NECESIDAD Y POSIBILIDAD DEL COMUNISMO

1.   CARTA QUE DA ORIGEN AL DOCUMENTO

2.   PRIMERA CUESTIÓN PLANTEADA

2.1.   Necesidad y posibilidad en la naturaleza y en la sociedad  

2.2.   Origen histórico y fundamento lógico de la relación entre necesidad y posibilidad

2.3.   Necesidad y posibilidad abstracta en Aristóteles y en Marx

2.4.   Necesidad histórica y posibilismo reformista del capitalismo

2.5.   Fundamento científico de la necesidad histórica del socialismo

2.5.a.       Premisas y método

2.5.b.      Los límites objetivos a la inversión en capital constante

2.5.c.       Incidencia desigual de la fuerza productiva en el desarrollo de los sectores económicos

2.5.d.      Fundamento de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia

2.5.e.       Ley y tendencia

2.5.f.        Ley de la acumulación y jornada colectiva de labor

2.5.g.       Productividad del trabajo, COC y Tasa de ganancia

2.5.h.       Formación de la tasa de ganancia media y aumento en la COC

2.5.i.         Capital virtual y sobreincremento en la COC

2.5.j.        Verificación de la tendencia al descenso en la tasa de ganancia.

2.5.k.      Otras formas del capital para saltar sobre sus propios límites
2.5.l.         Conclusión

2.6.   Posibilismo real del proletariado ante la necesidad histórica del socialismo

2.6.a.       De la anarquía capitalista de la producción a la planificación socialista

2.6.b.      Centralización de los capitales y socialización objetiva del trabajo

2.6.c.       ¿Qué es y en qué consiste la socialización objetiva del trabajo?

2.6.d.      La socialización objetiva del trabajo supone la asignación irracional de los recursos

2.6.e.       Necesidades ilimitadas Vs. jerarquía y autolimitación de las necesidades.

2.6.f.        ¿Quién crea las necesidades bajo el capitalismo?

2.6.g.       Libertad del consumidor Vs. tiranía de la producción capitalista

2.6.h.       Mercado y planificación respecto de la asignación racional de recursos y del desarrollo humano.

3.   SEGUNDA CUESTIÓN PLANTEADA

3.1.   Acerca del presunto derrumbe automático del capitalismo

4.   TERCERA CUESTIÓN PLANTEADA

4.1.   La solución al problema subjetivo de hacer posible lo necesario, está comprendida históricamente en la necesidad objetiva cada vez más evidente y acuciante de esa posibilidad 

4.2.   Los asalariados, clase revolucionaria fundamental. Premisa lógica

4.3.   Los asalariados, clase revolucionaria fundamental. Premisa material

4.4.   Sin Partido Revolucionario no hay probabilidad de hacer posible la necesidad histórica del socialismo

5.   CUARTA CUESTIÓN PLANTEADA

5.1.   Voluntad de la burguesía y determinación objetiva de la lucha de clases

5.2.   Del mito kantiano de “la paz perpetua” a la realidad del “complejo militar industrial” y la guerra permanente

 

 

CARTA QUE DA ORIGEN AL DOCUMENTO

From: "ana garcia

To: <gpm@nodo50.org>

Sent: Monday, January 13, 2003 3:58 PM

Subject: La necesidad histórica del comunismo en el pensamiento marxista

 
 LA NECESIDAD HISTÓRICA DEL COMUNISMO
 
 Estimados GPM:
 
Soy una estudiante de filosofía, que descubrió hace unos meses vuestra web.
No he leído la totalidad de vuestros trabajos, pero creo que sí los suficientes como para tener una idea clara de vuestras posiciones filosóficas y políticas, que creo que se resumen en la polémica que  mantuvisteis con Rafael Plá y el posterior trabajo titulado "Hegel, Marx y la dialéctica", así como en el trabajo dedicado al estudio de las crisis capitalistas.
No soy marxista, aunque soy militante de las juventudes socialistas de  España, y por ello estoy interesada en el estudio del pensamiento socialista.
El motivo de mi e-mail es preguntaros vuestra opinión acerca de lo que siempre he considerado el punto débil de la filosofía marxista, que es la tesis de la necesidad histórica del comunismo.
No soy en absoluto una experta en marxismo, pero en la medida de lo que lo conozco, a mi entender, el marxismo propone la superación del capitalismo y la instauración del socialismo y luego del comunismo, como un acto político del proletariado y sus aliados, cuando se da un determinado grado del
desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, que la revolución proletaria es un acontecimiento que requiere del concurso de un factor subjetivo que sería la organización política del proletariado, y un factor
objetivo que sería un determinado desarrollo de las fuerzas productivas, así como una situación de crisis que sirviera para que el proletariado ya no confiase en el capitalismo y por ello luchase para su superación.
Dadas estas suposiciones, que no sé si consideraréis correctas dentro del marxismo mis preguntas serían:
> 1. Si es imprescindible un acto político revolucionario subjetivo para instaurar la sociedad socialista y comunista, ¿Cómo se puede afirmar la necesidad histórica objetiva del comunismo, si éste es sólo puede ser el resultado de un acto subjetivo?


> 2. En la medida en que comprendo el trabajo sobre las crisis, me parece que mantenéis que el capitalismo llegará inevitablemente a su derrumbe fruto de sus contradicciones internas, en el momento en que les sea imposible a los capitalistas producir mercancías sin obtener plusvalía, pero ¿excluís la
posibilidad de que el capitalismo encuentre siempre mecanismos para sobrevivir? A ese respecto me parece muy aleccionadora la lección de la crisis financiera en Argentina, dado que en ese caso, las grandes empresas han salido del atolladero de la falta de beneficios haciéndoselos pagar a los pequeños ahorradores, lo que a mi juicio significa que no puede haber una crisis "definitiva" del capitalismo, que siempre encuentra una salida a la ausencia de beneficios.


> 3. Deduzco de vuestros razonamientos que suponéis que llegará un momento en que la situación de crisis será tan agobiante que los asalariados se verán  forzados a organizarse para derribar el sistema capitalista, pero ¿puede  mantenerse que esto sucederá necesariamente si la organización política de
> un grupo social es por definición subjetiva, es decir no necesaria?


> 4. Si la respuesta a la anterior pregunta es no: ¿adónde pensáis que el capitalismo conduce si se abandona a sí mismo? ¿a una nueva guerra mundial, como he deducido de alguno de vuestros trabajos? ¿no es posible que las potencias imperialistas puedan llegar a acuerdos que eviten la guerra?
 Aunque, como he dicho, no soy marxista, sí que me interesan, como militante socialista, la historia del pensamiento socialista, y como estudiante de filosofía, la corriente filosófica que marcó el siglo XX, por ello espero vuestra respuesta, sea en vuestra página ó en mi correo

 PD. no tengo inconveniente en que publiquéis mi e-mail
Gracias y saludos

 

 

 

 

 



 

“No hay fuerza más irresistible que la de una idea cuando le llega su hora”

Víctor Hugo.

 

Estimada Ana:

 

Deseamos sepa usted disculpar la demora en responder a su inquietud respecto del concepto de "necesidad histórico-objetiva del comunismo". Somos un grupo muy pequeño de asalariados autodidactas que, además, adolecemos de un acentuado desarrollo teórico desigual entre nosotros, condición que, la verdad sea dicha, no hacemos todo lo que pudiéramos por superar. Desde setiembre del año pasado, esto es, tres meses y doce días antes de que recibir su e-mail, estábamos en la elaboración de un documento como parte del debate que venimos sosteniendo con el "Buró Internacional por la Construcción del Partido Revolucionario" (BIPR), acerca de la situación abierta en Argentina desde el 20 de diciembre de 2001 (a fines de febrero de este año, debimos suspender esa tarea para ponernos a explicar la reciente intervención de la coalición británico-norteamericana en Irak, que acabamos de publicar). Ahora mismo, una vez redactada, estamos en pasar al website la contrarréplica que ya remitimos al BIPR.

 

PRIMERA CUESTIÓN PLANTEADA

“Si es imprescindible un acto político revolucionario subjetivo para instaurar la sociedad socialista y comunista, ¿Cómo se puede afirmar la  necesidad histórica objetiva del comunismo, si éste es (y) sólo puede ser el resultado de un acto subjetivo?”

Necesidad y posibilidad en la naturaleza y en la sociedad

Usted nos pone ante una cuestión que vulnera el principio aristotélico de no-contradicción, en el sentido de que “nada puede ser y no ser simultáneamente” (“Metafísica” III, 2, 996b 30). Por lo tanto, lo que es, es necesario y no tiene posibilidad de ser otra cosa, del mismo modo que, lo que no es, resulta imposible. Esta es una de las nociones más uniformes y sólidamente establecidas en la tradición filosófica predominante. Ahora bien, para Aristóteles, lo que hace que las cosas sean lo que son, es la sustancia. Y esta sustancia, es inmutable, permanece igual a sí misma. Es la esencia necesaria.

Ahora bien, si la esencia es el carácter de las cosas, lo que las distingue a unas de otras, su sustancia, es el demiurgo, el sujeto que hace posible la esencia de las cosas, su necesidad. Aristóteles, contra Platón, inauguró así la lógica ontológica, donde el objeto es al mismo tiempo sujeto, aunque, coincide con el idealismo platónico en que este sujeto es pura actividad del espíritu divino, supraterrenal: SUJETO. Y no podía ser de otra manera, condicionados como estaban ambos por una sociedad atrasada, donde la naturaleza no podía ser dominada más que a través de la imaginación y cuyas relaciones de producción fijaron la idea y el sentimiento de desprecio por toda actividad práctico sensible reservada a los esclavos. “Dios –decía Aristóteles- es la inteligencia de la inteligencia, el pensamiento del pensamiento” (Op. Cit.: XII, 9 1074b 30 ss.). Por lo tanto, la sustancia es lo absoluto e intemporal que permanece eternamente idéntico a sí mismo.

De esta concatenación de pensamientos se desprende que el principio de no-contradicción está originariamente informado por el concepto de identidad de la Sustancia absoluta, u objetividad, con el SUJETO absoluto y por la dualidad platónica entre esta Sustancia absoluta o divina, esto es, el SUJETO por excelencia, y las sustancias objetivadas por él en el mundo humano. Según esta interpretación, lo necesario –y, por tanto, racional, objetivo y verdadero- emana del SUJETO, de la divinidad o Sustancia primera idéntica a sí misma, que no puede ser imposible. Todo lo demás, producto de la pura subjetividad humana, no puede ser racional-necesario ni objetivo, sino contingente y aparente. 

Kant, con su absoluta oposición e irreductibilidad de la sustancia absoluta –a la que denominó “noumeno”- respecto de los productos de la razón humana o “fenómenos”, restauró la dualidad platónica en la relación profana sujeto-objeto, de modo que, si la subjetividad no puede crear más que apariencias o fenómenos, no puede ser necesaria, ni real, ni, por tanto, verdadera. Y en estas estamos.

Fue Hegel quien intentó superar esta dualidad del pensamiento entre lo divino y lo humano, entre la objetividad divina sustancial y la subjetividad humana insustancial. En la “Enciclopedia” § 115, decía que este principio de “no-contradicción” vale para la lógica del entendimiento de las cosas estáticas, abstraídas de su movimiento y, por tanto de su temporalidad. De ahí que, le opusiera la lógica de la “razón especulativa”, según la cual, “toda cosa se contradice en sí misma”. Está lógica sería el principio activo de todo movimiento y de toda vida, el fundamento de la lógica dialéctica. Pero por ser producto de una actividad del pensamiento que no tuvo por objeto la realidad, sino las distintas interpretaciones de la realidad que antes de él habían sido, la lógica dialéctica hegeliana fue una dialéctica especulativa, reflejo de reflejos que no pudo emanciparse del principio de la identidad de la sustancia divina de Aristóteles.

La única diferencia está en que Aristóteles parte de un SUJETO ya constituido en la esfera supranatural y suprahistórica, mientras que, para Hegel, ese SUJETO es una constitución histórica. Hegel historiza la sustancia divina, la vuelve inmanente al desarrollo del pensamiento y de la realidad mundana. Para eso la ha debido concebir como una unidad contradictoria, deduciendo que la más originaria es la contradicción entre el ser genérico, universal o indeterminado, lo que simplemente ES, sin ser algo concreto, y la pura nada, relación que contiene la fuerza de la cual surge lógicamente el devenir, el movimiento de esa sustancia contenida en aquella contradicción, la más originaria. El “Big Bang” de Hegel es, pues, el momento del estallido del pensamiento sustancial indeterminado que, pugnando históricamente por determinarse acaba por romper el huevo de su unidad con la nada para ir progresando en sucesivas determinaciones discontinuas, primero como “ser ahí” –el de la etapa de la recolección- que no tiene aun puesta su esencia (el pensamiento en Hegel; trabajo en Marx); luego deviene dialécticamente como “ser en sí”, que tiene puesta su esencia pero aun no puede reconocerse en ella; más tarde como primera forma del “ser para sí”, que alcanza el reconocimiento de su esencia, pero como un reflejo en otro esencialmente afín, igual o equivalente a él; finalmente, de esta relación esencial, surge el “concepto”, que es el ser del pensamiento que ya no es según otro, que no se reconoce o refleja en otro de su misma esencia, que no necesita de nadie para ser sí mismo, porque ha pasado a ser autónomo, autosuficiente, a determinarse objetivamente por sí mismo, deviniendo ya totalidad de sujeto-objeto, sustancia consciente de lo que es y hace: ser y representación.

<<El concepto es lo libre, en tanto poder sustancial que-está-siendo-para él mismo, y es totalidad  en la que cada uno de los momentos es el todo (sujeto y predicado; ser y representación del ser por el pensamiento) que el concepto es y [cada momento] (del pensar) está puesto como inseparada unidad con él (ser); de este modo, el concepto es, en su identidad consigo, lo autodeterminado>> G.W.F. Hegel: “Enciclopedia” § 160. Lo entre paréntesis es nuestro)

En el concepto, pues, el sujeto, la subjetividad, el pensamiento, el trabajo, está en relación biunívoca de sustancia con su objeto, con su objetividad (según Hegel), con la realidad (según Marx). En esta relación conceptual, no hay ya contradicción sino identidad de contenidos. De lo contrario, no podría haber autoconciencia de nada y el ser humano regresaría a la condición de “ser ahí” natural en que permanece el resto de los seres no humanos. Tal es la génesis y el fundamento de la ciencia.

Esta secuencia dialéctica resumidamente expuesta aquí, nos indica que, cuando cualquier ser tiene puesta su esencia necesaria, ya tiene la posibilidad de autodeterminarse según ella; pero, mientras no se den las condiciones necesarias para ello, ésta será una posibilidad meramente abstracta; cuando estas condiciones se hacen presentes, la posibilidad abstracta se convierte en posibilidad real, antesala de su autodeterminación necesaria que convierte a ese ser en una realidad efectiva autoconsciente.

El oro amonedado es, evidentemente, la autodeterminación universal del valor, el valor que se expresa por su sustancia materializada en el oro. La cosa que, en sí y por sí, es valor. Pero desde que el ser del oro permaneció soterrado, hasta que el trabajo socialmente necesario le puso su esencia social por primera vez; y desde ese momento hasta que asumió la representación universal del valor de ultima instancia, han pasado más de dos mil años. Sin embargo, hubo de pasar mucho tiempo como ser en sí, como simple valor de uso para quienes lo extrajeron por primera vez y empezaron a manufacturar, no importa como, donde ni cuando. Pero desde esas operaciones más originarias, el ser del trabajo sobre el oro ya confirió a este metal la posibilidad de llegar a ser la autodeterminación concreta y universal de la sustancia social: el trabajo enajenado, contenida en todas las mercancías. Esto ocurrió cuando ese universo de mercancías delegó en la sustancia natural del oro, la representación de la sustancia social: el tiempo de trabajo, contenida en todas las demás mercancías.

Esa posibilidad abstracta se convirtió en real, cuando se dieron las condiciones objetivas para ello, esto es, cuando el desarrollo de las fuerzas productivas dejó atrás la economía de subsistencia y generalizó los intercambios internacionales, eligiendo al oro para esa representación o signo universal del valor, precisamente por ser el metal incorruptible y de relativamente poco peso específico, capaz de contener la más grande magnitud de valor (de trabajo social incorporado) en la menor masa de materia. Se disipa así, dialécticamente, la aparente contradicción eleática entre lo subjetivo y lo objetivo que sugiere el principio aristotélico de “no-contradicción” entre el ser y el no ser en la sociedad de clases, que es motivo de su preocupación.

 

Origen histórico y fundamento lógico de la relación entre necesidad y posibilidad

Lo que pasa es que, esta inquietud suya, obliga a meditar y juzgar no sólo sobre un solo concepto: el de necesidad  -intrínseco al de verdad, dado que es axiomático que lo objetivamente necesario sea verdadero- sino sobre dos en relación: el de necesidad y el de posibilidad, que, a su vez remite a la relación entre realidad aparente y realidad esencial. Esto se explica porque no se trata de conceptos relativos a la naturaleza, -donde todo lo que es, ocurre por ciega necesidad, es verdadero y resulta inmediatamente posible- sino de conceptos relativos a la sociedad. Y aquí, está claro que lo no necesario, lo falso, también tiene posibilidad de ser, de adquirir patente de verdad. Esto ha sido así desde el mismo momento en que el advenimiento de la propiedad privada esclavista coincidió con la familia monogámica, las clases sociales y el Estado, dando pábulo a los sofistas, mercenarios del lenguaje dedicados a presentar lo falso como verdadero. En la sociedad capitalista, la sofistería reside en los parlamentos y en la retórica de los políticos institucionalizados. Como en tiempos de la Grecia  clásica, el fetichismo de la mercancía determina la posibilidad real de que los vendedores consigan el falso extremo de que las cosas no “valgan” tanto por lo que son, como por lo que los potenciales clientes crean que son. Y a fuerza de hacer que lo verosímil reemplace a lo verdadero, el culto a la “imagen” -principio activo que hace a la industria auxiliar de la publicidad- se apodera de todas las relaciones sociales derivadas de las fundamentales entre patronos y obreros, incluidas las relaciones de poder entre los candidatos de distintos colores políticos en disputa por el voto de los electores, convertidos así en ocasionales clientes que alternan la venta de su voluntad política a cambio de las renovadas ilusiones de unos u otros.

Marx hablaba de esta posibilidad real y existencia de lo falso o no necesario, a propósito de la práctica teórica:

<<En el dominio de la economía política, la investigación científica libre no sólo enfrenta al mismo enemigo que en los demás campos[1]. La naturaleza peculiar de su objeto convoca a la lid contra ella a las más violentas, mezquinas y aborrecibles pasiones del corazón humano: las furias del interés privado.>> (K.Marx: “El Capital” Prólogo a la primera edición alemana.)

El origen de la cultura del trabajo coincidió con la cooperación como relación social de producción basada en la propiedad colectiva de los medios de producción, que configuró la etapa histórica del "comunismo primitivo". En este período, la producción estaba directamente determinada por las necesidades colectivas, y entre el acto esencial de la creación y lo creado no había ninguna mediación social y, por tanto, ninguna ruptura epistemológica. Para captar la esencia de las cosas, quienes vivieron durante aquella etapa histórica no tuvieron necesidad de pasar por los vericuetos de la metafísica tradicional ni por la dialéctica hegeliana; para aquellas gentes, la contradicción dialéctica entre el ser "puesto" que "parece" y al mismo tiempo se oculta y "brilla" en el "parecer" carecía por completo de sentido, porque la esencia o razón de ser puesta por el trabajo social en cada ser producido, era directa e inmediatamente percibida como una unidad de concepto y sustancia que Hegel atribuye a la Idea. Esto era así porque los distintos actos de la producción colectiva eran actividades directa y conscientemente decididas por quienes las ejecutaban:

<<Los diversos trabajos en que son generados esos productos -cultivar la tierra, criar ganado, hilar, tejer, confeccionar prendas- en su forma natural son funciones sociales, ya que son funciones de la familia y ésta practica su propia división natural del trabajo (...) Pero aquí el gasto de fuerzas individuales de trabajo, medido por la duración, se pone de manifiesto desde un primer momento como determinación social de los trabajos mismos, puesto que las fuerzas individuales del trabajo sólo actúan, desde su origen, como órganos de la fuerza de trabajo colectivo de la familia.>> (K.Marx: "El Capital" Libro I Cap. I punto 4)

La tarea del pensamiento tendente a superar la determinación de la sensibilidad mediante la determinación abstracta de la esencia "puesta" al interior del "ser inmediatamente determinado", como tránsito hacia la determinación del concepto, se presentó a la conciencia universal como problemática filosófica, cuando el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social pudo crear excedentes de magnitud suficiente para dejar sin sentido social a la economía de subsistencia, dando pábulo a la propiedad privada, a las clases sociales y al Estado. Pero en este momento, el trabajo social, la esencia social de las cosas, pasó a adoptar cada vez más el carácter de trabajo enajenado. Mal podía, por tanto, expresarse por sí mismo, alcanzar la categoría hegeliana del concepto, como relación de identidad entre el pensamiento y el ser, reflejo de la relación entre el trabajo y su producto.  

Y es que la determinación histórica inmediata de la propiedad privada fue la mercancía y el mercado; como consecuencia de la generalización del comercio, la relación de identidad conceptual entre producción y consumo típica de las sociedades primitivas autosuficientes, dejó de ser inmediata y directa para pasar a ser mediada por el mercado o esfera de la circulación. El mercado hizo que los distintos trabajos de cultivar, hilar, tejer, etc. dejaran de ser actos directamente decididos en cuanto a quienes los ejecutan, cómo y por cuanto tiempo según las necesidades colectivas. La economía del tiempo de trabajo dejó de ser algo consciente para los productores directos expropiados de las condiciones objetivas de su trabajo.

La propiedad privada y su consecuencia inmediata, el mercado, desestructuraron aquella relación social originaria, directa y consciente entre los distintos productores comunitarios. Al pasar a mediar o intermediar la relación social entre los productores y entre producción y consumo, la mercancía determinó que los distintos trabajos dejen de ser directa e inmediatamente sociales en tanto quienes los ejecutan quedan convertidos en agentes de la producción independientes los unos de los otros, solamente relacionados entre sí a través del intercambio de sus productos en el mercado. De este modo: 1) quiénes producen, 2) qué tipo o clase de bienes, 3) durante cuanto tiempo, 4) cómo y 5) qué cantidad, es una realidad que pasa a ser determinada no por los productores directos sino por el mercado, a través del intercambio o la confrontación de sus productos, donde las relaciones sociales entre las personas se cosifican y las cosas se relacionan como personas...

¿Por qué pasa esto? Porque “quienes” deciden sobre el curso de la sociedad de clases no son los productores directos; ni siquiera quienes “mandan” sobre el trabajo colectivo, sino las cosas que ellos fabrican u ordenan fabricar. En la sociedad de clases, el mercado determina que sean las cosas las que pasan a relacionarse como personas. No es el sujeto propietario el que lleva su mercancía al mercado, sino que la mercancía es la que le lleva a él. El sujeto –sea amo o esclavo, señor o siervo, capitalista o asalariado- ya no tiene voluntad propia. Ahí son las mercancías las que se relacionan como personas, y las personas como cosas; hay una inversión total del mundo real. Pero es una inversión real, no es una locura psicológica sino social, no es una enajenación mental sino real. La locura individual de índole psicológica, es un subproducto necesario de la enajenación real social generalizada. Hasta tal punto de que la realidad social y hasta física de los propietarios del producto, depende de que su mercancía se realice, esto es se venda, adquiera reconocimiento social en el mercado:

<<En otras palabras: de hecho, los trabajos privados no alcanzan realidad como partes del trabajo social en su conjunto, sino por medio de las relaciones que el intercambio establece entre los productos del trabajo y, a través de los mismos, entre los productores. A éstos, por ende, las relaciones sociales entre sus trabajos privados se les ponen de manifiesto como lo que son, vale decir, no como relaciones directamente sociales trabadas entre las personas mismas, en sus trabajos, sino por el contrario, como relaciones propias de cosas entre las personas y relaciones sociales entre cosas>> (Ibíd. Lo subrayado es nuestro)

Si los productos del trabajo no son reales -o, para decirlo en términos hegelianos- no son "realidades efectivas"- desde el momento mismo de su producción, sino que adquieren realidad recién cuando se "exponen" en el mercado, su valor, esencia o razón de ser ("se vende: razón aquí") tampoco puede surgir directamente del carácter cualitativo, concreto y útil del trabajo social ni de la correspondiente materia igualmente cualitativa de su producto. Tal como en el ser inmediato de la lógica idealista, la razón o valor económico de un producto del trabajo, está completamente ausente en la cualidad de su ser útil a la sociedad. Por lo que sirve, por su valor de uso, no se puede inferir lo que vale; es decir, no se puede determinar su esencia social; del mismo modo que, lo que vale, no encierra un solo átomo de utilidad, de valor de uso; por lo que vale un producto del trabajo no se infiere la cualidad de su ser útil inmediato. La inmediatez de la sensibilidad y la esencia son dos seres distintos.

Desde el punto de vista mercantil, pues, en la materia o cualidad de la mercancía no hay ni pizca de esencia social o valor económico; el valor de uso sólo funge como soporte material de su valor de cambio o "esencia" social. Es el ser inmediato de la etapa premercantil, que la mercancía ha superado pero todavía conserva aun cuando ya como inesencial; por su parte, el valor o "valor de cambio" es lo esencial de la mercancía; es valor en tanto tiempo de trabajo abstracto, que no contiene ni un sólo átomo de materia ni de utilidad social. En este sentido, lo esencial: el valor y lo inesencial: el valor de uso de la mercancía, son dos seres existentes extrínsecos al interior de una misma unidad mercantil. El reflejo en el pensamiento abstracto de esta relación social enajenada, se traduce en este discurso filosófico:

<<...el ser en contraposición con la esencia, es lo inesencial. Frente a la esencia tiene la determinación de lo superado. Sin embargo, por cuanto se comporta, frente a la esencia, sólo como un otro en general, la esencia no es propiamente esencia, sino sólo otra existencia determinada, es decir, lo esencial (...) De este modo la esfera de la existencia se halla puesta como base ("soporte material" del valor: Marx).....>> (G.W.F. Hegel: "Ciencia de la lógica" Libro II Cap. 1. Lo entre paréntesis es nuestro) Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/1dialéctica8.htm

 

 

Necesidad y posibilidad abstracta en Aristóteles y en  Marx

Aristóteles distinguía entre dos definiciones de lo posible. La definición negativa y la definición positiva. Lo posible es de naturaleza lógica negativa cuando se refiere a lo necesariamente falso o innecesario. Lo posible es de naturaleza lógica positiva, cuando se refiere a lo necesariamente verdadero o necesario. Cuando lo posible se funda en una necesidad, se convierte en potencial,  virtual o abstracto.

Dentro de la definición de “naturaleza lógica positiva”, Aristóteles formuló dos teoremas fundamentales propios de esta noción de lo posible: 1) la reducción de lo posible a lo no imposible y 2) la determinación de lo posible por lo necesario, en el sentido de que lo necesario debe ser lógicamente posible. Aristóteles presentó estos dos teoremas en “De Interpretatione”:

<<Lo necesario debe ser posible, porque, si no fuese posible, sería imposible, lo que resulta contradictorio>> (Op. Cit. 13, 22b 28 ss.)

Y en “Metafísica” Aristóteles volvió sobre este mismo teorema de reducir lo posible a lo imposible en la siguiente forma:

<<No puede ser cierto que algo es posible pero no será, ya que en tal caso no existirían imposibilidades>> (Op.cit:

Como decíamos antes, en el orden natural, lo posible, está subsumido en lo necesario. Dicho de otro, modo: lo necesario es objetivamente posible por sí mismo, sin mediación de ninguna subjetividad. La necesidad de que los cuerpos graviten unos sobre otros según su masa respectiva, se hace inmediatamente posible. ¿Qué posibilidad tiene un cerdo o un burgués de hacer algo que no sea lo mismo y objetivamente necesario a su esencia como especie consumada? Ninguna. El cerdo hace inmediatamente posible la finalidad de su vida comiendo todo lo que le dan o pilla por ahí, mientras el burgués, hace inmediatamente posible el hecho consustancial a su clase, de engordar socialmente metabolizando trabajo ajeno. La única diferencia entre un cerdo y cualquier burgués, radica en que, a su necesidad objetiva de ser necesariamente como es, la burguesía le da un carácter jurídico: el derecho natural, que pretende consagrarla como universal y eterna (en el que se comprenden los llamados "DD.HH."), y un carácter político: el Estado "democrático" de derecho”.

