal como han venido pretextando los reformistas, los socialdemócratas de la IIª Internacional, tesis a la que se adscribió el stalinismo; es necesario romper con él violentamente para instaurar la dictadura del proletariado, esto es, el Estado democrático revolucionario; aunque la premisa material más favorable para iniciar ese tránsito sea el capitalismo monopolista de Estado proletario:

<<...el capitalismo monopolista de Estado (proletario) es la preparación material más completa para el socialismo, su antesala, un peldaño de la escalera histórica entre el cual y el peldaño llamado socialismo no hay ningún peldaño intermedio>> (V.I. Lenin: "La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla" 10-14/09/917. Lo entre paréntesis es nuestro)

¿Por qué Lenin dice que la condición objetiva más madura para el socialismo es el capitalismo monopolista de Estado? Pues, porque es el modo capitalista de producción técnicamente más desarrollado; porque produce con los medios de producción más eficaces, con los rendimientos a escala mayores, la menor penuria relativa y el mayor nivel de vida posibles dentro de ese sistema de reparto.

Pero, además de delimitar precisamente entre reformistas y revolucionarios, el estudio de la transición del capitalismo hasta la primera fase del comunismo permite aclarar si se trata de un solo modo de producción o de varios combinados o entrelazados al interior de la misma sociedad. En este sentido, cuando invita a meditar sobre la institución del "trabajo general obligatorio" -inmediatamente después de la toma del poder- Lenin dice que, aun cuando ya no estaríamos en el modo de producción capitalista típico, el capitalismo de Estado proletario recién impuesto tampoco alcanzaría a ser socialista:

<<El trabajo general obligatorio, implantado, reglamentado y dirigido por los Soviets de diputados, obreros, soldados y campesinos, no sería todavía el socialismo, pero no sería ya el capitalismo>> (Op.cit.)

¿Qué faltaría para ello? En ese momento Lenin ya tenía claro que al modo de producción basado en las relaciones de producción correspondientes al capitalismo de Estado soviético, le faltaba desarrollarse hasta igualar a los principales países burgueses donde predominaba el capitalismo monopolista de Estado, desarrollo que Lenin asociaba a la generalización de la electricidad aplicada a la producción, especialmente a la producción rural, único modo, entendía él -como insuperado maestro del Materialismo histórico que sigue siendo después de Marx y Engels en el tiempo- para ganar la batalla contra las estructuras 2 (producción mercantil simple) y 3 (capitalismo privado en pequeña escala) que coexistían con la estructura 4 (capitalismo de Estado proletario) en la flamante sociedad soviética:

<<Fíjense ustedes en el mapa de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia. Al norte del Vólogda, al sureste de Rostov del Don y Sarátov, al sur de Oremburgo y Omsk y al norte de Tomsk hay extensiones inmensas en las que cabrían decenas de grandes Estados civilizados. Y en todas esas extensiones reina el patriarcado, la semibarbarie y la completa barbarie. (...)

¿Es concebible una transición directa de este estado de cosas, predominante en Rusia, al socialismo? Sí, es concebible hasta cierto punto, pero con un sola condición (...) Esta condición es la electrificación. Si construimos decenas de centrales eléctricas de distrito (...) y distribuimos energía eléctrica a todas las aldeas, si conseguimos una cantidad suficiente de motores eléctricos y otras máquinas, no necesitaremos pasar -o difícilmente lo necesitaremos- por etapas de transición o eslabones intermedios entre el patriarcado y el socialismo.>> ( V.I. Lenin: "El impuesto en especie" 21/04/921)

Y esta concepción enlaza con la idea expuesta por Marx en el capital, respecto de que, el socialismo no se impone, sino que se construye; no sobre la base del capitalismo sino sobre las nuevas relaciones de producción que la base del capitalismo más desarrollado permite expropiar, que son las grandes empresas oligopólicas:

<<Aunque una sociedad haya descubierto la ley natural que preside su propio movimiento --y el objetivo último de esta obra es, en definitiva, sacar ala luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna-- no puede saltearse fase naturales de desarrollo ni abolirlas por decreto. Pero puede abreviar y mitigar los dolores del parto (socialista).>> (K. Marx: “El Capital” Prólogo a la primera edición)

Está claro, pues, que entre el período correspondiente al capitalismo de Estado proletario —que los “comunistas de izquierda llaman "propiedad estatal"— y el "socialismo" o primera fase del comunismo, median distintos modos de producción combinados y dos modos de reparto. En el primer período de la transición correspondiente al monopolio capitalista de Estado proletario, el modo de producción "socialista" de la "propiedad estatal" se entrelaza con los modos de producción basados respectivamente en la producción mercantil simple y en el capitalismo privado, período en el que, naturalmente los conflictos de clase subsisten y se agudizan. Aquí prevalece la norma de reparto según la ley del valor.

En el segundo período, donde el capitalismo privado en pequeña escala desaparece y, con él los conflictos de clase, las relaciones de producción devienen puramente comunistas aun cuando continúan prevaleciendo las normas de reparto burguesas según el principio: "De cada cual según su trabajo y a cada cual según sus obras". Sólo en la segunda y última fase del modo de producción comunista, una vez desaparecida la penuria relativa que justifica la diferenciación de ingresos entre trabajo simple y complejo, será posible homogeneizar la remuneración del trabajo según el modo de reparto o de distribución comunista definido por la consigna: "De cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades"

Está claro también que -dada la estructura económico social predominante hoy día en la mayoría de países del Planeta, incluidos los de mayor desarrollo relativo, en el supuesto de iniciarse -al menos- dentro de los próximos veinte años, el futuro proceso revolucionario mundial no se libraría de pasar por la misma dificultad del modo de producción combinado entre las relaciones de producción precapitalistas de la producción mercantil simple (trabajadores autónomos), las relaciones de producción del capitalismo privado (explotación del trabajo asalariado en pequeña escala), y las relaciones de producción socialistas, coexistiendo en el seno de una misma sociedad, aunque bajo las nuevas condiciones, el peso de los sectores económicos privados tengan menor peso social relativo que en los primeros tiempos de la Rusia soviética, hace ya casi noventa años. Y esta realidad determinaría durante ese próximo período el programa revolucionario.

Sabemos que la proposición de cuño leninista que acabamos de fundamentar, será recusada calificándola como "desviación bolchevique de derechas", incluso condenarla moralmente con los peores calificativos, como pasó con Lenin cuando, a pesar de ello, consiguió llevarla adelante:

<<Imagino con qué noble indignación rechazarán los "comunistas de izquierda" estas palabras y qué "demoledora crítica" presentarán ante los obreros con respecto a la "desviación bolchevique de derecha". ¡¿Cómo?! ¿En la República socialista soviética la transición al capitalismo de Estado sería un paso adelante...? ¿No es eso una traición al socialismo? (V.I. Lenin "Infantilismo de 'izquierda' y la mentalidad pequeñoburguesa" 05/05/918).

Cierto, cuando Lenin escribió "El impuesto en especie" para abundar en sus fundamentos respecto de la "Nueva Política Económica" (NEP), decía que para mantener en funcionamiento la industria mejorando la situación de los obreros, había que desarrollar las fuerzas productivas en el campo manteniendo intactas las relaciones de producción en las estructuras 1 y 2, es decir, tal y como habían sido heredadas del capitalismo. Pero ésta no era más que una razón instrumental, presidida por la estratégica para todo el período postrevolucionario de lucha por consolidar el Estado soviético. Y, para Lenin, esa lucha consistió en mantener y reforzar la alianza entre los asalariados y la pequeñoburguesía rural y urbana; esa fue la política diseñada para la dictadura del proletariado; e insistía en que la dictadura del proletariado no consiste simplemente en hacer tábula rasa con las expropiaciones, sino en saber dirigir la política para transformar políticamente --no por decreto-- las condiciones históricas (económicas y políticas) en que se encontraban las relaciones de producción que conformaban las estructuras económico-sociales 2 y 3. Y si el proletariado había llegado al poder mediante una política hacia la masa pequeñoburguesa de la ciudad y el campo, una vez tomado el poder no había razones para abandonar esa política sino al contrario. Más aun, esa política dirigida a generar su apoyo durante la etapa de lucha por alcanzar el poder soviético, una vez instalado el flamante Estado obrero revolucionario y expropiados el gran capital financiero y los terratenientes, la política del proletariado con la pequeñoburguesía debía seguir pasando por el "registro y control" obrero sobre ella y todos los demás sectores privados, pero tratando de convertir su apoyo político en una alianza de clases con ellos para seguir llevando adelante la lucha inacabada contra la grande y mediana burguesía industrial y financiera en contubernio aliada con los kulaks en el campo. Una alianza sin hacer concesiones teóricas ni políticas al individualismo pequeñoburgués.

¿Está el proletariado actual libre de esas mismas condiciones, o todavía --aunque en menor grado--permanece sujeto a ellas? Y si no está libre, ¿cómo deben esas condiciones económicas ser transformadas políticamente en sentido objetivamente socialista? El materialismo histórico y la memoria de las luchas políticas obreras exige que las relaciones de producción capitalistas deben ser convertidas en socialistas por decreto, sólo cuando están maduras para ello. ¿Y cómo se determina el grado de madurez alcanzado por determinadas relaciones de producción capitalistas? En el trabajo agrícola, por la extensión de la propiedad agraria superior a 100 hectáreas. En la industria, el comercio y los servicios, por el grado de socialización objetiva del trabajo contenido en ellas. ¿Y cómo se mide este grado de socialización del trabajo? Por la mayor magnitud del capital en funciones de cada grupo empresarial, por su máxima centralización y su más alta composición orgánica y técnica. E insistimos en la advertencia de Marx: expropiar despótica y violentamente a la burguesía cuando las relaciones de producción capitalistas que encarnan no están aún maduras para ser transformadas en socialistas, no abrevia ni mitiga los dolores del parto socialista, sino al contrario. Lenin, al frente de la fracción mayoritaria o bolchevique del PCUS, no ha hecho sino intentar cumplir con este principio político universal fundado en la ciencia.

En este sentido, discrepamos con los practicistas revolucionarios en cuanto a que la revolución rusa hasta la muerte de Lenin fue de naturaleza socialdemócrata. Los socialdemócratas reniegan de la revolución proletaria, de la destrucción jurídica, política e institucional del Estado burgués, de la implantación del Estado soviético y de las expropiaciones del mediano y gran capital; defienden hasta el genocidio la propiedad privada de los medios de producción, como hicieron en la Alemania de 1918/19. Decir que los bolcheviques fueron socialdemócratas es todavía más grosero, que homologar a los fascistas con los liberales. Porque la diferencia entre un Lenin y un Noske, por ejemplo, es socialmente sustancial, mientras que neofascistas como Bush y demócratas liberales como Carter, coinciden en su ser, que es de la misma naturaleza política de clase.

 

6) Capitalismo de Estado proletario y alianza con la pequeñoburguesía

Como ya hemos citado más arriba, dadas las condiciones históricas en que el proletariado se hizo cargo de la sociedad en la Rusia soviética, según Lenin, la lucha en la primera fase de la transición no estaba planteada entre la revolución y el capitalismo de Estado, sino que debía dirigirse contra las estructuras 2) y 3), esto es, contra las categorías sociales de los capitalistas que trabajan, es decir, los campesinos medios y los estratos más bajos de la pequeñoburguesía urbana. Pero considerando, con Marx, que estos sectores sociales no proletarios seguían -y nosotros decimos que siguen- manteniendo el vínculo con sus antepasados artesanos y campesinos precapitalistas libres, terriblemente expropiados por la burguesía propiamente dicha, Marx implícitamente sostenía que, en virtud de ese origen histórico y de su carácter de clase intermedia, estos sectores podían y debían ser incorporados a la revolución socialista, no por la expropiación despótica sino por la educación política y el consenso democrático. De ahí su conclusión de que la lucha contra estas dos estructuras entrelazadas con el modo de producción capitalista típico y el capitalismo de Estado proletario, debía ser una lucha "bajo nuevas formas".

Según hemos visto, Marx y Engels, antes que Lenin, sentaron doctrina en que, por su ubicación en el aparato productivo, los pequeños explotadores de trabajo ajeno fluctúan necesariamente entre la burguesía y el proletariado según cual sea la correlación política de fuerzas, y que, por tanto, ni social ni políticamente puede considerárseles incondicionalmente emblocados con la burguesía propiamente dicha.

