DIFERENCIA DE LA FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA EN DEMÓRITO Y EPICURO

Volviendo a sofistas como Protágoras (485-411 a.C), decir que esta especie de casta intelectual parasitaria adherida como una lapa a la sociedad griega clásica, fue la expresión más elocuente de la decadencia que acabó con aquella deslumbrante cultura durante la guerra del Peloponeso, no es ninguna novedad.

Para encontrar la causa formal de aquél declive solo hay que consultar lo que Aristóteles dice en el capítulo de su “Política” (1256b-1259a), donde se refiere a la diferencia entre la venta de un tipo de mercancía para la compra de otros varios tipos a los fines de la mutua satisfacción de necesidades, y la compraventa de mercancías para la obtención de dinero. En la primera, la riqueza que circula está limitada por las necesidades de una población en moderado crecimiento según la organización de una sociedad autosuficiente, mientras que en la segunda, llamada crematística, la necesidad de dinero tiende a ser ilimitada por el impulso a la obtención de cada vez más valor excedente representado en ese equivalente general de la riqueza. El dinero fue inventado para facilitar el intercambio de distintas mercancías: vender para comprar a fin de satisfacer necesidades; pero pronto se utilizó no como un medio de cambio sino con un fin en sí mismo para el enriquecimiento: comprar barato para vender la misma cosa más cara acumulando dinero. De esta práctica se desprende lógicamente el préstamo a interés. Y esta modalidad del dinero como fin en sí mismo no tiene límite.

Aristóteles decía que una ciudad-Estado consistía en “…una comunidad de casas y familias para vivir bien, con el fin de una vida perfecta y autárquica”, es decir autosuficiente. Cuando tras haber solo sido un medio de intercambio pasó a ser también un fin en sí mismo, el dinero empezó disolviendo la autosuficiencia económica de la limitada producción para el consumo, en la interdependencia de la ilimitada producción de excedentes para la venta, creando así todas las condiciones para la rivalidad entre ciudades-Estado hasta el extremo de llegar al enfrentamiento bélico con propósitos de sometimiento político de unas por otras.

Así, tras la culminación de su apogeo en tiempos de Demócrito (460-370 a. C), la decadencia económica y social de la civilización griega clásica desplegó toda la fuerza de su lógica destructiva y superadora, cuando la propiedad comunal de la tierra fue convertida en propiedad privada individual, y la producción autárquica de riqueza para el consumo de sus propios productores en cada Ciudad-Estado, fue reemplazada por la producción masiva de excedentes agrarios y manufacturados para la venta en el mercado interno y la exportación, todo ello inducido por la acuñación de dinero metálico entre los siglos VII y VI a.C., lo cual incrementó, a su vez, la demanda de esclavos, necesidad que solo fue posible satisfacer conquistando militarmente nuevos territorios habitados. Semejante situación derivó en la Guerra intestina del Peloponeso entre 431 y 404 a.C., que se prolongó hasta la destrucción definitiva de esa civilización en la batalla de Corinto a manos del Imperio esclavista Romano en 146 a. C. Todo lo que esta declinación tardó en consumarse, fue el tiempo exacto en que aquella sociedad fue tomando conciencia de lo inevitable, sin atisbar ninguna alternativa necesaria.

Tal fue la base material que originó y dio pábulo a las escuelas filosóficas postaristotélicas de los llamados escépticos, estoicos y epicúreos, surgidas las tres en la época de la decadencia griega, durante el Siglo III a.C. El único sentimiento de los seres humanos de aquél tiempo frente al tan inminente como inevitable derrumbe de su mundo, fue la resignación, coincidiendo en el propósito de aislarse todo lo posible de él, tratando de alcanzar la felicidad en la calma inconmovible de su individualidad.

El escepticismo se distinguió por declararse enemigo de todo dogmatismo, proponiendo recelar del mundo renunciando a todo compromiso con la sensibilidad, por tratarse de un conocimiento incierto y de una actividad ilusoria, exhortando a aislarse en los propios pensamientos.