Según este razonamiento, los burgueses, como los cerdos, no tienen posibilidad alguna de ser más que lo que han llegado a ser por necesidad "histórico-natural", con cuyo proceso vital -según la ley anunciada por Hegel, de que "todo lo que nace merece perecer"- acaba la prehistoria de la humanidad, donde el trabajo, como categoría social-natural, sujeto a necesidades (el proletariado a las comprendidas en su salario histórico, la burguesía a las de la acumulación bajo la forma de valor-capital) es superado por el trabajo social libre.

La relación esencial entre necesidad y posibilidad, pues, deviene así un problema que sólo tenemos los seres humanos objetivamente condicionados y, al mismo tiempo, potencialmente libres, lo cual incluye la posibilidad real de llegar a serlo. Y toda potencialidad objetiva e históricamente condicionada -como la del trabajo por esa cosa-fetiche llamada capital- encierra necesariamente una contradicción, en este caso, entre la necesidad histórica presente o actual de la especie humana -condicionada por el capital (incluidos los burgueses)- y la posibilidad -aun abstracta[2]- de realizarse como tal especie objetivamente incondicionada. Y los únicos seres humanos singulares cuya esencia contiene la potencialidad de hacer realmente posible lo necesario a la especie humana universal, somos los asalariados, el componente humano de las fuerzas sociales productivas.

Lo dicho hasta aquí no es un presupuesto filosófico, sino el corolario de una investigación científica, cual es, el de que la potencialidad humana de los asalariados para cumplir la tarea de emancipar a la humanidad de sus condicionamientos histórico-naturales, está en la contradicción entre la tendencia hacia la incondicionalidad histórico-objetiva de las fuerzas sociales productivas, y sus propios condicionamientos históricos, el último de los cuales es el capitalismo[3]. De este modo, así, como el arado de hierro, el alfabeto y la moneda, superaron el condicionamiento de la sociedad esclavista, la generalización de la energía hidráulica, la imprenta y la brújula, trascendieron los condicionamientos de la sociedad feudal hacia el capitalismo; del mismo modo, la tendencia irresistible de las fuerzas productivas a la generalización de la robótica, la revolución en las telecomunicaciones y la biotecnología, ya han dejado el condicionamiento capitalista del trabajo sin razón de ser. En sentido hegeliano, el capitalismo, de “realidad efectiva”, ha pasado a ser, una “realidad actual”, un simple existente, porque, al perder su razón de ser,  ya no depende de sí mismo, sino de lo que el proletariado esté dispuesto a hacer con él, de su tardanza en tomar conciencia de la necesidad de trascenderle históricamente hacia el socialismo. De ahí que este sistema de vida sólo subsista; al haber perdido toda racionalidad histórica, ha dejado de ser por sí mismo, ya no es una “realidad efectiva” pasando a ser algo innecesario, contingente, que puede seguir sobreviviéndose a sí mismo o dejar de ser y existir en cualquier momento. Esta es la posibilidad de lo necesario vista desde el polo conservador de la relación dialéctica, es decir, desde la perspectiva del capitalismo: Cfr.: http://www.nodo50.org/gpm/1dialectica91.htm. El curso de esa investigación científica ha sido descrito por Marx en el momento en que se aprestaba a realizar su exposición:

<<En Bruselas, a donde me trasladé en virtud de una orden de destierro dictada por el señor Guizot [ministro del interior francés], hube de proseguir mis estudios de economía política, comenzados en París. El resultado general a que llegué y que, una vez obtenido, sirvió de hilo conductor a mis estudios, puede reducirse así: en la producción social de su existencia [correspondiente a un determinado estadio en el desarrollo de las fuerzas sociales productivas], los seres humanos contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad,[4] relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones forma la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la que se eleva un edificio jurídico y político y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina (bendingen) el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del ser humano la que determina su ser, sino, por el contrario, es el ser social [de su época] el que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad, chocan con las relaciones de producción existentes, o -lo que no es más que la expresión jurídica de esto- con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas [el capitalismo hasta su etapa imperialista], estas relaciones se convierten en trabas suyas. Se abre así una época de revolución social. (...)>> (K.Marx: “Contribución a la crítica de la economía política”. Prólogo. Enero de 1859. Lo entre corchetes es nuestro)

La necesidad de esta revolución social, pues, viene determinada por el “choque” entre las fuerzas productivas de la sociedad que pugnan por desarrollarse, y las relaciones de producción capitalistas dominantes que constituyen una traba a ese desarrollo. La evidencia más sangrante de esta traba al desarrollo de las fuerzas productivas dentro del capitalismo, es el paro estructural masivo, contrapartida social de la ingente masa de capital sobrante[5] o improductivo en manos de las fracciones burguesas más poderosas, en pugna hoy día con el empleado por las fracciones nacionales medias. La tendencia histórica del gran capital va en el sentido de apoderarse de los capitales medios residuales para darles empleo productivo (de producción de plusvalor)[6] en condiciones técnicas de mayor desarrollo relativo.

 

Necesidad histórica y posibilismo reformista del capitalismo

Esto explica la invasión en Santo Domingo (1963) y los golpes de Estado en Brasil (1964), en Indonesia (1965), en Chile (1973), en Argentina (1976), en Bolivia (1981), así como la desintegración política por medios bélicos (léase guerra fría) de la ex URSS y sus satélites en Europa del Este (1989/91), seguida, mas recientemente, de la intervención armada y desintegración política de la antigua Yugoslavia, y ahora de Irak. Todo ello dentro de la tendencia universal a las privatizaciones de las empresas estatales en países con “modelos” de acumulación preconizados por la IIª Internacional, que hizo suyos el stalinismo desde los años 30 del siglo pasado, y que florecieron en el occidente capitalista durante la onda larga expansiva del capitalismo, desde la segunda post guerra mundial hasta 1971.

Durante todo este período, esa corriente política de la pequeñoburguesía en el movimiento obrero, fue la que preparó a un ejército de teóricos y expertos económicos formados en las universidades del sistema, que, montados sobre una tasa de ganancia al alza sostenida, y al influjo de la “Teoría general... de Keynes”, se empeñaron a fondo en la tarea de desacreditar las investigaciones y los resultados científicos de Marx. Estos apologetas del “capitalismo con rostro humano” le objetaban haber basado sus estudios en el capitalismo liberal del siglo XIX, cuando parecía que la tesis de la anarquía capitalista centralizadora del capital presidida por la ciega ley del valor -que Marx entendió de ineluctable cumplimiento- había sido definitivamente superada por los logros del “Estado capitalista empresario del bienestar”, con sus políticas económicas “redistributivas” y sus “empresas mixtas”, cuyos paradigmas en Alemania, Francia y Suecia, fueron el caballo de batalla de formaciones políticas “comunistas” y socialdemócratas en el mundo entero, con experiencias de gobierno en numerosos países del llamado “tercer mundo”, como Egipto, Indonesia, Argelia, Libia, Irak, Siria, Yemen, Angola, Méjico, Argentina, Chile, Perú, Bolivia, Paraguay, etc., las últimas en Guatemala y El Salvador, simultáneas al recrudecimiento de la guerrilla colombiana intentando reincidir en el mismo sentido.

En realidad, la presunta “iustitia distributiva” dentro del capitalismo consagrada por los reformistas, no fue un “milagro” de la política económica implementada por los Estados empresarios, sino producto de la necesidad histórica del capitalismo presidida por la ley de la acumulación, en condiciones de aumento más que proporcional de la demanda de trabajo respecto de los medios de producción (Maquinaria, edificios, materias primas y auxiliares) empleados durante la reconstrucción europea y Japón, en el contexto de la conversión a la economía de paz de la economía de guerra. Estas condiciones del licenciamiento de los soldados y su reincorporación al trabajo con un acervo de capital constante y variable[7] esquilmados por los destrozos de la guerra, están comprendidas en el supuesto que Marx desarrolla en el punto 1, capítulo XXIII, Libro I de “El Capital”: “Demanda creciente de fuerza de trabajo, con la acumulación, manteniéndose igual la composición orgánica del capital”:

<<Bajo las condiciones de la acumulación supuestas hasta aquí –las más favorables a los obreros-, su relación de dependencia con respecto al capital reviste formas tolerables, o, como dice Eden, “aliviadas y liberales”. En vez de volverse más intensa a medida que se acrecienta el capital, esa relación de dependencia sólo aumenta en extensión; es decir, la esfera de explotación y dominación del capital se limita a expandirse junto a las dimensiones de éste y el número de sus súbditos. Del propio plusproducto creciente de éstos, crecientemente transformado en pluscapital (acumulado y reinvertido), fluye hacia ellos una parte mayor bajo la forma de medios de pago (salarios), de manera que pueden ampliar el círculo de sus disfrutes, dotar mejor su fondo de consumo, de vestimenta, mobiliario, etc. y formar un pequeño fondo de reserva en dinero. (...) El aumento en el precio del trabajo, debido a la acumulación del capital (en semejantes condiciones), solo denota, en realidad, que el volumen y el peso de las cadenas de oro que el asalariado se ha forjado ya para sí mismo, permiten tenerlas menos tirantes.>> (Op. Cit.)  

                Cosas como ésta no son motivo de preocupación para los “socialistas democráticos” europeos. Sería como hablar de la soga en casa del ahorcado. Si usted se va a la calle Ferráz donde se levanta el edificio de ese partido, y rasca un poco en su fachada, verá que sale sangre. Es la de los “mártires” de la guerra civil y los muertos de la Segunda Guerra Mundial. La socialdemocracia europea rompió las líneas políticas conservadoras para acceder a los respectivos gobiernos en sus países después de la guerra, como los alemanes rompieron la “Línea Maginot” para ocupar Francia durante la guerra: pasando por encima de los cadáveres que cubrían esas líneas. Esta es la verdad histórica. Esta es la verdad histórica sobre la génesis de los “Estados del bienestar”.

Pero una vez reiniciado el proceso de acumulación, con el paulatino aumento de la masa de capital en funciones, al que, por efecto de la competencia se le fueron incorporando los adelantos tecnológicos aplicados a los armamentos, el consecuente aumento en la composición orgánica del capital fue acercando el horizonte de una nueva crisis de superproducción absoluta de capital, que se puso de manifiesto en 1971, inmediatamente después de la inconvertibilidad del dólar. Ante la acelerada disminución del plusvalor global producido respecto del creciente capital invertido (como resultado de la cada vez más alta composición orgánica del capital en funciones, determinada por la fuerza productiva del trabajo aplicada sobre medios de producción más eficaces y costosos), la disminución en el aumento de la oferta en el mercado de medios de producción (máquinas, edificios, materias primas y auxiliares) determinó mecánicamente la disminución relativa de la demanda de salarios en el mercado de trabajo, que comenzó a crecer menos que el aumento del capital constante y de la población asalariada; así la creciente formación de un capital ocioso, fue la contrapartida del ejército laboral de reserva, ahora bajo la forma inaudita o inédita de paro estructural masivo.

                Esta evidencia empírica no hizo más que poner a cada cual en su sito, demostrando que el posibilismo estatal reformista, presentado como un determinismo histórico hegeliano del Estado sobre la sociedad civil y de la política económica sobre la economía política, no fue más que un relativismo histórico transitorio comprendido en el desarrollo espasmódico periódicamente interrumpido de la acumulación, bajo el principio activo del capitalismo –consistente en apoderarse de la mayor cantidad posible de trabajo necesario, para convertirlo en excedente- que dio pleno sentido científico a la “ley general de la acumulación capitalista” que Marx enunció y demostró en “El Capital”. (Ver: Libro I Cap. XXIII). Insistimos, el posibilismo reformista desde los años 50 se inscribe en la barbarie de la Segunda Guerra mundial, comprendida en la necesidad histórica objetiva del capital, dadas las condiciones particulares de la post guerra. No fue un producto de la política económica de los reformistas, sino de la economía política del capitalismo.

                Así, mientras los socialdemócratas tipo PSOE lastraban definitivamente el marxismo y toda política revolucionaria,  a la vista de un sistema de vida que parecía colmar para siempre los sueños económicos de obreros y patronos, mientras ellos cabalgaban alegremente por la superficie de la sociedad a la grupa del Estado burgués, la Ley general de la acumulación capitalista “trabajaba” en el subsuelo de la sociedad para alumbrar la necesidad histórica de la centralización y unidad internacional de los capitales anunciada por Lenin en 1914. Esta es la diferencia entre el “socialismo democrático” y el socialismo revolucionario, entre la política como arte de lo posible y como arte de hacer posible lo objetivamente necesario.

De ahí que, hechos -por su pragmatismo- al curso de lo necesario, se encargaron de cogestionar todas las consecuencias de la nueva realidad: paro masivo permanente con tendencia secular al crecimiento incesante y aumento criminal en los ritmos de trabajo, con sus secuelas de estrés asociado al aumento espectacular de los accidentes de trabajo y a la sociología de las drogas como válvula de escape hacia la muerte prematura de buena parte de la juventud, previamente condenada a la destrucción de su voluntad y de su inteligencia, además de exponerles a pasar simultáneamente por el infierno de enfermedades como la cirrosis, el delirium tremens, la arteriosclerosis, diversos tipos de cáncer, SIDA y accidentes de tránsito, entre otras noxas sociales determinadas por la exigencia de que los empleados suplan el lucro cesante de los que han sido arrojados al paro, trabajando más horas, con mayor celeridad y por el más bajo salario que sea posible. Para hacer artísticamente posible esta realidad de “progreso” saltando sobre el límite de la capacidad física y mental de los explotados, fueron “necesarias” sucesivas reformas laborales que los “socialistas democráticos” se encargaron de legislar y cogestionar en todo el mundo. ¿Se ha preguntado usted de qué naturaleza es la “necesidad” histórica de esta realidad y qué razón asiste a nadie para contribuir a que sea posible? No descartamos la probabilidad de, que, haciéndose esta pregunta, haya llegado usted a gente como nosotros. En estos tiempos y viniendo de donde viene, si fuera producto de una inquietud genuina, esta iniciativa suya sería casi un milagro y una honra para su persona.           

                 

Fundamento científico de la necesidad histórica del socialismo

Como usted habrá podido observar en: http://www.nodo50org/1crisis1.htm nuestra exposición sobre “La teoría marxista de las crisis capitalistas”, se basa en la “Ley de la tendencia decreciente de la tasa media general de ganancia.”  A continuación, abundamos sobre los fundamentos de esa teoría y algunas observaciones empíricas actuales que la confirman, repitiéndonos en lo que ya hemos elaborado y publicado en una conversación con el compañero Alberto en torno a la misma problemática. Cfr.: http://nodo50org/gpm/1ff_pp_tasa_ganancia.htm

 

a) Premisas y método

Sobre el tema que nos plantea, empezamos por decir que nosotros partimos de la premisa real en cuanto a que la magnitud de plusvalor no puede exceder la extensión de la jornada laboral media. En tal sentido tomamos el ejemplo que Marx expuso en el capítulo XV del libro III apdº 2 de "El Capital", respecto de que, aun cuando pudiera trabajar las 24 horas del día sin hacer otra cosa, un obrero no produciría en ese tiempo límite absoluto más plusvalor que 12 compañeros suyos trabajando sólo dos horas. Marx presentó este ejemplo para ilustrar que la tasa de plusvalía tiene unos límites físicos infranqueables, puesto que la jornada de trabajo individual no puede extenderse más allá de las 24 horas. En realidad, no puede ir más allá del tiempo en que el obrero medio sea capaz de desplegar su fuerza física y mental sin merma ni menoscabo para lo que produce, teniendo en cuenta el grado de intensidad en el esfuerzo al que se le somete.

Otra premisa de la que es preciso partir, se refiere a que el salario está en relación inversamente proporcional a la ganancia, es decir, que al aumentar uno disminuye la otra y viceversa, y que el límite mínimo que el capitalista debe invertir en salarios, está determinado por el mínimo histórico que el obrero necesita para la reproducción de su fuerza de trabajo en condiciones de uso para un rendimiento óptimo (necesidades que varían en cada momento y lugar). El límite máximo está también objetivamente determinado, ya que todo aumento del salario sólo es posible en tanto no disminuya la masa de plusvalor que haga descender la tasa de ganancia hasta un punto en que el capitalista entre en perdidas e inicie el proceso de desinversión. Teniendo en cuenta estos elementos, comprobaremos que la jornada de trabajo, el valor de la fuerza de trabajo y la ganancia, fluctúan dentro de unos márgenes estrictamente acotados. Si nos salimos de ellos, en cualquier supuesto con visos de realidad, estaremos violando las leyes del propio capital y los resultados a que lleguemos serán engañosos y totalmente faltos de veracidad científica.

En "El Capital", Marx utilizó el método explicativo de las aproximaciones sucesivas, partiendo de la categoría más simple –la mercancía- para ir haciendo posible la comprensión de las categorías más complejas en el conjunto del sistema capitalista en funcionamiento, de ahí que, cuando explica la ley de la tasa de ganancia y su tendencia decreciente -incluidos los dos capítulos que hablan de las causas que contrarrestan la ley y el desarrollo de sus contradicciones- no se pueda dar el tema por zanjado, ya que a continuación de esos capítulos sigue incorporando conceptos, como la ganancia comercial, el crédito, la renta territorial etc, como si fueran piezas de un puzzle que van aproximando y verificando los conceptos más simples, como el de "valor de uso", "valor de cambio", "valor", "dinero", "división del trabajo", etc., en la medida en que se las va encajando hasta conformar la idea de totalidad.

Ahora bien, para determinar el carácter científico de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, es necesario considerar cuestiones fundamentales como las siguientes:

 

b) Los límites objetivos a la inversión en capital constante

Por supuesto que toda nueva inversión en una mejora tecnológica tendrá por condición la garantía de un rédito proporcionalmente mayor a la inversión realizada. Pero, juntamente con eso, cada capitalista debe decidir no sólo en función de sus posibilidades reales de inversión, es decir, si la acumulación se lo permite, sino según el carácter específico de cada proceso de producción. Así como sucede con el salario y el plusvalor, la tasa de acumulación también está férreamente determinada. En tal sentido, cada capitalista sólo incrementará su inversión en trabajo muerto [Capital constante (Cc)], cuando el monto de esa inversión sea inferior, no ya al valor del trabajo vivo que va a desplazar o reemplazar [representado en la suma de Capital variable (Cv) + Plusvalor (P) = producto de valor contenido en la jornada de labor entera], sino al valor de la fuerza de trabajo contenido en la parte de la jornada de labor en que lo gasta y reproduce, representado en el Capital variable (Cv), es decir, a los salarios, independientemente del valor añadido o mayor cantidad de productos a obtener con el nuevo proceso de trabajo más productivo[8].

Decíamos que para introducir una mejora técnica, al mismo tiempo que considera los aspectos que acabamos de mencionar, cada capitalista relativiza esas potencialidades productivas a las características técnicas del proceso de producción según las determinaciones del mercado. No es lo mismo producir rosquillas que relojes de oro, y la capacidad de un productor medio es de magnitud inferior a la de un oligopolio. Todo esto entra a la hora de hacer concordar el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo con la composición orgánica del capital social global en cada momento preciso del proceso de acumulación. Para correlacionar estas dos categorías fundamentales no se puede simplemente suponer según el "sentido común".

 

c) Incidencia desigual de la fuerza productiva en el desarrollo de los sectores económicos

Otra cuestión de importancia no menor. El aumento de la productividad del trabajo afecta más al sector I productor de las máquinas-herramientas, que al sector II productor de bienes de consumo final. Por lo tanto, esa desvalorización de las mercancías, afecta sobre todo a las de consumo productivo, es decir, al Capital Constante (Cc), por lo que, el costo en máquinas, materias primas y auxiliares, también desciende -y más que proporcionalmente- con el aumento en la productividad del trabajo social. Esta es una de las causas que contrarrestan la tendencia histórica al descenso en la tasa de ganancia. Y esto viene a cuento de que, desde los tiempos de Marx, la parte de la composición del valor del producto global que corresponde a los elementos del capital constante (Cc), es notoriamente mayor respecto del correspondiente al trabajo vivo:

<<La sociedad capitalista emplea una parte más considerable de su trabajo anual disponible en producir medios de producción (ergo, en producir capital constante), los cuales no se pueden resolver en rédito ni bajo la forma del salario ni bajo la del plusvalor, sino que pueden únicamente funcionar como capital>> (K. Marx: "El Capital " Libro II Cap. XX)

 

d) Fundamento de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia

Teniendo en cuenta, además, que la tendencia al aumento en la composición orgánica del capital se expresa en que el capital variable crece históricamente en términos absolutos, pero disminuye tendencialmente respecto del incremento en el valor del capital constante empleado, el hecho de que el menor valor relativo de lo producido en mercancías de consumo final descienda más que proporcionalmente respecto del contenido en las mercancías que componen el consumo productivo o capital constante, la reproducción del capital global se torna cada vez más improbable, dado que a medida que la productividad del trabajo va abatiendo o disminuyendo la parte de la jornada de trabajo necesario disponible, la posibilidad de seguir avanzando en la misma línea se hace cada vez más dificultosa, porque el capital acumulado crece más rápidamente que el plusvalor.

Para explicar esto último, supongamos una jornada de trabajo de diez horas diarias y una tasa de plusvalía del 100%, la parte de trabajo necesario o salario equivale a 5 horas y otras 5 al plusvalor o trabajo excedente. Es decir, que el obrero trabaja media jornada de labor (50%) para él y la otra media (50%) para el capitalista:

1/2 + 1/2 = 2/2 = 100%

A partir de estas condiciones, supongamos que la productividad del trabajo se duplica. Ahora, para reproducir su fuerza de trabajo, para vivir un día completo, el asalariado deberá trabajar 1/4 de jornada, la mitad que antes; y eso es lo que le pagará el capitalista. Pero le seguirá haciendo trabajar las mismas horas convenidas en el contrato de trabajo:

<<Por ende, la economización de trabajo mediante el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, en la economía capitalista de ningún modo tiene por objeto reducir la jornada laboral. Se propone, tan sólo, reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de determinada cantidad de mercancías. El hecho de que el obrero, habiéndose acrecentado la fuerza productiva de su trabajo, produzca, por ejemplo, en una hora, 10 veces más mercancías que antes, o sea, que para fabricar cada pieza de mercancía necesite 10 veces menos tiempo de trabajo que antes, en modo alguno impide que se le haga trabajar doce horas, como siempre, y que en las doce horas deba producir 1.200 piezas en vez de las 120 de antes>> (K. Marx: "El Capital" Libro I Secc. Cuarta Cap. X)

La diferencia entre 1/2 y 1/4 = 1/4, corresponde a la transformación de trabajo necesario en excedente a raíz del incremento en la fuerza productiva del trabajo.

En este punto del proceso, el capitalista se habrá apropiado 1/4 de jornada más respecto del plusvalor de origen que era de media jornada = 2/4 y que ahora pasa a ser de 2/4 + 1/4 = 3/4. Ahora, para vivir un día, el asalariado debe trabajar 3/4 de jornada para el patrón y sólo 1/4 para él.

Si observamos esto más detenidamente, veremos que la fuerza productiva del trabajo se ha duplicado, pero el plusvalor sólo se ha incrementado en 1/4 de la jornada laboral, sólo ha reducido el remanente de trabajo necesario en esa fracción. Esto es así, porque la proporción en que la fuerza productiva del trabajo incrementa el valor del capital, depende de la relación originaria entre trabajo necesario y trabajo excedente:

<<El trabajo objetivado que está contenido en el precio de la fuerza de trabajo, es siempre igual a una fracción del día completo, está siempre expresado aritméticamente en la forma de un quebrado, es siempre una proporción numérica, nunca un número simple>> (K. Marx: "Grundrisse" III)

¿Por qué debe ser así? Porque, como sucede con toda proporción, la magnitud en que puede variar el tiempo de trabajo excedente respecto del trabajo necesario, está condicionada o limitada por la magnitud total de la jornada laboral, el 100%.

Si sobre la primera consideramos una segunda duplicación de la fuerza productiva del trabajo, el salario, que se había reducido ya a 1/4, disminuirá ahora a la mitad, a 1/8 de la jornada laboral, mientras que el plusvalor ascenderá de 3/4 ó 6/8 a 7/8 = 0,25, esto es, menos que antes, que era de 1/4 a 3/4 = 0,50.

En el límite, si el salario o trabajo necesario se hubiera reducido ya a 1/1.000 = 0,001, la plusvalía total sería 999/1.000 = 0,999. Es decir, que para aumentar el plusvalor en menos de una milésima de tiempo, el capital debería aumentar la productividad del trabajo mil veces más.

Y si sobre esta progresión la fuerza productiva se multiplicara por 1000, el trabajo necesario descendería a 1/1.000.000 del día de trabajo, mientras que el plusvalor aumentaría en 1/1.000 - 1/1.000.000 o sea 0,001 - 0,000001 = 0,0000999 ó 999/1.000.000. En este caso, para aumentar el plusvalor en 0,0000999 de tiempo, la productividad del trabajo debería multiplicarse un millón de veces.

De esto se desprende que, cuanto mayor sea al plusvalor ya capitalizado y, por tanto, menor la fracción de la jornada de trabajo necesario o salario del obrero que resta capitalizar, tanto menor será el incremento del plusvalor que el capital obtendrá del progreso de la fuerza productiva del trabajo. El plusvalor aumenta, pero en proporción crecientemente menor al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo:

<<Es decir, que cuanto más desarrollado está ya el capital, cuanto más plustrabajo ha creado ya, tanto más formidablemente tiene que desarrollar la fuerza productiva, para autovalorizarse en una pequeña proporción, es decir, para aumentar la plusvalía, ya que su límite continúa siendo siempre la relación entre la fracción del día de trabajo que expresa el trabajo necesario y el día de trabajo completo>>. (K. Marx: Op. Cit.)

Tal es la situación siempre bajo el supuesto de una jornada de labor constante. Pero el caso es que, con el aumento en la composición orgánica del capital, esto es, con la utilización de más y mejores máquinas, el trabajo físico y mental por unidad de tiempo aumenta su ritmo y se intensifica, porque así lo exige la máquina. En general, la producción de plusvalor relativo consiste en poner al asalariado en condiciones de producir más plusvalor con el mismo gasto de energía vital en el mismo tiempo. La intensificación del trabajo consiste en producir más con un mayor gasto de fuerza de trabajo por unidad de tiempo. Por lo tanto, intensidad y extensión del trabajo se contradicen lógicamente dando pábulo a la ley según la cual la eficiencia de la fuerza de trabajo está en razón inversa al tiempo en que opera, pero esta ley no se resuelve como en la física, sino históricamente, a instancias de la lucha de clases:

<<Con todo, se comprende fácilmente que en el caso de un trabajo que no se desenvuelve en medio de paroxismos pasajeros, sino de una uniformidad regular, reiterada día tras día, ha de alcanzarse un punto nodal en que la extensión de la jornada laboral y la intensidad del trabajo se excluyan recíprocamente, de tal modo que la prolongación de la jornada sólo sea compatible con un menor grado de intensidad en el trabajo, y, a la inversa, un grado mayor de intensidad sólo pueda conciliarse con la reducción de la jornada laboral. (K.Marx: "El Capital" Libro I Sección cuarta Cap. XIII)

La síntesis o resolución dialéctica de esta contradicción entre intensidad y extensión del tiempo de trabajo, se está todavía procesando a través de la lucha de clases, donde cada aumento en los ritmos de trabajo determinados por el desarrollo tecnológico, para arrancar al asalariado más plusvalor en el mismo tiempo mediante la combinación de la velocidad de procesamiento de las maquinas y del mayor número de máquinas que debe atender cada operario, es negado por el estrés, bajo la forma de costes insostenibles en enfermedades causadas indirectamente por él, como el tabaquismo y las drogas asociadas a enfisemas y cáncer de pulmón, arteriosclerosis, episodios cardiovasculares, cirrosis, delirium tremens, etc., aumento espectacular en los accidentes de trabajo, pérdidas por errores en la actividad laboral, sabotajes a la producción, ausentismo y huelgas. Según reporta el diario "El País" en su edición del 26/11/02, el coste del estrés en Europa asciende a 21.000 millones de Euros, aunque no aclara que tipos de daños personales y materiales comprende.