Cierto es que bajo el dominio capitalista en condiciones de estabilidad del sistema, y dados los prejuicios que les inculca su propia situación económica y jurídica de propietarios privados, y que sus ascendientes gran burgueses consagran constitucionalmente y a través de la prensa, como el non plus ultra de la vida social, estos sectores permanecen bajo el ala política de la burguesía. Se identifican con ella, se sienten arrullados y reconocidos por la idea del "himself made man". Pero cuando la correlación política de fuerzas sociales se inclina a favor del proletariado, que a través de su partido cuestiona de raíz la legitimidad del sistema de vida burgués, y ante los movimientos de masa de magnitud, estos sectores medios vacilan. Para inclinar —al menos a una buena parte de ellos— a la lucha conjunta con el proletariado por el socialismo, en primer lugar hay que distinguir a los pequeñoburgueses del campo, respecto de los que tienen por objeto de su trabajo y de la explotación de trabajo ajeno a la industria urbana. Porque, dado que el factor tierra es de una dotación fija, que no se la puede extender reproduciéndola a voluntad, como es el caso de las máquinas y herramientas, con el desarrollo de la fuerza productiva aplicada a este factor, la masa de población afectada al trabajo agrícola desciende necesariamente en términos absolutos:

<<Es una tendencia inherente al modo capitalista de producción, que la población agrícola disminuya constantemente en relación a la no agrícola, ya que en la industria (en sentido estricto), el desarrollo del capital constante con respecto al variable va unido al aumento absoluto del capital variable paralelo a su descenso relativo, mientras que en la agricultura, el capital variable necesario para la explotación de determinada porción de tierra, disminuye en términos absolutos, y, por tanto, sólo puede aumentar a medida que se pongan en explotación nuevas tierras, lo cual presupone, a su vez, un crecimiento mayor de la población no agrícola>> (K.Marx: "El Capital" Libro III Cap. XXXVII)

Esto quiere decir que, con el progreso técnico aplicado al trabajo sobre la tierra, los pequeños campesinos explotadores de trabajo ajeno están condenados a desaparecer antes que los pequeñoburgueses urbanos. Porque su existencia se agota con la puesta en explotación del trabajo ajeno sobre los límites absolutos de la frontera agropecuaria, mientras que el aumento o disminución de los pequeños explotadores de trabajo ajeno en la industria dependen de los ciclos del capital; se reproducen o menguan en relación inversa al sentido en que varía la tasa de ganancia. De ahí que ya en el programa revolucionario debe quedar muy clara la política del futuro poder soviético con estos dos sectores.

En primer lugar, que aun en el conocimiento de la previsión científica en cuanto a la inevitable desaparición de los pequeñoburgueses campesinos, no debe ser el proletariado revolucionario quien contribuya a acelerarla, pero tampoco a convertir su preservación en una bandera de lucha:    

<<En primer lugar, es absolutamente exacta la afirmación concebida en el programa francés, de que, aun previendo la inevitable desaparición de los pequeños campesinos, no somos nosotros, ni mucho menos, los llamados a acelerarlas con nuestras injerencias.  Y, en segundo lugar, es asimismo evidente que cuando estemos en posesión del poder del Estado, no podremos pensar en expropiar violentamente a los pequeños campesinos (sea con indemnización o sin ella), como nos veremos obligados a hacerlo con los terratenientes. Nuestra misión respecto de los pequeños campesinos, consistirá ante todo en encauzar su producción individual y su propiedad privada, hacia un régimen cooperativo, no por la fuerza sino por el ejemplo y brindando la ayuda social para este fin>> (F.Engels: "El problema campesino en Francia y Alemania". Noviembre de 1894)

¿Y respecto de los pequeños explotadores rurales y urbanos de trabajo ajeno?. Engels denostaba a los socialistas franceses que, por razones electorales, habían incluido en su programa la defensa de los intereses reclamados por los pequeños explotadores de trabajo ajeno, en su lucha contra el expolio de que eran objeto por parte de los usureros, de los gobiernos recaudadores de impuestos y de los especuladores de cereales y ganado. Aun con la cautela de quien no está ante las condiciones históricas que señalan al científico revolucionario con más claridad el camino a tomar, en esta misma obra Engels también fue un precursor de Lenin, prediciendo lo que "probablemente" habría que hacer posible con esos trabajadores capitalistas una vez que los obreros hubieran conquistado el poder:

<<...Es probable que también aquí tendremos que prescindir de una expropiación violenta, contando, por lo demás, con que la evolución económica se encargue de hacer también entrar en razón a estas cabezas más obstinadas>> (F. Engels: Op.cit. Punto II)

Fue Lenin quien llevó a la práctica lo que Marx y Engels sólo pudieron sugerir. En este sentido, apelando a la memoria histórica de lo actuado por la "Liga de los Comunistas" durante la revolución europea de 1848, Lenin hizo suyos los resultados de esa experiencia legada en los escritos de Marx y Engels, proponiendo proceder de acuerdo con ellos en cuanto a que, antes de la toma del poder, el proletariado revolucionario debe rechazar cualquier alianza estratégica con la pequeñoburguesía, porque en tales condiciones, teniendo por referente al Estado burgués en funciones, es imposible conseguir que, por sí mismos, estos sectores trasciendan los límites económicos y políticos del capitalismo; el proletariado revolucionario debe arrastrarlos hacia sus posiciones poniéndose al frente de la lucha por ese objetivo; de ahí la importancia estratégica de la independencia política y organizativa del proletariado; pero, al mismo tiempo, el partido revolucionario debe dotarse de una política propagandística para con la pequeñoburguesía; y si es eventualmente necesario, llegar a acuerdos tácticos con ella; tanto más, cuanto más subdesarrollado sea un país y mayor peso social supongan estos sectores.

Una vez constituido como clase dominante en el Estado soviético, aprovechando el factor político y psicológico que confiere el ejercicio efectivo del poder, en esas nuevas condiciones políticas y con el apoyo de los campesinos pobres, el proletariado debe tratar de establecer inmediatamente una alianza política de clases con la pequeñoburguesía urbana y los campesinos medios, alianza que se mantendrá según la actitud de estos sectores para con el poder soviético en la lucha contra el gran capital en las ciudades y los terratenientes en el campo; se trata de que se sumen a esta lucha, o al menos impedir que se echen en brazos de la reacción.

Pero, al mismo tiempo, esa alianza política táctica basada en la lucha contra la resistencia del gran capital y los terratenientes, debe ir encaminada estratégicamente a conseguir la negación de la negación de su originaria condición de propietarios libres de sus condiciones de trabajo. ¿Cómo? En primer lugar, apoyándose en el proletariado para sacudirse definitivamente el dominio del gran capital expoliador; en segundo lugar, acompañar el progreso de las fuerzas productivas impulsado por la economía en manos del Estado soviético, para recuperar su libertad perdida como propietarios de su medios de producción, mas esta vez no ya como propietarios privados fragmentados, aislados unos de otros, sino como propietarios individuales (obreros) libremente asociados a la propiedad colectiva dentro del Estado soviético. Un proceso que, hoy día, necesariamente deberá ser más corto que el previsto por los bolcheviques, dado el progreso de las fuerzas productivas alcanzado desde entonces, verificándose así la dialéctica histórico-social —que determina el cambio de esencia en la sociedad humana— prevista científicamente por Marx:

<<El modo capitalista de producción y de apropiación, y, por tanto, la propiedad privada capitalista, es la primera negación de la propiedad privada individual fundada en el trabajo propio. La negación de la producción capitalista se produce por sí misma, con la necesidad de un proceso natural (Por necesidad se refiere a la virtualmente contenida en la lógica objetiva del capitalismo, en la tendencia al derrumbe económico del sistema de vida burgués  (Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/ff_pp_tasa_ganancia\04.htm) Es la negación de la negación. Ésta restaura la propiedad individual, pero sobre el fundamento de la conquista alcanzada por la era capitalista (que da sentido y posibilidad real a la sociedad socialista): la cooperación de trabajadores libres y su propiedad colectiva sobre la tierra y sobre los medios de producción producidos por el trabajo mismo. (...) En aquél caso se trataba de la expropiación de la masa del pueblo por unos pocos usurpadores; aquí se trata de la expropiación de unos pocos por la masa del pueblo. (K.Marx: "El Capital" Libro I Cap. XXIV punto 7. Lo entre paréntesis y el subrayado es nuestro)

El vocablo "pueblo" para Marx, siempre tuvo un significado policlasista inequívoco, el mismo que  en el contexto que acabamos de citar. Antes de la Gran Revolución Francesa, "pueblo" fue la masa de campesinos pobres y artesanos de las ciudades cuya expropiación parcial dio nacimiento al proletariado moderno. En la toma de la Bastilla, como en la revolución de julio de 1830 y en la de Febrero de 1848, "pueblo" fue el conglomerado político de clases formado por el proletariado, el campesinado pobre y la pequeñoburguesía, acaudillados por la burguesía en lucha triunfante contra la nobleza. En la revolución alemana de marzo del mismo año, fue, en principio, el frente oficioso entre la masa de asalariados, campesinos pobres y pequeñoburgueses de la ciudad y el campo, que la burguesía dividió y desbarató en noviembre, gravitando sobre los demócratas pequeñoburgueses al aceptar la "constitución otorgada" por el monarca prusiano.

Está claro, pues, que la Revolución rusa de octubre no hubiera sido posible sin el apoyo del campesinado pobre y medio. En este sentido, puede decirse que, en 1917, el segundo y más prolongado  intento de "expropiación de los expropiadores" liderado por el proletariado, también fue ejecutado por "el pueblo". Tal fue la alianza social objetiva que se prolongó tras la toma del poder y el consiguiente intervalo del "comunismo de guerra". Una alianza de clases dentro del Estado soviético dirigido por el proletariado a cargo del Estado soviético, para acabar, en lo inmediato, con la resistencia del gran capital y los terratenientes. Y, en segunda instancia, para tratar de integrar gradual y pacíficamente la estructura 2) —economía en régimen de producción mercantil simple. (en su mayoría pequeños campesinos que vendían sus excedentes—  al socialismo por medio de la educación política y el consenso democrático, sobre la base del desarrollo de las fuerzas productivas adscritas al sector estatal de la economía, sin renunciar, en última instancia, a la represión contra estos sectores, como sucedió en Kronstadt. Finalmente, en la medida en que la pequeñoburguesía (estructura 3) se incorpore a las relaciones de producción comunistas convertidos en productores libres asociados, el capitalismo monopolista de Estado obrero, dejaría paso al Estado socialista. Así definía Lenin las "nuevas formas" de la lucha de clases contra las estructuras 2 y 3 en noviembre de 1918:

<<El proletariado revolucionario (en el poder) debe saber a quién hay que reprimir y con quién -cuando y cómo- concluir un acuerdo. Sería ridículo y absurdo renunciar al empleo del terror y de la represión contra los terratenientes y capitalistas y sus lacayos. (...) Sería ridículo intentar "convencerles" y, en general, "influir psicológicamente" sobre ellos. Pero sería igualmente absurdo y ridículo -si no más- insistir sólo en la táctica de la represión y el terror con relación a los demócratas pequeñoburgueses, cuando la marcha de los acontecimientos los obliga a volverse hacia nosotros. (...) En el campo, nuestra tarea es destruir al terrateniente y aplastar la resistencia de los kulaks y especuladores; para ello sólo podemos apoyarnos firmemente en los semiproletarios, en los "pobres". Pero el campesino medio (explotador de trabajo asalariado) no es enemigo nuestro. Ha vacilado, vacila y seguirá vacilando; la tarea de influir sobre los vacilantes no es la misma que la de derrocar al  explotador y vencer al enemigo activo>> (V.I. Lenin: “Las valiosas declaraciones de Pitirim Sorokin”(20/11/918)

Y en un documento de junio de 1919: "Prólogo a la edición del discurso sobre el engaño al pueblo con consignas de libertad e igualdad" —en esencia las mismas que ahora esgrimen los partidos políticos burgueses a propósito del pasado referéndum en España sobre la Constitución europea— tras explicar que la democracia formal burguesa favorece y preserva el poder del capital y la explotación del obrero y la "opresión del trabajo sobre el capital", esto es, de los trabajadores autónomos y pequeños explotadores de trabajo ajeno que también trabajan, Lenin se refiere implícitamente a la necesidad de forjar una alianza entre el "pueblo" integrado por este conglomerado de "trabajadores" no proletarios, para fortalecer el Capitalismo de Estado proletario dirigido por el partido revolucionario en la lucha contra la gran burguesía y los terratenientes, porque esos sectores intermedios vacilan entre plegarse a uno u otro de esos dos "campos", afirmando que "éste es el abece del socialismo" en la nueva sociedad soviética rusa. En este contexto de la lucha contra la resistencia del gran capital y los terratenientes en el nuevo Estado soviético, Lenin propuso dar simultáneamente comienzo a la lucha contra las estructuras 1) y 2), pero no poniendo al Estado proletario frente a ellas, sino tratando de atraerlas al campo de la revolución, para que dejaran de desconfiar en las fuerzas del proletariado y se volvieran conjuntamente contra la gran burguesía y los terratenientes. Y en esta tarea de ganarse la confianza de estos sectores, el triunfo del proletariado contra la reacción gran burguesa y terrateniente y el verse protegidos dentro del flamante Estado soviético que, en la práctica respetaba sus propiedades —aunque bajo control obrero— en principio fue una baza o partida ganada por los revolucionarios rusos en esa tarea.