Por su parte, reivindicando la conciencia humana en su individualidad y aislamiento, el epicureísmo se basó en la nocíón del átomo tomada de Demócrito, homologado al individuo en la sociedad aunque abstraído de su esencia —perdida por la decadencia de aquella sociedad— para aferrarse al clavo ardiendo de su existencia y el goce de todas sus sensaciones, elevando la búsqueda del placer a la condición de ley suprema de la vida para salvaguardar la paz y la serenidad del alma, con lo que se alcanza el verdadero bien, es decir, la virtud. Ni más ni menos que como los filósofos postmodernos se han afanado en convertir su filosofía en sentido común, como suprema expresión de la libertad humana.

Los estoicos proclamaron que se puede alcanzar la libertad y la tranquilidad tan sólo siendo ajeno a las comodidades materiales y la fortuna externa —que era la norma de su tiempo— dedicándose a una vida guiada por los principios de la razón y la virtud tal es la idea de la imperturbabilidad o ataraxia. Al considerar el ser humano como la encarnación de la universalidad republicana ya corrompida que, habiendo perdido su esencia originaria era una universalidad inexistente y, por tanto abstracta en tanto que no garantizaba el bien común, el estoicismo proponía el encontrarse a sí mismo en la subordinación a la razón en la ley de la vida humana regida por el logos cósmico del cual los seres humanos forman parte.

Aunque tenían un mismo objetivo, escépticos, epicúreos y estoicos diferían en cuanto a los medios de alcanzarlo. Los estoicos eran deterministas en el plano filosófico, republicanos en el plano político y supersticiosamente místicos en el plano religioso, mientras que los epicúreos eran relativistas en el plano filosófico, indiferentes a todo compromiso político y ateos en el plano religioso.

Fue en 1841 cuando Marx abordó la problemática de la diferencia entre Demócrito y Epicuro respecto de la filosofía de la naturaleza. Lo hizo como tema de su tesis para el doctorado en derecho. Allí destacó que las profundas discrepancias entre Demócrito y Epicuro en sus respectivas teorías sobre la filosofía de la naturaleza, no se explican por el distinto comportamiento que atribuyen a los átomos, es decir, que tales diferencias no residen en el plano puramente objetivo o científico de la física, sino que se explican por el diferente papel que ambos filósofos atribuyeron al ser humano en el Mundo que les tocó vivir. O sea, que el fundamento que ambas escuelas de pensamiento atribuyeron al comportamiento de los átomos, fue el reflejo ideológico fiel del comportamiento que observaron en los individuos durante las épocas bien diferenciadas de la historia griega que a estos dos filósofos les tocó vivir. Mientras que Demócrito vivió en la etapa de apogeo de las Ciudades-Estado griegas donde no se pudo concebir al individuo si su inserción en la Comunidad o Estado, Epicuro experimentó las consecuencias de su decadencia en fase terminal de disolución de tales comunidades. De ahí su reivindicación del individuo.

Así, la filosofía de la naturaleza que asumió Demócrito, observó Marx, fue una teoría objetiva, materialista y determinista del Mundo, donde el universo está constituido de espacio vacío y de una cantidad infinita de átomos que caen en ese espacio siguiendo una línea recta, —tal como el comportamiento del individuo está determinado por la ortodoxia del ordenado mundo comunal que así le confiere su individualidad— de modo que, en esa caída vertical y continua, los átomos más grandes y pesados caen con mayor rapidez chocando contra los más pequeños y livianos, produciendo movimientos laterales y torbellinos que son la causa de combinaciones y separaciones de átomos en el curso de las cuales los más livianos son empujados hacia la periferia y los más pesados confluyen hacia el centro del sistema. Según Demócrito, en estos movimientos que constituyen la base, origen y desarrollo del universo, no hay nada que sea producto del azar o de la libertad: todo sucede aquí por determinadas e inevitables causas necesarias.

Al convertir el determinismo de la materia en la ley del universo reduciéndolo todo a combinaciones de átomos, Demócrito estableció entre ellos solo diferencias cuantitativas: tamaño, forma y peso; y a sus cualidades: color, temperatura, olor y sabor les atribuyó un carácter subjetivo en tanto dependen de las sensaciones percibidas y no de juicios de valor basados en el pensamiento. Escéptico respecto de los sentidos que solo dan de las cosas un conocimiento incierto, Demócrito solo confirió realidad y verdad a los hechos objetivos y la posibilidad de los seres humanos para conocerlos por mediación del pensamiento racional.