Ante semejante dinámica, esta contradicción presidida por el polo dialéctico burgués de la intensidad, determinó que, junto a la medida de tiempo de trabajo como "magnitud de extensión", apareciera la medida del "grado de condensación" como magnitud de la intensidad, marcando la tendencia a un aumento del trabajo necesario remunerado en el sentido de que:

<<La hora más intensiva de la jornada laboral de 10 horas, contiene ahora tanto o más trabajo, esto es, fuerza de trabajo gastada, que la hora más porosa de la jornada laboral de 12 horas. Por consiguiente, su producto tiene tanto o más valor que el de 14 horas de esta última jornada, más porosa>> (K.Marx. Op.cit.)

La demanda efectiva o satisfecha por aumento de salarios determinada por la ley del valor para la jornada de trabajo más intensiva, para cada patrón no supuso una causa contrarrestante a la lógica objetiva del capital tendente a convertir todo el trabajo necesario posible en excedente a los fines de la acumulación, pero sí para el conjunto de la burguesía, porque el número alarmante de accidentes de trabajo amenazó con esquilmar la fuerza de trabajo con el consiguiente perjuicio económico para la burguesía en su conjunto, lo cual indujo en Marx a anunciar la siguiente previsión:

<<No cabe la mínima duda de que la tendencia del capital -no bien la ley le veda de una vez para siempre la prolongación de la jornada laboral-, a resarcirse mediante la elevación sistemática del grado de intensidad del trabajo y a convertir todo perfeccionamiento de la maquinaria en medio para un mayor succionamiento de la fuerza de trabajo, pronto hará que se llegue a un punto crítico en el que se volverá inevitable una nueva reducción de las horas de trabajo. Entre los obreros fabriles de Lancashire, ha comenzado en estos momentos (1867) la agitación por las ocho horas>> (K. Marx: Ibid.)

Dado que la lucha económica entre obreros y patronos está presidida por la ley general de la acumulación capitalista, respecto de la cual a los asalariados sólo les cabe la función contestataria o defensiva frente a la permanente ofensiva e iniciativa explotadora de la burguesía, lo que hace a la postre esta contradicción entre extensión e intensidad del trabajo, es acelerar la tendencia al derrumbe del sistema capitalista, porque la violenta aceleración de los ritmos para producir más plusvalor por unidad de tiempo, ha ido siempre por delante de las noxas sociales y la no menos violenta respuesta de los asalariados.

Según esta lógica objetiva, en el hipotético caso -para muchos hoy día inimaginable- de que el tiempo durante el cual se reproduce el valor de la fuerza de trabajo en la sociedad se redujera a un segundo, esto supondría la práctica generalización de la robótica al proceso productivo, donde la relación de intercambio entre capital y trabajo desaparecería como fundamento absoluto de la producción capitalista en casi todas las ramas de la industria, junto con el valor, los precios de las respectivas mercancías, el dinero y las categorías sociales mismas de burguesía y proletariado, que así quedarían carentes por completo de sentido económico, social y cultural. Pero a semejante realidad sólo pueden llegar los asalariados negándose a sí mismos para convertirse en productores libres asociados, si es que mucho antes de esto no demuestran como asalariados conscientes ser capaces de echar a los burgueses del poder político y administrar la transición hacia la nueva sociedad sin clases de ese futuro científicamente previsto.

 

e) Ley y tendencia

Mientras tanto, a una creciente valorización capitalista del trabajo necesario, corresponde, por un lado, una creciente concentración de los Medios de Producción en pocas manos; por otro lado, el menor número absoluto y relativo de explotadores -cuyo fondo de consumo tiende necesariamente a reducirse a medida que progresa la acumulación y el trabajo necesario remanente se hace más y más pequeño-, deben disputarse el cada vez más irrisorio plusvalor relativo producido por una aristocracia obrera cada vez más exigua, respecto de un mayor numero de asalariados en paro que la burguesía no puede explotar por falta de capital disponible y que por la misma carencia de trabajo excedente debe mantener en condiciones cada vez más paupérrimas[9], ratificando así, hasta el extremo de negarse a sí misma como clase explotadora, que no es capaz ni merecedora de dirigir la sociedad, tal como lo anunciaron Marx y Engels en 1848:

<<No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a sus esclavos la existencia ni siquiera en el marco de su propia esclavitud, porque se ve obligada a dejarles decaer hasta el punto de tener que mantenerles, en lugar de ser mantenida por ellos. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo, incompatible con la de la sociedad.>> (K.Marx-F.Engels: "Manifiesto comunista" I)

En el intento de comprobar si lo que hemos dicho hasta aquí es verdad, es necesario considerar una condición fundamental de la producción del plusvalor relativo asociado a la productividad del trabajo, como es el hecho de que es parte proporcional de una jornada laboral que tiene un límite físico absoluto o infranqueable que, teóricamente, no puede sobrepasar las 24 hs. del día.

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que la sociedad capitalista sólo está dispuesta a ampliar la escala de la producción, cuando la mejora que introduce en su capital constante, cuesta menos que la mano de obra (tiempo de trabajo necesario) que reemplaza. En este sentido, hay que reparar en que, si se toma como objeto de estudio el comportamiento de la tasa general de ganancia, no se trata de lo que hace o está dispuesto a hacer un capitalista cualquiera sino de lo que puede hacer el capital social global. "La humanidad no se propone nunca nada que no pueda alcanzar". Este aforismo de Marx está inspirado en el principio burgués de que toda mejora tecnológica está condicionada a que su coste sea menor que el trabajo necesario que reemplaza. Si la mejora en productividad cuesta más que los salarios que deja de pagar, no se justifica, no se invierte en ella y no se aplica.

Dadas estas condiciones, cuanto más desarrollado esté el capital y la fuerza productiva del trabajo, cuanto más plusvalor haya capitalizado ya la burguesía, cuanto menos trabajo necesario le deje la jornada de labor para convertir en excedente, y, por tanto, cuanto mayor sea la parte de plusvalor adicional invertido en capital constante respecto de la parte invertida en capital variable, menor deviene el incremento de plusvalor respecto del incremento del capital acumulado. El resultado de esta lógica es que, en la etapa del capitalismo tardío, el capital acumulado crece más rápidamente y en mayor proporción de lo que aumenta la producción de plusvalor, por lo que la tasa de acumulación tiende históricamente a ser más alta que la tasa de plusvalor.

Este fenómeno explica la sobreacumulación de capital, cuyo fundamento absoluto está en el hecho de que la suma absoluta en la que el capital incrementa su valor mediante un aumento determinado de la fuerza productiva del trabajo, depende de la fracción dada del día de trabajo, (jornada cuya duración es el límite absoluto del plusvalor y del capital mismo), de la parte alícuota que representa el trabajo necesario. Por lo tanto, para determinar la variación en la tasa de ganancia, hay que considerar que cuanto mayor sea la fracción de trabajo necesario ya convertida en trabajo excedente, tanto menos trabajo necesario puede la burguesía apropiarse en el futuro desarrollando la fuerza productiva del trabajo; dicho a la inversa, cuanto menor sea ya la fracción de la jornada de labor correspondiente al tiempo de trabajo necesario que queda por capitalizar, tanto más valor en capital constante deberá emplear en desarrollar la fuerza productiva para convertir esa fracción ya reducida del trabajo necesario, en una parte cada vez menor de plusvalor. O sea: dada la proporción en que va disminuyendo el trabajo necesario respecto del excedente ya capitalizado, tanto menos queda por capitalizar y más difícil se vuelve la valorización del capital en esa proporción cada vez más reducida de trabajo necesario.

Si se procede de acuerdo con el principio activo del capital basado en el progreso de la fuerza productiva del trabajo, el plusvalor aumenta en términos absolutos, pero menos que el capital invertido en producirlo. Precisamente porque con cada aumento -por ejemplo, al doble- de la productividad, el plusvalor aumenta sólo en 1/4 de la jornada de labor. Esto quiere decir que por cada aumento porcentual de plusvalor a expensas del trabajo necesario, siempre hace falta un aumento proporcionalmente mayor de la fuerza productiva y, por tanto, de la inversión en capital constante respecto del variable. Por lo tanto, si se supone que el plusvalor aumenta bastante más que proporcionalmente respecto de la Composición Orgánica del Capital (C.O.C.), esta diferencia no debe atribuirse al progreso de las fuerzas productivas, sino a una mayor intensificación del trabajo, lo cual no sólo invalida su resultado, sino el propio planteo del problema que se quiere resolver.

En su investigación sobre la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, Marx incluye seis causas que contrarrestan la ley, pero no dice que sean las únicas, sino las más generales. Existen otras, como por ejemplo el papel que juega la creciente aceleración en el metabolismo del capital, haciendo que un mismo capital rote más veces en una misma unidad de tiempo, consiguiendo que la masa de plusvalía obtenida en un mismo año, sea mayor y por lo tanto mayor la ganancia, incluso, circunstancialmente en algún periodo de tiempo, puede llegar a ser mayor este crecimiento en la ganancia que el descenso como consecuencia de una mayor Composición Orgánica del Capital (C.O.C.) Pero esto no invalida la tesis central de Marx, en cuanto a que la ganancia es directamente proporcional a la tasa de plusvalía o explotación, e inversamente proporcional a la Composición Orgánica del Capital (C.O.C). El hecho de que existan causas contrarrestantes, incluso contradictorias y a veces neutralizantes, no invalida la ley general, "dándole simplemente el carácter de una tendencia". La calificación de tendencia no implica indeterminar el comportamiento de la tasa de ganancia, porque para Marx todas las leyes sociales se desarrollan tendencialmente. Su presentación lineal sólo tiene propósitos ilustrativos en las exposiciones más abstractas.

La caída porcentual del beneficio constituye un ejemplo típico de lo que Marx entendía por una ley: un proceso necesario, determinante y previsible de la acumulación. No representa un acontecimiento contingente, como, por ejemplo, la declinación de las tasas de interés, ni tampoco un episodio coyuntural como la disminución del precio de las acciones. Es un resultado interno del proceso de acumulación, cuya evolución se verifica a largo plazo. Responde a un patrón objetivo de desarrollo que incluye acontecimientos muy visibles como son el aumento de la productividad y la competencia intercapitalista. La caída tendencial del beneficio es predecible porque la secuencia de aumento de la composición del capital y la caída de la tasa de ganancia tiende a repetirse cíclicamente de forma cada vez más acusada según aumenta la fuerza productiva del trabajo y la masa de capital en funciones. En la práctica, y visto a través de largos periodos de tiempo, está tendencia se ha visto confirmada en los dos últimos siglos de capitalismo en el mundo.

Es cierto que el aumento de la productividad del trabajo, deprime el valor de los artículos que forman parte de la canasta básica del obrero, que son los que determinan el valor de su fuerza de trabajo, y, por lo tanto, la jornada necesaria de labor disminuye respecto de la jornada total, pudiendo llegar a ser una parte insignificante de ésta. Cuando hablaba de la depauperación del obrero, Marx se estaba refiriendo implícitamente a esta cuestión, ya que el salario relativo es cada vez menor en comparación al valor total que crea. Pero si partimos del principio de ir introduciendo sucesivos supuestos aproximativos que nos vayan acercando a la realidad concreta, comprobaremos cómo a medida que el salario relativo disminuye, las dificultades de valorización del capital ya acumulado para mantener la relación de explotación existente entre el patrón burgués y el obrero, aumentan, por la simple razón de que al disminuir la magnitud de Capital variable (Cv) respecto de Capital constante (Cc), el plusvalor obtenido es insuficiente para garantizar la reproducción ampliada.

Desde que el capitalismo existe, uno de los obstáculos en la lucha de clases para que los obreros se sientan legitimados a apropiarse del producto total de su trabajo, ha sido el respeto por la propiedad sobre los MP que han venido ostentando los capitalistas. Este prejuicio se ha visto reforzado por el hecho empírico de que durante más de un siglo, los capitalistas también trabajaban, y la ganancia que obtenían como propietarios de los medios de producción estaba encubierta por el llamado "salario de gestión". Pero a medida que el trabajo necesario disponible fue convirtiéndose en capital, el papel laboral de los burgueses dentro del proceso productivo se ha ido tornando cada vez más irrisorio y su función social superflua, deviniendo cada vez más en una categoría parasitaria, a igual título que los terratenientes, delegando la gerencia técnica y administrativa en una aristocracia obrera bien pagada. Este hecho desmistifica la ganancia como producto de los capitalistas que trabajan, en la medida en que, al lado de estos, se acrecienta la figura del puro inversor bursátil. Bajo semejantes condiciones, ocultar el origen de la ganancia en la figura del capitalista que trabaja se vuelve cada vez más insostenible en términos de consenso social, e ingentes masas de plusvalía deben gastarse en mantener medios represivos cada vez más costosos, de modo que la parte de plusvalor correspondiente al fondo de consumo de los capitalistas devendría en masas de valor tan irrisorias que les rebajaría a la condición de cualquier asalariado cualificado, con lo cual, el capital accionario que Marx consideraba como el precedente del socialismo bajo el capitalismo, devendría en una rabiosa actualidad.

 

f) Ley de la acumulación y jornada colectiva de labor

Otra observación que cabe hacer, es la relativa a la jornada de labor. Una cosa es suponer que cada obrero deba trabajar las mismas horas diarias, y otra muy distinta que las horas trabajadas por el conjunto de los obreros sea una magnitud históricamente constante. La invariancia de la jornada de labor individual es un dato que, como hemos visto, sólo se modifica históricamente en función de la intensidad del trabajo asociada al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo sometida al proceso de valorización del capital; la segunda, la jornada de labor colectiva, varía constantemente según el número de obreros empleados, magnitud social y económica regida por la tendencia histórica al crecimiento absoluto, y a su disminución relativa respecto del capital acumulado. De lo contrario, el capitalismo, la reproducción ampliada de valor, se reduciría a reproducción simple y entraría en la inercia negándose como capital. Según la Ley general de la acumulación capitalista expuesta por Marx en el Libro I de "El Capital":

<<Al incrementarse el capital global, en efecto, aumenta también su parte constitutiva variable, o sea la fuerza de trabajo que se incorpora, pero en proporción constantemente decreciente: (Op. Cit. Cap. XXIII)

                Este crecimiento desigual entre los factores objetivo y subjetivo de la producción, donde, en virtud del incesante progreso de la fuerza productiva del trabajo -inducido por la competencia intercapitalista- el factor objetivo aumenta absolutamente a expensas de la disminución relativa del factor subjetivo, determina un crecimiento histórico de la Composición Orgánica del Capital (COC), entendida por Marx como la expresión de valor de la relación técnica entre el factor objetivo MP (medios de producción), y el factor subjetivo FT (fuerza de trabajo colectiva), de modo que CC (capital constante) % CV(capital variable), tiende objetivamente al aumento histórico.

 

g) Productividad del trabajo, COC y Tasa de ganancia

Pero es que, además, la determinación de la Composición Orgánica del Capital (C.O.C.) y la tasa de ganancia no es un simple problema de cálculo matemático de valores en base a una supuesto porcentaje de aumento en la fuerza productiva del trabajo al margen de sus componentes técnicos, de los cuales también dependen esas dos categorías económicas. Porque, según el hecho empírico verificado por Marx:

<<...el desarrollo de la fuerza social productiva del trabajo acrecienta aun más (que su propio valor de cambio) la masa de los valores de uso producidos, una de cuyas partes configura los medios de producción. Y el trabajo adicional en virtud de cuya apropiación la burguesía puede reconvertir la riqueza adicional creada en capital, no depende del valor sino de la masa de esos medios de producción>> (K. Marx: "El Capital Libro III Cap. XIII)

Por ejemplo, suponiendo que la sociedad burguesa emplea un solo obrero textil pagándole un salario equivalente a 1.000 horas, y que la fuerza productiva del trabajo social sólo da para ponerle a producir 1.000 horas de plusvalor moviendo 2 husos y una materia prima por valor de 4.000 horas (4.000Capital constante (Cc). + 1.000 Capital variable (Cv) + 1.000Pl.), en ese caso, la Composición Orgánica del Capital (C.O.C.) será = 400% y la tasa de ganancia del 20%. Pero si la fuerza productiva del trabajo se duplica, y con la misma tasa de explotación a ese mismo obrero se le pone a mover 4 husos, la Composición Orgánica del Capital (C.O.C:) aumentará al doble y la tasa de ganancia bajará al 11%[10].

Ahora bien, si como es cierto que todo progreso en la fuerza productiva se expresa en que una cantidad cada vez menor de trabajo es capaz de atender más eficientes y costosos medios de producción, esta exigencia técnica del proceso de trabajo puesta en términos del proceso de valorización, se expresa en que el valor de la fuerza de trabajo colectiva aumenta cada vez menos respecto al valor del capital constante que la pone en movimiento[11].  Al mismo tiempo, dado que el plusvalor aumenta exclusivamente a expensas del trabajo necesario dentro de los límites infranqueables de la jornada laboral media, de esto se desprende que, ante cualquier progreso en la fuerza productiva del trabajo, la contraparte del trabajo necesario: el plusvalor, también debe aumentar en proporción progresivamente decreciente respecto del capital invertido o acumulado que se necesita para producirlo:

<<Puesto que la masa del trabajo vivo empleado (durante cada jornada de labor) siempre disminuye en relación con la masa de trabajo objetivado (capital constante) que aquél pone en movimiento con los medios de producción productivamente consumidos, entonces, la parte de ese trabajo vivo impaga que se objetiva en el plusvalor, también debe hallarse en una proporción siempre decreciente con respecto al volumen del capital global empleado>> (K. Marx: "El Capital" Libro III Cap. XIII)

Más aun teniendo en cuenta el paulatino descenso relativo del capital variable. Con Composición Orgánica del Capital (C.O.C) = 50%, la relación será  50Capital constante (Cc) : 50Capital variable (Cv) Si el salario por obrero es de 1 Euro se necesitan sólo 2.000 Euros para emplear a 1.000 obreros. Exagerando el progreso en la escala de la producción de plusvalor se puede decir que si la Composición Orgánica del Capital (C.O.C) ha subido a 90Capital constante (Cc). : 10Capital variable (Cv) ., para emplear a esos mismos 1.000 obreros serán necesarios 10.000 Euros (9.000Capital constante (Cc) + 1.000Capital variable (Cv) .) Y esta magnitud de capital adicional es obvio que no puede salir del plusvalor naturalmente generado por el curso natural del proceso de acumulación.

 

h) Formación de la tasa de ganancia media y aumento en la COC

De esto se desprende que, tanto el aumento en la Composición Orgánica del Capital (C.O.C) como la evolución de la tasa de ganancia, no se pueden explicar exclusivamente por el trabajo excedente que el capital global genera y acumula naturalmente durante cada rotación. La especificidad del capital organizado para la reproducción ampliada, es lo que determina el aumento más que proporcional de la Composición Orgánica del Capital (C.O.C) respecto de la producción de nuevo plusvalor. En efecto, en la reproducción simple, los capitalistas de la industria productora de bienes de consumo productivo I, cambian parte de sus productos I(Capital constante (Cc) por el equivalente en valor al consumo de la clase obrera II(Capital variable (Cv) más el plusvalor II(Pv). del sector productor de bienes de consumo, de modo que: ICapital constante (Cc) = II(Capital variable (Cv) +Pv.), y ambos consumen improductivamente el plusvalor de sus respectivos asalariados. Por lo tanto el valor de lo producido por el sector I es, naturalmente, mayor que el producido por el sector II.

Si tomamos del esquema supuesto por Marx, los dos grandes sectores de la producción anual de un país, el productor I de bienes de producción o de consumo productivo, y el II, productor de bienes de consumo final según los siguientes valores:

Sector I) 4.000Capital constante (Cc) + 1.000Capital variable (Cv) . + 1.000Pv.

Sector II) 2.000Capital constante (Cc) + 500Capital variable (Cv) + 500Pv., para que se cumpla la condición de equilibrio: II(Capital constante (Cc).) = I(Capital variable (Cv) . + pv.). Las 2.000 de I(Capital variable (Cv) . + pv.) se realizan en medios de consumo fabricados por el sector II a cambio de las 2.000 de I(Capital constante (Cc).

Ahora bien, el "producto de valor" agregado durante el año por los dos sectores es igual a las 2.000 de I(Capital variable (Cv) . + pv.) más las 1.000 de II(Capital variable (Cv) . + pv.) = 3.000. Los otros valores ya estaban creados en años anteriores y sólo se han trasladado a la nueva producción. Esto quiere decir que aun cuando ambos sectores burgueses consumen todo el plusvalor que producen, 2/3 del trabajo anual gastado por el sector I, la mayor parte, se ha usado para aprovisionar de Capital constante (Cc) al sector II.

La reproducción ampliada implica que gran parte del plusvalor en ambos sectores se capitaliza, esto es, se sacrifica consumo de plusvalor para reinvertirlo en la producción de más plusvalor para los fines de la acumulación. Esto supone que amplían su acervo en Capital constante (Cc). Pero obviamente más los capitalistas del sector I que los del sector II, ya que una serie de productos del sector I, sirven como medios de producción en ambos sectores:

<<Para que se pueda operar la transición de la reproducción simple a la reproducción ampliada, pues, la producción en el sector I ha de estar en condiciones de producir más elementos de capital constante para el sector II, pero menos que para el sector I.>> (K. Marx: Op. Cit. Libro II Cap. XXI)

¿De dónde sale el plusvalor adicional para este mayor desarrollo relativo del sector I? Del sector II. ¿Cómo se opera esta transferencia? Por efecto del proceso de formación de la ganancia media capitalista a instancias de la competencia a favor del sector de mayor masa de capital en funciones y más alta composición orgánica del capital. De hecho, la mayor parte del trabajo anual en la sociedad capitalista, se gasta en la producción de capital constante para la producción de maquinaria y materias primas, mercancías cuyos consumidores no son obreros sino capitalistas industriales. Por tanto, es también mucho mayor el intercambio de mercancías entre los capitalistas que entre éstos y los obreros:

<<El obrero sólo puede comprar, incorporarse a la demanda, con respecto a las mercancías que entran en el consumo individual, ya que él mismo no valoriza su trabajo ni posee tampoco, personalmente, las condiciones para su realización, los medios de trabajo y el material para trabajar. Lo cual elimina ya a la mayor parte de los productores (a los trabajadores mismos, allí donde la producción ha adquirido su desarrollo capitalista) Como consumidores, como compradores. [Los trabajadores] no compran materias primas ni medios de trabajo; compran solamente medios de vida (mercancías que entran directamente en el consumo individual). Nada por tanto más ridículo que hablar de identidad entre productores y consumidores, ya que en una cantidad extraordinariamente grande de negocios -todos aquellos que no se dedican directamente a los artículos de consumo- la inmensa mayoría de quienes intervienen en la producción se hallan absolutamente marginados de la compra de lo producido por ellos mismos. No son consumidores directos ni compradores de esta gran parte de productos en cuya producción intervienen como asalariados. (K. Marx: "Teorías sobre la plusvalía" T.II. Cap. XVII -12)

<<La sociedad capitalista emplea una parte más considerable de su trabajo anual disponible en producir medios de producción (capital constante), los cuales no se pueden resolver en rédito ni bajo la forma del salario ni bajo la del plusvalor, sino que pueden únicamente funcionar como capital>> (K. Marx: "El Capital" Libro II Cap. XX. Lo entre paréntesis es nuestro)

A este asunto se refería Lenin en 1897. Polemizando con los populistas rusos desplegaba el siguiente razonamiento: Para producir son necesarios los medios de producción que constituyen una rama especial de la producción social, la que -según hemos visto- en sus esquemas de la reproducción, Marx designa por el sector I, el cual ocupa una determinada parte de los asalariados. Este producido particular, el del sector I productor de medios de producción (maquinas, edificios, materias primas, materias auxiliares, etc.), se realiza, en parte, ingresando a la producción en el mismo sector (por ejemplo, el carbón extraído por una empresa hullera que se utiliza para mover las máquinas extractoras del mismo mineral); en parte mediante el intercambio entre los capitalistas al interior de ese mismo sector (por ejemplo, para producir máquinas se necesitan otras máquinas y herramental específico). Los capitalistas que producen unos y otros medios de producción, realizan, intercambiándose unos con otros, la parte de esos productos destinada a la reposición de su capital constante.

Ahora bien, dada la tendencia histórica al aumento en la Composición Orgánica del Capital global, esto implica que la participación relativa de los asalariados en la producción y en el producto de su trabajo se restringe progresivamente o, lo que es lo mismo, que el sector I se desarrolla más que el sector II:

<<Por lo tanto, el "consumo" se desarrolla inmediatamente después de la "acumulación" o inmediatamente después de la "producción", y por muy extraño que parezca, no puede suceder de otra manera en la sociedad capitalista. En consecuencia, no sólo no es obligatorio que el desarrollo de estas dos ramas de la producción capitalista sea uniforme, sino que, por el contrario, su desigualdad es inevitable. Se sabe que la ley del desarrollo del capital consiste en que el capital constante crece con más rapidez que el variable, o sea, que una parte siempre creciente de los capitales nuevamente formados se destina a la rama de la economía social que provee los medios de producción. En consecuencia, esta última rama crece necesariamente con mayor rapidez que la que produce los artículos de consumo; vale decir, que sucede lo que Sismondi declaraba "imposible", "peligroso", etc. Por lo tanto, los productos de consumo personal, van ocupando, dentro de la producción capitalista, un lugar cada vez menor. Y ello corresponde por completo a la "misión" histórica del capitalismo y a su estructura social específica: la primera consiste en desarrollar las fuerzas productivas de la sociedad (producción para la producción); la segunda excluye su utilización por la masa de la población>> (V.I. Lenin: "Para una caracterización del romanticismo económico" Cap. I ap. V. Lo entre paréntesis es nuestro)

Y ya vimos más arriba cómo a instancias de los precios de producción que corresponden a la formación de la tasa de ganancia media, la competencia opera el proceso de transferencia de ese plusvalor desde el sector II al sector I, garantizando la reproducción ampliada en los dos sectores, lo cual explica que, bajo el capitalismo, la producción crea su propia realización y que, por tanto, el subconsumo de los asalariados ni en sí ni por sí mismo constituye el límite absoluto del sistema capitalista. Únicamente lo es, puesto en relación con el trabajo excedente, pero no como consumo, sino "ex-ante", como trabajo necesario, como capital variable: Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/1decadencia5.htm:

<<Por consiguiente, el capital constante contenido en los artículos de consumo debe crecer con más rapidez que el variable y la plusvalía contenidos en esos mismo artículos, mientras que el capital constante contenido en los medios de producción debe crecer con la mayor rapidez, aventajando el aumento del capital variable (más la plusvalía) contenidos en los medios de producción y el del capital constante en los artículos de consumo. La subdivisión de la producción social que fabrica medios de producción, debe, por consiguiente, crecer con más rapidez que la que produce artículos de consumo.>> (Lenin: "El desarrollo del capitalismo en Rusia" Cap. I punto 6)

 

i) Capital virtual y sobreincremento en la COC

Ahora bien, los medios de producción bajo la forma de capital fijo (máquinas herramientas) entran por completo en cada proceso de trabajo, pero sólo parcialmente en el proceso de valorización. Trasmiten valor al producto que contribuyen a fabricar sólo en la medida en que se desgastan al producirlo. Mientras tanto, la parte de valor que pierden por desgaste y se traslada a los productos fabricados, se realiza en dinero y se retira de la producción bajo la forma de un fondo de amortización[12]; A través de la venta gradual de ese plusproducto, los capitalistas forman así un tesoro, un capital dinerario que Marx también llama "virtualiter", capital adicional "en potencia". Por mediación de los bancos, estos fondos líquidos de los capitalistas en los dos sectores, pasan a la esfera de la circulación dineraria:

<<Sabemos que el capital fijo, una vez efectuado el desembolso correspondiente al mismo, durante todo su tiempo de funcionamiento sigue operando bajo su vieja forma, en vez de renovarse, y que mientras tanto su valor (el equivalente a su desgaste) se precipita paulatinamente ( a la esfera de la circulación) en dinero>> (Op.cit. Libro III Cap. XXI[13]. Lo entre paréntesis es nuestro)

Este dinero es lo que, para Marx, constituye una de las dos formas de tesoro que la clase capitalista constituye para sí, la de capital "en barbecho" bajo la forma dineraria que permanece en la esfera de la circulación. Finalmente, cuando el capital fijo se desgasta por completo y amortiza totalmente su valor acabando de ser trasladado funcionalmente a sus productos, los capitalistas industriales ordenan a sus bancos que les restituyan ese tesoro en dinero quitándolo de la circulación monetaria para reintroducirlo en la esfera productiva bajo la forma de capital fijo materialmente renovado y tecnológicamente actualizado, para los fines de la producción de más plusvalor. (Cfr.: Op. Cit. Libro III Cap. XIX)

Ahora supongamos dos tipos de capitalistas A y B, dentro del mismo sector 1 productor de bienes de producción o de consumo productivo. En el acto de realizar el plusvalor contenido en sus productos puestos a la venta, por una parte los A retiran su equivalente en dinero de la circulación y ponen en ella mercancías por el mismo valor sin retirar otras mercancías a cambio. Como hemos visto, ese dinero que los A retiran, lo atesoran en los bancos. Esto supone que los A actúan como vendedores del plusvalor contenido en sus mercancías sin actuar al mismo tiempo como compradores de mercancías productivas. Esto permite a los capitalistas B arrojar dinero a la circulación retirando de ella nada más que mercancías, para ingresarlas como elemento fijo o circulante de su capital constante. Al mismo tiempo, en otros múltiples puntos de la circulación se verifican transacciones de la misma naturaleza entre capitalistas A', A", etc. con otros tantos B', B" etc. del sector 1 y viceversa, todo ello a expensas del trabajo excedente de los asalariados:

<<La producción en gran escala de capital dinerario suplementario virtual -en numerosos puntos periféricos de la circulación- no es, pues, sino el resultado y la expresión de la producción multilateral de capital productivo adicional virtual, cuyo surgimiento no presupone ningún desembolso de dinero por parte de los capitalistas industriales.>> (Op. Cit. Libro II Cap. XXI)

En este punto del proceso, si consideramos la magnitud de valor, observamos que en estas transacciones no se ha operado ninguna reproducción ampliada, ningún plustrabajo mayor que el empleado en el esquema de la reproducción simple. Lo que ha cambiado es la forma en el empleo del trabajo excedente virtual, "la naturaleza concreta de su modalidad útil particular". ¿Cuál es esa modalidad distintiva? Que ese plusproducto dinerario se ha destinado para aprovisionar de Capital constante (Cc) al sector I en vez de al sector II

En la reproducción ampliada, pues, ese plusvalor en potencia que no se ha consumido y que, atesorado, permanece en la esfera monetaria, cuando se reincorpora a la producción de plusvalor, incrementa la masa global del capital constante en funciones, pero actúa no ya como capital adicional del sector II, sino del sector I, del sector productor de bienes de producción:

<<Se lo ha gastado en medios de producción (capital fijo y circulante) para I Capital constante (Cc) en vez de para II Capital constante (Cc), en medios de producción que crean medios de producción y no en medios de producción que crean medios de consumo (...) Para que se pueda operar la transición de la reproducción simple a la reproducción ampliada, pues, la producción en el sector I ha de estar en condiciones de producir menos elementos de capital constante para II que para I>> (Ibid.)