Tal fue la "nueva forma" de lucha —que los practicistas revolucionarios llaman "evolucionismo"— y que consistió en forjar la alianza entre los trabajadores proletarios y no proletarios de la Rusia soviética, para eliminar definitivamente la amenaza de involución capitalista, con base económico-social en la estructura 2). Para eso Lenin remitía a los numerosos pasajes de "El Capital", donde Marx se refiere al carácter de clase vacilante de la pequeñoburguesía y a sus antecedentes históricos que le vinculan estratégicamente al proletariado por medio del trabajo directo, vínculo que sólo puede restablecer en sentido histórico progresivo un Estado proletario, en lucha efectiva por la emancipación humana universal, como lo fue el Estado soviético hasta 1924, dejando meridianamente claro que, dado el rol decisivo de estos sectores en el futuro de la revolución, la dictadura del proletariado en esta parte crucial de la transición, es "esta forma especial de alianza de clases":

<<De este abece se deduce que durante la revolución proletaria, cuando [tras la toma del poder] la lucha de clases se agudiza hasta transformarse en guerra civil, (...) todo depende del resultado de la lucha entre el proletariado y la burguesía; y las clases medias, intermedias (incluyendo a toda la pequeñoburguesía, y, por consiguiente, a todo el "campesinado"), inevitablemente vacilan entre los dos campos.

Se trata de lo siguiente: por cual de las dos fuerzas principales, el proletariado o la burguesía, se inclinarán esos sectores intermedios. No hay un tercer camino; quien no haya comprendido esto leyendo El Capital de Marx, no ha comprendido para nada a Marx, no ha comprendido nada del socialismo. (...) Por otra parte, quien haya comprendido todo esto (...) pensará y hablará de cosas prácticas, es decir, de las condiciones concretas para un acercamiento entre los campesinos y los obreros, de su alianza contra los capitalistas, de un acuerdo entre ellos contra los explotadores, los ricos y los especuladores. (...)

La dictadura del proletariado no es el final de la lucha de clases, sino su continuación por nuevas formas. La dictadura del proletariado es la lucha que libra el proletariado que ha triunfado y que ha tomado en sus manos el poder político, contra la burguesía que ha sido derrotada pero no destruida, la burguesía que no ha desaparecido, que no ha dejado de ofrecer resistencia, sino que ha intensificado su resistencia. La dictadura del proletariado es una forma especial de alianza de clase entre el proletariado, vanguardia de los trabajadores, y las numerosas capas de trabajadores no proletarios (pequeñaburguesía, pequeños propietarios, el campesinado, la intelectualidad, etc.), o la mayoría de esas capas. (...) Este tipo especial , en medio de una violenta guerra civil, es una alianza entre los firmes partidarios del socialismo y sus vacilantes aliados (a veces "neutrales", en cuyo caso, en lugar de un acuerdo sobre la lucha, la alianza se convierte en una alianza sobre la neutralidad); una alianza entre clases económica, política, social y económicamente diferentes.>> (V.I. Lenin: Op. Cit. 23/06/919 Lo entre corchetes es nuestro)

No se trata, pues, de la alianza entre el proletariado y la pequeñoburguesía que el P.C.E. impulsó bajo las condiciones políticas de 1931 en España, con la burguesía en el poder y la alianza dirigida por la pequeñoburguesía; se trata de la misma alianza  impulsada por el partido bolchevique ruso bajo las condiciones políticas de 1917, con el proletariado en el poder y la alianza dirigida por el proletariado; no se trata del frente popular que se formó dentro del Estado burgués vigente por iniciativa de la pequeñoburguesía y que se limitó a proclamar la república burguesa como máximo objetivo de su lucha dentro de los límites del capitalismo; se trata del frente popular que se formalizó dentro del Estado Obrero por iniciativa del proletariado, y después de adoptar medidas que trascendieron el Estado capitalista ruso y pusieron a Rusia —que pasó a ser la Unión de Repúblicas Socialistas soviéticas— en el camino de tránsito del capitalismo al comunismo.

Si algo de común comparten los practicistas obreros utópico-revolucionarios con los practicistas pequeñoburgueses pragmático-reformistas, es que a ninguno de ellos le interesa ni considera necesario atender a las condiciones de la lucha de clases, ni como objeto de análisis ni a la hora de actuar sobre ellas. Los primeros, porque las desprecian, pensando que el objetivo de toda lucha depende exclusivamente de la pura voluntad política; los segundos porque, habiendo renunciado por intereses creados a toda acción revolucionaria, se someten a las condiciones dadas; y al carecer de toda voluntad política para revolucionarlas, tampoco tienen interés en analizarlas. Análisis significa separación, delimitación precisa de significados.

Los intelectuales pragmático-reformistas de la pequeñoburguesía, que, como sus maestros —los filósofos burgueses— huyen de la verdad histórica porque les condena, lejos de analizar sintetizan, mezclándolo todo y confundiéndolo todo. Lo mismo hacen en sus alianzas políticas, en las que tratan confundir, de identificar los intereses de la pequeñoburguesía con los intereses del proletariado, diluyendo políticamente a estos últimos en aquellos. El abuso que hacen de palabras como “ciudadano” y “pueblo”, tan de su gusto, caracterizan el método de su discurso y la táctica embaucadora de su praxis, propia de los partidos “democráticos” de la burguesía de izquierda —que quieren el capitalismo pero no sus necesarias consecuencias— con su inveterada e irresistible propensión sistemática a convertir a todo interlocutor asalariado en cliente político permanente, para mantenerlo con los pies dentro del tiesto capitalista. Para eso se les paga y de eso viven aunque intenten disfrazarlo.

Los bolcheviques jamás han mentido a sus aliados campesinos del frente popular sobre los objetivos políticos de su acción. En esto, Lenin siempre ha hecho suyo el principio moral y político del “Manifiesto”:

 <<Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos>>   

¿Por qué los intelectuales y políticos pragmático-reformistas se ven obligados a ocultar al proletariado lo que realmente quieren de él: convertirlo en apéndice de su política de negociación y compromiso histórico con la gran burguesía? Sencillamente porque la pequeñoburguesía, como clase explotadora, teme y al mismo tiempo necesita al proletariado; le teme porque, como clase explotada, tiende natural y objetivamente a negar ese compromiso histórico con la burguesía; lo necesita como masa de maniobra para renegociar en mejores condiciones su relación como clase económicamente expoliada y políticamente subalterna respecto del gran capital.

¿Por qué la política de los revolucionarios no se casa con la mentira política? Porque, dada la situación del proletariado en esta sociedad, la verdad es siempre revolucionaria. Pero, además, dentro del frente popular dirigido por el proletariado al interior del Estado soviético en el poder —y la condición para esto es la preexistencia de un partido revolucionario con influencia de masas— la pequeñoburguesía deviene en sector de clase intermedio objetiva y estratégicamente aliado del proletariado.

 

7) Táctica para la futura construcción de los Estados Unidos Obreros de Europa

Hecha esta necesaria aclaración, volvamos a la problemática de la correlación fundamental de fuerzas sociales en la actual etapa histórica de la acumulación del capital, a fin de determinar si están o no dadas las condiciones sociales objetivas para empezar a luchar por los Estados Unidos obreros de Europa. Ya vimos cuantos trabajadores no proletarios hay en la UE y cómo se distribuyen entre distintas categorías de empresas según el número de asalariados empleados. ¿Cuántos hay en EE.UU.? Según el mismo informe de "The State of Small Bussiness" (SBA) de 1993, en 1990 las microempresas que empleaban entre 1 y 4 asalariados representaban el 59,5% del total (5.073.795 para 114.000.000 de asalariados), o sea: 3.018.908 empresas; las pequeñas empresas que empleaban entre 5 y 9 asalariados, el 18,8%, es decir, 953.873 empresas. Entre estas dos categorías, suman casi 4 millones de empresas, nada menos que el 80%; las de entre 10 y 19 empleados, el 11,1% (558.117); las de entre 20 y 99, el 8,9% (451.568); las de entre 100 y 499, el 1,4% (71.033); y las de más de 500, el 0,3% (15.221).

Evidentemente, el problema de la lucha contra las estructuras 2 y 3  era mucho más difícil en la Rusia soviética que hoy día en la UE o en EE.UU. Pero ¿se ha operado un cambio cualitativo en cuanto a la conformación de la estructura económica entre aquellos tiempos y hoy como para decir que la política de los bolcheviques durante la NEP estuvo "desfasada"? Los "comunistas de izquierda" acusaban a los bolcheviques de preparar las condiciones para una regresión al capitalismo. Ya expusimos sumariamente el pensamiento de Lenin sobre el asunto. ¿Cómo explicaba Trotsky las "nuevas formas" que había adquirido la lucha de clases tras el triunfo del proletariado en la guerra civil? En su informe ante el IV Congreso de la Internacional las describía así:

<<Las hostilidades se han desplazado de campo, ya no se desarrollan en el campo militar sino en el de la economía. Mientras que, durante la guerra civil, se producía un duelo entre el Ejército Rojo y el blanco para influir sobre los campesinos, actualmente la lucha tiene lugar entre el capital estatal y el privado sobre el mercado agrícola>> (L.D. Trotsky: "Informe sobre la Nueva Política Económica y las perspectivas de la revolución". 14/11/922)

Con otras palabras, Lenin decía esto mismo dos años antes.[[19]] En esa misma intervención, Trotsky decía que había en ese momento en Rusia 22.000.000 de pequeñas empresas rurales, de las cuales las de propiedad estatal, las cooperativas y las "comunas" campesinas, constituían una "minoría insignificante". En las ciudades, dado que desde la implantación del "comunismo de guerra" la propiedad del suelo había pasado íntegramente a manos del Estado —medida que la NEP mantuvo aun cuando en parte de ellas permitió que su gestión fuera devuelta a sus antiguos dueños— existían unas cuatro mil empresas arrendadas al capital privado que daban trabajo a unos ochenta mil obreros. Solamente empresas medianas y pequeñas en el sector de la industria ligera han sido arrendadas. Entre ellas, únicamente el 51% eran explotadas por capitalistas privados. Las restantes se encontraban bajo la dirección de los ministerios y de las cooperativas de distribución que el Estado les alquilaba para ponerlas en funcionamiento por su cuenta. De modo que, propiamente privadas, había menos de 2.000 pequeñas empresas que empleaban a cuarenta o cincuenta mil personas.