Epicuro modificó esencialmente el pensamiento de Demócrito, comenzando por proponer que los átomos (la parte) en su caída no siguen la línea recta (el todo) sino que se desvían de ella en sentido oblicuo. Si la línea recta fue para Demócrito el símil en la filosofía de la naturaleza de las leyes jurídicas y morales que rigieron el comportamiento de los individuos en las ciudades-Estado griegas durante la etapa de su florecimiento y apogeo, la desviación de los átomos respecto de la línea recta significó, para Epicuro, la reivindicación de la libertad del individuo frente a esas comunidades en crisis terminal de disolución.

Marx comprendió la importancia de esta crítica de Epicuro a Demócrito, tanto como que le atribuyó haber dado un gran impulso al progreso en la historia de la filosofía y de la sociedad. De hecho, el materialismo de Epicuro fue el impulso precursor de la Ilustración, esto es de la modernidad. Según Marx, se adelantó en más de un milenio al racionalismo subjetivista moderno, siendo el primer filósofo que, con Prometeo, renegó de todos los dioses reivindicando la plena libertad de los seres humanos como individuos. "Epicuro fue el verdadero ilustrado radical de la antigüedad", dicen Marx y Engels en "La Ideología Alemana". El idealismo paradójicamente materialista ejercido por Epicuro, cuyo principio es la autonomía absoluta del espíritu humano, constituyó para Marx hasta tal punto el fundamento de la ciencia, que consideró un mérito de Epicuro el haber reivindicado la libertad creadora frente la fatal necesidad de lo existente que, durante la época que le tocó vivir, se atribuyó a la naturaleza y a los dioses, demostrando así que las grandes ideas surgen de las grandes crisis por las que atraviesa la humanidad.

Esta reivindicación del individuo fue lo que alumbró en Epicuro la idea del "contrato social" como garantía de la seguridad individual, que posteriormente planteara Hobbes para evitar "la guerra de todos contra todos", el "bellum omnium contra omnes”.

Pero Marx observó que Epicuro resolvió el problema del comportamiento humano respecto del medio en que vive solo a medias.¿En que falló Epicuro según Marx? En haber entendido la libertad como la supuesta autodeterminación de los sentidos, de las sensaciones. Una libertad del individuo existente en sí mismo, que le incapacita para ejercer su verdadera libertad, la posibilidad real de traspasar los límites de su propia existencia, de sus propias sensaciones.

Pero, al mismo tiempo y contradictoriamente, al experimentar la decadencia de las ciudades-Estado griegas de su tiempo, Epicuro se hizo consciente de que la muerte es algo inevitable que alcanza tanto a los individuos como al Universo. Para Marx, la clave del materialismo epicúreo fue esta:

<<Puede decirse que, en la filosofía de Epicuro, solo la muerte es inmortal. El átomo, el vacío, el accidente, la arbitrariedad y la composición, son ellos mismos muerte>>. (Marx y Engels: “Collected Works", t. 1, 478, 473. Citado por John Bellamy Foster en:: “La Ecología de Marx” Cap. I Ed. "El Viejo Topo"/04)

Al anunciar que “Todo lo que nace merece perecer”, es probable que Hegel se hubiera inspirardo en Epicuro. Lo que no vio Epicuro —porque no pudo—, es que la existencia del individuo que experimenta la contradicción de la sociedad en que vive, tiende a trascender su relación con los objetos de sus propias sensaciones, incluidos los sujetos-objeto en sus relaciones interpersonales. Tal contradicción es el resultado de la relación de los individuos con una totalidad social independiente de ellos, por tanto, objetiva, al mismo tiempo que contradictoria en si misma (entendida como unidad de relación entre las fuerzas productivas de cada sociedad y sus correspondientes relaciones de producción).