De lo contrario, no puede haber reproducción ampliada en el sector productor de medios de producción, que es la base material de la acumulación del capital en su conjunto. He aquí por qué según progresa la acumulación y la fuerza productiva del trabajo, la Composición Orgánica del Capital (C.O.C) social global debe crecer más rápido que la producción de nuevo plusvalor, debe adelantarse a ella utilizando plusvalor pretérito para ampliar la escala de la producción en el sector I más que en el sector II. Tal es la condición de existencia del sistema capitalista en tanto productor de plusvalor para los fines de la acumulación, el fundamento orgánico-funcional de la ley del descenso tendencial de la cuota general de ganancia.

De lo dicho hasta aquí se desprende que, cuanto más desarrollada esté ya la fuerza productiva del trabajo en la sociedad y, por tanto, mayor sea el capital productivo que funciona en manos de los capitalistas A y B en los dos sectores de un país cualquiera -incluida la fuerza de trabajo empleada generadora e plusvalor- y el plusvalor mismo, mayor será también el capital dinerario adicional o plusvalor virtual en manos de los A, A', A", etc.

Este capital acrecentado que discurre paralelamente al proceso productivo de plusvalor pero por completo al margen del mismo, mientras permanece así, en barbecho, como abstracto capital potencial, es absolutamente improductivo. El hambre de plusvalor a instancias del sistema crediticio, tiende a que el tiempo muerto en que esa creciente magnitud de plusvalor pretérito ingresa y permanece como dinero en la esfera del capital virtual en circulación, sea cada vez menor, lo cual multiplica la masa de capital constante que es devorado por la esfera de la producción de nuevo plusvalor, en proporción tendencialmente mayor que éste y que la población asalariada ocupada:

<<El afán de volver utilizable ese plusvalor que se atesora como capital dinerario virtual, para obtener tanto una ganancia como un rédito, encuentra su satisfacción en el sistema crediticio y en los "papeluchos". El capital dinerario adquiere de esta manera, bajo otra forma (la de capital constante y variable), el influjo más descomunal sobre el curso y el desarrollo imponentes del sistema capitalista de producción>> (Ibíd. Lo entre paréntesis es nuestro)

j) Verificación de la tendencia al descenso en la tasa de ganancia.

En semejantes condiciones, es lógico y natural que llegue el momento en que el plusvalor no alcance o no sea suficiente para valorizar todo el capital acumulado en funciones, lo cual se expresa en una tasa de ganancia descendente. Por un lado, dados los límites absolutos de la jornada laboral media, a medida que aumenta la fuerza productiva, el plusvalor y el empleo de asalariados aumentan cada vez menos -éste último a un ritmo crecientemente menor respecto del crecimiento de la población obrera explotable, porque el trabajo necesario disponible para ser convertido en excedente disminuye cada vez más[14]. Por otro lado, dada la masa de plusvalor virtual disponible, el tiempo de trabajo muerto (capital constante) aumenta cada vez más rápido, más de lo que aumenta el plusvalor y el trabajo necesario. Hay exceso de capital acumulado respecto del capital adicional. Pero, por otro lado, el aumento en la composición orgánica del capital que tiende a deprimir la tasa de ganancia, hace que ese capital demasiado grande resulte insuficiente. En efecto, como hemos comentado ya, con una Composición Orgánica del Capital de 50 Capital constante (Cc). : 50Capital variable (Cv) , suponiendo que el salario diario por obrero sea de un Euro, y la tasa de explotación del 100%, para emplear a 1.000 obreros se necesitan 2.000 Euros. Pero si la Composición Orgánica del Capital (C.O.C) aumenta hasta llegar a ser 90 Capital constante (Cc). : 10 Capital variable (Cv) ., para emplear a esos mismos 1.000 obreros se necesitan 10.000 Euros: 9.000Capital constante (Cc) + 1.000Capital variable (Cv).

En este caso ¿de dónde saca la burguesía esos 10.000? Aunque la productividad del trabajo haya aumentado la tasa de plusvalor, convirtiendo gran parte de las 4 horas restantes del trabajo necesario en excedente y dejando a la mayoría de los 1.000 obreros en el paro, el plusvalor obtenido de ese capital variable mermado, sería bastante inferior a los 500 Euros obtenidos con un capital de 2.000, de modo que, aun cuando los burgueses debieran vivir del aire para capitalizar todo el plusvalor, con eso estarían muy lejos de reponer en su momento el desgaste de su capital constante.

Entonces, el descenso de la tasa de ganancia revela, por un lado, que hay demasiado capital, tanto respecto de la masa de población explotada como del plusvalor obtenido; pero, por otro lado, esto también significa que el capital es demasiado pequeño, que no alcanza para emplear a la masa de población explotable; y que el plusvalor es insuficiente para garantizar la reproducción ampliada en condiciones de pleno empleo.

k) Otras formas del capital para saltar sobre sus propios límites

¿Significa esto que el proceso de valorización se derrumba? Significa que la tendencia al derrumbe se verifica como un límite que el capital se pone a sí mismo:

<<Pero el capital en cuanto representante de la forma general de la riqueza -en dinero- es el impulso sin límites y sin medida para pasar por encima de sus propios obstáculos. Todo límite es y tiene que ser un obstáculo para él. De lo contrario dejaría de ser capital, dinero que se produce a sí mismo. Tan pronto como él no sintiera un determinado límite como obstáculo, sino que se sintiera a gusto dentro de él, él mismo habría descendido de valor de cambio a valor de uso, de la forma general de la riqueza a una existencia sustancial de la misma. El capital en cuanto tal crea una plusvalía determinada, porque no puede crear de golpe una plusvalía infinita; pero el capital es el movimiento constante para crear más plusvalía. El límite cuantitativo de la plusvalía se le presenta sólo como obstáculo natural, como una necesidad que él intenta constantemente dominar y superar.>> (K. Marx: "Grundrisse" III - Plusvalía y fuerza productiva)

Como hemos visto, ese límite se presenta cuando la masa de plusvalor no alcanza para garantizar la reproducción ampliada del capital -ya acumulado- en funciones. Previo al crack que desemboca en la desvalorización del capital sobreacumulado, la forma que tiene el sistema de saltar sobre el obstáculo de la insuficiencia de plusvalor, consiste, por un lado, en acudir al capital dinero autónomo que permanece en la esfera de la circulación. Pues bien, desde 1995 a 2000, la inversión neta en capital fijo de las empresas estadounidenses aumentó en 321.000 millones de dólares, mientras que el endeudamiento empresarial se disparó hasta alcanzar los 2,472 billones de dólares[15]. Así, entre 1995 y 2000, por cada dólar añadido a una inversión adicional en capital fijo neto, las empresas norteamericanas han contraído 7,7 dólares de deuda. Según el Centro cubano de Investigaciones de la Economía Mundial (CIEM), a fines de 2001 las obligaciones contraídas por las empresas norteamericanas superaban el 100 por ciento del PIB estadounidense, es decir, más de 10 billones de dólares.

Cierto, semejante desproporción entre las deudas contraídas y la riqueza creada, significa que buena parte del recurso al crédito de las empresas americanas, está siendo destinado a la compra de empresas privadas y a la privatización de empresas estatales (en el caso de EE.UU. fuera del territorio nacional); o sea, al cambio de manos de fuentes de plusvalor, a la centralización de los capitales, no a la reproducción ampliada del capital global para la creación de más plusvalor. Pero no es menos cierto que el saneamiento de personal, la reducción de capital variable que acompaña invariablemente a toda fusión privada y privatización de empresas estatales, redunda en un mayor aumento en la Composición Orgánica del Capital global y, por tanto, refuerza la tendencia al descenso en la tasa media general de ganancia.

Y en este recurso al crédito para ampliar la escala de la producción, no sólo se está tirando hoy día de los recursos genuinos del sistema, del plusvalor pretérito bajo la forma de capital dinerario en barbecho constituido por los fondos de amortización del capital fijo, sino del salario ya percibido bajo la forma de ahorros personales y familiares, y hasta de los fondos de pensiones "en poder" de los asalariados activos, cuyo futuro confían a la supuesta solvencia de grandes compañías que luego entran en quiebra, como es el caso del gigante energético Enron, o la compañía de telecomunicaciones WorldCom, involucrada en el más reciente escándalo corporativo del país:

<<Sólo el gobierno federal de este país parece haber perdido más de $1.600 millones en acciones vinculadas a fondos de retiro, invertidos en la compañía de telecomunicaciones. El Sistema de Seguros de Empleados Públicos de California, el mayor del país, con fondos de $149.000 millones, estimó haber perdido $565 millones en acciones y bonos de WorldCom. El fondo de retiro estatal para los maestros perdió $263 millones. El fondo de pensiones públicas de Nueva York, con $112.000 millones, espera pérdidas de alrededor de $300 millones, convirtiendo a las acciones de WorldCom en la peor de sus inversiones, dijo Carl Mccall su contralor.

En su conjunto, las pérdidas estimadas de Enron en California, Florida, Iowa, Michigan, Nueva York, Oregon, Tennessee y Washington totalizan $1.600 millones. Muchos grandes fondos estatales de pensiones, incluyendo los de Massachusetts, Texas y Virginia, todavía no han reportado sus daños.>> (© CONTACTO Magazine 28/07/02)

Esta movida supone resucitar trabajo necesario muerto -buena parte de él teóricamente destinado al mantenimiento de los futuros jubilados-, para convertirlo en plusvalor absoluto adicional completamente al margen del aumento en la productividad. Algo así como si, "post festum", se extendiera la jornada laboral media más allá de sus límites físicos tolerables:

<<Si los fondos de pensión y los fondos mutuos son la máscara de proa del capital financiero contemporáneo, en particular por el control directo ejercido sobre la producción de plusvalía, el sistema bancario sigue siendo un componente esencial. El sistema bancario (en cuya base está el Banco Central) se mantiene en el corazón de los mecanismos de la creación y, en gran parte, de la multiplicación del capital-dinero de préstamo bajo sus múltiples formas.>> (Claude Serfaty: "Wall Street, el capital financiero y sus efectos devastadores": http://www.herramienta.com.ar/13/13-2.html)

En este punto se podrá objetar que, de este modo, el supuesto límite infranqueable de la jornada laboral media no se corresponde con la realidad, porque a instancias del dinero en su carácter de representante universal del valor -que borra sus correspondientes referentes materiales permitiendo malversar su uso- el capital tiene capacidad para extender el trabajo necesario y convertirlo en excedente. Pero al no ser directamente plusvalor, este salario pretérito no se contabiliza en el numerador de la tasa de ganancia, sino en el denominador, en concepto de capital invertido. Es un poder de compra que complementa al insuficiente plusvalor obtenido para ampliar la producción de más plusvalor a instancias de la compra adicional de medios de producción y fuerza de trabajo viva. Por lo tanto, no anula la tendencia al derrumbe, sólo aleja el horizonte de su cumplimiento; porque no puede evitar que el plusvalor siga aumentando menos que el capital invertido.

Nadie puede vender sin que otro compre por su equivalente. Pero la existencia del dinero como equivalente general y medio universal de cambio, permite que nadie necesite comprar por el hecho de haber vendido. El dinero escinde la unidad económica interna entre la compra y la venta, autonomiza estos actos que no son autónomos sino interdependientes el uno del otro. Sin embargo, si el dinero hace que esta autonomización interna -entre las ventas que no son inmediatamente correspondidas por equivalentes compras- se prolongue, se presenta inevitablemente la crisis de realización, que al mismo tiempo es una crisis de superproducción. Por lo tanto, estas formas de las metamorfosis mercantiles M-D (...) D-M relativamente autonomizadas en el tiempo a instancias del dinero en la esfera de la circulación, sólo constituyen la posibilidad de las crisis, porque su necesidad, lo que hace que las crisis efectivamente se produzcan, se realicen, está en la esfera de la producción, en la contradicción entre la tendencia del capital global como capital dinero a comprar y acumular más valor, que el que la masa decreciente de plusvalor producido permite vender para seguir acumulando. Así, esto de comprar a crédito más valor que el plusvalor contenido en lo que se vende, no puede prolongarse por mucho tiempo. Y aquí interviene la tasa de interés. Se puede financiar la producción de plusvalor a crédito cuando la tasa de ganancia es, por ejemplo, del 20% y la tasa de interés del 12%. Pero dado el más rápido crecimiento de la acumulación que el incremento del plusvalor, si la tasa de ganancia baja al 15% mientras merman las fuentes de crédito y la tasa de interés sube al 18%, la reproducción ampliada se torna imposible y la desvalorización del capital acumulado se hace presente tras el "crack" del proceso productivo.

 

l) Conclusión

"Por sus frutos los conoceréis", decía Jesús de Nazaret a sus discípulos refiriéndose a los falsos profetas. La que acabamos de exponer, es una manera de demostrar empíricamente, por sus resultados, que la propensión al aumento más que proporcional de la Composición Orgánica del Capital respecto del plusvalor -fundamento de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia a escala mundial- está debajo de lo que las magnificencias del capital prometen siempre antes de que la masa de plusvalor obtenido después de cada incremento de capital, sea inferior a la obtenida antes de ese incremento, y la crisis de desvalorización ajuste las cuentas con esta tendencia a la sobreacumulación absoluta.

Al margen de estas crisis de desvalorización periódicas, a medida que las fuerzas productivas recortan cada vez más la parte del trabajo necesario todavía convertible en plusvalor, y que el fenómeno de la trasnacionalidad del capital deja en un segundo plano a los antiguos Estados nacionales, la contradicción interimperialista se expresa cada vez más en términos de colisión de intereses entre unas pocas grandes fracciones del capital internacional agrupados en Estados multinacionales, que trascienden la competencia económica pacífica y dan pábulo a nuevas conformaciones más o menos violentas entre esos agrupamientos. (Cfr: http://www.nodo50.gpm/1pac.htm)

Al mismo tiempo, el achicamiento del plusvalor relativo que queda por capitalizar, debilita la base material de la pequeñoburguesía, así como los salarios diferenciales que hasta ahora han venido dando sentido económico a la aristocracia obrera, de modo que ese bloque social interclasista cuya función histórica de cuña ideológica y política al servicio de la conciliación de clases, fue hasta ahora perfectamente funcional a la continuidad de la reproducción ampliada del capital en situación de crisis abierta, al ir desapareciendo su base económica, la ley del valor también lo vacía socialmente y opera su trasvase hacia el polo dialéctico del proletariado, que no sólo tiende a fortalecerse numéricamente ratificando su condición de mayoría absoluta de la sociedad, sino en términos de homogeneización salarial y, por tanto, ideológica y política.

¿Qué hacer, dejamos que la humanidad deba pasar por los dolores de un parto socialista que suponga otra catástrofe bélica mundial hasta que el "viejo topo" deje sin sentido a los frentes populares, o dedicamos nuestra vida a combatir esta lacra ideológica y política para unificar al proletariado en torno a la teoría revolucionaria? Tal es el supremo valor ideológico y la trascendencia política de la teoría de la tendencia decreciente de la tasa media de ganancia en estos momentos.

 

POSIBILISMO REAL DEL PROLETARIADO ANTE LA NECESIDAD HISTÓRICA DEL SOCIALISMO

Transcripto de: http://nodo50org/gpm/8vacaslocas.htm

 

a) De la anarquía capitalista de la producción a la planificación socialista

 

Dado que lo que motiva el comportamiento de los patrones capitalistas bajo este sistema social no son las necesidades sociales sino la ganancia, aun cuando jamás se producen demasiados medios de subsistencia para satisfacer las necesidades de toda la población, la tendencia dominante es a producir en exceso respecto de los demandantes con capacidad de pagar por ellos. Tal es la contradicción despilfarradora del capitalismo, el agujero negro por el que numerosos patronos capitalistas son periódicamente arrastrados hacia el sumidero de la ley del valor junto con sus asalariados.

El móvil de la ganancia provoca el divorcio entre la producción y las necesidades sociales, generando un proceso en el que la previsión y el necesario control predeterminante de lo que se produce y cómo, son pautas por completo ajenas al sistema y, por tanto ausentes en él, donde es el mercado el que se encarga de corregir, “a toro pasado”, las consecuencias económicas y sociales de los desajustes periódicos entre producción y consumo.

Esta anarquía de la producción resultante del divorcio entre los distintos productores y de la producción global resultante respecto del consumo de la sociedad, está en la raíz no sólo del despilfarro permanente de trabajo social sino de la manipulación dolosa más o menos inconsciente de la naturaleza y de las consecuentes noxas o daños a la salud de los consumidores, siendo la causa última de crisis periódicas de efectos sociales y humanos cada vez más catastróficos.

 

b) Centralización de los capitales y socialización objetiva del trabajo

De estas premisas y consecuencias reales del capitalismo, surge lógicamente la necesidad objetiva de implantar en la sociedad el control predeterminante de lo que se produce y cómo. Pero esto supone subvertir las condiciones sociales en que se produce bajo el capitalismo, restaurando el vínculo histórico-natural entre producción y necesidades sociales[16], convirtiendo la propiedad privada sobre los medios de producción en colectiva, lo cual supone la histórica supresión del trabajo asalariado. Y como es natural y comprensible, los prejuicios sociales de "la objetividad mecanicista en que se atrinchera la voz de la costumbre", dicen que esto es imposible y, por tanto, utópico. La experiencia de lo que pasó por ser socialismo en la ex URSS y demás países del llamado "socialismo real", con su lastre histórico de atraso tecnológico ligado al desorden económico, la penuria relativa de las mayorías y los privilegios de la burocracia dominante, abonan sin duda esta creencia.

Toda producción social genérica, es decir, independientemente del sistema social de vida imperante, se lleva a cabo mediante los llamados factores de la producción. Estos factores son: el trabajo (FT) y el conjunto de maquinas herramientas, edificios, materias primas y auxiliares (combustibles, lubricantes, etc,) o sea, los medios de producción (MP) a través de los cuales se lleva a cabo todo proceso de trabajo. El producto material de este proceso resulta de la articulación entre FT y MP, en tanto que el progreso de la fuerza productiva del trabajo se determina mediante la relación positiva creciente entre MP y FT, esto es, por la creciente capacidad de la fuerza de trabajo individual FT para poner en movimiento mayores y más eficaces medios de producción MP, lo cual se traduce en una mayor riqueza material a disposición de la sociedad. Esto implica que el empleo de los factores de la producción durante cada proceso de trabajo, además de reproducir o reponer el desgaste de los factores de la producción, tenga capacidad para crear una creciente masa de riqueza excedente. A este progreso material de la vida social se le llama también "reproducción ampliada"

En la sociedad capitalista, donde no se produce sólo para crear riqueza material sino valores y no sólo valores sino ante todo plusvalor o ganancia, los factores materiales de la producción se traducen en distintas magnitudes de valor-capital empleado o invertido -donde MP se convierte en C (capital constante), FT en V (capital variable o salario)- para la producción de riqueza excedente bajo la forma capitalista de plusvalor Pl.

Ahora bien, si como es cierto que el progreso de la fuerza productiva se mide por la relación crecientemente positiva MP/FT, lo cual supone que una parte creciente del trabajo que excede al necesario para reponer los factores de la producción en funciones se destina a fabricar más y mejores medios de producción, bajo el capitalismo esto se traduce en que una parte relativamente mayor del trabajo excedente apropiado por la burguesía bajo la forma de capital adicional o plusvalor obtenido en cada rotación del capital social global, se invierta en capital constante C en detrimento de la ampliación de la plantilla de personal asalariado o inversión en capital variable V.

Y según crece históricamente la relación MP/FT, cuya expresión de valor es C/V o composición orgánica del capital, el mínimo de capital en funciones por cada empresa compatible con la tasa de ganancia aumenta en el marco de un recrudecimiento de la competencia intercapitalista, lo cual acelera la centralización de los capitales y la consecuente socialización objetiva del trabajo.

 

c) ¿Qué es y en qué consiste la socialización objetiva del trabajo?

Se trata, en primer lugar, de una interdependencia creciente entre los distintos procesos de trabajo en un principio aislados los unos de los otros por diversos productores privados que desaparecen para dar lugar a grandes complejos industriales de tipo oligopólico, así como entre las opciones de inversión productiva y las cantidades y calidad de los productos resultantes de dichos procesos productivos que finalmente son consumidos. En el siglo XIV, esta interdependencia afectaba a unos cientos de personas de la población media en un país de Europa o Asia, mientras que hoy compromete a millones de personas.

Cuando aumenta el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo y la industrialización progresa bajo el capitalismo, el mercado deja de determinar la producción de parcelas crecientes del proceso global de trabajo en la sociedad, que así pasan cada vez más a estar en función de la organización planificada de la producción predominante en un número creciente de grandes empresas. Con el aumento de la masa de capital en funciones en cada empresa, mayor es la escala y el volumen de la producción de diversos productos resultante de la planificación en el seno de una sola empresa. Con la aparición del capitalismo monopolista, el plan se extiende de fabricas que producen distintas mercancías a la empresa propietaria que centraliza las decisiones de inversión en cada una de esas fábricas y la cantidad y calidad de los productos a fabricar en cada una de ellas según un plan de producción global para la empresa. En la época de las sociedades multinacionales, el plan se hace internacional y afecta en el terreno jurídico a numerosas y diversas empresas de distintas ramas de la producción social.

La consecuencia a largo plazo de este proceso en el capitalismo tardío, es una reducción drástica del trabajo social asignado por el mercado capitalista en relación a la creciente asignación directa por las grandes empresas. La causa de este cambio radica, como acabamos de explicar, en la lógica interna del capitalismo, en su dinámica propia de acumulación, competencia y aceleración de la unidad y centralización de los capitales incluso a escala internacional. Por ejemplo: cuando la Empresa multinacional Renault produce las piezas sueltas de sus camiones en una de sus factorías A, en otra B procede a unir mecánicamente esas piezas de las que resultan las autopartes, y, finalmente, en otra C realiza el montaje, el hecho de que el ordenador que calcula los costes parciales de forma minuciosa elabore seudofacturas que acompañan respectivamente al transporte de las piezas sueltas de A a B, y de ésta última los componentes a C, esto no quiere decir que la fábrica A venda las piezas sueltas a B y ésta las autopartes a C. Aquí no hay intercambio sino simple traslado, donde no es el mercado -sino el objetivo planificado de la producción de camiones dentro de la Renault- lo que determina la asignación de factores o recursos productivos para el número de piezas sueltas y autopartes que deben ser fabricadas con arreglo a ese plan. Estas factorías A y B no pueden "quebrar" porque "suministren" demasiados productos parciales a la factoría C que los monta.

Obviamente, grandes empresas multinacionales, que, independientemente las unas de las otras planifican su producción en gran escala, fabrican y compiten entre sí para vender sus productos terminados a consumidores productivos, como la Renault, la General Motors o la Volkswagen, hay muchas en otras muy diversas ramas de la industria; cada una con un plan de producción particular decidido por una pequeña elite de directivos. Cuanto mayor es la masa de productos resultantes de esta socialización objetiva del trabajo en un mayor número de grandes empresas, aunque concentrada en relativamente menores puntos de compra-venta la anarquía de la producción persiste y se vuelve potencialmente más explosiva, por esto y porque la fusión del gran capital con el Estado determina en muchos casos que el volumen de la producción de estas empresas no dependa del mercado sino de decisiones políticas. De este modo, el divorcio entre producción y consumo sigue regimentando el proceso global del trabajo social, dado que la socialización objetiva del trabajo en las grandes empresas, se limita a planificar la producción de bienes intermedios que no llegan al consumidor final sino como partes de un todo.

 

d)  La socialización objetiva del trabajo supone la asignación irracional de los recursos

Es necesario aclarar que este tipo de planificación al margen del mercado, pero que, en última instancia, está en función de él, no implica una asignación científica de los recursos productivos y nada tiene que ver con el desarrollo humano. En el caso concreto de los automóviles, por ejemplo, la asignación de recursos dedicados a esta industria, es una variante más de la cultura autotanática determinada por el capitalismo. En 1996, el National Safety Council de Estados Unidos ha hecho un estudio por el que se concluye que el capital invertido en la fabricación de automóviles está en la causa indirecta de muerte de más estadounidenses que el total de víctimas en todas las guerras que ese país ha librado durante los últimos doscientos años.  http://www.mit.edu:8001/people/howes/eco/car.htm

Según el reporte de Lola Zato publicado en la edición de "Diario 16" del 30/07/94, en el lapso de 25 años contando a partir de 1970, murieron en accidente de carretera un número de ciudadanos americanos mayor que el que suman los que murieron en las dos Guerras Mundiales, en la de Corea y en la de Vietnam. Esta causa de muerte  que peso sobre los magnates que sacan provecho de ella en contubernio con los Estados capitalistas que la promocionan de modo prioritario, refuerza sus letales efectos en razón de que, para solventarla, se retrae gran parte de los limitados recursos disponibles en el mundo que, de otro modo, podrían destinarse a la investigación científica para la curación de numerosas enfermedades de las que todavía no se sabe siquiera su etiología. El contubernio genocida entre los capitales oligopólicos de la industria automotriz con todos los Estados capitalistas del mundo, se hace evidente por el hecho de que los automóviles son máquinas paradójicamente construidas con capacidad de alcanzar velocidades tan altas, peligrosas e insensatas, que resultan necesariamente mortíferas y están penalizadas por todas las legislaciones del mundo. Sin embargo, estos mismos Estados nacionales que multan a los conductores por exceder la velocidad permitida en los códigos de circulación, al mismo tiempo subvencionan millonariamente la fabricación de automóviles capaces de superar holgadamente la velocidad prohibida. Semejante cinismo genocida sólo se explica por la lógica particular del capital en esta rama de la industria, que convierte la compra y el uso de automóviles en una fuente de acumulación de capital y de ingresos fiscales, lo cual explica el fenómeno de la fusión entre el gran capital y el Estado burgués, que Lenin atribuyó a la etapa imperialista o postrera del capitalismo.