Por otro lado, además de la red ferroviaria en manos del Estado soviético, factor decisivo en la vida económica de cualquier país, que se extendía sobre 67.221 Km. de vías y empleaba a ochocientas mil personas, había más de 4.000 empresas industriales también estatizadas que empleaban a casi un millón de personas. Finalmente, en las empresas arrendadas, la media de obreros empleados por empresa no pasaba de 17, mientras que en el sector estatal era como media de 207 empleados por empresa. En síntesis, que en la Rusia soviética ya entrada en la década de los años veinte, existían dos mil pequeñas empresas que empleaban a cuarenta o cincuenta mil personas explotadas por capital privado, con una media de 17 obreros por empresa. Por otra parte, existían cuatro mil empresas estatales poderosas y bien equipadas, que daban trabajo a casi un millón de obreros, con una media de 207 empleados por empresa. Al respecto, Trotsky decía lo siguiente:

<<Ante tales cifras y hechos, es ridículo hablar del triunfo del capitalismo "de un modo general". Naturalmente, las empresas privadas entran en competencia con las empresas estatales, y de modo abstracto se puede llegar a decir que si las empresas arrendadas se encontraran muy bien dirigidas y las empresas estatales muy mal, al cabo de algunos años el capital privado devoraría al capital estatal. Pero nos encontramos muy lejos de que esto ocurra. El control del proceso permanece en manos del poder estatal; y éste se encuentra en manos de la clase obrera.>> (L. D. Trotsky: Op.cit.)

               Y a renglón seguido, señalaba en dirección a la superestructura jurídica, para decir algo que ha venido pasando desapercibido a quienes, demostrando un total desprecio por el materialismo histórico, creen que la socialización de la economía bajo el poder soviético es sólo cuestión de voluntad política de masas. Y lo que dice Trotsky, de acuerdo con Lenin, es que, debido al restablecimiento de hecho del mercado (negro) por parte del campesinado, el Estado obrero debió introducir "cierto número de cambios indispensables” que legitimaran ese mercado (que, hasta cierto punto, la ley se ajustara a las exigencias de la realidad, de las condiciones inmediatamente inmodificables) “para poder conseguir una transformación del mercado" desde la participación —en ese mismo ámbito capitalista— de las empresas agrarias socializadas, en dirección a la paulatina sustitución de las empresas privadas por la economía socializada, sin dejar de reconocer que "estas reformas jurídico administrativas” dan paso a la posibilidad de una acumulación capitalista, dado que "otorgan a la burguesía concesiones indirectas muy importantes".

Los practicistas revolucionarios sostienen que esto es "evolucionismo". Llámese como se le quiera llamar, lo que estaban haciendo los bolcheviques no era más que cumplir uno de los corolarios científicos del Materialismo Histórico, en el sentido de que:

<<El derecho (instaurado como producto de la decisión política) no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella (por la estructura económica) condicionado.>> (K. Marx: Crítica del Programa de Gotha" punto I. El subrayado y lo entre paréntesis es nuestro)

Es decir, que ni el derecho ni la política deben ir por delante de lo que —y cómo las condiciones objetivas de la realidad social exigen que se actúe y legisle en sentido efectivamente revolucionario. De lo contrario, —como decía Marx en "crítica moralizante y moral critizante" (1847)—, "cuando se arroja a la naturaleza por la puerta, vuelve a colarse por la ventana". O sea, que la cultura de las relaciones mercantiles y monetarias sólo se puede superar allí donde ya estén cuasi superadas espontáneamente por el propio capital, como es el caso de las empresas capitalistas medianas y multinacionales, donde la socialización objetiva del trabajo prevalece sobre el mercado.

Los practicistas revolucionarios distinguen entre socializar y nacionalizar, para criticar con toda razón al stalinismo que se había instalado en el nacionalismo pequeñoburgués, pero caen en el voluntarismo utópico al afirmar que la condición necesaria y suficiente para socializar, es exclusivamente política, reside sólo en la existencia del poder soviético, en su voluntad política, al margen de las condiciones objetivas heredadas por el capitalismo. Este es su error. El proceso revolucionario no consiste en simples actos colectivos de voluntad política al margen de las condiciones económico-sociales. Para socializar, para implantar las relaciones de producción típicas del comunismo, el "determinante de última instancia" no es la acción política, sino las condiciones objetivas que aconsejen y permitan hasta dónde —y en qué parte de la sociedad— efectivizarla, sin que su contrario se vuelva a colar por la ventana; Y entre esas condiciones objetivas está la capacidad del partido y las condiciones económico-sociales derivadas del desarrollo desigual del capitalismo; no se puede socializar políticamente lo que todavía no es económicamente socializable:

<<La desventura de nuestras "izquierdas" es no haber comprendido la esencia misma de la "situación actual", el tránsito de la confiscación (para realizar la cual se requiere sobre todo decisión del político) a la socialización (para realizar la cual se requiere del revolucionario otra cualidad).

               Ayer, la tarea principal del momento era nacionalizar, confiscar, abatir y aniquilar a la burguesía y terminar con el sabotaje; todo con la mayor decisión posible. Hoy, sólo los ciegos no ven que hemos nacionalizado, confiscado, abatido y terminado más de lo que hemos tenido tiempo de calcular. La diferencia entre la socialización y la simple confiscación, está en que es posible confiscar solo con "decisión", sin capacidad de calcular y distribuir correctamente, mientras que sin esta capacidad no se puede socializar.>> (V.I. Lenin: "Infantilismo de "izquierda" y la mentalidad pequeñoburguesa" Punto III. Mayo de 1918. El subrayado es nuestro)    

En este sentido, las condiciones objetivas para socializar la economía expropiada y, por tanto, los límites fijados a la expropiación, son alternativamente dos, a saber:

1)       Las unidades productivas donde el desarrollo de las fuerzas sociales productivas ya hayan cumplido este requisito.

2)       Un partido revolucionario cuya masa de miembros garanticen un control obrero de la producción socializada en las empresas cuyo atraso relativo les ha impedido cumplir ese requisito espontáneamente.

Si los bolcheviques con la NEP, han dado marcha atrás respecto del intento de "socializar las pequeñas empresas capitalistas expropiadas durante el "comunismo de guerra", es no sólo por una previsión teórica que en ese momento no pudieron llevar adelante obligados por las excepcionales condiciones, sino porque, además, comprobaron la justeza de esas previsiones teóricas del marxismo por la práctica, debiendo tenerlas que arrendar tras expropiarlas y "haber intentado que funcionaran en manos del Estado" más eficientemente que con sus antiguos dueños. Sobre esto hemos de volver un poco más adelante. Por ahora nos quedamos en que, la socialización del trabajo en pequeña escala no se puede conseguir sólo confiscando por decreto.

 

8) Socialización objetiva del trabajo, expropiación y socialización

Para acordar en lo que acabamos de decir, es necesario contestar correctamente a la siguiente pregunta: ¿Qué es y en qué consiste la socialización objetiva del trabajo? Es el resultado del más alto grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas sociales productivas bajo el capitalismo, y consiste en una interdependencia técnica creciente entre distintos y cada vez más diversos procesos del trabajo social al interior de una misma estructura productiva. En el sector de la inyección de plástico al que corresponden las fábricas de envases en ese material, supone la centralización y división del trabajo de miles de asalariados en una misma unidad productiva, para la fabricación de la gama más completa posible de mercancías en esa rama de la producción social, incluida la materia prima intermedia. En los orígenes del capitalismo, la dispersión y multiplicidad de los propietarios del capital, determinó que esos múltiples procesos discurrieran aislados los unos de los otros, a cargo de otros tantos productores privados, y que, por tanto, su  interdependencia (la de los procesos de trabajo) no fuera técnica sino social —la llamada división social del trabajo—, concretándose sólo a través del mercado. Finalmente por efecto de esta interdependencia social a instancias de la competencia, la propiedad del capital se fue centralizando en cada vez menos propietarios para dar lugar a grandes complejos industriales de tipo oligopólico, donde los distintos procesos se integran no ya a través del mercado, sino con absoluta independencia de él, de modo que lo que hasta entonces había venido siendo una interdependencia social, pasa a ser una interdependencia técnica. En el siglo XIV, esta interdependencia técnica —la llamada división manufacturera del trabajo— sólo afectaba a unos cientos de personas de la población media en un país de Europa o Asia, mientras que hoy compromete a millones de personas.

Cuando aumenta el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo y la industrialización progresa bajo el capitalismo, la cantidad de capital acumulado llega a un punto en que provoca un cambio cualitativo en su organización y la competencia pura muta en competencia oligopólica. La consecuencia es que el mercado deja de determinar la producción de parcelas crecientes del proceso global de trabajo en la sociedad, que así pasan cada vez más a estar en función de la organización planificada de la producción predominante en un número creciente de grandes empresas. Cuanto mayor es el aumento de la masa de capital en funciones en cada empresa, mayor es la escala y el volumen de la producción de diversos productos resultante de la planificación en el seno de una sola empresa. Con la aparición del capitalismo monopolista, el plan se extiende de fábricas que producen distintas mercancías a la empresa propietaria que centraliza las decisiones de inversión en cada una de esas fábricas y la cantidad y calidad de los productos a fabricar en cada una de ellas según un plan de producción global para la empresa. En la época de las sociedades multinacionales, el plan se hace internacional y afecta en el terreno jurídico y técnico a numerosas y diversas empresas de distintas ramas de la producción social en distintos países.

La consecuencia a largo plazo de este proceso en el capitalismo tardío, es una reducción drástica del trabajo social asignado por el mercado capitalista en relación a la creciente asignación directa por las grandes empresas. La causa de este cambio radica, como acabamos de explicar, en la lógica interna del capitalismo, en su dinámica propia de acumulación, competencia y aceleración de la unidad y centralización de los capitales incluso a escala internacional. Por ejemplo: cuando la Empresa multinacional Renault produce las piezas sueltas de sus camiones en una de sus factorías A, en otra B, procede a unir mecánicamente esas piezas de las que resultan las autopartes, y, finalmente, en otra C realiza el montaje, el hecho de que el ordenador que calcula los costes parciales de forma minuciosa elabore seudofacturas que acompañan respectivamente al transporte de las piezas sueltas de A a B, y de ésta última los componentes a C, esto no quiere decir que la fábrica A venda las piezas sueltas a B y ésta las autopartes a C. Aquí no hay intercambio sino simple traslado, donde no es el mercado -sino el objetivo planificado de la producción de camiones dentro de la Renault- lo que determina la asignación de factores o recursos productivos para el número de piezas sueltas y autopartes que deben ser fabricadas con arreglo a ese plan. Estas factorías A y B no pueden "quebrar" porque "suministren" demasiados productos parciales a la factoría C que los monta. Sólo pueden quebrar porque producen demasiados coches.

Obviamente, grandes empresas multinacionales, que, independientemente las unas de las otras planifican su producción en gran escala, fabrican y compiten entre sí para vender sus productos terminados a consumidores finales, como la Renault, la General Motors o la Volkswagen, hay muchas en otras muy diversas ramas de la industria; cada una con un plan de producción particular decidido por una pequeña elite de directivos. Cuanto mayor es la masa de productos resultantes de esta socialización objetiva del trabajo en un mayor número de grandes empresas, aunque concentrada en relativamente menores puntos de compra-venta, la anarquía de la producción persiste y se vuelve potencialmente más explosiva, por esto y porque la fusión del gran capital con el Estado, determina en muchos casos que el volumen de la producción de estas empresas no dependa del mercado sino de decisiones políticas. De este modo, el divorcio entre producción y consumo sigue regimentando el proceso global del trabajo social, dado que la socialización objetiva del trabajo en las grandes empresas, se limita a planificar la producción de bienes intermedios que no llegan al consumidor final sino como partes de un todo.