Por ser independiente u objetiva, esta totalidad social condiciona inevitablemente a los individuos, constituyéndose en un límite a su libertad. Pero por ser contradictoria, contiene su propia lógica de desarrollo hacia la autodestrucción igualmente necesaria. De aquí se infiere que la libertad es el conocimiento de la necesidad contenida en la lógica objetiva de esa totalidad condicionante. Por tanto, solo conociendo lo que les condiciona o limita en su existencia, pueden los sujetos de una sociedad ejercer su libertad como praxis transformadora de su propia realidad.

La libertad que Epicuro inculcaba a sus discípulos fue, pues, una supuesta libertad del ser humano abstracto en tanto que desinteresado por la necesidad de hacerla plenamente efectiva —contenida en las contradicciones de su propia realidad que al mismo tiempo le condiciona y se le resiste— no es ningún ejercicio trascendente o de progreso humano, sino un verdadero despropósito de la conducta alienada en la existencia que se autoproclama “libre”.

Es cierto que la de Epicuro fue una libertad por primera vez inspirada en la comprensión de la contradicción entre la esencia y la existencia de los objetos, entre la forma inmaterial o esencial de las cosas —que permanece igual a sí misma mientras sus cuerpos no se destruyen— y las múltiples cualidades de su materia que constituyen el mundo de los fenómenos siempre cambiantes. El error de Epicuro consistió en pensar que esta contradicción entre forma y materia pueda ser resuelta por las determinaciones de la propia existencia material: por las cualidades de los átomos y sus correspondientes sensaciones inducidas en los sujetos. “Comamos y bebamos que mañana moriremos”, pregonaba Epicuro a sus discípulos:

<<…pero el aniquilamiento constante del mundo fenoménico no conduce a ningún resultado. Surgen nuevos fenómenos (nuevas necesidades y sensaciones asociadas); mas el átomo mismo permanece siempre en su base como fundamento.>> (Simplicio: “Schol. Ad Arist.” Citado por Marx en: “Diferencia de la Filosofía de la Naturaleza en Demócrito y Epicuro”. Segunda Parte, III)

La libertad entendida por Epicuro fue, pues, la del individuo abstracto en tanto que desentendido de la realidad social en que vivió, y por eso mismo inevitablemente adherido al destino de ese mera existencia de fenómenos y sensaciones que no puede sino conducir a su propia destrucción, reproduciendo su esencia en nuevos fenómenos. Las sensaciones nunca han podido ni pueden ser sustancia creadora de ninguna libertad individual, dado que permanecen vinculadas a —y dependientes de— las cualidades de lo existente o forma de manifestación de lo real, esto es, de los objetos de tales sensaciones, del mundo de los fenómenos.

En el capitalismo moderno y más aún en su etapa tardía, las sensaciones no solo están sometidas a las cualidades de los objetos producidos, sino, en primer lugar, a la fracción del capital existente que se acumula explotando trabajo ajeno en el sector de la publicidad, para orientar y hasta predeterminar la experimentación de tales sensaciones determinadas por los productos de consumo final que publicitan y se agolpan atropelladamente a las puertas de la sensibilidad individual de cada sujeto, de tal modo enajenada su existencia por sobredeterminación del capital en funciones.

En el mundo moderno y postmoderno, la existencia de los individuos depende de la existencia del capital. “El asalariado existe como tal, en tanto que para él exista un capital”. Lo mismo cabe decir del capitalista respecto del proletariado. Pero como capital variable, como capital en forma de salarios, como clase subalterna. Por tanto, no puede haber libertad para el explotado que se abstrae de su fundamento o esencia social y política de clase, porque en tales circunstancias, esa libertad le es constante y completamente expropiada, al mismo tiempo oscurecida por su existencia material o sensible, convirtiéndole en una individualidad abstracta:

<<La individualidad abstracta es la libertad DE la existencia (en el individuo), no la libertad (del individuo) EN la existencia. Ella (la libertad) no puede brillar a la luz de la existencia. Éste es un elemento en el cual aquella pierde su carácter (espiritual) y deviene material (en el goce de lo sensible)>>. (Op. Cit. Lo entre paréntesis y el subrayado nuestro)

No es casual, pues, que esta libertad ideológicamente abstracta y políticamente inocua que reivindicó Epicuro hace más de 2.000 años, sea hasta cierto punto homologable a la que propone hoy el pensamiento débil de teóricos postmodernos como Lyotard, Vatimo, Foucault, Deleuze, etc., inspirados en la filosofía de Nietzsche. Pero no hay que engañarse, porque esta no es más que la piel de cordero debajo de la cual veremos en la segunda parte que se esconde un feroz animal de rapiña.