La socialización objetiva del trabajo típica del capitalismo tardío, pues, implica simplemente una planificación o asignación directa "ex ante", independiente de los resultados de la oferta y la demanda, opuesta a la clásica asignación por el mercado que se efectúa "ex post", es decir, dependiente de la realización o venta del producto. Pero sigue siendo, sin duda, una planificación irracional, porque, en última instancia, sus resultados dependen de las fuerzas incontrolables e impredecibles del mercado, y porque responde a los intereses de una minoría social opulenta. No obstante, es precursora de la planificación racional, para lo cual hay que convertirla en subjetiva o política, reemplazando al mercado por la democracia real de los productores-consumidores libres asociados. Quienes sostienen que la socialización subjetiva del trabajo es una utopía de imposible realización, debieran estar más atentos a las señales de la historia y tratar de ver un poco más allá de sus propias narices mercantiles. Percibirían, entonces, cómo palpitan en el vientre del capitalismo tardío las formas nonatas de la planificación socialista, que las fuerzas productivas del trabajo están pugnando por alumbrar.

 

e)  Necesidades ilimitadas Vs. jerarquía y autolimitación de las necesidades.

Una de las objeciones que los partidarios del socialismo de mercado hacen a los que defendemos la planificación socialista, se afirma en el prejuicio burgués -compartido por el stalinismo- de que las necesidades de consumo son ilimitadas y su satisfacción exige un número ilimitado de productos. La conclusión es que el número de decisiones a adoptar excede las posibilidades reales de cualquier asociación democrática de productores. En su libro, "La economía del socialismo factible", por ejemplo, Alec Nove partió de esta premisa producto de su imaginación apocada por su alma de pequeño propietario: Cuanto mayor es el grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas de la sociedad, mayor es la masa de productos diferentes y, por tanto, mayor el número de decisiones alternativas posibles de asignación de recursos, que así se vuelven cada vez menos previsibles. Sobre esta idea gravita decisivamente una filosofía irracional escatológica de cuño religioso, inspirada en la maldición bíblica del Apocalipsis. En efecto: si es cierto que cuanto mayor es el dominio que la sociedad humana ejerce sobre la naturaleza, menor es su capacidad de prever y controlar racionalmente las decisiones que le conciernen como sociedad, lo único previsible es que se sucedan inevitablemente catástrofes como la Segunda Guerra mundial o amenazas de epidemias devastadoras como el SIDA, la EEB y demás pandemias asociadas a la difusión geográfica de materiales como el amianto, o de sustancias como el uranio y el plutonio, previsión que induce a esperar paciente y resignadamente la desaparición del género humano a plazo fijo.

Al principio de la segunda parte de su libro, Nove dice que, en 1981, sobre doce millones de productos diferentes que por ese entonces existían en la URSS, de su desglose resultaban en conjunto 48.000 decisiones de planificación. De esa relación surgía un "producto medio" de 250 subproductos que, según Nove, no podían ser objeto de planificación sistemática a causa de la "maldición de la escala", debido a que "la información que habría que manejar para ello sería excesiva".  En primer lugar, Nove parte de un cúmulo de bienes en una sociedad -como la soviética tras la muerte de Lenin- que ha alentado políticamente la idea de que, con el desarrollo de las fuerzas sociales productivas, las necesidades y los productos que las satisfacen se suman históricamente unas a otras en una progresión que tiende al infinito. Esto es falso. Una gran cantidad de datos empíricos sobre los hábitos de consumo de centenares de millones de personas en diversos países durante numerosos decenios, ha permitido comprobar que existe en este comportamiento un orden de prioridades en el sentido de que, como consecuencia del crecimiento económico y la diversificación o aumento de las necesidades, se observa entre ellas una jerarquía bien definida. Este orden de jerarquías permite distinguir entre necesidades fundamentales o primarias, necesidades secundarias y necesidades de lujo o marginales. Se incluyen en la primera categoría el alimento de base y las bebidas, vestidos, alojamiento con el confort correspondiente (agua corriente, calefacción, electricidad, material de aseo y mobiliario), gastos para la educación, la salud y los desplazamientos. Finalmente, un mínimo de recursos para recrear la fuerza de trabajo de los asalariados a un nivel dado de intensidad, así como los negocios de la burguesía. Estas necesidades varían en el espacio y en el tiempo. Sus fluctuaciones dependen de cambios de importancia en la productividad del trabajo medio y en la correlación de fuerzas entre las dos clases sociales universales en lucha.

La segunda categoría de bienes y servicios comprende a la mayor parte de los alimentos, las bebidas y los vestidos suplementarios o de ocasión, así como los objetos sofisticados de la casa, los bienes y servicios más elaborados en el aspecto de las aficiones, la cultura personal y el tiempo libre, incluidos los medios de comunicación y de transporte privados, como el teléfono y el automóvil. Todos los demás bienes de consumo y servicios forman parte de la tercera categoría, la de gastos de lujo, restringida a una minoría social bajo el capitalismo. Obviamente es difícil fijar una delimitación precisa o rígida entre estas tres categorías de necesidades. El paso gradual de bienes y servicios entre la primera y la segunda categoría, depende del crecimiento económico y el consecuente progreso social. La distinción entre la segunda y la tercera categoría depende de preferencias socioculturales donde se verifica más intensamente la identificación ideológica y política de pequeños patrones capitalistas y determinados sectores de la aristocracia obrera con la burguesía.

Esta jerarquía de necesidades no es el resultado de ningún diktact de las fuerzas del mercado ni de minorías sociales o "expertos iluminados". Se expresa mediante el comportamiento espontáneo o semiespontáneo de los consumidores. Según avanza el desarrollo de las fuerzas productivas y la masa de capital en funciones, la producción de nuevos bienes y servicios crea su propio mercado, nuevas necesidades, pero la jerarquía en la opción de compra entre el abanico ampliado de las necesidades es obra de los consumidores.

Esta jerarquía de necesidades tiene un aspecto aún más importante. En cada nivel sucesivo del crecimiento económico de la sociedad, la elasticidad de la demanda de ciertos bienes de la categoría más baja tiende a cero o se vuelve negativa, determinando una menor ponderación en ese nivel jerárquico de necesidades que, así, se autolimitan. De hecho, el consumo por habitante de alimentos de base (pan, patatas, etc., en los países capitalistas más desarrollados, disminuye muy sensiblemente tanto en cifras absolutas como en porciento de los gastos nacionales en términos monetarios. Lo mismo pasa con las frutas y legumbres oriundas de cada país, la ropa interior de base, los calcetines, así como los muebles elementales. Las estadísticas indican también que, a pesar de la diferenciación creciente de gustos y de productos, el consumo global de alimentos, de vestidos y de zapatos tiende a saturarse e incluso a declinar.

Pero la saturación de las necesidades de base trascienden al hecho mismo del cambio de ponderación de los distintos bienes en el comportamiento de los consumidores: hábitos racionales de consumo reemplazan la supuesta propensión a consumir cada vez más. Y estos cambios no se operan por influjo del mercado ni de ninguna elite burocrática planificadora. La evolución en el consumo alimenticio es un ejemplo elocuente de este proceso. Mientras el fantasma del hambre azotó periódica e indiscriminadamente a la humanidad, fue algo natural que los seres humanos vivieran obsesionados por la idea de comer. Cinco años de restricciones severas a la provisión de alimentos en Europa durante la Segunda Guerra mundial bastaron para provocar una grosera explosión de glotonería desde el momento en que, desde 1945, fue posible superar aquellas condiciones de penuria y se restauró la idea de un consumo ilimitado. Menos de veinte años más tarde, las prioridades han cambiado de forma espectacular. Los hábitos se han ido haciendo a la idea de comer menos y no más. Preservar la salud se ha convertido en algo más importante que la glotonería.

 

f)  ¿Quién crea las necesidades bajo el capitalismo?

Pero, que bajo el capitalismo el asalariado -en su función de consumidor- establezca una jerarquía de necesidades dentro de los límites de una restricción presupuestaria determinada por su renta, eso no quiere decir que participe en la creación de sus propias necesidades. Esto corre por cuenta de los capitalistas a instancias del desarrollo de las fuerzas productivas y la propensión a la ganancia. Los carros tirados por caballos fueron reemplazados por el automóvil moderno a raíz de que capitalistas como Henry Ford supieron convertir en plusvalor el descubrimiento de las leyes de la termodinámica que hicieron realmente posible inventar el motor a explosión. No ha habido, pues, nunca decenas de miles de consumidores gritando: "querido H. Ford, ¡danos automóviles!", o, "amigos de Apple Corporation, ¡dadnos microprocesadores!" Lo que ha habido son negocios que se concretaron en la producción de nuevos productos, generando así su correspondiente necesidad. En este sentido, la producción capitalista crea su propio mercado aun cuando no su propia demanda equivalente, lo cual, como hemos visto, explica el despilfarro permanente y las crisis. Esto significa que el consumo de los productores directos, los asalariados, no es un consumo activo sino pasivo. Al carecer de toda libertad en el ámbito de la producción, tampoco deciden qué consumir sino que optan entre lo que hay en el mercado, en muchos casos, esa opción recae sobre productos relativamente superfluos y hasta nocivos y mortíferos, tal es el caso de los automóviles concebidos como medio individual de desplazamiento para vender el mayor número posible de unidades y de valor en términos de capital mercancía.

Que haya distintos tipos de detergentes o de coches, en parte responde a la diferenciación de los patrimonios, esto es, a la desigual capacidad de compra de los potenciales consumidores que la sociedad de clases bajo el capitalismo tiende a preservar; en parte a los secretos de fabricación y a las patentes de marca de las distintas empresas homólogas que compiten en el mercado por rapiñar una parte alícuota de la ganancia global producida por la masa de trabajo ajeno en cada rama de la producción y del comercio. Todo esto empieza la cuenta atrás de su desaparición desde el momento en que el capital es abolido y las técnicas de producción pasan a ser compartidas solidaria y democráticamente entre los trabajadores-propietarios-colectivos de todas las ramas de la producción social, es decir, cuando la sociedad humana sale de la charca cenagosa del capitalismo y comienza su nueva andadura histórica sobre el suelo económico y social granítico de los productores libres asociados.

Esto no supone instalarse en el ascetismo y la frugalidad, sino al contrario. La perspectiva socialista se orienta hacia la satisfacción gradual de necesidades cada vez más numerosas, no hacia su restricción al nivel más elemental. Marx no abogó jamás en favor del ascetismo y la austeridad. Al contrario, teniendo en cuenta que el desarrollo incondicional de las fuerzas productivas va inextricablemente unido al aumento y variedad de las necesidades humanas, el concepto de personalidad plenamente desarrollada que está en el centro del humanismo comunista comprende la tendencia a la producción de una creciente variedad de bienes y servicios, pero también la tendencia a suprimir numerosas "necesidades" que el capitalismo asocia a una cantidad ingente de bienes y servicios superfluos y hasta nocivos, como las drogas y los juegos de azar. El tránsito a la sociedad comunista también pasa por revolucionar el concepto de necesidad social.

Al desaparecer la propiedad privada sobre los medios de producción que -en términos de libertad- se interpone entre los productores directos y todo lo que producen, además de democratizar los conocimientos científicos aplicados a la producción social, se potencia el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo social más allá de las posibilidades reales del capitalismo. En efecto, para que una innovación tecnológica incorporada a un medio de producción cualquiera justifique ser aplicada al proceso productivo capitalista, la parte del valor que ese medio de producción transfiere por desgaste a cada producto individual, debe ser menor que el costo de la mano de obra que reemplaza, cuyo valor, el salario, es naturalmente menor que el creado durante la jornada de labor entera. En otros términos, debe reducir el valor de la mercancía producida, en más de lo que la encarece el costo de la mano de obra sustituida por el aumento en la productividad resultante de esa mejora tecnológica.

Al desaparecer la figura del burgués, la parte de cada jornada laboral apropiada por él como ganancia se convierte en patrimonio común de la sociedad de productores libres sumado al costo social de la mano de obra empleada que así aumenta hasta comprender el valor creado en la jornada de labor entera. Bajo estas nuevas condiciones, una mejora tecnológica podrá ser introducida cuando el valor del desgaste transferido a cada unidad de producto fabricado, sea menor que el valor creado por el trabajo desplegado durante el total de la jornada de labor, no sobre su parte paga, como sucede bajo el capitalismo. Bajo estas nuevas condiciones, para introducir una mejora tecnológica no será necesario esperar a que los costes sociales de producirla bajen hasta equipararse con el valor del salario que sustituye técnicamente, sino que bastará con que se igualen al mayor valor creado durante la jornada de labor completa. Esto demuestra que las fuerzas productivas del trabajo social se desarrollan más rápido en la economía de transición al socialismo que bajo el capitalismo:

<<Por consiguiente, para el capital la ley del incremento de la fuerza productiva del trabajo no tiene validez incondicionada. Para el capital, esa fuerza productiva se incrementa no cuando se economiza en general en materia de trabajo vivo, sino sólo cuando se economiza en la parte paga del trabajo vivo más de lo que se adiciona en materia de trabajo pretérito, tal como ya se ha insinuado sucintamente en el libro I cap. XIII. Aquí el modo capitalista de producción cae en una nueva contradicción. Su misión histórica es el desarrollo sin miramientos, impulsado en progresión geométrica, de la productividad del trabajo humano. Pero se torna infiel a esa misión no bien se opone al desarrollo de la productividad, frenándolo, como sucede en este caso. Con ello demuestra nuevamente que se torna decrépito y que, cada vez más, está sobreviviéndose a sí mismo>> (K. Marx: "El Capital" Libro III Cap. XV)

En este nuevo contexto social de desarrollo incondicional así acelerado de las fuerzas productivas, la penuria se reduce cada vez más; Por un lado, aumenta la variedad de necesidades y los bienes y servicios que les dan satisfacción; por otro lado, los productos que dejan de tener precio se hacen cada vez más numerosos respecto de los que todavía deben seguir siendo objeto de compra-venta, por lo que la función del dinero se reduce progresivamente en el conjunto de la economía. Tal es la base objetiva del debilitamiento de la producción de mercancías –que no de productos- y del intercambio monetario como práctica consuetudinaria. Al mismo tiempo, a medida que la satisfacción de la necesidades esenciales para toda la población se convierta en una experiencia cotidiana, automática, segura y evidente, la intensidad y extensión de los conflictos sociales podrá disminuir. Esta será la base subjetiva o política sobre la que se operará la extinción del dinero y de la economía de mercado.

 

g)  Libertad del consumidor Vs. tiranía de la producción capitalista

Pero el caso es que la ruptura con la sociedad capitalista supone heredar una situación de penuria relativa que afecta a grandes sectores de la sociedad, tanto más cuanto menor es el desarrollo del país en el que empiezan a operar las fuerzas revolucionarias. Estos conflictos pueden surgir al principio con un determinado porcentaje de la población -mayor en los países más desarrollados- que bajo la economía mercantil y dineraria de la sociedad capitalista tenía satisfechas sus necesidades de la segunda categoría y que, naturalmente, se niegan o son reticentes a aceptar el principio socialista basado en la jerarquía de las necesidades sociales. Ciertamente, si una sociedad decide democráticamente dar prioridad a la satisfacción de las necesidades más elementales, reduce automáticamente los recursos disponibles para la satisfacción de las necesidades secundarias y de lujo. Este concepto de la solidaridad, social rompe con el de la caridad basado en la tendencia a fijar la diferenciación social de los ingresos, antes que en nivelar socialmente la jerarquía de las necesidades. Esto explica y justifica políticamente la dictadura del proletariado, hasta tanto el progreso de las fuerzas productivas deje sin sentido semejante cretinismo de la propiedad privada capitalista.

Entre este porcentaje de la población reticente o contrario al principio socialista de respetar la jerarquía de las necesidades -de abajo arriba y no al revés como en el capitalismo- se encuentran casi todos los asalariados que hoy tienen cubiertas muchas o algunas necesidades secundarias en la sociedad capitalista, y que, por tanto, son proclives a seguir con el criterio de lo que la burguesía llama "libertad del consumidor". Pero estos "ciudadanos" olvidan que antes que consumidores, durante la mayor parte de su vida se desempeñan como productores. Pasan, como media, al menos nueve o diez horas diarias trabajando y desplazándose para ir a y venir de los lugares donde se desempeñan. Dado que la mayor parte de la gente duerme ocho horas, en circunstancias normales cada vez más excepcionales esto les deja seis horas para el consumo, el ocio o el reposo, las relaciones familiares y las relaciones interpersonales extrafamiliares.

Y hay que señalar aquí una doble coacción que los bien adoctrinados partidarios de la "libertad del consumidor" pasan por alto. La primera es que a medida que se multiplica el número de necesidades a satisfacer, a un nivel dado de la tecnología y de la organización del trabajo, el esfuerzo laboral que exige de los productores directos es mayor. La segunda es que las decisiones sobre las cargas del trabajo no son adoptadas consciente y democráticamente por los propios productores, sino que le son impuestas dictatorialmente por las patronales respectivas apoyadas en la ley del mercado de trabajo reforzada por la legislación estatal con sus millones de parados, de modo que a cualquier asalariado que tenga satisfechas algunas o todas sus necesidades secundarias y siente que le pesa gravosamente el principio socialista de la "jerarquía de las necesidades", cabría sugerirle que en el otro platillo de la balanza pusiera la tiranía del capital que es el precio a pagar como productor para disfrutar de su "libertad" como consumidor.

El sistema de "premios y castigos" a través del mercado, ingenuamente elogiado por tantos sectores de la izquierda en nuestros días, es simplemente un despotismo apenas disfrazado hacia el horario y los esfuerzos, en consecuencia, hacia la vida entera de los productores. Tales recompensas y castigos implican, efectivamente, no sólo alternar en el tiempo entre rentas salariales más elevadas y más bajas, pasando de trabajos mejores a trabajos peores y viceversa. Implican también la incertidumbre y la inseguridad ante los despidos periódicos y la miseria de verse instalado en el paro (incluida la miseria moral de tener el sentimiento de no servir para nada), la aceleración de los ritmos, el cambio discrecional permanente de los horarios de trabajo, los accidentes laborales y las enfermedades profesionales, la esclavitud de los controles y de las líneas de montaje, los efectos dañinos del ruido, la exclusión de cualquier conocimiento del proceso de producción en su conjunto, la transformación de los seres humanos en simples apéndices de las máquinas y de los ordenadores. Y ahora la nueva modalidad de extender la jornada de labor mediante el recurso al establecimiento de la llamada "bolsa de horas trabajo", que permite contratar menos personal del necesario, distribuyendo esas horas de trabajo entre toda la plantilla, cuyos integrantes son obligados sin previo aviso a alternarse en la tarea de cumplir el tiempo muerto que dejan las bajas ocasionales por distintos motivos. Esto es exactamente lo que la economía de mercado les obliga a padecer innecesariamente para recibir el "premio" de atender a las necesidades secundarias propias y de su familia. Y habrá que consultar las estadísticas para comprobar cómo evoluciona respecto de los que deben soportar hoy día estos padecimientos para obtener el "premio" de salir del paro y cubrir sólo las necesidades más elementales. Siempre bajo la cada vez mayor amenaza de epidemias y catástrofes naturales inducidas por este sistema de vida, tal como ha ocurrido/ocurre con la “Enfermedad Espongiforme del Bovino”, el uso de uranio empobrecido con fines bélicos o la reducción de la capa de ozono. Éste es, en la práctica, el modo cómo la burguesía entiende y asume el derecho humano al trabajo, al descanso y al nivel de vida adecuado, previstos en los artículos 23, 24 y 25 de la Declaración de los DD.HH. de 1948 a la que tanto se invoca respecto de circunstancias y hechos que a las clases dominantes no les conviene que ocurran.

¿Por qué debe ser aceptable que millones de asalariados tengan que someterse a semejantes condiciones coercitivas de trabajo para que el 20% de ellos -que no son siempre los mismos dada la permanente precariedad laboral generalizada- gocen temporalmente de un aumento diferencial del 10% en la satisfacción de sus necesidades? ¿No sería más razonable renunciar al vídeo o al segundo coche y trabajar diez horas por semana menos, con mucho menos estrés, para asegurar en lo inmediato la satisfacción de las necesidades elementales para todos? ¿Quién sabe lo que los productores-consumidores decidirían si fueran realmente libres para producir y consumir, es decir, si esta alternativa perfectamente posible que planteamos, no tuviera por consecuencia una caída en sus necesidades básicas y un incremento catastrófico en la inseguridad de sus vidas, como es el caso bajo el capitalismo? ¿Por qué el problema de la distribución de los recursos y de las horas de trabajo para la provisión de los productos -en gran medida ya conocidos- no podría ser resuelto con la ayuda de los más potentes ordenadores ya en funciones?

En una economía de mercado -bien sea clásica, mixta o "socialista" al estilo URSS o China- los productores directos no pueden tomar libremente estas decisiones. Son tomadas a espaldas de ellos -bien por patrones capitalistas o por burócratas, esclavos de leyes objetivas sobre las que no tienen ningún control. Este despotismo anárquico no es ningún fatalismo que haya que aceptar con resignación bíblica por el hecho de que se integra en un orden de cosas establecido desde hace mucho y que sigue prevaleciendo en nuestras conciencias por la coacción de la publicidad y la fuerza de la costumbre.

En realidad no hay nada que pueda impedir a los productores de una comunidad libre decir, por ejemplo: "Somos un millón. Si decidimos que cada uno de nosotros trabaje 25 horas por semana utilizando en conjunto durante veinte millones de horas unos medios de trabajo determinados y una organización del trabajo dada, somos capaces de satisfacer nuestras necesidades elementales ahora y en un futuro previsible. Ahora bien, por medio de una racionalización de la tecnología y de la organización del trabajo, podemos intentar reducir nuestro tiempo de trabajo a veinte horas por semana en los próximos veinte años. Pensamos que ésta es la prioridad fundamental. Cierto que hay aún necesidades suplementarias por satisfacer, pero no estamos dispuestos a trabajar actualmente más de cinco horas diarias y más de cuatro en veinte años para satisfacer esas necesidades adicionales. Así, pues, decidimos que la semana de trabajo será de 25 horas por semana de momento, que gradualmente intentaremos reducir a veinte horas durante los próximos años, incluso si esto implica que algunas necesidades de segundo orden no sean satisfechas". ¿Sobre la base de qué principios económicos o éticos razonables y convenientes se podría negar a los productores directos el derecho a decidir sobre este tema?

Elijamos una rama de la producción social cualquiera. La de las herramientas industriales, por ejemplo. Cada empresa fabricante de una gama más o menos amplia de estos productos conoce a las de su competencia. Sus directivos no saben cómo ni cuanto, pero sí qué es lo que fabrican sus competidores y a qué clientes venden sus productos. El campo de batalla de esta competencia está localizado en las empresas que compran y utilizan esos bienes de consumo productivo para fabricar bienes de consumo final. Estamos hablando de la relación mercantil directa entre grandes empresas productoras y consumidoras de herramientas, como la multinacional sueca de herramientas industriales "Sandvik" y el conglomerado automovilístico "Daimnler-Crhisler", donde la ganancia del capital comercial ha desaparecido por completo. Esto no quiere decir que la competencia se mitiga o desaparece sino al contrario, se concentra en la disputa por las grandes operaciones de venta y, por tanto, recrudece. En esta guerra comercial, cada marca debe destinar tiempo de trabajo en ingentes recursos materiales y humanos para montar una vasta red de comercialización con su respectivo ejército de agentes en su doble función de vendedores y espías industriales.

Cuando una de las grandes empresas productoras de herramientas incorpora una tecnología nueva a uno de sus productos, antes de que este adelanto se generalice debe pasar victorioso por el campo de batalla de la competencia con sus homólogas fabricantes del mismo producto, cada una pugnando por proteger y difundir su marca. Para ello es necesario preservarse del espionaje industrial y al mismo tiempo vencer la resistencia de sus competidores y la inercia de la costumbre en el consumo de lo ya obsoleto, tarea que dura varios años hasta que la nueva técnica incorporada al producto se entroniza definitivamente en el mercado y pasa a reducir el tiempo de trabajo necesario de las materias o mecanismos sobre los que se utilizan.

Una vez superado el cretinismo de la propiedad privada burguesa y el consecuente divorcio entre producción y consumo, la movilización de los enormes recursos humanos y materiales que demandan las distintas pulsiones particulares de las empresas capitalistas vendedoras en competencia mutua para incidir sobre los consumidores, pierde toda razón de ser y desaparece. Su lugar en la historia es ocupado por la alternativa relación libre, democrática, solidaria, inteligente y activa entre los productores-consumidores asociados de las distintas empresas socializadas en cada rama industrial. Esta nueva relación de producción dominante tiende a borrar todo vestigio de atávicos prejuicios respecto de la innovación en el uso de los distintos medios de trabajo y en la organización fabril, lo cual demuestra por partida doble la ventaja tecnológica potencial relativa del socialismo como sistema social históricamente superador en eficacia y ahorro de trabajo respecto del capitalismo.

Siguiendo con el ejemplo de la relación funcional entre las industrias de la herramienta y automotriz, una vez desaparecido el aislamiento entre las distintas empresas otrora competidoras junto con el despotismo patronal en la producción y las coacciones de la publicidad masiva sobre el consumo final (de automóviles); usufructuando ya la herencia planificadora resultante de la socialización objetiva del trabajo preexistente bajo el capitalismo, ¿pueden o no los productores directos saber de cuantas horas de trabajo colectivo anual disponen dado el estado actual de la técnica y la organización del trabajo en cada rama de la industria?; ¿pueden o no distribuir las horas de trabajo entre la población activa?; ¿pueden o no determinar qué parte de la población consumidora no tiene las necesidades elementales resueltas? ¿pueden o no decidir que lo prioritario pasa por el objetivo inmediato de que toda la población pueda acceder a esas necesidades?; ¿pueden o no organizar la producción según ese objetivo? ¿pueden o no combinar democráticamente el máximo de satisfacción del conjunto de las necesidades, con un mínimo de trabajo? ¿qué puede impedir el hecho de que se debata y decida libre y democráticamente entre todos los ciudadanos si la industria automotriz ha de privilegiar o no la fabricación de vehículos de transporte colectivo?; ¿qué puede impedir el hecho revolucionario de que los consejos obreros de la industria de la herramienta en relación directa y totalmente transparente con los consejos obreros de la industria automotriz, constituyan un gran centro de investigación al servicio del progreso técnico en ambas industrias y la calidad de vida de todos?; ¿qué puede impedir el hecho de que los congresos de consejos obreros de la industria automotriz decidan por mayoría (más probablemente por consenso), la asignación de los recursos para la fabricación de vehículos automotrices, una vez que los objetivos del consumo de estos vehículos han sido decididos democráticamente ex ante por otros organismos cívicos más amplios? Es que, los delegados con mandato expreso en un congreso como éste ¿no podrían decidir sobre el tema con más idoneidad y eficacia que cualquier tecnócrata o que un ordenador, puesto que conocen su industria y sus respectivas necesidades mejor que nadie, y pueden, por tanto, tener en consideración una cantidad de imponderables que ningún mercado ni ningún comité de planificación central introducirá en sus cálculos salvo, en la mejor de la hipótesis, por pura casualidad?

 

h) Mercado y planificación respecto de la asignación racional de recursos y del desarrollo humano.

Las usinas ideológicas de la burguesía, incluidos los partidarios del llamado "socialismo de mercado", insisten en que nada puede reemplazar al estímulo de la ganancia privada como garantía de la eficacia en el trabajo y la asignación de recursos. Pero pasan por alto el hecho de que esa motivación sólo es atributo de una minoría social cada vez más minoritaria, lo cual supone aceptar una sociedad realmente oligárquica, cuyo fundamento social es el trabajo forzado de la mayoría absoluta de la población: los productores directos, ya que privados de toda capacidad para deliberar y decidir sobre lo que se hace, cuanto y cómo. Y de esta división y desigualdad de poderes económicos y políticos entre patrones y asalariados, sólo puede resultar una eficacia técnica y económica que sólo atiende a los intereses de la minoría social opulenta, que decide discrecionalmente sobre el proceso global de trabajo, y que -como se demuestra a cada paso- nada tiene que ver con el desarrollo humano de la sociedad en su conjunto.