A nadie mínimamente informado sobre la historia de la Revolución Rusa se le puede escapar, que el comunismo implantado por decisión política institucional en ese país inmediatamente después de la toma del poder, no fue producto de la pura voluntad política de los bolcheviques, sino de la aguda penuria causada por la guerra; fue una imposición de las circunstancias, para impedir que gran parte de la población muriera de hambre. En este sentido, la NEP no fue una retirada ni un retroceso hacia el capitalismo como piensan todavía muchos, sino una política que Lenin y los bolcheviques tenían teóricamente prevista y que debieron suspender precisamente por causa de la guerra imperialista y la subsiguiente guerra civil. Pero una vez acabadas las hostilidades internacionales y el triunfo del proletariado en la guerra civil, la aplicaron con mayor razón histórica ante un retroceso de más de diez años en el desarrollo de la estructura económico social del país.[[20]] cuando cambiaron las condiciones objetivas. La previsión teórica de los bolcheviques había sido hecha teniendo en cuenta el grado de "socialización objetiva del trabajo" como condición de la política de expropiaciones, concepto que Trotsky definió según el grado de centralización de la propiedad capitalista, que es su correlato social:

<<En teoría, hemos mantenido siempre que, tras haber conquistado el poder, el proletariado debería tolerar la existencia de estas empresas (privadas) al lado de las empresas estatales, debido a que sean tecnológicamente menos avanzadas o menos adaptadas a la centralización.>> (L.D. Trotsky: Op. Cit. Lo entre paréntesis es nuestro)[[21]]

En síntesis, que es necesario distinguir entre la estrategia revolucionaria antes y después de la toma del poder y, para juzgar lo actuado por los bolcheviques, tener en cuenta para cada momento las exigencias políticas determinadas por las condiciones objetivas específicas a transformar. En el proceso revolucionario previo a la toma del poder, cuando el proletariado lucha por constituirse en clase dominante de la sociedad, ante todo debe garantizar su independencia de acción a instancias del partido y no supeditar los objetivos políticos revolucionarios de esa acción a los de la pequeñoburguesía, rechazando toda alianza estratégica con ella. En todo caso, debe tratar de arrastrar a estos sectores mediante su lucha decidida por un programa de gobierno que garantice su emancipación respecto del gran capital, preparando al mismo tiempo las condiciones para que en el futuro más próximo posible, poner a la sociedad ante una situación económica que les induzca a dar el paso hacia su emancipación humana respecto de la propiedad privada capitalista.

 

9) La importancia decisiva del partido en calidad y cantidad de miembros para la tarea de socializar

            Ahora veamos las condiciones objetivas necesarias que deben preexistir en manos del proletariado para expropiar y poder socializar las empresas capitalistas pequeñas, esto es, que explotan entre 1 y 50 asalariados.

Haciendo memoria histórica, ya vimos la conclusión a que habían llegado los Bolcheviques tras el período previo del "comunismo de guerra" en la URSS, en el sentido de que no pudieron ser capaces de administrar las pequeñas empresas expropiadas, siquiera con la misma eficiencia económica en que lo habían venido haciendo sus antiguos patronos, y que, por eso, durante la NEP decidieron devolverlas a sus antiguos dueños, esta vez bajo el régimen de arriendo. Ya lo hemos citado y vale la pena volver sobre lo que decía Lenin en mayo de 1918: "Hoy, sólo los ciegos no ven que hemos nacionalizado, confiscado, (...) más de lo que hemos tenido tiempo de calcular" Bien. ¿Se podría hoy socializar el entramado de las pequeñas empresas capitalistas? Sí, pero, a condición de que el partido revolucionario disponga de un acervo militante teóricamente preparado y moralmente probado en los avatares de la lucha de clases, en suficiente número como para garantizar que el control obrero se cumpla eficazmente en el conjunto de la economía confiscada.

Para que nos podamos empezar a poner de acuerdo acerca de la masa social de militantes que el Partido Comunista debe disponer para que —en el marco residual de la ley del valor y el mercado capitalista todavía subsistentes como distribuidor de recursos productivos y valores mercantiles— el control obrero garantice la socialización del trabajo en las pequeñas empresas actualmente existentes en la UE, es necesario previamente comprender antes la naturaleza económica y social de esta fracción subsidiaria del capital social global.

¿En qué consiste esa naturaleza? Precisamente en la dispersión de esos capitales; en la interacción de unos sobre otros a través del mercado; cada uno con sus propios proveedores y sus propios clientes que, a su vez, son proveedores y clientes de otros, en otros tantos decenas de miles de ramos de la industria, el comercio y los servicios. Un complejo entramado competencial regulado por la ley del valor, en el que cada pequeño capital tiende hasta cierto punto muy limitado, a restarle clientela a los demás mediante la oferta de calidad, precio y servicio de sus respectivos productos, al tiempo que cada uno selecciona a sus proveedores en función de los mismos factores competenciales.

Así, por mediación de la competencia en términos de precio, calidad y servicio, presidida por las fases del movimiento cíclico del gran capital regulado por la tasa de ganancia media, una parte de estos pequeñoburgueses progresan a expensas de otra, y dentro de esta última unos consiguen mantenerse en el sector mientras que otros se proletarizan. Multipliquemos esta realidad por los miles de ramos industriales, comerciales y de servicios entre los que circula el pequeño capital global de un país. Tal es la complejísima realidad a transformar.

¿Qué hacer y cómo para socializar estas relaciones de producción capitalistas en semejante entramado mercantil?. Y lo que es más: ¿cómo integrar el modo de producción capitalista en pequeña escala dentro del modo de producción socialista de la economía estatalizada? Y finalmente: ¿cómo hacerlo al margen del mercado sin menoscabo para el desarrollo preexistente de las fuerzas sociales productivas y la cohesión del partido revolucionario? 

¿Puede hacerse al margen del mercado, se puede estatalizar estos sectores sin que se constituyan en una rémora para el necesario desarrollo de las fuerzas sociales productivas que permitan elevar en el más corto plazo las condiciones de vida y de trabajo de los asalariados en tanto parte del poder soviético? Veamos.

Al momento de expropiar estas empresas, nos encontramos, entre otras cosas, con su cartera de clientes y proveedores; los clientes, casi en su totalidad lo serán de otras tantas pequeñas empresas, industriales, comerciales o de servicios —también expropiadas— o bien consumidores directos; los proveedores, en su mayor parte pertenecerán a pequeños capitales comerciales distribuidores (también expropiados) de productos fabricados por grandes o medianas empresas capitalistas ahora en manos del poder soviético.

Partiendo de semejantes condiciones ¿Se puede socializar esta pequeña producción y comercialización de empresas con distinta organización del trabajo, distintas técnicas de producción y distintas calidades y cantidades de productos en la industria, el comercio y los servicios, prescindiendo del mercado como medio de asignación de recursos y valores sin perjuicio de la eficacia en la producción y distribución de esos productos? No se puede.

¿Es posible que esas mismas empresas sean gestionadas por sus propios trabajadores a través del mercado? En teoría es posible, pero siempre que por la sola experiencia de la toma del poder, el conjunto del proletariado a cargo de esas empresas adquiera plena conciencia de clase y conocimiento de la realidad a transformar, única condición de que estas operaciones puedan centralizarse por control obrero en una especie de Vesenja que se constituya y funcione de abajo arriba y no al revés, como la realidad impuso que sucediera en la URSS. [[22]]

Pero esta posibilidad es muy poco probable, porque supone conseguir que desaparezcan de un solo golpe prejuicios burgueses en distinto grado arraigados en los asalariados, entre otros, el sueño de convertirse en su propio patrón; estos prejuicios que han venido prevaleciendo en la conciencia de los explotados durante centenas de años, parece que arden hasta desaparecer en el fragor de las luchas por la conquista del poder y el acto de expropiar a los explotadores, pero renacen de sus cenizas ante lo que hay que hacer al día siguiente; cuando se comprueba que las nuevas relaciones sociales empiezan a funcionar con los viejos conceptos propios del individualista pequeñoburgués, porque los "mandados", obreros no comunistas de toda la vida, que no entran en la revolución por sí mismos sino que son devorados por ella y se encuentran de golpe ante la oportunidad de hacer realidad el sueño embrutecedor de llegar a ser ellos mismos sus propios propietarios privados de la empresa que acaban de expropiar y a esto le llaman "comunismo". Estos prejuicios que anidan en el alma de cada obrero sin partido, van adquiriendo por la práctica tanto más vigor en su conciencia, cuanto más se agrandan las ignotas y normales dificultades del control y registro de lo que se recepciona, produce y socializa, que, entre otros inconvenientes, naturalmente añaden muchas preocupaciones —sobre todo al principio— además de prolongar las horas de trabajo para esa tarea adicional.

Según la memoria histórica de la Revolución Rusa, contrariamente a las ilusiones y exigencias de los "comunistas de izquierda" con Bujarin al frente, los bolcheviques y la mayoría del PC(B), sabían perfectamente que, de no darse las condiciones ideológicas y políticas para emprender la socialización efectiva del trabajo entre las empresas pequeñas, su confiscación no hace avanzar hacia el socialismo sino al contrario. En lo inmediato, las expropiaciones tienden a debilitar objetivamente el poder de resistencia de la gran burguesía, pero —como hemos dicho— si no se cuenta con el número suficiente de efectivos con capacidad (conciencia de clase y preparación) a los efectos de llevar adelante el registro y control de la distribución correcta de lo producido por cada empresa, esa ineficacia redunda en un retroceso respecto de las condiciones anteriores a la toma del poder, preparando las condiciones objetivas, no precisamente para la socialización, sino al contrario, para la contrarrevolución. No por casualidad Lenin decía en marzo de 1918 que:

<<Podemos ser decididos o indecisos cuando se trata de nacionalizar o de confiscar. Pero justamente la clave del asunto está en que no basta ni siquiera la mayor "decisión" del mundo para pasar de la nacionalización y la confiscación a la socialización. La desventura de nuestras "izquierdas", es que con su ingenua y pueril combinación de palabras "la más decidida política de socialización", revelan una incomprensión absoluta del fondo del problema, de la clave de la situación "actual">> (V.I. Lenin: "Sobre el infantilismo de izquierda" Punto III)

Y el problema radica en que, a falta de una dirección revolucionaria en el control obrero de las pequeñas empresas confiscadas, la propia dispersión entre ellas crea y acrecienta objetivamente la posibilidad real de que cada comité de empresa tienda subjetivamente a considerar la suya como una unidad "socialista para sí", independiente de las demás, que es como a la conciencia (burguesa) inmediata de cada asalariado no comunista, esto es, sin pleno conocimiento asumido de lo que es necesario hacer según determinadas condiciones en cada momento, así se le presentan las cosas. Y así es como se consuma el despropósito político de que arraigue todavía más en ellos la idea de la propiedad privada entendida como propiedad colectiva por el sólo hecho de la expropiación del patrón o los patrones capitalistas en cada unidad empresarial, sólo vinculadas con las demás por la competencia a instancias de los intercambios mercantiles que componen ese entramado post capitalista; propiedad privada colectiva que gestiona la herencia de lo que sigue apareciendo como "ventas" a sus propios clientes, que, a la vez, parecen determinar "por sí mismas" lo que demandan de "sus" propios proveedores. Así como lo que se produce, para quién, con qué calidad y a qué precio: todo suyo "para sí" una realidad que tiende a convertir a cada trabajador de cada empresa y —a través suyo— a cada miembro del comité de control, en el mismo pequeñoburgués que se ha expropiado, y que, dado su conocimiento técnico y experiencia mercantil, deviene en su líder natural.

Y el caso es que el PC(b) carecía de suficientes efectivos capaces, como para estar presentes —porque hay que estarlo como conditio sine qua non— en los 22.000.000 de pequeñas empresas a lo largo y ancho de ese basto territorio, cumpliendo con eficacia lo que era necesario hacer en ese momento. Bajo semejantes condiciones de imposibilidad material del partido, la posibilidad de la contrarrevolución se torna en la realidad más probable. That's the question y esto es lo que amenazó con pasar en la URSS tras los hechos de Kronstadt, donde al frente de cada obrero hambriento estaban sus antiguos patrones y, detrás de éstos últimos, el gran capital con sus Guardias Blancos esperando que se debilitaran las fuerzas revolucionarias en esa zona estratégica de la Rusia soviética, para atravesar la frontera y ponerse a la vanguardia de la contrarrevolución interna.

Cuando Trotsky decía en 1922 que hubo que arrendar las antiguas empresas confiscadas a sus antiguos dueños, tenía en su sesera la impresión muy reciente de esta experiencia. ¿Contará el partido revolucionario internacional en Europa con efectivos suficientes y capaces para supervisar las tareas de control y registro necesarias para socializar las 7.754.000 pequeñas empresas existentes en ese territorio —además de las medianas y grandes— sin perjuicio para el desarrollo de las fuerzas productivas y la cohesión ideológica y política de la organización? ¿Y en Argentina, qué hay hecho y debidamente socializado para saber previamente qué hacer al día siguiente de la toma del poder? Esto es lo que hay que prever antes de confiscar; saber lo que hay que hacer según las condiciones objetivas a transformar, y con qué efectivos de capacidad suficiente se cuenta para ello realmente.