Es cierto que la de Epicuro fue una libertad por primera vez inspirada en la comprensión de la contradicción entre la esencia y la existencia de los objetos, entre la forma inmaterial o esencial de las cosas —que permanece igual a sí misma mientras sus cuerpos no se destruyen— y las múltiples cualidades de su materia que constituyen el mundo de los fenómenos siempre cambiantes. El error de Epicuro consistió en pensar que esta contradicción entre materia y forma pueda ser resuelta por las determinaciones de la propia existencia: por las cualidades de los átomos y las correspondientes sensaciones inducidas en los sujetos. “Comamos y bebamos que mañana moriremos”, pregonaba Epicuro a sus discípulos:

<<…pero el aniquilamiento constante del mundo fenoménico no conduce a ningún resultado. Surgen nuevos fenómenos (nuevas necesidades y sensaciones asociadas); mas el átomo mismo permanece siempre en su base como fundamento.>> (Simplicio: “Schol. Ad Arist.” Citado por Marx en: “Diferencia de la Filosofía de la Naturaleza en Demócrito y Epicuro”. Segunda Parte III)

La libertad entendida por Epicuro fue, pues, la del individuo abstracto en tanto que desentendido de su esencia social trascendente a su propia realidad, y por eso mismo inevitablemente adherido al destino de ese mero existente que no puede sino conducir a su propia autodestrucción. Las sensaciones nunca han podido ni pueden ser sustancia creadora de ninguna libertad individual, dado que permanecen vinculadas a —y dependientes de— las cualidades de la existencia, esto es, de los objetos de tales sensaciones, del mundo de los fenómenos. En el capitalismo moderno y más aún en su etapa tardía, las sensaciones no solo están sometidas a las cualidades de los objetos producidos, sino, en primer lugar, a la fracción del capital existente que se acumula explotando trabajo ajeno en el sector de la publicidad, para orientar y hasta predeterminar la experimentación de tales sensaciones determinadas por los objetos de consumo que publicitan y agolpan atropelladamente las puertas de la sensibilidad individual de cada sujeto de tal modo enajenada su existencia por sobredeterminación del capital en funciones.

En el mundo moderno y postmoderno, la existencia de los individuos depende de la existencia del capital. “El asalariado existe como tal, en tanto que para él exista un capital” que lo emplee. Lo mismo cabe decir del capitalista respecto del proletariado, pero como capital variable, como capital en forma de salarios. Por tanto, no puede haber libertad para el individuo que se abstrae de su fundamento o esencia social y política de clase, porque en tales circunstancias, esa libertad le es completamente expropiada y al mismo tiempo oscurecida por su existencia material o sensible, convirtiéndole en una individualidad abstracta:

<<La individualidad abstracta es la libertad DE la existencia (en el individuo), no la libertad (del individuo) EN la existencia. Ella (la libertad) no puede brillar a la luz de la existencia. Éste (la existencia) es un elemento en el cual aquella pierde su carácter (espiritual) y deviene material (en el goce de lo sensible)>>. (Op. Cit. Lo entre paréntesis, el subrayado y las mayúsculas nuestros)

No es casual, pues, que esta libertad ideológicamente abstracta y políticamente inocua que reivindicó Epicuro hace más de 2.000 años, sea hasta cierto punto homologable a la que propone hoy el pensamiento débil de teóricos postmodernos como Lyotard, Vatimo, Foucault, etc., inspirados en la filosofía de Nietzsche. Pero no hay que engañarse, porque esta no es más que la piel de cordero debajo de la cual veremos en la segunda parte que se esconde un feroz animal de rapiña.

 

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