Nosotros pensamos que la verdad no resulta de las encuestas de opinión y no nos encontramos entre quienes se creen que la mayoría tiene siempre razón, del mismo modo que rechazamos por principio las "razones" de las minorías -burguesas o burocráticas- en el poder. Esto también lo extendemos a la mayoría de los productores-consumidores de la sociedad socialista futura, que no estarán exentos de cometer errores. Pero hay una diferencia respecto de la sociedad capitalista actual. Como lo prueba el grave desaguisado a raíz del uso de piensos cárnicos, del llamado "Síndrome de los Balcanes", o el más reciente desastre ecológico del “Prestige”, en una sociedad capitalista, quienes toman las decisiones sobre la asignación de los recursos en los procesos productivos raramente son los que sufren las consecuencias de sus "errores" y nunca los que más las sufren. Por el contrario, si los que deliberan, votan y deciden la asignación de recursos son los productores/consumidores, serán ellos mismos quienes pagarán el precio de cualquier error, lo cual reduce grandemente la posibilidad de la reincidencia. En efecto, de existir una democracia política real, es impensable que una mayoría social que no tiene socialmente hablando intereses particulares que defender, opte por cometer dos veces el mismo error dejando intangible un criterio de eficacia económica que supone la agresión continuada sobre la naturaleza, la penuria permanente de alimentos y vivienda, o la crónica insuficiencia del personal de investigación médica y de atención hospitalaria, todo para mantener industrias criminales como las del automóvil.

A estas alturas, sólo una interesada concepción apocalíptica de la naturaleza y de la sociedad humana puede seguir sosteniendo que la ganancia capitalista es el único criterio de desarrollo técnico y de asignación posible de los recursos disponibles. El progreso científico y técnico asociado a la ganancia capitalista y al fenómeno de la competencia es algo indiscutible. Pero a la luz de los hechos históricos, el prejuicio burgués que no concibe la innovación tecnológica en ausencia de la competencia capitalista no se infiere lógicamente de nada. Cuando se comenzó por primera vez a utilizar el fuego, el mercado no existía. Las técnicas agrícolas primitivas, el arranque histórico en la utilización de los metales e inventos revolucionarios como la rueda, el molino, o la imprenta, no han tenido absolutamente nada que ver con el fenómeno de la competencia, sino con algo más originario, profundo y trascendente, como la constante propensión natural de los productores directos a economizar esfuerzo laboral, así como la curiosidad intelectual y científica innata del ser humano.

En la misma línea argumental de justificar la ganancia privada como el único estímulo del progreso tecnológico, cuando se insiste en que sin ese estímulo la producción cae en la inercia de la costumbre y el consecuente atraso técnico y económico, este criterio lleva implícito el supuesto falaz e interesado de que los productores directos -hoy asalariados dependientes- no tienen intrínsecamente ningún interés social por el progreso. Como si las dos aspiraciones proletarias permanentes: la reducción de su tiempo de trabajo y el goce de una más alta calidad de vida -tan anárquica como compulsivamente usurpada la primera, y constantemente reprimida la segunda- no fueran dos fuerzas alternativas genuinas insustituibles e históricamente insuperables, impulsoras del progreso técnico. La prueba está en que la mayoría de las innovaciones tecnológicas preceden a las exigencias del mercado, aparecen mucho antes de que el juego de la oferta y la demanda las convierta en realidades sociales de progreso efectivo. Como hemos visto ya, esto sucede recién cuando el coste económico de la innovación desciende hasta ponerse por debajo del coste de la mano de obra que reemplaza, situación que, por regla general coincide con el relegamiento económico y social de sus inventores. Con la no desdeñable diferencia de que la ganancia capitalista genera un progreso técnico distorsionado y cada vez más contrario y letal para la naturaleza en general y para los seres humanos en particular, mientras que el impulso socialmente incondicionado al progreso técnico de los productores-consumidores libres asociados, está cautelarmente previsto al servicio del equilibrio ecológico y del desarrollo humano.

 

SEGUNDA CUESTIÓN PLANTEADA

“En la medida en que comprendo el trabajo sobre las crisis, me parece que mantenéis que el capitalismo llegará inevitablemente a su derrumbe fruto de sus contradicciones internas, en el momento en que les sea imposible a los capitalistas producir mercancías sin obtener plusvalía, pero ¿excluís la posibilidad de que el capitalismo encuentre siempre mecanismos para sobrevivir? A ese respecto me parece muy aleccionadora la lección de la crisis financiera en Argentina, dado que en ese caso, las grandes empresas han salido del atolladero de la falta de beneficios haciéndoselos pagar a los pequeños ahorradores, lo que a mi juicio significa que no puede haber una crisis "definitiva" del capitalismo, que siempre encuentra una salida a la ausencia de beneficios”

 

Acerca del presunto derrumbe automático del capitalismo

         En primer lugar, decir que si a la proposición de los limites teóricos objetivos del capitalismo se le atribuye carácter de necesidad científica, no se puede lógicamente pensar al mismo tiempo en la posibilidad de fabricar “mecanismos” que permitan a la burguesía evitar esos límites. Aunque la burguesía insista en creerse sus propias innovaciones en materia de “técnicas anticrisis” (ya hemos expuesto la última innovación consistente en la metempsicosis malversada del trabajo muerto contenido en los fondos de pensiones), lo único que ha podido y puede hacer la burguesía, es alejar el horizonte de sus grandes crisis, pero lo único que consigue es que, a la postre, estallen con tanta más virulencia cuanto más se las haya conseguido postergar.

En segundo lugar, como adelantamos más arriba [punto J) en la “primera cuestión planteada”], de la “teoría marxista de los límites históricos absolutos del capitalismo, no se desprende ninguna proposición acerca del derrumbe económico automático del capitalismo. De lo contrario, Marx y Engels jamás podrían haber coincidido en el famoso aforismo que les pertenece y muy pocos ignoran: “el motor de la historia es la lucha de clases”. Pero más originario y explícito es el pronunciamiento de 1845 en “La ideología Alemana”, donde ambos anticipan la misma concepción que Marx se atribuyó legítimamente en el texto anteriormente citado de su Prólogo a la “Contribución a la crítica de la economía política”:

<<Resumiendo, de la concepción de la historia que dejamos expuesta obtenemos lo siguientes resultados: 1) en el desarrollo de las fuerzas productivas se llega a una fase en que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones de producción existentes, sólo pueden ser fuentes de males, que no son ya tales fuerzas productivas sino más bien fuerzas destructivas (maquinaria y dinero); y, a la vez, surge una clase condenada a soportar todos los inconvenientes de la sociedad sin gozar de sus ventajas. Que se ve expulsada de la sociedad y obligada a colocarse en la más resuelta contradicción con todas las demás clases; una clase que forma la mayoría de todos los miembros de la sociedad y de la que nace la conciencia de que es necesaria una revolución radical, la conciencia comunista, conciencia que, naturalmente, puede llegar a formarse también entre las otras clases, al contemplar la posición en que se halla colocada ésta; 2) que las condiciones en que pueden emplearse determinadas fuerzas productivas son las condiciones de la dominación de una determinada clase de la sociedad, cuyo poder social, emanado de su riqueza, encuentra su expresión idealista-práctica en la forma de Estado imperante en cada caso, razón por la cual toda lucha revolucionaria va necesariamente dirigida contra una clase, la que ha dominado hasta ahora;  3) que todas las anteriores revoluciones dejaban intacto el modo de actividad y sólo trataban de lograr otra distribución de ésta, una nueva distribución del trabajo entre otras personas, al paso que la revolución comunista va dirigida contra el carácter anterior de actividad, elimina el trabajo [forzado][17] y suprime la dominación de todas las clases, al acabar con las clases mismas, ya que esta revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no reconoce como clase y que expresa ya de por sí la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc., dentro de la actual sociedad, y 4) que, tanto para engendrar en masa esta conciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres, que sólo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución; y que, por consiguiente, la revolución no sólo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases>> (Op.cit. Cap. II.6. Lo entre corchetes es nuestro)

De lo dicho en este párrafo se desprende que, desde el punto de vista puramente económico, la acumulación de capital no tiene límites históricos objetivos absolutos. Los únicos límites del capitalismo son los que el capital se pone a sí mismo para superarlos. De entre ellos, las bruscas interrupciones periódicas del proceso de acumulación debidas a las crisis de superproducción de capital, es el más importante de esos límites.

Al mismo tiempo que las fuerzas productivas del trabajo se desarrollan a instancias del fenómeno de la competencia intercapitalista –cuyo principio activo radica en la propiedad privada sobre los medios de producción- esto aumenta cada vez más la relación (Cc./Cv) entre los respectivos valores del factor objetivo y subjetivo de la fuerza productiva del trabajo subsumida en la relación social capitalista, es decir, que disminuye relativamente la parte variable Cv respecto de la parte constante Cc del capital global en funciones. 

Este aumento en la COC –comprendido en la contradicción entre las fuerzas antagónicas de la producción capitalista- determina el despliegue de este conflicto a través de una dinámica de descenso en la tasa de ganancia, hasta que se llega a un punto en que la masa de capital incrementado rinde una masa de plusvalor igual o menor que antes de su incremento. Es el punto en que se desencadena la crisis de superproducción de capital o de subproducción de plusvalor.[18] Este exceso de valor de capital acumulado impide, interrumpe, obstaculiza o limita la finalidad de la acumulación como un continuo. Es necesaria su desvalorización. Esa desvalorización se realiza por los mismos mecanismos de la organización de la materia social capitalista que han provocado su plétora. El exceso de oferta hace bajar el precio de los factores de la producción incluso por debajo de su valor, incluido naturalmente el valor de la fuerza productiva propiamente dicha, donde, como hemos dicho ya, la magnitud del paro obrero es la contrapartida social del capital variable ocioso:

<<Basta mencionar las crisis comerciales que, con su retorno periódico, plantean en forma cada vez más amenazante, la cuestión de la existencia de toda la sociedad burguesa. Durante cada crisis comercial se destruye sistemáticamente no sólo una parte considerable de productos elaborados, sino incluso de las mismas fuerzas productivas ya creadas. Durante las crisis, una epidemia social, que en cualquier época anterior hubiera parecido absurda[19], se extiende sobre la sociedad: la epidemia de la superproducción. La sociedad se encuentra retrotraída a un estado de súbita barbarie: diríase que el hambre, que una guerra devastadora mundial la han privado de todos su medios de subsistencia; la industria y el comercio parecen aniquilados. ¿Y todo eso por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización,. Demasiados medios de vida, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone (el capitalismo), no caben, no pueden ser contenidas en las relaciones de producción burguesas; por el contrario, resultan demasiado poderosas para estas relaciones, que constituyen un obstáculo para su desarrollo (...) ¿Cómo supera este límite la burguesía? De una parte, por la (desvalorización y) destrucción[20] obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados[21] y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los modos de prevenirlas>>  (K.Marx-F.Engels: “Manifiesto comunista” Cap. I. Lo entre paréntesis es nuestro)

La contradicción que conduce a las crisis, consiste en que el proceso de trabajo está condicionado por el proceso de valorización, donde las fuerzas productivas tienden a su desarrollo absoluto o incondicionado, con prescindencia del valor y del plusvalor contenido en ellas, es decir, de las relaciones sociales que determinan el proceso de valorización, al mismo tiempo que esas mismas FF.PP. están condicionadas por la finalidad de producir valor y plusvalor para los fines de la acumulación. Los medios a través de los cuales el capital consigue esos fines, incluyen la disminución de la tasa de ganancia, y la consiguiente desvalorización y destrucción del capital ya existente (incluido el capital variable, el salario de los obreros), es decir, que para desarrollar las FF.PP., es necesario destruir, despilfarrar, buena parte de las fuerzas productivas del trabajo ya creadas. Y cuando hablamos de la destrucción de las FF.PP. ya creadas, también estamos hablando del factor subjetivo, de vidas humanas, bajo la forma de morbilidad y mortalidad nada casual de cientos de millones de asalariados en el mundo, de la penuria, el sufrimiento y la destrucción de otras tantas familias por las causas expuestas más arriba: 

<<La desvalorización periódica del capital ya existente, que es un medio inmanente al modo de producción capitalista para contener el descenso de la tasa de ganancia y para acelerar la acumulación de capital mediante la formación de capital nuevo, perturba las condiciones dadas dentro de las cuales se lleva a cabo el proceso de circulación y reproducción del capital (si la producción no se vende o realiza en la esfera de la circulación, la reproducción se interrumpe), por lo cual (la circulación) está acompañada por paralizaciones súbitas y crisis del proceso de producción>> (“El Capital” Libro III Cap. XV punto II. Lo entre paréntesis es nuestro)

El aumento en la COC determinado por el desarrollo de las fuerzas productivas a instancias de la competencia intercapitalista, incentiva el crecimiento de la población obrera al mismo tiempo que crea permanentemente una población sobrante. La paulatina disminución relativa de la inversión de capital adicional en capital variable (salarios), respecto de la invertida en capital constante (medios de producción), determina que la producción de plusvalor aumente cada vez menos, y, por consiguiente, la tasa de ganancia disminuya, lo cual, a su vez determina un enlentecimiento de la acumulación y de la inversión subsiguiente. La disminución en el incremento de la demanda de medios de producción, incrementa los stocks, al tiempo que esta ralentización de la demanda de medios de producción, imprime un “movimiento acelerado” de la acumulación mediante una intensificación en el uso de los medios materiales y humanos en funciones, como está sucediendo ahora mismo desde hace ya varios años. Este movimiento de las categorías fundamentales burguesas demuestra que las trabas al desarrollo de la acumulación de capital las pone el mismo capital, la misma organización de la materia social capitalista según la cual, la acumulación sólo progresa a caballo de una incesante revolución en los medios y métodos de producción. Y cada vez que el capital supera los límites que se pone a sí mismo desarrollando las fuerzas productivas para convertir una cuota parte del tiempo trabajo necesario en excedente, dados los límites infranqueables de la jornada laboral media, el tiempo necesario remanente disminuye en esa misma magnitud, con lo que las dificultades para superar esos sucesivos límites son, como hemos visto, también cada vez más enormes.

<<La producción capitalista tiende constantemente a superar estos límites que le son inmanentes, pero sólo lo consigue en virtud de medios (de producción más desarrollados) que vuelven a alzar ante ella esos mismos límites, en escala aun más formidable.

El verdadero límite de la producción capitalista lo es el propio capital; y es éste: que el capital y su autovalorización aparecen como punto de partida y punto terminal, como motivo y objetivo de la producción; que la producción sólo es producción para (la reproducción ampliada de) el capital, y no a la inversa, (esto es), que los medios de producción sean medios para un desenvolvimiento constantemente ampliado del proceso humano vital, en beneficio de la sociedad de los productores.>> (“El Capital” Libro III Cap. XV. 2)

Ya hemos citado el pasaje de Marx en los “Grunndrisse”, donde observa que el capital es el impulso irrefrenable para pasar por encima de sus propios obstáculos, y que todos los obstáculos económicos que se pone a sí mismo no son un límite absoluto para él, porque tan pronto como él no sintiera “un determinado límite como obstáculo, sino que se sintiera a gusto dentro de él”, dejaría de ser capital, “habría descendido de valor de cambio a valor de uso, de la forma general de la riqueza a una existencia sustancial de la misma”, a simple medio de producción particular dentro de la reproducción simple. “El capital en cuanto tal crea una plusvalía determinada, porque no puede crear de golpe una plusvalía infinita; pero el capital es el movimiento constante para crear más plusvalía. El límite cuantitativo de la plusvalía se le presenta sólo como obstáculo natural, como una necesidad que él intenta constantemente dominar y superar”. A medida que el capital global avanza sobre la parte necesaria de la jornada de labor colectiva reduciendo la parte excedente restante, los límites que de las sucesivas reducciones son tanto más dificultosos de superar cuanto más regresivas son las reformas económico-sociales que se ve obligado a ejecutar.[22]  

El socialismo es la “negación de la negación” del capitalismo, en el sentido de que si la burguesía vino al mundo expropiando a los propietarios individuales -artesanos y campesinos- esa fue la primera negación de la propiedad individual. Por tanto, el socialismo es la segunda negación histórica de la primera, pero esta vez, sobre la base de la propiedad social, la misma que fue negada en su momento por la propiedad individual, cuando las fuerzas sociales productivas hicieron posible un excedente sobre el consumo social. Pero esta negación de la negación comunista, o síntesis históricamente superadora de la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas, no puede ejecutarse por la simple contradicción entre las categorías económicas del capital constante y variable. ¿Por qué? Pues, porque la organización de la materia social del capitalismo excluye toda posibilidad de su derrumbe económico automático.

Pero, primordialmente, porque la propia naturaleza del proletariado dentro del capitalismo torna imposible su emancipación por medios puramente económicos; precisamente porque la fuerza productiva del trabajo está de tal modo subsumida en la relación de producción capitalista, que le es imposible emanciparse económicamente, esto es, a través de los mismos mecanismos de la ley del valor a la que está supeditada. Para los asalariados espontáneos, es decir, en tanto capital variable, el capitalismo es una necesidad, una realidad sin la cual no son nada. Como dice Marx, el asalariado, en su inmediatez funcional, es y existe como tal en tanto “exista para él un capital”.

Desde esta perspectiva, desde el saber de sí mismo constreñido por su sentimiento de dependencia funcional respecto del capital, los asalariados podemos a lo sumo llegar a rebelarnos contra él en épocas de crisis; pero al no poder conocer espontáneamente la verdadera naturaleza de esa “necesidad” –la tendencia al derrumbe- el capital se nos sigue apareciendo recurrentemente como los distintos fetiches con que los primitivos se representaban las fuerzas de la naturaleza que no comprendían ni podían dominar[23]. De ahí que, toda vez que el proletariado no se resigna a que el capital le niegue lo que considera necesario que le retribuya a cambio de su trabajo, cuando lo que cuesta satisfacer esa necesidad supera la rentabilidad media del capital, las luchas acaban siempre con el aplastamiento del proletariado, que para eso está el recurso –bajo semejantes condiciones- siempre triunfante de las FF.AA. del Estado. Por eso, pues, tanto los límites económicos que a sí mismo se pone el capital, como las luchas del proletariado que ante esos mismos límites se comporta según su necesidad inmediata, esto es, como capital variable, determinan una identidad de los contrarios que conservan y al mismo tiempo superan el capitalismo dentro del capitalismo, conformando un perfecto “aufheben” hegeliano[24]. 

Ciertamente, la idea de que las contradicciones del capitalismo le llevan inexorablemente a su derrumbe automático, asalta la cabeza de muchos militantes del movimiento en situaciones de crisis. Y no sólo los militantes de base. Así pensaba también Rosa Luxemburgo. Ella pensaba que una sociedad capitalista pura, sin regiones precapitalistas remanentes donde poder trasformar la producción mercantil simple en producción capitalista, una sociedad compuesta exclusivamente por asalariados y burgueses, se vuelve automáticamente imposible, porque no  puede realizar el plusvalor producido que excede al contenido en los productos consumidos por los obreros. Para la crítica de esta interpretación teórica de las crisis, ver: http://www.nodo50org/1decadencia3.htm

Frente a esta concepción subconsumista del derrumbe automático, Lenin se remitía a los análisis de Marx en “El Capital” y los “Fundamentos”:

<<A veces los revolucionarios se esfuerzan por demostrar que la crisis capitalista carece absolutamente de toda salida. Desde el punto de vista económico no hay situaciones absolutamente sin salida para el capitalismo>> V.I. Lenin: Citado por H. Grossmann: “La Ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista” Cap. 1)

 

TERCERA CUESTIÓN PLANTEADA

“Deduzco de vuestros razonamientos que suponéis que llegará un momento en que la situación de crisis será tan agobiante que los asalariados se verán forzados a organizarse para derribar el sistema capitalista, pero ¿puede mantenerse que esto sucederá necesariamente si la organización política de un grupo social es por definición subjetiva, es decir no necesaria?”

La solución al problema subjetivo de hacer posible lo necesario, está comprendida históricamente en la necesidad objetiva cada vez más evidente y acuciante de esa posibilidad. 

 

a)    Los asalariados, clase revolucionaria fundamental. Premisa lógica.

De no ser porque la burguesía también fue una criatura del capitalismo, y éste sistema de vida un producto espontáneo, natural, inconsciente e históricamente necesario determinado por el desarrollo de las fuerzas sociales productivas, podría decirse que el proletariado fue un error político estratégico de la burguesía, contenido en su necesidad económica táctica de producir y acumular plusvalor. Al crear a los asalariados para sus propios fines económicos de la acumulación, creó a sus propios enterradores políticos. Es que, los asalariados, somos una clase de la sociedad burguesa, que, al mismo tiempo, no somos una clase de la sociedad burguesa[25]. Lo somos por origen, porque, para cumplir nuestro cometido dentro de la sociedad capitalista que nos alumbró, la burguesía debió mutilar formalmente la fuerza productiva del trabajo social expropiando a los propietarios individuales, para crearnos, a su vez, a nosotros, como pura fuerza de trabajo “liberados” de los medios de producción, originariamente unidos –en posesión- a nosotros[26]. Y no somos una clase de la sociedad burguesa, por destino soterrado, porque, simbolizando el absoluto despojo de toda propiedad burguesa, y de toda posibilidad como productores libres, esto es, como seres humanos, nuestra emancipación política no tiene cabida dentro de la sociedad propietaria de los medios de producción; precisamente porque se nos ha impuesto la condición de ser la negación de esa propiedad, sin la cual la sociedad burguesa no hubiera sido posible. Por tanto, al no tener –como clase social- intereses particulares que reclamar dentro de la sociedad de los explotadores, la lucha por nuestra emancipación política, como clase particular, es, al mismo tiempo, una lucha por la emancipación humana universal respecto de toda propiedad. Tal fue, un día de 1843, el sentido de la contestación de Marx a la pregunta que se hizo acerca de, sobre qué sector de la sociedad descansaba la “posibilidad positiva” de la emancipación alemana:

<<Respuesta: sobre la constitución de una clase sin cadenas radicales, de una clase de la sociedad burguesa que no es una clase de la sociedad burguesa; en un estamento que es la disolución de todos los estamentos; en un sector al que su sufrimiento universal le confiere carácter universal; que no reclama un derecho especial, ya que no es una injusticia especial la que padece, sino la injusticia a secas; que ya no puede invocar ningún título histórico sino su título humano; que, en vez de oponerse parcialmente a las consecuencias, se halla en completa oposición con todos los presupuestos del Estado alemán. En una clase, por último, que no puede emanciparse sin emancipar a todas las otras clases de la sociedad; en una clase que, siendo la pérdida total del ser humano, sólo recuperándolo totalmente ha de ganarse a sí mismo. Esta disolución de la sociedad, en la forma de un estamento especial, es el proletariado.>> (K.Marx: “Introducción a la critica de la filosofía hegeliana del derecho estatal”

Siendo la propiedad burguesa el último estadio en la evolución histórica de las formas sociales de propiedad privada que han sido hasta hoy, al luchar por emanciparnos políticamente, los asalariados luchamos al mismo tiempo por la emancipación humana –respecto de la propiedad- de todas las clases sociales que, así, dejan de regir el espíritu y el comportamiento de los seres humanos según la máxima de Thomas Hobbes: “Homo hominis lupus”; máxima que el capitalismo -cogestionado por la socialdemocracia asimilada al más craso liberalismo- ha llevado a su más refinada y certera expresión de la moderna barbarie.

 

b)    Los asalariados, clase revolucionaria fundamental. Premisa material.

Como hemos visto, el principio activo, la sustancia del capital como organismo social vivo, consiste en apoderarse de la mayor cantidad de trabajo necesario posible para convertirlo en excedente a los fines de la acumulación. Según esta lógica, en cuanto la oferta de trabajo necesario dejara de aumentar para ser metabolizada por el capital, a corto plazo el sistema languidecería hasta morir de inanición. Pero semejante posibilidad está excluida de esta lógica social y, no siendo necesaria, es imposible. En efecto, según avanza el desarrollo de las FF.PP. inducido por la competencia intercapitalista, la acumulación progresa sobre la base de una COC cada vez más alta. Esta lógica objetiva comprendida en la Ley general de la acumulación capitalista -confirmada ya empíricamente- manda que el capital variable global en la industria (la población obrera urbana ocupada), crezca relativamente menos que el capital constante, pero aumente absolutamente. Ahora bien, dado que el medio de producción fundamental del trabajo rural, es la tierra, y que no se puede reproducir a voluntad, su oferta es limitada, de modo que según aumenta la COC en el campo, la mano de obra ocupada no sólo disminuye respecto del capital constante empleado, sino también absolutamente, cada vez es menor.

En un primer momento, pues, la población obrera urbana crece más a expensas de la rural; después tira del crecimiento vegetativo en las ciudades. Según esta tendencia, conforme avanza el proceso de acumulación y la centralización de los capitales esquilma a los capitales medianos y pequeños, la clase obrera debe aumentar hasta constituirse en mayoría absoluta de la población, tendencia que actualmente se ha consumado en casi todas las regiones del mundo. Cuando Marx y Engels dicen en el “Manifiesto” (Cap. II) que: “...el primer paso de la revolución socialista es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia”, están presuponiendo el inevitable proceso que acabamos de describir y que ya se ha producido con la precisión propia de un proceso natural. Así, la dictadura social y política del proletariado es una democracia, porque el proletariado constituye la mayoría absoluta de la población.

 

c)     Sin Partido Revolucionario no hay probabilidad de hacer posible la necesidad histórica del socialismo.

No se trata de que “la crisis sea tan agobiante” –imaginémonos la más insoportable- como para que los asalariados se vean “forzados a organizarse para derribar el sistema”. En tales circunstancias, lo último que se les ocurriría a los explotados sería eso. Sin una alternativa previa –no sólo verosímil- sino necesaria o científicamente verdadera, cuyo conocimiento alcance significativa dimensión de masa, aun cuando las condiciones objetivas lleven en sí y por sí la posibilidad potencial o abstracta de hacer efectivo el socialismo, cualquier intento en tal sentido de hacer posible la necesidad objetiva del socialismo sería un seguro fracaso. Incluso en el supuesto de lucha eventualmente más favorable a las clases subalternas. Porque, como en todo trabajo, sin un plan de acción ajustado a la idea de lo necesario a cambio de lo actualmente existente, la tarea resultará un total despropósito. Pero para elaborar ese plan, es preciso previamente conocer necesidad contenida en ese principio activo decadente y sus múltiples determinaciones: “la lógica específica del objeto específico”. Y ese conocimiento pasa por emplear el pensamiento colectivo de una minoría social significativa, a la única actividad del intelecto aplicada a la sociedad que merece el calificativo de ciencia: el materialismo histórico. Esta herramienta teórica es la condición necesaria y suficiente para conocer la materia prima concreta (económica, social y política) que se quiere transformar. De ahí el aforismo de Lenin: “Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario”. 

Con esto queremos significar que, si la autodeterminación o el concepto es la identidad de entre objeto y sujeto, entre significante y significado, la necesidad objetiva del significante determina su preciso y unívoco significado subjetivo correspondiente. No puede haber contradicción en esto. Lo subjetivo puede llegar a ser arbitrario hasta el límite del capricho, sólo en la “pequeña política”, en la política de “andar por casa”, cuando la acción resultante actúa sobre lo contingente o accesorio, dejando lo principal o sustantivo intangible, como es el caso de las políticas alternativas de gobierno al interior de un mismo Estado, de una misma clase y de unas mismas relaciones de producción dominantes. Pero en la “gran política”[27], donde la acción compromete las relaciones de producción existentes y la correlación de fuerzas entre las clases fundamentales antagónicas, lo objetivamente necesario determina también todo lo atingente a la subjetividad que debe hacerlo posible.