Hay que pensar, también, en la posibilidad más que probable de un supuesto que no hemos considerado hasta aquí para no complicar el análisis, cual es, el de una acción contrarrevolucionaria desde el exterior. Entonces, de cualquier modo ¿estaría mal ir pensando en que, quizás, quienes protagonicen la próxima experiencia revolucionaria mundial estarán condenados a pasar por las mismas "horcas caudinas" del "evolucionismo" bolchevique? Nosotros, desde luego somos de la opinión que no estaría mal darse una vuelta más pormenorizada por la memoria histórica de aquella portentosa experiencia, y confrontarla con los datos de la realidad económica, social y cultural actual.

De todo debate donde prevalezca el espíritu revolucionario por encima de cualquier otra consideración, surge necesariamente la luz que señala por dónde deberemos ir todos. Pero a condición de que se proceda con la teoría revolucionaria y la memoria histórica por delante, como armas insustituibles de la revolución, de lo contrario, a la derrota segura para volver a sufrirla y después llorar otra vez ocultando nuestra responsabilidad en la filosofía de los DD.HH, en lo buenos que somos los explotados y lo malísimos que son los explotadores.

 


Conclusión

En los espacios de publicidad electoral concedidos por el Estado a los partidos políticos institucionalizados —con vistas al llamado impropiamente “referéndum” por la constitución europea—, todos los partidarios del SI se han prodigado curiosamente en tratar de convencer de lo que proponen, haciendo alusión a supuestos derechos sociales, objetivos, que en la sociedad española actual no aparecen por ningún ladoexcepto en el papel, y que este Tratado ni siquiera contempla ni se lo propone a pesar de que los mencionen.[[23]] ¿Por qué? Pues, porque las cada vez mayores exigencias de ganancia del capital, lo impide.

El Partido Popular —en un encuadre sociológico de imágenes puramente urbanas—, hizo campaña por el SI haciendo terrorismo ideológico con una serie de duplas de sentido genéricamente contrapuesto, identificando el SI con el significado, de palabras bonitas como coherencia, empleo, pluralidad, tolerancia, sensatez, apertura, seguridad solidaridad, rumbo, o libertad de expresión, y al NO con caos, paro, monotonía, radicalismo, imprudencia, cerrazón, vulnerabilidad, indiferencia y desorientación. Como si leyendo este engendro de “constitución”, pudiera descubrirse algo más que coherencia y solidaridad entre los magnates del capital que trazaron sus líneas políticas directrices a los mandados de la Conferencia Intergubernamental, completamente a espaldas de la participación y el conocimiento de los asalariados, llamados a votar en favor del SI. Sólo a última hora, de prisa y corriendo, decidieron publicar unos cuantos trípticos que repartieron en los estadios de fútbol y por algunas calles del país, donde han proferido los mismos insultos a la más elemental inteligencia política que exigen las actuales circunstancias.

De este modo, demuestran que la coherencia, la solidaridad, la seguridad, el rumbo y la libertad de que hablan los señores del Partido Popular, es la suya, que comparten con la fracción de la burguesía que representan sus demás colegas de partidos afines en el aparato de Estado español y en la UE, que han llamado a votar por el SI. Chantajearon amenazando con el caos, la desorientación, la vulnerabilidad y la ausencia de libertad —que ellos mismos han impulsado con sus políticas en función de gobierno— a quienes, por temor a más de todos estos males si no se disciplinan al conjuro, en buena parte se inclinaron ante estos sacerdotes fundamentalistas oficiantes del culto mitológico a la propiedad privada capitalista, depositando dócilmente su voto por el SI.

Como si aprobando ese tratado, fuera a desaparecer la vulnerabilidad, la inseguridad, la desorientación y el caos inducido en que se encuentran sumidas las familias del más de un millón de parados y de los cuatro millones y pico de empleados que trabajan en régimen precario —cuando no sin régimen alguno— bajo la vista gorda de estos políticos; como si en semejantes condiciones se pudiera llegar a ser otra cosa que indiferente, cuando no imprudentemente radical. Por eso, no es improbable que su borrachera de poder les haya traicionado, y los “tontos” de esta película les tengan preparada una inesperada lección de cultura política autodidacta, que nosotros celebraríamos alborozados. No sería ésta la primera vez en la historia y no nos estamos refiriendo precisamente al resultado de esta consulta electoral.

En cuanto al PSOE —parece que, menos proclive a confiarse de sus propios handicaps políticos de consenso— ha optado por renunciar a los contrastes —por eso de los ominosos incendios asociados a los corto circuitos—, y se ha dedicado, en exclusividad, a cargar la conciencia de su clientela política con “energía positiva”. “Se trata —decían literalmente entre sucesivos cuadros alusivos de imágenes personalizadas e intimistas— de la economía, de la pesca, de la educación, del progreso y del empleo, de las ciudades, del futuro de los jóvenes, de los adultos, de las mujeres, de la justicia, de los jubilados, de la paz, —y, en fin— de nuestros derechos”.

Se deben referir a los derechos de reunión, de asociación y de opinión, de entrar y salir libremente del territorio nacional[[24]]; de besarse y hasta fornicar en cualquier sitio público, de esnifar cocaína, chutarse heroína o ponerse de alcohol hasta las cejas en calles y parques de todas las ciudades de España (y del Mundo). ¿Qué otros “derechos” señores? ¿Quieren que hablemos del derecho al trabajo, a la vivienda, a la salud, a la educación? ¿En que porcentaje han progresado esos derechos respecto del enorme progreso alcanzado por las fuerzas productivas de la sociedad española en los últimos veinticinco años de “democracia”?

¿Qué significa la palabra derecho? Etimológicamente proviene de los vocablos latinos “directus”, que significa “lo derecho”, “lo recto”, “lo rígido”, “lo que está de acuerdo con —o conforme a— la regla”, y “dirigere” o regere”, que significan respectivamente “dirigir”, “regir”, “conducir” o “gobernar”.

Así pues, desde el punto de vista etimológico, la palabra derecho proviene del latín “directum”, la cual deriva de “dirigere”, que signitfica “enderezar”, “dirigir”, “encaminar”. Sin embargo, lo que se conoce por “derecho” no desciende de una palabra latina de morfología semejante e igual significado, sino del vocablo latino de antigua raíz indoiránica “ius”, que designaba el lugar o acto de administrar justicia y del cual se han derivado las palabras “justo”, “juramento”, “justicia” —como sinónimo de derecho— y, más recientemente, jurisprudencia, jurídico, jurisconsulto, jurisdicción, jurisperito, etc.

Ahora bien, en su acepción más moderna, por un lado, la expresión ius” hace referencia al “derecho” como conjunto de reglas o leyes que imperan coactivamente sobre el universo de una determinada comunidad. Pero, por otro lado, esa misma expresión se entiende, contradictoriamente, como el enunciado de los derechos fundamentales de las personas. Y el caso es que, según avanza el proceso de acumulación del capital, las leyes coercitivas por las que se rige la sociedad, capitalista, no hacen más que ir negando —uno a uno— los supuestos derechos fundamentales de las personas, excepto uno que, si es preciso, el Estado burgués está dispuesto a cumplir y hacer cumplir a sangre y fuego: el sacrosanto derecho a la propiedad privada sobre los medios de producción. Empezando por el derecho fundamental más importante, del cual depende, en gran medida, el derecho a la vida —y no precisamente vegetativa—, en tanto que se trata del trabajo creativo, de la actividad teórico-práctica distintiva de los seres humanos respecto del resto del reino animal.

Y el caso es que, desde principios de la década de los setenta del siglo pasado, coincidiendo con la crisis económica desatada por la crisis de sobreacumulación absoluta que obligó a decretar la inconvertibilidad del dólar —agravada por el aumento artificial en los precios del petróleo— el capitalismo mundial ha operado el más profundo ataque de sus leyes laborales coercitivas sobre los derechos fundamentales de los trabajadores. Así, los Estados burgueses, mediante una reforma laboral tras otra, de modo asimétrico pero sistemático, fue convirtiendo el derecho fundamental a la seguridad en el empleo, en su contrario: el paro masivo, para luego democratizarlo repartiéndolo bajo la última forma legal, igualmente coercitiva, del trabajo temporal  jurídicamente comprendido en los popularmente llamados “contratos basura”.   

Estamos ante la paradoja, nada aparente, de que, negando el derecho fundamental al trabajo, las leyes coercitivas de la burguesía niegan consecuentemente otros derechos fundamentales, como el derecho a la educación, a la salud, a la seguridad en el trabajo, a la información y, por tanto, a la opinión. Porque, dividiendo y enfrentando a los asalariados en régimen de empleo fijo con los eventuales —en el marco de leyes que abaratan cada vez más el despido—, la burguesía consigue superexplotar al conjunto, someterlo a la disciplina de trabajar más por menos, especialmente a ese más del 70% de asalariados españoles en condiciones de empleo precario.

En efecto, según el estudio de la Tesorería General de la Nación para 2001, las bases de cotización (directamente relacionadas con el salario) se situaban, para los nuevos empleados, en 868 euros mensuales, cuando la base media para los cotizantes anteriores era de 1.387 euros, o sea que la nueva es más de un 30% inferior a la preexistente, y, en el caso de las personas que acceden al primer empleo, este porcentaje negativo oscila entre un 42 y un 37%, según los casos. Los contratos fijos son prácticamente inexistentes, y de los nuevos contratados acogidos al sistema público de protección el 76,62% está constituido por personas con contratos temporales a jornada completa o parcial.

            El hecho es que el común de los asalariados, trabajando en una jornada normal, no gana ni mucho menos lo suficiente para la cobertura de sus necesidades. Esto le obliga a someterse a la multiplicación de horas por jornada, a destajos exhaustivos y a incentivaciones de productividad de toda índole, con el resultado de un agotamiento por  estrés que borran u obnubilan de su cerebro los necesarios alertas ante los signos emergentes de peligro para su seguridad personal en el trabajo. Cualquier psicólogo honesto puede certificar este diagnóstico, poniendo de relieve el carácter superexplotador y criminal de las leyes laborales administradas por empresarios, políticos y sindicalistas institucionalizados.

Los sistemas de seguridad en el empleo, que daban al trabajador autoestima, confianza en sus capacidades laborales y dominio de su propia disponibilidad para sus planes personales, familiares o sociales, están siendo eliminados por los empresarios por inservibles e incluso nocivos para los actuales fines del capitalismo, que entienden como muy peligrosa para su propia seguridad esa libre disponibilidad del tiempo extralaboral por parte de los trabajadores, ya que, dedicado ese tiempo a la reflexión sobre la esencia del Sistema y a la asociación y lucha para el progreso de sus condiciones de vida y de trabajo, la economía de mercado y el sistema empresarial capitalista se verían muy razonablemente amenazados. Es esto lo que, aleccionados por la historia, los capitalistas quieren evitar, y, para ello, están disponiendo, a marchas forzadas, una reestructuración de su sistema productivo, con el fin de subsumir a los asalariados en sus mecanismos enajenantes de forma total, hasta el extremo de que la vieja finalidad obrera de "trabajar para vivir" se convierta en "vivir para trabajar", remachando la maniobra de alienar el poco residuo de tiempo libre que les queda, induciéndoles  al consumismo febril de productos y al culto por las más bajas pasiones alentadas desde los medios de comunicación de masas, que así completan el gueto infrahumano en que se mantiene al conjunto bajo el dominio político absoluto del capital.      

            A la vista de la obscena evolución de las ganancias experimentada por el ajeno y enajenante mundo de los negocios privados burgueses —cimentado con el trabajo no pagado de los asalariados españoles y de otros países de la periferia capitalista—, ¿hace falta aportar más cifras y datos para comparar el progreso de esta mayoría social absoluta, con el enorme acopio patrimonial de esa irrisoria minoría relativa de banqueros y demás patronos privados en la industria, el comercio y los servicios, con su relativamente dispendioso e insultante fondo de consumo?

Entonces, ¿de qué democracia nos están hablando? A ver si dejamos las cosas claras de una vez. Esta pregunta no va dirigida naturalmente a los partidos políticos institucionalizados; ni siquiera a las formaciones extraparlamentarias, ONGs y demás, que, de un modo u otro, “les bailan el agua” a unos y a otros . Preguntamos a los trabajadores, especialmente a los asalariados, para que nos pongamos en camino de recuperar la dignidad política de palabras como “derechos”; “libertad”; “democracia” o “solidaridad”.

A ver cuando seremos mayoría unida en la voluntad política de limpiar estos bellos conceptos, sin los cuales no vale la pena vivir —y que, hay que recordarlo no pertenecen más que a quienes luchan por ellos— para quitarles toda la basura política y moral que las clases dominantes les han echado encima en estos últimos veinticinco años, con la inestimable ayuda de la izquierda política institucionalizada. ¿Cómo hacerlo? Eso lo deben saber ustedes tan bien o mejor que nosotros, compañeros. Desde luego que la dignidad de estas palabras no se recupera haciéndoles la pelota a los explotadores ni a los embaucadores políticos profesionales a su servicio —con cargo a los presupuestos estatales que financiamos nosotros; esto está más que claro.

En cuanto al Partido Comunista de España, que informa la política de la coalición tristemente llamada “Izquierda Unida”, ellos llamaron a votar por el NO, porque dicen que esta constitución no fue hecha por los trabajadores, ni por los jóvenes, ni por las mujeres, ni por los inmigrantes. Porque no es una constitución hecha para los derechos sociales, ni para el desarrollo sostenible, ni para la paz.

Y tienen razón. Pero la constitución de 1978 tampoco fue hecha por y para los trabajadores, sino por y para la burguesía. Pero también por y para la burocracia y los poderes fácticos franquistas con los que el PCE pactó para que le dejen disfrutar de un lugar al sol en la nueva monarquía parlamentaria bajo la dictadura del capital, a cambio de meter en ese redil a sus bases políticas. Una carta magna elaborada por una ínfima y selecta minoría política servidora de esos intereses —los llamados padres de la Constitución”— todos ellos representantes oficiales u oficiosos de alguna fracción del capital, porque el PCE fue excluido de esa tarea. Sin embargo, este partido la aceptó. ¿Por qué? Pues, porque, en 1975, Carrillo abdicó de la República ante el Rey en favor de la Monarquía, precisamente para que ese partido, bajo su dirección política, pasara a formar parte del sistema oligárquico de partidos burgueses, ocupando el espacio a la extrema izquierda del sistema, el mismo espacio que, desde 1935, reclamaron ocupar en la República, sin contar para ello en ningún momento con los trabajadores ni con sus propios militantes, a quienes engañaron y manipularon miserablemente.

Y, como acabamos de recordar, al amparo de esa flamante monarquía constitucional fue posible que la burguesía española se enriqueciera de forma inaudita, llevando adelante el ataque más brutal a las condiciones de vida y de trabajo que los asalariados habían conquistado con sus luchas desde los tiempos de la posguerra civil. Porque en esto no hay que dejarse engañar con el argumento del progreso “en general”, el progreso de “todos”. Faltaría más que siendo el factor subjetivo fundamental de las fuerzas productivas de la sociedad, la clase obrera debiera dar las gracias la burguesía por haber participado de ese progreso.

Si durante la década de los sesenta y setenta, la participación de los asalariados españoles en el producto nacional se reducía al chocolate del loro, dado el progreso material alcanzado treinta años después, la proporción que representa esa parte de progreso en términos de salario relativo —directo e indirecto— no sólo siguió siendo el chocolate del loro, sino que se ha visto enormemente reducido en favor de los patrones.[[25]] Y en esto ha tenido mucho que ver el comportamiento del PCE y sus adláteres sindicales.

Y ahora votaron que NO, pero sólo para salvar la cara una vez más, manteniendo a sus bases políticas obreras en la esperanza de que el capitalismo es estratégicamente compatible con la democratización del progreso social, y de que, alguna vez, la “democracia” obre el milagro, “tacita a tacita”, de que las constituciones puedan ser hechas, algún día, por los trabajadores. Algún día. Y a cambio de esta promesa que posterga la necesidad objetiva de hacer la revolución ya mismo, —del mismo modo que la UE posterga los derechos sociales a ese futuro incierto que llaman “objetivos políticos” ¿qué piden?, confianza en ese futuro, lo cual supone, naturalmente, que ellos se reservan el presente como acólitos de la burguesía en eso de alejar el horizonte de la revolución en la conciencia de la vanguardia amplia del proletariado de tal modo secuestrada, hasta las calendas griegas. Tal es su cometido político estratégico como formación política institucionalizada al interior del Estado capitalista español.  

De ser por la confianza en el futuro basada en el gradualismo de cangrejo con el que estos señores se han venido empeñando hasta hoy, arreglados estaríamos con su táctica probada de oponerse a cada reforma laboral reivindicando la anterior, que es a lo que se han venido limitando con una concepción del progreso que sólo pudo caber en la cabeza de románticos al estilo de Manrique, cuando propuso conformarse a un presente adverso diciendo que “todo pasado fue mejor”. Menuda idea de la revolución comunista les ha inspirado a estos señores la fe en la praxis “democrática” desde sus cómodos escaños en el Congreso de la monarquía borbónica durante todos estos años. Porque, a decir verdad, no han hecho otra cosa que confirmar el aserto de Marx, en cuanto a que “no es la conciencia la que determina la existencia, sino la existencia social la que determina la conciencia.”. Eh, señor Llamazares, señor Frutos, señora Ángeles Maestro, ¿están Uds. ahí?

¿Cómo piensan que los trabajadores podremos alguna vez llegar a inspirar una constitución que asuma en plenitud los derechos sociales, el desarrollo sostenible y la paz, dentro de un orden burgués, donde sólo caben los derechos sociales en tanto no menoscaben la ganancia media, y así no hay manera de alcanzar el desarrollo sostenible ni la paz, desbordados por la tendencia irresistible a la acumulación del capital, si es que no se le pone término expropiando despóticamente su principio activo y sus fuentes?[[26]] ¿Cómo es posible esta pretensión dejando intangible la propiedad privada sobre los medios de producción y el ejército burgués?[[27]] Esta es la pregunta que ustedes se han venido negando a contestar desde 1935, cuando José Díaz y Dolores Ibárruri aceptaron la teoría de los frentes populares en el VII Congreso de la Comintern stalinista y lo empezaron a llevar a la práctica aniquilando a los revolucionarios marxistas españoles y catalanes en mayo de 1937.

El problema que ustedes tienen, no está en que no puedan engañar a tipejos como los del GPM; el problema es que lleguen a perder por su izquierda, la base social de sustentación  política que todavía hoy parece justificar lo que la burguesía se gasta en mantenerles; para eso estamos nosotros trabajando ad honorem, en la seguridad de que vamos siendo cada vez más. El tiempo no pasa en vano. Esto es más dramáticamente cierto para quienes tienen algo que ocultar y bastante más que perder con el capitalismo. Nos referimos al negocio de vivir cómodamente del cuento, creyendo —y tratando de convencer a los demás—, de que la revolución se hace vendiendo la perla de que “otro mundo es posible” dentro del orden burgués, que para eso les mantienen.

El sustento político de los revolucionarios es de otro carácter: la teoría revolucionaria y la memoria histórica de la lucha de clases aplicadas ambas al análisis de la realidad actual del capitalismo para su transformación revolucionaria, contando en esta tarea con el aval de los resultados empíricos que confirman la verdad de la teoría y la necesidad objetiva cada vez más acuciante, de asumir la estrategia comunista según esos principios teóricos generales, y los aportes bolcheviques a la táctica de la lucha por la toma del poder y la construcción del socialismo, táctica enriquecida por la inteligente y eficaz adecuación creadora a las condiciones históricas (objetivas y subjetivas) de cada momento. En suma, tratando de sacar nuestra poesía del futuro para hacer día que pasa posible lo necesario.

Mientras tanto, los indigentes políticos reformistas burgueses de izquierda, a seguir mendigando la “sopa boba” que todos los dias reciben desde su derecha, como aquellos menesterosos llamados “sopistas”, por la misma comida que diariamente les daban en muchos conventos de los padres capuchinos a las 12 en punto, haciendo un arte tan miserable y pacato de lo posible, como el alimento que les agradecían.

 

Madrid, marzo de 2005               

 

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[1] Esto no quiere decir, que oferta y demanda coincidan. La teoría del equilibrio entre oferta y demanda es  una superchería más con la que los teóricos burgueses subjetivistas y marginalistas del equilibrio han querido salir al paso de la crítica de Marx a Say. En realidad, la oferta y la demanda global jamás coinciden, y sí alguna vez lo hacen, ello es puramente casual y momentáneo; de lo contrario, el capitalismo no sería posible, dado que su fundamento absoluto está en la competencia, cuya función consiste, precisamente, en el desequilibrio entre oferta y demanda, en hacer que los precios difieran de sus respectivos valores, condición, a su vez, de la formación de la tasa de ganancia media como regulador en el reparto del plusvalor global entre la cofradía de los capitalistas, según la masa de valor con la que cada cual participa en el común negocio de explotar trabajo ajeno. Cfr: “El Capital” Libro III Cap. X

[2] Para este concepto de “realidad actual” introducido por Hegel en su “Lógica”, remitimos a nuestro trabajo: “Hegel, Marx y la Dialéctica(octubre de 2000) en: http://ww.nodo50.org/gpm/dialectica/10.htm  

[3] Deslocalización en España de la minería y la industria naval.........

[4] Para los fundamentos de la lógica económico-social del capitalismo remitimos a  http://www.nodo50.org/gpm/crisis/todo.htm y http://www.nodo50.org/ff_pp_tasa_ganancia\00.htm

[5] La jornada de labor se divide en dos partes, la parte durante la cual los trabajadores reproducen lo que necesitan para vivir (llamado trabajo necesario o salario), y la otra parte, durante la cual los asalariados trabajan sin compensación para los capitalistas (llamado trabajo excedente o plusvalor). El plusvalor relativo, es el que se obtiene produciendo más en una misma unidad de tiempo, lo cual abarata el valor de cada unidad de producto que forma parte del consumo obrero, abatiendo así el valor del salario, es decir, haciendo disminuir su tiempo de trabajo necesario o valor de su salario, aunque sin menoscabo para su nivel de vida,  que sigue siendo el mismo en tanto que, al disminuir el valor de los bienes que componen su canasta familiar, su salario sigue siendo el mismo, no pierde poder adquisitivo. Pero su salario relativo, es decir, la relación entre su salario y el plusvalor que se apropian sus patronos disminuye en el porcentaje en que aumentó la productividad de sus trabajos, por tanto, el plusvalor aumenta en la misma proporción. Por último, el plusvalor absoluto se obtiene haciendo descender el poder adquisitivo de los salarios o incrementando la jornada de labor, es decir, produciendo pauperización absoluta y superexplotación.

[6] Desde los acuerdos de Bretton Woods —en 1944— hasta ese momento, la Reserva Federal de EE.UU. estaba comprometida a cambiar en cualquier momento el equivalente en dólares por oro [a 35 dólares por onza (28,70 gr.)], lo cual garantizaba la estabilidad del sistema financiero internacional.

[7] La tasa de ganancia es el promedio o porcentaje de la relación entre la masa de plusvalor producido por los asalariados y el capital invertido por los patronos.  Del contenido de este indicador que preside los avatares de la acumulación capitalista, se desprende que, la desvalorización por destrucción física del capital físico y humano durante las guerras, aleja el horizonte del derrumbe del sistema induciendo un nuevo impulso a la acumulación del capital. Este es otro de los aportes del Materialismo Histórico a la comprensión científica y conciencia política sobre el fenómeno de las guerras.  

[8] La burguesía internacional entiende por  “moderación salarial”, la actualización de los salarios por debajo del incremento anual del índice de precios al consumo, sistemática y consuetudinariamente manipulado a la baja como un recurso más de explotación del trabajo social. Si los trabajadores no aceptan y siguen demandando mejoras salariales para evitar un mayor deterioro de sus condiciones de vida, en condiciones de patrón oro a los empresarios no les queda más remedio que sacrificar sus ganancias o reprimir al movimiento apelando a la violencia de su Estado. Pero, una vez que el dinero fiduciario se “libera” de su referente con el oro, es decir, con la economía real, para hacer frente al pago de esas demandas adicionales de salarios, los empresarios pueden apelar tranquilamente al crédito bancario —y los bancos a conceder esos créditos por vía de la creación inflacionaria de dinero— trasladando esos costos adicionales a los precios. De ese modo, los beneficios salariales que la burguesía industrial y financiera conceden a sus ermpleados con una mano, los vuelven a recuperar con la otra haciendo descender los salarios reales por vía del aumento en los precios. 