De ahí que los profesionales de la “pequeña política” institucional-parlamentaria se nieguen someter su subjetividad política a la necesidad histórica y desprecien la teoría revolucionaria (que comprende esa necesidad), como guía para la acción política. A pesar de que en la práctica no fue del todo consecuente con las exigencias de la teoría, Rosa Luxemburgo se refirió a la “gran política” como unidad biunívoca de necesidad entre objeto económico social y sujeto político –comprendidos en la teoría revolucionaria- para denostar a los típicos oportunistas de la “pequeña política”. Decía:

<<¿Y Qué es lo que principalmente la caracteriza (a la práctica oportunista) en su exterior? Su hostilidad contra la teoría. Y esto es muy natural, pues nuestra “teoría”, es decir, los principios del socialismo científico, establece líneas marcadísimas para la actividad práctica, tanto con respecto a los fines, como a los medios de lucha a emplear y a la forma de combatir. Por ello muéstrase en aquellos que no pretenden conseguir más que resultados prácticos, la tendencia natural a pedir libertad de movimientos, esto es, a separar la “teoría” de la práctica, a independizarse de aquella. Porque esta teoría se vuelve contra ellos en todo momento>> (R. Luxemburgo: “Reforma o Revolución” Cap. V. Lo entre paréntesis es nuestro)

De todo esto se desprenden dos conclusiones lógicas:

1)       Que, en última instancia, el movimiento de la subjetividad política revolucionaria está necesariamente determinado por el movimiento de la realidad económico-social, y,

2)       Que esta determinación está mediada por la moderna ciencia social -en tanto concepto de la realidad económico-social- por la única actividad del intelecto que merece el calificativo de tal: el materialismo histórico.

Por lo tanto, ante la pregunta de si llegará el momento en que el proletariado se verá inexorablemente impulsado a hacer la revolución, la respuesta, desde el punto de vista lógico-político es: SÍ. Pero que históricamente lo haga, desde 1843 Marx lo puso como un deber ser; pero no como un imperativo moral abstracto sobre la práctica política, sino como una exigencia de la racionalidad histórica concreta sobre la conciencia comprehendida en la ciencia como concreto pensado [28], que desde ese momento se convierte en fundamento y guía para la práctica política de los sujetos portadores de esa ciencia, cuya misión señaló diciendo:

<<Nosotros no decimos al mundo: “deja de luchar, toda tu lucha no vale nada”; nosotros le damos la verdadera consigna de su lucha. Sólo mostramos al mundo por qué lucha realmente: pero la conciencia es un cosa que el mundo debe adquirir, quiéralo o no>> (K.Marx: Carta a Ruge: setiembre de 1843)

Como se ve, lo apodíctico e inevitable no recae aquí sobre un acto político sino sobre un hecho de conciencia, lo cual presupone la ciencia, matiz que no escapó a Lenin en el sentido hegeliano-marxista de que “la libertad es el conocimiento de la necesidad”, de ahí su conocido aforismo: “Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”. No se trata, pues, de lo que el proletariado esté dispuesto a hacer en cualquier momento, que esto es pasto para los oportunistas; se trata de lo que el proletariado seguramente hará y la sangre que deberá derramar para aprender a luchar por la verdadera consigna de su lucha. Mientras tanto, la acción de los revolucionarios consistirá, invariablemente, en explicar al proletariado por qué y cual es la verdadera consigna de su lucha, conscientes de que:

<<Las revoluciones burguesas, como las del siglo XVIII, avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos diamantinos, el éxtasis es el estado permanente de la sociedad; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de su período impetuoso y turbulento. En cambio, la revoluciones proletarias, como las del siglo XIX, se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a la levantarse más gigantesco frente a ellas, retroceden constantemente aterradas ante la ilimitada inmensidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: “Demuestra con hechos lo que (tu conciencia exige y) eres capaz de hacer”>> (K.Marx: “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte” Cap.I. Febrero de 1852, lo entre paréntesis es nuestro)

    

CUARTA CUESTIÓN PLANTEADA

Si la respuesta a la anterior pregunta es no: ¿adónde pensáis que el
capitalismo conduce si se abandona a sí mismo? ¿a una nueva guerra mundial,
 como he deducido de alguno de vuestros trabajos? ¿no es posible que las
potencias imperialistas puedan llegar a acuerdos que eviten la guerra?

 

Voluntad burguesa y determinación objetiva de la lucha de clases

Como se infiere de lo dicho hasta este punto, el capitalismo jamás ha dejado de estar ”abandonado a sí mismo”. Cuando fue posible “dirigirlo”, esa posibilidad estuvo determinada por condiciones históricas comprendidas en la Ley general de la acumulación, esto es, en la necesidad histórica objetiva de la acumulación y de la tendencia al derrumbe capitalista. Y siendo una “criatura” del capitalismo en tanto organismo vivo histórico-natural, la burguesía en su conjunto no puede dejar de cumplir la Ley que preside su vida, de actuar históricamente en la dirección y el sentido que marca su principio activo fundamental descubierto por la moderna ciencia económica: el Materialismo Histórico, concepción del mundo y arma ideológica revolucionaria del proletariado.

Ahora bien, así como la competencia es un fenómeno derivado de la propiedad privada sobre las condiciones objetivas del trabajo social, las guerras interburguesas, en determinadas condiciones, son una necesaria continuación de la competencia por medios bélicos. Esto quiere decir que la burguesía no sólo puede evitar guerras sino que, a veces, se ve impelida a ello. Puede cuando, ante eventuales conflictos de intereses particulares, convenga a las partes enfrentadas o a una de ellas, que esos conflictos se resuelvan por vía diplomática; se ve obligada, cuando la correlación de fuerzas desfavorable respecto del proletariado en uno o varios bandos, así lo aconseje, como ocurrió a principios de 1905, cuando, tras el “Domingo Sangriento” de enero en San Petersburgo y Moscú, Rusia se vio forzada a capitular firmando la paz con Japón en Port Arthur, por mediación de las potencias prestamistas de Francia y Gran Bretaña, temerosas de que la continuación de esa guerra llevara –por mediación de la bancarrota de Rusia-  a la revolución social en ese país.

No obstante, las guerras son tanto más inevitables y frecuentes cuanto mayor sea la masa de plusvalor contenida en la jornada de labor ya convertida en capital, una vez agotadas fuentes disponibles en el mundo bajo formaciones sociales precapitalistas convertidas al capitalismo, cuando la burguesía y el proletariado pasan a ser las dos únicas clases universales antagónicas a escala planetaria, y las guerras interburguesas dejan de ser ya de liberación nacional de la burguesía contra regímenes feudales o semifeudales en distintas partes del mundo –dando lugar a la creación de países de desarrollo capitalista- deviniendo así en guerras de redistribución del plusvalor disponible, de nuevos repartos burgueses y reestructuración geopolítica del mundo entre la propia burguesía internacional. En esta tendencia se inscriben las dos grandes guerras mundiales la primera guerra mundial en 1914 hasta hoy. , Incluida la reciente intervención británico-norteamericana en Irak. Cfr: http://www.nodo50.org/gpm/home.htm#guerra2003

<<La lucha por las colonias (por “nuevos países”) y “la lucha por la posesión de territorios de países más débiles” han existido antes de la etapa imperialista del capitalismo. El imperialismo moderno se caracteriza por otra cosa, a saber: por el hecho de que, a comienzos del siglo XX el mundo entero estaba ya ocupado, repartido entre diferentes países (de estructura económica capitalista dominante). Es por ello que el nuevo reparto de la “dominación del mundo” sobre la base del capitalismo, sólo podía realizarse al precio de una guerra mundial.>> (V.I. Lenin: “Revisión del programa del partido” 06-08 de octubre de 1917)

Lenin anunció esta etapa tardía del capitalismo diciendo

“...Ha comenzado el reparto económico del mundo entre los truts internacionales” (Op.cit).

Y nosotros subrayamos la expresión “reparto económico”, porque no se trata primordialmente ya de repartos territoriales entre Estados o países poderosos para la provisión de materias primas baratas producidas en ultramar bajo modos de producción feudales o semifeudales, de volver al colonialismo preimperialista del capitalismo, sino que se trata, ahora, del reparto de fuentes de plusvalor, de trabajo vivo explotable que se disputan los grandes conglomerados económicos, las distintas fracciones de la burguesía imperialista. Y la característica de la etapa tardía del capitalismo, del capitalismo monopólico respecto del capitalismo de libre competencia, es que la centralización del poder económico convierte a los truts, al “capital combinado” en manos de una minoría social, en fuerza con capacidad de decisión política a nivel de Estado, en verdaderos poderes fácticos de proyección internacional, de modo que, cuanto mayor es la magnitud del capital centralizado y la proporción de los intereses en juego, más irresistible es la fuerza que gravita sobre las fracciones gran burguesas comprometidas en esa dialéctica, que así se ven arrastradas y pugnan por arrastrar a la sociedad entera a confrontaciones donde las formas de lucha económica se mezclan cada vez más con formas de poder directamente políticas y hasta bélicas, prevaleciendo alternativamente unas u otras según las condiciones generales de la sociedad (correlación de fuerzas entre el proletariado y el conjunto de la burguesía), y el grado de conflictividad entre las partes:

<<Los capitalistas no se reparten el mundo llevados de una particular perversidad, sino porque el grado de concentración a que se ha llegado les obliga seguir este camino para obtener beneficios; y se lo reparten según el capital", "según la fuerza"[29]; otro procedimiento de reparto es imposible en el sistema de la producción mercantil y del capitalismo. La fuerza varía a su vez en consonancia con el desarrollo económico y político; para comprender lo que está aconteciendo hay que saber cuáles son los problemas que se solucionan con los cambios de la fuerza, pero saber si dichos cambios son "puramente" económicos o extraeconómicos (por ejemplo, militares), es un asunto secundario que no puede hacer variar en nada la concepción fundamental sobre la época actual del capitalismo. Suplantar el contenido de la lucha y de las transacciones entre los grupos capitalistas por la forma de esta lucha y de estas transacciones (hoy pacífica, mañana no pacífica, pasado mañana otra vez no pacífica) significa descender hasta el papel de sofista.>> (V.I. Lenin: “El imperialismo, fase superior del capitalismo” Cap.V)

Esta Ley del reparto interburgués en la etapa imperialista del capitalismo, inscripta lógicamente en la Ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y su corolario: la “sobresaturación de capital”[30], ha sido la guía fundamental de nuestro análisis político sobre los tres últimos conflictos bélicos: en Yugoslavia, Afganistán e Irak. Por otra parte, la consustancialidad de las guerras al capitalismo se explica no sólo porque son una forma alternativa complementaria de la competencia puramente económica, para la redistribución de los capitales entre las distintas fracciones de la burguesía internacional –y la reciente “guerra” de Irak es elocuente al respecto- sino también, como es lógico, por el lado de la oferta, por la tendencia verificada empíricamente a que la producción armamentista emplee una parte ininterrumpidamente creciente de los recursos productivos del planeta, y constituya una fracción también progresivamente mayor del valor creado anualmente. Todos los especialistas burgueses sobre el tema coinciden en esta observación, avalado por abundante material estadístico.

Pero es que, bajo el capitalismo, la economía de armamentos constituye una fuente alternativa de producción y acumulación de plusvalor, un verdadero mercado de sustitución en tiempos de crisis[31], así como una poderosa palanca para la centralización de los capitales y la fusión entre éstos y los Estados burgueses. Dado que en los armamentos se incorpora la tecnología punta -sólo disponible por los más grandes consorcios internacionales del capital financiero (fusión del capital industrial con el capital bancario)- y que los principales demandantes de armamento de guerra son los distintos Estados nacionales, el hecho de que estas compras se realicen con cargo a los presupuestos estatales y que la fuente de ingreso estatal sean los impuestos al capital y al consumo de los trabajadores, ergo, con la fabricación y venta de armamentos el gran capital financiero –a instancias del Estado- se apodera de una masa de plusvalor equivalente que paga la “burguesía civil” en concepto de “impuesto de sociedades” y el conjunto del proletariado en concepto de “impuestos indirectos o internos”.  el punto de convertirse Pero, es que, además, la producción de armamentos es un verdadero sector diferenciado, tanto respecto del sector (I) productor de medios de producción (Cc), como del sector (II) productor de medios de consumo o medios de vida, ya que los armamentos son medios de producción, como las máquinas y las materias primas, sólo que en vez de producir medios de vida, producen medios de destrucción masiva, de riqueza y de vidas humanas. Esta es la manifestación más terrible, odiosa y por completo decadente del capitalismo como sistema de convivencia. Las guerras modernas demuestran que el capitalismo no sólo hace imposible la convivencia en paz entre burgueses y proletarios, sino entre los burgueses mismos.

 

 Esto quiere decir que el fundamento absoluto de las guerras en la etapa del capitalismo tardío, está en la sobresaturación permanente de capital -propiedad de las distintas fracciones de la burguesía internacional- en disputa por las cada vez más limitadas fuentes de plusvalor disponible. Buena parte de ese capital sobrante ha encontrado justificación y empleo en la industria del armamentismo permanente, ante el agravamiento de la conflictividad internacional que –como las internas o nacionales- tienen su causa en la propiedad privada capitalista.[32] Es ahí donde, desde fines de la década de los treinta del siglo pasado, adquirió sentido la consigna “si vis pacem parabellum”. Baste recordar que el relanzamiento de la economía norteamericana en el contexto del famoso “New deal” de Roosevelt, se basó en la formidable expansión de la industria armamentista que precedió a la Segunda Guerra Mundial[33].

Desde entonces, si como es cierto que la economía norteamericana ha sido la locomotora de la economía capitalista mundial, ello ha sido posible, en gran parte, por la expansión de su sector armamentista. La creciente importancia de la producción de armamentos es el correlato del desarrollo de las fuerzas productivas, de la masa de capital global comprometido en cada crisis, y del aumento en la magnitud de valor relativa que se negocia en el mercado de la muerte. Durante toda la Primera Guerra mundial la General Motors no dejó de producir automóviles, aunque dedicó parte de su capacidad instalada a producir armas, que vendió al Estado por un valor total de 35 millones de U$S sin agrandar su planta en absoluto. Durante la Segunda Guerra mundial, en cambio, esa misma empresa produjo y vendió armas al Estado por 12.000 millones de U$U, y desde febrero de 1942 hasta setiembre de 1945, no produjo un solo automóvil. De no ser por la ideología dominante que justifica la industria de guerra, EE.UU. ni siquiera podría mantener sus bajos niveles actuales de rentabilidad y empleo, con salarios a la baja y casi nula desprotección estatal de las mayorías sociales. Aunque en menor proporción, lo mismo cabe decir del resto de países de la cadena imperialista. Estas razones económicas —y no militares— son las que explican la rigidez a la baja del presupuesto militar, incluso en países de desarrollo medio, como Brasil, Argentina o Israel.

Es que, el secreto de este trapicheo entre la oferta de armamentos por parte de los capitalistas privados, y la demanda cuasimonopólica de los Estados burgueses, radica en que la acumulación de capital en la industria de armamentos opera, en parte, a expensas del plusvalor producido en los sectores I y II a instancias del impuesto de sociedades, pero en gran parte a expensas del nivel de vida de todos los asalariados, a través de los impuestos al consumo, la mayor fuente de recaudación impositiva. Así, la disminución del poder de compra de los asalariados equivalente a los impuestos indirectos, se convierte en poder de compra del Estado que gasta en comprar unos productos que no sirven para el consumo personal de asalariados ni burgueses, pero garantizan el empleo y la acumulación de parte del capital sobrante en la nueva industria del armamentismo permanente:

<<Prácticamente, sobre la base de los impuestos indirectos, el militarismo actúa en ambos sentidos: a costa de las condiciones de vida de la clase trabajadora, asegura tanto el sostenimiento del órgano de dominación capitalista –el ejército permanente- como la creación de un magnífico campo de acumulación para el capital.>> (Rosa Luxemburgo: “La acumulación del capital” Cap. XXXII)

Pero el caso es que, la disminución del poder de compra de los obreros, a través del descenso en la demanda de productos del sector II revierte en un decremento del valor de la producción y oferta en este mercado, por falta de demanda solvente, así como de la masa proporcionalmente decreciente de la ganancia en ese sector. Por otro lado, el menor consumo de medios de vida por parte de los asalariados, supone un aumento de la tasa de explotación y de la plusvalía en todos los sectores. El aumento de los impuestos para financiar la compra de armamentos, hace descender los salarios históricos reales por debajo de su valor en todos los sectores de la economía, provocando un aumento de la plusvalía general. De ahí que los capitalistas del sector III obtengan una doble ganancia derivada de la producción armamentista: en gran parte a expensas de todos los asalariados y en menor medida a expensas de los capitalistas del sector II.

Desde el punto de vista de las perspectivas del sistema en su conjunto, dado que la economía de armamentos se basa en una composición orgánica del capital más alta, acentúa la tendencia a la baja de la tasa general de ganancia. Pero en la medida en que aumenta la tasa de explotación, y su avanzada tecnología desvaloriza los medios de producción ya existentes, contrarresta esa tendencia. Sin embargo, la economía de armamentos no puede expandirse sin límites, del mismo modo que la tasa de explotación por vía de impuestos al consumo, no puede aumentar hasta el punto de impedir la reproducción de la fuerza de trabajo en condiciones de intensidad y productividad de su consumo productivo para la obtención y acumulación de una masa de plusvalor, que suponga un desperdicio o empleo improductivo del capital constante por unidad de tiempo en trabajo vivo explotado. Por lo tanto, la economía de armamentos en momentos de paz no contribuye a resolver ninguna de las contradicciones del capitalismo, sino que las agudiza. Agudiza las contradicciones entre el conjunto de la burguesía y el proletariado, así como entre las burguesías de los sectores II y III. Se sabe que mientras se desempeñó como comandante en Jefe de las tropas norteamericanas en el pacífico, el general Douglas Mc. Arthur aconsejó arrojar la bomba atómica sobre Corea del Norte. Pero, una vez retirado, cuando pasó a desempeñarse como director de la compañía “Remington Rand”, durante un discurso pronunciado en 1957 ante los accionistas de la “Sperry Rand Corporation”, denunció la “permanente psicosis de ansiedad” que el gobierno de USA había creado en el pueblo norteamericano, a fin de exigir “gastos excesivos para la defensa” que imponían a las corporaciones unas cargas fiscales intolerables. (Cfr.: E. Mandel Op. Cit.)        

 En cambio, la consecuencia lógica de la economía de armamentos: la guerra, constituye un desahogo de capital y un consecuente incentivo absoluto para el relanzamiento de la reproducción ampliada del capital global. La desvalorización de la masa de capital en funciones provocada por las crisis periódicas, retrotrae el proceso de acumulación a etapas pretéritas de su desarrollo. El mismo efecto producen las guerras, sólo que el valor de capital materializado en armas, no sólo se desvaloriza sino que se destruye físicamente, como valor de uso. Por tanto, lejos de ser un impedimento para el desarrollo del capitalismo o una circunstancia que acelere su derrumbe, las guerras lo prolongan acelerando su metabolismo en la post guerra por la inevitable incorporación a la vida civil de las nuevas tecnologías experimentadas en el armamento. Así, cuanto más avanzado se encuentre el proceso de acumulación, más desarrolladas las fuerzas productivas y mayor sea la masa de capital social comprometido en las guerras, mayor es el costo en vidas humanas y en destrucción de riqueza que la burguesía “necesita” para crear las condiciones de un nuevo relanzamiento económico de su sistema de vida, sobre la base de un capital –fijo y variable- desinflados. En suma, que después de cada gran guerra, se trata de volver a engordar el capital y reconstruir el ejército industrial de reserva, riqueza y carne de cañón en crisis y/o guerras futuras. Tal es la lógica objetiva del genocidio y la destrucción recurrentes sobre la que descansa el modo de vida burgués, con su la filosofía de los DD.HH. y sus conceptos de  paz, y tolerancia entre las clases, los pueblos y los países. Cfr.: http://www.nodo50.org\gpm/1guerra2001_91.htm

 

 

Del mito kantiano de “la paz perpetua” a la realidad del “complejo militar industrial” y la guerra permanente

Sin ánimo de ofender, debemos ser sinceros con usted en decirle que su opinión acerca de que las guerras pueden evitarse “por acuerdo” entre las partes en conflicto, es aún más ingenuo, idealista y utópico, que lo “abstracto pensado” por Kant en “La Paz Perpetua” y las predicciones de Adam Smith respecto de que el egoísmo individual conduce al bien común.

La vía hacia el bien político supremo, la paz perpetua, es, según Kant, el ejercicio de la “libertad” en el estado de Naturaleza, determinado por el azar o por la providencia divina:

<<La garantía de paz perpetua la hallamos nada menos que en ese gran artista llamado Naturaleza -natura dædala rerum-. En su curso mecánico se advierte visiblemente un finalismo que introduce en las disensiones humanas, aun contra la voluntad del hombre, armonías y concordia. A esa fuerza componedora la llamamos unas veces “azar”, si la consideramos como el resultado de causas cuyas leyes de acción desconocemos; otras la Naturaleza, otras veces “providencia”[34], si nos fijamos en la finalidad que ostenta en el curso del mundo, como profunda sabiduría de una causa suprema dirigida a realizar el fin último objetivo de la Humanidad, predeterminando la marcha del universo>>. I. Kant: “La paz perpetua” Suplemento primero. De la garantía de la paz perpetua.)

Según Kant, el comportamiento espontáneo de los seres humanos en pos de sus intereses inmediatos, lleva en sí; el “finalismo” predeterminado por la providencia divina, hacia la moralidad universal y la paz entre los seres humanos. La idea de Kant es que, a través del antagonismo entre los individuos en la sociedad civil nacional y, posteriormente, entre Estados a escala internacional, los seres humanos alumbraran el concepto general de moralidad-política como una acuerdo o un “contrato social”. Pero en tanto esta moralidad se convierte en derecho positivo, también –y sobre todo- es una imposición que supone el recurso a la violencia colectiva como condición de última instancia para garantizar la “paz perpetua” entre los individuos y los Estados. Porque siempre persiste la propensión natural a la amoralidad de hacer prevalecer los intereses propios a toda costa. Por eso decimos nosotros que, bajo el capitalismo, confiar en una paz por acuerdo de las partes en conflicto, y no por imposición del conjunto, es más ingenuo y utópico que la proposición kantiana, aunque la suponga como producto de la mano de Dios.

Esta propensión a la “libertad” amoral de la Naturaleza, en oposición a la “voluntad libre” de los Estados y Federaciones de Estados, llevó a Kant a distinguir entre el “político moral” y el “moralista político”. El primero se define porque ajusta su práctica política a los principios de la moralidad universal vigente según el imperativo: "Procede de manera que puedas desear que tu máxima se deba transformar en ley universal, sea cualquiera el fin que te propongas"; el segundo, porque, en  función de gobernante, se forja una moral adecuada a su fin particular, el típico burócrata que hace de la función pública cosa privada:

<<Ahora bien, yo concibo un político moral, es decir, uno que considere los principios de la prudencia política como compatibles con la moral; pero no concibo un moralista político, es decir, uno que se forje una moral ad hoc, una moral favorable a las conveniencias del hombre de Estado. >> (I. Kant: “La paz perpetua” Apéndice I)

En el moralista político la moral universal se desvincula de la práctica política; se convierte o diluye en la política como arte de ejercer el poder con fines particulares a lo Maquiavelo; en el político moral, la política se integra y comprehende en la moralidad universal como fundamento general del derecho cuyo depositario es el Estado, como supuesto representante de los intereses generales.

Ahora bien, dado que Kant entiende el concepto de moralidad universal como el resultado de un proceso evolutivo histórico-natural predeterminado, para él, un régimen legal, aunque no sea conforme a la moralidad, vale más que ningún régimen. Lo contrario sería anárquico y, por tanto, amoral:

<<Cortar los vínculos políticos que consagran la unión de un Estado o de la Humanidad antes de tener lista una constitución mejor que reemplace a la anterior, equivaldría a ir contra la prudencia política, que en este caso está de acuerdo con la moral

Es preciso, por lo menos, que los dirigentes tengan siempre presente la máxima que justifica y hace necesaria la alteración referida; el Gobierno debe aproximarse, en la medida de lo posible, a su fin último, o sea, la mejor constitución de acuerdo con las leyes jurídicas. Esto debe y puede exigirse a la política.>> (Op.cit.)

El pensamiento de Kant, como el de Hegel, fue el reflejo, en Alemania, de las ideas que desencadenaron la revolución política burguesa en Francia. Ambos reflexionaron sobre esas ideas de la burguesía en ascenso político, inmersos en una realidad –la alemana- todavía anclada en el pasado feudal. Así, se limitaron a pensar lo que otros estaban haciendo, sin experimentar las condiciones en que se habían producido aquellas ideas fuerza y sin poder, por tanto, meditar sobre esas condiciones. No pensaron una realidad, sino el pensamiento surgido de esa realidad, de condiciones históricas (económicas, sociales y políticas) que dieron pábulo a esas ideas. Por tanto, sustantivaron aquéllas ideas, le confirieron un carácter universal. Fueron devorados por el espíritu objetivo embellecedor de una revolución triunfante, donde las viejas ideas de honor y lealtad fueron sustituidas por las de libertad e igualdad.

En efecto, cada nueva clase que reemplaza a la que antes ejerció su dominio sobre la sociedad, se ve irresistiblemente impulsada a dar a sus ideas la forma determinante de lo general, haciéndolas aparecer como las únicas racionales y vigentes para todos. De ahí que, para la burguesía, su Estado sea el representante de los intereses generales de la sociedad. Cuando la rebelión de una nueva clase ha triunfado, la que habla es una nueva ley y una nueva concepción del mundo como el “non plus ultra” de la vida social, expresión de la racionalidad suprema y eterna, de modo que si antes hubo historia, ahora ya no la hay. Kant fue uno de los tantos sujetos pasivos de aquél espíritu objetivo de la Revolución Francesa, que se montó sobre él para llevarlo a las cumbres más altas de su consagración, olvidando que ese corcel cabalgaba sobre iniquidad y la sangre de la acumulación primitiva de capital y sobre la explotación que, desde entonces, unos seres humanos han venido ejerciendo sobre otros, condición que impide toda voluntad libre (de tales condicionamientos), y, por tanto la realización de ninguna moralidad universal, pero que sí permite una moralidad de clase, de la clase dominante:

La forma característica que en Alemania adoptó el liberalismo francés, basado en intereses de clase reales, la encontramos de nuevo en Kant. Ni él ni los burgueses alemanes de los que era portavoz embelleciendo sus intereses, comprendieron que este pensamiento teórico de los burgueses descansaba sobre una voluntad condicionada y determinada por intereses materiales y por relaciones materiales de producción (imperantes); de ahí que Kant desligara esta expresión teórica, de los intereses expresados por ella (de las condiciones materiales de producción de esos intereses, de la compra-venta de la fuerza de trabajo y de la ganancia capitalista)[35], que convirtiera las determinaciones de la voluntad de los burgueses franceses, materialmente motivadas, en autodeterminaciones puras de la “libre voluntad”, de la voluntad en y para sí, de la voluntad de los seres humanos, convirtiéndola en una serie de determinaciones conceptuales y de postulados morales (vacíos de contenido, eternos y de alcance universal: toda una mitología)>> (K. Marx-F.Engels: “La ideología alemana” Primera parte. Lo entre paréntesis y el subrayado es nuestro)

Immanuel Kant y Adam Smith fueron coetáneos. Y no sólo coincidieron en el tiempo, también en esa especie de astucia divina o “mano invisible” que, a instancias del egoísmo o interés particular, conduce naturalmente al “bien común” (Adam Smith) y a la “paz perpetua” entre los seres humanos (Kant)

 Consumado el genocidio de la primera guerra mundial, pareció que las previsiones de Kant se habían sustantivado en la “federación de Estados”, al tiempo que las de A. Smith revivían plenas de optimismo en un proclamado futuro sin crisis ni guerras. En 1919, al mismo tiempo que en Versalles se negociaban las condiciones de la paz, en una Conferencia reunida en París se discutió, redactó y aprobó el Pacto de la flamante “Sociedad de las Naciones”. Allí, el profesor Francis Paul Walters, de la Universidad de Oxford, explicó cuáles eran las finalidades del Pacto: "ofrecía un sistema completo para el arreglo pacífico de los conflictos y para una resistencia común a la agresión (de cualquiera de sus miembros sobre otro); preveía la reducción y el control de los armamentos y la eliminación de las nefastas consecuencias de la producción de armas por parte de empresas privadas; obligaba al registro y a la publicación de todos los futuros tratados por publicación por parte de la Secretaría de la Sociedad; y la adhesión de todas las iniciativas destinadas a promover el progreso social y económico en todos los sectores en que fuera de vital importancia la colaboración internacional y, finalmente, a la supervisión de las diversas colonias y de los varios territorios sustraídos a la dominación alemana o turca"

En ese ínterin posbélico, la mayoría de los “hombres de negocio” norteamericanos, juzgaban que los militares eran gentes que realizaban trabajos inútiles de un arte bárbaro y obsoleto. Algunos de los más prominentes entre estos burgueses, pacifistas convencidos como Andrew Carnegie y Henry Ford, inspirados en “el padre de la economía”, creían que la salvación de la humanidad estaba en la libre expansión del comercio mundial: “Algún día, el mundo entero se convertirá en un gran mercado”, decían. Para ellos, la alternativa al militarismo y la guerra era la expansión de la industria motorizada por el libre comercio a escala mundial. Como es sabido, aquél pacto de la “Sociedad de las naciones” con sus ilusionadas expectativas pacíficas de la sociedad civil mundial –proclamadas por sus popes más relevantes- se convirtieron en papel mojado cuando el capital sobreacumulado en Alemania -necesitado de “espacio vital”- exigió un nuevo reparto de las fuentes de plusvalor y sus fuerzas armadas invadieron Polonia, dando comienzo así a la Segunda Guerra mundial.