[9] La “Comisión Trerilateral fue fundada en julio de 1973. Ideada principalmente por Zbigniew Brzezinski, sus tres partes geoestratégicas estaban constituidas por América del Norte (Estados Unidos y Canadá), Europa y Japón. En mayo de 1975 tuvo lugar en Kyoto su primera sesión plenaria, y los delegados asistentes representaban alrededor de 65 por ciento de las empresas bancarias, comerciales e industriales más más poderosas del planeta, originarias de esas tres áreas geográficas. En su origen fue presidida por David Rockefeller y su propósito explícito inmediato fue el de contribuir a alcanzar una "distribución global del poder" en el Occidente capitalista con proyección estratégica mundial, lo que equivale a decir, que su principal propósito fue la destrucción del llamado “bloque de poder comunista”. Según la retórica de sus principios, "todos los pueblos forman parte de una comunidad mundial, que dependen de un conjunto de recursos. Están unidos por los lazos de una sola humanidad y se encuentran asociados en la aventura común del planeta Tierra... La remodelación de la economía mundial exige nuevas formas de cooperación internacional para la gestión de los recursos mundiales en beneficio tanto de los países desarrollados como de los que están en vías de desarrollo".

La creación de ese espacio del poder mundial partía de la aceptación de que Estados Unidos había dejado de ser la potencia incontrastable que fuera en los primeros años de la segunda posguerra, que el mundo registraba un fuerte emparejamiento económico y se vivía ahora (en aquel momento) en un mundo multipolar. Carter empujó su política exterior inspirado en el discurso trilateralista (un mundo multipolar, un gobierno multipolar), y como un intento de buscar crear condiciones que acercaran los países subdesarrollados al mundo desarrollado. Entre sus mayores logros estuvo reunir a Israel y a Egipto, casi inmediatamente después de la Guerra de los Seis Días.

 

[10] Esta Unidad ya había actuado contra la CNT después de la muerte de Franco, cuando el 30 de enero de 1977 intervino para desbaratar una reunión de la FAI (Federación Anarquista Ibérica).

[11] Rodolfo Martín Villa empezó su carrera política en el régimen franquista como Jefe nacional del falangista Sindicato Español Universitario. De ahí saltó a ser Presidente del Sindicato de Papel, Prensa y Artes Gráficas. Luego pasó a desmpeñarse como Delegado provincial de Sindicatos en Barcelona y como Director general de Industrias Textiles del Ministerio de Industria. En noviembre de 1969 fue nombrado secretario general de la Organización Sindical, y en 1974, gobernador civil y jefe provincial del Movimiento falangista en Barcelona. El 11 de diciembre de 1975 pasó a ser Ministro de Relaciones Sindicales. Finalmente, como procurador general en la Cortes,  participó en las Legislaturas VII, VIII, IX y X . Su curriculum en la etapa “democrática”  es tan amplio, que, explicarlo en todos sus detalles, exigiría un ensayo sobre la entomología política en su variedad protozoaria del tipo de los esporozoos intraestatales, especie de la que este sujeto es de lo más paradigmático. Para una introducción a su estudio, ver:  http://www.losgenoveses.net/Personajes%20Populares/martinvilla.html#_Hlt968802211,8219,8220,0,,E

[12] Comisario de la Brigada Político-social franquista. En 1974 organizó y financió un comando para policial en Valencia, para hacer la guerra sucia a los militantes del Front Revolucionari Antifeixista Popular (FRAP) y ETA.. Tuvo especial relevancia en la desarticulación de los comandos del Grupo Antifascista Primero de Octrubre (GRAPO), que no pocos analistas atribuyen a su creación.

[13] Para una introducción al estudio de la incidencia del  mercado en la actual asignación de recursos productivos y en el progreso de las fuerzas productivas, ver: http://www.nodo50.org/gpm/anarquia-capital/00.htm

[14] A los intelectuales y políticos burgueses —incluida su fracción reformista de extrema izquierda tipo PCE—  les ha venido costando muy poco atenerse a las apariencias para introyectar en la conciencia de la clase obrera la especie de que el paro lo genera el progreso técnico, y que contra este mal necesario no hay nada que hacer. De ahí su arrogancia. En realidad, lo único que produce el progreso técnico es el abaratamiento de los costos sociales del trabajo y la elevación del nivel de vida de los productores. La causa del paro no es de naturaleza técnica sino económico-social; es el capitalismo —con su tendencia a convertir cada vez más trabajo necesario en excedente para los fines de la acumulación— la única causa del paro. En un sistema socialista, donde los medios de producción dejan de ser propiedad privada y, por tanto, mercancías, el progreso técnico sólo genera más tiempo libre y mayor nivel de vida. Ver: http://.www.nodo50.org/gpm/salario/todo.htm. Esta idea científica es el fundamento absoluto del presente trabajo. 

[15] Marx definió el concepto de salario histórico, según la cobertura de necesidades básicas garantizada por el desarrollo de las fuerzas sociales productivas al conjunto de los productores libres asociados, ponderada por el índice de capacidad de cada trabajador.

[16] El hecho de que antes de la toma del poder el POSDR no tuviera apenas implantación e influencia entre el campesinado, determinó, a la postre, la imposibilidad de integrarlo a la revolución.

[17] Berney, R. y Owens, E.: “A Model for Contemporary Small Business Issues”, en Small Business in a Regulated Economy, editado por Judd, R., Greenwood, W. y Becker, F., Nueva York, 1988. En este estudio las PYME se definen como las empresas con  menos de 500 empleados

 

[18] VSNJ: Consejo Supremo de la Economía Nacional, creado el 5 de diciembre de 1917, veinte días después de haberse promulgado el decreto sobre el control obrero. Charles Bettelheim dice que, en realidad, este "Consejo Central" fue creado para reemplazar al control obrero ante la escasez de verdaderos organizadores del partido con presencia en las fábricas, capaces de "tomar realmente los problemas en sus manos" (“Las Luchas de Clases en la URSS. Período 1917-1923. Segunda Parte Capítulo 2-I-b) El control Obrero. 

[19] "Discurso ante la reunión de secretarios de célula del PC(b) de Moscú" 26/11/920

[20] Hacia 1921, la producción industrial había descendido hasta menos de un tercio de la de 1913. Si tomamos como índice 100 a la producción de 1913, la de 1917 y 1921 bajó al 75 y al 33% de la producción industrial total respectivamente. (Raimond Hutchings: "El desarrollo económico soviético 1917-1970" Cap. IV)

[21] <<Durante el "comunismo de guerra", Lenin es, de hecho, el dirigente bolchevique que sigue viendo más claramente (aunque siendo ganado a veces por las ilusiones de la época), que las medidas adoptadas tienen un carácter excepcional, están dictadas por la guerra. Por el contrario, otros, como Trotsky, Bujarin o Preobrazenski --aparentemente seguidos por numerosos cuadros y militantes--, ven en esas medidas un "paso directo al comunismo">> (Ch. Bettelheim: "Las luchas de clases en la URSS 1917-1923" Quinta parte Cap. II)

 

[22] VSNJ: Consejo supremo de la economía nacional, creado el 5 de diciembre de 1917, veinte días después de haberse promulgado el decreto sobre el control obrero. Charles Bettelheim dice que, en realidad, este "Consejo Central" fue creado para reemplazar al control obrero ante la escasez de verdaderos organizadores del partido con presencia en las fábricas, capaces de "tomar realmente los problemas en sus manos".  (“Las luchas de clases en Francia 1917-1923. Segunda Parte CAAP. 2 punto I -  b) El control Obrero)

[23] En el cuerpo 4 del “Proyecto de Carta de los derechos fundamentales de la UE”, con el número  4112/2/00, la presidencia presentó una lista de derechos, en la que se pide que se distingan cuales de ellos son derechos reconocidos “a las personas físicas y jurídicas, que podrán invocar en la esfera de competencias de la Unión”, y cuales (sólo) pueden invocarse como “objetivos políticos” de la acción de La Unión”, es decir que no pueden usufructuarse ni reclamar por ellos porque, como tales,  no existen. La lista de estos derechos —que en cada caso va acompañada de la pregunta “¿derecho u objetivo político?” , o de la recomendación de que se distinga entre derecho efectivo y “objetivo político” es la siguiente: “Derecho al medio ambiente y a la protección de los consumidores”.  “Derecho al trabajo”, del cual la presidencia considera que es un simple “objetivo político”, y que tal objetivo no es el pleno empleo, sino “un nivel de empleo elevado” . “Derecho a la seguridad e higiene en el trabajo”. “Remuneración equitativa y salario mínimo”. La presidencia recomienda distinguir en este último enunciado, lo que de él se entiende por un derecho adquirido y lo que se considera un simple “objetivo”. “Derecho al descanso semanal y a las vacaciones pagadas”. “Derecho a la pensión”. “Acceso gratuito a los servicios de colocación”, que son los que hoy prestan en todo el Mundo a título oneroso las agencias privadas de colocaciones, rapiñando parte del salario de los “beneficiados”  por agenciarles un trabajo. Derecho a la “orientación profesional y a la formación continuada” .  “Derecho a la salud”. Derecho a la  seguridad social; derecho a la asistencia social y médica. Como decimos, ninguno de estos derechos están definidos en la Carta como derechos reconocidos por la UE. 

[24] Una parte del pueblo vasco está excluido de estos derechos. Son los “sozialista abertzaleak”, nueva denominación de la  organización ya proscrita llamada “Herri Batasuna”. En realidad, se trata de los nacionalistas burgueses de izquierda, que se niegan a condenar la violencia de su brazo armado: ETA., cuyo conflicto con la burocracia política centralista del Estado español, es parte de lo que hemos dado en llamar  “colonialismo atípico en Euskadi”., en tanto que la burguesía centralista representada por esa burocracia política, concluca el derecho histórico a la autodeterminación del pueblo vasco por el hecho de forzarle a formar parte de lo que desde la unión política del territorio bajo dominio no consensuado de las dos Castillas y Aragón, pasó a llamarse España.  En cuanto a los demás ciudadanos, está claro que, para ejercer el derecho de reunión y de asociación con fines políticos con arreglo a la plena vigencia de la democracia como gobierno del pueblo, es necesario el ejercicio no menos pleno e irrestricto del derecho a la opinión. Y en la sociedad capitalista, este derecho está condicionado por el sagrado derecho a la propiedad privada sobre los medios de producción de la opinión, lo cual, como ocurre con los demás medios de producción , no son los asalariados —en este caso los periodistas— quienes deciden sobre el contenido político de la información y la opinión, sino sus patronos, los dueños o propietarios privados de esos medios, es decir, los capitalistas, tan despóticamente como en las demás empresas privadas. En lo que respecta a las empresas de difusión “publica” o estatal, en tanto el Estado es el brazo político y militar de la burguesía, el despotismo de la información y la opinión es el que, en general, responde a los intereses generales estratégicos del dominio político del capital en su conjunto sobre los explotados, y, en particular, el que ejercen las distintas fracciones burguesas que alternan en la función de gobierno, cada una en favor de sus intereses particulares con fines electoralistas en la política doméstica. Teniendo en cuenta que los asalariados constituyen hoy día la mayoría absoluta de la sociedad en todas partes, se explica por qué la burguesía consigue hacer pasar por democracia, lo que no es más que la mona de su dictadura social y política de clase vestida de seda.          

[25] ¿Quiere esto decir que la clase obrera tenía un nivel de vida superior al de hoy día? No. ¿Significa que tenía menos estabilidad en el empleo y seguridad social que hoy día?. Tampoco. ¿Significa que tenía un mayor salario relativo? Sí.

[26] El colmo del cinismo político a caballo de su propia ramplonería teórica, lo acaba de alcanzar con diferencia el señor Zapatero, vinculando el proyecto de UE con la paz perpetua de Kant. Sobre este asunto ya nos hemos ocupado atendiendo a consultas de una militante de ese partido en: http://www.nodo50.org/gpm/necesidad-comunismo/30.htm y : http://www.nodo50.org/gpm/necesidad-comunismo/31.htm.

[27] El principio activo del capital consiste en apoderarse de una mayor masa posible de trabajo necesario (salario), para convertirlo en excedente (plusvalor) para los fines de la acumulación. Este principio está potencialmente contenido en la propiedad privada sobre los medios de producción y su tendencia al derrumbe del sistema. Tal es el fundamento teórico e histórico del comunismo.