Consumado el holocausto nuclear en Hiroshima y Nagasaky que puso fin a esta nueva barbarie bélica, el 26 de junio de 1945, cincuenta países signatarios firmaron la “Carta de San Francisco” que dio nacimiento a la ONU, y en 1948 se realizaron a bombo y platillo los famosos juicios de Nürenberg, donde se acuñó la no menos célebre expresión “nunca más”. Pero la burguesía internacional, sobre todo la norteamericana, no se volvió a llamar a engaño respecto de un futuro de paz. Según reporta Richard J. Barnet en “La economía de la muerte”, Charles E. Wilson, por entonces presidente de la General Eléctric, propuso en 1944 a la Ordnance Association “una economía de guerra permanente” mediante vínculos institucionales entre la gran industria y el Ministerio de la Defensa. Para ello, cada productor importante de materiales de guerra debería nombrar un directivo superior con el rango de coronel en la reserva, que le habilitara como nexo con el Pentágono. Así nació el llamado “complejo militar-industrial”, ejemplo de fusión entre el Estado burgués y los monopolios de la industria armamentista, paradigma que, más o menos oficiosamente fue emulado por los demás países imperialistas.

A principios de 1945, el general “Hap” Arnold, Jefe del Estado mayor del Cuerpo de Aviación del ejército, volvió sobre la táctica de provocar otro conflicto sin salida diplomática dejándose atacar “por sorpresa” –como en Perarl Harbor- [36], advirtiendo que los EE.UU. serían el primer objetivo de la próxima guerra. El día del armisticio, en agosto del 45, hablando en público dijo que para precaverse de un ataque como aquél, los U.S.A. “deben estar preparados para devolver el golpe con bombas atómicas robot de 3.000 millas lanzadas desde naves espaciales”. Al mes siguiente, la revista Aviation publicó un editorial de primera plana titulado: “Reconvención por la complacencia de sí mismo”, donde se decía que: “en este momento de la historia somos capaces de conquistar cualquier nación o unión de naciones” alertando de que la seguridad nacional requiere “establecer un plan de desmovilización basado en la hipótesis de que seremos atacados sin previo aviso”, prefigurando lo que poco tiempo después sería el “Complejo militar industrial” :

<<La experiencia de la guerra dejó dispuestas a las grandes empresas de Norteamérica para aceptar a los militares como una fuerza legítima y permanente de la vida norteamericana, con la cual la industria podía formar coaliciones provechosas. (...) A medida que los militares se vieron comprometidos cada vez más en problemas de tecnología y política, en especial con la tarea de manejar bienes de la economía civil tales como fábricas, hospitales, residencias, transportes, por un valor de miles de millones de dólares, la distinción histórica entre la ética heroica del soldado y el credo capitalista se desvaneció>> (Op. Cit.)

En este contexto histórico pereció la “sociedad de las Naciones” (1946) y nació la ONU (1948), una marioneta en manos de los principales protagonistas de la Guerra Fría. Y tras la caída de la URSS y la desaparición del mundo “bipolar”, las sucesivas intervenciones de la burguesía internacional en Yugoslavia, Afganistán e Irak, han venido mostrando en progresión cada vez más desembozada y violenta, que las condiciones históricas de una “paz perpetua” y de una voluntad política “libre”, no las puede aportar el sistema de vida burgués, porque la voluntad de los burgueses está condicionada por la propiedad privada sobre los medios de producción, que es la lógica de la competencia, cuyo despliegue conduce inevitablemente, a guerras periódicas, como medio de resolver conflictos por la redistribución de una masa de plusvalor cada vez más menguada.

  Kant previó que, del estado social amoral de la naturaleza, al estado moral de las “voluntades libres” (esclavas de la moral universal, ya que no libres de los condicionamientos materiales), se iba a pasar de forma evolutiva, gradual e irreversible. Así lo dejó dicho:

<< El Gobierno debe irse acercando lo más que pueda a su fin último, que es la mejor constitución, según leyes jurídicas. Esto puede y debe exigirse de la política. Un Estado puede regirse ya como república, aun cuando la constitución vigente siga siendo despótica, hasta que poco a poco el pueblo llegue a ser capaz de sentir la influencia de la mera idea de autoridad legal -como si ésta tuviese fuerza física- y sea apto para legislarse a sí propio, fundando sus leyes en la idea del derecho. Si un movimiento revolucionario, provocado por una mala constitución, consigue ilegalmente instaurar otra más conforme con el derecho, ya no podrá ser permitido a nadie retrotraer al pueblo a la constitución anterior; sin embargo, mientras la primera estaba vigente, era legítimo aplicar a los que, por violencia o por astucia, perturbaban el orden las penas impuestas a los rebeldes..>> (E. Kant: “La Paz Perpetua” Apéndice I)

Y cuando empleaba la expresión: “movimiento revolucionario”, obviamente no estaba pensando en la revolución comunista, sino en las rebeliones campesinas de Alemania o Francia durante los siglos XVI y XVII, o en las insurrecciones urbanas durante el mismo período, como la de Brujas, Gantes, París, Florencia, Barcelona o Londres, movimientos todos ellos que acabaron por alumbrar las ideas-fuerza de la Gran Revolución Francesa presididas por la –en esa etapa- revolucionaria ley “natural” del valor. Pero Kant creyó que aquellos movimientos revolucionarios estaban en la lógica insondable de la Naturaleza (movida por la mano de Dios), precursoras de la VOLUNTAD universal “libre” contenida en las futuras constituciones republicanas y en la “Federación de Estados soberanos”; emancipada para siempre de los “intereses nacionales”, cuya función consistiría en erigirse como árbitro para la resolución pacífica de los conflictos según una supuesta “moralidad política universal”

Así pensó Kant respecto de la “paz perpetua”: que se iba a construir poquito a poco, “tacita a tacita”. Y así andamos más de doscientos años después, tropezando con la misma piedra porque resulta que esa moral política general ha venido siempre coincidiendo con determinados intereses particulares dominantes encarnados en siniestros personajes, como Bush, Blair, Aznar y “tutti cuanti”, que se han venido cagando en las baratijas filosóficas de Kant, en la “legalidad internacional” y en todos los “fundamentos morales”[37] del derecho positivo burgués. Esta coincidencia se ha vuelto a confirmar una vez más ahora que la ONU acaba de legitimar la nueva matanza, ratificando la verdad histórica de que, en este mundo, el único fundamento de la “moralidad universal”, es la Ley general de la acumulación capitalista, estimada Ana, “el frío interés, el cruel pago al contado”, como reza el “Manifiesto Comunista”.

                Pero esto de que para llegar a la sociedad sin guerras es cuestión de “evolucionar” con el capitalismo como quien se sube cómodamente al autobús que le deja en la estación prevista por el itinerario, pensando durante el trayecto que “es mejor el autobús de “una constitución defectuosa que ninguna constitución”, eso subyugó a los popes de la socialdemocracia, necesitados de una teoría que consagrara su práctica oportunista, su claudicación ante la burguesía. Nietzche fue quien propuso eliminar con toda conciencia los pensamientos desagradables para la vida, porque en este mundo es insufrible dejarse llevar por la verdad; por eso propuso que “a toda acción corresponda un olvido”. Así es como los socialdemócratas de la IIª Internacional acabaron por lastrar el materialismo histórico de Marx,  olvidándose de él, para verse más agradablemente reflejados en la imagen que de su práctica política les devuelve el espejo de lo que Kant pensó en Alemania acerca de la idea que la burguesía se hizo de sí misma en Francia a instancias de los Enciclopedistas: reflejo de reflejos, abstracción de abstracciones, engaño de engaños.

                   En marzo de 1981, con motivo de cumplirse en esos días el 200 aniversario de la presentación al mundo de la "Crítica de la razón pura", la socialdemocracia alemana, por entonces a cargo del gobierno en ese país, organizó unas jornadas de reflexión en homenaje a su autor: Immanuel Kant. Ese encuentro, al que acudieron filósofos kantianos de todas las latitudes, fue presidido por el representante socialdemócrata Helmuth Schmitd, a la sazón, canciller de la RFA, quien durante la apertura de ese foro, citando a Friedrich Ebert[38], afirmó que la República Federal Alemana...

<<...nació bajo el signo kantiano del concepto de libertad (burguesa). Nosotros queremos aportar nuestra parte para que así siga>> (H. Schmidt: (“El País” 31/3/81. Lo entre paréntesis es nuestro)

Lenin solía decir –desde las antípodas de Nietzche- que a la verdad jamás hay que darle la espalda, sino atreverse a mirarla siempre de frente, porque la verdad es revolucionaria. Y la verdad en esto que nos ocupa, es que, la condición para liberar a la humanidad de todas las guerras interburguesas, es la abolición de todas las clases, del mismo modo que la condición para la liberación del tercer estamento feudal -la burguesía- fue la abolición de todos los estamentos. Mientras tanto, ante la tarea de reestructurar la sociedad según los requerimientos de la paz, la consigna política suprema de la ciencia social será siempre:

<<La revolución o la muerte; la guerra sangrienta o la nada. Tales son los términos inexorables en que está planteado el problema>> George Sand. Citada por Marx en: “Miseria de la filosofía” Cap. II. § 5) 

En la bóveda de una de las dependencias del Palacio Real, en Madrid, hay un fresco donde su autor pintó a un anciano de aspecto majestuoso quitando el velo que cubre el rostro de una mujer. Aquél anciano es la representación del tiempo, y la mujer, el símbolo de la verdad. Esto es antikantiano, porque, según la filosofía de Kant, el noumeno, sustancia o verdad de lo que pasa en el mundo, no es algo que pueda ser accesible al conocimiento humano, ni por la ciencia ni por la experiencia.

Pues bien, desde Marx, la ciencia social, el materialismo histórico, ha desvelado la verdad sobre el mito platónico-kantiano de la supuesta incognoscibilidad de las “cosas en sí”. Y visto lo visto este año en torno al conflicto que tuvo su desenlace en Irak,  la experiencia ha gritado, una vez más, a los cuatro vientos, que “no hay peor ciego que el que no quiera ver”. Porque se ha vuelto a poner de manifiesto, esta vez del modo más flagrante, que en el contexto del sistema capitalista no hay organismo supranacional ni legalidad internacional posibles, que puedan garantizar la paz cuando determinadas condiciones necesarias del proceso de acumulación exigen nuevas guerras interburguesas de reparto, que se suceden con la misma fatalidad que verifica la ley de la gravedad cuando a uno le cae un tiesto en la cabeza. 

Lo que pasa es que, ante la necesidad objetiva de embarcar a una determinada población en cualquier nueva guerra de reparto, la alternancia de los distintos partidos burgueses en el gobierno de cada país prevista en el sistema “democrático” capitalista, posibilita que las fracciones burguesas belicistas económicamente dominantes en determinado país o países, de ser preciso y a instancias de la diplomacia secreta tejan sus alianzas previas con otras fracciones nacionales dominantes de la burguesía internacional en otros países, cuyos partidos en el gobierno estén interesados en el negocio y dispuestos a poner la cara en el conflicto para conseguir la imprescindible carne de cañón, creando las circunstancias políticas más propicias al desenlace de la matanza. Esto es lo que, en general, ha precedido la intervención de la OTAN en la exYugoslavia, y la del bloque liderado por EE.UU., Gran Bretaña y España, en Irak. Todo ello mientras a la inmensa mayoría de los asalariados se les tenía ejercitando la libertad como entretenimiento para evadirse de la preocupación por llegar a fin de mes.

Quienes sabemos de ello, debemos posicionarnos contribuyendo desde ya, a que más pronto que tarde seamos minoría significativa política y organizativamente capaces de fundir la teoría revolucionaria con el movimiento asalariado para hacer realidad efectiva eso de que “...la conciencia es algo que el mundo debe adquirir, lo quiera o no”. En estos principios y en esta tarea, se inscribe hoy todo el arte político que los seres humanos conscientes de la realidad y necesidad del mundo, deben saber demostrar en las presentes condiciones históricas adversas.

                Un saludo:

 

GPM.  



[1] Se refiere a la opacidad o apariencia que encubre la verdad de los objetos de estudio propios de las ciencias naturales.

[2] Justamente porque no están dadas las condiciones subjetivas, porque el proletariado aun no es conciente de su necesidad histórica, esto es, de su libertad. Por eso existen partidos políticos mayoritarios de composición obrera, como el PSOE , y Estados burgueses como el español.

[3] Dentro de la línea de desarrollo típica de la sociedad occidental descrita por Engels en “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”,  las condiciones históricas que precedieron al capitalismo fueron el comunismo primitivo, la sociedad esclavista y la sociedad feudal.

[4] En este sentido, cabe decir que la burguesía no creó al capitalismo como sistema de vida histórico-natural, sino que es su criatura social.

[5] Sobra capital si se considera su magnitud global respecto del plusvalor obtenido, pero al mismo tiempo resulta insuficiente si se lo considera en relación con la población explotable. Esta consideración demuestra la absoluta irracionalidad de este sistema de vida que deviene así por completo caduco.. Ver: punto j) del apartado “Fundamento científico de la necesidad histórica del socialismo”

[6] Para la burguesía, sólo es productivo el trabajo social que produce plusvalor. En el capitalismo no se trata de producir riqueza sino valor, y no sólo valor, sino plusvalor.

[7] Hay consenso en que los muertos de la Segunda Guerra Mundial ascendieron a 30 millones

[8] Esta es una de las causas del atraso relativo del capitalismo respecto del socialismo, en donde se podrían ir introduciendo mejoras en los medios de producción (MP) en la medida que el valor de esta mejora sea inferior a la totalidad de la jornada del obrero:

<<Esto quiere decir que la ley de la creciente productividad del trabajo no rige incondicionalmente para el capital. Para el capital, esta productividad aumenta, no cuando ahorre trabajo vivo en general, sino solamente cuando se ahorre una parte mayor de trabajo retribuido que la que se añade al trabajo pretérito>> Marx, "El Capital". Libro III cap.XV.

[9] En diciembre del año pasado, la Organización para el Desarrollo y la Cooperación Económica (OCDE), instó al Estado alemán a que legisle y legalice un significativo deterioro en las condiciones de vida de los asalariados,  como único recurso para sacar a su economía del estancamiento.

Por su parte, en marzo de este año la UE llamó la atención al gobierno por su elevado déficit fiscal que el año 2002 llegó al 3% del PBI,  exigiéndole una corrección acorde con las directivas comunitarias, para lo cual se le dio plazo hasta mayo. Hoy 17 de mayo, las autoridades alemanas acaban de anunciar la reforma del sistema jubilatorio según la cual, se extenderá la vida activa de los asalariados hasta los 70 años:

<<...Nosotros podemos tener nuestros planes, nuestros proyectos, pero ¿qué importan nuestros planes y nuestros proyectos? Lo que importa son los planes y proyectos de Dios. Uno puede tener un plan de trabajar hasta los 70 años y resulta que después no encuentra trabajo...>> (Sermón del Padre Buela: http://216.239.51.100/search?q=cache:VfvHmuRMl98C:www.iveargentina.org/pbuela/sermones/o124_padrenuestro_sacerdotal.htm++%22padre+nuestro+sacerdotal%22&hl=es&ie=UTF-8

Sin darse cuenta, este sacerdote vino a demostrar con precisa elocuencia los límites económico-sociales que el Dios capital se pone a sí  mismo para pasar por encima de ellos toda vez que el proletariado no se atreva a ponerle límites políticos absolutos; en este caso, el capital se apresta a pasar por encima de las menguadas ilusiones y el propio cadáver de los ancianos obligados a trabajar hasta la muerte.  

[10] Suponemos que la tasa de explotación permanece constante porque de lo que se trata es de averiguar cómo incide la productividad del trabajo sobre la tasa de ganancia.

[11] Desde el punto de vista del proceso de trabajo, es el trabajador quien emplea los medios de producción que atiende. Desde el punto de vista del proceso de valorización, es al revés, son los medios quienes le emplean a él. Personificamos a los  medios, porque, de hecho, son la personificación de sus dueños, relación en la que no son los dueños quienes determinan el funcionamiento de sus medios, sino que, en última instancia, son los medios quienes determinan el comportamiento de sus dueños.

[12] Desde luego, este fondo no permanece ocioso. Es depositado en los bancos que reditúan la tasa de interés vigente, revalorizándose para afrontar, al menos en parte, el mayor valor futuro de los nuevos elementos del Cc. que deban suplantar a los ya amortizados por desgaste y/u obsolescencia técnica.

[13] En realidad, son los asalariados quienes, mediante su trabajo, no sólo conservan el capital constante de los capitalistas; no sólo les reponen la parte del valor de ese capital usado en el proceso productivo mediante la parte de valor paulatinamente creado que se incorpora o traslada a las nuevas mercancías, a los nuevos elementos de Cc., sino que, por medio de su plustrabajo no consumido, les proporcionan un plusvalor existente bajo la forma de plusproducto también incorporado a las nuevas mercancías de consumo productivo

[14] En el contexto capitalista tardío del progreso incesante de la fuerza productiva del trabajo, ante el creciente acervo del capital fijo de la sociedad, éste tiende a ser rápidamente amortizado para protegerlo de toda desvalorización prematura por "obsolescencia moral" antes del desgaste por  uso; de ahí la propensión capitalista a extender todo lo posible la jornada colectiva de labor diaria:

<<Apropiarse de trabajo durante las 24 horas del día (mediante tres turnos diarios) es, por consiguiente, la tendencia inmanente de la producción capitalista>> (Op. Cit: Libro I Cap. VIII punto 4. Lo entre paréntesis es nuestro)

Esto propende a acortar aceleradamente la fracción correspondiente al trabajo necesario todavía capitalizable, lo cual también acelera la tendencia a la baja de la tasa general de ganancia.

[15] Esta diferencia entre la inversión neta de capital fijo y el monto de la deuda empresarial norteamericana, se explica por el hecho de que, según aumenta la productividad del trabajo social, los medios de producción adquieren la capacidad de procesar más y más materia prima en una misma unidad de tiempo. De este modo, es natural que mientras se amortizan, los elementos del capital fijo transfieran al producto mucho menos valor que el capital circulante que permiten transferir a los productos; por lo tanto, el componente de valor correspondiente a las materias primas en la composición orgánica ampliada, tiende a ser cada vez mayor respecto del capital fijo.

[16] Nos referimos a las condiciones sociales del comunismo primitivo, determinadas ahora, no por el atraso de las fuerzas productivas y la penuria absoluta, sino al contrario. Para alcanzar tal extremo de progreso, fue necesario que el mismo desarrollo de esas fuerzas productivas determinaran necesariamente que los productores directos debieran negar históricamente la propiedad social de las condiciones objetivas de su trabajo, enajenándolas  en sucesivas formas de propiedad privada usufructuadas por una minoría social de propietarios. Ahora, cuando tras el más grande progreso alcanzado por las fuerzas productivas de la humanidad en toda su historia a instancias del capitalismo, los productores directos –descendientes directos de aquellos comunistas primitivos- estamos en condiciones de negar aquella negación haciendo subjetivamente posible la necesidad objetiva de superar el capitalismo en el comunismo. 

[17] En el sentido real del término, porque a pesar de que, bajo el capitalismo se trata de un trabajo formalmente libre, “contractual”, al no poder disponer de los medios con los que produce, no es de los asalariados la decisión en cuanto a qué, cómo y cuánto producir, ni, por supuesto, su producto.  

[18] Marx habla de superproducción de capital en razón de que la finalidad objetiva del capitalismo no consiste en la producción de plusvalor, sino en la acumulación, en la reproducción ampliada.

[19] En las sociedades precapitalistas, las únicas crisis posibles y probables eran de subconsumo, de carencia de riqueza suficiente, precisamente por causa del atraso en el estadio de las fuerzas productivas de la sociedad, de incapacidad para producir o disponer de los excedentes exigibles en momentos de carencias coyunturales por causas climatológicas. 

[20] Si las máquinas dejan de funcionar se deterioran. Lo mismo cabe decir de un parado y su familia, expuestos todos sus miembros a una serie de noxas sociales de tipo relacional, físicas y psíquicas. 

[21] Se refiere a la transformación de los modos precapitalistas de producción de mercancías, al modo de producción capitalista de plusvalor.

[22] Esta diferencia entre la inversión neta de capital fijo y el monto de la deuda empresarial norteamericana, se explica por el hecho de que, según aumenta la productividad del trabajo social, los medios de producción adquieren la capacidad de procesar más y más materia prima en una misma unidad de tiempo. De este modo, es natural que mientras se amortizan, los elementos del capital fijo transfieran al producto mucho menos valor que el capital circulante que permiten transferir a los productos; por lo tanto, el componente de valor correspondiente a las materias primas en la composición orgánica ampliada, tiende a ser cada vez mayor respecto del capital fijo.

[23] Hegel fue el primero en exponer del modo más exacto la dialéctica entre necesidad y libertad. Decía que “La necesidad sólo es ciega en tanto no se la comprende”. Mientras no se conoce la necesidad o causa de una cosa, no se puede ser libre ante esa legalidad que le hace ser y existir como es ante nosotros. Con el capitalismo pasa lo mismo. Enseguida volveremos sobre esta “soga del ahorcado”.

[24] Esta palabra alemana, al  mismo tiempo que “guardar” o “conservar”, significa “anular” o “superar”. En Hegel, el devenir del pensamiento que supera los límites de su ser existente, simultáneamente se conserva. 

[25] La teorización marxista del instinto de clase del proletariado entendido como germen de su conciencia de clase condicionada por su patrón, explica su doble y contradictoria condición, de pertenecer simultáneamente al capital y a las fuerzas productivas.

[26] La posesión es una categoría natural que expresa la relación entre un sujeto y un objeto para un empleo determinado. Pertenece al ámbito del proceso de trabajo en todas las épocas. La propiedad es una categoría social que expresa la relación entre sujetos, donde cada propietario excluye a todo otro de la incondicional disponibilidad del objeto de su propiedad. Esta categoría corresponde a la sociedad de clases.

[27] “Gran política (alta política), pequeña política (política del día, política parlamentaria, de corredores, de intriga). La gran política comprende las cuestiones vinculadas con la función de nuevos Estados, con la lucha, por la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas estructuras orgánicas económico-sociales. La pequeña política comprende las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior de un estructura ya establecida, debido a las luchas de preminencia entre las diversas fracciones de una misma clase política. Es, por tanto, una gran política, la tentativa de excluir la gran política del ámbito interno de la vida estatal y de reducir todo a política pequeña”  (Antonio Gramsci: “Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno” Notas varias.)

[28] Marx utilizó por primera vez esta expresión en el punto 3 de su “Introducción a la crítica de la economía política” (1857), donde se refiere al método de investigación en esta ciencia. 

[29] ...de su masa, de la magnitud del capital que la ejercita. Engels dejó dicho, con toda razón, que “el poder político es el poder económico concentrado” (GPM )

[30] Expuesta por Henryk Grossmann en “La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista”. Ed. Siglo XXI

[31] Un verdadero sector diferenciado respecto del sector (I)  productor de medios de producción (Cc) y del sector (II) productor de medios de consumo tradicional,  ya que los armamentos son unas mercancías especiales,  medios de consumo productivo, como las máquinas, sólo que, en vez de producir medios de vida producen medios de de destrucción masiva: de riqueza y vidas humanas. Esta es la manifestación más terrible, odiosa y por completo decadente del capitalismo.

[32] El principio activo de la burguesía internacional durante toda  la Guerra Fría, ha consistido en la llamada “estrategia de la tensión”  tendente a desbaratar sistemáticamente la política exterior stalinista de “coexistencia pacífica” con el imperialismo. De hecho, desde la creación de la OTAN que dio pábulo al “Pacto de Varsovia”, todas las iniciativas de ruptura del “statu quo” entre los dos bloques,  han sido protagonizadas por el bando de la burguesía internacional.     

[33] Entre 1937 y 1941, el Producto nacional bruto norteamericano creció el 29,42%, mientras la producción de armamentos aumentó en más de 10 veces, pasando del ± 1,0% de incremento anual al 11,1%. Cfr. E. Mandel: “El Capitalismo Tardío” Cap. IX  y M.A. Cabrera, P.Calderón y M.P. Colchero: “EE.UU. 1945-1985: Economía política y militarización” Pp.19 Ed. IEPALA/85

[34] En el mecanismo de la Naturaleza, al cual pertenece el hombre -como ser sensible- manifiéstase una forma que sirve de fundamento a su existencia que no podemos concebir, como no sea suponiéndola conforme a un fin, predeterminado por el Creador del universo. Esa previa determinación llamémosla providentia divina en general. La providencia, considerada al comienzo del mundo, llámase fundadora -providentia conditriæ; semel jussit, semper paret, Agustín-; considerada en el curso de la Naturaleza, como el poder que conserva la Naturaleza, según leyes universales de finalidad, llámase providencia gobernante, considerada en relación con fines particulares, aunque imprevisibles para el hombre y cognoscibles sólo por el éxito, llámase providencia directora; en fin con respecto a algunos sucesos aislados, estimados como fines de Dios, la providencia reciben otro nombre: el de dirección extraordinaria. (I. Kant)

 

[35] De las condiciones determinadas por la relación social entre el trabajo asalariado y el capital, distintas de las determinadas históricamente por la relaciones de señorío y servidumbre (GPM ).

[36] En el apartado: “Los maestros de la mentira y la provocación sistemática” (ver: http://www.nodo50org/gpm/1guerra2001_91.htm) contribuimos a desvelar una vieja táctica del ejército norteamericano inaugurada en febrero de 1898, cuando frente a las costas de Cuba hicieron volar al acorazado “Maine”, acto que atribuyeron a los españoles para justificar su participación en la guerra que, a la postre, les permitió hacerse con el dominio de la Isla. 

[37] Según Kant, la “doctrina del derecho” se funda en la “moral universal” en tanto “voluntad libre” que antepone el bien común y la ley  jurídica, al interés particular.

[38] Este señor fue el primer presidente de la República Alemana fundada en 1919 a raíz del derrocamiento de la monarquía. Cuando en noviembre de 1918 los obreros de las principales ciudades de ese país capitalista conquistaron el poder desde los Consejos, e inmediatamente lo delegaron en la Constituyente con mayoría SPD, este partido declaró terminada la revolución en su fase de violencias y acciones de masas. “Al estar el partido de la clase obrera en el poder, la clase obrera ha tomado el poder político y la transformación revolucionaria de las relaciones sociales es, de ahora en adelante, cuestión de tiempo: se trata de un proceso progresivo y pacífico. Hay que desarrollar todavía el capital, porque sólo un capital llevado hasta el último estadio de su desarrollo podrá ser “socializado. Para ello hay que hacer reinar el orden y aplastar a los sediciosos spartaquistas”. Fue cuando Friedrich Eber –tras ser elegido presidente- pronunció estas palabras inspiradas en el evolucionismo naturalista kantiano: “Somos el único partido que puede garantizar el orden”. Seguidamente, firmó el armisticio, desmanteló el ejército que reemplazó con los llamados “Cuerpos Francos”, y procedió al aniquilamiento de las fuerzas minoritarias de obreros dirigidos por Rosa Luxemburgo y Liebnekcht. Ésta matanza se saldó con más víctimas que las dos revoluciones rusas juntas, la de febrero y la de octubre de 1917. Esa fue la “voluntad libre” del SPD. (Cfr.: Jean Barrot y Dennis Authier: “La izquierda comunista en Alemania” Cap. VI).

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